Shadowhunters Tales

Relatos

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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Vie Ene 30, 2015 3:23 pm

Y el último reto sobre "Cartas de Flores", sobre James Carstairs. Espero os guste y ¡gracias por leer y comentar!
Los fanarts son de Cassandra Jean, los personajes de Cassandra Clare.

White Zinnia
[Goodness]

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Los espasmos sacudían su cuerpo. A su alrededor todo se balanceaba y se movía, o tal vez era sólo él. Se sentía cansado, terriblemente enfermo, pero ya era habitual y, pronto, la droga que se había tomado, cura y causa de todos sus males, empezaría a sanarlo. Pero hasta entonces debía permanecer en cama, guardar la calma y dejar seguir el curso habitual de su estado precario de salud.

Aborrecía hasta lo indecible aquella situación, tener que depender de algo que estaba matándole, de necesitar tan desesperadamente esa sustancia que le había cambiado. Cuando no se la tomaba, el mundo parecía absorberle toda la energía, dejándolo vacío, tiritando e impedido. No podía siquiera respirar, y el dolor sólo era interrumpido por los terribles espasmos que le hacían estremecer, pintar de rojo sus manos, las comisuras de los labios. Y, de no ser por Will, tal vez habría muerto mucho tiempo atrás. Él le ataba a la vida con toda la fuerza de una amistad construida entre los dos, de risas, luchas y peleas, de compartirlo todo y no guardarle nada, de ser la mejor parte para los dos. De no ser por él, Jem Carstairs se habría dado por vencido, renaciendo en otro mundo lejos de todo el amor que en Londres había encontrado. William Herondale era su obstinada salvación, aquel que bajaría a los más profundos abismos del infierno para traerle de vuelta, que daría su corazón si con ello su amigo encontrase una cura. No sólo era su parabatai; se conocían como libros abiertos, una relación especial que les unía como si fuera cosa del destino. Más cercanos que hermanos enlazados con sangre, los votos más sagrados e inquebrantables que les vinculaban, quemados sobre su corazón, donde él siempre estaría.

Will era la mejor parte de su alma, era quien le hacía ser mejor persona, en quien sostenerse en los momentos de flaqueza, a quien cuidar cuando se metía en algún embrollo y acudía a él en busca de comprensión pues Jem jamás le juzgaba, solamente le brindaba su apoyo incondicional o le obligaba a acompañarle en sus múltiples tropelías, a veces un poco a la fuerza, pero al final siempre acababan por merecer la pena todo el esfuerzo gastado en ellas.

La luna derramaba su brillo sobre su piel pálida, haciéndola lucir como de porcelana, dándole más color a sus ojos de plata, blanqueando su cabello que se diseminaba sobre su frente perlada en sudor y tormento. Sus manos aferraban fuertemente la funda de madera pulida mientras extraída de su interior una de sus posesiones más amadas.

Los primeros acordes llenaron de vida toda la habitación y él se transformó. Donde antes había estado la enfermedad, ahora palpitaba, desbordante, la vida, la calma y la serenidad que le caracterizaban habían sido sustituidas por la pasión con la que tocaba, meciendo el violín como si fuera su propio hijo, los ojos cerrados, las manos desplazándose con precisión por encima del puente, marcando las siguientes notas que arrancaría del instrumento. Toda su atención estaba puesta en la delicada música que él mismo producía, surgiendo casi sin pensar, los dedos pulsando y el arco frotando las cuerdas con fuerza. Era un concierto de Brahms en mi menor sólo para él. Estaba entrando en el tercer movimiento, con una fuerza avasalladora, cuando la puerta, abriéndose, le interrumpió.

- ¡Tú, James Carstairs, bastardo desleal! – desde el marco el oscuro perfil de quien era su mejor amigo se recortaba en la noche, sólo dos puntos azules llameando. Entró y se dejó caer sobre la revuelta cama, que aún guardaba el calor delirante de la enfermedad, sangre derramada y el recuerdo de un dolor demasiado agudo para ponerlo en palabras – Me dijeron que estabas muriendo, y he aquí te hallo, con el violín en la mano como si no pasara nada – parecía un poco decepcionado, como si realmente esperase encontrarle muerto y, verle aún vivo desbaratase alguno de sus planes. Pero su voz poseía notas divertidas, irónicas, mezcladas con cierta dosis de preocupación que, al verlo de nuevo, se disiparon, sombras huyendo de un sol incipiente. – Estaba disfrutando de unas maravillosas compañías, pero no sería un buen parabatai si te dejara morir solo. – cruzó los brazos sobre el pecho y le dedicó una larga y profunda mirada azulada.

- Tu reputación saldría ganando – contestó divertido, dejando a su lado el instrumento.

- Cierto, estar al lado de un convaleciente podría entenderse como que soy bueno y aquí el único bueno que hay eres tú, Jem, como de costumbre. Demasiado bueno como para enojarte conmigo porque te he regañado por no estar más moribundo que antes.

- Oh Will, ya sabes que es imposible enfadarse mucho contigo – respondió, una sonrisa aleteando en su rostro plateado – Y ahora dime, ¿qué tal fue? Sophie me contó que había algún problema y todos habías salido sin siquiera decir adiós.

- Seguro que añadió algo malo sobre mi, ¿verdad? Esta mujer realmente me detesta y no recuerdo haberle hecho nada tan grave. En cambio a ti te adora, como todos. Pero tienes razón, fuimos por la tarde a patear un par de demonios que merodeaban cerca de Buckingham Palace. Realmente no es tan bonito como se dice, nadie habla de la suciedad ni de lo mal adoquinados que están los caminos – y al ver cierta alarma en los ojos de su amigo, agregó –. No creas que un par de shaxs como esos podrían hacernos daño, aunque con Henry uno nunca está seguro del todo, ¿recuerdas aquella vez que, en mitad de una misión, se prendió fuego? – y sus risas llenaron la habitación de música de nuevo.

Jem lo recordaba; era complicado no recordarlo con diversión: las imágenes de Henry envuelto en llamas, haciendo resplandecer aún más su pelirroja cabellera, ignorando los gritos asustados de su mujer mientras ellos trataban de eliminar un nido de raums. Había sido una ardua batalla y, por la sonrisa que asomaba a las comisuras de Will, podía jurar que estaba pensando en lo mismo.

- Pero hace horas que ellos volvieron, ¿dónde fuiste tú, hermano? – inquirió, aunque intuía la respuesta que obtendría.

- Oh, por aquí y por allá – hizo un elocuente movimiento con su brazo – ya sabes, malas compañías y grandes cantidades de sidra. O era cerveza, no lo puedo recordar... – pero Jem le conocía, sabía perfectamente que mentía; Will podía creerse un gran actor, pero él podía leer su mente a la perfección y había aprendido a ver entre líneas. Simplemente fingía ser quien jamás sería, pero si le servía de algo toda esa fachada y apariencia, no sería él quien la derrumbara y le hiciera ser diferente – por cierto, me he permitido traer algo – dijo, golpeándose con orgullo el pecho y extrayendo algo de su bolsillo. Era una caja de metal muy bonita, aunque borrosa a la luz de la noche. Cuando la abrió el intenso olor a chocolate le inundó la cabeza. Will ya estaba engullendo un trozo cuando le ofreció –. Un pago de parte de la corona – explicó, divertido, masticando.

- Le has robado a la reina, ¿cierto? – no lo dijo asombrado, ni siquiera un pelín sorprendido, pensó Will. ¿Tan predecible se había vuelto? Debería hacer algo entonces para escandalizarlo de nuevo.

- No es un robo, querido Jem, es un pago por nuestros inestimables servicios al reino como exterminadores de demonios y otros seres malignos – tomó otra porción – y será mejor que tomes un poco, antes de que me la termine toda yo – indeciso, Jem aceptó la oferta. El sabor del chocolate se derramó en su boca, alejando el amargo regusto de la droga y la enfermedad, haciéndolo sentir mejor – no sé por qué, había un montón. Si Charlotte no fuera tan rigurosa, podríamos tener muchos más – comentó, apenado. De sobras conocida era la afición de los Herondale por los dulces y el chocolate era una de sus predilecciones. Por un instante Jem se sintió con ánimo suficiente para burlarse de su amigo, quien seguía engullendo onzas como si la vida le fuera en ello.

- ¿No sabes qué día es hoy William? – preguntó fingiendo inocencia. Ante la negativa de su compañero, prosiguió – Te tenía por un nefilim instruido en las fechas de celebración mundanas – y, al oír aquellas palabras, Will reaccionó. Se levantó sobresaltado y empezó a discutir con Jem, porque él nunca había sido un mundano y no tenía por qué saber que ese preciso día se celebraba San Valentín, motivo por el cual la corona británica había acumulado grandes cantidades de chocolate en hermosas cajetillas para repartir y que había sido una total coincidencia, no existía evidencia o prueba alguna que indicara que él conocía la fecha festejada y había asaltado las reales cocinas a conciencia. Quien dijera lo contrario, mentía, su honor de nefilim estaba en juego. Pero era demasiado tarde; sus mejillas se habían arrebolado y sus ojos brillaban avergonzados, de un modo totalmente encantador, delatando sus oscuras intenciones delictivas y su buen corazón. – ¿Debo suponer que tienes sentimientos por mi, ya que me entregas chocolates en el día de hoy?

- ¡Mis sentimientos están a salvo contigo! Tú nunca me rechazarías, ¿verdad amigo? – replicó él, decorando sus palabras con grandes aspavientos.

- Bueno, debería considerarlos, ya que los dos somos hombres y parabatais, a más decir. Eso, sin duda, sería un gran escándalo – y, junto a su risa se sumó la de Will.

- Escándalos y malas compañías es lo que siempre ando buscando. Aunque no se te puede considerar, bajo ninguna luz posible, como mala. En todo caso, una influyente y positiva compañía. Espero, entonces, que el hecho de ser hombres y estar unidos por las runas sea suficiente para terminar de mancillar mi maltrecha reputación – declaró, en un tono de lo más razonable posible, escondiendo las carcajadas que amenazaban por destruir su fingida seriedad.

- Y, en este supuesto, ¿quien es la mujer en esta relación? – prosiguió Jem, con calma, sin dejarse llevar como Will, quien estaba disfrutando del momento enormemente.

- Por supuesto que tú, querido James – y, al interceptar una mirada asesina plateada, justificó su respuesta –. Eres tú quien me espera despierto en casa y tocas el violín para mi. Sin duda alguna, eso es mucho más femenino. Además, yo derrocho varonilidad, por todos es sabido – rió – y ahora, tú, pequeño bastardo desagradecido, ven a darme un beso como corresponde cuando tu amado regresa a casa y te trae bombones.
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Notapor 15nuxalxv » Vie Ene 30, 2015 6:34 pm

Bueno, todos leídos~.
Qué decir, me encantan <3. Todos los personajes son amor. Y escribes estupendamente.
Sigue escribiendo~
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Mar Feb 10, 2015 8:26 pm

Actualizo esto con un nuevo relato, esta vez se trata de un pequeño Waywood. Espero sea de vuestro agrado, de lo contrario, lamento las molestias. ¡Gracias por leer!

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Ser su parabatai podía llegar a ser agotador. Nadie le había preparado para tantas horas de entrenamiento, ni para la energía arrolladora de Michael, quien, incansable y totalmente ajeno a los jadeos cansados de su amigo, seguía atacándole, espada en mano y sonrisa bailando en su rostro. El sudor corría por su frente, nublando sus ojos claros, pero parecía no notarlo, absorto en el combate que ya hacía tiempo había ganado. Robert jamás podría igualarlo; su pobre manejo en las armas le hacía lucir totalmente inútil a su lado, su poca habilidad y pericia a la hora de pelear le volvía un blanco fácil para burlas y derrotas constantes. Había practicado hasta la extenuación, pero grabarse runas seguía siendo aterrador. Y aún más cuando Michael se acercaba a su piel con su sonrisa burlona, la estela aferrada, tan amenazante como un puñal, dispuesto e inmisericorde, para tatuarle valor, para imbuirle fuerza.

A menudo se preguntaba qué veía en él; no era más que un negado, un desastre, una deshonra para todo nefilim. No servía para luchar, nunca sería capaz de matar demonios como se esperaba de todos ellos; sólo era el chico de quien todos de reían, el que se ocultaba tras libros que no entendía para desaparecer, para volverse invisible y no ser nadie por un instante. Pero Michael le había encontrado, le había perseguido por toda la Academia, sin darse por vencido, yendo a su casa a buscarle, siguiéndolo a todos los lugares a los que escapaba, sin tregua ni descanso, hasta que el hartazgo o la desidia le convencieron de ser su amigo. Y ahora ya no podían separarse, el vínculo se había echo demasiado grande y fuerte, había crecido hasta hacerse imbatible, indispensable para seguir, marcado en su sangre, un hechizo que les uniría para siempre, que le obligaba a no estar nunca más solo. Y había llegado un punto en el que no era capaz de imaginar una vida sin su mejor amigo al lado, sin sus ideas raras, sin su arrojo, sin ese valor que le contagiaba, las risas a las que se acompasaba.

- Me rindo ya, Michael – exclamó, bajando las armas y sentándose en el entramado de maderas cálidas de la sala. Su camiseta estaba amarada de sudor, pegajosa sobre su piel, dejando entrever las negras marcas que corrían por todo su cuerpo y que no se podía borrar. Michael sonrió de medio lado mientras detenía con elegancia un último movimiento y enfundaba la espada y se dejaba caer a su lado. Sus ojos claros reflejaban la luz que se filtraba, plácidamente, por las altas ventanas de la sala, dejando entrar un incipiente verano brillante.

- Ha sido una buena pelea Rob – y le lanzó una mueca, porque ambos sabían que había sido una estupidez luchar hasta el cansancio cuando aún les quedaban clases a las que acudir y porque Robert sabía que en verdad había sido un desastre, que nunca sería diestro en el manejo de las armas, aunque su amigo no lo reconociera. Pero ninguno dijo nada; Robert necesitaba mejorar su precisión y la técnica con la espada, una de las que más se le resistía –, pero tendrá que ser la próxima cuando por fin me venzas – exclamó, muy seguro.

- Si me hubieras dejado elegir una lanza habrías mordido el polvo mucho antes – protestó débilmente. Aquello podría ser cierto, algún día. Al menos con el guisarme tenía talento, asiéndolo con seguridad, como si formara parte de su cuerpo, una extraña prolongación mortal de su brazo. Pero un buen cazador dominaba todas las armas, o al menos en aquello se excusaba Michael para impedirle su predilecta elección. Tomó impulso y, sacudiéndose los anchos pantalones, se levantó. Michael le miró, parpadeante. Pudo leer, por el modo en cómo remoloneaba, que pensaba quedarse sentado ahí hasta que terminara el día. De todos modos le tendió la mano, en un vano intento para que su amigo se alzase.

- Oh, ¡vamos Rob!, nos merecemos un buen descanso – bostezó. Una parte muy recóndita, posiblemente la que controlaba sus doloridos huesos y sus agarrotados miembros, le daba la razón. La otra le recriminaba por pensar siquiera en eludir sus responsabilidades. Claro que para Michael nada de aquello realmente importaba; para él ser un nefilim consistía únicamente en luchar contra seres del averno e impartir la justicia del cielo, aún sin conocerla, como parecía ser, ya que no mostraba el más mínimo interés en cualquier otra materia que no implicase métodos de exterminio o maneras eficaces de acabar con demonios, el resto eran horas perdidas que aprovechaba para dormitar, en el mejor de los casos.

Para su sorpresa Michael le tomó la mano y, en un amago veloz, tiró de él de regreso al suelo. Tendría que habérselo imaginado pero, con todo, Robert se precipitó sobre su amigo, las manos ancladas, aferrándose al jersey del otro, cuerpo contra cuerpo, viendo cómo la alegría iluminaba el pálido dorado del fondo de sus pupilas castañas y cómo su rostro se distendía para estallar en una sonora carcajada que le hizo enrojecer. Con un rápido movimiento se quitó de encima para rodar sobre sí mismo y levantarse de nuevo. La sonrisa que le devolvió su amigo, aún apoyado en el suelo, decía claramente que cualquier amenaza o palabra sería vana, que él se quedaba ahí. Y que le arrastraría al lado irresponsable de la vida, sin escapatoria posible. Con un leve encogimiento de hombros Robert se dio por vencido. Conocía de sobras a Michael y, cuando decidía algo, se mantenía firme, inamovible.

El agua caliente estaba funcionando, relajando sus tensos músculos, cansados tras el exhaustivo entrenamiento. El iratze que le había aplicado Michael antes a penas era un tenue recuerdo de plata sobre la piel. Estaba entretenido dejando correr el agua sobre la piel cuando algo aterrizó a sus pies, procedente de la ducha del lado. Aquello sólo significaba una cosa para ellos; Michael acababa de declararle la guerra, una acuosa y resbaladiza, así que, en contraataque, calibrando la temperatura del agua, envió un potente chorro que impactó de lleno en su objetivo. Podía oír los chillidos, muy poco varoniles, procedentes del baño contiguo que le aclamaban como vencedor de aquella ronda. Tras unos instantes saboreando la victoria, procedió a seguir enjuagándose. O lo hubiera hecho si la puerta no se hubiera abierto estrepitosamente para dejar pasar a un tiritante Michael empapado, con una expresión enojada, las mejillas pálidas por el frío al que acababa de ser sometido y unas terribles ganas de venganza. Se abalanzó sobre él, empezando un nuevo combate.

Robert tenía un cuerpo hermoso, más aún cuando distraídas gotas recorrían su perfil, haciendo que su torso brillase, terso y definido, no demasiado musculoso, pero fuerte, firme, sincero. No ocultaba nada, todas las marcas expuestas, las veía sobre su piel como si fuera un lienzo, casi una obra de arte, leer en ellas toda su vida, un libro abierto que no se podía esconder. Sintió cómo el sonrojo tomaba sus mejillas y agradeció que Robert no pudiera verlo, ocupado peleando con él, tratando de agarrarlo, de derrotarlo de nuevo, pero no podía evitar sentirle tan cerca, piel sobre piel, jugando estúpidamente en las duchas, como los crío que aún eran, que siempre serían. Las manos de su amigo revolvían su cabello dorado, rodeándolo fuertemente por el cuello, mientras lo forzaba a recibir otro baño congelado. Michael se debatía, pateando, tratando de zafarse de ese abrazo prisionero, sin conseguir más que risas como respuesta. Y no importaba que el agua fría hiciera estremecer su piel, erizando el vello de sus brazos, si así podía notarle tan cerca, tan despreocupadamente dejado, abandonado a ese juego que era mucho más para él.

Ambos salieron juntos, aún riendo tontamente, lanzándose amagos de golpes e intentos esquivos, salpicando al contrario, intentando hacerle caer. El vestuario, a esas horas, estaba vacío, pero podían oír la animada charla procedente de los pasillos, indicando el inicio de las clases tras el descanso del mediodía. Vio cómo Robert se apresuraba vistiéndose, aún con la piel moteada de perlas húmedas que resbalaban, dibujando su contorno. Durante un instante se quedó ensimismado, perdido en el recorrido que trazaban, envidiándolas en secreto por poder rozarle de una manera tan natural e íntima a la vez. Estaba tan absorto contemplándole que tardó en reconocer lo que veía. Robert, quien ya estaba terminando de vestirse, lucía una camiseta que le era demasiado familiar.

– Te quejaste mucho cuando te la regalé – señaló Michael, sonando enfurruñadamente divertido –, pero aún así la llevas puesta. Y te queda bien. – sonrió mientras se apresuraba, porque se estaba quedando rezagado y no quería que su amigo huyera y le dejara atrás o, peor, que le obligara a asistir a Historia. Robert se estaba atando los zapatos y se dedicaba a lanzar miradas de reproche a la camiseta que se había puesto. Rezaba “es mejor que el tuyo”, escrito en negro sobre un fondo claro y era pareja de otra que pertenecía a su compañero. Si algún día la casualidad hacía que se las pusieran a la vez, se podría leer “Mi parabatai es mejor que el tuyo”, lo cual era verdad a medias y dependía mucho de quien lo viera. Había sido un regalo para celebrar su segundo año de unión; Michael solía llevarla, pero como no coincidían, había desistido en su plan para demostrar a los demás que eran el mejor equipo de parabatais y amigos, diciendo que si no las usaban los dos perdía toda la gracia. Normalmente no se atrevería a ponérsela, era algo estúpido, una de esas ideas locas propias de un Wayland, pero la montaña de ropa sucia y descuidada que se apilaba en su habitación le obligó a tomar la última camiseta del cajón. Mentalmente se reprendió por ser tan descuidado con sus cosas mientras lanzaba una última mirada desaprobadora a su atuendo de emergencia y veía cómo la sonrisa de Michael crecía.

– Odio esto – susurró, levantándose. Se dirigió a la puerta y, estaba a punto de abrirla, cuando le alcanzó. Llevaba la ropa mal puesta y mojada, al ponérsela sin siquiera secarse, apresurado por evitar que su amigo escapase y le dejase de lado.

- ¿A dónde crees que vas? – preguntó, poniéndole la mano sobre el hombro. Robert suspiró levemente, ya se había resignado a perder toda la tarde con él – Es hora de comer, por si lo habías olvidado – prosiguió, mirándolo de lado.

- Lo sé – le revolvió más su enmarañado cabello, medio divertido, medio reprendiéndolo, porque sabía que, por mucho que dijera, Michael ya le había convencido; siempre conseguía arrastrarle con él –. Así que deberíamos irnos, no me apetece oír cómo te rugen las tripas; no podría siquiera concentrarme con todo ese ruido de fondo. Una pérdida de tiempo – bromeó, añadiendo un elocuente gesto, mientras salía al pasillo.

El sol de principios de verano dejaba caer su luz sobre ellos, haciendo brillar aún más el cabello revuelto de Michael. Caminaban entre una charla intrascendente y tranquila hasta que, a lo lejos, la vieron.

Maryse era demasiado alta como para pasar desapercibida. Y Robert adoraba verla caminando, con todo ese aplomo, la seguridad de la fortaleza, la inteligencia brillando en el fondo de aquellos ojos duros, de un azul muy puro. Les lanzó una mirada de soslayo y sonrió, saludándolos con la mano.

- ¿Saltándoos clases, chicos? – Su voz sonó divertida, pero con cierto tono reprochador. Robert se sonrojó violentamente, adquiriendo tonalidades rojizas que escapaban a la percepción de su amigo, mientras veía cómo sus pupilas se perdían, disolviéndose en la contemplación de aquella muchacha que le traía de cabeza.

- Evidentemente – replicó Michael –, sólo Hodge es capaz de aguantar sin dormirse todo ese rollo tan mortalmente tedioso – comentó despreocupadamente, con un encogimiento de hombros y la sonrisa bailoteando en su rostro nuevamente. Maryse le devolvió el gesto antes de seguir su camino, despidiéndose de ambos con un desmanejado saludo, desapareciendo tras un giro en el pasillo – Rob, el monstruo del lago Lyn ya se ha ido – comentó dándole un amistoso golpe en la espalda, sacándolo de su privada ensoñación.

Debía ser evidente por todos, pensó, lo mucho que le gustaba Maryse, con sus suaves curvas levemente insinuadas, ese cabello oscuro en el que quería sumergirse, que olía a flores, que desprendía una delirante sensualidad capaz de nublar su mente y la capacidad de pensar. Era demasiado hermosa, incluso en su traje de combate, manchada de sangre, la espada en lo alto y el valor resplandeciendo en el fondo de sus ojos. Michael conocía sus sentimientos, eran demasiado claros para él. Podía leer su mente, entendía sus secretos como si le pertenecieran y aquello le apenaba. Sabía lo muy enamorado que Robert estaba de aquella joven y, en otras circunstancias lo encontraría de lo más divertido, pero no lo era para nada. Dolía ver todo ese amor reflejado en el azul de sus pupilas, en la manera en la que suspiraba cuando se iba, la intensidad de sus sentimientos, unos que jamás se dirigirían hacia él, no más allá de la amistad y la camaradería. Michael tenía que guardarse las palabras que quería decirle, las que contenían todo lo que Robert significaba en su vida, lo mucho que le necesitaba, lo mucho que le quería, mucho más de lo que se esperaba. Para él no era sólo su mejor amigo, su parabatai, su hermano de sangre y lucha; era mucho más profundo, un amor que no podía concebirse, que no tenía lugar en ese mundo en el que ambos vivían. Un amor imposible, impensable, inservible, pero que no podía desechar, pues se había instalado en su pecho, creciendo, enraizando sus raíces hasta apoderarse de todo su corazón.

- No la llames así – se quejó sin mucho convencimiento. Michael no mostraba mucha simpatía por Maryse, así que no tenía sentido enfadarse por los comentarios jocosos que le dedicaba a la joven nefilim. No entendía qué había en ella que su amigo desaprobase, pero tampoco quería descubrirlo; tal vez así se ahorraría disgustos molestos.

El sol de principios de verano extendió sus alas sobre ellos, mientras avanzaban por las tranquilas calles adoquinadas de Alacante. El arrullo del viento se confundía con el plácido discurrir de los pequeños canales. Las colinas cercanas que envolvían la ciudad, pintaban de verde el horizonte, llevando consigo el fresco aroma de las flores y el calor del bosque de Brocelind. Sobre sus cabezas, difuminándose con el claro cielo, se alzaba el Gard, erigido sobre la cima de una pequeña montaña, expectante, un ojo vigilante que contemplaba cómo dos chicos se escabullían de la Academia, saltándose las últimas clases.

Robert siguió los pasos de Michael, atravesando las calles, hasta alcanzar las altas y orgullosas torres de cristal, que refulgían talladas con la materia de los ángeles, eternas, permanentes, parpadeantes creando sombras vívidas con los colores del día. Alcanzaron los bordes del bosque. Los árboles se inclinaban, mecidos por el aire, los pájaros revoloteaban sobre ellos, observándoles mientras se dejaban caer sobre el pasto. Comieron entre risas y peleas, porque Michael siempre quería lo que Robert tenía y había estado intentando robarle el almuerzo, mucho más apetitoso que el suyo hasta que Robert, cansado, había accedido a compartirlo con él. Cualquier cosa por una comida tranquila y un Michael calmado.

No podía creer la suerte que estaba teniendo. Normalmente Robert no solía ser tan generoso con su comida, tampoco acostumbraba a escaquearse de sus responsabilidades, pero ahí estaba, sentado a su lado, estirado sobre la hierba, el sol arañando su piel, los ojos entrecerrados, relajado, totalmente ajeno, sumergido en la placidez de una tarde veraniega que empezaba. Michael se tumbó a su lado, juntando su cabeza con la de su amigo, sus cabellos mezclándose sobre la tierra, negro y dorado. Estaba tan cerca que podía oler el aroma de su piel; jabón y sangre latiendo por debajo, escuchar su corazón acompasarse al suyo, los sueños brillando en los ojos. No tardó en dormirse, respirando dulcemente, las manos olvidadas sobre el pecho.

Todo en él era tranquilo, relajante, casi apacible. Irradiaba paz. El sol se derretía sobre su cuerpo, cálido, agradablemente, imbuyéndole de la fuerza necesaria para acercarse más, hasta tocar con las yemas su cabello rebelde, acariciándolo levemente. Sus dedos recorrieron el contorno de su rostro, sus ojos detallando cada parte de él, fotografiando ese momento, cada instante, el taco suave de su piel. Dibujó la forma de sus labios entreabiertos, sintió aletear su aliento sobre las palmas, intentando atraparlo, hacerlo suyo. Y entonces, apoyado sobre sus codos, su nariz sobre la de Robert, se inclinó para besarle, un gesto que sólo aquella tarde de verano conocería y que Michael guardaría en su corazón por siempre.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor 15nuxalxv » Lun Feb 16, 2015 1:05 am

Precioso ;A;. Me quedé bastante sorprendida cuando Robert le habló sobre eso a Alec, aunque también es lindísimo <3. El amor entre parabatai me encanta (y en la próxima saga tendremos de sobra :3).

Sigue escribiendo~
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Dom Mar 01, 2015 8:25 pm

Estos relatos participan en el reto "Subterraneos". Consiste en escribir en 155palabras.
¡Espero sean de vuestro agrado y, como siempre, gracias por el tiempo y por leer!

Ragnor Fell


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Ser pirata había sido la mayor estupidez de toda su inmortalidad. Después de aquello había decidido no volver a visitar Perú, ese país odioso; pero pronto se había encontrado rompiendo su juramento, empujado por un corazón devastado y la bondad del suyo propio.

Tras aquello sólo podía decir que Magnus Bane merecía la muerte. Le había torturado de todas las maneras posibles y, después, ignorado deliberadamente, entregándose a un estúpido amor mortal, dejándolo con una total desconocida que, después, devendría una buena conocida. Le había visto humillado, hechizando una alfombra y jugando a ser un cactus. Un bochorno que jamás sería capaz de eliminar de sus recuerdos.

Pero ahora estaba a salvo, lejos de todos ellos, perdido en los recónditos rincones de Idris, lejos de las locuras y los desvaríos de sus amigos. Y ya nunca más volvería al exotismo desbordante de las selvas peruanas, porque ahí , refugiado de todos, le encontraría la muerte.


Aldous Nix


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Los siglos pesaban en sus ojos mientras veía épocas caer, siglos perecer.

Había vendido sus habilidades a cambio de la comodidad que podría encontrar en cualquier parte, pero algo lo ataba al Hotel Dumont, ese hogar que se había construido entre lujos y excentricidades.

Tal vez era demasiado mayor para adaptarse al mundo de nuevo, por ello se mantenía ajeno, encerrado entre libros y polvo, como Magnus les decía a todos.

Fue entonces cuando lo sintió, latiendo en su sangre, escribiendo en los recovecos de su mente, las palabras que no podían ser dichas, las que le hablaban de su verdadero hogar; el Pandemónium, la residencia infernal, el hábitat de los demonios. Convocó las almas de los muertos y, con su sangre, abrió la puerta que le llevaría con su padre de nuevo.

Dolía mientras su cuerpo se partía, desintegrándose, atravesando múltiples dimensiones, pero no importaba, pues la muerte lo llevaría al infierno con ellos.


Malcolm Fade


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Sentía como si el frío se fuera a instalar en su corazón, a congelarle para siempre, eliminar cada uno de sus latidos. Tuvo que recordarse por qué estaba en Nueva York; a menudo su mente se olvidaba de cosas, pero no de aquello; debía avisar a Catarina.

No recordaba cómo la había conocido, pero sí su piel de ópalo. Siempre le había gustado las marcas demoníacas llamativas y exóticas, contra más visibles, mejor. Recordaba cómo había creído que ella sabría a helado y cómo Catarina le reprendió por pensar aquello. A veces era así; tenía que luchar contra la tristeza de su vida, esa melancolía que jamás desaparecía. Era algo que siempre le perseguiría, de lo que no podía huir y que le volvía propenso al melodrama y a perderse en sus pensamientos. Pero aquello era importante; estaban al borde de una guerra en la que deberían implicarse, aunque fuera sólo por recuperar a Magnus.


¡Gracias por leer!
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Notapor 15nuxalxv » Lun Mar 02, 2015 10:17 pm

Me gustan los tres. Espero que te saliese bien el reto :3.

Mi favorito, el de Malcolm Fade aunque mejor que vaya olvidándose de Magnus o verá lo que vale un cuchillo serafín.

¡Sigue escribiendo, guapa~!
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Vie Mar 06, 2015 10:49 pm

¡Gracias por los comentarios, Nuxal! Me alegra que te gustaran.

Dejo un nuevo relato. Éste también participa en un reto, en este caso la temática es "El Círculo". ¡Espero que os guste! ¡Gracias por leer!

Carta al futuro
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Spoiler: Mostrar
Idris, 1991, Herondale Manor House.

Amatis,

Sé que voy a morir. Pronto. Lo siento en el modo de mirarme de Valentine, en el desprecio que impregna sus pupilas cuando nadie le ve, en cómo ya no confía en mi; cree que le he fallado. Y lo haré. He visto la verdad que se esconde tras sus actos, la realidad que ocultan sus palabras; no hay modo alguno en que pueda expresar las atrocidades que hemos cometido por él, los crímenes que él nos ha inspirado en nombre de algo sagrado que ya no existe.

He cometido muchos errores por su causa, por su influencia, por su aprobación. Sólo quería un lugar al que pertenecer, donde me aceptaran sin esperar nada a cambio, lejos de mi familia represora, de toda esa condescendencia, de su benevolencia para con quienes entendía eran inferiores, diferentes. Creía firmemente en sus palabras, en que hacíamos lo correcto. No sabes cuán equivocado estaba, Valentine no es más que un impostor, he visto su rostro tras la máscara, su fanatismo, los extremos a los que está dispuesto a llegar. Y no quiero ir con él, no quiero caer a su lado, ángeles de regreso al infierno.

Tendría que haber sabido que mi hogar, mi sitio en el mundo, eras tú. Que no necesitaba más. En ti comenzaba y terminaba la vida que tanto ansiaba, la libertad de amarte, de tenerte a mi lado. Rompí nuestras promesas pensando que era lo correcto, te abandoné cuando más me necesitabas esperando cumplir con algo superior; la verdad es que no quería estar relacionado con ningún submundo, por ello acepté de buen grado dejarte. Si hubiese visto, como tú, los mismos ojos azules brillantes de Lucian, aún tras la conversión, hubiese sabido que seguía siendo el mismo, no un monstruo con rostro humano sino esa persona a quien tanto amabas, que tan desesperadamente te necesitaba... Pero creía ciegamente en Valentine y ahora Lucian ya no está más con nosotros. No intento excusarme pues lo que hice, lo que te he hecho, es imperdonable, mis actos no pueden ser borrados. Jamás podré remediarlo, redimir la fuerza de mis pecados. Los errores me perseguirán siempre, hasta el último momento. Y, cuando muera, formarán parte de mi ser.

Sólo quería ser mejor que mis padres, huir de ellos, de su sofocante presencia y acabé encerrado en el Círculo, siendo la sombra de alguien a quien consideraba casi como un dios. Quería brillar ante sus ojos, superar las expectativas puestas en mi, necesitaba desesperadamente ser aceptado por él, por todos ellos. Ese fue mi primer error.

El segundo fue dejarte, cumplir con lo que otros esperaban que hiciera. No dije nada, permití que quitasen las doradas runas de mi pecho y que volvieran a ser escritas por otras manos, manos desconocidas, ingenuas, manos que no puedo mirar. Y se siente tan diferente... Contigo, mi pecho se sentía cálido, vivo; ahora sólo es un dibujo vacío, que consigo olvidar. No puedo amarla, Amatis, jamás podré hacerlo como es debido, como te amo a ti. Porque siempre te he amado, incluso en la locura del dolor y la pérdida, incluso cuando sé que soy la causa de tu desgracia. Ojalá pudiera ver brillar la alegría de nuevo en tus ojos, me temo, pero, que moriré y el último recuerdo que de ti guarde sean tus lágrimas cayendo en silencio, mientras unas manos despreciables tallaban sobre tu piel los trazos que nos desataban, que te alejaban de mi. Lo siento.

Céline no tiene la culpa; ella cree en Valentine, en la bondad que reside en él, ella sólo busca su aprobación. Espero que lo sepas; el único culpable soy yo. Ódiame, olvídame, sigue adelante, por favor, pues no puedo saberte infeliz, sola y perdida; tu sombra plana en mis sueños, siempre está presente en la lejanía, acompañándome, torturándome. He intentado entregarme a las dulces caricias de otra, de ser suyo como una vez lo fui de ti, pero no puedo arrancarte de mis entrañas, eso sería peor que la muerte.

Intento hacer lo correcto, pero hace mucho que dejé de ser bueno. Sus besos mueren en mis labios y yo no los encuentro, no hay chispas, no hay magia, no vuelve loco a mi corazón. Duermo con ella y la quiero, porque es dulce e inocente y porque me necesita. Quiero protegerla, hacer que las cicatrices dejen de doler, pero no puedo ser suyo, no más allá del cariño. No la quiero como merece y lo siente, lo puede ver en mis ojos, donde nada brilla cuando la miro y finjo ser mejor.

Amatis, no voy a pedirte el perdón, pues sé que no puedo ganarlo, que nada de lo que haga podrá compensar todo el dolor que te he causado, sólo pido que, cuando me haya ido, le entregues esto a mi hijo, para que sepa quién soy. Háblale de mi, dile que incluso cuando sólo es una idea en mi mente, lo amo. Que lamento no poder verle nacer. Por favor, enséñale a querer del modo en que tú lo haces, con intensidad y dulzura, con todo el amor condensándose en tu mirada. Cuéntale quién he sido, los errores que he cometido, enséñale a ser mejor de lo que yo jamás he sido.

Siempre pensé que tus manos serían las únicas que tomarían mi cuerpo, que tu sonrisa sería lo primero que viera al amanecer, que sentiría para siempre tus besos cayendo sobre mi como brasas y aunque otra haya ocupado tu lugar, eres la única. Cuando ella me toca son tus manos las que rozan mi piel, son tus labios los que encuentran los míos en la oscuridad, son tus ojos azules los que me miran cuando lo hacen los dorados de ella. Soy fiel a tu recuerdo, es algo que nadie podrá suplantar. Cuando ella canta es tu voz la que llega a mi oído, son tus palabras las que abrigan mi corazón cuando hace frío. Tú fuiste la primera y después de ti sólo hay el vacío, uno que Céline intenta llenar sin lograrlo. Y se siente como si la estuviese engañando, pretendiendo ser quien no soy, por ella, por su felicidad. Después de todo, tú eras mi luz, mi estrella.

Me queda poco tiempo, pronto tendré que marchar, pero quería que tú, al menos, supiera la verdad. Por favor, se feliz. No llores cuando ya esté muerto, no lo merezco, sólo cuida de ti y no dejes que nadie te haga ser quien no eres como Valentine ha hecho conmigo. Me miro al espejo y no me sé ver en el reflejo, no hay nada de lo que alguna vez tanto quisiste. Sólo queda el miedo, la soledad, el desprecio por lo que tengo que hacer y sigo haciendo, el odio que siento por mi, por lo que os he hecho.

Te quiero. Hoy, mañana, ayer. Siempre.

Stephen Herondale.


Espero que haya sido de vuestro agrado, de lo contrario, lamento las molestias. Y, como siempre, toda crítica es bien recibida. ¡Gracias por leer!
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Notapor 15nuxalxv » Sab Mar 07, 2015 12:33 am

Pobre Stephen ;A; . Y pobre Amatis. Odié cómo acabó, habría sido bonito que encontrara el amor; aunque después de leer esto sé que habría sido imposible.

Estúpidos y sensuales Herondale :c.

El texto genial, has plasmado su desesperación, dolor y culpa a la perfección.

¡Sigue escribiendo! :3
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Vie Mar 13, 2015 2:38 am

Bueno, aquí la segunda participación en el reto del "Círculo". Esta vez trata sobre Samuel Blackwell.
Espero sea de vuestro agrado, ¡gracias por leer!

The Evil We Love


Spoiler: Mostrar
Sangre. A su alrededor todo se mueve, tambaleándose. Entonces cae y deja de ser. Hay manchas carmines inundando el suelo, que escapan de debajo de su piel, ahí donde las garras se han clavado, inhumanas, sanguinarias, hasta desgarrar la carne y dejarle ver lo que se esconde dentro. Los gruñidos quedos se alejan, el temor penetra en su cuerpo mientras él se va, medio hombre, medio bestia, aún con su sangre resbalando por su boca, inundando sus sentidos con su sabor; a hierro, a sal, a miedo. No, él no tiene miedo, jamás lo ha tenido. Ni ahora que su tiempo se acaba, consumido entre los débiles latidos de su corazón, con la muerte acercándose como un consuelo, como el final de todo dolor; él no teme, tan sólo espera, como siempre ha hecho.

Recuerda la gloria de servirle, de mantenerse fiel a su lado, de hacer de sus palabras la ley. Las luchas y peleas, las batallas que ganaron, las que no pudieron prever. Toda su vida pasa ante sus ojos encharcados, embarrados por la sangre que gotea de su sien, del profundo arañado, la brecha que Lucian le ha hecho. No se acostumbra a que no esté muerto, a que ahora sea menos de lo que siempre fue. Y, al final, ha sido vencido por uno de ellos, por uno de esos híbridos a los que tanto odio tiene.

De todos los submundos ellos son los peores, bestias sanguinolentas, despiadadas, salvajes, feroces y temibles, sedientas de carne, de huesos que roer. Los ha visto transformarse, aullar a la luna, ensañándose en morder hasta el tuétano, hasta rasgar toda la piel, relamiendo la sangre que escapa de las heridas, sonriendo al anochecer, los colmillos asomando, amenazando, gruñendo por lo bajo a su presa que aún está por comer.

Siempre ha detestado a los submundos, con su aspecto inocente, con el poder demoníaco corroyéndolos, la sangre mestiza que les hace ser diferentes, seres sin alma o sentimientos. Por eso él les da caza, porque aún con un rostro humano por debajo subyace la maldad de sus padres, adeptos del mal. Sólo pueden ser matados o, de lo contrario, propagarán su maldición a cada uno de los humanos a los que ellos han jurado defender; los brujos, los descendientes del abismo, contaminando el mundo con su magia del infierno, cobrando por ello como si fuera su derecho; las hadas, seres de fantasía, hermosas criaturas de mentes retorcidas, embaucadoras y letales, viven salvajes en sus tierras sin ley, sin fronteras; los vampiros, nutriéndose de todos los seres con sangre en sus venas, depredadores, incontrolables, insaciables, siempre en busca de más y los hombres lobo, sangrientas bestias con piel de hombre, sádicas, despreciables, sin control, mordiendo a inocentes para convertirlos también. Debían ser erradicados, no merecían la vida; esas eran las palabras de Valentine, resonando en su cabeza, siempre.

Ha creído en la causa desde el inicio, en los sueños compartidos, en construir algo duradero, algo mejor. Un mundo en el que los nefilims no tuviesen que esconderse, donde reconocieran su trabajo, donde los mundanos les rindiesen pleitesía, supiesen a lo que se exponían por ellos, que daban sus vidas por salvaguardar sus tierras. Un mundo libre donde cazar submundos, sin represiones, sin represalias ni acusaciones, donde hombres como Lucian no pudieran existir, donde ellos mandasen por encima de todo, más allá incluso que la Clave. Un mundo que ya no verá, pero en el que aún sueña, deseando que los planes de Valentine se hagan realidad, porque ha dado su vida por ello, por una causa mucho más elevada.


Como de costumbre, cualquier crítica es bien recibida. ¡Muchas gracias!
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Jue Mar 26, 2015 12:17 am

Bueno, después de un tiempo, vuelvo con más relatos. Esta vez sobre vampiros, ¡espero que os gusten!
¡Gracias por leer!

Raphael Santiago


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Era un niño de Caravaggio; rizos oscuros enmarcando un rostro etéreo, inamovible, de un blanco pálido, níveo, tallado contra la oscuridad. Para él ya nunca más pasarían los días, su vida había quedado detenida, contenida en el simple instante en el que su sangre se secó bajo sus venas, cuando su corazón decidió volverse eterno y dejar de latir.

Había contradicho las mismas normas que tanto se afanaba en respetar. Había aprendido a ser paciente, a rechazar la luz del sol, a no extrañar su calidez sobre esa piel siempre fría, siempre perfecta, a ser mejor. Le habían enseñado a caminar por terreno sagrado, a llevar la cruz sobre el pecho, la cicatriz de la pérdida, el amor de una madre que jamás le vería crecer, a la que había engañado para hacerla feliz, para que no llorase por la temprana muerte de su hijo. Por ella seguía viviendo, atrapado en esa mentira, en la idea de que no era el monstruo que él se sabía, que no era el peligro mismo del que su madre tanto temía, cuando había sido él quien había masacrado a sus amigos, cuya sangre había aliviado esa sed eterna, siempre presente, latiendo en su garganta, pidiendo más de esa bebida rojiza que corría bajo la piel y que tan dulcemente sabía en sus labios, el veneno que le nutría.

Bajo su apariencia de fingida inocencia habitaba un alma maldita, contaminada por el pecado de regresar de su propia tumba cavada en la tierra. Había tenido que aceptar su nueva condición a la fuerza cuando alguien salvó su cuerpo de morir bajo la luz abrasante del sol que se colaba por una olvidada claraboya en un viejo hotel venido a menos. Y ahí había terminado por encontrar un lugar al que adaptarse, una nueva familia de sangre y noche.


Camille Belcour


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Ira, tristeza, desolación; era todo lo que sentía, todo lo que su marchito corazón abarcaba. Pero iba a vengarse de ellos, de quienes la habían traicionado, de quienes la habían separado para siempre de su único amor.

Rencorosa, despiadada, fría; así era como otros la describirían. Hermosa, elegante, perfecta; así era como la noche la veía. Ojos verdes y cabellos rubios, caminando por un mundo sumido en sombras, en el que ya no existía la ilusión, en el que todo estaba frío y muerto, donde ella avanzaba a trompicones, pero siempre hacia el frente, hacia el final que se extendía hasta el infinito. Había conseguido lo que estaba buscando, la venganza por fin había sido escrita y, aunque no por sus manos, llevaba su firma. De Quincey había desaparecido entre espasmos de dolor, del mismo modo en que él le había asesinado, arrebatándoselo de su lado, a Ralf, su más querido amor.

Manipuladora, cruel, sanguinaria. Había usado a muchos a placer, jugando con sus emociones, haciéndoles creer que eran importantes en su corazón, una ilusión, una farsa que interpretaba a capricho, para ganarse su favor. Tiraba de los hilos y los hacía bailar a su son y ellos sonreían, encantados, encandilados por ella, por estar a su vereda. Luego morían entre sus manos, como un soplo frío, lamiéndoles la sangre que conseguía escapar de sus fauces letales. Ninguno la merecía. Ella había nacido para ganar y haría lo que fuera por llegar hasta arriba, donde nadie jamás la pudiera volver a tocar, donde nadie pudiera hacerle daño de nuevo, donde dejar de sentirse vulnerable y sola.


Maureen Brown


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Sangre y Simon, eso era todo lo que necesitaba, lo único que ahora quería, un sueño hecho realidad. De repente todas las criaturas fantasiosas existían y ella se había erigido como su señora; la reina Maureen de la oscuridad. Podía tener cualquier todo lo que quería, podía beber hasta la extenuación, hasta saciar aquella sed primitiva y voraz, dejando rastros del fluido que caía, ese rojo que tanto deseaba y que pintaba su boca. Pero no importaba, ya no podían hacerle daño, ya no la podían tocar.

Ahora el mundo se extendía bajo sus menudas Convers rosas, un cielo del mismo color del ocaso; rojo, violeta y azul pálido, bañado por la enorme piruleta que sujetaba frente a sus ojos. Y sólo faltaba una cosa para completar aquel mundo de sueños y realidades, una sola persona para que gobernase a su lado; Simon Lewis, a quien ascendería al concederle su mano, a quien haría suyo a cualquier precio.

Porque lo quería, y lo quería ahora.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Dom Abr 12, 2015 6:02 pm

Dejo un nuevo relato vampírico. Estoy pensando en hacer relatos también sobre los brujos y las hadas. Puede que también de los hombres lobo, no sé. Ya sabéis que mi amor son los personajes secundarios. Como sea, aquí está. Espero sea de vuestro agrado, de lo contrario, lamento las molestias.

Alexei De Quincey


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Aún recordaba cómo era vivir lejos del yugo de la Clave, cuando los de su especie eran libres para matar, para saciar con sangre esa sed que les devoraba, cuando podían arrebatar en un suspiro toda vida humana. Pero los Acuerdos se habían firmado y él debía interpretar su papel. Era el líder del clan de Londres, severo y justo con los suyos, pero nadie podría jamás descubrir qué se ocultaba tras su máscara de lealtad para con los hijos del ángel, todas las mentiras, las traiciones, los planes hechos para destruirlos, para arrasarlos del mundo y ser ellos de nuevo los dueños de sus destinos.

En sus engaños residía su poder, tras la frivolidad de las continuas fiestas en su mansión, oculto por el esplendor y el brillo, sólo apto para los elegidos. Tras las cortinas, bajo el telón de todo ese teatro del que él era el protagonista, se escondía el latir de un corazón, el placer de liberar sus colmillos y vaciar esos cuerpos maltrechos, derramar toda su sangre y cubrir de carmín sus bocas, beber hasta el hartazgo y divertirse lamiéndose los labios. Ellos jamás lo sabrían, no les podrían castigar. Tenía el poder y los medios para engañarles, para jugar su propio juego.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Vie Abr 17, 2015 5:04 pm

Como la anterior vez escribí sobre los líderes vampíricos de la saga, en esta ocasión les toca el turno a los Hijos de la Noche. ¡Espero sean de vuestro agrado! ¡Gracias por su tiempo y por leer!

Las cartas florales son diseños y propiedad material de la artista Cassandra Jean, igual que todos los personajes, son propiedad intelectual de Cassandra Clare.

Full Moon


Luke Garroway
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La sangre resbaló por sus manos, roja, cálida. Podía sentir el latido pausado de un corazón muriendo, aferrándose a su piel, entre sus dedos extendidos, bajo su palma. Se dejó caer a su lado, cuerpo contra cuerpo, la muerte flotando entre ambos. Sus ojos oscurecieron una noche clara, el viento trajo el aroma del hierro que aún manchaba su rostro envuelto en llamas de ira, descontrol, las garras que aún conservaban el rastro rojizo de lo que habían rasgado; huesos y piel aún ensangrentada. Y a poco la bestia dejó paso al humano que habitaba en ella, convulsionándole mientras regresaba a su ser, a la esencia de una vida de sufrimiento, dolor y pena, a la condena de un mundo que le creía muerto.

Cientos de ojos centellearon en la noche, brillantes estrellas sometidas al universo, observándole, subyugándose a él, arrodillándose a su alrededor, en un círculo perfecto trazado por la costumbre y el poder que ahora él atesoraba, que le había arrebatado al anterior líder. Y tal vez ahí encontraría el hogar al que ahora pertenecía, pero se sentía vacío, con el tormento de sus actos cayendo sobre su conciencia.
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Notapor 15nuxalxv » Vie Abr 17, 2015 8:14 pm

Luke *^*.

Genial como siempre, tu estilo me encanta. Y los licántropos son mis seres fantásticos favoritos, así que perfecto ^^.

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Re: Shadowhunters Tales

Notapor ita » Vie Abr 17, 2015 9:30 pm

Aquí dejo el siguiente relato sobre licántropos. Espero sea de vuestro agrado, de lo contrario, lamento las molestias. ¡Gracias por leer!

Maia Roberts
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Dolía. Los gritos inundaban su mente, llenando todo su ser, huesos que se partían bajo la luna, piel quebrándose, abierta a un anochecer incipiente. Todo su cuerpo se convulsionaba, su alma expirando en lamentos mientras una fuerza imponente se apoderaba de ella y la obligaba a aullar, a retorcerse sobre sí misma, envuelta entre sábanas que la ahogaban, que la hacían tiritar.
No podía creer que lo que estaba sucediendo fuera cierto, que él la hubiera transformado en algo totalmente fantasioso, pero sus ojos fijos en sus pupilas le hablaban de odio, de locura, de propiedad. Le había dicho que era suya y la había marcado como su posesión, oscuro y deseoso por tenerla como compañera cuando entre ellos las palabras habían muerto. La había atacado y por ello ahora pagaba el precio del dolor sobre su carne, la demencia de verse convertida en algo aterrador, la verdad abriéndose paso entre la inconciencia a la que se dirigía, las fuerzas expirando entre gruñidos, quejas que en su mente tenían sentido pero que morían al salir de sus labios, dejando sólo llantos lastimeros de dolor.
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Re: Shadowhunters Tales

Notapor 15nuxalxv » Dom May 10, 2015 12:40 am

Mi Maia *^*.

Me encantan tus relatos sobre los personajes secundarios, son geniales y no sabemos lo suficiente de ellos <3.

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