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Que Ragun se quitase su Armadura no hacía ninguna diferencia. Para Pema, pese a que sólo se lo había topado una vez, su olor era inconfundible, incluso cuando llevaba su cuerpo completamente cubierto, a la bisonte no le costaba reconocerlo. Continuó gruñéndole amenazante, esperando que entiendese el mensaje de que no era bien recibido allí antes de que tuviese que lastimarlo; algo que, claramente, a Xefil no le agradaría.

—¡Oh, Pema! Que tierna eres. ¿Tanto ansías que vaya en tu búsqueda que prefieres romper el cristal para no hacerme dar toda la vuelta?

¿Qué acababa de decir? Pema volvió a dejar salir un gruñido, pero esta vez de extrañeza, mientras se alejaba varios metros de la ventana. ¡No! ¡Por supuesto que no quería que se acercase a ella! ¡Era repugnante y aterrador!

—No sé cuando empezó a florecer este sentimiento en mí, Pema. Pero te digo enserio esto: Te quiero, deseo que seas mi dulce princesa. Quiero estar contigo para siempre.

¡Aquello no estaba bien! Ella era amiga de Xefil y se había prometido que le devolvería el favor por haberle salvado la vida; y de cualquier manera, Ragun no le agradaba. No estaba dispuesta a cooperar con él para lo que fuese que quisiera. No estaba dispuesta a acercarse a alguien que usara la Oscuridad tan despreocupadamente. ¡Ella se quedaría allí en Tierra de Partida con su amigo, y se aseguró de confirmarlo con otro fuerte rugido!

Sin embargo, Ragun no estuvo dispuesto a rendirse. Usando su magia oscura, saltó por la ventana y se unió a Pema en su vuelo, algo que dejó aterrada a la pobre bisonte. Un humano no podía volar por sí mismo; era esa misma razón por la que Xefil montaba en ella. Si Ragun podía hacer... ¡Aquello era un demonio!

—Te haré muy feliz.

Pema soltó otro rugido, esta vez de alerta, y salió disparada hacia los jardines, dispuesta a acercarse a un sitio con más gente y donde no le costara conseguir ayuda.


Y todo aquel alboroto, evidentemente, no pasó desapercibido para mí. Desde la ventana de la torre a donde me había subido, pude escuchar el rugido de Pema y los cristales rompiéndose. Discutí un momento con Némesis, preocupado por lo que pudiese pasarle a mi Mascota, mientras ella insistía en que no era importante y amenazaba con hacerme caer al mover el lado izquierdo de mi cuerpo contra mi voluntad.

Luego lo vi salir disparado en su Glider por la ventana, siguiendo a Pema por alguna razón, y el corazón me dio un vuelco. Casi al instante Némesis soltó una exclamación ahogada y comenzó a repetir su nombre una y otra vez, mientras mi mano izquierda se sacudía con emoción.

—¡Vamos vamos vamos vamos! ¡A qué esperas! ¡Muévete!

Mi mano y pierna izquierdas de desatendieron del trabajo que estaban haciendo. Prefiriendo ir en búsqueda de Ragun, se soltaron del alféizar donde estaban apoyadas y por poco me hicieron caer de la ventana, por lo que claramente solté un grito.

Y como si alguien me hubiese estado escuchando, de pronto sentí un fuerte tirón en el pecho, como si alguien me hubiese atado con una cuerda invisible, que me obligó a abandonar mi pequeño refugio. Aquella fuerza me levantó y me hizo cruzar el aire sin que yo pudiese resistirme. Por unos instantes me quedé tieso, sin saber muy bien qué hacer, pero pronto mi sentido común me hizo materializar mi Llave-Espada para convertirla en mi Glider a medio camino.

Sin embargo, no fue necesario. Con un fuerte golpe, aterricé sobre un sitio familiar, que olía a cuero y a pelo sucio. Incluso antes de acomodarme en mi sitio, mi mente fue capaz de hacer la conexión y descubrir que, de alguna manera, había caído dentro de la silla de montar de Pema.

—¡Ponte de pie! ¡Ahora! ¡No podemos perder el tiempo, tenemos que ir a buscarl-- Ah!

En cuanto alcé la mirada, me topé con sus brillantes ojos amarillos contemplando los míos. Aquello, sin duda, debía ser el destino. ¿Por qué, si no, estaría Ragun, traidor de Bastión Hueco, en Tierra de Partida? Obviamente estaba poniendo en riesgo su vida para buscarme. Al igual que yo de él, él necesitaba de mí. Aquella necesidad intrínseca, aquella adicción, era recíproca.

—Al suelo, bonita —pedí a Pema, poniéndome de pie en su silla de montar y sosteniendo mi Llave-Espada. Contemplé a Ragun con mis ojos heterocromáticos y, apuntándole con mi arma, declaré—: ¡Alexander Fürst von Wiedererinnerung, lucha conmigo! ¡Te reto a un duelo; y el ganador hará con el otro lo que se le plazca!

Escuché a Némesis soltar un gritito en mi interior, mientras las cadenas se sacudían de un lado a otro.

Algo extraño ocurrió mientras entrenaba en los jardines traseros. De pronto, el cielo se tornó de un rosa chillón tan cursi que hasta empalagaba, y en él se dibujó una preciosa estela de estrellas fugaces. Me quedé observando aquel fenómeno entre asombrada y extrañada, cuando de pronto las estrellas cambiaron de rumbo, y se dirigían nada más ni nada menos ¡que hacia el castillo! Una de ellas estaba cayendo directamente hacia mí y, asustada, intentá correr y ponerme a cubierto, sin éxito.

—¡¡¡No!!! —exclamé mientras me atravesaba el corazón.

La flecha me dejó medio inconsciente en el suelo. No había dolido, pero me sentía débil y mi corazón comenzó a latir más fuerte. Cuando me reincorporé, medio atontada, mis pulsaciones eran más altas, mi corazón latía con tanta fuerza que parecía que se me iba a salir del pecho. La imagen de la maestra Yami se dibujó en mi mente y, inconscientemente, una sonrisa bobalicona se esbozó en mi rostro.

—Maestra...

—¡Te quiero! —escuché gritar con efusividad a alguien a mi lado.

Cuando me giré para ver de quién se trataba, vi que a un chico rubio, algo mayor que yo, caer de bruces al suelo. Me acerqué al chico y me agaché, ofreciéndole una mano para levantarse.

—Me... ¿quieres? —pregunté, y entonces, de pronto, la imagen de Yami volvió a aparecer en mi mente— Yo...

Retiré la mano a toda velocidad y, como empujada por una fuerza misteriosa, comencé a correr por los jardines y el castillo en busca de la maestra, preparada para decirle todo lo que guardaba en mi corazón.

"Maestra Yami... ¡La amo!"

Todo parecía dispuesto para echarse unas carcajadas cuando de pronto Enok sintió la presencia de aquella muchacha junto a él, agachada y ofreciéndole ayuda.

—Me... ¿quieres? —preguntó algo tímida aquella joven aprendiz— Yo... — pareció mascullar. De pronto se alzó casi en un salto y salió corriendo. El aprendiz, que creía haber logrado su objetivo vio que el mundo se destruía antes sus ojos. Respiró nervioso intentando controlarse, pero su cuerpo no deseaba perder mas tiempo saboreando la tierra. El chico se levantó aun mas rápido e imbuido por el nuevo sentimiento que había despertado la corta presencia de la muchacha a su lado echó a correr tras de ella.

—¡Espera! Aun no me dijiste tu nombre. —exclamó repetidas veces el chico. Por un momento pareció perder a la chica de vista y se detuvo en seco. Miró hacia todos lados. No se daba cuenta del follón que se había montado a su alrededor. Él solo la quería a ella. Ver como crecía, como maduraba, como se hacía mujer. Solo aquello le movía, ese deseo, casi obsesión. No sabía donde seguir buscando cuando de repente recordó una palabra que la chica había pronunciado. Maestra. ¿A quien se refería? ¿Alguien había estado robando el corazón de aquella chica? En ese caso, debía de encontrar a aquella supuesta "Maestra" que se había dedicado a seducir a aquella niña que pertenecía solo a él. Avanzó a paso rápido, malhumorado y maldiciendo su suerte.

La contestación de mi amada fue un rugido lleno de cariño. Cuando Pema se alejó volando supe que solo quería que la siguiese, quizás deseaba llevarme a un lugar especial y más romántico.

Por eso adoraba a aquella peludita mía, era tan atenta...

De súbito, algo cayó sobre su silla de montar y le vi. Era Xefil, el dueño de Pema y pensándolo bien, su carcelero.

¿¡Que debería hacer!? No quería a Pema cautiva. Deseaba que fuese libre para que me amase.

Clavé mis ojos en los suyos. Creí ver una expresión entre feliz y sorprendida en su cara.

—Al suelo, bonita —le susurró a mi musa mientras se ponía de pié sobre la silla de montar— ¡Alexander Fürst von Wiedererinnerung, lucha conmigo! ¡Te reto a un duelo; y el ganador hará con el otro lo que se le plazca!

—Si es lo que tengo que hacer para ganar el amor, que así sea —acepté con firmeza—. En guardia, Xefil Arazecsson.

Materialicé mi llave espada antes de colocarme en una pose de esgrima.

—Der Sieg wird mein sein.

Empecé a correr hacia Xefil y di un golpe vertical. El aprendiz vio venir al ataque y con sus reflejos respondió con un bloqueo que detuvo el impacto costosamente. Incluso con nuestra diferencia de fuerza él lograba mantenerse en pie.

—Esta pelea es lo único que me separa de mi amor —confesé—. No voy a perder. No me lo puedo permitir.

Empecé a empujar haciendo más fuerza con mi llave espada provocando que Xefil empezase a verse obligado a retroceder.

—Cariño~ Aún no me has dicho tu nombre~ —Light giró momentáneamente la cabeza y comprobó que la acosadora le perseguía. Obviamente no la respondió, sino que aceleró el paso, deseando que le perdiera de vista cuanto antes.

>>¿Por qué huyes? ¡No se le puede dar la espalda al amor!

—¡Pero a ti sí! ¡Déjame en paz, loca! —rogó que la chica dejara de perseguirle, aunque sabía que no se iba a detener. ¿Qué clase de embrujo habían lanzado a esa muchacha? ¡Si ni siquiera se conocían de nada! ¿A qué venía eso de ir persiguiendo a desconocidos porque sí?

Pero, por supuesto, su amor por Moguder no era consecuencia de ninguna clase de hechizo: era real. Así lo creía ciegamente el joven, quien no tenía ojos para otro ser en aquel universo. De todos los moguris existentes, Moguder era el más bello y especial de todos. Su atractivo pompón, su perfecta nariz, su sexy cabello… Definitivamente era un moguri especial.

¡Tiene que estar aquí!

Y, finalmente, el destino hizo que volvieran a encontrarse. Aunque la búsqueda había resultado de lo más dura, al fin lo había conseguido.

Light, quien escapaba de su perseguidora, entró de manera violenta en la biblioteca. Una vez dentro, comenzó a recorrer los múltiples pasillos que formaban las gigantescas estanterías. Tras andar un buen rato, en efecto, acabaría encontrando a Moguder.



Intentaría no llamar la atención y se acercaría a la criatura por su espalda. Ensimismado, observó asombrado a su amor mientras se acercaba a él, sin importar lo que estuviera haciendo: simplemente era perfecto. Los mofletes de Light se encendieron y comenzó a sonreír de manera más bien estúpida. Deseó que el tiempo se parara para poder observarle durante muchas horas más. Las mariposas comenzaron a revolotear en su estómago y, extasiado, echó a volar su imaginación, provocando que su llave se alzara. Deseaba tanto atravesar la cerradura…



—No insistas —la voz susurrante de la acosadora le provocó un desagradable escalofrío—, sabes perfectamente que alguien como yo puede ofrecerte mucho más en todos los aspectos que uno de esos moguris.

Light se apartó rápidamente de la aprendiz y corrió hacia Moguder. Sin pronunciar palabra alguna, pillaría desprevenido al moguri y le abrazaría con todas sus fuerzas —que no eran pocas en comparación con las de Moguder—, prácticamente estrangulándole. Estaba más feliz que una perdiz.

—He estado esperando tanto este momento, Moguder. ¿Te apetece chocolate? Tengo todo el chocolate que te puedas imaginar en mi habitación —afirmó, disfrutando al máximo de aquel abrazo. Iba a cazarlo con la táctica de invitarle a chocolate, estaba seguro. Aceptara o rechazara la sugerencia, el joven no le liberaría de sus brazos: dijera lo que dijera, haría oídos sordos. Si se negaba a su abrazo o se quejaba, le estrujaría con más fuerza.

Con el moguri cogido, Light se giró hacia Jess y volvió a rechazar su oferta:

—Lo siento, pero sólo puedo pensar en Moguder. Es el amor de mi vida —confirmó muy seriamente, oprimiendo todavía más fuerte al Moguri. Por mucho que rogara o pateara, no le soltaría por nada del mundo.

Caminé por los pasillos con la pena en el corazón. Necesitaba verlo al menos por algunos segundos y sentirme completo. Quería que me regalara una sonrisa o alguna palabra.



Pero el mundo se vino abajo cuando pasando nuevamente por el jardín él no estaba solo. Podía ser su amiga, una acompañante o quizás su… enamorada. Desde lo lejos, atrás de un pilar del castillo, me quedé observando como aquella chica se lanzaba encima de Hiro y comencé a sentir una pizca de envidia… no, eran celos.

¿Que eran estas extrañas sensaciones?, nunca las había sentido antes. Son ricas, pero a la vez confunden. Me hacen sentir en las nubes, pero mi yo las hace aterrizar sintiendo miedo a caer en algo desconocido. Me gustaba invitar estas emociones, me gustaba estar atraído hacia él.

—Rayos que hago… Yo no soy como esa chica… ella es linda… pero yo quiero estar con Hiro.

Decidido y con los nervios a flor de piel caminé para tan solo hablarle.
—Hola… Qué tal si… pasamos el rato por ahí —dije, rojo como el tomate mas maduro.

Xayim entró en la habitación de Saito. Sin embargo, él no estaba allí. La habitación estaba vacía. Era su habitación, sin duda: El olor de la habitación era como estar en el cielo. Sin embargo, ese no era el objetivo de Xayim: Tenía que encontrarle, y huir de Bastión Hueco. Tenían que tener la mejor cita de su vida en su nave gumi. Tenía que... encontrarlo.

Atravesó la habitación y llegó hasta la ventana, y pudo divisar, al fondo a su amor. Su cabello era de un hermoso color negro, cuyo flequillo tapaba ligeramente sus enormemente penetrantes ojos azules. Una nariz perfecta, y una expresión de un ángel. Ese era Saito. Sin embargo, parecía estar enamorado de otro... ¿Quién podía ser ese asqueroso gusano parásito inmundo que le había robado a su amor? Al girar los ojos, le vio... Vio a una persona con un cabello que era de un hermoso color negro, cuyo flequillo tapaba ligeramente sus enormemente penetrantes ojos azules. Una nariz perfecta, y una expresión de un ángel. Sí, no había duda alguna: Saito estaba cortejando a otro Saito, el cual tenía unas ropas distintas.

Giró los ojos. En las puertas del castillo dos Saitos estaban enfrente de otro Saito, mientras un cuarto Saito aparecía en su propio Glider con su propia armadura... y le ponía su llave espada en el cuello a uno de los otros Saito. El cerebro de Xayim estaba explotando: Todas las personas que veían sus ojos eran exactamente iguales a Saito. Todas, sin excepción, tenían un cabello que era de un hermoso color negro, cuyo flequillo tapaba ligeramente sus enormemente penetrantes ojos azules. Todos tenían una nariz perfecta, y una expresión de un ángel. Todos eran Saito.

—A-amor mío... y-ya estoy aquí... — la voz de Saito, la cual no había oído en la vida, sonó a sus espaldas. Al girarse, pudo verle: Su cabello era de un hermoso color negro, cuyo flequillo tapaba ligeramente sus enormemente penetrantes ojos azules. Una nariz perfecta, y una expresión de un ángel. Podía ver a Saito con un uniforme escolar.

Avanzaba despacio, con una tonta y dulce sonrisa... Sin embargo, Xayim se estaba volviendo loco: ¿Cómo podía saber si era el verdadero Saito?

—Hola... ¿M-me buscabas, cariño? — dijo Saito, con su voz extraída de los ángeles— ¡V-va... vámonos en la nave gumi! ¡Los dos juntos! ¡Quiero pasar el resto de mi vida junto a ti!─ Y cerró los ojos.

─ ¿S-Saito?─ Preguntó, tartamudeando. ¿Era ese el verdadero Saito...? ¿Había verdaderamente un verdadero Saito? ¿O acaso TODAS las personas del universo eran auténticos Saitos?─ ¡No, no eres Saito! ¡¿Cómo narices puedo saberlo?!─ Gritaba, con las manos agarrándose la cabeza. Su grito era realmente desgarrador: Se había vuelto completamente majareta.─ ¡¡Muestrame una prueba!!─ Seguía gritanto, cada vez más demente.─ ¡¡¡MUESTRAME UNA PRUEBA DE QUE ERES SAITO!!!

Sus ojos estaban abiertos de par en par, mostrando la locura en su mirada. Estaba completamente loco, y nada le iba a sacar de esa demencia. Y no era de extrañar: Un sincorazón era incapaz de amar... Forzarle un sentimiento como ese le podía dejar trastocado de por vida.

Pasé las páginas lentamente del libro que acababa de coger de la biblioteca, mientras caminaba hacia mi habitación. Era un volumen bastante viejo, y que parecía haber recibido un mal trato a lo largo de los años. Tenía que tener mucho cuidado si no quería quedarme con un trozo de hoja en la mano mientras lo leía. Repentinamente, oí un ruido de cristales rotos a mis espaldas, y me giré sobresaltado. Una flecha entró en el pasillo y se paró en seco, como si no obedeciera a ninguna ley de la física, y se redirigió hacia su nuevo objetivo… Yo.

Corrí como no había corrido en mi vida hacia mi cuarto y cerré la puerta tras de mí. Aliviado, me dejé caer de espaldas, apoyado en la puerta y suspiré. << Hora de pararse a pensar. Alguien o algo me ha atacado con una flecha mágica desde la distancia, pero, ¿por qué? ¿Qué quiere de mi? Yo no tengo nada… A no ser, sea un ataque general a Tierra de Parti… Mierda.>> Pude ver como la flecha volvía a por mi, atravesando la ventana. Esta vez no podría esquivarla, así que cerré los ojos…

Noté un pinchazo en el pecho, a la altura del corazón, y abrí los ojos lentamente, con miedo a lo que podía encontrar. Pero la flecha había desaparecido, y yo me sentía como nunca. De hecho, una sensación nueva comenzaba a recorrerme el cuerpo, a darme energías renovadas… ¿Amor? Un nombre aparecía cada vez con mayor claridad en mi cabeza: Malik… Malik… Una imagen le acompañaba: un hombre de piel morena, pelo castaño oscuro y unos ojos de color azabache… Tenía que encontrarle, y hacerle mío. Salí de mi cuarto, abriendo violentamente la puerta, y corrí por el pasillo hacía los jardines, gritando su nombre a los cuatro vientos:

─¡¡MALIK!!

Aquella mañana me levanté como cualquier otro día. Cuando miré sin mucho interés que día era, descubrí que era el 14 de febrero. El famoso día de San Valentín. Aquel día a mí me parecía una tontería. ¿Un sólo día para declararte a la chica o chico que te gusta? ¡Por favor! ¿Y qué pasa con los restantes días del año? ¿No se puede uno declarar? Con lo bonito que queda en las series que veo declararse el día de navidad por ejemplo...

—Tsk, no saben que tonterías inventarse, de verdad...

Tras ducharme y desayunar, me dirigí a entrenar, ¿para qué malgastar el día buscando el declararme a una chica, si apenas conocía chicas en Tierra de Partida?

—Declararse... Bah...— Me dije para mí mismo.

Tanto Kousen como Hikaru recibieron una flecha de lleno en su corazón. Sin saber qué demonios estaba sucediendo, un sentimiento embriagador los atontó por completo, regalándole una imagen que le daría sentido a sus vidas.



A la par que Hikaru comenzó a buscar con desesperación a Jess, Kousen salió corriendo en busca de su amada. La Maestra que le había regalado aquella nueva vida como portador, ¡demonios! ¿Cómo es que no se había dado cuenta antes?

Con su jazmín, con su jamón, con sus chocobos... le volvía loco con sus disparates, tan adorables... oh, el amor.

Por los pasillos, el muchacho chocó de pronto con dos caras familiares, cayendo de bruces contra el suelo y haciéndose daño en el trasero: la primera de ellas era Maya. La otra, de pelo rosado, era Kairi.

No sabían cuan de unido estaba su destino, aquella mañana de locos.

Por otra parte, Bavol recibió las mismas voces de Higashizawa a Kairi: estaba furioso y quería encontrar a Yami lo antes posible. Quizá, si la encontrara, le hiciera caso y le ayudara a conquistar a su chambelán de caramelo.

*****

Jess, por otra parte, estaba desesperada. ¿¡Qué podía tener ese maldito moguri que ella no!? ¡Es más, claro que le faltaba! La seducción femenina, por supuesto. ¿Qué atracción podría tener MoguDer? Pobre Light, lo tenía engañado. Pero éste desistía en ir con ella y se le hacía bastante difícil engatusarlo con sus dotes de seducción.

Sólo faltaba una cosa por probar: la fuerza bruta.

*****

Enix llegó en el momento justo que Malik se confesaba a su querida Lyn. Ésta se puso roja a raíz de cabello y le dio una colleja a Akio por mofarse a costa suya. La maestra miró a Malik con extrañeza, sabiendo que algo andaba mal. El comportamiento de Alec, por otra parte, también le hacía sospechar y confirmar que algo extraño sucedía en Tierra de Partida.

Pero su compañero no dejaba de reírse, y al escuchar las palabras de Alec, se ruborizó alterado y la animó a jugar a los puzzles con Alec, sólo por sentirse herido en el orgullo. Y, bueno, algo asustado, para qué mentir. Lyn enarcó una ceja y suspiró: quizás así consiguiera descubrir qué demonios estaba pasando e informar de inmediato a Ronin.

Asintió al brujo y dijo:

—De acuerdo, si insistes tanto...

*****

Mei acabó fulminada en el suelo. Wix les había advertido de que utilizaría la fuerza para sacarlas de allí a patadas. Sin embargo, al escuchar las palabras de Fátima, la dejó entrar por la efusividad de sus ojos: estaba claro que quería unirse a ellos. Intentó detenerla para ir con ella en presencia de Ryota, pero se le escapó, corriendo a buscarle ella misma.

Daichi se cruzó con ella y miró extrañado a su Maestra, la cual forcejeaba con una Hana enfurecida que estaba dispuesta a entrar aunque aquello le supusiera una amenaza de muerte.

Pero lo que más le llamó la atención a Daichi fue la pequeña figura chamuscada en el suelo. Con un bonito atuendo rosa, su rostro psicópata pudo haberle hecho retroceder...

... cuando de pronto, dos flechas alcanzaron a Wix y a su antiguo pupilo.

Ambos sacudieron la cabeza, algo atontados por lo que estaban experimentando en sus corazones: un sentimiento vomitivo que les haría comportarse como idiotas.

Y tenían justo enfrente de sus ojos a las responsables.

Daichi corrió junto a Mei, levantándola con delicadeza. Enseñó la mejor de sus radiantes sonrisas y la cogió de la mano para besársela. Para luego, acorralarla en el mismo suelo. ¡Qué más daba el sitio! ¡Quería hacer suya a aquella pequeña pirómana!

"Te deseo", le susurró al oído.

Por otro lado, Wix se acercó a Hana y se la llevó adentro del castillo... alzándola como si fuera una princesa. Hana pudo patalear y gritar, pero Wix no soltaría a la seductora pirata que le había robado el corazón.

Sintió como la guardiana la tiraba contra una cama, en la oscuridad de las mazmorras donde tenía Wix sus aposentos, y se aflojó las ropas del pecho. Acalorada, vio a la rebelde Hana intentando levantarse, pero la cogió de ambas manos para aprisionarla. Le sonrió y se relamió los labios:

—Vamos a divertirnos, amor mío.

*****

Y Fátima le encontró. Sentado en su trono, como el más poderoso de los soberanos. Leía pacíficamente un libro cuando entró a la estancia sin pedir permiso.

El hombre la observó, con un semblante serio.

Un semblante tan seductor que a Fátima le flaqueaba el cuerpo. Lo tenía allí, justo delante de sus ojos. Su Verdad. Y estaban completamente solos.

Enok corría desesperado sin pensar en otra cosa que el rostro y el pequeño y tierno cuerpo de la pequeña chica. De repente, pudo entreoir una especie de estruendo. El ruido alertó a Enok pero pronto lo asoció a aquel fatídico sonido que se producía en cada una de sus múltiples caídas. Se había producido, según dedujo el aprendiz cerca de donde se encontraba por lo que sería buena idea acercarse y ver si la pequeña chavala había tenido algo que ver, en cuyo caso no perdería tiempo y la retendría hasta el final de sus días.

Guiado por su oído y aquel peculiar sentimiento recorrió un par de pasillos hasta que a lo lejos comenzó a vislumbrar una serie de figuras. Con todas sus fuerzas y reprimiendo lo que parecían unas lágrimas de pura felicidad emprendío una rápida marcha hacía el conjunto. Eran tres: la chica de pelo rosado de la cual no recordaba el nombre, un chico que había visto hacía tiempo y ella. Habían tropezado y caído al suelo. Enok aumentó el ritmo, ya era suya.

A escasos metros del grupo, Enok se dejó caer al suelo suavemente hincandose de rodillas. Debido a la velocidad que llevaba, su cuerpo se deslizo unos cuantos centímetros en aquella extraña posición hasta frenar exactamente en frente de la chica. Era hora de declararse, de decirle que era la mas bella flor inmadura de toda Tierra de Partida, de que él le regalaría ositos de peluche, de que le protegería del peligro, de que le enseñaría lo que nunca había visto...

Pero no articulaba palabra alguna. Nada. Silencio. Solo le podría ofrecer silencio. Enok miró al cielo con cara suplicante y de repente comenzó a llorar. ¿Porque, porque tenía que ser así?

Movido por una fuerza que ni el mismo llegaba a comprender, el joven Kai corrió erráticamente por los numerosos pasillos del castillo en busca de su amado Enix, o eso es lo que le hacía creer la misteriosa entidad que tenía el control total de su cuerpo.

<¡Maldita sea! Mi cuerpo no me hace caso alguno…>

Y tras una larga carrera, al fin le encontró. El corazón de Kai comenzó a latir intensamente cuando vio al joven de cabellos rubios que se le había aparecido en su sueño, y no estaba solo, ya que junto a su “amor” había otras cuatro personas más: La maestra Lyn y el otro chico que, por sus pintas, pensó que se trataría del “infame” Maestro Akio del que todo el mundo hablaba, y no precisamente bien. Al hombre de mediana edad y al joven que portaba una elegante chistera no los reconoció, deduciendo que se tratarían de aprendices, pero aquellas personas no le importaban a Kai en ese momento. Sólo a quien había estado buscando fervientemente.

—¡Enix! —el guerrero del clan Sheng corrió hacia Enix, apoyando las manos sobre sus hombros—. Al fin te encuentro. Los espíritus me han guiado hacia ti, saben que los dos debemos estar juntos, y como miembro del clan Sheng cumpliré su voluntad.

<¡¿P-pero que clase de sandeces me estás obligando a decir, alma robacuerpos?!>

Por más que quisiese cerrar la boca, decirle al pobre chaval que todo esto es un gran error o abofetearse por sus actos, no era una opción disponible. Kai estaba totalmente a la merced de aquel ente.

<¡Espíritus del clan Sheng, por lo que más queráis! ¡SACADME DE AQUÍ!>

- ¡Awaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! - Awa-chan maullaba como un loco mientras perseguía a su dueña por los pasillos del castillo. Kairi, desesperada por encontrar a Yami y llevársela a su amorcito, corría sin descanso sin saber que la joven con apariencia de brujita, Maya, buscaba a la misma persona.

- ¡Yami! ¡Tengo que encontrar a Yami! - gritaba Kairi por todas partes. Sentía que su deseo de estar con Higashizawa se estaba acercando cada vez más. Tanta era su alegría, que no vio que otro chico corría en dirección contraria y se chocó contra las dos muchachas, cayendo al suelo él y ella.

- ¡Ay! ¡Mira por dónde vas! - le gritó algo enfadada al chico, que ahora se había fijado en que no era del todo humano, pues tenía las orejas puntiagudas y unos colmillos sobresalientes, parecía mezcla de humano y un tipo de bestia.

Pero Kairi no se entretuvo demasiado, tenía que encontrar a Yami costara lo que costara.

- ¡No tengo tiempo para hablar, tengo que encontrar a Yami y llevársela a Higashizawa y entonces se pondrá muy contento y me querrá y...! - se le llenaba la boca hablando del cocinero.

- ¡Awawawawawawawa! - Awa-chan estaba desesperado. No soportaba que alguien le quitara a su dueña. Si algún chico ligaba con ella, podría alejarla de su lado y eso era lo que más temía. Por esa razón no le gustaban los hombres.

A los pocos segundos vino llegar deprisa otro chico al que conoció hace tiempo. Era Enok, tuvieron un breve encuentro junto con Hiro. Este intentaba decirle algo a Maya, pero estaba demasiado nervioso y no podía. Al final empezó a llorar desconsoladamente.

- ¡Eh, tranquilo! No llores... - le consoló Kairi. Pero no le quedaba demasiado tiempo - Lo siento, tengo prisa, he de encontrar a Yami - tenía que cumplir rápidamente su misión. Seguiría buscando a Yami hasta encontrarla, aunque tuviera que ir al fin del mundo.

Desde el aire pudo vislumbrar toda la escena. Un extraño individuo que jamás había visto por Tierra de Partida parecía haberse encaprichado de un animal bastante enorme y peludo. Sin embargo, este se había marchando volando para evitar que Xefil se estrellase contra el suelo, dejando al desconocido plantado.

A pesar de que sus voces apenas eran audibles desde esa altura una cosa estaba clara: el extranjero arremetió contra el joven nada más pisó tierra firme, de modo que ambos estaban con las llaves espadas cruzadas. Ninguno de los dos pretendía ceder ante el contrario, pero, por desgracia, el Caballero de Tierra de Partida no podía evitar retroceder contra su oponente.

Activó el mecanismo de repliegue de alas del glider, de modo que las cuatro aleros laterales de esta se recularon hasta quedarse 45º de la tabla principal, y se abalanzó contra los dos duelistas. A escasos metros del contacto, hizo girar la tabla hasta quedarse casi perpendicular al suelo de forma que evitaba cargar contra su compañero y, si el extraño no había tenido los reflejos suficientes como para apartarse, recibir un golpe contundente con la punta.

"Esas horas enteras practicando con el glider han servido para algo"

—¡Apártate de Xefil! —rugió mientras saltaba de su vehículo para tomar tierra y cambiar la forma de su montura por la de una cadena del reino en un destello de luz.

Giró la cabeza un segundo para comprobar que el chico se encontraba en buen estado tras la interrupción repentina. Por un segundo se le había olvidado del todo el por qué le estaba buscando, pero al contemplar su rostro no pudo evitar que el calor se subiese a sus mejillas y apartar la mirada, avergonzada. No había pensado en que decirle cuando le viese en persona.

Pero no era hora de pararse a pensar esas cosas. Estaba justo en medio de dos contrincantes en una lucha.

—¡No sé qué quieres, pero yo me quedo aquí! ¡Mi lugar está al lado del señor Ryota!

Fátima lanzó un hechizo de fuego contra mi y me sentí chamuscada, miré a como escapaba el pajarito... Lejos de mi, entrando al castillo enemigo. Lejos de mi. Huyendo de mi, parecía alejarse de la palma de mi mano como si no fuera más que una jaula abierta de par en par. Estaba alejándose cuando alguien salió a su vez. Miré y miré a la figura de la chica a la que dejé escapar. Ansiaba correr a por ella mientras una lágrima caía, incrédula.

No pude más que ver más que como se alejaba, lejos y la perdí. Miré al suelo mientras pensaba como podría volver a encerrarla. Miré casi con ganas de arrancarla la piel, de sacarle sus preciados ojos para quedármelos, de abrazar su brazo cuando lo cortase y lo tuviera para mi. ¿Pero como? Ella logró escapar, era más fuerte que mis intenciones, tenía que hacer algo.

Cuando me di cuenta alguien se acercó a mi y me ayudó a levantarme, era quien había salido cuando Fátima entró. Un chico joven, pelo largo con una coleta baja y pelo castaño. Me miraba con una sonrisa bastante encantadora. Me sonrojé cuando me besó la mano para besármela. Era como un príncipe al rescate pero no podía de quitarme de la cabeza a Fátima. Cuando me di cuenta estaba acorralada en el suelo, y me susurraba algo en el oído con lo que me puse más sonrojada.

¿Me desea? ¿Qué quería decir? Estaba tan sorprendida de lo que pasó que me quedé casi sin palabras.

—¿Q-Quien eres? ¿Qué quieres?

Balbuceé mientras evitaba ver esa sonrisa que me resultaba agradable... ¡Pero no se comparaba a Fátima tenía que alejarle! ¡Convencerlo de que me dejara en paz! O al menos de irme de ahí para entrar.