[Reino Encantado] Promesas de guerra

Ronda 12 - Límite, miércoles 26 de noviembre

La aparente traición de Tierra de Partida en un acuerdo de paz provocó el anuncio de la guerra por parte de Bastión Hueco. Los aprendices deben enfrentarse entre sí, entre antiguos amigos y compañeros. ¿Cómo lograrán sobrevivir cuando otras amenazas acechan?

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro, Sombra

Ronda #5 - Xefil

Notapor Zee » Vie Oct 10, 2014 9:50 am

'Este sujeto va a matarme'.

Sabía muy bien que me estaba metiendo con alguien el doble o triple de mi tamaño. El "niño" —ahora su edad no me quedaba clara, puesto que los Hechiceros solían vivir mucho más tiempo— no sólo había sido capaz de sacudirse a un grupo de hombres armados como si fueran solamente molestas moscas, sino que además controlaba el viento a su alrededor sin ningún esfuerzo, casi como si fuera una extensión de sí mismo y no le costara más trabajo que levantar el brazo o caminar.

No voy a negarlo. Lo que podía hacer conmigo... era espeluznante pensarlo.

Por eso no pensaba en ello.

Le había pedido que dejara a los hombres ir, a cambio de divertirse conmigo. Tan poderoso como demostraba ser, no podía haber muchos que pudieran plantarle cara; no muchos suponían un reto para él. Y con esa falta constante de desafíos, seguramente no se divertía mucho.

Parecía el tipo de persona que encontraba diversión en esa clase de cosas. Si, para empezar, se había reído a carcajadas al lanzar a un grupo de hombre por los aires.

¡Sea! ¡Trato hecho!

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Fue, más que un trato, una invitación. Tomé la decisión correcta con tal de evitar que más vidas se perdieran. Y jugué mis cartas de la manera adecuada. El problema era que ahora tenía que sobrevivir un segundo juego y ya no tenía una buena mano.

Los Sincorazón se desvanecieron en volutas de niebla oscura. El joven Hechicero ordenó a los soldados alejarse, amenazando con acabar el trabajo si no lo hacían rápido, en ese momento. Tan honorables como pudiesen ser, sabían que no tenían probabilidades; si se quedaban, serían probablemente sacrificios sin valor. Se fueron. Y el niño y yo nos quedamos solos.

¡Ya he cumplido con mi parte! ¡Ahora te toca a ti! —apreté la empuñadura de mi Llave con nerviosismo. ¿Se notaba? —¡Soy Ahren, de las Ciénagas, aprendiz de Maléfica, próximo Señor del Viento! Y voy a averiguar cómo te has librado del hechizo de tu reino, Xefil~

'Sí. Cuando lo logres, asegúrate de pasarme el mensaje', pensé con ironía. Sin embargo, sus palabras me demostraron que yo había elegido las mías correctamente. Había desencadenado la curiosidad en él y ahora yo había ascendido en su lista de prioridades. Justo como lo quería.

La pelea empezó de manera espontánea y natural. Sin ningún aviso previo o algún monólogo que avisara su llegada; los ataques sencillamente volaron en mi dirección. Una vez más, tuve que poner especial atención a la suciedad y basurilla que el viento cargaba, para así localizar los hechizos que Ahren me había lanzado. El método no era por completo en eficaz, en especial con el amplio alcance que tenían las corrientes de aire que el Hechicero producía. Si verlas ya era de por sí costoso, esquivarlas era una proeza heroíca.

Uno de sus hechizos me golpeó en el pecho y me empujó varios pies hacia atrás, derribándome al suelo. La vegetación de la pradera amortiguó un poco mi caída, pero aun así me lamenté de que ésta no fuese más abundante. Mientras recuperaba mi posición, me percaté de que el niño se había elevado un par de metros en el aire, sosteniéndose sobre la nada con ayuda de su magia.

Ay, eso es trampa —pronuncié sin pensar, a la par que iniciaba a correr hacia el chico tan rápido como podía en aquel irregular terreno. Intenté zigzaguear un poco, pero era inevitable que Ahren me viera venir desde varias yardas de distancia. En el momento preciso en el que intenté pegar un salto, me rechazó con un certero golpe de viento que volvió a rechazarme. Sentí mi piel rasgarse como si hubieran deslizado una cuchilla por encima.

¡Dos minutos!

Era peligroso y casi inalcanzable. Necesitaba atacarlo desde lejos, ¿pero qué opciones tenía? Seguramente había algún arco allí abandonado, pero ya había tenido malas experiencias con Nadhia intentando enseñarme a usarlo. Y lanzar mis dagas para no volver a recuperarlas tampoco era una opción.

'Si tuviera alguien para cubrirme las espaldas...'

La idea cruzó a mi mente como un veloz rayo. Ahren no tenía por qué saber que me encontraba solo.

¡Aleyn, dispárale ya!

Alcé mi mano libre en dirección al Hechicero, fingiendo que le hacía una señal a mi compañero imaginario, que se encontraba en algún sitio a espaldas de mi oponente. Si Ahren se giró (o si se desconcentraba, al menos) para protegerse de un posible proyectil, aproveché entonces la oportunidad para saltar de nuevo y asestarle un mandoble vertical. Estaba volando bastante alto, así que no importaba dónde le pegara: con tal de que la punta de mi Llave lo alcanzara, me daría por satisfecho.

Aterricé con una voltereta, intentando reacomodarme para tener a Ahren de vuelta en mi campo de visión. No busqué esquivar su próximo ataque; en cambio decidí recibirlo de lleno, extendiendo un MicroGrav a mi alrededor para tornarlo menos dañino. No sólo me serviría para medir sus golpes, sino que además me permitiría mantenerme a una distancia prudente para volver a la carga con otro ataque. Sólo esperaba que una vez actuara la gravedad reducida, sus ráfagas de viento no fuesen capaces de levantarme.

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▪ MicroGrav (HM) [Nivel 4] [Requiere Afinidad a Gravedad, Poder Mágico: 6]. Versión primitiva y menos poderosa de Gravedad, pero que requiere afinidad a dicho elemento. Una reducción en la gravedad provoca que el usuario reciba menos daño por caídas o golpes directos (la mitad de daño, para ser precisos). Sin embargo, reduce su Velocidad, Fuerza y Reflejos en 1/3.

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—You're like that coffee machine: from bean to cup, you fuck up—

~Dondequiera que el arte de la medicina es amado,
también hay un amor a la humanidad~


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Ronda 6

Notapor Suzume Mizuno » Vie Oct 10, 2014 8:35 pm

Ban


Mi nombre es Oswald, y... Bueno, no llegamos a hablar con Rosa. Cuando la vimos mi maestra fue a hablar con ella, pero entonces llegaron los goblins y todos nos separamos. Igual están juntas...—Primavera refunfuñó algo tan bajito que Ban no fue capaz de escucharla—.¿Y quién es esa Rosa? Parece importante para ti.

Es nuestra ahijada—respondió el hada—. Una niña muy dulce… Pobre, pobre niña. ¿Cómo se le habrá ocurrido venir hasta aquí? Flora estaba convencida de que no sería tan tonta. ¿Qué iba a poder hacer…?—Era como si se hubiera olvidado de la presencia de Ban.


Vamos por... aquí —decidió Ban, girando hacia la izquierda.

¡Deja de removerte así, me vas a tirar!—se quejó Primavera cuando el muchacho trató de rascarse.

Avanzaron durante unos minutos a lo largo del bosque, que cada vez parecía más oscuro, más triste, menos vivos. Lo único que escuchaban eran sus propias respiraciones y el sonido de la hojarasca al crujir bajo sus pies.

Hasta que el bosque terminó de súbito y se encontraron ante la Fortaleza Negra. Una construcción potente, de gruesos y oscuros muros con un par de torres y que se elevaba en medio de un claro, a los pies de un río ancho y poco caudaloso. Podían ver las lanzas de los guardias patrullando por las murallas.


Nos verán.—Primavera revoloteó frente a Ban—. Pero no queda otro remedio. Si tienes que huir te ayudaré, pero a mí no pueden verme. Pregunta por Rosa y tu maestra. ¡Y recuerda, finge ser uno de ellos!

Dicho esto, el hada decidió esconderse dentro de su ropa, en la zona del cuello para poder seguir hablándole si era necesario.

Si Ban miraba hacia la derecha vería que a la Fortaleza se accedía por un puente levadizo, vigilado por un grupo de goblins. Aquel habría sido, seguramente, el lugar al que habría llegado si hubiera tomado el camino del centro. Ante él, sin embargo, tenía el río… Y lo que parecía ser una reja no muy lejana.

¿Qué sería más inteligente?

¿Colarse o intentar hablar con esos goblins?

Ban no tuvo tiempo de comprobarlo. De pronto sintió algo presionándole por la espalda.

Date la vuelta muy despacio—exigió una voz grave, pero con un toque femenino—. No intentes nada o te corto la cabeza.

Cuando Ban obedeciera se encontraría ante una mujer orco de piel verde y pronunciada mandíbula interior, por la que le asomaban dos colmillos que recordaban a los de un jabalí. Iba armada de arriba abajo y posaba contra su pecho un sable grueso y viejo. Sorprendentemente, tenía unos ojos bastante bonitos.

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¿Ah? ¿Eres un goblin?—masculló al verlo de frente—. Con ese color tan estúpido pensé que serías un espía. ¿Qué tienes en la mollera, imbécil? ¡El azul no es un color del bosque ni del Hada Oscura! —Bajó el arma, aunque no llegó a envainarla—. ¿Qué haces aquí, por qué no entras por el camino principal?

Más valía que Ban pensara una excusa y rápido.

****
Nikolai


El hombre escuchó las palabras de Nikolai sin reaccionar, aunque, al final, se giró hacia Heike, como buscando una confirmación de su historia. La capitana soltó un gruñido:

Exacto. ¡Y por mi honor que voy a sacaros a los dos de aquí y a entregaros a ese puerco!

Tras unos instantes de meditación, el otro aprendiz terminó por asentir. Llamó a su mascota a su lado con un gesto y dijo:

Saldré con vosotros.

Si Heike experimentó algún tipo de alivio, no lo demostró. Sin envainar su espada indicó al hombre que caminara delante de ellos y que se le ocurriera atacarles o le atravesaría por la mitad. Por suerte para ellos, el Caballero no protestó. Mientras andaban, Heike se acercó ligeramente a Nikolai y soltó un brusco:

Gracias.

No tardaron en llegar a la puerta principal gracias al ritmo que estableció Heike. La gente les cerraba las puertas a su paso o les miraba desde los batientes de las ventanas con una mezcla de frialdad y miedo. Las calles estaban desiertas, a excepción de los soldados de la capitana.

Y fue precisamente gracias a uno de ellos que se enteraron de las terribles noticias:

¡Capitana! ¡El hombre, el siervo de Maléfica al que buscaba Melkor!

Sí, ¿qué pasa con él? ¿Ya lo habéis encontrado?

¡No, capitana! ¡Escapó por el río! No nos dimos cuenta hasta que era demasiado tarde y…

A Heike se le demudó el gesto y no fue capaz de articular palabra alguna hasta después de varios intentos. Entonces sus ojos se afilaron y rechinó los dientes.

Ese cabrón dirá que no cumplimos el trato.—Chasqueó la lengua, furiosa, y rugió—: ¡Traedme un caballo! ¡He de acudir al castillo del rey Huberto a traer refuerzos! ¡A qué estáis esperando!—Se irritó al ver que sus soldados no reaccionaban—. ¡No hemos entregado a ese hombre, de modo que Melkor nos atacará, sin duda! ¡Traedme un maldito caballo!—Mientras los soldados se apresuraban a acatar sus órdenes, Heike entrecerró los ojos y masculló—:Si no lo hubiera dejado escapar…—Quizás, y sólo quizás, si Nikolai no la hubiera convencido de que fueran tras su otra presa, y no tras el tal Diablo, las cosas habrían sido diferentes. Pero no podían saberlo y Heike no estaba dispuesta a perder tiempo lamiéndose las heridas. De pronto pareció recordar que no estaba sola, de modo que encaró a Nikolai y a su compañero, que se negaba a bajarse la capucha—. Haré como prometí y os sacaré fuera: ni se os ocurra volver a acercaros a esta aldea. No pienso permitir que esos demonios negros destrocen otro pueblo.

Levantó la vista hacia los adarves y gritó que le informaran de la situación:

—¡Los orcos siguen rodeando la muralla, señora! ¡El mestizo y el humano han ido río abajo para rescatar al hombre!

Ojalá se ahoguen todos—escupió ella.

Justo en ese momento aparecieron varios hombres con un par de caballos. La mujer montó sin esfuerzo y aferró las riendas de su montura, ordenando que abrieran las puertas cuando los orcos estuvieran más alejados. Y no, no quería compañía: la aldea necesitaba cuantos hombres fueran necesarios y ella galoparía más rápida sola. Aunque, claramente, los huargos terminarían por perseguirla.

Da…Dadme un caballo y os protegeré parte del camino.—Se adelantó de pronto el Caballero. Heike lo miró con el ceño fruncido pero, antes de que pudiera hablar, este dijo—: No tenéis que fiaros de mí. Pero yo sólo prometí salir, en ningún caso irme con este—Señaló a Nikolai con un pulgar—. Si no fuera por ellos no habría terminado aquí, donde no quería poner un pie. Mi objetivo era llegar al castillo del rey Huberto sin molestar a nadie. Además, si dudáis de mí, o de mi mascota, ¿por qué no os ataqué de nuevo antes?

Heike abrió y cerró al boca. Desde el adarve dieron el aviso de que los huangos estaban lejos. Maldijo y gruñó:

Haz lo que te dé la gana, pero no pienso detenerme a salvarte el culo.

El hombre montó en un caballo, incluso si Nikolai intentaba detenerlo. Las puertas se abrieron y Heike clavó los talones en los flancos de su caballo, que salió disparado hacia el frente.

Nikolai estaba en un pequeño aprieto; su presa se escapaba —la mascota se había subido a la parte trasera del animal, le miraba con rabia, dispuesta a fulminarle en caso de que intentara hacer daño a su amo—. Por otra parte, era muy posible que a pesar de sus esfuerzos, el pueblo terminara siendo un cráter humeante. Y quién sabía lo que haría Melkor si abandonaba a su compañero.

Debía darse prisa. Quedaba un caballo que podía montar, si así lo quería. En breves momentos comenzaría a escuchar el aullido de los huangos y comenzaría la persecución. Y en cuanto esto sucediera, lo echarían a patadas de la aldea.

Siempre le quedaba esperar a Melkor o ir en su búsqueda, por supuesto. o tomar un camino diferente.

****
Enok


Enok nadó tan rápido como le permitieron sus fuerzas. La corriente era muy fuerte y lo cogió desprevenido, hundiéndole un par de veces y haciéndole tragar agua que, para colmo, estaba congelada y en cuestión de segundos lo caló hasta los huesos. Los músculos comenzaron a arderle por culpa del esfuerzo.

Pero consiguió alcanzar a Diablo, aferrándolo por el abrigo. El hombre chapoteaba sin fuerzas; estaba claro que no sabía nadar. Eso se convirtió en un problema para Enok, pues le tocó cargar con un peso muerto que en varias ocasiones estuvo a punto de arrastrarlo hacia el fondo del río.

Cuando creía que ya no iba a poder más, escucho una respiración muy fuerte y, de pronto, una mano dura como el hierro lo aferró de un brazo. De un violento tirón lo arrancó de la presa del agua.

Melkor lo sujetaba mientras su huargo retrocedía lentamente hacia la orilla, empapado y gimoteante. Lo dejó caer sobre el barro y bajó de un ágil salto de su animal.

Se ve que eres tan imbécil como los caballeros normales. He visto a perros nadar mejor que tú.—El hombre se acuclilló al lado de Diablo, sonriendo de lado a Enok, y sacudió a este por el hombro—.Eh, sé que no te gusta el agua, pero a la Señora no le gustará que le devuelva un cadáver hinchado.

Diablo se retorció, vomitando agua y temblando, fuera de control, a lo largo de varios minutos. Melkor, satisfecho al ver que al menos estaba vivo, se incorporó y se cruzó de brazos.

Reconozco que no esperaba que saltaras—dijo—. Dudo mucho que a la Señora le guste saber que un Caballero ha salvado a su cuervo, pero será interesante decírselo.

¿Un C…Caballero?—resopló Diablo, incorporándose, pálido y chorreante. Lanzó una mirada acerada a Enok—. ¿Quieres decir que este…?

—Melkor sonrió con malicia—.Por cierto, tengo curiosidad: ¿cómo se te ocurrió escaparte por el río si los pájaros no saben nadar?

¡Cierra el pico y llévame ante Maléfica de inmediato!—Resoplando, Diablo se llevó una mano a un bolsillo, donde palpó algo y suspiró de alivio—. Tengo algo que puede que le interese.

Fue entonces cuando los tres escucharon los aullidos. Si Enok se volvía, vería cómo dos caballos salían escopetados de la aldea y galopaban hacia el lejano castillo. Casi de inmediato, los huangos que habían acompañado a Melkor emprendieron su persecución.

Esa maldita mujer…

¡Olvídate de ella! ¡Llévame ante Maléfica!

¿Eso que quieres mostrarle le gustará más que tres Caballeros?

Con uno tenemos más que suficiente—dijo desdeñosamente, haciendo un gesto hacia Enok. Extrajo entonces de su bolsillo lo que parecía ser una hermosa perla. Y, para sorpresa de los tres, comenzó a desprender un tenue brillo azulado.

Melkor se pasó una mano por la barba, como considerando si debía obedecer al irritante hombre o callarlo de un puñetazo. Entonces sonrió de lado.

Puedes ir tú en mi huargo, si lo deseas. Pero no creo que pueda cargar con los tres y llegar lo suficientemente rápido. Puedes llevarte al muchacho si quieres. No me mires así, lo ataré. A menos que él prefiera quedarse conmigo, por supuesto.—Emitió una risotada burlona.

Diablo miró con desconfianza al huargo, pero no se atrevió a negarse. Por su parte, Enok podía callar o hablar. En cualquier caso, separarse de Melkor quizás le viniera bien. Diablo no parecía alguien capaz de ofrecer mucha resistencia, aunque el huargo era harina de otro costal.

A menos que prefiriera permanecer con Melkor, por supuesto…Quizás, si hablaba, el mestizo escucharía.

****
Aleyn


Reconozco que mi presencia puede resultar sospechosa, pero creedme cuando os digo que hay pocas cosas que me importen más que el bienestar de estos parajes. He visto el sueño eterno del reino de Stéfano, he visto a las huestes de Maléfica congeladas en el tiempo , y no deseo ver eso mismo o algo peor en el vuestro, Alteza. Sería un honor poder ayudaros con esta tarea. Así que, si vos y vuestro guardia me lo permitís, os acompañaré.

¿Habéis visto el reino de Stéfano?—repitió Felipe en voz baja. Su mirada se tiñó de dolor—. ¿Y… cómo…?

Alteza—interrumpió Abel con firmeza—. El tiempo corre.

Sí. Sí, es cierto.—El príncipe sacudió la cabeza para despejarse—. Sois bienvenido, Aleyn.

Pero vas a tener que protegerte solo—le advirtió Abel—. Suficiente trabajo tengo guardando las espaldas del príncipe.

¿Quieres dejar de hablar como si fuera un niño, Abel?—sonrió Felipe, montando a Sansón y poniéndolo en marcha—. Por cierto, Aleyn. Cuando llegue el momento tanto vos como Abel debéis despojaros de vuestras armaduras: las hadas no soportan el hierro.

Y emprendieron el camino hacia las profundidades del bosque.

Aleyn podía realizar todas las preguntas que quisiera, ya que probablemente fueran contestadas. Abel marchaba con su gran espada a un hombro algo separado de ellos, adelantando terreno y asegurándose de que no había peligros a la vista, por lo que podía tanto acercarse a él como hablar con Felipe. O caminar callado, como gustara. En cualquier caso, Felipe, que dirigía miradas de curiosidad a Ygraine terminó por decir:

Aleyn, ¿puedo preguntaros por vuestro zorro? Parece muy exótico. Y, ¿de dónde sois? No hay muchos magos vivos y estoy seguro de que tendría que haber oído hablar de vos, a menos que ese nombre sea falso, claro .—Y el príncipe le sonrió, dando a entender que no iba a intentar sonsacarle nada.

Escucharía su respuesta, asintiendo, fuera la que fuera, con respeto. Y, entonces, tras asegurarse de que Abel no les escuchaba, susurró:

¿Es cierto que habéis visto cómo está el reino de Stéfano? Por favor, contádmelo. Necesito saberlo—suplicó con el rostro demudado—. Apreciaba mucho a los reyes y pasaba los veranos allí. Pensar que… Y que Aurora…—Apretó los labios—. Todo por esa maldición.


****
Xefil


¡Aleyn, dispárale ya!

Ahren dejó escapar una maldición y se volvió bruscamente para interceptar el ataque del supuesto compañero de Xefil, elevando una mano para crear una barrera de aire. Pero, para su sorpresa, se encontró con el terreno despejado. Cuando comprendió que lo habían engañado, fue demasiado tarde. Xefil saltó y le acertó en la parte inferior de la espalda. El niño gritó de dolor, perdiendo el control de su magia. Salió disparado hacia delante y aterrizó de cabeza sobre la hierba.

Xefil entre tanto retrocedió y se apresuró a protegerse en la medida de lo posible con un hechizo.

Fue una buena idea.

Cuando Ahren se incorporó, temblando y con los ojos anegados en lágrimas —parecía que no estaba acostumbrado al dolor físico. ¿O tal vez era por haber sido humillado?—, le mostró los dientes y siseó:

Asqueroso humano, ¡te voy a cortar en pedazoooos!

Un torbellino de corrientes de aire se levantó a su alrededor con un rugido, levantando escudos, espadas y demás objetos abandonados, que arrojó contra Xefil. La barrera le permitió esquivar la mayoría —en especial los afilados puñales—, aunque un escudo lo golpeó en un hombro, derribándolo, y un casco estuvo a punto de partirle la nariz.

¡Seis minutos!—Ahren le dedicó una sonrisa cruel y juguetona—. ¡No parece que vayas a llegar ni a los ocho, bocazas!—Y, de pronto, el viento, aunque sin dejar de rugir, se comprimió alrededor del Hechicero, que se cruzó de brazos. Rodeado así por el viento y los restos de las armas, era casi intocable para Xefil—.Te voy a dar dos minutos para que corras en la dirección que quieras. Si te cojo, entonces tendrás que decírmelo todo. Y si me mientes, usaré el viento. Si no te pillo… ¡Bien por ti, habrás ganado!

Y Ahren comenzó a contar; quizás fuera cosa de la arena y la hierba que levantaba a su alrededor, pero tenía un rostro algo macilento… Pero eso no impediría que, si Xefil tratara de atacarlo, sus vientos lo echarían hacia atrás sin problemas.

Xefil podía quedarse y esperar. O correr. El castillo del rey Huberto quedaba demasiado lejos como para alcanzarlo en dos minutos, aunque, quién sabía, puede que Ahren no se atreviera a acercarse: ¡y allí estaba Rebecca! Había un camino que llevaba hacia lo que parecía ser una aldea lejana, hacia donde habían partido los caballeros del príncipe; estos le debían la vida. Cabía la posibilidad que lucharan por él. O no. Y, bueno, claro, luego estaba el Bosque, a donde había ido Aleyn y todavía no había regresado…

El tiempo, en cualquier caso, corría. Y Xefil podía notar que Ahren tenía muchas ganas de hacerle daño.


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Ban
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PH: 13/20

Xefil
VIT: 25/36
PH: 15/34

Aleyn
VIT: 29/32
PH: 4/10

Nikolai
VIT: 11/18
PH: 8


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Ausencias:
Zero (I)


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Fecha límite: jueves 16 de octubre
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¡Gracias por las firmas, Sally!


Awards~

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Ronda #6 - Promesas de guerra

Notapor Astro » Sab Oct 11, 2014 1:11 pm

El paseo por el bosque no fue agradable. La alerta de peligro era constante, y cualquier ruido hacía que girase la cabeza con brusquedad y me pusiera a la defensiva (por mucho que la maldita hada se quejara de que me movía demasiado). Afortunadamente, no hubo ningún incidente.

No, al menos, hasta que terminó el bosque y nos encontramos con la famosa Fortaleza Negra. Un auténtico fuerte amurallado con torres y con soldados armados haciendo guardia por todas partes. Incluso un río para hacer más difícil su entrada. Definitivamente, había sido buena idea no acercarse sólo a aquel lugar.

Nos verán —me alertó Primavera, volando hasta ponerse delante de mi cara—. Pero no queda otro remedio. Si tienes que huir te ayudaré, pero a mí no pueden verme. Pregunta por Rosa y tu maestra. ¡Y recuerda, finge ser uno de ellos!

Vale, pero... ¡Eh, ¿qué...?! —no pude ni terminar la pregunta antes de que se metiera por un hueco de mi armadura, cerca del cuello, y de paso me produjera un picor en esa zona. Era como tener un mosquito gigante revoloteando por dentro—. Vale, voy. Pero no te muevas demasiado.

Probé a moverme un poco, asegurándome de que no tenía problemas entre la armadura y Primavera ahí metida. Entonces, examiné la zona. A la derecha estaba el puente levadizo que conducía a la entrada de la Fortaleza. Vigilado, por supuesto. Delante tenía el río, difícil de cruzar a nado aunque no imposible, sobre todo por una llamativa reja que podía ser mi billete de entrada.

No tuve tiempo de decidir cuál de las dos opciones era la mejor. Algo tocó mi espalda, haciendo presión. Algo afilado, más concretamente.

Date la vuelta muy despacio —por su voz, la orden la daba una mujer—. No intentes nada o te corto la cabeza.

Mierda. Obedeciendo, me giré despacito y sin apenas mover los brazos. Descubrí ante mí una especie de mujer de piel verde armada hasta los dientes, con dos colmillos de jabalí saliendo de su boca. Sin estar muy seguro, habría dicho que se trataba de un orco. Una mujer orco, mejor dicho, ¿o se diría orca? Sonaba mal.

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¿Ah? ¿Eres un goblin?—preguntó, examinándome de arriba a abajo con unos ojos sorprendentemente bonitos—. Con ese color tan estúpido pensé que serías un espía. ¿Qué tienes en la mollera, imbécil? ¡El azul no es un color del bosque ni del Hada Oscura!

No le faltaba razón. ¿En qué había estado pensando Primera para ponerme la armadura azul? Parecía más idiota de lo que tendría que parecer. La orco bajó su sable, dejando de apuntarme con él, aunque sin llegar a envainarlo.

¿Qué haces aquí, por qué no entras por el camino principal?

Mi mente, sobre todo la fábrica de mentiras y excusas, trabajó a toda prisa. No podía tardar demasiado en responder, o se olería que estaba improvisando:

Yo estar buscando más intrusos por alrededores —respondí, utilizando la voz más grave que pude. Me sonaba que los goblins no eran especialmente espabilados, por lo que me esforcé en parecer lo más retrasado posible—. Yo volver ahora a Fortaleza.

Señalé el camino hacia el puente levadizo, y si no ponía ninguna pega empezaría a andar intentando moverme lo más parecido a los goblins que había visto antes, desde el árbol.

¿Tú ver a las dos humanas rubias que llegar a Fortaleza? —aproveché para preguntarle, si venía conmigo. Si no me acompañaba dentro, me pararía un momento para preguntarle.

Diese la respuesta que diese no podía arriesgarme, así que seguiría andando hacia el interior de la Fortaleza con total tranquilidad de goblin. Incluso si ella era un orco no sería tan inteligente como yo, y muy diferentes tendrían que haber sido las cosas por esta zona como para pillarme en la mentira. Además, había escuchado de primera mano que alertaban de que Nanashi se dirigía hacia aquí. Aunque no parecía haber restos de pelea visibles... Maldición, no había caído antes en eso.

En el peor de los casos, si todo salía mal, tenía a Primavera. Más o menos.
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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Drazham » Lun Oct 13, 2014 12:04 am

Exacto. ¡Y por mi honor que voy a sacaros a los dos de aquí y a entregaros a ese puerco!

Heike corroboró la explicación de Nikolai, queriendo salvar la aldea aunque fuese sacándoles a ellos dos a patadas de allí. Por otra parte, el misterioso aprendiz calló durante toda la explicación, pero acabó por llamar a su roedor para calmarlo.

Saldré con vosotros.

Éxito. Niko dejó caer sus manos sobre sus caderas y suspiró aliviado. En cambio, la capitana no quiso celebrar aquella pequeña victoria. Los orcos seguían esperándoles para que les trajesen a los dos individuos, por lo que obligó al otro aprendiz a caminar delante de ellos con no muy agradables palabras. Pero antes de proseguir, la mujer se acercó a Niko y le soltó escuetamente:

Gracias.

El joven asintió sin decir palabra alguna. Heike no debía de estar pasando por su mejor momento, pero resultaba alentador que ya no le viese como el odioso secuaz de Melkor cuando ambos no tenían en muy buena estima al tirano.

Pero ese sentimiento de seguridad pronto se desvaneció cuando contemplaron el panorama de la aldea en su camino a la puerta principal: calles completamente desiertas. Todos los pueblerinos del lugar se resguardaron en sus casas mientras lanzaban miradas de temor y angustia a Niko y el aprendiz encapuchado.

Era lógico que los viesen como criminales si el que había metido a uno de ellos en sus hogares era un siervo de esa infame Hada. Lo mejor sería terminar el encargo que le había mandado Melkor y largarse de allí para no involucrar a gente inocente.

Sin embargo, un problema de mayor envergadura que el que tenían ahora mismo se avecinaba junto a un soldado que se dirigió inmediatamente a la capitana para transmitirle las noticias:

¡Capitana! ¡El hombre, el siervo de Maléfica al que buscaba Melkor!

Sí, ¿qué pasa con él? ¿Ya lo habéis encontrado?

¡No, capitana! ¡Escapó por el río! No nos dimos cuenta hasta que era demasiado tarde y…

Niko dibujó una amarga mueca en su cara, aunque peor fue la expresión de Heike en cuanto se enteró del suceso. Habían dejado en un segundo plano al esbirro del Hada, y eso les había pasado factura.

Ese cabrón dirá que no cumplimos el trato.—Nikolai no quería pensar en ese supuesto, pero la actitud del mestizo le había demostrado que se aprovecharía de aquel desliz para actuar como le viniese en gana— ¡Traedme un caballo! ¡He de acudir al castillo del rey Huberto a traer refuerzos! ¡A qué estáis esperando!—gritó furiosa para movilizar a sus hombres—. ¡No hemos entregado a ese hombre, de modo que Melkor nos atacará, sin duda! ¡Traedme un maldito caballo!—Tras esa última orden, lo siguiente que la mujer pronunció entre dientes le produjo a Niko una desagradable sensación de malestar—:Si no lo hubiera dejado escapar…

El joven chasqueó la lengua y ladeo la cabeza. Por mucho que le carcomiese por dentro, tenía que admitir que parte de la culpa de que ese hombre se escapase era suya al convencer a Heike de seguir al aprendiz. Ni por asomo se le ocurrió contestarle a la capitana. Seguramente se llevase un buen puñetazo por su parte o, incluso peor, le ensartase con su espada.

Eligió perseguir al caballero por el hecho de que sus conocimientos mágicos resultaban ser más peligrosos que el propio Diablo; quien ni podía correr derecho. Sin embargo, eligiese al que eligiese, tendría la contrapartida de que uno de ellos tendría posibilidades de escabullirse. Su decisión tuvo como resultado la huida de Diablo, pero de nada valía lamentarse.

Debía aceptar las consecuencias de sus actos. Solo así aprendería de sus errores.

Una vez que Heike recobró la compostura se dirigió a los dos aprendices.

Haré como prometí y os sacaré fuera: ni se os ocurra volver a acercaros a esta aldea. No pienso permitir que esos demonios negros destrocen otro pueblo.

¿Demonios negros? —Niko saltó inmediatamente. Su mente comenzó a procesar la no muy desencaminada idea de que esos “demonios negros” podrían tratarse de ciertos conocidos que ya habían causado estragos en otros mundos.

Por desgracia, no pudo indagar más en el asunto, ya que la capitana estaba ocupada intentando sacar información de sus hombres que patrullaban la muralla.

—¡Los orcos siguen rodeando la muralla, señora! ¡El mestizo y el humano han ido río abajo para rescatar al hombre!

¿El humano? ¿Enok?

Ojalá se ahoguen todos—espetó con desprecio.

El aprendiz enarcó una ceja. No tenía ni idea de que hacía allí Enok, pero era bueno saber que parecía estar de una pieza.

Al rato, los hombres de Heike aparecieron con unos cuantos caballos como se les había ordenado. Su capitana se montó inmediatamente en uno, pero rechazó cualquier tipo de compañía. Iría sola, aun a sabiendas de que era muy probable que las monturas de los orcos la perseguirían nada más salir de la aldea.

Y para sorpresa de todos, el hombre encapuchado intervino antes de que Heike marchara con su caballo.

Da…Dadme un caballo y os protegeré parte del camino. No tenéis que fiaros de mí. Pero yo sólo prometí salir, en ningún caso irme con este—apuntó a Niko con el pulgar, quien entornó los ojos—. Si no fuera por ellos no habría terminado aquí, donde no quería poner un pie.

Echarle las culpas a otros de tus propios errores no te llevará muy lejos —le criticó Niko airado—. Algo harías para que te apresaran en primer lugar.

Mi objetivo era llegar al castillo del rey Huberto sin molestar a nadie. Además, si dudáis de mí, o de mi mascota, ¿por qué no os ataqué de nuevo antes?

La capitana no pudo llegar a responderle. Los soldados la avisaron de que los orcos se alejaban de la puerta. Era el momento perfecto para salir a las llanuras.

Haz lo que te dé la gana, pero no pienso detenerme a salvarte el culo.

Heike espoleó al caballo, saliendo disparada a campo abierto. El encapuchado se subió a otro caballo para seguirla, pero antes de partir, Niko le interrumpió para tener un par de palabras con él:

Admito que no nos hemos conocido en las mejores condiciones, pero no creo que lo más apropiado fuese lanzar hechizos a diestro y siniestro si no querías parecer un psicópata peligroso —Niko se percató de que el ratón amarillento, que se había subido al caballo junto a su amo, le observaba con cierto cabreo, por lo que se dejó de rodeos—. Si quieres irte, vete. No voy a detenerte, pero si te pediría que tuvieses en cuenta mi consejo—le sugirió.

>>En fin, quizás nos topemos en otra ocasión —le hizo un gesto con la mano para despedirle—. Buena suerte.

Y el misterioso aprendiz partió, alejándose cada vez más del poblado. Podría haberle seguido y haber indagado más en el asunto que se traía entre manos Tierra de Partida, pero no a cambio de dejar a su suerte a Enok. Le mosqueaba tener que perder tal oportunidad, pero luego pensó que sería para mejor cuanto más se alejase de la probabilidad de que tuviese que cumplir la despiadada orden de su Maestra.

Tal y como previó la capitana de la guardia, los huargos de los orcos se pusieron en movimiento en cuanto vieron a los dos jinetes galopar en dirección al castillo. Una oportunidad a la que el aprendiz podría sacarle provecho.

Todavía quedaba un caballo libre de los que los soldados habían traído, por lo que se apresuró en montar sobre el animal, pero todavía no salió de la aldea. Antes quería comprobar desde una posición segura cuantos huargos había mandado Melkor para capturar a esos dos.

En el caso de que su compañero fuese en alguno de los canes que participaba en la persecución, partiría para seguirles el rastro desde una distancia prudencial.

Por otra parte, si no veía a Enok entre la cuadrilla, se dirigiría de inmediato al último lugar en el que se le había visto: el rio.

Cabía la posibilidad de que se topase con Melkor o alguno de los otros orcos por el camino. Si alguno hacía preguntas respecto a su tardanza o al caballo, le respondería que se había entretenido buscando un medio de transporte adecuado para seguirles el ritmo… aunque esperaba que no se encontrase con ninguno de estos.
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Re: Ronda 6

Notapor Sally » Vie Oct 17, 2014 2:01 am

¿Habéis visto el reino de Stéfano? ¿Y… cómo…?

La reacción del príncipe hizo que se maldijera mentalmente por no medir sus palabras mejor antes de que salieran de su boca. De alguna forma había supuesto que alguna patrulla de Huberto cruzara el bosque para visitarlo de tanto en cuando, para comprobar si todo seguía paralizado. Aunque teniendo en cuenta la guerra a la que parecía abocado aquel mundo, no era sorprendente que tuvieran otras cosas más importantes que hacer.

Alteza. El tiempo corre —Abel interrumpió cualquier pensamiento que estuviera intentando formar para contestar a Felipe, y se lo agradeció en silencio.

Sí. Sí, es cierto. Sois bienvenido, Aleyn.

Os lo agradezco, Alteza —inclinó la cabeza una vez más.

Pero vas a tener que protegerte solo. Suficiente trabajo tengo guardando las espaldas del príncipe.

Por supuesto. Sería impropio pediros que antepusierais mi vida ante la suya.

¿Quieres dejar de hablar como si fuera un niño, Abel? —hizo un gesto para quitarle importancia al asunto; era comprensible que el guardia le hiciera aquella advertencia — Por cierto, Aleyn. Cuando llegue el momento tanto vos como Abel debéis despojaros de vuestras armaduras: las hadas no soportan el hierro.

Asintió levemente. Nunca había escuchado tal cosa, pero también era cierto que él se había dedicado a estudiar animales y plantas, no criaturas mágicas. Y aunque lo hubiera hecho, jamás habría probado qué les podría hacer daño. Sin embargo, imaginaba que los humanos contarían con aquella clase de información a causa de su antigua enemistad. Esperaba no tener que echar de menos su armadura cuando llegaran a las Ciénagas. Estaba convencido de que no estaba hecha de hierro —de lo contrario no podría aguantar el viaje entre diferentes mundos—, pero no quitársela podría levantar sospechas o, aún peor, podría ofender a las hadas. Y era un lujo que no podían permitirse.

Sin mucha más ceremonia se pusieron en camino. Su cabeza bullía de preguntas acerca de la guerra, de si los habitantes de Huberto estaban a salvo, o todo lo a salvo posible; los movimientos de Maléfica… Mas sus labios permanecieron sellados. Cuanto más preguntase, más implicado estaría, y ya se encontraba metido hasta el cuello en medio de algo que dudaba si aprobarían en Tierra de Partida. Y además… además volvía a estar caminando por el bosque, por su bosque. No debía bajar la guardia, pero tampoco era como cuando habían avanzado entre el follaje para rescatar a Felipe.

Aunque no era como antaño. Seguramente fuera por culpa de su propia percepción que del bosque en sí, mas todo se le hacía más oscuro, más tenebroso. Saber que los Sincorazón pululaban por allí con aparente frecuencia ensombrecía el ambiente. Y le hacía recordar los días en que había visto a la primera criatura, pensando que se trataba de un animal exótico —y peligroso—. Cuando creía que el mundo exterior seguía igual que el día en el que se había exiliado. Cuando no había maldiciones, ni hechizos, ni guerras. Y sí, echaba de menos aquellos días en el que su contacto con los humanos se reducía a Rosa y a los viajeros que se extraviaran del camino. Pero sería mucho peor si nunca hubiera salido de su burbuja, y continuara ajeno a la muerte y al dolor. Ahora al menos podía intentar hacer algo al respecto.

Esbozó una sonrisa triste, mirando al suelo; sin embargo, la voz de Felipe hizo que alzara la vista y recuperase un gesto inexpresivo.

Aleyn, ¿puedo preguntaros por vuestro zorro? Parece muy exótico.

Lo es. Nunca he visto otro animal como él. Un día me lo encontré herido, así que decidí cuidarlo hasta que se recuperase y… se quedó conmigo —le acarició detrás de las orejas—. Es probable que provenga de las Ciénagas, pero también pudo haber venido de otro lugar.

Añadió aquello último porque intuía el motivo que llevaba a Felipe a preguntar sobre Ygraine. Aunque si el príncipe esperaba que el posible origen de su compañero les hiciera más sencilla la tarea de encontrar las Ciénagas, debía de haberse quedado decepcionado.

Y, ¿de dónde sois? No hay muchos magos vivos y estoy seguro de que tendría que haber oído hablar de vos, a menos que ese nombre sea falso, claro.

<<No creo que queráis realmente haber oído hablar de mí>> Su mirada se ensombreció, recordando las llamas que su soberbia había prendido hacía ya tantos años. Dudaba que aquel incidente hubiera llegado al reino de Huberto, y era probable que el príncipe ni siquiera hubiese nacido. Pero de cualquier modo, prefería no comentar nada al respecto. Era más fácil fingir que siempre había mantenido un perfil bajo.

No he sido demasiado visible los últimos años, por eso es normal que sea alguien desconocido.

Felipe pareció satisfecho con aquella respuesta y, si realmente no lo estaba, no le presionó en ningún momento para que dijera nada más, lo cual agradeció. El silencio se abatió sobre ellos unos instantes, tras los cuales el príncipe habló de nuevo.

¿Es cierto que habéis visto cómo está el reino de Stéfano? Por favor, contádmelo. Necesito saberlo—apartó la mirada, incapaz de seguir viendo el rostro del joven, tan afectado, tan… ¿desesperado, incluso?—. Apreciaba mucho a los reyes y pasaba los veranos allí. Pensar que… Y que Aurora. Todo por esa maldición.

Ah, sí, la maldición que conjurara Maléfica. Algo que no era como una guerra, contra lo que no podían luchar, puesto que el hada había predicho la destrucción del reino de Stéfano cuando la princesa cumpliera dieciséis años, y el tiempo no dejaba de correr. No debía quedar mucho para que el momento inexorable llegara, y Aleyn no pudo más que preguntarse si, incluso en el caso de que pudieran derrotar a Maléfica, su magia no seguiría vigente de alguna forma. Si no había nada que hacer, después de todo.

<<No… hay que tener esperanza. Sin esperanza todo está perdido… >>

Carraspeó al darse cuenta de que Felipe seguía esperando su contestación.

Lo visité hace… un tiempo. No es una visión demasiado agradable. En una escaramuza o un combate no puedes percibir toda la destrucción, la muerte, porque no tienes tiempo. Allí dispones de todo el tiempo del mundo para contemplar el horror que las huestes de Maléfica desataron —suspiró, deteniéndose un momento. Había estado a punto de comenzar a describir cómo era entonces aquel lugar, pero decidió que era una mala idea—. Es mejor que lo recordéis como el lugar que visitabais antaño. No tiene sentido llenar vuestra cabeza de imágenes escabrosas. Habréis sido testigo de demasiadas ya. Cuando todo esto acabe, podréis volver a pasar allí los veranos. Con los reyes... y con la princesa —terminó con algo que quiso hacer pasar por una sonrisa.
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[Reino Encantado] Promesas de guerra #6

Notapor Sheldon » Vie Oct 17, 2014 2:53 pm

Enok sufrió en contra de la marea y más de una vez fue golpeado por al bravura del discurrir agitado del agua. Sus pulmones estuvieron a punto de ser inundados por el líquido elemento y la suciedad que transportaba. Diablo, aquel alma que apenas si conseguía chapotear y moverse nervioso haciendo gala de su ineptitud para el medio acuoso, supuso incluso un problema añadido, pues el aprendiz debía de cargar con él hasta la orilla.

No obstante, un tercer personaje que habría estado observando la escena, quizás con una sonrisa de satisfacción truncada en superioridad, entró en forma de salvador, agarrando el brazo del rubio muchacho y tirando con una fuerza descomunal hasta conseguir que la pareja pisase tierra firme. O, al menos, el barro firme.

Y es que Melkor tiró con brutalidad a Enok a una pequeña charca a las orillas repleta de la viscosa masa de tierra y agua. El aprendiz de la llave-espada frunció el ceño resistiendo la presión que se formaba sobre su espalda. Sus ropajes se vieron salpicados y tintados de un marrón muy descriptivo, aumentando paralelamente su peso.

El chico, compungido se arrastró unos centímetros en el suelo, sin levantar siquiera la mirada a su “salvador”.

Se ve que eres tan imbécil como los caballeros normales. He visto a perros nadar mejor que tú.—se limitó a declamar Melkor mientras se mofaba de Enok y auxiliaba superficialmente al que minutos atrás casi se ahogaba—.Eh, sé que no te gusta el agua, pero a la Señora no le gustará que le devuelva un cadáver hinchado.

Como si de un mal de ojo se tratase, aquel que respondía al nombre de Diablo entró en una extraña fase donde se revolvía inquieto vomitando todo el agua que había tragado. Enok lo miró extrañado, aquella reacción llamó más la atención que cualquier otra cosa que pudiese haber pasado. Interrumpió un par de veces su observación para evacuar todo el fluido que se atragantaba en su estómago.

Diablo era un jóven de una edad indefinida. Sus rasgos estaban coloreados en la oscuridad, con negros muy fuertes que de vez en cuando ocultaban partes de su rostro. De estatura y complexión normales, bien podría haberse dicho que se trataba del antagonista de una historia amoríos adolescentes.

Reconozco que no esperaba que saltaras—comentó Melkor—. Dudo mucho que a la Señora le guste saber que un Caballero ha salvado a su cuervo, pero será interesante decírselo.

¿Un C…Caballero?—dijo Diablo algo más recompuesto, incorporándose—. ¿Quieres decir que este…?

—respondió el jefe de los lobos con una sonrisa de malicia en su rostro—.Por cierto, tengo curiosidad: ¿cómo se te ocurrió escaparte por el río si los pájaros no saben nadar?

¡Cierra el pico y llévame ante Maléfica de inmediato!Tengo algo que puede que le interese.

Un aullido a no mucha distancia detuvo el diálogo entre los dos hombres. A este le siguió el nerviosismo de unas pisadas de varios equinos alejándose o quizás huyendo del lugar.

Esa maldita mujer…

¡Olvídate de ella! ¡Llévame ante Maléfica!

¿Eso que quieres mostrarle le gustará más que tres Caballeros?

Con uno tenemos más que suficiente—dijo Diablo mirando directamente a Enok. El aprendiz, que hasta aquel punto seguía en el suelo, con aire sufridor rechazó el contacto visual.

Mientras tanto, la escuálida aparición oscura, Diablo, extrajo de uno de sus bolsillos una esfera blanquecino similar a una perla. Sin previo aviso, esta dejó escapar una serie de haces de luz azulada, realmente hermosos. Enok se fijó en ella levantando un tanto su mirada aunque pronto y por miedo a encontrarse de nuevo con Melkor la agachó.

Puedes ir tú en mi huargo, si lo deseas. Pero no creo que pueda cargar con los tres y llegar lo suficientemente rápido. Puedes llevarte al muchacho si quieres. No me mires así, lo ataré. A menos que él prefiera quedarse conmigo, por supuesto.—El aprendiz suspiró en silencio y cerró con fuerza los ojos.

Tras ello se incorporó del suelo al fin. Sus ropajes seguían empapados y lo seguirían estando a juzgar por los pocos rayos de sol en el cielo que apenan calentaban la superficie. Sin esperar más se desligó de la parte superior de su traje. Era más probable que cogiese alguna enfermedad si llevaba puesto una prenda mojada que si iba sin la parte superior.

No...No será necesario atarme...—Murmuró Enok.

Tras ello, dio unos pasos hacia Diablo esperando el momento de partida.

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Mil perdones por el retraso. Si vuelve a ocurrir lo notificaré cuanto antes pueda.
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Ronda 7

Notapor Suzume Mizuno » Vie Oct 17, 2014 9:31 pm

Ban


Yo estar buscando más intrusos por alrededores —dijo Ban, logrando con un éxito moderado imitar a los goblins—. Yo volver ahora a Fortaleza.

La mujer soltó un resoplido y arqueó una ceja, donde no tenía ni un pelo. Pero terminó por bajar el arma, sin llegar a envainarla. Ban podía notar a Primavera inmóvil contra su piel y, quizás, se sentiría más seguro al saber que la tenía tan cerca. Si no había mentido, sería capaz de convertir en piedra a esa enemiga…

Pero no parecía que fuera a ser necesario. Le hizo un gesto con la prominente barbilla para que se dirigiera hacia el puente levadizo; esperó hasta que Ban estuviera delante de ella y caminó todo el rato unos pasos por detrás.

¿Tú ver a las dos humanas rubias que llegar a Fortaleza?

¿Dos?—repitió con un tono de extrañeza—. He oído que deberíais estar persiguiendo a una, no a dos. Aunque quizás fuera la compañera que volaba con ella…

No añadió nada más.

A medida se acercaban al puesto de vigilancia, Ban pudo notar cómo Primavera se iba poniendo más y más nerviosa, removiéndose bajo su armadura. Entonces un goblin atravesó a todo correr el puente y comenzó a hablar con los del puesto, que se alarmaron y comenzaron a hablar más alto.

¿Qué pasa?—gruñó la mujer cuando llegaron al lugar.

¡Ronna, la Señora ha venido a la Fortaleza! ¡Pregunta por Melkor, Grishnak y Diablo!

Ronna rechinó los dientes y dio una patada.

¡En qué momento! ¡Id a buscar a Grishnak, rápido! ¡Y más vale que traiga consigo a esa humana o la Señora lo quemará vivo!—Después seleccionó a dedo a cuatro goblins, entre ellos Ban—. ¡Tú y tú, venid conmigo! ¡Y calladitos! ¡Ya sabéis que a la Señora le irritan vuestras estupideces!

Ban no tuvo tiempo de echarse atrás: de pronto se encontró rodeado de tres goblins armados con lanzas y hachas. Y Ronna caminaba delante de él, con su sable a mano. No muy por delante, al otro lado del puente, aguardaban todavía más guardias. Bueno, después de todo, su intención era la de entrar a la Fortaleza. ¿No?

*


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Tras el muro había un patio de armas medio vacío, aunque por el olor y las innumerables pisadas que habían removido la tierra, debía estar a rebosar cuando los goblins y orcos no estaban de cacería.

Entraron al edificio, precedido por una destrozada escalinata de piedra, que daba a un vestíbulo. La Fortaleza era un lugar frío, macizo, iluminado por antorchas que alargaban las sombras y donde los pasos se multiplicaban por tres e incluso cuatro. Subieron por unas escaleras principales apresuradamente. Si Ban miraba a los lados, se daría cuenta de que, entre las fisuras de las piedras, había raíces o… pequeñas trepaderas cubiertas de espinas, negras como el ébano. Crecían prácticamente por todas partes, de forma antinatural: ¿cómo era posible que hubiera vida en un sitio así?

Ronna los guió a lo largo del primer piso hacia un salón, abriendo de casi sin esfuerzo dos macizas puertas de dos metros de altura.

Entonces clavó la rodilla en el suelo y los goblins se apresuraron a imitarla.

Señora…

Al final del largo salón de piedra, frente a unas ventanas sin cristal por las que se arrastraban frías ráfagas de aire, una figura alta y delgada recortada por la pálida luz del día.

Pronto saldrá la luna llena.—La voz era de mujer era elegante, madura, ligeramente acerada. La figura llevaba una larga capa sobre los hombros que se extendía como una cola por el suelo y su cabeza estaba coronada por dos cuernos negros. Extendió una delgada mano hacia un lado, en la cual sostenía un báculo—. Y todavía no he recibido noticia alguna de que la misión haya tenido éxito. Ni mi general, ni mis capitanes, ni mi aprendiz… Ni siquiera mi leal compañero.

Con dignidad, la mujer se volvió hacia ellos. Sus finos labios se curvaron en una sonrisa desalmada.

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Era, sin duda, hermosa a su extraña manera. Sus rasgos eran afilados, su piel, grisácea y sus ojos amarillentos. El vestido ondeó a su alrededor y Ban pudo ver que estaba recortado de tal forma que parecía que estuviera rodeada de llamas negras y violetas.

Desprendía fuerza, dignidad, y era como si su presencia los empequeñeciera a todos.

En el hombro de Ban, Primavera susurró tan bajito que sólo pudo escucharla él:

Maléfica…

Mi… Señora, no tenemos excusa. No sé dónde están sus siervos, excepto Grishnak. Vimos a dos… Dos personas con armadura volando hacia la Montaña y…

Maléfica levantó una mano y arqueó una de sus finas cejas.

¿Qué has dicho?

Ronna tragó saliva ruidosamente.

Dos… personas, mi Señora. Volaban hacia vos. Los detuvimos. Uno de ellos es una mujer, mi Señora, con un gran poder mágico. Pero ellos saben más que yo[/b].—Señaló con un gesto a los goblins, que se removieron, incómodos.

Maléfica los recorrió uno por uno con la mirada, hasta que sus ojos se detuvieron en Ban durante mucho, mucho tiempo. Por algún motivo que sólo ella conocía, las comisuras de sus rojos labios se curvaron hacia arriba con diversión.

Tú. Habla.

Todas las miradas se clavaron en Ban. Sintió que Primavera le pinchaba con su varita en la piel repetidamente, pero no se atrevía a decir nada en voz alta.

El resto quedaba en manos de Ban.

****
Nikolai y Enok


No...No será necesario atarme...

Diablo arqueó una ceja y le miró con profunda desconfianza, mientras Melkor esbozaba una sonrisa burlona. El huargo gruñó tanto al muchacho como a Diablo, que se quedó paralizado a un par de pasos de distancia, blanco.

Lobos, perros… Malditos animales.—Le escuchó mascullar por lo bajo, intentando extender una mano para montar al lomo… Pero la retiró en el último segundo, sin duda por la visión de los colmillos del animal.

Melkor, que parecía pasárselo en grande contemplando la escena, de pronto se giró.

Vaya, parece que la suerte nos sonríe.

En efecto: si se volvían podrían ver cómo Nikolai se acercaba, cabalgando con cierta torpeza, ya que la montura, a medida que olía más y más a huargo, se ponía nerviosa y se negaba a continuar adelante.

El desconocido apenas sí se había dignado a mirar a Nikolai cuando este se despidió de él, si bien correspondió a su gesto con un movimiento de la mano y había añadido:

Quizás. Pero, yo que tú, no me quedaría demasiado en este mundo.

Y se marchó tras la capitana.

Ahora, Nikolai casi había llegado a la altura de su compañero y estaba a punto de perder el control sobre su caballo, que relinchaba, aterrorizado. El huargo comenzó a salivar, pero Melkor levantó una mano para mantenerlo tranquilo y avanzó con paso firme para aferrar las riendas del animal. De un tirón lo obligó a estarse quieto y, después, con sorprendente amabilidad, le susurró cosas mientras le acariciaba el cuello y el morro, hasta que consiguió tranquilizarlo.

¿Qué ha sido de tu compañero?—preguntó Melkor con una sonrisa acerada—.¿Tantos problemas os ha dado como para que tenga que huir con la capitana?

¡Eso ahora no importa! Tus orcos la cazarán: lo importante es llevar esto a Maléfica—exclamó Diablo.

Los rasgos de Melkor se tensaron y llevó la mano a la empuñadura de su espada. Pero de pronto una sonrisa sardónica afloró a su rostro y se volvió —sin soltar las riendas del caballo de Nikolai—:

Como quieras. Luego tendrás que darle tú explicaciones. Monta con el Caballero.

Sólo Maléfica me da órdenes—siseó Diablo, con una sonrisa peligrosa—. ¿Tengo que recordártelo?

Aun así, se acercó al caballo y montó con relativa agilidad detrás de Nikolai, aferrándose a los hombros de este.

No entiendo qué ven a los caballos, volar es mucho mejor.—Le oyó cuchichear por lo bajo—. Tú, Caballero, atrévete a hacer algo raro y…—Le clavó las uñas en el hombro. A pesar de ser una mano delgada, el gesto le hizo daño: más que uñas, parecían garras oscuras.

Melkor, entre tanto, agarró a Enok por la ropa y lo montó como si fuera un saco sobre el huargo. Luego montó delante y hundió las manos en el pelaje del lobo gigante. Parecía que confiaba en que Enok no intentaría escapar… Claro que, incluso si lo hacía, debía tener en cuenta que le tocaría competir no sólo contra Melkor, sino con su veloz montura.

Vosotros delante—indicó a Nikolai y Diablo—. Así el caballo irá más rápido, no hay nada que te haga correr tanto como tener a un huargo persiguiéndote.

Diablo indicaría a Nikolai hacia dónde tenía que dirigirse mediante empujones, señales con el brazo o simplemente aferrando las riendas en su lugar y tratando de guiar al caballo. Pero, en realidad, parecía más concentrado en estudiar la perla que sostenía entre los dedos.

Habían avanzado casi media hora cuando, de repente, Diablo exclamó:

¡Alto!—Y levantó la perla, como para observarla a contra luz a partir de los escasos rayos que se colaban entre las copas de los altos árboles. Tanto Nikolai como Enok pudieron comprobar que la perla brillaba más que antes. Diablo desmontó un momento y caminó en diversas direcciones; cuando se dirigía hacia el suroeste, el resplandor se incrementaba—.Vayamos hacia allí.

Pensaba que querías ver a la Señora.

Y lo haré. Pero antes quiero ver a dónde conduce esto.—Diablo entrecerró los ojos y lanzó una mirada de desconfianza hacia Nikolai y Enok. Aun así, añadió—: Podría estar relacionado con los tesoros.

Melkor se sumió en el silencio durante un momento, pero terminó por asentir con la cabeza. De modo que Diablo montó de nuevo y se encaminaron hacia el sureste, adentrándose cada vez más y más en el bosque. Las raíces nudosas de los árboles se levantaban en los lugares más insospechados y Nikolai debía tener cuidado con el caballo para que no se partiera una pata; estaba claro que no podría huir con facilidad.

Entonces, la perla se iluminó tanto que Diablo dejó escapar una exclamación.

¡Está muy…!

¡¡Atrás!! ¡No os acerquéis más!—chilló una voz femenina.

Diablo le espetó a Nikolai que se diera prisa y se dirigiera hacia la voz. Casi de inmediato, los árboles se abrieron y se encontraron en un pequeño claro. Una muchacha estaba arrinconada contra una roca y sostenía algo contra su pecho, intentando protegerlo de un círculo de cuatro Sincorazón Neosombra.

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¡Es ella, Melkor! —bramó Diablo—. ¡Ella lo tiene! ¡Atrápala!

Melkor suspiró y le dio un pequeño golpe a Enok en un hombro para que desmontara, al tiempo que desenvainaba su espada. Pero, entonces, todos escucharon un sonido grave. Y unas pesadas pisadas aproximándose poco a poco. Melkor masculló una maldición y se dio la vuelta. Entre la floresta…

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No se los podía distinguir bien, pero eran tres. Y, a pesar de la distancia, estaba claro que eran tan altos como un árbol de dos metros y medio.

En ese momento, la muchacha soltó un grito, esquivó por un pelo a una Neosombra y echó a correr, perdiéndose en el bosque. Los Sincorazón iniciaron de inmediato su persecución. Diablo aulló que tenían que ir a por ella, pálido al ver que aquellas criaturas se aproximaban a ellos. Melkor, todavía en su huargo, enarboló la espada y sonrió mientras decía:

Quedaos y luchad si queréis, Caballeros. O traedme a esa chica. Y, entonces, puede que hablemos de una recompensa. Incluso de evitar que un pueblo entero muera.—Miró fijamente a Nikolai. Después clavó las rodillas en los flancos de su huargo, que emitió un penetrante aullido, y se precipitó hacia sus enemigos.

Diablo gritaba, la muchacha pronto desaparecería o sería cazada por los Sincorazón y, de pronto, Melkor ya no les prestaba atención. Podían escuchar cómo el mestizo peleaba contra los monstruos. Pero, de repente, uno de ellos, el más alejado de la batalla, se fijó en el grupo de los aprendices. Y, de pronto, comenzó a correr hacia ellos a lomos de un animal que no conseguían distinguir. En una mano llevaba una lanza dos veces más larga que cualquiera de ellos.

Si no se daban prisa, tendrían que luchar, quisieran o no.

****
Aleyn


Es mejor que lo recordéis como el lugar que visitabais antaño. No tiene sentido llenar vuestra cabeza de imágenes escabrosas. Habréis sido testigo de demasiadas ya. Cuando todo esto acabe, podréis volver a pasar allí los veranos. Con los reyes... y con la princesa.

Felipe trató de devolverle la sonrisa, pero no fue capaz, por lo que apartó la cara. Después dijo con voz rota:

Ojalá.

Avanzaron un buen rato sin que nada se interpusiera en su camino; tuvieron que dar alguna que otra vuelta debido a que Sansón no podía seguir ciertos caminos, pero por lo demás fue un viaje relativamente apacible.

Hasta que Sansón comenzó a ponerse nervioso, a relinchar de tanto en tanto y a resistirse a seguir las órdenes de Felipe. Ygraine probablemente también comenzó a notar algo extraño, algo que le haría sentirse inseguro.

No sería hasta al cabo de un rato que Aleyn podría notar un atisbo de qué era lo que preocupaba a los animales; el Bosque se había sumido en un silencio mortal. Era como si no hubiera nada más vivo excepto ellos. Ellos y un suave viento que sacudía las hojas… y que cada vez se volvía más fuerte. Abel se puso en tensión y de pronto susurró:

¡El aprendiz! ¡Se acerca el aprendiz! ¡A cubierto todos!

Felipe desmontó sin pensárselo dos veces y agarró al caballo por las riendas, apresurándose a buscar un árbol no muy alto bajo el cual poder esconder a su montura. Luego desenvainó su propia espada e hizo señas a Aleyn para que se situara a su lado y no hiciera ningún ruido.

Transcurrieron unos minutos, durante los cuales el viento se volvió todavía más fuerte. Abel meneó la cabeza una y otra vez hasta que cogió al príncipe por los hombros y exclamó:

Corred, Alteza. ¡No, no me interrumpáis! ¡El reino depende de que logréis esta alianza! ¡Si el brujo rompe el Cuerno o si os mata…! ¿Qué será del reino? ¿Y de vuestro padre?

Felipe se quedó sin palabras y crispó los labios, debatiéndose consigo mismo. Y entonces…

¡Huelo a vuestro cabaaaaaaaallo, príncipeeeeeee! ¡Y nooooto la fuerza del Cuernooooooo! ¡Es más y más intensa a medida que se acerca la luna llena!—Una voz infantil resonó entre los árboles, arrastrada por el viento, que ahora sacudía con fiereza las copas de los mismos—. ¡Sed bueno y dádmelo! ¡De qué va a serviros de todas formas! ¡La gente de las Ciénagas con unos cobardes y jamás os ayudarán!

Una sombra los sobrevoló a toda velocidad y tanto Abel como Felipe, que se esforzaba por mantener calmado a Sansón, se encogieron.

La figura descendió a unos cinco metros de distancia. Era un niño menudo, de cabellos blanquecinos, que flotaba rodeado por un torbellino de viento. Giraba muy lentamente sobre sí mismo, buscándolos con unos ojos rojos como la sangre. Y si lo que decía era verdad, que olía a Sansón, no tardaría en descubrirlos.

¡Estoy un poco cansado de esperar! ¡Pero voy a daros una oportunidad! ¡Contaré hasta veinte! ¡Y si no salís, enviaré a los demonios a por vos! ¡Uno…! ¡Dos…!

Felipe seguía sin saber qué hacer, con los dedos cerrados en torno al mango de su espada y los ojos abiertos de par en par. Abel contuvo un grito de frustración y clavó la mirada en el muchacho, dispuesto a atacar… O a interponerse entre él y Felipe.

Aleyn debía darse prisa. Debía hacer algo. O quedarse esperando.

En cualquier caso, la situación no podía pintar peor.

****
Xefil


Esos… malditos lobos…—Escuchaba una voz femenina, grave y ronca por el dolor, no muy lejos—. Joder, si hubiera podido matar al último…—Un gemido.

A Xefil le dolía todo el cuerpo, desde la punta de los dedos a la planta de los pies. Pero lo peor era la cabeza. Parecía que le hubieran sacado el cerebro, lo hubieran batido un rato y se lo hubieran vuelto a meter en el cráneo. Además, no podía moverse.

Lo último que recordaba era que Ahren se había abalanzado sobre él, con una expresión de infantil triunfo. Luego vino el viento, que prácticamente lo dejó sordo. Y, antes de quedarse inconsciente, las palabras del Hechicero, frases inconexas que no conseguía terminar de hilar:

¿Pero cómo te quedas dormido…? ¡Ah, mierda! … ¡Me has entretenido! —Quizás recordara vagamente que lo levantaban y que hacía un frío insoportable. Incluso podía ser que en algún momento hubiera abierto los ojos y se hubiera encontrado volando encima de los árboles—. ¡Cómo pesas!... Bien, te quedarás aquí quietecito… Como he ganado la apuesta… vendré a buscarte. Si no te come antes un animal…

Y luego, oscuridad.

Hasta que una bofetada lo hizo espabilarse. Cuando abrió los ojos se encontró con una mujer de piel morena, cabello corto y cubierta con una armadura apuntándole con una espada. Estaba herida en una pierna y un costado, que sangraban a pesar de los torniquetes que se había apañado.

¿Quién eres tú y qué haces aquí?—preguntó con hostilidad.

Xefil se daría cuenta entonces de que Ahren se había ocupado de inmovilizarle las muñecas y los tobillos —cortándole la circulación—, además de atarlo rodeándole el torso contra un grueso tronco, con lo que parecían ser cuerdas trenzadas de hierba… Lo suficientemente fuertes como para que no pudiera librarse de ellas ni ponerse en pie.

Es decir, estaba completamente indefenso y con una espada al cuello.

Tendría unos momentos para responder, justo antes de que lo interrumpiera un aullido escalofriante… Y que no sonó demasiado lejano. La mujer se puso en pie, maldiciendo y con el rostro contraído por el dolor. El aullido volvió a sonar, más cerca.


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Ban
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Xefil
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Aleyn
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¡Gracias por las firmas, Sally!


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Suzume Mizuno
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Ronda #7 - Promesas de guerra

Notapor Astro » Sab Oct 18, 2014 2:12 pm

¿Dos?

La mujer orco había bajado su arma, creyéndose al parecer mi imitación de un goblin, y con ella detrás caminaba hacia la entrada a la Fortaleza.

He oído que deberíais estar persiguiendo a una, no a dos. Aunque quizás fuera la compañera que volaba con ella…

Aquello no me aclaraba nada. ¿Nanashi había conseguido cruzar la Fortaleza? ¿Dónde estaba la Maestra? Para querer tenerme tan atado por el asunto de Mateus, no parecía hacer muchos esfuerzos en encontrarme. Además, estaba el asunto de la mentira a Primavera.

La hada se revolvía demasiado dentro de la armadura, y resultaba muy molesto tenerla ahí. Seguramente se estaría preguntando qué significaba eso de que "volaba con ella", ajena a que el otro piloto era yo. Por suerte, ni me preguntó ni hizo otra cosa que no fuera provocarme picores por todo el cuello.

Estábamos llegando al puente levadizo cuando otro goblins apareció a toda prisa, directo a hablar con los guardas.

¿Qué pasa?—se adelantó la mujer verde, directa al mensajero.

¡Ronna, la Señora ha venido a la Fortaleza! ¡Pregunta por Melkor, Grishnak y Diablo!

Ronna, bueno era saber su nombre. Lo malo: la Señora tenía todas las posibilidades de ser el nombre con el que se referían a Maléfica. El hada malísima de la Montaña Prohibida. Y, si una hada azul y gorda podía transformar a la gente en piedra, no quería ni imaginarme lo que ella podría ser capaz de hacer.
Aunque, ¿quiénes serían Melkor, Grishnak y Diablo...?

¡En qué momento! ¡Id a buscar a Grishnak, rápido! ¡Y más vale que traiga consigo a esa humana o la Señora lo quemará vivo! —Todavía buscaban a Nanashi, bien, no debía de haber seguido hasta la Montaña—. ¡Tú y tú, venid conmigo! ¡Y calladitos! ¡Ya sabéis que a la Señora le irritan vuestras estupideces!

Casi no me di cuenta, perdido en mis hipótesis, de que yo era uno a los que gritaba. Corrí a toda prisa tras Ronna, seguido por otros tres engendros armados hasta los dientes. ¿No llamaría demasiado la atención que mi armadura fuese azul y que no llevase ni una sola arma encima? Sí, sin duda.

Me estaba metiendo en la boca del lobo con muy pocas cartas encima. Más me valía saber usarlas bien.

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La Fortaleza era tal y como me la había imaginado. Fría, lúgubre, construida totalmente de piedra, y con antorchas como única iluminación entre tantas sombras. Allí no parecía haber lugar para el ocio: era un lugar bélico, hecho para la guerra. A Nanashi le habría encantado. Aunque, misteriosamente, unas pequeñas enredaderas negras se podían ver en las rocosas paredes. La magia también tenía cabida ahí, seguramente magia negra.

Guiados por Ronna, cruzamos un patio de armas, entramos en el vestíbulo y subimos al primer piso a toda prisa. Dos pesadas puertas se abrieron con facilidad ante la fuerza de la mujer orco y entramos. Pero no habíamos dado ni tres pasos cuando todos se apresuraron a inclinarse clavando su rodilla en el suelo. Por supuesto, les imité lo más rápido que pude.

Señora…

Estaba allí, al fondo de la habitación. Una extraña silueta, alta y delgada, y con lo que daba la impresión que eran cuernos en la cabeza. Llevaba capa, y en una mano sostenía un alargado bastón propio de magos y hechiceros.

Pronto saldrá la luna llena —fue su respuesta, con un tono tranquilo—. Y todavía no he recibido noticia alguna de que la misión haya tenido éxito. Ni mi general, ni mis capitanes, ni mi aprendiz… Ni siquiera mi leal compañero.

Entonces, se giró, y pude verle la cara. Sonreía con una misteriosa sonrisa, indescifrable para mí en aquel momento, y su vestido se movía de una manera que parecía estar creando llamas oscuras a su alrededor. Su piel, grisácea, y sus ojos, amarillos, dejaban claro que aquella mujer no era humana.

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Su presencia, mucho menos. Los goblins a mi alrededor se movían de forma extraña, parecían asustados por estar ante ella. Y, pensándolo con lógica, debían de estarlo. Por mi parte, era difícil de decir.

No podía sentir miedo por razones obvias, pero era muy consciente del peligro ante el que me encontraba. Mi cerebro analizaba cada rincón de la habitación en busca de algún tipo de ayuda, o intentaba trazar algún plan de escape.

Aunque de momento no se me ocurría nada.

Maléfica… —susurró Primavera desde mi cuello, tan bajo que casi no pude entenderlo. ¿Ella también estaba asustada?

Mi… Señora, no tenemos excusa. No sé dónde están sus siervos, excepto Grishnak. Vimos a dos… Dos personas con armadura volando hacia la Montaña y…

¿Qué has dicho? —preguntó su Señora, con una ceja arqueada.

Si ya había tenido contacto con los Caballeros en el pasado, no le sería muy difícil adivinar qué eran los dos intrusos.

Dos… personas, mi Señora. Volaban hacia vos. Los detuvimos. Uno de ellos es una mujer, mi Señora, con un gran poder mágico. Pero ellos saben más que yo.

Nos señaló con un gesto, echándonos el muerto encima. Genial. Y, entre todos ellos, el que llevaba una llamativa armadura azul ("que no era un color del bosque ni del Hada Oscura") era un servidor.

Los ojos de Maléfica pasaron por cada uno de sus siervos, hasta parar en mí. Intenté apartar la mirada para que no pudiera verme bien los ojos. Había escuchado que eran el espejo del alma, y aunque me parecía una chorrada prefería no correr riesgos...

Pero estuvo mucho tiempo mirándome. Demasiado.

Tú. Habla.

"Mierda."

La Señora sonreía, con aire divertido, esperando una respuesta. Y como ella los demás presentes en el salón: todas las miradas estaban clavadas en mí. Además, por si fuera poco, unos pinchazos en el cuello me indicaban que a Primevera debía de estar apunto de darle un ataque.

La idea de coger a la hada azul, lanzársela a Maléfica a la cara y echar a correr ganó fuerza durante unos instantes, pero conseguí recomponerme. No podría huir de un lugar así tan fácilmente, y perdería cualquier tipo de ayuda que Primeva me pudiera dar.

Ahora mismo, solo podía intentar seguir con la farsa:

Eran dos humanas rubias, mi Señora —volví a utilizar el tono de voz más ronco posible—. Se separaron al caer. Una ser muy poderosa, utilizaba mucha magia.

Decir que era rubia y que tenía gran poder mágico era un poco delatar a Nanashi (aunque desconocía si Maléfica la conocía ya o no), pero no tenía más remedio: ya le había dicho a Ronna que ambas eran rubias, y lo de la magia ya se había mencionado.

Ella intentar atacar la Fortaleza, no saber dónde ir después. —Aquí me arriesgaba mucho: no tenía ni idea de qué había pasado o qué había hecho Nanashi, pero tenía que decir algo—. La otra creemos que alejarse hacia el poblado más cercano.

No dije más. Guardé silencio, rezando con todas mis fuerzas para que mis palabras tuvieran sentido. Eso, si Maléfica no me había descubierto ya de alguna manera.

En el caso de que todo saliera mal y viera que me habían pillado o me iban a atacar, recurriría una vez más a Tenue y saldría corriendo lo más rápido que pudiera de la sala a la desesperada. Al menos, tendría que intentarlo.
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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Drazham » Dom Oct 19, 2014 10:24 pm

Quizás. Pero, yo que tú, no me quedaría demasiado en este mundo.

Aquellas fueron las últimas palabras del desconocido antes de irse detrás de la capitana de la guardia. Tal vez, Nikolai debería tener en cuenta su consejo y abandonar aquel lugar en el que reinaba el caos. Pero lo primero era lo primero: tenía una misión que cumplir.

Golpeando suavemente al caballo con los talones, le ordenó que galopase hacia el rio. Su habilidad como jinete no es que fuese la panacea. Indicarle al animal la dirección con las riendas se le hacía un poco engorroso, pero el hecho de que ya se hubiese acostumbrado a llevar una montura capaz de surcar los cielos le ayudó a que el continuo contoneo del caballo no le hiciese perder el equilibrio.

Pero el equino comenzó a poner pegas cuanto más se acercaban a su destino, agitándose de un lado a otro y dificultando la marcha. Algo le estaba inquietando, y Niko averiguó enseguida de que se trataba en cuanto vio cerca de la orilla del rio a tres figuras junto a uno de los enormes canes de los orcos; el supuesto culpable de que el caballo no respondiese a las órdenes de su jinete.

El encontrarse con Enok allí habría resultado más alentador de no ser porque el mestizo pelirrojo; Melkor, le acompañaba, observando divertido como Niko luchaba por no caerse de la silla de su montura. El otro individuo de pelo negro y tez pálida dejaba a la vista por sus peculiares rasgos que se trataba del infame siervo del Hada que el líder de los orcos le había mandado buscar, y que tantos problemas le había dado con su huida.

Manteniendo aquella sonrisa de cretino, Melkor se aproximó hacia el atemorizado caballo y lo detuvo con un firme tirón de las riendas. Teniendo el control del animal, se acercó para acariciarlo con gentileza mientras le susurraba algo. Un acto que no le pegaba en absoluto para ser alguien tan implacable, aunque para sorpresa de Niko, logró tranquilizarle.

¿Qué ha sido de tu compañero? —le interrogó Melkor—. ¿Tantos problemas os ha dado como para que tenga que huir con la capitana?

Ya dije que era un poco impaciente y que suele adelantarse —respondió inocentemente—. Tanto que ni se espera a escuchar a los demás.

¡Eso ahora no importa! Tus orcos la cazarán: lo importante es llevar esto a Maléfica —saltó Diablo.

A Melkor no le hizo mucha gracia que el pálido esbirro del Hada (quien debía ser la tal Maléfica que había mencionado) le fuese dando órdenes. Es más, llegó a agarrar la empuñadura de su espada con aires de hostilidad. Sin embargo, en el último momento cambió de parecer, dibujando una despiadada sonrisa.

Como quieras. Luego tendrás que darle tú explicaciones —se giró hacia Diablo—. Monta con el Caballero.

Sólo Maléfica me da órdenes —replicó, con una arrogante sonrisa de oreja a oreja—. ¿Tengo que recordártelo?

Pero Diablo no tardó en obedecer y subirse al caballo con Niko, ya fuese por no agotar la paciencia de Melkor o porque quería volver a la vera de su Señora cuanto antes.

No entiendo qué ven a los caballos, volar es mucho mejor —<¿Volar?> se extrañó Niko ¿Acaso tenían medios para volar en ese mundo?—. Tú, Caballero, atrévete a hacer algo raro y… —El aprendiz tensó los músculos de su espalda en cuanto notó las afiladas uñas de Diablo clavársele a modo de advertencia. Era extraño, pero por un momento le dio la sensación de tener a un enorme pajarraco aferrado con fuerza a sus hombros.

No sé tú, pero voy a estar más pendiente de que al caballo no le vuelva a entrar el pánico que de hacer algo “raro” —le contestó con un tono agrio.

Por su parte, Melkor agarró a Enok con suma facilidad y lo montó en el huargo como si de un chiquillo se tratase, para luego subirse él delante. Si a su compañero ya de por sí le atemorizaban esas bestias, el tener que ir montado encima de una le debía de superar.

Vosotros delante —les indicó a los que iban en el caballo—. Así el caballo irá más rápido, no hay nada que te haga correr tanto como tener a un huargo persiguiéndote.

Ignorando la impertinente mofa del mestizo, Niko ordenó al caballo que avanzase. Su copiloto, demostrando que la amabilidad no era un punto a destacar entre los esbirros de Maléfica, le indicó el camino a base de empujones y de quitarle las riendas para conducir al caballo. Por suerte, el tipejo no resultó ser una carga tan molesta al pasarse la gran parte del trayecto inspeccionando una baratija que llevaba encima. El aprendiz comprobó por el rabillo del ojo que se trataba de una perla que emitía un curioso resplandor.

Cabalgaron durante media hora, hasta que…

¡Alto! —Niko reaccionó de inmediato al grito de Diablo, tirando de las riendas para detener al caballo. El hombre levantó la perla, dejando a la vista que el artefacto brillaba con mayor intensidad que antes. Luego, bajó del caballo y avanzó de un lado a otro con la perla en alto hasta que la luz se volvió más fuerte en un punto—.Vayamos hacia allí.

Pensaba que querías ver a la Señora.

Y lo haré. Pero antes quiero ver a dónde conduce esto —el lacayo del Hada observó a ambos aprendices con recelo antes de seguir hablando—. Podría estar relacionado con los tesoros.

Perlas mágicas, tesoros… Nikolai se preguntaba qué demonios estaban tramando esos dos o, más bien, que planes tenía su Señora en el Reino Encantado. Por el momento, Melkor aceptó en seguir las indicaciones de Diablo y los cuatro se adentraron en el bosque, guiados por el resplandor de la perla.

Al joven no es que le hiciese mucha gracia tener que seguir por ese camino. Las raíces de los árboles eran tan grandes que sobresalían por todas partes y tuvo que hacer las mil y un virguerías con las riendas del caballo para que no se tropezase con ninguna.

De repente, un fogonazo de luz le sorprendió por la espalda. En cuanto se dio la vuelta se encontró a un perplejo Diablo ante el radiante fulgor de la perla que sostenía.

¡Está muy…!

¡¡Atrás!! ¡No os acerquéis más! —el chillido de aquella voz femenina interrumpió al sicario.

No estaban solos en el bosque, y eso puso más nervioso a Diablo, obligando a Nikolai que se dirigiese de inmediato al lugar del que provenía la voz. Tras cruzar varios árboles, llegaron a un claro, en donde se encontraron a una joven damisela agazapada a la que le habían echado el ojo cuatro Sincorazón de la especie conocida como Neosombra. La chica parecía tener entre sus brazos algo que intentaba proteger a toda costa.

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¡Es ella, Melkor! —gritó el hombre de oscura cabellera—. ¡Ella lo tiene! ¡Atrápala!

El mestizo gesticuló desganado, obligó a Enok que se bajase del huargo y sacó su arma. Aquello era una locura ¿Quién era aquella mujer y cuán importante era lo que buscaban Melkor y Diablo como para querer atacarla?

Eso era lo de menos. A los pocos segundos, un estruendo que hizo retumbar la tierra alertó a todos los presentes. Todas las preguntas que se estaba haciendo Niko en ese momento pasaron a un segundo plano en cuanto los vio aparecer de entre la maleza.

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Tienes que estar de broma…

No tenía ni idea de donde habían salido, pero los tres eran tan enormes como los árboles del bosque, iban montados en criaturas que tampoco llegaron a distinguir y portaban lanzas de gigantescas proporciones.

La chica de cabellos dorados dejó escapar un grito y salió corriendo del claro con los sincorazón detrás de ella. Por supuesto, Diablo estalló en una mezcla de ira y pánico al ver que su objetivo se escapaba y que los enormes colosos se les acercaban.

Melkor, el único de los presentes que mantuvo la calma, apuntó con su espada hacia las criaturas y esbozó una sonrisa desafiante.

Quedaos y luchad si queréis, Caballeros. O traedme a esa chica. Y, entonces, puede que hablemos de una recompensa. Incluso de evitar que un pueblo entero muera —Con eso dicho, se lanzó con su huargo hacia los gigantes.

El rostro de Nikolai mostró una expresión vacía en cuanto escuchó las últimas palabras que el mestizo le dedicó exclusivamente a él. Palabras que se le clavaron como puñales y le produjeron un desagradable malestar. Un malestar que acabó transformándose en rabia.

Aquello fue la última gota que colmó el vaso.

Durante unos segundos, el tiempo se detuvo alrededor suyo. El aprendiz se había sumergido en su subconsciente, en donde ni las continúas órdenes que Diablo le gritaba a la oreja ni los estruendos que generaban las pisadas de uno de los gigantes que se aproximaba hacia ellos podrían despertarle.

¿Recompensa? ¡Y un cuerno! Estaba seguro de que la aldea que tanto se esforzó en proteger la capitana Heike sería diezmada tarde o temprano por muchas promesas que hiciese el mestizo.

No había recompensa alguna. Solo manipulación. Le habían estado manejando como si de un títere se tratase por medio de amenazas que iban hacia él o a su compañero, y si dejaba que esto continuase de tal manera, jamás cumpliría con su cometido en ese mundo.

Entonces, el tiempo volvió a fluir con normalidad, y todo lo que su mente estaba suprimiendo durante ese periodo de tiempo le golpeó como si le hubiesen echado encima una jarra de agua helada. La situación se había vuelto demasiado peliaguda como para perder más tiempo, pero Niko ya sabía muy bien que era lo que tenía que hacer.

El aprendiz se volteó hacia Diablo y reflejó en su rostro una expresión de suma tranquilidad que no cuadraba en absoluto con todo lo que estaba ocurriendo en ese momento.

Fin del trayecto —sin apartar la mirada de sus ojos, agarró la perla que el hombre tenía entre sus dedos—. Su billete, por favor.

Inmediatamente, Niko tiró de la esfera para arrancarla de las manos del secuaz de Maléfica y, aprovechando el impulso, giró sobre sí mismo para propinarle un codazo con el otro miembro en la cara y así tirarlo del caballo.

Si lograba deshacerse de Diablo, lo primero que haría sería dirigirse de inmediato hacia Enok para que el muchacho se subiese con él.

¡¡Enok!! —le llamó, tendiéndole la mano.

Tras eso, ambos se largarían de allí e irían tras la joven que había sido atacada por los sincorazón.

Con un poco de suerte, las enormes criaturas se entretendrían con Melkor y Diablo, dejándoles a ellos vía libre.

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Obviamente, esto último solo ocurrirá si Niko tira del caballo a Diablo.
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Drazham
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[Reino Encantado] Promesas de guerra #7

Notapor Sheldon » Mar Oct 21, 2014 10:58 pm

Las palabras de Enok dieron lugar a distintas reacciones entre los presentes. Por un lado, Diablo desconfió como solo él sabía; Melkor pareció burlarse de la situación y finalmente la bestia, el enorme lobo, gruñó con fiereza aún con su pelaje empapado.

Lobos, perros… Malditos animales.—Murmuró en forma de quejido el joven moreno mientras intentaba subirse a los lomos del huargo recibiendo de parte de este la advertencia de unos afilados colmillos.

Vaya, parece que la suerte nos sonríe.—Pensó en voz alta Melkor, tras cambiar su semblante de sorna, volviéndose y oteando la figura que se acercaba.

No fue necesario para Enok fijarse mucho tiempo más ya que casi al instante reconoció los movimientos y la forma de su compañero de bando, Nikolai. Montaba algo parecido a un destartalado caballo, el cual se movía errático y con miedo. El lobo de Melkor hizo un ademán de lanzarse contra su presa, el equino, aunque su dueño lo detuvo con suma pasividad, dominando por completo a su bestia.

Para Enok la llegada de Nikolai podría haber significado la salvación, siempre y cuando hubiese sido en una situación normal y corriente. Era evidente la escasa atención que había prestado a su compañero aprendiz donando esta a Melkor y al extraño gesto que estaba llevando a cabo en aquellos momentos. Acariciaba casi con dulzura al animal, acercando sus labios a sus oídos y susurrándole palabras que se antojaban silbidos.

Una profunda envidia se empezó a cocer en las entrañas del rubio aprendiz quien estuvo a punto de salir corriendo en un arrebato de vergüenza y miedo.

¿Qué ha sido de tu compañero?—fue el recibimiento de Melkor a Nikolai—.¿Tantos problemas os ha dado como para que tenga que huir con la capitana?

—Ya dije que era un poco impaciente y que suele adelantarse.  Tanto que ni se espera a escuchar a los demás.

¡Eso ahora no importa! Tus orcos la cazarán: lo importante es llevar esto a Maléfica

Enok no entendía ni una palabra de lo que estaban hablando debido más hacia lo absorto que se podía encontrar en aquel momento observando de reojo a su captor que al caso omiso que merecían los allí presentes.

Como quieras. Luego tendrás que darle tú explicaciones. Monta con el Caballero.—Añadió Melkor tras haberse relajado ante las palabras de Diablo.

Sólo Maléfica me da órdenes. ¿Tengo que recordártelo?

Acto seguido, el irascible hombre se subió al caballo que montaba Nikolai y susurró una serie de palabras al chico.

Por otra parte, Enok sintió de pronto unas manos sobre sus pantalones. Antes de que pudiese dar un respingo se vio a lomos del huargo, justo tras Melkor, pudiendo perderse en las dimensiones colosales de su espalda, tremendamente recta y poderosa. El chico suspiró y sintió como unos débiles colores se dibujaban en sus mejillas.

Inmediatamente, los cuatro emprendieron su camino. Diablo parecía dirigir la comitiva a base de empujones, gritos o señales. El tiempo se sucedía lentamente y el paisaje apenas modificaba su color. De alguna forma, todo empezaba a ser monótono y extremadamente igual. Enok sentía que aquello ya lo había visto en otro lugar y que su viaje no era más que una repetición en forma de déjà vu.

¡Alto!—Exclamó Diablo parando inmediatamente la marcha. Entre los dedos de sus manos, aquella esfera que anteriormente había mostrado tomaba un resplandor cada vez más brillante. Tras dirigir su posición hacia todos los puntos cardinales, Diablo descubrió que hacia el suroeste se iluminaba más de la cuenta—.Vayamos hacia allí.

Pensaba que querías ver a la Señora.

Y lo haré. Pero antes quiero ver a dónde conduce esto. Podría estar relacionado con los tesoros.

Tras aquella pequeña pausa, el grupo volvió a ponerse en marcha, esta vez adentrándose aún más en el bosque. Desde unos minutos atrás, el aprendiz de Tierra de Partida había estado sufriendo de unas terroríficas cabezadas. Quizás se había relajado más de la cuenta y ahora sentía la necesidad de dormir una pequeña siesta. Intentó ser lo más prudente que pudo y apenas rozó la espalda de Melkor pero en su interior necesitaba abrazarse a él, tanto por el calor que desprendió como por el punto de apoyo para equilibrarse en aquella irregular montura.

¡Está muy…!

¡¡Atrás!! ¡No os acerquéis más!

Enok levantó la mirada, muy extrañado ante el nuevo tono de voz que llegaba a sus oídos. Se trataba de una voz claramente femenina y un tanto asustada. El chico no pudo ver mucho más ya que Melkor ejercía como una especie de pantalla que le impedía ver.

Los cuatro aumentaron la marcha hasta acceder a un claro, siguiendo a la poseedora de la voz. En una roca, arrinconada por un grupo de sincorazones, se encontraba ella, con las manos en el pecho. Un rubio dorado y mucho mejor cuidado que el de Enok tintaba los mechones de su pelo, pulcramente peinado. Unos rasgos puntiagudos pero muy naturales. Y unas vestimentas sencillas. Una muchacha cualquiera, podría haber pensado Enok.

Pero no. Algo debía de existir en aquella muchacha de cabellos de lino que atrajese la oscuridad.

¡Es ella, Melkor! —gritó Diablo señalando con uno de sus dedos a la chica—. ¡Ella lo tiene! ¡Atrápala!

Melkor reaccionó a tiempo, instando a Enok a que bajase del huargo y extrayendo su afilada espada.

Pero aquello solo era el principio. Justo tras los cuatro, el sonido gutural de unas pisadas acercándose distrajo la atención y dio paso a un nuevo factor de riesgo en la escena: gigantes, sombras que no lograban distinguirse correctamente entre la maleza, se aproximaban.

En la parte opuesta, como reacción, la muchacha consiguió escabullirse, colándose entre las ramas.

Quedaos y luchad si queréis, Caballeros. O traedme a esa chica. Y, entonces, puede que hablemos de una recompensa. Incluso de evitar que un pueblo entero muera.

Enok ya en el suelo dirigió una mirada fugaz a su compañero Nikolai, la primera quizás y la más sincera en todo el día. Tenía miedo, eso era cierto, se encontraba en una situación peculiar. Había sido guiado desde que piso el mundo y parecía que todos los guías con los que se había encontrado solo le habían traído problemas.

Tanto Enok como Nikolai no dejaban de ser el bando más desprotegido en aquella guerra a cuatro bandas. Por un lado, los sincorazones a escasos metros, por otro los gigantes, quienes amenazaban con lanzarse a la carga, en un tercer puesto tanto Melkor como Diablo y finalmente, ellos, que tan solo buscaban un par de respuestas en aquel mundo y el cumplimiento de una estúpido misión.

Fin del trayecto —dijo Nikolai de imprevisto. Por lo visto él ya tenía un plan y no dudaba en llevarlo a cabo. Una vez más tocaba que Enok se dejase llevar por los demás—. Su billete, por favor.

El muchacho, con rapidez forcejeó en busca de la piedra que sostenía Diablo y valiéndose de su propio peso intentó tirar a su acompañante del caballo. Enok se acercó corriendo hacia los dos e intentó ayudar a su compañero tomando a Diablo de una de sus piernas para desequilibrarle. Con mucha suerte, Melkor, quien se había lanzado hacia los gigantes, no caería en la cuenta de lo que estaba pasando tras de si.

Si todo había salido bien, Enok no perdería ni un segundo más y se montaría en el caballo de Nikolai dejando que este tomase la iniciativa.
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Re: Ronda 7

Notapor Sally » Vie Oct 24, 2014 2:07 am

Ojalá.

La respuesta de Felipe se le hizo tan desolada, tan desesperanzada de alguna forma, que quiso intentar decir algo que aliviara la carga que hundía aquellos hombros tan jóvenes. Pero nunca se le había dado bien consolar a la gente, y tampoco quería engañarle. Sólo podía ofrecerle la esperanza de su misión a la desesperada tuviera éxito.

Así que se limitó a estar atento al terreno, a observar todo lo que les rodeaba, sin emitir sonido alguno. Eran una comitiva bastante lúgubre, y Aleyn no pudo evitar pensar que más que estar en una misión, parecía que estaban huyendo de la guerra, poniendo al príncipe heredero a salvo. Aunque si Maléfica se salía con la suya, no habría trono alguno que heredar.

En algún momento, Sansón empezó a ponerse nervioso. Quizás se debía a la presencia de los Sincorazón; no obstante, un escrutinio más minucioso del follaje seguía sin revelar que estuvieran cerca. Aquello era malo; los animales percibían peligros que los humanos no captaban hasta que era demasiado tarde, y odiaba no saber qué estaba ocurriendo, qué era lo que el caballo temía. Y tan concentrado estaba ayudando a Felipe a controlar a su caballo, que no se dio cuenta de que Ygraine mostraba un comportamiento similar.

¿Se trataba de algún animal salvaje? ¿Un lobo? ¿Algo más grande? No recordaba haber visto osos en el bosque. ¿Alguna criatura de las Ciénagas? Intentó interpretar los sonidos de la naturaleza para tratar de discernir si era realmente un animal o Sincorazón atraídos por el Cuerno o ellos mismos… y se dio cuenta de que no había sonidos que interpretar. Se quedó quieto un momento, pero todo a su alrededor continuó estando igual de mudo. Lo único que interrumpía el silencio eran los gruñidos de Ygraine. Parecían estar envueltos en una burbuja de vacío, en un cementerio, como si aquellos parajes hubieran sido también encantados con el sueño eterno. Solo que ellos seguían moviéndose, así que no podía tratarse de eso.

El viento que mecía las hojas —dando un efecto tétrico ahora que no había nada más acompañándolo— se hizo cada vez más fuerte, como si se estuviera acercando una tormenta. Alzó la mirada al cielo, por si distinguía nubes oscuras entre la bóveda de los árboles.

¡El aprendiz! ¡Se acerca el aprendiz! ¡A cubierto todos! —susurró entonces Abel, cuyas palabras provocaron una reacción inmediata en el príncipe.

<<¿El aprendiz de qué?>> preguntó su mente, pero obedeció a Felipe, que le hacía señas para que se escondiera junto a él bajo un árbol, sin rechistar. Fuera quien fuese aquel misterioso personaje, estaba claro que sus acompañantes le temían. Todo el bosque le temía, puesto que se había sumido en un silencio reverencial. A sus pies, agazapado, Ygraine había dejado de gruñir.

Siguió sin despegar los labios mientras el viento se intensificaba, y la tensión de Felipe y Abel se hacía más notoria. En algún momento el guardia agarró por los hombros al príncipe; parecía tener claro que no podían estar allí escondidos para siempre.

Corred, Alteza. ¡No, no me interrumpáis! ¡El reino depende de que logréis esta alianza! ¡Si el brujo rompe el Cuerno o si os mata…! ¿Qué será del reino? ¿Y de vuestro padre?

Él no aportó nada a aquellas palabras; no sabía a qué se enfrentaban. Aunque por la reacción de Abel, no daba la impresión de que fueran meros Sincorazón.

¡Huelo a vuestro cabaaaaaaaallo, príncipeeeeeee! ¡Y nooooto la fuerza del Cuernooooooo! ¡Es más y más intensa a medida que se acerca la luna llena! ¡Sed bueno y dádmelo! ¡De qué va a serviros de todas formas! ¡La gente de las Ciénagas con unos cobardes y jamás os ayudarán!

Se le heló la sangre.

Aquella voz, pese a sonar infantil —¿o tal vez por eso?—, se le antojaba siniestra. Y aquellas palabras dejaban fuera de toda discusión la identidad de ese “aprendiz”. Estaba bajo las órdenes de Maléfica, y pretendía hacerles fracasar en su misión. No había esperado que fuera fácil encontrar las Ciénagas, pero de ahí a que les saliera al paso un enemigo era probable que tuviera más conocimientos mágicos que él había varios grados de dificultad.

Cuando el dueño de aquella voz descendió cerca de ellos, pudo contemplar su aspecto. No parecía excesivamente mortífero, pero sabía que juzgar a alguien por sus apariencias, sobre todo si tenía que ver con la magia, era de estúpidos. Aunque en realidad, lejos de tranquilizarle, los rasgos del aprendiz le inquietaban. Y le inquietaba más aún que pudiera detectar la presencia de Sansón o del Cuerno, porque de ser así, de poco les servía estar escondidos.

¡Estoy un poco cansado de esperar! ¡Pero voy a daros una oportunidad! ¡Contaré hasta veinte! ¡Y si no salís, enviaré a los demonios a por vos! ¡Uno…! ¡Dos…!

Aleyn apoyó su mano sobre la de Felipe. Aquel gesto no tenía absolutamente nada de protocolario, pero necesitaba llamar su atención, y usar la voz no parecía una buena idea. Si no conseguía con aquello hacerle reaccionar, le empujaría levemente. Si el príncipe se girase hacia él, le diría, moviendo los labios y sin emitir sonido alguno, que él y Abel continuaran, que cumplieran con la misión. Que él se quedaría allí para entretener al aprendiz de Maléfica. Y que se fueran sin el caballo, evidentemente. En caso de que no consiguiera la atención de Felipe de ninguna manera, tendría que rezar y esperar que interpretara correctamente el suicidio que estaba a punto de cometer.

Buscó las riendas de Sansón, tratando de calmar al animal. Era obvio que aquel niño —aunque “niño” para él era una palabra cargada de inocencia, y el que se alzaba ante sus ojos parecía todo lo contrario a aquel concepto— le aterraba. No iba a ser fácil arrastrar al caballo fuera de su escondite, y ni siquiera estaba seguro de poder conseguirlo. Le acariciaría el morro, intentando hacer que se centrara en él y no en el aprendiz, con la intención de alejarlo de Felipe y Abel. Si el pavor del pobre animal era más fuerte que sus tentativas, saldría a enfrentarse solo a aquel brujo de ojos carmesíes, que le producían escalofríos. Era como mirar a un pozo de sangre.

Estaba loco, lo sabía. O mejor dicho, desesperado. Porque aquello probablemente acabaría en un enfrentamiento y, si conseguía que los otros dos hombres se escabulleran, estaría solo ante la Fortuna sabía cuántos enemigos, con su magia incompleta, incapaz de pedir ayuda a nadie. Sólo esperaba que su estupidez pudiera mitigar la fuerza con la que el niño percibía el Cuerno, o se estaría lanzando sobre el hacha del verdugo para nada.

<<Calma… necesitas aparentar calma…>>

Vuestros demonios ya se han cebado lo suficiente con este caballo —señalaría los cuartos traseros del animal si éste le había seguido fuera de su escondite; de lo contrario, añadiría que su presencia le aterraba demasiado para llevarlo hasta él—. Entró despavorido al bosque, perseguido por las criaturas de sombra. Debió de perder a su jinete, el príncipe, según interpreto de vuestras palabras, en algún punto, seguramente no muy lejano. No sé nada de ningún Cuerno, pero si queréis el caballo, no creo que su antiguo dueño vaya a necesitarlo. Aunque si no os importa, me gustaría quedármelo. Nunca se sabe cuándo te va a ser útil uno en los tiempos que corren.

Ni siquiera había reflexionado qué decir antes de que todo aquel borboteo de palabras, que sorprendentemente sonaron sin titubeos, saliera de su boca. Tenía bastante claro que si aquel aprendiz era inteligente en lo más mínimo, primero pensaría que era un idiota; y segundo, intentaría quitárselo de encima. Pero tal vez… tal vez su armadura, su forma de abordar aquel tema o Ygraine, que observaba al brjo con un disgusto y rechazo más que visibles, le llamaran al enemigo lo bastante la atención como para que se entretuviera un rato.

¿Y bien? —terminó por añadir, aparentando una calma que estaba bastante lejos de sentir.
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Re: Ronda 7

Notapor Zee » Vie Oct 24, 2014 11:43 am

Puedo sentirla. La sangre.

Reverbera como un río desbocado estrellándose contra las paredes de su cauce. Resuena como el titánico rugido de una bestia hambrienta. Retumba como un instrumento de guerra, prometiendo ser derramada.

Reverbera. Resuena. Retumba. Una y otra vez, puedo sentirla surcar mi cuerpo entero a cada latido, con cada gota y en cada diminuta vena. Su calidez extendiéndose desde mi pecho hasta la punta de mis dedos, cada segundo; la fuerza que ejerce contra las paredes de mis vasos, su prisión. Puedo sentirla.

Le... falta. Falta sangre. Se ha ido. ¿Dónde, a dónde podría desaparecer mi propia esencia? No se desvanece a la nada.

No... ha sido robada...

¿Pero cómo te quedas dormido…? ¡Ah, mierda! … ¡Me has entretenido!

Robada... la necesito de vuelta. Necesito lo que se me ha arrebatado. Es sólo lo justo... sí, justicia. Retribución. Venganza.

Débil. Tal vez necesitas un... empujón.

Mi sangre carga algo más. Ahora hierve, no sólo me entibiece. Me embarga con una nueva necesidad para sobrevivir. Necesitamos retribución. Lastimar a quienes nos han lastimado.

Si no hacemos nada, podríamos volvernos locos.

Esos… malditos lobos…

¿Qué pasó con el viento y los árboles? ¿El sonido de las ráfagas y el traqueteo continuo del metal chocando con metal? Ya no hay más de eso, esos sonidos se han disipado. Sólo escucho... una nueva escena, desconocida, al exterior. Y esa voz. De una mujer, oscura, profunda y adolorida:

Joder, si hubiera podido matar al último…

De alguna forma, aquella frase me revuelve el estómago. Nos senti-- me siento, identificado. "Si tan sólo hubiéramos podido matar al último".

"Ahren".

Algo había pasado, posterior a algo, y por consecuencia, algo más había ocurrido. El problema era que no recordaba nada. Sólo el viento y mi mente alejándose de la escena por un estrecho túnel, como un veloz tren. No recuerdo haber alzado mi mano siquiera.

Ganó la maldita apuesta. Pero eso no importaba, porque los hombres del príncipe habían quedado a salvo, y eso era lo que importaba.

Desde un principio sabía que no había a donde correr. Si iba hacia el pueblo, habría llevado al Hechicero justo hacia los mismos soldados que había querido alejar. En el castillo, habría obligado a la guardia a plantarle cara; y en el bosque, sólo era cuestión de tiempo de que hubiera terminado dando con Aleyn, el Capitán y el Príncipe.

¡Cómo pesas!... Bien, te quedarás aquí quietecito… Como he ganado la apuesta… vendré a buscarte. Si no te come antes un animal…

Esperaba al menos haber ganado tiempo. No había salido con nada gravemente lastimado. Ni siquiera el orgullo.

Solamente me sentía fatal, como si me hubieran metido los sesos en el grog de Vander y ahora estuviera sufriendo una de sus resacas de nuevo.

Ahren...

¿Lo había dicho en voz alta? No me había dado cuenta.

Pero la voz lo hizo. Y decidió traerme de vuelta al mundo con la técnica secreta de Ronin: una fuerte bofetada. La impresión me hizo despertar con un rugido y me hizo sacudir mi cuerpo con terrible inconformidad. No pude más sino agitarme en mi sitio: me encontraba atadao de pies y manos, y mi torso había sido inmovilizado contra el tronco de un árbol.

Una mujer de tez morena y ataviada en armadura me apuntaba al cuello con una hoja. No presté mayor atención a su apariencia, sólo reparé en que se encontraba herida y cubierta de sangre.

¿Quién eres tú y qué haces aquí?—cuestionó de forma hostil. Aquello, añadido a su bofetada y al orgullo herido por la derrota contra Ahren, me provocó un malhumor mañanero. Sarcástico, respondí:

Soy una jodida hada del bosque. ¿Crees en la magia?

Sólo después de haberlo dicho recordé que me tenían un filo puesto al cuello. Me arrepentiría de la decisión, de no haber puesto primero los modales como acostumbraba. Ya me lo decía mi señor padre, que era de nobles actuar con humildad.

"Honor ante todo".

Hubo una punzada en mi cabeza, pero sólo la atribuí a la paliza que me había metido el feto volador.

Sonó un aullido en la lejanía... o bueno, más bien "en la cercanía", pero esa expresión no suena tan agradable. Me puso en alerta instantánea y mi cuerpo se encargó de notificarlo con una estremecedora punzada gélida que subió por mi columna.

La mujer tampoco parecía entusiasmada por encontrarse con los canes. Soltó unas cuantas maldiciones por lo bajo y se incorporó... por lo cual me quitó la espada de encima. No lo había notado, pero había guardado mi aliento desde que me había amenazado, y entonces pude respirar con tranquilidad.

Perdone, perdonad mis modales, bella guerrera —me disculpé a las prisas, sacudiéndome en mis ataduras mientras buscaba alguna clase de debilidad en ellas—. Me llamo Xefil, pero podéis llamarme "vuestra única oportunidad de sobrevivir" —fingí pensarme un poco lo que había dicho—. Perdón, eso fue maleducado también.

Un aullido se escuchó endiabladamente cerca.

Quiero decir... libéreme y eh, liberadme y prometo curar vuestras heridas con un brebaje divino y apoyaros con mi ancestral magia —Mientras negociaba, me incliné hacia adelante (o tanto como las cuerdas me lo permitían) y clavé mi mirada en ella, intentando presionarla—. Ni siquiera necesito pedir un arma, mi Señora; puedo hacer aparecer la mía propia de la mismísima nada —vamos, vamos, ¡convéncela!—. Y si las cosas no salen como esperamos... bueno, los lobos estarán entretenidos con mi carne mientras vos seguís corriendo.

Me volví a agitar en mi sitio, ilustrándole que no podía moverme ni una sola pulgada y que de verdad necesitaba de su ayuda.

¡Estas cuerdas han sido impuestas por Ahren, Hechicero de la Bruja Maléfica! ¡M-mi magia no funciona con ellas, sólo lo hará vuestra...! ¡Vuestro, vuestro noble hierro... fraguado en la sangre de los enemigos y, y... templado con el honor de la batalla!
—You're like that coffee machine: from bean to cup, you fuck up—

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Ronda 8

Notapor Suzume Mizuno » Sab Oct 25, 2014 12:47 am

Ban


Eran dos humanas rubias, mi Señora. Se separaron al caer. Una ser muy poderosa, utilizaba mucha magia.—Maléfica escuchaba en silencio—. Ella intentar atacar la Fortaleza, no saber dónde ir después.La otra creemos que alejarse hacia el poblado más cercano.

Tu lacayo tiene voz muy infantil, Ronna. Y una armadura curiosa—señaló entonces Maléfica, apoyándose en su báculo—. Es un azul que me trae bastantes recuerdos… ¿Primavera? ¿Vas a salir o piensas quedarte escondida el resto del día?—preguntó con cierto desdén.

El hada se quedó congelada contra el hombro de Ban. Sin embargo, al cabo de unos instantes salió, con el sombrerito medio torcido y el pelo despeinado, con toda la dignidad que fue capaz y revoloteó hasta situarse a la altura de la cabeza del muchacho.

¡Maléfica! ¡Así que al final has decidido salir del Castillo que usurpaste!—Intentó recolocarse la ropa sin que se le notara demasiado.

El gesto de Maléfica se ensombreció por un instante, pero después una sonrisa afilada afloró a sus labios.

¿Cómo se encuentra la princesa? Confío en que os habréis ocupado de que crezca sana. Sería una lástima que le sucediera algo antes de que cumpliera los dieciséis años…

La cara de Primavera se encendió hasta que pareció que iba a explotar.

¡Tú, maldita bruja retorcida, ¿cómo te atreves…?!

Maléfica dejó escapar una risa grave y resonante, hiriente. Con un gesto del báculo, cuya gema se iluminó, empujó a Primavera hacia atrás, haciéndola chocar con Ban.

Basta de charlas insustanciales. Tú, muchacho. Deja de fingir ser un goblin; desprendes olor a humano y a magia. Y a otras cosas…desagradables.—La Hada dirigió hacia él y los goblins, con Ronna a la cabeza, se apresuraron a abrirse en semicírculo. A Ban no se le pasaría por alto que ninguno había desenvainado sus armas. Parecía que confiaban en que Maléfica podría defenderse de Ban sin problemas—. Noto en ti la presencia de ese ingrato…

Estaba a menos de dos metros de Ban cuando una voz resonó en medio de la sala:

Ni un paso más, Maléfica.

Ronna ladró una maldición y se giró hacia la entrada, que habían dejado abierta de par en par. Nanashi mantenía su Llave Espada en ristre hacia delante y su boca era un rictus de fría ira.

Maléfica se detuvo y sonrió.

Una mujer rubia. Tendría que haberlo imaginado…

¡Nanashi!—exclamó Primavera, estupefacta—. ¡Pero… qué haces aquí…!

Alguien ha estado jugando con lo que no debía—respondió Nanashi con frialdad, avanzando con firmeza. Cuando uno de los goblins intentó detenerla, la Maestra lo alcanzó con un rayo que lo derribó. Su cuerpo humeó en el suelo—. La última vez te libraste, Maléfica. Pero si es cierto que estás manejando a los Sincorazón…

Maléfica esbozó una sonrisa enigmática. En vez de contestar, y sin miedo alguno, hizo un gesto a sus goblins para que retrocedieran mientras ella se acercaba a los Caballeros, arrastrando con elegancia su larga capa por el suelo.

Ha regresado, ¿verdad? Mateus ha regresado.—Clavó los ojos en Ban—. ¿No es así, muchacho? Percibo su mano en ti. Te arrebató algo esencial… Como a todas esas desdichadas criaturas de oscuridad.

¡No cambies de tema, Maléfica! ¡Contesta! ¿O acaso quieres acabar como lo hizo Palamecia?—escupió el nombre del Emperador.

Si hubiera dependido de mí, habría acabado realmente muerto—respondió el Hada con frialdad, si bien luego su gesto se relajó en una sonrisa—. Pero eso significa que tenemos un enemigo común, ¿no es así?

No te equivoques, bruja. Yo nunca…

¿Ni siquiera… si hago que mi antiguo aprendiz acuda a nosotras? ¿No estarías dispuesta a lograr una aliada si te entrego en mano al gran líder d los Villanos Finales?—Ante eso, Nanashi se quedó sin respuesta. Miró de reojo a Ban y a Primavera, que escuchaba toda aquella conversación sin comprender nada, al igual que Ronna y los goblins—.Puedo llamarlo y acudirá, Portadora. Le conozco. Sé que no se resistirá. Esta misma noche lo tendrías en tus manos. Y ella finalmente podría descansar en paz.

Nanashi se puso lívida y sus nudillos se tornaron blancos de la fuerza con la que aferraba la Llave Espada.

¿ Y qué ganarías tú con esto?

La sonrisa de Maléfica se ensanchó.

Aliados, por supuesto. O, como mínimo, una tregua. Al fin y al cabo, los Caballeros tenéis muchos más problemas en otros mundos.—Rió con malicia, como si estuviera al tanto de todos sus asuntos y supiera que no eran precisamente tiempos de bonanza—. Y, ante todo, eliminar a un traidor. ¿Qué dices, falso goblin? ¿Te gustaría reencontrarte con el hombre que te convirtió en un ser vacío? —Maléfica dio un paso hacia Ban. Primavera revoloteó hasta ponerse delante de él con un ademán protector, pero la otra Hada hizo como si no existiera—. Los que son como tú nunca cambian, nunca maduran, sólo existen. Una vida tan penosa sólo la puede desear un ser patético.—Se inclinó hacia él y le miró con ojos inquisitivos—. ¿Qué eres tú, muchacho?


****
Nikolai y Enok


Fin del trayecto.Su billete, por favor.

Diablo no se esperaba aquella reacción. Cuando Nikolai le arrebató la perla se quedó mirándolo con ojos como platos, por lo que no fue capaz de evitar el codazo que lo derribó del caballo. Éste se encabritó, pero no hizo falta que Nikolai lo espoleara, ya que el pobre animal estaba aterrorizado y se lanzó al galope.

¡¡Enok!!

Nikolai consiguió subir a Enok a la grupa de su montura, si bien estuvieron a punto de descalabrarse los dos, y emprendió la persecución de la joven, mientras escuchaban a Diablo gritarles, aunque sus palabras no se distinguían en medio del estruendo de rugidos, choque de espadas y graves pisadas de las criaturas del Bosque.

Durante unos minutos, todo pareció ir bien. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que era muy difícil galopar a esa velocidad por medio de un bosque cada vez más frondoso, de árboles más estrechos y raíces salidas… Pero podían usar la perla para orientarse, pues dejaba de resplandecer cuando se alejaban de su objetivo y su brillo se intensificaba cuando encauzaban la dirección correcta. Y, entonces, sucedió. El caballo encajó una pata y emitió un agonizante relincho de dolor, derrumbándose hacia delante y haciéndolos saltar por los aires.

No tendrían tiempo para ocuparse del pobre animal, que nada malo había hecho, porque a pocos metros de distancia estaba la muchacha. Levantaba una pesada rama que manejaba a duras penas con un brazo, ya que el otro seguía doblado contra su pecho, protegiendo algo, y consiguió tumbar a una Neosombra antes de que la siguiente se la arrancara de las manos de un zarpazo. La muchacha gritó y cayó de espaldas. Al verlos, chilló:

¡Ayudadme, por favor!

Se movieran o no, de pronto los aprendices notarían que el suelo vibraba bajo sus pies. Algo pesado se acercaba a toda velocidad. Y, con un rugido, de entre los árboles surgió una de aquellas criaturas que creían haber dejado atrás.

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El ser cargó con fuerza contra uno de los Neosombras y lo atravesó con su lanza, haciéndolo desaparecer mientras la bestia que montaba chillaba y daba un rodeo para cargar de nuevo y arremeter contra otro Sincorazón. Estos retrocedieron y, de pronto, parecieron sentir que no estaban solos. Fijaron sus ojos amarillentos en Nikolai y Enok, percibiendo corazones fuertes…

Pero antes debían ocuparse de la criatura, que parecía dispuesta a eliminarlos a todos; aunque ahora parecía costarle más. Una Neosombra se fundió con el suelo a tiempo antes de que pudiera ensartarla, mientras que otra acuchilló a esa especie de jabalí en un costado, haciéndolo soltar un estridente alarido de dolor.

La muchacha, entre tanto, intentó incorporarse, blanca por el miedo, pero no fue capaz de separarse del árbol contra el que la habían acorralado.

¿Qué harían? ¿Ayudar a aquella extraña criatura? ¿Huir con la muchacha? En cualquier caso, el regreso estaba descartado… Pero había mucho bosque. Y si Melkor salía vivo de la batalla, tenía un huargo que podía rastrearlos sin problemas.

****
Aleyn


Felipe pegó un respingo cuando Aleyn le tocó la mano y lo miró con angustia. Leyó sus labios con sorpresa, mientras que Abel los examinó con los ojos entrecerrados y sin revelar sus pensamientos. El príncipe negó con la cabeza e hizo un seco gesto con una mano. Estaba claro que consideraba que aquello era una locura.

¡Ocho… Nueve…!

Sin embargo, cuando Aleyn cogió las riendas de Sansón y el príncipe intentó detenerlo, Abel aferró con fuerza a Felipe por el hombro y lo obligó a retroceder. Sostuvo un momento la mirada de Aleyn, tal vez dándole las gracias, y luego arrastró al muchacho consigo.

El caballo relinchó, asustado, cuando su amo se alejó, si bien Aleyn logró calmarlo a base de caricias. Con todo, los sonidos llamaron la atención del aprendiz, que se volvió en su dirección entrecerrando los ojos escarlatas.

El muchacho sonrió retorcidamente cuando Aleyn decidió salir a la luz, y escuchó su discurso en silencio, recorriéndolo con la mirada.

¿Y bien? —exigió finalmente el aprendiz, al comprobar que el joven no respondía.

Entonces el niño le mostró una sonrisa tan blanca como maliciosa.

Diría que nunca había visto una armadura así, que no es de hierro, ¡pero estaría mintiendo! ¿No serás amiguito de Xefil, por casualidad?—Rió, divertido, y la potencia del viento se incrementó a su alrededor—.¿Quieres saber dónde está? ¿Quieres que te lo diga? Lo haré si te arrodillas y me cuentas de dónde estáis saliendo tantos magos de repente, ¡porque apestas a magia, estúpido mentiroso!

El niño avanzó hacia él, tras provocar que el viento aullara y empujara a Aleyn contra un aterrorizado Sansón. El aprendiz alzó una mano y el otro pudo notar cómo se acumulaba una potente ráfaga en torno a sus dedos. Entonces, disparó y Aleyn salió disparado por los aires, estampándose contra un árbol y quedándose sin aliento. Aturdido, vio cómo su enemigo se abalanzaba sobre él.

Pero, de pronto, una figura inmensa salió de la espesura y con un grito de guerra dio un violento tajo. Un agudo alarido de dolor atravesó el claro.

El Aprendiz cayó al suelo, con un tajo en un hombro que sangraba y desprendía hilillos de humo, como si le hubieran quemado con acero hirviente. Se levantó como pudo, con las rodillas temblorosas, y trató de correr en una dirección distinta. Pero antes de que pudiera colarse entre los árboles, Felipe le cortó el camino y lo apuntó con una espada. El chiquillo lanzó un chillido y se apartó a toda velocidad, consiguiendo remontar el vuelo un metro, dos… Trataba de alcanzar la copa de los árboles, de escapar de ellos al verse sobrepasado en número, con el rostro contraído en una mueca de dolor… Y miedo.

¡¡Detenlo Aleyn!!—gritó Abel, por cuya inmensa espada se deslizaban gotas de sangre—. ¡¡Que no escape!!

Aleyn era quien estaba más cerca, sí. Y si no se daba prisa, el Aprendiz se escaparía. El chico lo miró con angustia, con todo rastro de malevolencia o seguridad evaporados. Casi como si fuera un niño de verdad.

¿O es que no sería precisamente eso, un niño?


****
Xefil


Perdone, perdonad mis modales, bella guerrera. Me llamo Xefil, pero podéis llamarme "vuestra única oportunidad de sobrevivir" —La mujer le miró con un gesto colérico—. Perdón, eso fue maleducado también.

¿Quieres que te corte la lengua, imbécil?

Quiero decir... libéreme y eh, liberadme y prometo curar vuestras heridas con un brebaje divino y apoyaros con mi ancestral magia —Ella no retrocedió cuando Xefil se inclinó hacia delante. En cambio, miró hacia atrás, nerviosa, como si temiera que el lobo fuera a aparecer de un momento a otro—. Ni siquiera necesito pedir un arma, mi Señora; puedo hacer aparecer la mía propia de la mismísima nada —Aquello sí pareció atraer su atención, porque volvió a mirarle, esta vez con una ceja arqueada, como valorándolo—. Y si las cosas no salen como esperamos... bueno, los lobos estarán entretenidos con mi carne mientras vos seguís corriendo.

Todavía no parecía convencida, como si temiera que se tratara de una trampa.

¡Estas cuerdas han sido impuestas por Ahren, Hechicero de la Bruja Maléfica! ¡M-mi magia no funciona con ellas, sólo lo hará vuestra...! ¡Vuestro, vuestro noble hierro... fraguado en la sangre de los enemigos y, y... templado con el honor de la batalla!

Esta vez ella puso los ojos en blanco.

Oh, cierra el pico.—Y de unos rápidos tajos, liberó a Xefil. Lo cogió por un hombro y lo hizo ponerse en pie con facilidad—. Si de verdad sabes defenderte, el orco que monta al huargo tiene un hacha, así que aléjate de ella y ataca al animal. Si no, no te separes de mí y quédate detrás.

Dicho esto, se parapetó detrás del árbol, haciéndole un gesto para que hiciera lo mismo.

Casi al mismo momento, un huargo inmenso, de pelaje grisáceo, saltó de entre dos árboles. Lo montaba un orco cubierto por una tosca pero gruesa armadura, que portaba en la mano derecha una inmensa hacha de guerra. De un brusco tirón en la pelambre del lobo lo obligó a frenar y el orco buscó a su alrededor con una sonrisa.

La mujer hizo un gesto a Xefil para que esperara.

El huargo pareció captar el olor de su presa; soltó un gruñido y alzó las orejas. Podían escuchar cómo se aproximaba lentamente, partiendo ramitas a su paso, hasta que dio la impresión de que estaba respirando en sus oídos. Cuando su hocico se volvió visible, la guerrera gritó, alzó la espada y dio un violento tajo, haciendo la sangre saltar.

¡¡Ahora!!

Ayudara Xefil o no, su compañera consiguió cegar al animal y hacerle un corte en la garganta en cuestión de segundos. Pero entonces el orco saltó al suelo y se precipitó sobre ellos. Xefil tendría que invocar su Llave Espada a toda velocidad para evitar que el hacha le abriera la cabeza y, aun así, se llevó un buen rodillazo en el estómago —aparte de una repugnante vaharada de mal aliento en la cara—. La mujer acudió a su rescate, logrando hacer retroceder al orco.

Y, de pronto, este se desplomó sin más. Y soltó un potente ronquido.

¡Oh! ¡Por qué poco! ¿Os encontráis bien?

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Una mujer mayor, elegantemente vestida para encontrarse en medio del bosque y… con una varita blanca y diminutas y traslúcidas alas a la espalda, salió volando tímidamente de entre los árboles.

¡Un hada!—farfulló la guerrera, sorprendida.

La otra sonrió e hizo una reverencia.

Es un placer conoceros. Mi nombre es Fauna. ¡Oh, estáis heridos…!

Heike.—La mujer enfundó la espada tras sacudirla de un seco golpe para limpiarla de sangre—. Y sobreviviremos.

Eso dijo, pero tuvo que apoyarse un momento en un árbol para recuperar el aliento. Fauna alternaba la mirada entre ambos, el durmiente orco y el cadáver del huargo, abrazando su varita con nerviosismo.

No… ¿No habréis visto, por casualidad, a una muchacha de cabellos dorados, verdad? ¿O a otra hada, como yo?

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Aleyn
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PH: 4/10

Nikolai
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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Drazham » Mié Oct 29, 2014 12:33 am

Con la perla en su poder y Enok ocupando el asiento en el que hace unos segundos estaba Diablo antes de ser derribado, Nikolai intentó detener las constantes sacudidas del aterrorizado corcel con un firme tirón de las riendas para encaminarlo hacia la salida del claro.

Según se alejaban de allí, notó como el clamor de la batalla y los inentendibles gritos de Diablo; que serían de todo menos palabras agradables, se iban apagando hasta que lo único que se escuchaba era el galopar de su caballo. Sí, se habían librado del tirano de Melkor y del irritable siervo de Maléfica… por el momento.

¿Te encuentras bien? —le preguntó a Enok virando levemente la cabeza hacia este y esperó a que le respondiera—. Perdona por la chapuza de plan de huida, pero no podía aguantar ni un minuto más a ese energúmeno chillándome órdenes al oído.

De repente, la misteriosa perla que le había arrebatado al pálido hombre comenzó a brillar intensamente. Niko se cercioró de que el artefacto ya les había conducido antes hacia la desconocida joven que estaba siendo atacada por los sincorazón, por lo que si se guiaba por su resplandor, podrían dar con ella en aquel inmenso laberinto de árboles sin dar palos de ciego.

¿El problema? Que el bosque no era precisamente el mejor lugar para que cabalgasen a esa velocidad. Las ramas y las raíces medio enterradas entorpecían severamente la marcha del caballo, y controlar al animal a la par que se seguía el rastro de la chica por medio de la perla resultaba bastante tedioso.

Diablo llegó a mencionar que la perla podía estar relacionada con unos tesoros, pero solo les había llevado hacia una desorientada muchacha en mitad del bosque que intentaba proteger de los sincorazón algo que llevaba encima.

No. No era la chica. La perla debía de estar reaccionando a lo que sostenía, pero… ¿De qué se trataría y que relación tendría con la perla de la que se desconocía su origen?

Fue entonces cuando su hilo de pensamientos se cortó abruptamente cuando el caballo soltó un sonoro relincho y se desplomó, catapultando a ambos aprendices hacia delante. Nikolai acabó rodando por los suelos hasta que se chocó con un par de raíces que le frenaron.

Definitivamente prefiero el glider como medio de transporte… —masculló dolorido.

El aprendiz se incorporó entre tambaleos y, tras sacudirse el polvo de la ropa, observó la desoladora escena de su pobre montura, derrumbada y lastimada. En el fondo se sentía culpable por haber obligado al animal a ir tan rápido por un terreno tan irregular.

Pero apenas tuvo tiempo de preocuparse por el caballo cuando a sus espaldas escuchó a alguien. A escasos metros se encontraba la chica que estaban siguiendo, defendiéndose como podía con una rama que de poco sirvió cuando una de las Neosombras se la arrebató de un manotazo. La muchacha cayó al suelo, indefensa, y en cuanto vio a los dos aprendices, no dudó en rogarles:

¡Ayudadme, por favor!

Por supuesto, Niko no se lo habría pensado dos veces para acudir a la petición de la joven y socorrerla. Su cometido era el de acabar con la amenaza de los sincorazón y, al menos, estaría realizando de una dichosa vez su trabajo desde que puso un pie en ese mundo.

No obstante, antes de que alguno de los dos llegase a hacer algo, la tierra comenzó a retumbar, cada vez más fuerte. Algo se estaba aproximando hacia ellos, y el aprendiz bien sabía quiénes eran los únicos que podían hacer temblar el suelo de tal manera.

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El coloso arbóreo, montado sobre una criatura con aspecto de jabalí, entró en escena y arremetió contra uno de los sincorazón, destruyéndolo con un golpe de su lanza y haciendo que su montura se encargase de otro de ellos. Las otras Neosombras no tardaron en retroceder al verse amenazadas por aquella criatura, aunque no tardaron en percatarse de que otros “apetitosos” visitantes habían aparecido.

Nikolai percibió el hambre de los seres oscuros en sus miradas. Se sentían atraídos por el poder que poseía y que, irónicamente, podía acabar con ellos para siempre, pero de poco les serviría gastar tiempo con los aprendices si antes no se libraban del enemigo que parecía más peligroso. Haciendo uso de sus escurridizas facultades, los sincorazón lograron poner en un aprieto al titán, zafándose de todos sus ataques y atacando a traición al enorme jabato.

Tanto la enorme criatura vegetal como las Neosombras estaban demasiado ocupadas luchando entre ellas como para prestarles atención a los dos aprendices y a la muchacha, que temblaba de puro terror, lo que daba opción a repetir la misma estrategia que con Melkor y Diablo.

Pero, ¿sería la decisión acertada?

Llevarse a la chica y huir de allí era extremadamente tentador, aunque el problema de eso radicaba en que hacer después. No tenían ni la más remota idea de cómo salir del bosque y su montura ya no les serviría para desplazarse más rápido, siendo presa fácil para las criaturas del bosque o, incluso peor, del chucho gigante de Melkor si este lograba sobrevivir, y lo último que quería ver Niko era la impertinente y malévola sonrisa del mestizo.

Si no podían huir, solo les quedaba una opción.

Oye, Enok —le dijo a su compañero—. Me parece que aquí requieren de nuestros servicios, ¿no crees?

Inmediatamente, Nikolai alzó el brazo e invocó su arma, la llave espada. Aunque ya la había blandido en varias ocasiones durante los entrenamientos, esta sería la primera vez que la usase en un combate real. Y que mejor forma de estrenarse que luchar contra los sincorazón.

Señorita, no se preocupe —ladeó la mirada hacia la joven, aferrada a un árbol—. Intentaremos acabar con esto cuanto antes.

Agarrando firmemente la Cadena del Reino, se aproximó hacia la Neosombra que estaba atacando a la montura de la criatura del bosque con la intención de derribarla de una rápida estocada y hundirle el arma en el pecho. Vigilaría también sus espaldas, ya que bien sabía que la presencia de la llave espada atraía a los sincorazón como las moscas a la miel.

El gigante ya consideraba a seres oscuros como enemigos. Que al menos no se llevase la misma impresión de los aprendices.
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Drazham
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Ronda #8 - Promesas de guerra

Notapor Astro » Mié Oct 29, 2014 3:05 pm

Tu lacayo tiene voz muy infantil, Ronna. Y una armadura curiosa.—Sabía que la armadura me iba a dar problemas, ¿pero también mi voz?—. Es un azul que me trae bastantes recuerdos… ¿Primavera? ¿Vas a salir o piensas quedarte escondida el resto del día?

"Mierda."

En cierta medida, había sido bastante predecible que me acabara descubriendo. Ya no sólo por el dichoso color, también por el simple hecho de estar en presencia de aquella hada tan, supuestamente, poderosa y malvada. Debía de haber sentido mi presencia o algo por el estilo...

¡Maléfica! ¡Así que al final has decidido salir del Castillo que usurpaste!—Primavera, por supuesto, sólo había tardado unos segundos de indecisión en salir para enfrentarse a Maléfica. Aunque su aspecto tan diminuto (y despeinado, iba hecha un desastre) resultaba casi gracioso comparada con la Señora de la montaña.

¿Cómo se encuentra la princesa? Confío en que os habréis ocupado de que crezca sana. Sería una lástima que le sucediera algo antes de que cumpliera los dieciséis años… —fue su respuesta, acompañada de una siniestra sonrisa.

¡Tú, maldita bruja retorcida, ¿cómo te atreves…?! —Maléfica había tocado un tema sensible, al parecer.

Castillo que usurpó, princesa... Datos que serían importantes de recordar, aunque en ese momento mi único objetivo era salir de ahí en cuanto antes. Pero sólo había empezado a barajar la posibilidad de utilizar Tenue y salir corriendo cuando la risa del hada oscura me desconcentró.

Basta de charlas insustanciales. Tú, muchacho. Deja de fingir ser un goblin; desprendes olor a humano y a magia. Y a otras cosas…desagradables. —Lo sabía—. Noto en ti la presencia de ese ingrato…

Enarqué una ceja, observando con confusión cómo Maléfica se iba acercando a mí. ¿Notaba la presencia de alguien en mí? ¿A qué se refería? ¿Ryota, Saavedra? ¿O tal vez...?

Ni un paso más, Maléfica.

Cuando todos nos giramos, nos encontramos con una furiosa Nanashi plantada en la puerta que habíamos dejado abierta al entrar. Mantenía su Llave Espada en alto, preparada para atacar.

Ya era hora —mascullé entre dientes. Con ella aquí, las posibilidades de escapar aumentaban con creces.

Una mujer rubia. Tendría que haberlo imaginado… —comentó Maléfica, quien había dejado de caminar. Aunque la sonrisa en el rostro, una vez más, no transmitía nada bueno.

¡Nanashi! ¡Pero… qué haces aquí…!

¿Se conocían ya? Bonita forma de cargarse mi farol con la hada azul.

Alguien ha estado jugando con lo que no debía.—¿Se refería a mí? No estaba seguro, aunque por la forma que miraba a la Señora de la montaña parecía que los tiros iban hacia ella—. La última vez te libraste, Maléfica. Pero si es cierto que estás manejando a los Sincorazón…

La Maestra ya se había librado de un goblin que había intentado detenerla, y parecía más belicosa que nunca. Me aparté ligeramente de su camino, justo a la vez que Maléfica daba la orden a sus esbirros de que dejaran pasar a Nanashi.

Ha regresado, ¿verdad? Mateus ha regresado.—Escucharla pronunciar ese nombre hizo que se me pusieran los pelos de punta—. ¿No es así, muchacho? Percibo su mano en ti. Te arrebató algo esencial… Como a todas esas desdichadas criaturas de oscuridad.

Tú... ¿Le conoces? —conseguí decir, haciendo un esfuerzo en centrarme. Por alguna razón, pensar en el Emperador siempre acababa distrayéndome.

¡No cambies de tema, Maléfica! ¡Contesta! ¿O acaso quieres acabar como lo hizo Palamecia?

Si hubiera dependido de mí, habría acabado realmente muerto. Pero eso significa que tenemos un enemigo común, ¿no es así?

Intercambié la mirada entre ambas mujeres, esforzándome en comprender lo que estaban diciendo.

No te equivoques, bruja. Yo nunca…

¿Ni siquiera… si hago que mi antiguo aprendiz acuda a nosotras? ¿No estarías dispuesta a lograr una aliada si te entrego en mano al gran líder de los Villanos Finales?—¿Mateus Palamecia había sido el aprendiz de Maléfica? Así que por eso le conocía... Pero todavía había muchas preguntas sin respuesta, y dudaba que ninguna de ellas fuera a contestarlas en aquel momento—.Puedo llamarlo y acudirá, Portadora. Le conozco. Sé que no se resistirá. Esta misma noche lo tendrías en tus manos. Y ella finalmente podría descansar en paz.

Fríamente, tendría que haberme preguntado quién era esa "ella" que descansaría en paz. Pero mi mente sólo pensaba en la posibilidad de que de verdad pudiera volver a encontrarme con el Emperador. Con mi, por definirlo de alguna manera, creador. Muchas veces había pensado en esto... ¿Cómo reaccionaría él? ¿Y yo? Casi se podía decir que estaba... nervioso. Aunque eso fuera imposible.

¿ Y qué ganarías tú con esto?

Las palabras de Maléfica habían hecho efecto en Nanashi, era evidente.

Aliados, por supuesto. O, como mínimo, una tregua. Al fin y al cabo, los Caballeros tenéis muchos más problemas en otros mundos. Y, ante todo, eliminar a un traidor.

Una risa malvada resonó por todo el salón, antes de clavar su mirada en mí.

¿Qué dices, falso goblin? ¿Te gustaría reencontrarte con el hombre que te convirtió en un ser vacío? —Dio un paso en mi dirección, a lo que Primavera reaccionó colocándose delante mía para protegerme de ella. Aunque Maléfica ni siquiera parecía prestarle atención—. Los que son como tú nunca cambian, nunca maduran, sólo existen. Una vida tan penosa sólo la puede desear un ser patético.—Fruncí el ceño mientras se inclinaba para clavar sus ojos en los míos—. ¿Qué eres tú, muchacho?

Apreté los puños con fuerza. Ya había escuchado ese sermón demasiadas veces, sobre todo por parte de Wix, aunque era la primera vez que alguien añadía la palabra patético en él. Me molestaba, sí, pero no iba a caer en su provocación, no entraría en su juego mental. Sabía lo que quería.

Me quité el casco de golpe, dejándolo caer al suelo y devolviéndole la mirada a Maléfica con determinación. Mis ojos, vacíos, no aguardaban duda.

Basta de charlas insustanciales —repetí la misma frase que ella misma había utilizado momentos antes—. Llámale y acabemos con esto de una vez.
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Astro
57. Ferrocustodio I
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