[La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Prólogo de Celeste

Si ya has creado tu ficha, pásate por aquí para escribir la primera página de ese gran libro que va a ser tu vida. O échale un vistazo a los amigos y rivales con los que te encontrarás en un futuro.

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro

[La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Dom Mar 29, 2015 2:53 am

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¡Bienvenida a tu prólogo! Por favor, asegúrate de haber leído las normas y ten en cuenta que: no puedes controlar el ambiente, no puedes controlar a los personajes y tienes libertad para postear cuando más te convenga. Cualquier duda consúltamela sin problemas. Espero que lo disfrutes y entres con ganas al rol


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No eran buenos tiempos para los gitanos, ni tampoco para quienes vivían con ellos. Después de un año de paz desde las últimas quemas en la hoguera, la actitud del juez Frollo volvía a ser radical y parecía que le había cogido especial ojeriza a una gitana llamada Esmeralda. Quizás Celeste la conociera de vista, aunque nunca habría intercambiado más que un par de palabras con ella.

Así pues, sus padres sin duda le habría advertido que tuviera mucho cuidado cuando fuera por la calle y que no se alejara demasiado de la Corte de los Milagros. También que se asegurara de que nadie la seguía cuando regresaba a su hogar.

Lástima que una amiga de la familia le hubiera pedido que le hiciera un favor muy importante. Celeste no era gitana de nacimiento, así que podía moverse por París sin llamar tanto la atención. De modo que tenía que llevar a Notre Dame unas medicinas que uno de los curas había pedido para el reuma. Le prometió que le daría un par de monedas si cumplía sin problemas el encargo y el dinero siempre venía bien, ¿no? Aparte de hacer un favor a una amiga tan cercana.

De modo que Celeste podía aprovechar que había tocado ir al mercado a hacer un par de compras para entregar el paquetito de hierbas. El problema era que había muchos guardias y un grupo de ellos bloqueaba el camino de la derecha. El del centro era el que llevaba más rápidamente a Notre Dame, pero también estaría vigilado, aunque no cortado y había menos gente. Por otra parte, el de la izquierda estaba despejado… Sin embargo, se acercaba demasiado al Palacio de Justicia.

Tenía tres caminos —siempre podía pedirle amablemente a los soldados que la dejaran pasar— por los que dirigirse a Notre Dame. Aunque también, claro, podía limitarse a regresar a su hogar.

¿Qué haría Celeste?
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Dom Mar 29, 2015 1:31 pm

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Entendido, Suzume. Lo haré lo mejor que pueda :3


Aquel encargo había resultado ser el único entretenimiento del día.

Todo el mundo estaba ocupadísimo en la Corte de los Milagros; era lo que tenía que los gitanos volviesen a estar en el punto de mira del Palacio de la Justicia. Desde que el juez Frollo había visto a esa chica, Esmeralda, salir volvía a ser tan peligroso como caminar descalzo sobre un mar de brasas. O, mejor dicho, de cuchillos. En una ocasión había visto a un compañero pasear sobre brasas ardientes con una sonrisa totalmente despreocupada en los labios, y aún no había averiguado como lo había hecho.

-Podría aprovechar ahora para cumplir el trabajo… - cavilé en voz alta.

La catedral no quedaba muy lejos del mercado, y así me ahorraría tener que volver a salir. Quizás no fuese gitana, pero mi ropa y mi color de piel podrían traerme problemas si no me andaba con cuidado.

Sí, era lo mejor que podía hacer. Ya acabaría las compras después de pasar por Notre Dame.

Sin embargo, el problema era ahora cómo llegar a la catedral sin ser detenida. De los tres caminos que había, descarté el de la derecha: estaba cerrado, había demasiados guardias, y tomaría un desvío innecesario. Según me habían dicho en la Corte, el de la izquierda no estaba vigilado, pero, ¿me atrevería a acercarme tanto al Palacio de la Justicia? Definitivamente no.

Sólo me quedaba el camino central. El camino más corto. También estaría vigilado, pero no restringido como el de la izquierda. Y habría gente, gente que podría aprovechar para escabullirme de los guardias. Era mi mejor opción.

Era rápida, estaba aburrida, y tenía una misión que cumplir. Qué combinación tan terrorífica y maravillosa.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Mar Mar 31, 2015 1:35 am

Celeste optó por tomar el camino del centro, convencida de que así no tendría problemas si podía mezclarse entre la gente. En efecto, consiguió entrar sin llamar la atención y los guardias ni le dirigieron una mirada.

La muchacha había recorrido parte del camino, y ya podía ver las torres en la distancia de la querida catedral de los parisinos, cuando escuchó unos quejidos. Si se volvía hacia un rincón vería que una muchacha jovencita, rubia, con el pelo alborotado y vestida con ropas pobres. Se cubría con un chal viejo y descolorido. Parecía horrorizada, protegiendo contra su pecho un pequeño saco.

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Un soldado alto, vestido de negro —es decir, se encontraba bajo la autoridad del Palacio de Justicia— y con un largo mostacho la sujetaba por una muñeca.

¡No trates de mentir! ¡Tú te relacionas mucho con gitanos! ¡La gente te ha visto con esa mujer!

N-no es verdad—farfullaba ella, a punto de romper a llorar—.Por favor, no he hecho nada malo. ¡Me hace daño!

La chica miró a su alrededor, pero la gente de los comercios hacía como si allí no estuviera pasando nada, mientras que el resto se alejaba o pasaba de largo clavando la mirada en el suelo.

Con todo, Celeste podría darse cuenta de que estaba mintiendo. Porque, aunque esa chica no vivía en la Corte de los Milagros como ella, sí que había visitado el lugar alguna vez junto a Esmeralda. Parecía ser muy buena amiga de esta.

Pero no tenía nada que ver con Celeste. La chica tenía algo que hacer y no podía arriesgarse a meterse en problemas con los soldados. No sería inteligente salir a ayudarla…

¿Verdad?
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Mar Mar 31, 2015 4:22 pm

Crucé el mercado sin causar ningún alboroto. Los guardias ni me miraban, y eso me permitió relajarme un poco. Estaba muy cerca de Notre Dame; desde mi posición ya podía ver las preciosas torres del campanario, tan altas que parecían tocar el cielo y adornadas por las gárgolas vigilantes. Me encantaba ese lugar.

Estaba tan absorta con la catedral que casi pasé por alto los quejidos provenientes de mi derecha. Casi. Me di la vuelta, curiosa, y me encontré con una joven rubia que me resultaba familiar. Se cubría con un chal casi destrozado, y apretaba un saquito contra su pecho como si le fuera la vida en ello. No era más que una niña. Un guardia se le había echado encima y tiraba de su muñeca mientras gritaba:

¡No trates de mentir! ¡Tú te relacionas mucho con gitanos! ¡La gente te ha visto con esa mujer!

Pues claro”, pensé. Por eso me sonaba. La había visto un par de veces en la Corte de los Milagros, aunque sabía que no vivía allí. Sin embargo, sí que la había visto a menudo con Esmeralda… estúpida niña, ¿cómo se le ocurría salir a la calle siendo amiga de la gitana más buscada por el Palacio de la Justicia?

N-no es verdad—mintió ella, desesperada. Estaba al borde de las lágrimas—. Por favor, no he hecho nada malo. ¡Me hace daño!

Apreté los dientes. No me convenía involucrarme. Si la niña había sido tan tonta como para dejarse atrapar, no era mi problema: le estaba bien empleado.

Y, sin embargo, me veía incapaz de seguir adelante. Los comerciantes ignoraban la escena y los transeúntes ni siquiera levantaban la mirada a pesar del escándalo que estaba armando el soldado. Nadie iba a ayudarla y el soldado se la llevaría para interrogarla. Imaginaba que no delataría a Esmeralda siendo amiga suya, pero, ¿y si se le escapaba información sobre la Corte? Podría condenarnos a todos los que vivíamos ahí.

Tenía que actuar deprisa. Y se me ocurría la idea más alocada del mundo.

Echaría a andar en dirección al guardia con la cabeza bien erguida y mi actitud más petulante.

Disculpe, oficial—diría, esbozando una sonrisa desdeñosa—. Sé que cree estar ofreciéndonos a todos un gran servicio pero, en vez de acusar a la criada de mi señor de ser cómplice de unos gitanos, ¿podría ir a detener a esa odiosa mujer que bailaba en el mercado?—bufaría, exaltada, señalando la calle por la que acababa de venir y en la que obviamente no había ningún gitano—. ¡Su cabra ha intentado robar el dinero de mi señor! ¡Y usted aquí, intentando llevarse a la pobre niña! Debería darle vergüenza, ¡ya verá cuando mi señor se lo cuente a su superior!

Aquello debería bastar para hacerle reaccionar y, con mucha suerte, salir corriendo hacia el mercado. De lo contrario, esperaba haberle distraído suficiente como para que la chiquilla se soltara y huyera… algo que yo también debería hacer en caso de que las cosas se pusiesen feas.

Jugármelo todo a una carta… el papel de la criada del noble podrido de dinero.

Ojalá se tratara de un guardia idiota.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Vie Abr 03, 2015 3:29 am

La chica se quedó mirándola con los ojos llorosos muy abiertos, llenos de miedo y esperanza. Luego agachó la cabeza, quizás asustada de no poder seguirle el juego. En cualquier caso, el soldado, tras lanzarle una mirada evaluadora a Celeste, esbozó una sonrisa todavía más despectiva que la de ella.

¡Así que esas tenemos! ¿A tu señor le gusta contratar a prostitutas de los arrabales, eh? —Soltó una carcajada cruel y las lágrimas que la chica había intentado contener brotaron sin que pudiera hacer nada por evitarlo—. ¿Pero, por qué no? Vamos a por esa gitana, a ver si es cierto que está allí. Me pregunto si se habrá esfumado cuando lleguemos, con su maldita cabra.—Y antes de que Celeste pudiera hacer nada, cernió uno de los guanteletes en torno a su brazo con tanta fuerza que le hizo daño.

Si intentaba soltarse comprobaría que era imposible. Así que el soldado arrastró a ambas hacia donde Celeste había insinuado que estaba Esmeralda.

Por supuesto, no había ningún gitano a la vista. El hombre resopló, satisfecho por haber sorteado aquel problema, y los dedos apretaron tanto a Celeste que sin duda le dejaría un buen moratón. Se agachó hacia ella y le siseó con un tono amenazador:

Bueno, chiquilla. Dime: ¿dónde está la gitana? Oh, ¿se ha ido corriendo? Si eres amiga de esta chica, entonces también lo eres de los gitanos. ¿Y si os llevo a las dos al Palacio de Justicia, a que os den una lección y cantéis un poco?

La muchacha rubia soltó un gemido de horror, blanca como un fantasma. Ni siquiera se molestó en mirar a su alrededor: nadie las ayudaría. Entonces logró exclamar:

¡S-si haces eso, l-los gitanos invocarán a los demonios!—El guardia volvió bruscamente la cabeza hacia ella. La joven pareció venirse abajo, pero consiguió continuar—: ¡Vendrán a por ti y te harán d-desaparecer, como con toda esa gente!

¡Mentiras! Celeste sabía que el juez Frollo había quemado el año pasado a varios gitanos, acusados de invocar a esos demonios negros tan extraños que habían rondado las calles de París, atemorizando a los ciudadanos. Sin embargo, al haber vivido entre ellos, sin duda tendría conocimiento de que también habían desaparecido gitanos. ¡Qué estúpido invocar a monstruos que les podían hacer daño a ellos!

Pero aquella chica estaba confirmando los rumores. Eso no podía ser bueno. Sin embargo, había logrado que el guardia empalideciera y se quedara mudo, suavizando el agarre sobre Celeste.

¿Quizás podría escapar? ¿O le convendría más seguirle el juego a la niña, incluso si era contra su propia gente? Quizás fuera peligroso, quizás las marcara todavía más como amigas de los gitanos. Pero, ¿qué otra cosa podían hacer?

También quedaba intentar el uso de la fuerza y salir escopetada. Si dejaba atrás a la chica, quizás tuviera una oportunidad… Al fin y al cabo, no le debía nada. ¿No?
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Mar Abr 07, 2015 9:17 pm

¿La ciudad del amor? Y una mierda. París es la ciudad de la desesperación. Pobre del desgraciado que se adentra en ella con una pizca de esperanza, aunque sea con ánimo de hacer algo bueno como intentar rescatar a una niña indefensa. La sonrisa que me devolvió el guardia fue suficiente para darme a entender que había cometido un error garrafal al meterme dónde no me llamaban.

¡Así que esas tenemos! ¿A tu señor le gusta contratar a prostitutas de los arrabales, eh?

La muchacha rubia rompió a llorar ante sus risotadas y yo me enfurecí, aunque no sabía a quién iba dirigida mi ira. Supongo que a mí misma por haber sido tan estúpida como para creer que mi intervención habría servido de algo. No era más que una cría, una cría débil incapaz de hacer un recado sin meterse en líos.

¿Pero, por qué no? Vamos a por esa gitana, a ver si es cierto que está allí—prosiguió el soldado—. Me pregunto si se habrá esfumado cuando lleguemos, con su maldita cabra.

Antes de que pudiese reaccionar, ya me había agarrado del brazo y empezaba a arrastrarme junto a la chica rubia. Grité y pataleé, forcejeando tan violentamente como pude, pero él ni se inmutó. Al contrario, con mi pataleta sólo logré romperme la manga del vestido.

Cuando llegamos al mercado, dónde evidentemente no había ni rastro de Esmeralda, el guardia se inclinó sobre mí y me apretó el brazo con tanta fuerza que solté un aullido de dolor.

Bueno, chiquilla. Dime: ¿dónde está la gitana?

¿Tan inútil eres que tengo que hacer yo tu trabajo?—grité—¡Se habrá largado por algún callejón!

Oh, ¿se ha ido corriendo?—preguntó, burlón—Si eres amiga de esta chica, entonces también lo eres de los gitanos. ¿Y si os llevo a las dos al Palacio de Justicia, a que os den una lección y cantéis un poco?

Mi compañera rubia palideció, presa del pánico. No podía culparla, yo también estaba aterrada ante esa idea. ¿Y si alguien me reconocía? ¿Y si me devolvían a la mansión?

Empecé a temblar como una hoja, tan asustada que apenas podía pensar. No… no podía acabar ahí…

Dios, por favor, no lo permitas…

¡S-si haces eso, l-los gitanos invocarán a los demonios!—gritó entonces la rubia, logrando llamar la atención del guardia—¡Vendrán a por ti y te harán d-desaparecer, como con toda esa gente!

Me quedé estupefacta. ¿Qué estaba haciendo? ¡Nos estaba delatando como amigas de los gitanos! Por no hablar de que lo que estaba diciendo era pura mentira. Sí, corrían rumores de que unos demonios negros hacían desaparecer personas, ¡pero también había gitanos entre ellos!

Sin embargo, el plan de la chica parecía funcionar. El soldado estaba blanco como una sábana y ya no me agarraba tan fuerte como para hacerme daño. Y, de todos modos, ¿acaso las cosas podían irme peor?

¡Oh, sí! ¡Atrévete a llevarnos ante el Palacio de la Justicia y sufrirás las consecuencias!—exclamé—¡Todos los demonios de París se te echarán encima!

Aprovechando que el guardia aún miraba en su dirección, le hice unas señas a la chica para indicarle que saliese corriendo en cuanto pudiese. Era arriesgado, pero si salíamos corriendo cada una en una dirección quizás tendríamos una oportunidad. Al fin y al cabo, el soldado no había llamado a sus compañeros todavía… si éramos rápidas, podríamos escapar.

Y sino… Metí la mano que tenía libre por debajo de la falda de mi vestido hasta alcanzar la daga que llevaba atada a la pierna. Si bien no iba a matarle, un buen escándalo crearía suficiente distracción como para permitirnos huir.

Esperaba no tener que llegar tan lejos.

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No sé que tan bien me he explicado, así que recalco que el plan es asustar al guardia y huir a la mínima oportunidad. Si éste sigue sin ceder, Celeste usará su daga (¿puede?) para amenazar al guardia o causar alboroto para escapar.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Mié Abr 08, 2015 6:16 pm

Tras una duda inicial, Celeste decidió unirse a la muchacha y gritar:

¡Oh, sí! ¡Atrévete a llevarnos ante el Palacio de la Justicia y sufrirás las consecuencias!—El hombre pegó un respingo y abrió mucho los ojos, asustado—¡Todos los demonios de París se te echarán encima!

Y la mano prácticamente liberó a Celeste. La chica vio la ocasión y salió disparada. La otra muchacha, que había captado su mirada, echó a correr en otra. El soldado se quedó desconcertado y después empezó a gritar a las dos que se detuvieran. Perdió unos segundos muy valiosos intentando decidir a cuál de las dos debía perseguir. Al final se decidió por Celeste y la persiguió, con su pesada armadura resonando en la distancia. Por suerte para Celeste, era bastante más rápida que él y pudo abrir la separación que había entre ambos.

No había demasiada distancia hacia Notre Dame; el problema era que antes tendría que atravesar la plaza, y todo el mundo sabía que había soldados. Si no hubiera estado perseguida precisamente por uno de ellos, entonces Celeste no habría tenido problema en atravesarla. Pero ahora tendría que pensar algo y rápido:

Podía intentar callejear —había callejuelas estrechas a derecha e izquierda— para perder de vista a aquel soldado, o intentar agredirle: si se escondía tras un puesto o robaba alguna capa de los tenderetes de ropa conseguiría pillarlo por sorpresa, ya que estaba bastante atrás aunque no le había perdido de vista. También quedaba otra opción: meterse en una taberna. Estaban bastante llenas, por no decir abarrotadas y resultaba casi imposible moverse por ellas. Pero Celeste, al contrario que el soldado, era menuda y seguramente podría esconderse durante un tiempo.

¡O cualquier cosa que se le ocurriera! Lo importante era librarse del soldado antes de llegar a la plaza. Sin duda, si intentaba atravesarla, el tipo llamaría a sus compañeros. Y aunque intentara acogerse a sagrado en la catedral…

Antes tendría que llegar.

Todo quedaba en manos de Celeste.

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Yep, podrías haberlo hecho, pero he considerado que con gritar al guardia era suficiente~
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Sab Abr 11, 2015 2:14 pm

No sabía muy bien cómo, pero nuestro plan funcionó: las líneas que había gritado, sacadas de cierta obra de teatro que había visto interpretar un par de veces, surtieron su efecto y el guardia aflojó su agarre. No vacilé; antes de que se diese cuenta ya había salido disparada en dirección contraria a la chica rubia.

"No puedes dividirte en dos, amigo", pensé divertida mientras el guardia nos gritaba.

Sin embargo, acabó decidiendo que yo era mejor presa, olvidándose por completo de la otra chica. No me giré, pero podía oír los leves golpeteos de su armadura a lo lejos. Contuve una maldición; quizás yo fuese más rápida —y con razón, aquella armadura tenía aspecto de pesar un montón—, pero me iba a ser difícil acercarme a la catedral con él pisándome los talones. Quizás colarse entre los soldados no hubiese sido un problema antes, pero ahora…

Tenía que despistarle.

Doblé por un estrecho callejón, parando unos instantes para recuperar el aliento y permitirme pensar. No tenía mucho tiempo. ¿Qué opciones tenía? No había muchos escondites y ya me había visto desaparecer por la callejuela; si me quedaba ahí me encontraría. Y tampoco podía tenderle una emboscada: era más alto y más fuerte que yo, mi única ventaja era la velocidad.

Las pisadas del guardia se escuchaban cada vez más fuerte.

"Vamos, Celeste, piensa…"

¿Y las tabernas? Era día de mercado; seguramente estarían llenas y podría aprovechar para descansar y comer algo. En caso de que el guardia me siguiera hasta ahí, podría aprovechar la multitud para escabullirme por la puerta trasera y escapar. Y si se ponía muy pesado, siempre me quedaba la opción de subir a algún tejado y tratar de acercarme a la plaza desde ahí.

Parecía lo más sensato. Con renovadas fuerzas, eché a correr de nuevo por el callejón, ahora hacia el local más cercano.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Lun Abr 13, 2015 11:33 am

En cuanto Celeste buscara refugio, un desagradable golpe de calor, olor a humanidad concentrado, a cerveza y a comida grasienta, le daría un bofetón en la cara. El lugar estaba abarrotado de clientes, hombres adultos, por lo que parecía burgueses de bajo calado, que reían, bebían y comían. Algunos volvieron la cara hacia ella, aunque no mostraron demasiado interés. La excepción fue el tabernero, que le clavó de inmediato los ojos y la revisó de arriba abajo, atusándose la barba.

Celeste se vio empujada hacia el fondo del local por las pocas camareras que había y que intentaban llevar a sus clientes los pedidos. Estuvo a punto de tropezar, pero una mano la sujetó en el último segundo.

Se trataba de un hombre maduro, con asomos de canas en el cabello, aunque atractivo y con apostura. Celeste se daría cuenta de que, a pesar de que sus ropas eran bastante comunes, no encajaba en el local. Era demasiado tranquilo y lo envolvía un aire de inteligencia y fuerza.

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¿Estás bien?—preguntó.

Celeste apenas sí tuvo tiempo para responder. La entrada se abrió de un portazo y el soldado, chorreando sudor, bramó:

¡Aquí ha entrado una muchacha que es una bruja! ¡Entregadla ahora mismo si no queréis responder ante el juez Frollo!

Las conversaciones se apagaron por un momento. Por suerte para Celeste, la taberna era bastante honda y mientras la gente comenzaba a murmurar y a buscar a su alrededor, tuvo tiempo para pensar qué hacer. Había más de una mujer y varias eran jóvenes, así que tardarían en encontrarla un par de minutos, por lo menos. El guardia se precipitó sobre una chica, a la que tiró del pelo para observarle la cara, lo que enfureció a su pareja.

Parece que te buscan—comentó el hombre, dando un sorbo a su bebida—. ¿No deberías esconderte?

¡Sí, claro! Pero, ¿dónde? El único lugar que podría servirle sería debajo de la mesa que ocupaba el hombre, pero si la delataba… Aun así, no parecía que fuera a hacerlo. Sólo le clavaba sus profundos ojos, como preguntándose qué iba a hacer.

Entonces una mano grande y fuerte cayó sobre el hombro de Celeste, sobresaltándola. Cuando se diera la vuelta se encontraría con la barba del tabernero a escasa distancia de su rostro:

—No quiero problemas en mi local, chica. Si me das algo que merezca la pena, te sacaré por la puerta de atrás.

La mano le impedía escapar y el hombre la miraba con irritación y también con codicia. Estaba claro que si Celeste se negaba a darle algo valioso, rebelaría su posición. Y, sin embargo, si le entregaba lo que pedía…

Pero, ¿qué podía darle? Aparte de la medicina, sólo tenía una moneda de plata. Si la entregaba se quedaría sin nada y probablemente su familia se enfadara bastante con ella.

En cualquier caso tenía que decidir cuanto antes.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Mié Abr 15, 2015 8:49 pm

Entré a toda velocidad en la taberna sin siquiera molestarme a mirar el nombre del local. Pensaba que todas serían iguales y que no importaría en cual me escondiese, cuando la mezcla de hedores me mareó y me tuve que apoyar contra la puerta. Arrugué la nariz; aquella parte de mí criada para ser una dama se horrorizó ante la idea de tener que mezclarse entre esa multitud ruidosa que apestaba a cerveza y a sudor.

Agaché la mirada, intentando pasar desapercibida, mientras escrutaba el local por el rabillo del ojo. Todas las mesas estaban llenas, y la gente reía y bebía cerveza sin parar, dejando marcas en la madera e incluso derramándola por el suelo. Algunas personas se giraron a mirarme, pero enseguida regresaron a sus asuntos.
Todos excepto el tabernero, me fijé. Me seguía con la mirada desde que había entrado. Probablemente imaginaba que fuese gitana, o que tuviera relación con ellos; en cualquier caso, no dijo ni hizo nada —se limitó a quedarse dónde estaba, acariciándose la barba con expresión pensativa.

Estaba tan atontada que no me di cuenta de que estaba parada justo en medio de la taberna. Las camareras iban y venían cargadas de platos y más jarras de cerveza y, al intentar apartarme de su camino, me vi empujada hacia el fondo del local con tan mala suerte que tropecé y me faltó poco para que no me diera de bruces contra el suelo.

Me giré hacia mi salvador: era un hombre mayor, blanco, de pelo castaño entrecano y aspecto serio. Y buenos reflejos, me había cogido la mano con una rapidez impresionante. Vestía de forma sencilla, aunque tenía ese porte y esos aires que se apreciaban en la nobleza. Ahí sentado, solo, parecía totalmente fuera de lugar en aquella taberna sucia y escandalosa.

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¿Estás bien?—preguntó.

Sí, muchas gracias—no había acabado de formular la respuesta cuando la puerta volvió a abrirse. Ahí estaba el soldado, sofocado, que a pesar de la carrera parecía seguir dispuesto a llevarme ante la Justicia.

¡Aquí ha entrado una muchacha que es una bruja! —gritó—¡Entregadla ahora mismo si no queréis responder ante el juez Frollo!

…¿Bruja?

¡Pero bueno!—murmuré entre dientes, ofendida.

A mi alrededor, el bullicio se fue desvaneciendo y fue sustituido por susurros y preguntas. Había varias chicas jóvenes en el local, así que todavía tardarían un poco en encontrarme, pero el guardia no estaba para tonterías. Acababa de lanzarse al cuello de una joven para observar su cara.

Parece que te buscan—dijo tranquilamente el hombre blanco, bebiendo de su vaso como si la cosa no fuera con él—. ¿No deberías esconderte?

Suponéis muy rápido que viene a por mí—contesté, más tajante de lo que me habría gustado. Su calma me sacaba de quicio. ¿Acaso iba a delatarme? No lo parecía, de hecho, pero cualquier hombre se echaba a temblar ante la mención del juez Frollo.

Y no había escondite alguno, sólo el espacio debajo de su mesa. Eso siempre y cuando no me entragara, claro.

¿Debía fiarme?

Alguien me agarró por el hombro y ahogué un chillido. El tabernero. Su barba rozaba mi mejilla cuando me giré, y parecía enfadado.

—No quiero problemas en mi local, chica. Si me das algo que merezca la pena, te sacaré por la puerta de atrás—susurró con aprensión. Automáticamente intenté forcejear para soltarme, pero no pude.

Estaba totalmente acorralada.

Está bien—gruñí, entregándole mi última moneda de plata—. Sacadme de aquí y os prometo que no volveré a molestar.

Me enfurecía tener que pagar por mi libertad, pero no había otra opción. Siempre podía robar algo de camino a casa para ahorrarme la bronca… si es que lograba regresar algún día.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Jue Abr 16, 2015 2:28 pm

Celeste optó por hacer caso del posadero. Los ojos de este centellearon cuando la muchacha le entregó la moneda. La mordió para comprobar si era verdadera, y asintió satisfecho.

—Disculpe por las molestias, caballero —dijo al desconocido y empujó a Celeste entre la multitud.

Antes de que el tabernero abriera una puerta trasera, Celeste escuchó cómo el soldado mandaba a la mierda a uno de los hombres que había salido a defender a una de las chicas. Después el tipo cerró con brusquedad. Atravesaron una pequeña estancia que apestaba a queso y a vino y luego salieron a un patio trasero. Era estrecho y estaba abarrotado de sillas rotas, escobas y demás trastos que impedirían a Celeste andar con propiedad.

—Y ahora, lárgate.

Cerró con brusquedad y la chica pudo escuchar cómo sus pasos se alejaban. Había una pequeña reja que permitía salir a una callejuela. Si miraba hacia arriba vería las torres de la Catedral, no muy lejos: parecía que llegaría sin problemas si subía por el camino de la izquierda. El de la derecha bajaba, parecía dirigirse al río.

De pronto hubo una violenta corriente de aire —a pesar de que no hacía viento. Pero pudo escuchar perfectamente el silbido del aire, como si hubiera surgido… ¿del interior del edificio?— y una ventana de la taberna se abrió de par en par, sobresaltándola. Así pudo escuchar al tabernero gritar:

—¡La bruja ha salido por la parte de atrás! ¡La he visto, seguro que me ha robado! ¡Por aquí mi señor!

Vaya, parecía que iba a ser difícil librarse de su perseguidor, aunque si se daba prisa, el hombre no tendría ni idea de si había subido hacia la izquierda o bajado por el otro camino. La Catedral estaba allí, a menos de cinco minutos, y podría refugiarse en su interior. Los sacerdotes no la traicionarían, sin duda. El problema, de nuevo, era que había bastantes soldados en la plaza de Notre Dame.

¿Qué camino sería mejor? ¿Dar un rodeo o ir directa?
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Jue Abr 16, 2015 7:39 pm

La sonrisita de satisfacción del dueño de la posada me hizo apretar los puños con rabia, pero no me permití mostrar otra reacción. No sé qué me molestó más, si el hecho de que me hubiese obligado a pagar para huir sana y salva, o el que mordiese la plata para asegurarse de que de verdad. ¡Cómo si timarle fuese una opción!

Ahora sólo me quedaba el dichoso paquete con las medicinas para el sacerdote. Esperaba que valiese cada una de las monedas que me habían prometido.

—Disculpe por las molestias, caballero—le dijo el tabernero al hombre de la mesa. Quise despedirme de él, y quizás disculparme por mis malos modales; al fin y al cabo, había salvado mi nariz del suelo, pero el tabernero ya me estaba empujando hacia la salida.

Eh, que los modales nunca están de más—bufé. Menudo día. Entre el soldado y éste, mañana despertaría con los brazos llenos de cardenales.

Si respondió, no me di cuenta. El soldado parecía enfadarse por momentos e insultaba con una voz tan alta que debían oírle hasta en la Corte de los Milagros. ¿Tendría la suerte de que se metiese en una pelea?

El tabernero me hizo cruzar una pequeña despensa que olía a queso y vino—con aspecto de costar un dineral, todo sea dicho—, y salimos a un patio trasero. No era muy espacioso y, encima, estaba todo lleno de trastos esparcidos por el suelo.

—Y ahora, lárgate—espetó, cerrando con un portazo.

¡Muchas gracias!—exclamé, con todo el sarcasmo que pude en mi voz.

Al menos, lo peor ya había pasado. Aparté una silla rota con el pie y me acerqué a la reja con cuidado, sorteando los obstáculos del suelo; la única salida posible estaba detrás, una bifurcación. Reconocí vagamente los caminos: el de la izquierda me conduciría directamente a Notre Dame, cuyas torres volvían a asomarse por encima de mi cabeza. No recordaba haber pasado nunca por el de la derecha, pero tenía aspecto de bajar al río.

De repente, una fuerte ventisca me alborotó el pelo y lo sacudió todo a mi alrededor. Palos de madera cayeron unos sobre otros con un fuerte estruendo, dejando el patio aún más desordenado, y una de las ventanas de la posada se abrió con un golpe, causándome tal susto que por poco no me di contra la reja. Pero lo más curioso era que en ningún momento había notado la más mínima brisa. En todo el día. Y aún así, el aullido del viento había sonado tan fuerte y tan cerca… ¿acaso podía..?

¿…venir de dentro de la taberna?

—¡La bruja ha salido por la parte de atrás! ¡La he visto, seguro que me ha robado! ¡Por aquí mi señor!—oí gritar al tabernero desde dentro.

¡Me ha vendido!—grité, estupefacta—¡Será hijo de..!

No, no había tiempo para eso. El soldado ya debía de estar acercándose, una vez más. ¿Es que nunca iba a parar? Crucé la reja y me escabullí a toda prisa por el callejón de la izquierda, directa a Notre Dame. Él no podía saber qué camino había seguido, ni conocía mi intención de ir a la catedral. Y si no perdía más tiempo, aún podría llegar antes que él y pasar a través de los guardias sin levantar sospechas.

Y, aún así, mi mente no dejaba de darle vueltas a ese misterioso viento que se había levantado tan súbitamente. ¿Qué demonios estaba pasando ahí?
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Vie Abr 17, 2015 12:21 pm

Celeste había llegado al final de la calle cuando el soldado salió por la reja. La muchacha tuvo el tiempo justo para salir a la plaza y que no la viera. Allí se encontró con una multitud importante, bulliciosa. ¡El escondite perfecto! Al menos nadie llamaba la atención a los guardias de negro que patrullaban los límites de la plaza. Es más, una pareja de soldados pasó por delante de Celeste, sin siquiera dirigirle una mirada.

La puerta de Notre Dame estaba entreabierta, no muy lejos, y Celeste no tuvo problemas para cruzar la distancia que las separaba. Cuando se acercó vio que dos guardias guardaban los portones.

Aun así, pudo atravesarlas sin que nadie la detuviera. De inmediato la envolvió el frescor de las naves de la catedral; la luz se volvió más tenue, coloreada, y escuchó de fondo un coro masculino que en algún rincón lejano y que no estaba a la vista practicaba un «kyrie».

Celeste buscaría a algún sacerdote, pero sólo vio un par de monaguillos que iban encendiendo los pebeteros y los incensarios. Había algunas personas rezando, cuchicheando en grupos o recorriendo la catedral para detenerse frente a las capillas. A la izquierda, no muy lejos, había una puerta.

Y ningún cura a la vista.

Entonces escuchó un vocerío desde fuera. A través de las puertas entreabiertas pudo ver que los soldados se movían, nerviosos. Mientras Celeste estuviera dentro de la catedral —y se acogiera a sagrado— no le pasaría nada, pero quizás fuera prudente alejarse de las zonas visibles…

Tenía varias opciones. Podía preguntar a los monaguillos por un cura enfermo, ir a buscarlo ella misma al final de las naves o esconderse, al menos por el momento, tras esa puerta, hasta que los curas vinieran a ver qué estaba pasando y pusieran orden. Lo importante era alejarse de la puerta, por si ese soldado seguía buscándola. ¡A saber si ponía a sus compañeros en la puerta para impedir que saliera si averiguaba que estaba dentro!
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Dom Abr 19, 2015 3:59 pm

Con el corazón a mil, me escabullí por el estrecho callejón y conseguí llegar a la plaza sin más problemas. Una vez allí, aminoré el paso; había demasiada gente como para poder moverme libremente y, además, lo último que deseaba era llamar la atención de otro soldado.

Me habría gustado poder planear mejor mi incursión a la catedral, pero sabía que no tenía demasiado tiempo. El guardia había demostrado ser incansable, y estaba segura de que, a estas alturas, ya habría llegado a la plaza para seguir con su cacería.

No tardaría mucho en encontrarme.

Me recogí el pelo como pude, pues era fácil reconocerme por mi melena. Quizás así ganaría algo de tiempo extra mientras me acercaba a Notre Dame tranquilamente, como una parisina cualquiera que acude a la iglesia cada semana…

Dos guardias vestidos de negro se acercaban. Directos hacía mí. Me detuve en seco sin saber muy bien cómo reaccionar. ¿Cómo era posible? ¿Acaso parecía una fugitiva? ¿Se me notaba la culpabilidad en la cara? ¿Iban a prenderme sin más o me darían la oportunidad de explicarme?

Todos y cada uno de estos pensamientos se esfumaron cuando los soldados pasaron de largo sin dedicarme una sola mirada. Suspiré soltando todo el aire de golpe; mis mejillas, coloradas ante la vergüenza. Realmente estaba siendo un día muy, muy largo…

Las puertas de Notre Dame, custodiadas por otros dos guardias, estaban entreabiertas. Les saludé automáticamente con una inclinación de cabeza que no fue correspondida, y entré sin que me dijeran nada.

Ya estaba a salvo.

El frío del interior de Notre Dame me abrazó como una mañana de invierno, contrastando agradablemente con el bullicio y el agobio que había sentido en la taberna o en la plaza. Me permití descansar otro rato, apoyada de espaldas contra la puerta. La nave estaba en silencio salvo por una coral invisible a mis ojos que cantaba un «kyrie».

Señor, ten piedad de nosotros—murmuré.

Saqué las medicinas para el cura y me puse a juguetear con el paquetito mientras observaba. La música me tranquilizaba, y enseguida estaba recuperada de los múltiples sustos que me había llevado a lo largo del día. Ahora le entregaría las hierbas al cura y volvería a la Corte… pero, ¿dónde se habían metido todos los curas? Nadie me había mencionado ningún nombre, así que suponía que el hombre en cuestión estaría esperándome, pero ahí no había nadie salvo los monaguillos que preparaban las cosas para la misa y las personas que rezaban.

Al estar aún al lado de la puerta pude oír el alboroto de los soldados. No entendía lo que decían, pero podía suponerlo. Me alejé rápidamente de todas las zonas visibles; no quería ni imaginar qué sería de mí si se enteraban de que estaba ahí dentro, aunque me acogiese a sagrado…

Lo mejor era acabar con esto cuanto antes. Opté por acercarme a los monaguillos, probablemente éstos sabían del paradero de algún cura reumático y me conducirían hasta él. En caso de que no supieran nada, podía buscarle yo misma por la catedral. Al fin y al cabo, no podía ser tan difícil encontrar a un sacerdote, ¿no?
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Lun Abr 20, 2015 1:49 pm

Celeste se aproximó a los monaguillos. Los niños se miraron entre ellos, nerviosos, y avanzó el más mayor de ellos, que le preguntó con amabilidad si necesitaba algo. Cuando supo que buscaba a un cura enfermo —particularmente con reuma— frunció el ceño y meneó la cabeza. No había ninguno enfermo, que él supiera. Estaba preguntando a sus compañeros cuando se acercó un hombre mayor, entrado en carnes, y una expresión pacífica. Se trataba nada más y nada menos que del archidiácono.

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Oh, hija mía, ¿eres tú la muchacha que iba a traer la medicina? Que Dios te bendiga, estábamos esperándola—dijo con una sonrisa, extendiendo la mano—. Ahora mismo te daré lo que acordé con tu amiga, aunque, si no te importa, me gustaría entregar esto cuanto antes—Se quedó mirándola unos instantes, pensativo, y luego dijo—: Pequeña, ¿conoces a Esmeralda? Por favor, contéstame sin miedo. Me visita a menudo y considero que es una persona muy valiente. Como muchos de vosotros. Y como tú, por atreverte a traernos esto con todo lo que está sucediendo en la ciudad. ¿Has tenido muchos problemas para llegar?

Despidió a los monaguillos con un gesto para que Celeste se sintiera más tranquila y, con un gesto, le ofreció acompañarle, internándose en la catedral. Si estaba muy cansada, necesitaba beber o algo, seguramente el archidiácono se lo ofreciera sin dudar. También, quizás, sería interesante contarle sus problemas con el soldado. Quizás pudiera ayudarla a salir sin meterse en más problemas.

El archidiácono la escucharía, antes de detenerse frente a una puerta y decir:

¿Te importaría acompañarme? La persona a quien vamos a dar esta medicina le gustaría enviarle un mensaje a Esmeralda, si a ti te parece bien, hija mía.

Aguardó su respuesta.
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