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Me desperté con algo de frío aquella mañana, debido a las fechas en las que estábamos. Tras estirarme un poco y desperezarme, decidí tomarme rápidamente una ducha caliente para entrar en calor. Y para que no se me fuera el calor de encima, me puse rápidamente mi ropa de costumbre y un abrigo de plumón que me vi obligado a comprar por el invierno. No tenía ropa de invierno, que digamos, y desde que Ciudad de Paso nos odiaba a muerte no tenía ni idea de dónde comprarme más ropa. En cuanto salí pude notar un gran alboroto.

¿Qué ha pasado?

Según los retazos de información que oí de otros aprendices que pasaban por allí, tres hombres se habían colado en el castillo. El caos que había era comprensible: estábamos en guerra, que alguien se infiltrara en el castillo sin que las defensas saltaran (ahora me preguntaba si había cámaras en el mundo) era sinónimo de poca seguridad contra nuestro enemigo...

Pero lo que de verdad me sorprendió es que nos dejaron una montaña de regalos (y no bomba, precisamente) para cada habitante de Tierra de Partida. Mi extrañeza no podía ser más grande. Aún con una cara de ligera sospecha, agarré el regalo que la Maestra Yami lanzó al aire gritando mi nombre y apellido.

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Llevaba nada y menos en el bastión y era el primer día que a primera hora de la mañana había tanto revuelo. Despeinado y con los ojos medio cerrados abrí la puerta de mi habitación y pude ver a unos cuantos estudiantes como yo corriendo hacia el comedor. La primera idea que me vino a la cabeza era que nos atacaban.

Sin siquiera ponerme algo más de ropa salí corriendo con el pijama detrás de ellos, extrañado pues lo que veía en la mayoría de las caras era felicidad y emoción... y eso era extraño si sufríamos un ataque.
Al llegar al comedor no pude hacer otra cosa más que abrir la boca perplejo ante lo que me encontré. Una montaña de regalos.

Pude ver como muchos ya estaban abriendo algunos y otros tantos buscaban el suyo de una forma un tanto desesperada. Incluso había gente encaramándose a lo más alto de aquella montaña para ver si el suyo se encontraba allí y fue el resbalón que dio uno de ellos el que hizo caer un regalo a mis pies en el que ponía mi nombre.

—Vaya... Bueno ¿Quien soy yo para resistirse al destino? —Y con una emoción oculta me puse a abrirlo allí mismo, en el suelo.

Desde mi cuarto, comencé a oír montón de gritos y chillidos fuera de lo normal. ¿Que había pasado? Pronto lo averiguaría. Cogiendo mis cadenas por si se trataba de un ataque sincorazón, bajé corriendo hasta los comedores. Pero al llegar mi cara dejó clara mi sorpresa.

Una montaña de regalos, literalmente, una montaña de regalos había tomado posición en el centro del comedor. Alrededor de ella todos los aprendices iban recogiendo regalos, buscando el suyo entre los miles que debían de haber allí.

Y sin pensar más, me lancé también a la montaña en busca demi regalo.

—¿Q-qué significa esto?

Esa mañana había decidido madrugar bien temprano, así que allí me encontraba, atónita junto a las maestras y los Moguris contemplando una enorme montaña de regalos. Según la maestra Nanashi habían burlado la seguridad del castillo, y en el fondo a mí también me preocupaba que fuese una trampa o algo de Tierra de Partida, pero en fin.

Intentando ignorar, confusa todavía, lo que había pasado, me dirigí a la barra para tomar un vaso de leche con mucho azúcar y poder así despejarme de una vez, no fuese a ser todo un sueño y estuviese ya desvariando. Pero no fue así, por lo que, tras beberme la taza y varios aprendices más se terminasen reuniendo en el comedor, me decidí a buscar yo el mío también. No parecían ser peligrosos ni una broma pesada: eran regalos de verdad.

La maestra, emocionada como lo era ella siempre, me lanzó mi regalo a las manos al dar unos pocos pasos, así que me limité a hacer una mueca de resignación por no haberme dejado ir personalmente a recogerlo, y regresé.

—No está mal. —comenté, dándole vueltas a la caja y mirando el color de su envoltorio

Una vez en la barra me senté, decidida a abrirlo y ver qué me deparaba la suerte.

No me lo podía creer.

Había amanecido un día frío, y tenía que entrenar, para añadir un cargamento de molestia. Bufé encaminándome al comedor. Sin embargo, no sabía lo que me esperaba...

Un gran bullicio ascendió y reverberó en los pasillos en cuanto me acerqué al comedor. Fruncí el ceño, me pregunté qué diantres estaría pasando... cuando lo vi. Muchos aprendices tenían un paquete en sus manos, con la curiosidad (y algunas con ilusión) pintada en la cara. Ariasu lanzaba aquellos paquetes por el aire hacia unos aprendices.

Me encaminé hacia el centro de la estancia, un poco confundido. Y entonces, caí en la cuenta. Navidad. Aquel día era seis de Enero. En la Cité había hablado sobre aquellas festividades, y Gédéon celebrábamos con vino aquellas fechas. Sonreí, al contrario que Nanashi, y me apresuré a coger uno de los paquetes que lanzaba la otra Maestra.

—Qué tiempos...

Estaba... ilusionado, tengo que admitirlo.

¿Qué hay mejor que ir a comer, hambrienta, y encontrarte con que alguien ha dejado un regalito para ti? ¡Pues nada! Porque había pocas cosas que hicieran tan feliz a Hana como algo gratis (y legal).

El año pasado había descubierto la existencia de Santa Claus, después de toda la vida pensando que era fruto de la imaginación de idiotas. En este, el hombre había pasado modestamente (¿sería la crisis?), y se sentía un poco decepcionada con él. Al fin y al cabo, no se había portado taaaan mal. Había gente mucho peor por los mundos. Como Zande. Cualquiera era mejor que Zande.

Así que la intrusión de aquellos tres hombres misteriosos, además de hacerle gracia por la suma facilidad con la que habían burlado la seguridad (y hecho cabrear a alguna Maestra), era toda una recompensa por sus buenas (pocas) acciones. Si lo hubiera sabido antes, les habría dejado algo de comer, como leche o galletas.

Sin embargo, cuando sostuvo el paquete, se olvidó de todo eso. Ahora, solo importaban ella y su tesoro. Solo tenía que descubrir qué había dentro.

Fátima, divertida, vio cómo Lyn se tiraba de los pelos de forma cada vez menos metafórica, sin entender cómo habían podido entrar unos desconocidos y llenarles el comedor de regalos. No sabía por qué, tenía la sospecha de que quizás Ronin o Akio podían tener algo que ver. De momento no parecía que hubiera algo malo dentro de los regalos y los aprendices los abrían con curiosidad o trataban de cazarlos en el aire, ya que Yami los estaba repartiendo con alegría y dando más de una vez en la diana.

Registró los regalos, divididos por colores, y escogió uno de forma aleatoria.

Fría y agitada mañana se mostraba ante los recién abiertos ojos del aprendiz perruno que reposaba sobre la rama de un árbol con un cigarrillo en la boca, contemplaba desde lo lejos el ajetreo y barullo de aprendices y Maestros corriendo de arriba para abajo ¿Pero cual era el motivo que les impulsaba a aquel revuelo?

El día le era familiar al aprendiz, y no en vano, pues en su casa siempre se había celebrado...

La noche de los Reyes Magos.

¿Podía ser, tal vez, lo que el aprendiz había esperado tanto tiempo, después de todo tenía razón y al igual que papá Noel también existían? No sabía que hacer en aquel momento ¿Bajar del árbol en busca de estos desconocidos personajes, permanecer ahí y vigilar el jardín en busca de sus camellos? Era difícil de decidir, hasta que su estómago empezó a rugir, el hambre se levantó en el mestizo y, deseoso de probar bocado, bajó de un salto de aquella temblorosa rama y se dirigió sin mas al comedor.

Su duda creció en el momento en que empezó a ver aprendices aglomerados ante lo que parecía una gran montaña de regalos, era increíble la montaña que se levantaba en medio del comedor, daba alarde sin duda al poder mágico de aquellos tres reyes, pero el aprendiz ni se acercó a la montaña de regalos, pues el sabía que si no se enviaba una carta a los reyes estos no te traerían un regalo...

¿O tal vez sí?

—¡Kupóa donde va, maestro Hiro! — Gritó una voz conocida que se escondía dentro de la gran pila de regalos —¡Kupóaqui hay algo para ti!.

Del montón de regalos uno se levantó sobre los demás y empezó a moverse hacia el incrédulo aprendiz, poco a poco las pilas de regalos se desmoronaban a un lado y dejaban ver al pequeño Moguri que cargaba sobre su cabeza con el regalo parlante, adornado con un fino lazo de seda roja y bien envuelto con un papel de un precioso color caqui.

—Kupómira, te han dejado un regalo, deberías abrirlo.

No podía creer las palabras del Moguri ¿Un regalo para el? Imposible, no consideraba que se hubiera portado bien, y menos que mereciera un regalo, sobretodo sin haber enviado una carta a los reyes, pero aun así el Moguri insistió, señalando un lado del regalo donde estaba escrito, de una forma horrorosa, la palabra Hiro.

—¿Un regalo para mi? — se preguntó —Imposible, no lo merezco, sin duda los reyes se han equivocado.

—Kupóo saben que un chico fue muy bueno el año pasado y les ayudó a repartir regalos a los aprendices de Tierra de Partida en su nombre — Guiñó un ojo el Moguri, recordando la breve aventura navideña del año pasado.

Aunque fuera cierto no sabía que hacer ¿De verdad merecía el regalo, debía abrirlo, o otra persona se lo merecía más? Su cabeza no había parado de dudar desde que se despertó aquella fría mañana, y no parecía que sus dudas se fueran a aclarar rápidamente, así que como no tomaba la iniciativa MoguDer la tomó por el.

—Kupócon permiso — Estiró de golpe aquel fino lazo de seda roja y destripó aquel precioso papel de color caqui, contemplando el regalo del aprendiz.

—¿Eh?

Entré al comedor con un sonoro bostezo, estirando ampliamente los brazos para acabar de despertar del todo, deseando no haberme despertado tan temprano. Lo único que me empujaba a no volver a echarme en la cama era saber que en el comedor me aguardaba un nutritivo desayuno. Y algo más, por lo visto.

—¿Qué ocurre...? —pensé en voz alta, acercándome al gentío.

Pensando que había sucedido algo malo, me abrí paso entre la multitud para comprobar que no había ocurrido ninguna desgracia, nada más lejos de la realidad, sino todo lo contrario. ¡Cuál fue mi sorpresa al ver a Yami, en éxtasis, lanzando cajas envueltas con papeles de colores y preciosos lazos por los aires, repartiéndolos entre los aprendices!

Más temprano que tarde, una voló directamente hacia mí, y sin perder ni un segundo, la agarré antes de que me hiciera una cara nueva a causa del golpe.

—¿Qué tenemos aquí...? —murmuré, rompiendo con delicadeza el papel negro carbón que envolvía el regalo para comprobar qué se ocultaba en su interior.

—Pff, qué día más raro...

Bavol entró resoplando. No le había hecho especial ilusión el regalo que le había entregado Santa Claus como recompensa por haberse portado bien y también le habían regañado por haber despertado a alguien que dormía en un banco. El gitano llegó a la conclusión de que cada vez entendía menos a la gente.

No obstante, soltó un gritito de alegría al ver la que había montado en el comedor. Lo más gracioso de todo era Yami tirando los regalos emocionados a todos los Aprendices a los que podía. El gitano decidió no perder la oportunidad, se acercó corriendo al resto de compañeros y alzó las manos al aire.

—¡Yami, el mío, el mío! —le pidió el gitano.

Sintió como un paquete llegó a sus manos. Emocionado contempló un regalo envuelto en un papel de color chocolate y decidió abrirlo de inmediato para descubrir lo que era. En caso de que le gustara, lo usaría en ese mismo momento; de lo contrario, lo tiraría por la ventana disgustado.

El dia de reyes. Aun me acordaba de cuando quedaba con Mike para ver que regalos teníamos cada uno y alardear de que eran mejores que los del otro. El casi siempre tenía mas y mejores regalos, pero yo era demasiado orgulloso como para darle la razón, además de que se picaba si le llevaba la contraria. Me levanté de mi cuarto para ir a por algo de desayunar: me había despertado con un hambre atroz. Me vestí y salí de mi cuarto, cuando escuché el alboroto que podía escuchar desde mi cuarto incluso. Provenía del comedor, así que me puse de camino.

Nada más entrar vi lo que pasaba: había una gran montaña de regalos en mitad del comedor. Parecía que nadie sabía de donde habían salido, pero todo el mundo tenía uno. Y yo no iba a ser menos. Me acerqué a aquella montaña y, aunque no estaba ninguno que correspondiese a mi color favorito, decidí quedarme con uno de aquellos regalos.

Kairi iba hacia el comedor como cada mañana a desayunar sus churros con chocolate. Awa-chan se había adelantado atraído por el delicioso olor de los manjares de la cocina. Pero algo especial se respiraba en el ambiente...

El comedor estaba abarrotado de gente. Y no solo de eso. Una pila de regalos en medio del comedor llamaba la atención de todos los presentes, que estaban emocionadísimos abriéndolos.

- Awa - Awa-chan salió de pronto de la montaña de regalos con uno de un color muy especial - Awaes para ti - dijo dándoselo a Kairi.

- ¿Eh? Pero si el día de Navidad ya ha pasado... - murmuró, pero ahí estaba su regalo, en el cual ponía claramente Kairi.

Extrañada, quitó cuidadosamente el lazo y el envoltorio de color rojo carmesí para descubrir qué maravillas contendría... si es que contenía algo.

¿Intrusos en el Castillo?...

Salí corriendo de mis aposentos al enterarme de dicha noticia, pues no se hablaba de otra cosa en aquellas redes sociales a las cuales podía acceder con mi móvil; eso sin contar el tremendo barullo que empezó a armarse desde ser de día en el Castillo de Bastión Hueco. Su grácil y cómoda oscuridad había sido aplacada por tres desconocidos aquellas misma noche, reemplazándola parcialmente con confusión. Además de por una pila inmensa de regalos.

Y por lo visto Tierra de Partida no se ha quedado atrás esta vez...

Seguía observando mi querido aparato mientras reía ante las cosas absurdas que leía en aquella selva llena de locos: que sí eran gamberradas del otro bando, que sí un nuevo enemigo había querido hacer gala de su poder para burlarse de todos nosotros, que si era una distracción para un ataque inminente... y la lista de chorradas seguía, hasta el final de todo de aquellas páginas. Desde luego, el suceso no pasaba inadvertido.

Empecé a preguntarme por qué aquellos desconocidos se habían tomado la molestia de venir hasta nuestra base y la de Tierra de Partida para tan solo llevar regalos... y un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar algo parecido sucedido el año pasado: un Ronin borracho vestido como un payaso recitaba absurdos versos mientras me entregaba un regalo en el mismo instante en que casi le vomitaba en los zapatos debido a cierta indisposición que había obtenido por una juerga anterior.

Fuese como fuese, había llegado hasta el comedor donde la acción parecía que justamente acababa de empezar; los aprendices de nuestro bando cogían los regalos que Ariasu, emocionada como una chiquilla, lanzaba a cada uno de nosotros mientras se podía ver a Nanashi claramente al borde de un ataque de histeria o algo parecido.

Al dar un par de pasos hacia la enorme montaña de regalos, pensando en cual sería el mío, algo aterrizó de forma muy pertinente en mis manos tras haber amortizado el golpe inicial con el pecho. Al menos, no tenía que buscar más, pues el regalo ya me había encontrado a mí al parecer.

Observé su curioso envolotorio, la verdad era que aquel color que poseía parecía hechizarme y estar llamándome para que lo abriera. Pues no le haría

—¡Feliz lo que sea! —dije al aire, sin dirigirme a nadie en concreto y mientras abría mi regalo claramente emocionado.

¡Ha llegado el turno de los regalos! ¡Regalos para todos y todas!

Light - Azul: Escudo grande.
LightHelco - Morado: Moto.
Drazham - Añil: Llavero Estrella Fugaz.
James Bond - Rojo escarlata: Garras.
Mentos - Crema: Vale en la Tienda Moguri de 25.000 platines.
Tanis - Púrpura: Protectores oculares.
EspeYuna - Naranja rojizo: Accesorio Anillo Bravura.
Myxa - Rojo bermellón: Monopatín.
Sombra - Negro: Poción.
15nuxalxv - Rojo granate: Una tarta casera de Yami (Elixir).
Sito - Zafiro: Bolsa térmica.
Sheldon - Gris: Invocación Papá Noel.
CrystalWings - Blanco: Linterna.
River - Aguamarina: Un tónico de hierbas que huele muy mal (Ultrapoción).
Saxor - Naranja: Invocación Niños Perdidos.
Duniman - Turquesa: Pistola.
Darkness Seeker - Violeta: Cinta elástica.
Zeix - Oro: Carbón comestible (Éter).
xXOrbOOkXx - Rojo: Colirio.
Nell - Azul celeste: Accesorio Anillo coraza.
Suzume Mizuno - Índigo: Guadaña.
RedXIII - Naranja caqui: Llavero Tesoro Oculto.
Zodiark - Negro carbón: Nave gumi.
Tidus Cloud - Chocolate: Al abrir el regalo sale un vaso de agua que empapa la cara de Bavol (+5 PX).
mario51y1 - Cian: Aguja dorada.
Kairi - Rojo carmesí: Una ardilla sale del regalo y muerde la nariz de Kairi con furia (+5 PX).
H.S Sora - Esmeralda: Pelota.

Si queréis que vuestro regalo se añada a vuestra ficha, postead en este tema confirmándolo, haciendo un post donde vuestro personaje descubre el regalo que le ha tocado (5 líneas mismo, recordad). Igualmente si no aceptáis el regalo (porque no os gusta, o ya lo tenéis, o no os sirve), también podéis postear en el tema como si de un libre se tratara.

Estará una semana abierto, ¡pero no lo dejéis para el último día que os quedaréis sin que el regalo se añada a la ficha!


Y para los curiosones que quieran saber qué regalo ocultaba cada color:

Y allí estaba, un bastoncillo de caramelo duro como una piedra. Enok intentó morderlo no sin antes esconder su evidente decepción. Un bastón de caramelo seco, menudo timo. Aunque pensándolo bien tampoco es que el muchacho se hubiese gastado un mísero platín en su propio regalo. "A caballo regalado no se le miran los dientes".

Alzó al aire el objeto e intentó sonreír y despejar un poco el mal rollo que le había producido aquello. Era un regalo, después de todo. Y eso significaba que alguien se preocupaba no solo de aquel tímido chico perdido en un castillo abandonado sino de tantas personas que lo rodeaban.

Guardó el bastón en el bolsillo y tomó uno de los espumosos y cálidos vasos de leche que estaban ofreciendo los moguris. Aquel día desayunó en su habitación con una sonrisa de oreja a oreja. Con una buena dosis de pensamientos positivos las cosas se solucionaban.

Horas más tarde el chico descubrió que aquel bastón no era lo que parecía. Es más, era mucho más de lo que parecía. Quizás el mejor regalo que en aquellos tres años le habían regalado. Al fin y al cabo y como se suele decir, las apariencias engañan...