El Santuario de la Reminiscencia

¿Te apetece vivir la auténtica vida de un elegido de la Llave Espada? ¿Poder decidir tu propio destino, y salvar a los mundos de los sincorazón? ¡Pues entra y participa!

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro

El Santuario de la Reminiscencia

Notapor Nell » Dom Sep 07, 2014 3:25 am

El Santuario de la Reminiscencia


¿Qué es?

Es un templo construido en los inicios de la Orden para guardar el conocimiento, con el fin de que este no se pierda en los libros o con el paso de las generaciones. Se halla en la Necrópolis de las Llaves Espada, más allá del cementerio de los portadores. Aprovechando el desolado páramo que es el mundo, se oculta en un punto únicamente conocido por los Caballeros.

Cada vez que ha ocurrido una catástrofe en Tierra de Partida, los supervivientes han dejado sus memorias recogidas en diferentes salas (gracias a una potente magia de ilusión), con el fin de que todas juntas construyan la historia de lo que ocurrió, y legárselo a los futuros miembros de la Orden.

Algún día, los aprendices que vivan para contarlo tendrán que hacer lo mismo para relatar sus experiencias durante estos aciagos días…


Descripción

[…]se trataba de un edificio gigantesco, más de ancho que de alto, de piedra caliza y adornos propios como columnas en una entrada subyacente o ventanales con vidrieras a través de las cuales nada se veía. Era, sin duda, una antigualla, más propia de los dibujos en los libros de historia sobre la arquitectura pasada.


Entrada:
Una vez pasaran, verían el interior por primera vez. Se trataba de una entradita, de paredes grises, con antorchas alineadas a cada lado y potentes llamas, que no parecían consumirse nunca.

Sin embargo, lo más destacable era el techo, el cual era imposible que pasara desapercibido. Se trataba de una vidriera con un dibujo infantil, a partir de los polígonos que la conformaban. En ella, se veía a un hombre calvo, algo regordete, pero con una sonrisa que lo delataba como el bonachón que era. Dormía, tumbado sobre un césped y ante un hermoso cielo azul, soñando con una especie de castillo, más ancho que alto…

Lo único que corrompía tan bella vidriera eran las manchas negras que había alrededor de Zephyr[…]

[…]la entradita tenía tres maneras de avanzar: a través de un recodo al lado izquierdo, que estaba vallado con un cartel de “Prohibido el paso” y parecía dar a un pasillo; por una puerta doble en el lado contrario; y por unas escaleras de caracol a la derecha, que ascendían a un piso superior.


Placa del interior, al lado de la puerta:
Templo de la Reminiscencia
35 - 39 d.G.

Entra, si la verdad anhelas
Sal, si en la mentira te refugias
Pues nosotros contamos la Historia
y todo lo que ella esconda



A la memoria de quienes nunca volverán,
Zephyr


El Santuario tiene tres pisos: el superior, la planta baja y un sótano, el cuál se derrumbó en una batalla que tuvo lugar dentro del Templo. Cada uno de ellos albergaría hasta cuatro salas.

Planta superior:
Cuando todos subieron, hallaron una habitación muy similar a la que habían dejado atrás. El techo, en cambio, presentaba una vidriera con un corazón azul flotando sobre un cielo gris.

[…]podría parecer que la habitación era un callejón sin salida, ya que no había ninguna puerta o pasillo por el que continuar.[…]



Las reglas del templo

- Para desbloquear la prueba hace falta estar en compañía de alguien que la tenga superada para que se active. En Encuentros que hagáis varios visitándolo por primera vez, pedidle ayuda a un Game Master para que maneje brevemente a algún Maestro.
- Incluso en guerra, estarán prohibidos los combates en los límites del Santuario.
- Solo se pueden visitar los recuerdos que estén registrados en este tema y hayan salido en una Trama. Se ignorará canónicamente cualquier incumplimiento de este punto por parte de los jugadores.


¿Cuál es la prueba?

La prueba toma lugar en el Descenso al corazón. Para llevarla a cabo tendrá que posar su mano sobre la puerta, y estar en compañía de alguien que ya la haya superado, quien imitando el movimiento la activará. Esta podrá ser inventada e ideada por cada uno de los jugadores; sin embargo, dejo recogida la que se llevó en La Historia jamás contada para que la use quien quiera:

Prueba:
En el Descenso, aparecerán tres ventanas donde se verá la imagen de tres personas diferentes en cada una:

- Una realmente importante y cercana para el personaje, que le dirá: «Soy tu mejor amigo. Confía en mí».
- Otra, en cambio, todo lo opuesto, un enemigo o que odiara, que le soltará: «Soy tu peor enemigo. Témeme».
- Por último, el propio personaje, que extendería una mano al real invitándole a elegirle: «Soy tú. Conóceme».
- Y a la vez, harán una pregunta: «¿A cuál de todos escogerás?».

En caso de escoger al amigo, el personaje se verá transportado a una visión en la que tiene que elegir salvarle a él o a una multitud de inocentes; si elige al enemigo, se encontrará en una situación en la que puede matarle, a cambio de asesinar también a otras personas o a sí mismo; y por último, si se decide por él/ella, tendrá una lucha con una parte de su corazón de la que prefiere negar su existencia.



Tramas:

La Historia jamás contada




Lista de recuerdos desbloqueados

???


Doceava sala

Puerta:
[…]se aproximó hasta una de las paredes, que tenía grabado un pequeño dibujo de un rayo[…]y fue a posar la mano en la pared, pasándola limpiamente hacia otro lado.


Interior:
[…]les esperaba una visión ciertamente reciente. Parecían haberse sumergido de nuevo en la prueba que acababan de pasar, donde todo lo que les rodeaba era oscuridad y lo único que tenían era una vidriera a sus pies, que las sujetaba y mostraba la verdad que allí habitaba. Sin embargo, presentaba diferencias.

Para empezar, a su alrededor había altas columnas que sobrepasaban a la que les sostenía, o de tamaño menor que verían desde el borde, conectadas por peldaños suspendidos en el aire. Y, por otro lado, la vidriera no era la misma que la que habían visto ambas, cada una en su corazón. El dibujo era, en una palabra, escalofriante. Mostraba la misma entrada del templo, pero el ambiente era oscuro y tenebroso. Y había un detalle aún peor: frente a la puerta, había por lo menos más de una veintena de Llaves Espada clavadas sobre la tierra. Cada una de ellas era diferente. Algunas despuntaban brillantes colores, otras tomaban diversas formas e incluso las había con accesorios personales de su dueño. Sin embargo, todas parecían ensombrecidas por una inexplicable tristeza[…]

En el centro de la plataforma había una estatua.

Bastaba un simple vistazo para advertir que representaba una escena. Había un hombre en el centro, con porte altivo, cabello negro y ropa oscura; que sujetaba, con completa tranquilidad y una sonrisa en los labios, a otro por el cuello, que intentaba zafarse con ambas manos y los pies a unos centímetros del suelo. De este salían brotes de tierra que trataban de sostener sus pies, al menos.

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Al otro lado del hombre principal, había una mujer que extendía los brazos, supuestamente concentrada en la realización de un hechizo, mientras miraba con desesperación a aquel a quien ahogaba, y a quien quería salvar de una magia oscura que reunía en su otra mano el enemigo. Alrededor de toda a estatua se había escenificado el hechizo de la Maestra, un fino viento que amenazaba con atacar en cuanto estuviera preparado.

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Y por último, en un rincón detrás de la Maestra, estaba él.

Ronin.

No era, por supuesto, el Ronin que conocían. Era muchísimo más joven, un Ronin veinteañero, tirado en el suelo, con ropas destrozadas y heridas de una batalla muy reciente. Daba la impresión de que apenas podía mantenerse erguido sobre una de sus manos para observar la batalla que estaba teniendo lugar. La otra la usaba para taparse el ojo, que sangraba.[…]



Jamás dejéis ir a lo que más queréis
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Lugar:
[…]se vio transportada dentro del dibujo que ésta representaba, la de unos pasillos que conocía muy bien.

Estaba plantada frente al gran portón del castillo de Tierra de Partida, en la entradita, lugar frecuentado diariamente por miles de aprendices. Sin embargo, se encontraba vacío[…]


Vio a una joven aprendiza, con una expresión de férrea decisión, dirigiéndose con paso firme hacia la puerta frente a la que estaba, dispuesta a salir del castillo. Una mujer más mayor que ella apareció de pronto, materializándose con la visión, y alcanzó a la otra muchacha para tocarla en el hombro antes de que alcanzara su destino.

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La reconoció de inmediato como la mujer que estaba esculpida en la estatua.

La otra se detuvo, sobresaltada, y la miró. La reconoció de inmediato e hizo una breve inclinación de cabeza, en señal de respeto.

Maestra Awyr.

La Maestra asintió, algo fatigada por haber corrido tras ella, y comenzó a hablar. Al principio, el espectador no lo entendería, puesto que Awyr parecía sólo agitar las manos, con movimientos gráciles y precisos, que llegaban hasta la mente del que veía la visión en palabras, como si alguna magia las tradujera. O alguien lo hubiese hecho posterior al recuerdo.

«Rayim me acaba de avisar sobre tu partida», explicó, antes de liarse a hablar, como siempre hacía. «¿Quieres que vaya contigo? Sé que es una cuestión familiar, y que un animal extraño no será demasiado bien recibido, pero estoy inquieta, Nanami. Últimamente están ocurriendo tantas cosas y estoy despidiéndome de tanta gente…»

Nanami negó con la cabeza, seria. Estaba cansada y preocupada, con un inminente viaje a Tierras del Reino, lugar que prefería visitar con una frecuencia moderada. Sin embargo, había escuchado que estaban teniendo una serie de problemas y se veía con la obligación de ir a ayudar. Incluso si eso significaba abandonar la seguridad de Tierra de Partida.

Además, acababa de tener la misma charla con el Maestro Rayim, y ya estaba decidida.

No ―respondió, algo ruda. Dándose cuenta de esto, añadió para intentar enmendarlo―. Gracias por su ofrecimiento. De verdad, estaré bien. Conozco el mundo como la palma de mi mano y no hay peligro en él que no pueda resolver. Además… ―arrugó la nariz―. Pronto tomaré mi Examen. Deberíais confiar algo más en mí.

Se dio la vuelta, molesta por la desconfianza en su fuerza de ambos Maestros, y retomó su camino hacia la salida. Pasó por al lado del visitante futurista y abrió la puerta.

«¡Nanami!».

Sin embargo, Nanami no la miraba y no captó su llamada. Salió al exterior y Awyr se quedó allí plantada, aún preocupada por su aprendiza.

«¿Y si hay algo más…?».

De repente, el espectador escucharía la “voz” de la Maestra exteriormente, como un mensaje a los oyentes del futuro. Mientras miraba la imagen desolada de la Maestra, ella contaba su historia:

Mi nombre es Awyr. Nací de la música y disfrutaba cantando la canción que me vio nacer. Sin embargo, cuando me sacaron a éste mundo, perdí la voz y la sustituí por un lenguaje con el que pudiera comunicarme.

Me queda poco tiempo. He tenido una larga vida aquí fuera, grata y llena de maravillosas historias, aunque siempre haya añorado la música que nunca más pude volver a acompañar. También he perdido a muchas personas y ganado otras tantas. Ahora mismo, he conseguido graduar a una aprendiza y he adoptado a otra, una niña adorable y de risa contagiosa.

Por eso mismo, quiero dejar un mensaje, un consejo, a los aprendices futuros que sigan este camino tan tortuoso, de parte de la Maestra Awyr, la de corazón brillante. Justo aquí, en el punto clave de mi parte en la historia.

Jamás dejéis ir a lo que más queréis.



La Awyr fuera de su cabeza reaccionó por fin, se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos, en pos de buscar a Rayim y hablar con él. El aprendiz sabría inmediatamente que con sus palabras lo que la Maestra había querido decir que, en aquel momento, no fue tras la persona correcta.

Y la visión se desvanecería frente a sus ojos.


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Color de Awyr:
[color=MediumAquaMarine][b][/b][/color]



Nada es para siempre
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Lugar:
La vidriera muestra el cementerio de la Necrópolis de las Llaves Espada, donde hay una congregación de gente que asiste a un funeral. En cuanto comienza la visión, el personaje es transportado al mismo espacio, entre el público.


En aquel momento, un hombre clavaba dicha Llave en la árida tierra de la Necrópolis, cavilando acerca de la desgracia acontecida y la triste marcha de una guerrera que ni siquiera había sido capaz de llegar a la batalla. El Maestro Rayim, como sabría de inmediato el espectador, era el líder de Tierra de Partida en dicha época.

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El mismo hombre esculpido en la estatua.

Ante él, se extendía un público sereno, sosegado y mortalmente silencioso. Casi había pasado a ser una tradición que no se vertieran lágrimas en los funerales de los suyos, como quien despide a un luchador que conocía, desde el principio, el trágico final que podía tener; y aun así, sin embargo, había decidido a afrontarlo con valentía. Incluso si ella no había logrado nunca graduarse.

Otra más… se va ―declaró el Maestro, rodeando aún el mango de la Llave con la mano―. Y aquí, por fin, descansará de su cometido, junto al resto de sus hermanos ―tomó aire―. Su corazón nunca se marchará. No, al menos, mientras la recordéis. Vivirá en los recuerdos de quienes la amaron, la apoyaron y la ayudaron. Vivirá en Tierra de Partida, y en cada mundo que la vio crecer. Y la fuerza que nos brindó con su labor pasará a futuras generaciones. Jamás permitiremos que su sacrificio a la causa haya sido en vano.

Pensaba en mi responsabilidad dentro de la trágica situación de su muerte. La dejé marchar, en solitario, a pesar de la sospecha de algún peligro. Awyr también me lo advirtió, pero creía que no podía hacer nada ante el rechazo de la aprendiza a ser acompañada.


»Los lazos forjados entre corazones no desaparecen ―pronunció más alto―. Sed fuertes, creed en ellos y nunca olvidéis a quienes nos dejaron.

El Maestro guardó silencio. Si bien su oración había sido en voz alta, la de los demás, en cambio, debía ser en cada uno de sus corazones.

Sólo un muchacho entre la pequeña multitud se acercó, para dejar colgada, sobre la Llave, un amuleto en forma de estrella. Tenía dibujado en él la cara de un conejo, con el nombre de ambos jóvenes. Después de que éste le hubiese servido de guía en muchas ocasiones al aprendiz, se lo devolvía a su dueña junto a la mutua promesa, quien nunca más podría usarlo.

Incapaz de permanecer más tiempo frente a la única tumba que tendría de ella, se alejó para perderse de nuevo entre sus compañeros, con patentes esfuerzos por mantenerse firme. El Maestro lo vio alejarse con tristeza, comprendiendo, y el espectador sabiéndolo a través del extraño efecto del recuerdo, la dura recuperación que le esperaría al joven a partir de entonces.

Finalizada la ceremonia, los asistentes, Maestros y aprendices por igual, fueron marchándose uno a uno, presentando sus respetos frente a la Llave. El Maestro esperó tras ella, hasta que el último de ellos hubo partido. O casi. Sólo una persona se quedó a esperarle, y al reconocerla, se acercó.

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La Maestra Awyr, como sabría inmediatamente el espectador. Comenzó a mover las manos, sin emitir ningún sonido, pero el lenguaje se tradujo inmediatamente dentro de la cabeza de la aprendiza.

«Era joven», mencionó ella. Pocas serían las veces en las que no se la viera sonreír, y aquella, precisamente, era una de ellas. Los funerales no amilanaban su alegría, pero sí la despedida para siempre de alguien. «Una buena chica. Me contaba cosas increíbles de su mundo, porque verás, procedía de uno muy particular. Se llama Tierras del Reino, me parece. Ella nació como una leona, y visitó en sus correrías de cachorra todo tipo de lugares: desde cementerios de elefantes hasta bosques agrestes ¡Y vivió muchas aventuras! Incluso una vez tuvo que socorrerla el soberano de ese reino por el lío en el que se habían metido ella y sus amigos».

«También había veces en las que me decía que no se acababa de acostumbrar a las dos patas, después de toda una vida a cuatro. Pero se esforzaba en transformarse en humana para relacionarse con los demás aprendices. Pensaba que la dejarían de lado si no lo hacía».

Así era ella. Después de tanto rito solemne con el funeral, había localizado una presa idónea para hablarle de todo lo que se le había pasado por la cabeza en la última hora. Si no fuera porque aún duraba la atmósfera protocolaria, contaría las historias que sabía de manera más jovial. El espectador notaría que a Rayim le gustaba la Maestra Awyr, por sert una de esas poquísimas personas casi tan alegres como él.

Sin embargo, en semejante momento, Rayim tenía la cabeza en otras cosas. Pensaba en Nanami, en su pérdida, en la cadena de pérdidas que, de hecho, estaba teniendo lugar en Tierra de Partida.

«Es la séptima que desaparece».

«A veces me lee el pensamiento», concluyó el Maestro.

Lo sé. Es preocupante, sí ―corroboró―. Cada muerte o desaparición tiene su explicación. El primero, perdido en el bosque; el siguiente, caído desde su Glider; otra que disparó a su compañero, y luego se suicidó; el turbio asuntillo del flan gigante, aún sin aclarar; el muchacho perdido por el espacio, y del que sólo se encontró su armadura; y, por último, ésta, Nanami, aparentemente ahogada por la mala ejecución del hechizo. Sin embargo, no puedo dejar de estar inquieto…

La Maestra asintió.

«No parecen coincidencias».

O puede que me esté empezando a hacer viejo y vea enemigos hasta de debajo de las piedras ―soltó una carcajada, relajando el ambiente tan tenso que habían tenido hasta entonces―. En cuyo caso, señorita, no debería dejarme hacer conjeturas precipitadas. Los cascarrabias como yo nos equivocamos muchas veces.

Por fin, Awyr sonrió, asintiendo de nuevo. Ambos seguían intranquilos, pero confiaban en que pudieran llegar a la verdad del asunto antes del siguiente accidente.

El Maestro abrió un Portal de Luz, invitándola a marcharse juntos. Aquel cielo permanentemente encapotado nunca le había gustado, ni mucho menos tener que estar rodeado de las cientos de Llaves Espada, cada una representante de su anterior dueño. Era un sitio demasiado sagrado para mantener en él una charla más optimista.

Además, no sólo me traía recuerdos de Nanami. Ella era una tumba más entre todas las que había ido dejando allí a lo largo de los años.


«Por cierto, Rayim, ese nuevo alumno tuyo…».

«Por Alá, que no me diga que ha vuelto a meterse en problemas. Otro ratón más en el cuarto de baño femenino y juro que me tiro desde la torre más alta del Palacio del Sultán».

Con aquella preocupación en mente, la visión se desvaneció.


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Color de Rayim:
[color=#804000][b][/b][/color]

Color de Awyr:
[color=MediumAquaMarine][b][/b][/color]



Yo no seré el noveno
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Lugar:
Contempló la vidriera bajo sus pies y confirmó que se trataba de la misma que había en la plataforma inferior, con algunos cambios, que ya le habían señalado: un cementerio. Uno de Llaves Espada, en una tierra árida, que reconocería naturalmente como el mismo mundo donde estaba, la Necrópolis. En ésta, sin embargo, no había más que dos personas, difusas y poco definidas.

Se transportó a la misma escena dentro de la pintura. Había cientos, quizá miles, de Llaves Espada clavadas en el suelo, de forma desorganizada e inconexa, a como mucho un par de pies de distancia entre las más alejadas, mientras otras compartían casi el mismo hueco donde se habían apostado. Cada una era diferente, no sólo en llavero, sino también en sutiles detalles que las hacían dispares incluso entre iguales. Unas tenían mellas o abolladuras, otras inscripciones casi borradas y, unas pocas, elementos como amuletos o pertenencias de otros que habían intentado atar a ellas. Con el tiempo, probablemente desaparecerían y se verían como la mayoría, cuyos rastros hacia cada propietario habían quedado prácticamente borrados.


Entre aquel páramo desolado, había dos personas, ambos chicos, frente a ella, estáticos. Uno estaba sentado frente a una de las Llaves, con la cabeza entre las rodillas. Era joven, más o menos de su edad, y algo rechoncho, con el pelo al más puro estilo militar. El otro, en cambio, se reconocía inmediatamente y era, ni más ni menos, Ronin. Estaba detrás del chico, supuestamente paseando y con rostro aburrido y desinteresado. Era la viva imagen de la estatua, salvo por un detalle que no le pasaría desapercibido: tenía los dos ojos intactos.

La Llave frente a ellos, como las más recientes, tenía un amuleto en forma de estrella y el dibujo de un conejo, que alguien había atado al mango.

De repente, los dos cobraron vida. El chico sentado se abrazaba con fuerza las rodillas, inmerso en sus propios pensamientos, mientras Ronin paseaba a su espalda, pasando por delante de algunas Llaves Espada y mirándolas con curiosidad. El espectador sabría, aunque él no lo había dicho, que intentaba hacer tiempo mirando las características propias de cada una, en un intento de no aburrirse.

Finalmente, como el joven impaciente que era, se exasperó y volvió a donde estaba su compañero.

Oye, mueve el culo de una vez ―le exigió al otro―. No voy a malgastar todo el día en hacerte de niñera.

Cierra tú el pico y vete cuando quieras ―le contestó el aprendiz, malhumorado. Y al hablar, se le escapó un gimoteo.

El joven Ronin se giró hacia él, sorprendido. Lo miró minuciosamente durante unos segundos, para cerciorarse de que, tal y como sospechaba, no se había movido del sitio ni de su posición desde que habían llegado. Pensó, y el espectador lo sabría nuevamente, que debía estar hartamente incómodo.

¿Estás llorando? ¿¡En serio estás llorando!? ―Ronin se acercó, atisbándole desde el otro lado, y comprobando, efectivamente, sus lágrimas―. ¡Anímate, hombre! Ya ha pasado mucho tiempo.

Una semana.

Lo que sea ―dijo, restándole importancia―. ¿En serio vas a necesitar que te lleve de rameras para que se te pase?

¡He dicho que te calles y te vayas! ¡No quiero tenerte aquí!

Ronin suspiró. En realidad, era un suspiro fingido, que esperaba que su compañero interpretara como que le estaba irritando. Sin hacerle ningún caso, porque nunca se lo hacía, se sentó a su lado, también de cuclillas, para observar la tumba.

¿Y crees que estoy aquí porque quiero? Ya conoces la nueva norma. Está prohibido aventurarse a otros mundos en solitario. Si te pillan, que lo harán, te castigarán, y podrás venir aún menos.

No me importa. ¿Y por qué te iba a importar a ti?

Ante la pregunta, Ronin guardó silencio. Mantuvieron éste durante un buen rato, en el que ambos chicos se entendieron bastante mejor sin decirse nada que las veces en las que discutían. No eran amigos especialmente, pero se conocían, por tener ambos de Maestro a Rayim, y haber pasado varios entrenamientos juntos.

Sin embargo, como el espectador sabría a través de unos pensamientos que no eran suyos, pero asaltaban su mente sin ninguna razón, al querer el joven partir a la Necrópolis había sido asaltado por Ronin, quien insistió en acompañarle en el camino, ya que decía tener intención también de ir. Algo que ambos sabían que era mentira.

Los dos tenían veinte años, confirmando la aproximación a ojo. Mientras que el otro aprendiz tenía más años de experiencia a sus espaldas, y se comenzaba a hablar de él para la siguiente promoción de Maestro, Ronin había llegado hacía poco a Tierra de Partida. Sus habilidades eran las propias de un pirata muy experimentado, algo que había quedado patente entre los demás estudiantes, y que no acababa de gustar. Al fin y al cabo, todos tenían objetivos más nobles que alguien que se había dedicado al pillaje.

Los pensamientos de Ronin divagaron en los últimos entrenamientos que había tenido, nada importante ni detallado que llegara a la mente del visitante futurista. Destacaba más su compañero que, silencioso, sin duda sí estaba reflexionando profundamente sobre algo. ¿El qué? No lo sabía. A pesar de la información extra que llegaba a la mente al personaje, sin saber muy bien por qué, ninguna pertenecía a aquel chico.

Podía imaginarse la razón.

El aprendiz, de repente, reaccionó de nuevo, saliendo del flujo de sus propios pensamientos, se secó las lágrimas y aclaró su garganta.

He oído que los fantasmas de antiguos guerreros pululan por este cementerio a medianoche. ¿Crees que será cierto? ―preguntó a Ronin, con una nueva nota en la voz que el espectador no identificaría. ¿Estaba intentando ser amistoso?

Eso es una tontería. Los fantasmas no existen.

Sí que existen. Los he visto en Ciudad de Halloween.

¡Venga ya!

¿No me crees?

Yo sólo creo en lo que estos dos ojos ven ―señaló Ronin, indicando aquello que no conservaría entero por mucho tiempo, aunque no podía saberlo entonces―. Y ni siquiera he estado aún en ese mundo para imaginarlo.

Cuando vayas, me darás la razón.

Hasta entonces, sólo eres otro lunático más que tengo la desgracia de conocer.

El aprendiz prorrogó el silencio unos segundos más, tal vez dolido nuevamente por la afilada lengua de Ronin. En cualquier caso, se recompuso para contestar.

Qué gracioso ―arrugó la nariz―. Pero ojalá el rumor fuera cierto. Vendría todas las noches a verla.

Esta vez, la información le llegó de una manera diferente. Era un pensamiento, claro y definido, al contrario que los otros. Tenía la voz de Ronin y, al mismo tiempo, no era la misma que la del joven sentado frente a ella. Un tono triste y melancólico lo delataba. No pertenecía al momento del recuerdo, sino que había sido añadido posteriormente, cuando lo entregó al Templo.

Al final, no necesitaría volver nunca más.


No se equivocaba.

Primero, vino el destello. No era desconocido para Ronin, quien había tenido una vida anterior de pirata, y conocía y temía, a la vez, las duras noches de tormenta, en las que el oleaje tentaba al barco a volcar, y el cielo retumbaba, amenazando con su siguiente descarga.

Desde su posición privilegiada, como espectador, quien presenciara la visión comprendería que eso fue lo único que le salvó la vida.

La oscuridad del cielo le hizo dar un bote hacia atrás, casi por reflejo, alejándose de su compañero… y de lo que quedaría de él.

¡Kaminari!

Porque ambos finalmente se reunieron.


El aprendiz cayó hacia atrás, fulminado por el mortal rayo. La magia que lo había producido era la más potente vista hasta entonces por Ronin, que se había echado a temblar del cercano aliento de la muerte.

Desde el primer momento tuvo claro que no había sido un accidente, y el espectador también mediante él. Había visto con total claridad el rayo, y éste no podía calificarse precisamente de «normal». Más de un Electro había caído sobre Kaminari en su vida, y éste siempre había mostrado su férrea resistencia ante ellos. Uno más fuerte que la magia… las posibilidades debían de ser mínimas.

Y había otra cosa más. Su color.

Negro.

¿Y yo?


El cuerpo calcinado de Kaminari reposaba en el suelo, frente a la Llave Espada de la compañera a la que no había soportado perder. Ronin lo miraba con los ojos muy abiertos, relacionando aquel cadáver carbonizado con el mismo chico con quien segundos antes había estado hablando. Todo había sucedido muy deprisa.

Y en su cabeza flotaban unas terroríficas palabras, fruto de la conversación que mantuvo con su Maestro días atrás. En esta ocasión, el espectador recibiría nuevamente esos pensamientos, y podría separarlos satisfactoriamente de los escuchados antes. Eran los mismos que Ronin había tenido en el mismo momento del accidente.

«Es el octavo»

Aún no había asimilado la repentina muerte de su compañero, cuando escuchó una voz que le puso los pelos de punta. Y lo que ésta significaba.

Siguiente.


Al igual que Ronin, el espectador miraría a su alrededor y vería lo mismo que él: nada. ¿Y quién había hablado entonces? Sin embargo, al contrario que ella, el futuro Maestro no tenía tiempo para comprobarlo mejor.

Huí.


«Yo no seré el noveno».

Se puso en pie, a tiempo para esquivar otro rayo mortal que se avecinaba, y echó a correr. Aún no conocía la magia de los portales, porque era sólo un aprendiz, y por lo tanto no tenía ninguna vía de escape directa. En su lugar, invocó la Llave Espada y conjuró como pudo el Glider, sin cesar en su maratón, subiéndose a él.

Apenas levantó dos palmos del suelo, un rayo horizontal impactó en su vehículo, y le hizo estrellarse. Éste no pudo despegar de nuevo, debido a los daños, y volvió a su forma de Llave. Si el espectador se giraba hacia donde, supuestamente, procedía el nuevo ataque, no encontraría de nuevo a ningún atacante. Bien podía ser porque se ocultaba, o por otra razón.

¡Maldición! ―exclamó Ronin, que de nuevo en pie, y con un nuevo chichón por haberse dado en la cabeza con una de las Llaves, retomó la huida.

No quería morir.

No había nadie en el otro mundo para recibirme.


Entonces, la visión se paró de golpe. Todo quedó nuevamente estático, con un Ronin desesperado por correr, sin atreverse a mirar atrás. Poco a poco, las imágenes se desvanecieron a su alrededor…


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Color de Ronin:
[color=red][b][/b][/color]

Color de Kaminari:
[color=lawngreen][b][/color][/b]



Nunca abras la puerta
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La vidriera reflejaba la imagen de una sala que reconoció enseguida: era el hall del Templo, desde donde habían subido al segundo piso. El dibujo mostraba a una persona sujetando la puerta, pero no era claro ni detallado, así que no podría identificarla.


Era Ronin. El Ronin de la estatua, no el viejo, el aprendiz pequeño y sin importancia que había presenciado una lucha de mayores. En aquel momento, parado como si alguien le hubiera hechizado con Paro, cerraba la puerta de la entrada, con una expresión de urgencia y terror. Aún conservaba ambos ojos.

Repentinamente, la escena se puso en movimiento. El joven Ronin terminó de cerrar el portón, empujándolo con fuerza para asegurarse de que había quedado bien anclado. Y luego, se echó para atrás, cayendo al suelo, con rostro aliviado. Por la cabeza del espectador pasarían las imágenes de un joven que no conocía siendo calcinado por un rayo negro. Sin embargo, éstas no pertenecían a su mente, sino a la del futuro Maestro, que las revivía.

El aprendiz respiraba agitadamente. Debía de haber llegado corriendo, puesto que además aún estaba sudoroso e inquieto. Y tuvo poco tiempo para serenarse, pues una voz se escuchó desde el otro lado:

¿Qué es esto?

Ronin puso cara de pánico. Se quedó paralizado, inmóvil, creyendo iluso que si no emitía ruidos la otra persona se iría, cosa que aunque no dijo, el espectador sabría de alguna manera. Hasta ese momento, había estado huyendo de un potencial asesino desconocido, al que no había logrado ni siquiera atisbar. Pero era peligroso. Mucho. Su vida pendía de que él lo encontrase. Refugiarse en el Templo había sido su última esperanza.

Ábrete.

Respiró con más tranquilidad, se levantó y se acercó a la puerta. La voz no parecía dirigirse a él, por lo que posiblemente no supiese que estaba dentro. No obstante, el joven Ronin quiso responder. Se sentía seguro. Protegido.

Jamás.

Si estaba sorprendido por su presencia, no lo demostró:

Tengo todo el tiempo del universo.

Ronin no contestó. Y esperó. Sin embargo, la voz no volvió a hablar. Pensó que le interrogaría a fin de entender cómo había podido entrar, pero en su lugar hubo silencio. Si el extraño conocía o no la existencia de la Prueba, Ronin no lo sabía.

El aprendiz no podía arriesgarse a abrir la puerta para comprobar que se hubiese marchado, por lo que no le quedaba más opción que esperar a que fueran a por él. Acabarían notando su ausencia y la de su compañero tarde o temprano, e irían a buscarlos. A las malas, cuando fueran a celebrar su funeral, tal vez hubiese suerte y alguien pasara por allí de camino.

Se sintió cansado y, al ir a apoyarse en la pared, miró primero con burla la inscripción de Zephyr.

«Entra, si la verdad anhelas».

El pensamiento de Ronin, en vez de información que le llegara burda y espesa, fue nítido y claro en la mente del espectador, que inmediatamente supo separar de los suyos propios.

«Ojalá en vez de la verdad hubiese puesto salidas de emergencia», gruñó.

Aun habiendo otra entrada, probablemente tampoco hubiese podido salir por ella. El desconocido ya había demostrado enormemente que era letal y, en cuanto Ronin le diera la oportunidad, lo probaría en sus propias carnes. Apenas había alcanzado el Templo, con más de un intento chafado de despegar con el Glider. Tampoco tenía forma de contactar y pedir ayuda a Tierra de Partida, así que se había encerrado a sí mismo.

El tiempo en la visión se aceleró. Los movimientos de Ronin, por posturas incómodas o paseos por la habitación, se hicieron más rápidos y visibles, mientras pasaba todo a un ritmo acelerado. Podrían haber sido horas o días, aunque el aspecto aún cuerdo de Ronin daba a entender que no había rebasado aún el día entero. El espectador sabría de nuevo, sin motivo alguno, que no había salido de la sala para asegurarse de estar presente cuando fueran a buscarle y para controlar al asesino, pese a que no dijo nada ni dio muestras de su presencia. Un par de veces estuvo tentado a abrir la puerta, pero resistió.

Entonces, el tiempo volvió a su cauce normal. Por entonces, Ronin estaba sentado, teniendo algunos lapsos de sueño, ya que no se permitía uno profundo y largo. Lo que le despertaron definitivamente fueron las voces.

Alguien hablaba al otro lado de la puerta. Rápidamente, se puso en pie y se acercó a ella y, de nuevo, fue cuidadoso con el impulso de abrirla. En su lugar, puso un oído sobre ella. La tranquila conversación cambió abruptamente, adoptando tono de discusión, pero como no estaban cerca, apenas le llegaba el murmullo.

El diálogo cesó de repente y comenzaron los ruidos. Los distinguiría en cualquier parte, ya que había crecido con ellos: el sonido de la batalla. Enseguida escuchó los primeros gritos. El timbre le indicó que pertenecían a diferentes personas. Incapaz de resistirse más, aporreó la puerta.

¿¡Qué demonios está pasando!? ¿¡Quién…!?

¿Ronin? ―la voz de una Maestra, a la que poco conocía, lo interrumpió. Inmediatamente, se relajó. Alguien había ido a rescatarlo. Por fin. Se estaba volviendo loco entre aquellas cuatro paredes y el maldito techo vidriado.

Sí, yo…

¡¡Quédate ahí!! ¡No… te muevas! ―se la escuchaba mejor, lo que dio a entender a Ronin que se había acercado a propósito. Y, a juzgar por sus pausas, no estaba teniendo la conversación quieta―. ¡¡Él no ha tomado la Prueba!! ¡¡No le dejes entrar!! ¡Nunca… abras… la… puerta!

Pero…

¡¡Obedece! ―parecía desesperada―. ¡Ellos ya…!

La Maestra gritó. Supo enseguida que había sido suyo, tan cerca, tan desgarrador. Y tan definitivo. Miró al suelo, esperando ver un charco de sangre filtrarse por las rendijas del portón, pero no tendría aquella suerte. Todo el tiempo que le quedara dentro de aquella habitación lo pasaría reconcomiéndose por dentro qué había pasado con los otros en el lado contrario.

Y, al cabo de unos segundos, el ruido cesó. Ronin volvió a quedarse solo con su silencio.

Un nuevo pensamiento de Ronin llegó al espectador, pero éste era diferente. Era y no era suyo, porque no era completamente real. Había sido puesto posteriormente. No pertenecía al momento que se estaba viviendo, sino que Ronin lo había añadido después:

Eran sólo tres. Una Maestra y dos aprendices. Ellos acudían por primera vez al Templo. Se suponía que no había ningún peligro. Que no iban a morir.


Ronin aporreó otra vez la puerta, suplicando interiormente que volvieran a darle nuevas instrucciones, unas que nunca llegarían. Pero se moría de ganas por saber qué había ocurrido. El espectador casi sentiría ese sentimiento como suyo. Estaba desesperado por averiguarlo. Y, al mismo tiempo, se contenía en hacerlo.

Una nueva sensación sustituyó a ésta rápidamente.

Frustración.

«Odio no poder hacer nada».

Así que una Prueba…

La visión acabó de esa forma tan abrupta. Ronin se quedó de nuevo paralizado, con una mueca de dolor, no físico, y una mano en la puerta que no podía abrir. La escena se fue diluyendo hasta desaparecer.


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Color de la Maestra:
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