[La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Prólogo de Celeste

Si ya has creado tu ficha, pásate por aquí para escribir la primera página de ese gran libro que va a ser tu vida. O échale un vistazo a los amigos y rivales con los que te encontrarás en un futuro.

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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Mié Abr 29, 2015 11:23 pm

El mayor de los niños negó con la cabeza. Suspiré; ni rastro de ningún cura enfermo, ni de reuma ni de nada. Ni siquiera de un triste resfriado.

Me crucé de brazos, pensativa. Quizás debería preguntar a alguien más antes de adentrarme yo misma en la catedral… ¿o sería perder el tiempo? No estaba segura de cuánto tiempo llevaba fuera desde que había salido, pero esperaba que no lo suficiente como para que nadie se preocupara por mí. Lo mejor sería ir preguntando al resto de los monaguillos, quizás alguno hubiera oído algo o…

Unos pasos interrumpieron mis pensamientos. Al girarme, vi el archidiácono en persona acercarse a nosotros. Recordaba haberle visto en alguna ocasión cuando iba a la Iglesia de pequeña, pero había pasado mucho tiempo desde la última vez, y todos esos años parecían pesar en el hombre.

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Oh, hija mía, ¿eres tú la muchacha que iba a traer la medicina?—preguntó al llegar.

Así es, señor—respondí.

Que Dios te bendiga, estábamos esperándola—sonrió, ofreciéndome la mano. Se la estreché sin dudar—. Ahora mismo te daré lo que acordé con tu amiga, aunque, si no te importa, me gustaría entregar esto cuanto antes.

Por supuesto—dije, devolviéndole la sonrisa.

Le entregué el paquetito al archidiácono, orgullosa de que hubiese llegado a salvo hasta él. Ni me imaginaba lo que podría haber pasado en caso de haberla perdido por el camino.

Pequeña, ¿conoces a Esmeralda?—inquirió entonces el anciano. Debí de parecer sorprendida, pues enseguida añadió: —Por favor, contéstame sin miedo. Me visita a menudo y considero que es una persona muy valiente. Como muchos de vosotros. Y como tú, por atreverte a traernos esto con todo lo que está sucediendo en la ciudad. ¿Has tenido muchos problemas para llegar?

Gracias por sus palabras, señor—contesté, más tranquila; era bueno saber que teníamos aliados en Notre Dame, lejos del alcance de Frollo y sus soldados—. He tenido que dar un pequeño rodeo para llegar hasta aquí, pero eso es todo.

Mi pequeña mentira pasó desapercibida. Quería comentarle al archidiácono lo que había pasado con el guardia, pero prefería hacerlo en privado en vez de delante de los niños. Por suerte, el sacerdote les despidió justo en ese instante, invitándome a seguirle dentro de la catedral.

En realidad, señor, quisiera comentarle una cosa—aquél era un buen momento como cualquier otro. Me aseguré de que me estaba escuchando antes de proseguir—. La verdad es que mi viaje ha sido bastante complicado. Antes de llegar, he tenido ciertos problemas con un guardia que amenazaba a una amiga de Esmeralda, de ahí mi tardanza. Ese mismo guardia lleva persiguiéndome desde entonces, y me temo que ahora mismo se halla a las puertas de la catedral esperando a que salga para llevarme ante la justicia. Cree… cree que tengo algo que ver con esas extrañas desapariciones.

Esperaba de corazón que me escuchara y, quizás, fuese capaz de ayudarme. Si alguien conocía los secretos de Notre Dame lo suficiente como para conseguir que escapara sin ser vista, era él. En cualquier caso, contestara lo que contestara, agradecería su ayuda y su atención.

Poco después, nos detuvimos frente a una puerta. Presumiblemente, dentro estaría el cura enfermo. Iba a preguntarle al archidiácono si quería que esperase fuera cuando habló de nuevo:

¿Te importaría acompañarme? La persona a quien vamos a dar esta medicina le gustaría enviarle un mensaje a Esmeralda, si a ti te parece bien, hija mía.

Compuse una pequeña sonrisa.

Por supuesto que no me importa—le aseguré—.Llevaré ese mensaje a Esmeralda con mucho gusto.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Dom May 03, 2015 2:52 am

El archidiácono frunció el ceño cuando escuchó las palabras de la joven y le posó una mano en un hombro, tranquilizador.

No te preocupes, hija. Me ocuparé de ayudarte a marchar sin que ese hombre te vuelva a molestar.

Después, cuando Celeste consintió, sonrió, agradecido. Acto seguido empezó a subir por las escaleras. Al principio parecía hacerlo con bastante energía. Después, poco a poco, comenzó a resollar y tuvo que buscar apoyo en una pared para ayudarse a subir.

Ah, hace un par de años era capaz de recorrer como un mozo este tramo de escaleras.—Cuando llegaron al exterior les acarició una suave ráfaga de viento y pudieron recorrer sin problemas un puente de piedra que unía las dos torres incompletas de la catedral. Una vez alcanzaron la torre de la izquierda y comenzaron a subir escaleras, el archidiácono dijo—: ¿Has oído hablar alguna vez del campanero de Notre Dame? No sé si te habrán llegado rumores de lo que sucedió en el Festival de los Bufones.—El anciano meneó la cabeza—. Fue terrible. Si no hubiera sido por Esmeralda, no sabemos qué le habría sucedido a Quasimodo. Esta medicina es en realidad para él. Después de lo que le hicieron tiene resentidos los músculos del cuello y la espalda. Espero que valga para reponerlo.

Subieron unas escaleras de madera y, sobre ella, Celeste pudo contemplar las inmensas campanas de Notre Dame. Además, al final del tramo había una habitación amplia, de madera, con una mesa sobre la que se elevaba una maqueta de la catedral. Incluso a la distancia pudo ver preciosas figuritas de madera. Y también los móviles de cristales de todos los colores, que teñían la estancia, que no contaba más que con dos mesas y lo que parecía ser un pequeño lecho, de hermosos colores.

¿Quasimodo? He traído a una joven, amiga de Esmeralda, para que puedas transmitirle tu mensaje. Ha pasado por muchos problemas para traerte la medicina. ¿Podemos entrar?

S-sí, excelencia.—La voz era joven, quizás de alguien de la misma edad que Celeste.

El archidiácono le hizo una seña a la chica y después se dirigió hacia una de las esquinas de la habitación, que parecían dar a una especie de pasillo. Allí, tras unas gárgolas de piedra bastante simpáticas, Celeste distinguió una figura que se ocultaba en la sombra. El archidiácono le entregó la bolsita y así pudo ver una mano inmensa, algo peluda, y que por sus movimientos tenía cierto aire torpe. El anciano después retrocedió hasta situarse a la misma altura de Celeste.

No te asustes por su aspecto, es un buen muchacho.

Estaba claro que esperaba que se acercara. Es más, de la esquina asomó una cabeza enorme, cubierta por una suave pelambrera pelirroja. Captó un ojo verde antes de que volviera a esconderse.

H-hola. ¿C-cómo está? Gracias por traerme l-la medicina—farfulló Quasimodo—. ¿S-sabe si E-Esmeralda está bien? C-creo que el amo Frollo ha o-ordenado que se la busque p-por toda la ciudad.—De pronto el joven se asomó de nuevo, quizás por curiosidad, y Celeste vería sin problemas los rasgos deformados de su rostro. Dio un respingo y volvió a esconderse—. Perdón. No quería asustarla. S-siento que haya tenido p-problemas s-solo para traerme esto. Su excelencia n-no debería haberla molestado.

El rechinar de la madera advirtió a Celeste de que el Archidiácono había bajado las escaleras hasta la mitad. Lo oyeron resoplar cuando se sentó en uno de los escalones. Quizás estaría bien dar un respiro al pobre anciano antes de iniciar el descenso.

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Puedes hablar o no con Quasimodo. Si quieres explotar la habitación, eres también libre de hacerlo, así como de marcharte cuando quieras. Dependiendo de lo que hagas pasará una cosa u otra~
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Dom May 03, 2015 8:15 pm

Arreglado el pequeño asunto de mi escapada, seguí al archidiácono escaleras arriba. Nunca había pasado por ahí, pero intuí que llevaban al campanario. ¿Estaría ahí ese cura enfermo? Pero, ¿por qué? Me imaginaba a un hombre de la edad del archidiácono, que difícilmente podría subir y bajar todo aquel tramo teniendo reuma.

El sacerdote subía los peldaños cada vez con más esfuerzo, sujetándose a la pared. Preocupada, estuve a punto de ofrecerle que se apoyara en mí, pero en cuanto abrí la boca se detuvo.

Ah, hace un par de años era capaz de recorrer como un mozo este tramo de escaleras —dijo, abandonando el último escalón y saliendo al exterior.

Al cruzar el umbral, una brisa suave me acarició la piel, y tuve que entrecerrar los ojos ante la repentina luz del Sol. El puente que conectaba las dos torres de la catedral se extendía ante mí. Me habría encantado asomarme por ahí y observar París desde las alturas, ver a la gente en las calles, en la plaza… pero tuve que aguantarme y seguir al archidiácono, que avanzaba decididamente hacia la torre que teníamos enfrente. Una vez la alcanzamos, hallé más escaleras dentro. Apenas habíamos empezado a subir cuando mi guía volvió a hablar:

¿Has oído hablar alguna vez del campanero de Notre Dame? No sé si te habrán llegado rumores de lo que sucedió en el Festival de los Bufones.

Asentí. Todo París debía de estar al tanto de lo sucedido. Yo no había presenciado esa parte del Festival; había demasiada gente y Fleur, mi madre adoptiva, nos había mandado a mi amigo Gilbert y a mí alejarnos un poco de la multitud, ya que ambos habíamos huido de nuestras casas y no nos convenía que nos reconocieran. En cualquier caso, la historia de cómo habían coronado Rey de los Bufones al campanero de Notre Dame para luego agredirle y humillarle nos había llegado a ambos.

El sacerdote meneó la cabeza.

Fue terrible. Si no hubiera sido por Esmeralda, no sabemos qué le habría sucedido a Quasimodo —Quasimodo… así se llamaba el campanero—. Esta medicina es en realidad para él. Después de lo que le hicieron tiene resentidos los músculos del cuello y la espalda. Espero que valga para reponerlo.

Todo empezaba a cobrar sentido ahora.

A medida que avanzamos, las escaleras de piedra pasaron a ser de madera, y la luz fue disminuyendo. Las campanas de Notre Dame se alzaban por encima de mi cabeza, decenas de campanas tan inmensas que me sentí insignificante en comparación. Llegamos a una habitación pequeña, también de madera, con solo dos mesas y una cama. En una de las mesas había un montón de figuritas talladas con muchísimos detalles. Reconocí la catedral, y también algunas personas en lo que debía de ser la plaza. Justo encima, brillaban colgados del techo cristales de colores, preciosos. Me quedé asombrada.

¿Quasimodo? He traído a una joven, amiga de Esmeralda, para que puedas transmitirle tu mensaje. Ha pasado por muchos problemas para traerte la medicina. ¿Podemos entrar? —preguntó el archidiácono prudentemente.

S-sí, excelencia.

¡Qué joven parece!” pensé, avanzando a la señal del sacerdote. ¿Cuántos años debía de tener? No podía ser mucho mayor que yo. Advertí una silueta oculta entre las sombras, escondida detrás de unas gárgolas. El archidiácono se le acercó y le tendió la bolsita, y pude ver su mano al recogerla. Era grande, y parecía torpe. ¿Acaso nos tenía miedo? “No,” comprendí entonces. “Tiene miedo… de mí.

No te asustes por su aspecto —me susurró el sacerdote al regresar—, es un buen muchacho.

Ladeé la cabeza, desconcertada. Desde la esquina en la que estaba oculto, se movió, y pude ver parte de su cabeza pelirroja antes de que volviese a esconderse apresuradamente. Tenía los ojos verdes.

H-hola. ¿C-cómo está? Gracias por traerme l-la medicina —balbuceó Quasimodo—. ¿S-sabe si E-Esmeralda está bien? C-creo que el amo Frollo ha o-ordenado que se la busque p-por toda la ciudad.

Esmeralda… está a salvo en la Corte de los Milagros —le aseguré. Se me hacía extraño que me trataran de usted —. Quasimodo, ¿verdad? Yo me llamo Celeste, encantada de conocerte —dije, esta vez con más confianza, usando el último nombre del que me había encaprichado.

Mi naturalidad debió de tranquilizarle un poco, pues se acercó un poco más y esta vez pude verle la cara por completo. Sí, era joven, quizás mayor que yo por uno o dos años. Y deforme, con una joroba asomando por encima de su cabeza y el rostro destrozado. Mi sorpresa me traicionó, y debió notárseme mucho, pues se escondió de nuevo.

Perdón. No quería asustarla. S-siento que haya tenido p-problemas s-solo para traerme esto. Su excelencia n-no debería haberla molestado.

¡No, no me he asustado! —le aseguré, avergonzada—. Sólo estaba sorprendida, de verdad. Y no ha sido para tanto, me moría de aburrimiento…

El crujido de la madera me interrumpió. Al girarme, vi que el archidiácono había bajado la mitad de las escaleras y, cansado, se había detenido para sentarse. Pobre hombre. Sería mejor dejarle descansar un rato…

Volví la mirada a Quasimodo, de nuevo oculto entre las sombras. Me invadió la lástima. ¿Podría hacerle salir?

Con cuidado, me acerqué a la mesa dónde se alzaba la maqueta de Notre Dame y el resto de figuritas.

Vaya… ¿has hecho tú todo esto? —le pregunté— Es precioso. Tienes mucho talento. A mi amiga Jaelle le encantaría saber hacer algo así. Ella pinta muy bien, aunque se empeñe en negarlo. Pero, ¿esto? Nunca había visto nada igual.

»Por cierto, yo nunca había estado en esta parte de la catedral, y no creo que pueda regresar, si te soy sincera. ¿Podrías enseñarme las campanas? Me aterra pensar que voy a salir de aquí sin haberlo visto todo. Bueno, sólo si quieres, si no puedes no pasa nada… ¿qué me dices?


Solté todas esas palabras casi sin hacer una pausa para respirar. ¿Habría conseguido calmarle un poco, o le habría asustado más? Probablemente lo segundo. No me habría imaginado nunca que trataría con el campanero de Notre Dame.

Esperé su reacción.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Lun May 04, 2015 10:02 pm

¡No, no me he asustado! Sólo estaba sorprendida, de verdad. Y no ha sido para tanto, me moría de aburrimiento…

Mientras Celeste se volvía hacia el archidiácono, Quasimodo volvió a asomar parte de la cara, observando con curiosidad a la muchacha. Cuando ella se encaró de nuevo en su dirección, se ocultó una vez más.

Vaya… ¿has hecho tú todo esto? —inquirió la chica, después de acercarse a las figuritas de madera— Es precioso. Tienes mucho talento. A mi amiga Jaelle le encantaría saber hacer algo así. Ella pinta muy bien, aunque se empeñe en negarlo. Pero, ¿esto? Nunca había visto nada igual.

N-no es para tanto—respondió Quasimodo, si bien por su voz pudo adivinar que sonaba complacido.

Por cierto, yo nunca había estado en esta parte de la catedral, y no creo que pueda regresar, si te soy sincera. ¿Podrías enseñarme las campanas? Me aterra pensar que voy a salir de aquí sin haberlo visto todo. Bueno, sólo si quieres, si no puedes no pasa nada… ¿qué me dices?

Se quedó pensándolo un rato, tan largo que Celeste debió pensar que era un «no». Entonces Quasimodo dio un pasito. Luego otro y quedó al descubierto, iluminado por la luz que entraba por la ventana. Le dedicó una sonrisa tímida, sin atreverse más que a mirarla un segundo a los ojos.

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Te pareces a Esmeralda. A ella también le gustan las campanas.—Su sonrisa se amplió un poco y luego le hizo un gesto con su gran mano para que le siguiera.

Quasimodo cojeaba y hacía un poco de ruido al caminar, pero era bastante más rápido que Celeste y subió las escaleras que llevaban a la zona de las campanas en un suspiro, ayudándose de los fuertes brazos. En lo alto soltó un quejido y se masajeó el cuello. Si se acercaba lo suficiente, alcanzaría a ver rastros de cicatrices en sus muñecas. Era por donde los parisinos lo habían aferrado con cuerdas.

El joven, encantado, empezó a presentarle a las campanas. Su favorita era la Gran Marie, la más grande de todas. Los dos podían meterse debajo de ella y aun así quedaba espacio. Quasimodo todavía tartamudeaba cuando se dirigía a ella, mientras le explicaba que había cuidado de las campanas desde niño, y tendía a ocultar parte de su cuerpo tras las columnas, avergonzado.

Y… ¿Y cómo es l-la Corte? ¿Es bonita?—preguntó, después de traerle una copa con algo de vino aguado y un poco de queso y pan por si quería comer, un aperitivo que también había ofrecido también al archidiácono, que seguía sentado en las escaleras. Quizás dándoles tiempo para hablar—. He oído que están p-persiguiéndoos… Lo siento. Es por eso de los demonios… Y porque una gitana le atacó. Dice que fue Esmeralda, ¡p-pero yo no me lo creo! Esmeralda es buena, amable y… Y tú también.—Se pasó una mano por el pelo, apartando la vista—. No sabéis quién invoca esos demonios… ¿Verdad?

Celeste tuvo el tiempo justo para responder antes de que escucharan un portazo y una voz que hizo palidecer a Quasimodo:

¿Qué hacéis vos aquí?

¡Es el amo!—farfulló—. ¡R-rápido, tienes que esconderte!

Sin embargo, no había donde: ninguna columna la ocultaría por completo y la única salida eran las escaleras por las que ambos habían subido y que daba a su vez a donde vivía Quasimodo. Sí, se podía salir desde allí al exterior de la torre, pero estaría a la vista de cualquiera que ascendiera por la entrada. Con gestos, y mientras escuchaban cómo Frollo se libraba del archidiácono con frialdad, sacándolo de la torre, Quasimodo le indicó que se mantuviera ahí, callada. Intentaría distraer a Frollo. Bajó apresuradamente y la dejó sola.

¡Amo!

No me gusta que te juntes con ese hombre, no sé cuántas veces te lo he dicho, querido muchacho.

Si Celeste se asomaba, comprobaría que Frollo le daba la espalda mientras tomaba asiento en una mesa. Quedaba así de lado hacia la salida de la torre… Y de frente a la salida. Pero al menos no podía verla.

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¿Qué es eso?

U-unas hierbas que me ha traído el archidiácono. Ya sabe… para el cuello.

Tras un silencio, Frollo dijo:

Espero que hayas aprendido la lección, Quasimodo. El mundo exterior es cruel, despiadado. Y nunca te aceptará… He visto que había muchos guardias en la entrada, buscando a una bruja. ¿Has visto algo desde aquí?—Mientras Quasimodo se apresuraba a negar con la cabeza, Frollo giró la cabeza con lentitud—. Qué extraño, siento… Algo. No importa.

Volvió a hablar con Quasimodo, pero a Celeste no se le habría pasado por alto que había mirado en dirección a las escaleras… Que llevaban a las campanas.

¿Qué podía hacer? Tenía varias opciones. La más segura era quedarse quita, muy quieta, escuchando y esperando a que Frollo se marchara. Otra era arriesgarse a lanzar algo para que Frollo mirara en otra dirección y pudiera escaparse hacia el exterior de la torre, si no se sentía segura en aquel lugar. Claro que también, el enemigo de su pueblo le estaba dando la espalda. Podía resultarle tentador intentar… librarse de él.

O cualquier cosa que se le ocurriera, por supuesto.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Mié May 06, 2015 5:39 pm

Después de un apremiante silencio, en el que ya daba por sentada la negativa de Quasimodo, el campanero salió de su escondite poco a poco, pasito a pasito, y sonrió tímidamente. A pesar de que aún no me sostenía la mirada, lo interpreté como un gran avance.

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Te pareces a Esmeralda. A ella también le gustan las campanas —me confió, haciendo un ademán para que le siguiera.

Con una gran sonrisa, subí las escaleras que llevaban a las campanas. Quasimodo era más rápido de lo que cabía esperar, ya que cojeaba un poco, y casi me costaba seguirle el ritmo. Casi.

Cuando llegué hasta donde me esperaba, vi cómo se masajeaba el cuello dolorido. Aún tenía marcas de cuerdas en las muñecas. Aunque me moría de curiosidad por conocer su versión sobre lo sucedido en el Festival, me callé por educación: ya había conseguido hacer que confiara un poco en mí, y no quería hacerle sentir mal.

Quasimodo empezó a presentarme a las campanas. Había decenas de ellas, más de las que hubiese podido imaginar, y todas gigantescas. Su favorita, la Gran Marie, era tan grande que ambos cabíamos debajo de ella.

Después de ver las campanas, me contó cómo había cuidado del campanario toda su vida, desde pequeño, y que a veces se ocultaba detrás de las columnas por vergüenza. Escuché atentamente esa parte. Yo también había vivido escondida del mundo durante mucho tiempo, pero era incapaz de concebir toda una vida encerrada en un campanario sin poder salir. “Con razón le asusta la gente,” pensé. “No creo que tenga muchas visitas aquí arriba.

De nuevo en la habitación, nos trajo al archidiácono —que seguía sentado en las escaleras— y a mí un poco de pan y queso y una copa de vino aguado.

Y… ¿Y cómo es l-la Corte? ¿Es bonita? —preguntó mientras yo devoraba el queso, con corteza y todo.

Bueno, no es un palacio con sirvientes, pero es un hogar —bromeé—. Es más de lo que podría haber pedido. Vivimos todos como una gran familia, y estamos a salvo de aquellos que nos quieren a hacer daño. Sobretodo ahora…—musité, recordando al soldado y al posadero.

He oído que están p-persiguiéndoos… Lo siento. Es por eso de los demonios… Y porque una gitana le atacó.

Chorradas. Nadie en la Corte haría nunca nada así, estoy segura. Todo eso es una mentira que habrá inventado algún fanático de las hogueras.

Dice que fue Esmeralda, ¡p-pero yo no me lo creo! Esmeralda es buena, amable y… Y tú también —desvió la mirada, pasándose una mano por el pelo—. No sabéis quién invoca esos demonios… ¿Verdad?

Desde luego, Esmeralda seguro que no —suspiré, bebiendo un poco de vino—. Ni tampoco nadie de la Corte. Nos gustan las bromas y hacer teatro, pero secuestrar personas va mucho más allá. No, esto no es obra de ningún gita…

Un sonoro portazo hizo que pegara un salto. Habría derramado el vino de no haber vaciado ya la copa.

¿Qué hacéis vos aquí? —inquirió una voz fría y llena de desdén.

¡Es el amo! —susurró Quasimodo, pálido como una sábana—. ¡R-rápido, tienes que esconderte!

Tardé un segundo en reaccionar. El amo de Quasimodo era ni más ni menos que el juez Frollo, que había prometido mandar a Esmeralda y al resto de los gitanos a la hoguera. Si me encontraba ahí, podía darme por muerta.

Y no había lugar dónde esconderse.

Desesperada, subí de nuevo las escaleras, pero la única salida posible era el exterior de la torre. Un escondite tan bueno como cualquier otro pero, ¿y si venía alguien más? Estaba totalmente desprotegida. Mientras Frollo se deshacía del pobre archidiácono, Quasimodo me dijo que me quedara ahí sin hacer ruido. Asentí con la cabeza, y se marchó.

Agucé el oído, demasiado asustada como para asomarme siquiera.

¡Amo!

No me gusta que te juntes con ese hombre, no sé cuántas veces te lo he dicho, querido muchacho. ¿Qué es eso?

U-unas hierbas que me ha traído el archidiácono. Ya sabe… para el cuello.

Se hizo el silencio, tan cargado de tensión que por un instante pensé que los latidos de mi propio corazón me delatarían. Por suerte, cuando Frollo volvió a hablar, su tono no dejaba entrever nada:

Espero que hayas aprendido la lección, Quasimodo —decía—. El mundo exterior es cruel, despiadado. Y nunca te aceptará… He visto que había muchos guardias en la entrada, buscando a una bruja. ¿Has visto algo desde aquí?

¡Se refería a mí! Entonces era cierto que el soldado había seguido mi pista hasta la catedral. Quasimodo debió de negarlo, porque no insistió más. Iba a tener que esconderme una buena temporada en la Corte de los Milagros…

Qué extraño, siento… Algo. No importa.

¿Algo? Me asomé un poquito, lo justo para ver como Frollo se giraba de vuelta a Quasimodo. Había mirado en dirección a las campanas, demasiado cerca de donde estaba yo. ¿Subiría? ¿Qué haría yo en ese caso? Quizás Quasimodo no me hubiese delatado, pero no me imaginaba que atacase a su amo para que una desconocida escapara.

Lo mejor sería quedarme quieta y no intentar ninguna locura. Con suerte, Frollo se marcharía pronto, y entonces me iría. Si, en cambio, subía atraído por ese… sexto sentido suyo, tendría que escabullirme y huir al exterior intentando no ser vista.

Cerré los ojos en una plegaria silenciosa y esperé.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Jue May 07, 2015 8:01 pm

Celeste esperó. Y esperó. El tiempo parecía arrastrarse con una lentitud infernal y cuando escuchó el rechinar de la madera porque Frollo se ponía en pie y comenzaba a pasear, sin duda temió que se dirigiera hacia las escaleras. En su lugar, ayudó a Quasimodo a ponerse la medicina y conversaron un rato más.

He de irme, muchacho. Procura no hablar más de lo imprescindible con el archidiácono y recuerda, este es…

Mi santuario. Sí, amo.

Ah, por tu tono a veces parece que no te des cuenta del tesoro que significa tener un hogar y la posibilidad de vivir en paz. El mundo, ahí fuera, es duro y triste. Desearía que fuera distinto. Uno mejor para todos. Puede que algún día lo sea, si Dios continúa respondiendo a mis plegarias.

¿A qué os referís, amo?

No te incumbe, muchacho. ¿Estás seguro de que sólo ha subido el archidiácono?

E-eso creo, amo. N-no vi que v-viniera con nadie más.

Un silencio.

Buenas tardes.

Escuchó cómo se alejaban los pasos de Frollo y se cerraba la puerta. Tras unos segundos, Quasimodo echó a correr escaleras arriba y se asomó con una tímida sonrisa.

P-por qué poco, ¿eh? Lo mejor será que te vayas cuanto antes pero… ¿E-era a ti a q-quien estaban buscando? L-lo digo porque eres la única mujer que puede haber por aquí…—Quasimodo le indicó con un gesto que le siguiera hacia el exterior de la torre—. No te preocupes, nadie nos verá si vamos por aquí—dijo, mientras la guiaba hacia el balcón que daba la espalda a la plaza. Aun así, había unas vistas impresionantes de París—. Q-quizás puedes esperar a la noche. Entonces podría bajarte por el tejado… S-si no te da demasiado miedo. Claro.—Mientras Quasimodo hablaba, Celeste percibiría un movimiento. Algo negro que se movía por una de las paredes de la torre. Cuando intentara buscar qué era, sin embargo, no encontraría nada. Aun así se le helaría la sangre por un único instante. Después la sensación desaparecería. ¿Se lo habría imaginado? Estaba nerviosa, había estado a punto de caer en las garras de Frollo, después de todo…—. ¡Pero a lo mejor no es buena idea que salgas de noche! París es peligroso a esas horas. Y a todas. —El joven se estremeció, palideciendo. De pronto se mordió el labio inferior y la miró con sus grandes e inocentes ojos desiguales—. ¿No te da miedo vivir fuera? Antes yo quería hacerlo pero ahora sé cómo son las cosas. Y a los gitanos os tratan fatal. ¿Por qué seguís aquí? ¿O por qué no os quedáis en la Corte? Sería mucho más seguro…

Puede que se diera cuenta de que la situación del chico no era muy distinta a la suya. ¿Podría darle algún consejo, aunque entre ambos hubiera un abismo?

Yo antes quería saber qué había más allá y habría dado lo que fuera por poder irme—suspiró Quasimodo, apoyándose en la barandilla de piedra—. ¿Y tú? ¿Qué te gustaría hacer? ¿Qué hacen los gitanos cuando se vuelven adultos?—No había nada malévolo en sus palabras. Sólo desconocimiento y curiosidad por algo que nunca podría alcanzar.

Y, entonces, cuando Celeste respondiera, volvería a sentir algo escalofriante. Captaría una sombra, esta vez detrás de Quasimodo. Una vez más, no encontraría nada cuando fijara bien la mirada.

¿Qué sería mejor, quedarse hablando con Quasimodo o marcharse? ¿Y por dónde? Podía ir a buscar al archidiácono, si bien Quasimodo había mencionado otro camino… Claro que parecía un poco extravagante, ¿no? ¿Bajarla por el tejado? ¿Hablaría en serio?

Sólo tenía que preguntárselo.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Vie May 08, 2015 6:31 pm

¿Cuánto tiempo había pasado ya? ¿Diez minutos? ¿Veinte? ¿Una hora? Ya había perdido la noción del tiempo. De haberse acercado Frollo, no le habría costado nada acabar conmigo; pues el suelo de madera era incómodo y al poco rato ya me sentía dolorida. Mis piernas estaban entumecidas, y un desagradable cosquilleo me recorría los dedos, pero no me atreví a mover un solo músculo. Afortunadamente, lo único que hizo el juez fue pasear alrededor de su pupilo y ayudarle a ponerse la medicina.

Al cabo de lo que pareció una eternidad, Frollo decidió retirarse.

He de irme, muchacho. Procura no hablar más de lo imprescindible con el archidiácono y recuerda, este es…

Mi santuario. Sí, amo —finalizó Quasimodo por él.

Ah, por tu tono a veces parece que no te des cuenta del tesoro que significa tener un hogar y la posibilidad de vivir en paz. El mundo, ahí fuera, es duro y triste. Desearía que fuera distinto. Uno mejor para todos. Puede que algún día lo sea, si Dios continúa respondiendo a mis plegarias.

Apreté la mandíbula. ¿Dios? ¿Dios escuchaba a un hombre como él? Me entraron ganas de salir de mi escondite y estrangularle.

¿A qué os referís, amo?

No te incumbe, muchacho—replicó Frollo— ¿Estás seguro de que sólo ha subido el archidiácono?

E-eso creo, amo. N-no vi que v-viniera con nadie más.

Sospecha,” pensé, horrorizada. Sabía que estaba en la catedral, que no podría haber salido. Pero no podía saber dónde exactamente… ¿no?

Buenas tardes —fue lo único que dijo. Oí sus pasos, cada vez más lejos, y la puerta se cerró.

Respirando aliviada por primera vez desde la llegada de Frollo, me desperecé como un gato e hice crujir los huesos de mis nudillos. Enseguida subió Quasimodo, sonriendo tímidamente.

P-por qué poco, ¿eh? Lo mejor será que te vayas cuanto antes pero… ¿E-era a ti a q-quien estaban buscando? L-lo digo porque eres la única mujer que puede haber por aquí… —dijo.

Culpable —reconocí, encogiéndome de hombros en señal de disculpa—. Tuve cierto problemilla con un soldado. Nada de brujería, por supuesto —me apresuré a añadir—, pero el hombre se lo tomó muy a mal y lleva persiguiéndome desde entonces.

Quasimodo me hizo una seña para que lo acompañara fuera, y yo le seguí, agradecida de poder volver a mover las piernas.

No te preocupes, nadie nos verá si vamos por aquí —me aseguró, mientras avanzábamos hacia el balcón. Éste daba la espalda a la plaza pero, aún así, el escenario de la ciudad bajo mis pies me quitaba el aliento. Era una pena no poder apreciarlo como era debido, pero yo ya había tenido suficientes emociones fuertes—. Q-quizás puedes esperar a la noche. Entonces podría bajarte por el tejado… S-si no te da demasiado miedo. Claro.

Un movimiento captó mi atención. Me giré, buscando qué lo había causado, pero no encontré nada. Me sorprendió ver que había flexionado los dedos encima de mi daga como si realmente esperara encontrar algún peligro ahí, en la pared de la torre.

Aparté la mano lentamente, reanudando el paso y volviendo la vista al frente. ¡Estaba paranoica!

¡Pero a lo mejor no es buena idea que salgas de noche! —Seguía diciendo Quasimodo, ajeno a mi intento de asesinato al muro— París es peligroso a esas horas. Y a todas —se estremeció, y me miró con preocupación con sus grandes e inocentes ojos desiguales—. ¿No te da miedo vivir fuera? Antes yo quería hacerlo pero ahora sé cómo son las cosas. Y a los gitanos os tratan fatal. ¿Por qué seguís aquí? ¿O por qué no os quedáis en la Corte? Sería mucho más seguro…

¿Quedarnos en la Corte? ¿Sin más? —exclamé. Mi voz había sonado más alta de lo que había imaginado, prácticamente un chillido— Lo siento. Quiero decir que… quedarnos en la Corte sería como darles la razón a todos esos que pretenden echarnos. Rendirnos. Y si nos marcháramos no arreglaríamos nada. París no es el único lugar donde a los que somos diferentes nos tratan mal. Por eso nos quedamos, para dar la cara y luchar: enfrentándonos a los que nos persiguen haciendo nuestra vida diaria —callé de repente. ¿Acaso era ahora una revolucionaria? Debía de parecer una niña pequeña que jugaba a ser heroína. Carraspeé, avergonzada—. Al menos eso es lo que opino yo…

Miré a Quasimodo: un pobre jorobado, deforme y maltratado. Vivía encerrado en Notre Dame porque era el único lugar que tenía. Notre Dame era su Corte de los Milagros, el único lugar donde estaba a salvo. A salvo de los ciudadanos, al menos…

En cualquier caso, esconderse del mundo no es la solución —añadí desinteresadamente, como si habláramos de algo tan simple como del tiempo que hacía—. Sólo acrecienta el problema, da poder a las personas malas. Y lo que es peor, convence a las personas buenas de que las malas tenían razón.

Quizás se daría cuenta de a qué me refería. Quizás no. Me encogí de hombros, aún ocultando mi preocupación bajo una máscara de indiferencia, y me senté de espaldas a la pared.

Yo antes quería saber qué había más allá y habría dado lo que fuera por poder irme —confesó Quasimodo, apoyándose en la barandilla del balcón para quedar de cara a mí—. ¿Y tú? ¿Qué te gustaría hacer? ¿Qué hacen los gitanos cuando se vuelven adultos?

¿Yo? —La pregunta me pilló completamente por sorpresa— Pues… nunca lo había pensado. Lo que hacen todos. Viajar como artista, supongo, con algún carromato.

Buscar información sobre mi padre,” añadí silenciosamente. “Quiero saber qué clase de hombre fue… o es, si es que aún sigue vivo.

Pensar en mi padre me ponía triste. Sacudí la cabeza, como si pudiera alejar esas ideas físicamente. Y volví a verlo. ¡Esa sombra, ahora detrás de Quasimodo..! Pero al parpadear, había desaparecido. Aún así, esa sensación tan inquietante no me abandonaba.

Me puse en pie de un salto.

Creo que debería irme —dije atropelladamente—. Será mejor que no me arriesgue a que vuelva Frollo, y no quiero que tengas más problemas por mi culpa… y el archidiácono estará preocupado, ¡pensará que me han atrapado! Dios mío, y Fleur me matará por tardar tanto… ¡y sin las compras!

»Me alegro mucho de haberte conocido, Quasimodo. Espero que pueda volver a visitarte algún día, en cuanto las cosas se calmen. Quizás pueda venir con Esmeralda y todo.

»Y, esto… ¿por dónde salgo?
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Dom May 10, 2015 2:55 am

Viajar—repitió Quasimodo, con una mirada soñadora—. Seguro que cuando lo hagas verás sitios preciosos—.Cuando Celeste expresó su voluntad de irse, Quasimodo se entristeció. Con todo, logró arrancarle una sonrisa al decirle que le gustaría volver. Y traer a Esmeralda consigo—. ¡Me encantaría! Pero es peligroso. Está el amo. V-ven conmigo.

La guió hasta la base de la torre, atravesando la pasarela por donde la había traído el archidiácono. Por allí bajaron las escaleras y, al final, la puerta se abría a una de las naves laterales de la catedral. Quasimodo se asomó, miró a ambos lados y al no ver al archidiácono por ningún lado, cuchicheó:

Ve hasta el fondo de la nave. Allí, en un lateral, encontrarás la entrada al claustro. No muy lejos hay una puerta negra. Podrás salir por la parte trasera de la catedral. Ah, C-Celeste. M-muchas gracias por venir. T-toma.—Y le entregó una bolsa con las monedas acordadas—. Me la dio el archidiácono. Gracias. ¿Saluda a Esmeralda… de mi parte…?—farfulló, bajando la mirada.

Había llegado el momento de la despedida. Después de escuchar lo que tuviera que decirle, Quasimodo volvería a subir la escalera. Desde lo alto la saludaría con un gesto, sonriendo, como un niño pequeño. Y volvió a su santuario.

Celeste podría atravesar sin problemas la catedral y salir al claustro. Estaba vacío. La puerta negra que le había señalado Quasimodo se abriría a la primera y daría a una modesta calle. No vio a mucha gente, sólo a unas pocas mujeres paseando a unos niños y a algún que otro anciano que disfrutaba del sol de la tarde.

Todo parecía tranquilo.

Excepto que Celeste volvería a notar algo. Algo se arrastraba tras ella. Cuando se diera la vuelta vería cómo se perdía tras una esquina una especie de sombra. Era como si se moviera por la pared.

¿Lo seguiría? También podía tomar el camino contrario. Quizás no fuera inteligente acercarse porque… Parecía que iba tras ella.

¿O se lo estaría imaginando?
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Lun May 11, 2015 1:21 pm

La tristeza era evidente en los ojos de Quasimodo, pero había llegado la hora de despedirse. De camino a la base de la torre, me prometí a mí misma que hablaría con Esmeralda para ayudar al pobre chico; era una injusticia lo que estaba sufriendo.

Deshicimos todo el camino que había recorrido con el archidiácono hasta una de las naves laterales de la catedral. Quasimodo miró a un lado y a otro, pero no había ni rastro del sacerdote.

Ve hasta el fondo de la nave —susurró—. Allí, en un lateral, encontrarás la entrada al claustro. No muy lejos hay una puerta negra. Podrás salir por la parte trasera de la catedral.

El claustro y la puerta negra. Entendido.

Ah, C-Celeste. M-muchas gracias por venir. T-toma —sacó una bolsita llena de monedas. Al ponerla sobre mi mano, tintinearon alegremente—. Me la dio el archidiácono. Gracias. ¿Saluda a Esmeralda… de mi parte…?

Sonreí, aunque él no lo vio al desviar la mirada.

Lo haré, no te preocupes. Gracias a ti por ayudarme a salir y por protegerme de Frollo. Mejórate pronto, ¡y dile adiós al archidiácono de mi parte!

Quasimodo volvió a subir las escaleras. Antes de desaparecer, pero, se detuvo y me saludó efusivamente con la mano. Le devolví el gesto, y el campanero de Notre Dame regresó a su escondrijo.

Guardé el dinero en uno de mis bolsillitos, asegurándome bien de que no iba a perderlo de vuelta a casa, y crucé la catedral. Todo estaba tranquilo, no había ni un alma en el claustro. Divisé la puerta negra en un rincón, y me alegró comprobar que no estaba cerrada con llave. No creía haber pasado nunca por la calle a la que conducía, así que iba a tener que moverme con cautela por si acaso. Por suerte, las únicas personas que me encontré fueron madres paseando a sus hijos y ancianos disfrutando del sol de la tarde.

Ya había asumido que no había peligro cuando lo oí. Un sonido extraño, como de algo arrastrándose detrás de mí. Me quedé muy quieta, sospesando mis posibilidades. ¿Debía girarme? ¿O ignorarlo y seguir adelante?

La curiosidad me pudo. Lo único que llegué a ver, sin embargo, fue una sombra en la pared desapareciendo tras un cruce. Otra sombra misteriosa.

Esperé unos segundos, pero no escuché nada más. “Sigue ahí. Lo que sea que me esté siguiendo todavía está ahí.”

Y yo no estaba dispuesta a tolerar bromitas pesadas.

Bueno, ¡ya está bien! —grité. Con mi daga en la mano, giré por la esquina en la que se debía de esconder el propietario de la sombra— ¡Seas quien seas, déjame en paz de una maldita vez!
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Mar May 12, 2015 11:59 pm

Bueno, ¡ya está bien! ¡Seas quien seas, déjame en paz de una maldita vez!

La joven, armada con una daga, se precipitó tras su supuesto perseguidor. Cuando dobló la esquina, se lo encontró esperándola.

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Sin duda lo primero en que se fijaría sería esos enormes ojos amarillos, envueltos en la oscuridad del yelmo. Unos ojos que no eran humanos. La criatura pareció sonreír al verla aparecer. Dio un paso al frente y levantó unas inmensas garras rojas.

Antes de que Celeste pudiera hacer nada, se abalanzó sobre ella. Un dolor intenso atravesó su cuerpo cuando las puntas de las garras se hundieron en su pecho y le desgarraron desde la clavícula hasta el hombro. La criatura trató de empujarla, de tumbarla. Como la había pillado desprevenida no sería muy difícil. Aun así, si era lo suficiente rápida, si era inteligente, podría deshacerse de él.

No había nadie cerca. Si gritaba quizás se asomaran a las ventanas pero, en principio, estaba sola. Podía intentar regresar hacia la catedral, o bien sortear a la criatura y continuar calle abajo. También meterse en algún callejón. Aunque nada le aseguraba que estuviera a salvo una vez se lo quitara de encima…
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Jue May 14, 2015 11:44 pm

No estaba preparada para eso.

Estaba preparada para un ladrón o algún gamberro. Quizás para algún soldado que había logrado dar conmigo. Pero no para... eso.

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Unos pozos amarillos, hipnóticos, que no parecían tener final, me devolvían la mirada desde el lado opuesto de la callejuela. Brillaban como lámparas en una biblioteca oscura, al anochecer, cuando no había otra luz disponible. Porque su cara, oculta bajo un estrambótico yelmo, no era más que eso: oscuridad total. Sombras y tinieblas. La cabeza se sostenía encima de un cuerpo azul deforme, demasiado pequeño para unas extremidades tan grandes, y se movía con movimientos espasmódicos. En su pecho había un extraño símbolo; parecía un corazón tachado por espinas rojas.

La criatura alzó sus garras rojas por encima de la cabeza, pero apenas le presté atención. Un miedo intenso se había apoderado de mis brazos y mis piernas, clavándolos en el suelo. La daga tembló ligeramente entre mis manos, pero la tenía agarrada con tanta fuerza que no llegó a caer. Aunque yo ya sabía que la daga me resultaría inútil; ni siquiera una espada mágica como las que salían en los libros serviría contra un ser así.

Era un demonio, como los de los libros sagrados de la Iglesia, y como los que últimamente parecían abundar en las calles de París. “Los rumores son ciertos…” Se me llenaron los ojos de lágrimas. Terror. Quería salir corriendo, huir a la Corte y no salir jamás. “Cielo santo, ¿acaso la Corte está a salvo?

Pero no me moví. Permanecí anclada en el suelo, observando impotente como el demonio daba un paso adelante y caía sobre mí a una velocidad increíble.

Primero vi la sangre. Roja y brillante, salpicó la cara y el cuerpo del monstruo que, sin inmutarse lo más mínimo, me tiró al suelo.

Fue entonces cuando llegó el dolor. Y con ello, la idea de que iba a morir. Completamente histérica, me revolví en el suelo forcejeando con el demonio para alejarlo el máximo posible. Cada movimiento que hacía con el brazo izquierdo era como sentir un centenar de cuchillos atravesarme la piel. Claro que nunca había sentido un centenar de cuchillos atravesarme la piel, pero ante las garras de un demonio me parecía una buena comparación.

Todavía tenía sujeta la daga. Siguiendo un instinto irracional, lo apuñalé varias veces en la cara y el abdomen, donde el hierro no le cubría. Quizás surtía efecto y todo. ¿Lo mataría? Lo dudaba. ¿Lo desconcertaría? Eso cuanto menos. ¿Lo heriría? Por Dios, eso esperaba.

Si no lograba dejarle malherido, podía probar a clavarle la daga y sujetarlo en el suelo. Eso me daría unos minutos, los suficientes para dar media vuelta y volver a la catedral. Valía la pena perder mi daga para salvar la vida. Una vez más, Notre Dame era mi única salvación —gitana o no, una chica sangrando y arrastrándose por las calles llamaría la atención de todos los soldados de la ciudad.

Menos mal que no me había alejado mucho. Podía volver a entrar por donde había salido y pedir ayuda una vez dentro. ¿Me permitirían mis heridas correr? Bajé la mirada a mi pecho y se me revolvió el estómago: ¡cuánta sangre! No entendía de medicina, pero…

No, no pienses en eso. Tranquille. El archidiácono hará algo, seguro.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Vie May 15, 2015 9:23 pm

La hoja se hundió en la piel del Sincorazón. Celeste no sintió el mismo tipo de resistencia que habría experimentado al acuchillar a una persona o un animal. A pesar de que la daga, sin duda, estaba cortando era como apuñalar una sombra ligeramente consistente. Una sensación desagradable, como si bajo esa capa de oscuridad no hubiera… nada material.

Aun así fue suficiente para poder quitárselo de encima y salir disparada de vuelta a Notre Dame. Apenas sí había girado y ya veía la puerta a no más de cinco metros de distancia cuando una sombra se arrastró por debajo de sus pies, adelantándola. De pronto se deformó y ganó forma, emergiendo del suelo.

Cuando quiso darse cuenta, Celeste tenía ante sí a la criatura, sin ninguna herida a la vista y dispuesta a saltar sobre ella. La única persona que había cerca, al ver al demonio, soltó un alarido y echó a correr, abandonando a la muchacha.

El monstruo cogió impulso. Saltó y fue caer sobre el rostro de Celeste. Entonces una violenta ráfaga de viento sacudió el vestido de la joven y, de pronto, la cabeza de la criatura se separó de su tronco. Acto seguido su cuerpo se disolvió en una nube de oscuridad y… Un corazón rojo, brillante, emergió de la negrura y, envuelto en luz, ascendió hacia el cielo antes de desaparecer.

¿Te encuentras bien?

Al principio puede que no lo reconociera, pero se trataba del mismo hombre que había visto en la taberna. Avanzaba con tranquilidad hacia ella —venía de la calle donde la había saltado el demonio— con las manos desnudas. Parecía sorprendentemente tranquilo para haber visto a un monstruo. Al ver la sangre sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo tendió para que se lo pusiera sobre la herida.

Te diría que entraras a la iglesia para que te atendieran, pero es posible que vuelvan a perseguirte. No deberías poner en peligro a inocentes. ¿Quieres acompañarme?—le ofreció.

Sin esperar su respuesta echó a andar sin prisa, alejándose de Notre Dame.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Sab May 16, 2015 4:41 pm

El filo de mi cuchillo arañó la superficie del suelo como si nada se hubiese interpuesto en su camino. ¿Acaso había fallado el golpe? Pero no… No, eso no era posible… Había visto la daga hundirse en la carne negra del demonio, pero había sido tan efectivo como apuñalar a una sombra, al viento, o al agua.

Con todo, conseguí alejarlo de mí lo suficiente para volver a ponerme en pie y correr de regreso a la catedral, dónde esperaba encontrar refugio y ayuda para mis heridas.

Podía divisar la puerta negra no muy lejos de mí. Unos metros más y estaría salvada. No me atreví a girarme para ver si el demonio aún me perseguía; estaba demasiado cerca de mi objetivo como para desconcentrarme…

Pero la suerte realmente no estaba de mi parte aquel día. Una sombra se deslizó por debajo de mis pies, una sombra sin un cuerpo que la proyectara. Me adelantó con una facilidad insultante y se detuvo justo delante de la puerta de Notre Dame. Y entonces, lentamente, se desdibujó, se dobló y deformó como si de una hoja de pergamino se tratara. Los ojos amarillos reaparecieron ante mí, cerrándome el paso a la salvación.

¡Y estaba intacto! Realmente, mi daga no le había causado daño alguno. Oí a un civil gritar cerca de mí y salir corriendo, abandonándome a mi suerte, pero ni siquiera se lo reproché. No me importaba nada ya. No podía atacar ni huir y, aunque consiguiera despistar al demonio de alguna forma, ¿cuánto tiempo duraría? Muy poco, de eso estaba segura.

Saltó una vez más. Cerré los ojos y solté la daga para cubrirme la cabeza con los brazos en un acto reflejo. Si grité o no, no me di cuenta; una furiosa ventisca se levantó a mi alrededor, ensordeciéndome por un instante.

Bajé los brazos justo a tiempo para ver como el demonio, ahora decapitado, se desvanecía en la oscuridad. En su lugar apareció un pequeño corazón brillando delicadamente, que subió por el cielo hasta desaparecer.

Tal y como si nunca hubiese existido.

¿Te encuentras bien?

La voz procedía de detrás de mí, justo dónde había encarado al demonio por primera vez. Me giré, demasiado sobrecogida como para poder articular una respuesta, pero la impresión se me pasó en cuanto vi de quién se trataba.

¡Sois vos! —exclamé, señalándole con el dedo. Era el hombre amable que había encontrado en la taberna, el mismo que me había salvado de romperme la nariz contra el suelo.

¿Acaso había..?

Avanzó hacia mí con aire despreocupado, como si estuviese acostumbrado a ver demonios cada día. Se sacó un pañuelo y me lo tendió. Tardé un segundo en entender que quería que lo usara para limpiar mi herida.

G-gracias…

Te diría que entraras a la iglesia para que te atendieran, pero es posible que vuelvan a perseguirte —dijo con voz calmada— No deberías poner en peligro a inocentes. ¿Quieres acompañarme?

¿Acompañaros adónde? Si esos seres pueden entrar en la catedral, ningún otro sitio puede… ¡Eh! ¡E-esperad!

Tuve que correr un poco para alcanzarle. ¿Hacía bien en alejarme de Notre Dame?

¿Habéis sido vos el que ha matado al demonio? —pregunté con una mezcla de curiosidad y temor. Desde luego, ese viento no había salido de la nada, pero… ¿qué clase de hombre podía decapitar a un demonio? ¡Y con una ráfaga de viento!— Podríais al menos decirme adónde vamos. Y vuestro nombre.

Y si sois humano, para empezar…” añadí para mis adentros.
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Suzume Mizuno » Lun May 18, 2015 5:29 am

¿Habéis sido vos el que ha matado al demonio? —preguntó Celeste cuando alcanzó al desconocido—.Podríais al menos decirme adónde vamos. Y vuestro nombre.

El hombre sonrió de lado con suavidad.

También podrías decirme tú el tuyo.—Una vez escuchara asentiría con la cabeza y respondería—: Mi nombre es Ryota. Y nos estamos alejando porque esas criaturas te están buscando, todavía no sé si por tu corazón o por orden de alguien. Pero vamos a comprobarlo. Así que debemos alejarte de zonas donde pueda haber muchos inocentes.

De modo que la guió a través de las calles sin titubear. Durante un rato no dijo nada, se limitaba a mirar de reojo a su alrededor. En cierto momento asintió para sí mismo y redujo el paso. Se habían alejado del centro de la ciudad —y de la Corte de los Milagros—. Celeste quizás podría ubicarse considerando que estaban cerca de una de las calles del gremio de los zapateros. Todavía había bastante gente trabajando, cruzando de un lado a otro, así que tal vez se sintiera segura. Al menos hasta que Ryota comenzó a callejear… Y la llevó hasta un callejón sin salida.

Ahí el hombre se plantó, encarado a la boca del camino, con los brazos cruzados a la espalda.

Quédate detrás de mí. He contado al menos dos más y no tardarán en llegar.—La miraría con fijeza hasta que Celeste obedeciera. Entonces haría un gesto de mano y un resplandor brillaría sobre el pecho de Celeste. El dolor se esfumó de inmediato, junto a las heridas. Ni siquiera quedó cicatriz, sólo los rastros de sangre—. He sido yo quien lo mató, sí. ¿Desde cuándo te perseguían? Es importante, piénsalo bien.

Después de contestarle, Celeste podía hacer preguntas. O largarse, claro. Aunque no parecía muy inteligente, teniendo en cuenta que podía haber más criaturas por los alrededores…
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Re: [La Cité des Cloches] Un tesoro llamado...

Notapor Denna » Mié May 20, 2015 9:15 pm

También podrías decirme tú el tuyo —replicó el hombre, sonriendo de lado.

Celeste —respondí antes de pararme a pensar. Era el mismo nombre que le había dado a Quasimodo; un fallo por mi parte, habría sido más seguro decir uno al azar. En cualquier caso, tampoco importaba tanto, ¿no? Un nombre por otro. Era justo. Y el mío seguía siendo falso.

Él asintió.

Mi nombre es Ryota. —¿Ryota? Retiraba lo dicho. ¿Qué clase de nombre era ése? No uno francés, eso sin duda. ¿Acaso se lo había inventado?— Y nos estamos alejando porque esas criaturas te están buscando, todavía no sé si por tu corazón o por orden de alguien. Pero vamos a comprobarlo. Así que debemos alejarte de zonas donde pueda haber muchos inocentes.

La cabeza empezaba a darme vueltas.

¿Mi corazón? ¿La orden de alguien? No entiendo nada.

Todo aquello me sonaba a locura, pero seguirle era lo mejor que podía hacer. A pesar de no haber respondido a mi primera pregunta, ya intuía la respuesta; estaba más segura con ese hombre tan raro, y quizás podía llegar a averiguar algo más sobre la naturaleza de esos demonios. Ryota parecía tener sus propias sospechas.

La conversación se estancó. No hice nada para romper el silencio, permitiéndome observar el camino que tomábamos; si lo peor llegaba a pasar, más me convenía correr a la Corte de los Milagros.

Aún así, sería difícil. Ya estábamos bastante lejos del centro de la ciudad, y lo único que Ryota había hecho hasta el momento era mirar de reojo a su alrededor y ralentizar el paso. Por otro lado, el gremio de zapateros no era el sitio que mejor conociera de la ciudad: pocos gitanos podían permitirse un calzado decente, y yo llevaba años caminando descalza por París. Así pues, no había caras conocidas entre la multitud que trabajaba y comerciaba.

Pronto cambiamos de dirección. Los zapateros se perdieron de vista y nos internamos en las callejuelas.

No es un buen sitio —dije—. Los callejones sólo son seguros para las personas que los conocen bien.

Y Ryota no parecía de esa clase de personas. ¡A saber cuántos ladrones y matones se escondían en lugares así!

Cuando dimos con un camino cerrado, Ryota se dio la vuelta con las manos tras la espalda y dijo:

Quédate detrás de mí. He contado al menos dos más y no tardarán en llegar.

¿Dos? ¿Cuándo había sido eso? Yo no me había dado cuenta de nada en ningún momento.

Obedecí, dando la espalda al muro y encarándome a la salida vacía. El hombre movió la mano y, de pronto, un resplandor brilló delante de mí a la altura de la clavícula. Un instante después, el dolor y el corte que me había hecho el demonio habían desaparecido, dejando sólo manchas de sangre seca en la ropa, la piel y el pañuelo.

Brujería —dije en voz baja. Aquello distaba mucho de los truquitos de cartas que había visto hacer en la Corte. Era magia, magia de verdad.

He sido yo quien lo mató, sí —habló Ryota, confirmando mis pensamientos— ¿Desde cuándo te perseguían? Es importante, piénsalo bien.

Creo… que fue en la catedral. Sí, vi el primero en Notre Dame poco antes de irme —respondí—. Cuando Frollo se marchó y yo me escabullí por el balcón para que no me viera.

»¿Por qué? ¿Creéis que tiene algo que ver con la Iglesia? Cuando habéis dicho que los demonios podían estar siguiendo órdenes de alguien, ¿os referíais a alguien de dentro?

La idea me aterraba, pero a la vez explicaba muchas cosas. ¿Cómo si no podían haber aparecido en territorio sagrado?

Esperé a ver qué tenía que decir Ryota al respecto, cada vez más nerviosa por la batalla inminente. Intentaba autoconvencerme de que iba a permanecer ahí por mi propia seguridad; incluso para averiguar más sobre los demonios, cualquier dato que me sirviese para advertir a mi familia de ellos.

Pero eso sería mentira.

Había visto al viento acabar con un demonio imposible de matar y sanar heridas en un santiamén. Había visto magia como la de las historias. Como la que predicaban los sacerdotes sobre Dios. Era real y, maldita sea, no podía esperar a verla de nuevo.
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