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El Moguri le dio lo que parecía un collar con una piedra roja y un extraño símbolo. Le pareció bonito, casi como su colgante-llavero que siempre llevaba encima. Se lo dio a Hiro con una sonrisa.

-Toma. Vaya, no era tan difícil después de todo.- dijo. Seguidamente, se sacó de la camisa el colgante-llavero y se lo enseñó a Hiro. -Yo también tengo un colgante. Lo encontré en la playa de Islas del Destino, que es donde yo vivía antes de venir aquí. Las olas debieron de arrastrarlo hasta allí.- se lo volvió a guardar.

Kairi se alegró de haber recuperado el objeto de Hiro. Le miró esperando alguna respuesta.

Cogió su collar y se lo puso al cuello, bajo aquella especie de correa de perro que tenia en el cuello con un simpático cascabel que apenas sonaba.

- Cierto, hueles a mar, siempre me ha gustado ese olor, me recuerda a cuando era niño - Le respondió a la vez que le empezó a olisquear todo el cuerpo, se escuchaba bastante como respiraba fuertemente por la nariz para captar así su olor, era algo que Hiro encontraba del todo natural, teniendo en cuenta que su padre era un perro el creía que era algo normal entre las personas.

- ¿Te apetece sentarte un rato y tomar algo? No he comido nada - Dijo con una amable sonrisa mientras lentamente caminaba hacia el jardín, con una agradable mirada que incitaba a que Kairi le siguiera y pudieran disfrutar de un agradable rato.

Mientras Hiro le olisqueaba todo el cuerpo, Kairi se sonrojó un poco. Pensó que ya que tenía rasgos perrunos, su comportamiento debía parecerse también a un perro. En vez de decirle algo se limitó a sonreir, pues le gustaba esa sensación.

Cuando Hiro la invitó a tomar algo con él, Kairi aceptó de buena gana.

-Claro, precisamente me estaba preguntando si habría chocolate en esta "fiesta". Soy un poco golosa.- rió. Entonces recordó que ella tampoco había desayunado nada. -Pero no creo que comer chocolate sea saludable por la mañana. ¿O sí? De todas formas, te acompaño.- Kairi siguió a Hiro al jardín, totalmente relajada.

- Pues ni idea, yo no soy demasiado goloso - Acompaño a esta frase con una sonora carcajada poco disimulada mientras, a su lado, la acompañaba hacia el Jardín para invitarla a sentarse en el verde y suave césped que se movía y brillaba con el sol y el grácil viento que soplaba como un cálido aliento.

De su manga saco unas golosinas que parecían tener buena pinta y que ofreció en gran parte a la joven, que yacía sentada a su lado y que parecía observarle con atención, como si quisiera hablar o hacer algo, tal vez tenia que ver con su aspecto, o con las golosina, Hiro no llegaba a ver que era exactamente pero aguardaba silenciosamente a que dijera algo.

Kairi se sentó en el césped del jardín junto a Hiro. -Qué cómodo.- dijo sonriente. Vio cómo sacaba unas golosinas de su manga y se las ofrecía. Kairi no quería rechazar un regalo, las cogió y empezó a comérselas.

-Qué ricas... ñam... ¿Tú no comes?- dijo mirando a Hiro. -Ñam... Gracias, no había desayunado nada. Por cierto, ¿de qué mundo vienes?- le preguntó mientras se comía las golosinas. Hiro despertaba en ella cierto interés, quería conocerle un poco.

- Yo, soy de Villa Crepúsculo, es genial ver el atardecer, es como una llama incandescente que brilla con fuerza y que parece que nunca se va a apagar - Le explico mientras le miraba de vez en cuando y gesticulaba con los brazos - Lo mejor es ir a la ciudad y subir a la pequeña montaña y ver sentado des del banco el atardecer, se ve genial - Expreso mientras se acomodaba en la hierba y se estiraba en el césped, miraba al cielo y las nubes - Que bien huele - Soltó al aire mientras lentamente cerraba los ojos.

-Qué bonito suena como lo cuentas.- dijo Kairi. Los atardeceres más bellos, una luz incandescente que nunca parece apagarse,... A Kairi le entraron ganas de ir allí.

-Me gustaría ir a ese mundo y ver el atardecer desde la montaña.- le dijo a Hiro, pero vio que se había dormido. Kairi sonrió y decidió dormirse también. Se tumbó en la hierba y cerró los ojos. La brisa de la mañana le acariciaba la cara. Y efectivamente, olía bien.

Pude observar como mi aspecto singular causó cierta impresión entre algunos aprendices junto a los que pasaba, atrayendo algunas miradas. Pero bueno, ya estoy algo acostumbrado porque en las islas tampoco es muy común, supongo que serán nativos de mi mundo natal... en cuanto al color de mis ojos, sé que a menudo es tratado como un síntoma de una continuada exposición a la oscuridad, pero ese no es mi caso.

La chica a la que formulé la pregunta parecía querer ir en búsqueda del aprendiz causante del revuelo inicial junto a su acompañante ¿Parecían pareja? Alcé ligeramente la mano cuando se giraron, creyendo que no me habían oido, pero justo entonces la joven volteó en mi dirección.

- No deberías ser tan grosero cuando hay damas presentes- dijo mientras señalaba a la joven de piel morena. No parecía decirlo de forma enfadada, sino corrigiendo mi tono de habla, demasiado coloquial supongo. - Y mejor que te tomes algo para el estómago, seguro que hoy en el comedor dan mucho dulce para comer.- Una vez terminó de hablar, tomó la mano del chico y siguió su camino -Eh... Gracias por el consejo...-.
Miré tras de mí y al ver como todos parecían enfrascarse en sus propios temas mientras otros se iban, me encogí de hombros. Recorrí los pasillos en busca de algo de comer, y en uno de ellos un Moguri dejó caer una caja de bombones en forma de corazón en mis manos sin más dilación, mientras se alejaba volando.

Comí los bombones alegremente hasta acabar la caja, tras lo cual hice una parada en el comedor. Al ver tanta comida, me relamí los labios y me froté las manos, tras lo cual me lancé al ataque sin poder contenerme.
Mi hambre atroz hizo de las suyas, causé estragos a todos los platos que se presentaban y aún así podía atacar otro y otro más sin cansarme... es increible que no engorde. Cuando tuve suficiente, dejé el comedor conteniendo el aire con una mano en la boca al limpiarme con la servilleta mientras me frotaba el estómago, complacido.

Mi siguiente parada fueron los jardines, observando el crepúsculo. Cuando el sol estaba a punto de ocultarse, suspiré invocando mi llave espada; acto seguido me puse en pie y la lancé a los cielos para transformarle en el Glider, que usé para colocarme en un tejado bastante elevado desde el cual ver las estrellas.
Tumbado en este y observando el cielo azulado contrastando con las luces rosadas que salían de las vidrieras del castillo, hurgué con la mano mi bolsillo y extraje lo que estaba buscando: Una concha de thalassa.
Alcé mi mano con ella sujeta entre los dedos índice y pulgar para verla claramente a la vez que las estrellas, haciéndola girar de vez en cuando. -Un día- susurré -Sé que compartiré este día con alguien- una sonrisa agridulce se formó en mis labios.

Permanecí allí viendo estrellas fugaces hasta que noté que hacía bastante frío. Volví a mi cuarto y me dejé llevar a un plácido sueño esperando ese momento.