Re: [Agrabah] La leyenda del rey Salomón
Publicado: Vie Feb 12, 2016 12:19 am
El zumbido del teléfono de Nanashi acabó con un silencio cargado de tensión. Se trataba de Malik. Su voz distorsionada apenas me llegaba desde el otro lado de la línea; sólo capté algunas palabras sueltas y preocupantes por su parte: Lyn, atacado, enfermedad.
—Estamos en un hotel llamado "Joya del Desierto", no queda muy lejos del Mercado. Está en frente de una plaza con un campo con varias palmeras y una fuente en el centro —le comunicó Nanashi.
»Quedaos aquí hasta que vuelva con Malik y Lyn. —La Maestra finalizó la llamada y se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta—. No sé si necesitaré vuestra ayuda.
Antes de que alguno pudiera preguntar a qué se refería, pero, ya se había ido.
Me levanté de la silla y me estiré. Despacio, avancé hacia la ventana. Di media vuelta. El único sonido era el de mis pies al pasear y el de mis pensamientos.
—Así que —dije al final, harta del silencio— ahora somos hermanos, ¿eh? Ya decía yo que nos parecíamos demasiado como para ser sólo tu prima. —Hice tamborilear los dedos sobre la mesa, con cuidado de que ninguna aguja se desprendiera—. ¿Qué hacías en esa tienda, por cierto? ¿Comprando algo para una chica especial?
Escuché con atención. Luego, cuando me preguntó por la herida, me limité a sonreír ampliamente:
—Oh, ¿eso? Un cortecito de nada. Un par de Curas y listo, ya ves. El tal Kefka estaba más centrado en llevarse a la princesa que en mí o en Saeko —expliqué. Bajé la mirada, entonces. Quizás él pudiera contármelo... Mejor que Nanashi, seguro—. Oye, Saito, ¿qué ocurre con esa chica? Sé que es de Tierra de Partida y, no sé, supongo que hay tensiones todavía, pero... no sé, tanto Nanashi cómo tú estáis un poco... quisquillosos con ella.
La puerta se abrió de repente descubriendo a Nanashi y a Malik, que cargaba con una inconsciente Maestra Lyn. Me levanté enseguida y ahogué un grito al ver a esta última.
—¡Dios mío! ¿Qué le ha pasado?
Nanashi se dirigió hacia la mujer, que ahora yacía en una de las camas, dispuesta a tratar esas horribles quemaduras.
—La licantropía es una enfermedad misteriosa —dijo sin más—. Se transmite por herencia sanguinea, aunque también se puede adquirir por recibir el mordisco de un licántropo, aunque las posibilidades de que eso ocurra no son demasiado altas... Porque normalmente esas personas acaban muertas desangradas antes de que el virus se active en sus cuerpos.
Miré a mis compañeros sin comprender. ¿De qué estaba hablando?
La Maestra nos lo explicó todo —o eso quería pensar yo—. Por lo que entendí, Lyn era uno de esos licántropos; las heridas las había causado la plata, su mayor debilidad, que impedía que la magia curativa y las pociones funcionaran en ella. Esa licantropía suya, fuera lo que fuera exactamente, era lo que le daba a la joven Maestra aspecto y habilidades animales. Parecía una especie de enfermedad, pero... ¿Para qué nos contaba todo eso? ¿Por qué ahora y no antes?
La respuesta no se hizo esperar. Y, para variar, no era de las bonitas.
—Como sabréis, esta noche hay Luna Llena. Todo lo que os acabo de decir ha sido para poneros al tanto de que esta noche, Lyn no será Lyn. Será La Bestia. Quiero que todos estéis preparados para lo que pueda ocurrir. Debemos buscar una manera de controlarla sin herirla. Usar plata contra ella será la última carta que utilizaremos si es necesario, pero también sería la "carta" ganadora.
La habitación volvió a sumirse en un tenso silencio, alterado únicamente por las respiraciones de la mujer lobo.
***
No me di cuenta del poco tiempo que nos quedaba hasta que salimos de La Joya del Desierto. El tiempo era extraño en Agrabah, pero el sol ya no parecía tan abrasador ni el viento tan sofocante. La noche estaba al caer, y con ella se alzaría la Bestia.
Intentaba no juzgar muy duramente a la gente de Tierra de Partida, pero el caso de Lyn era distinto. Esa mujer bien podría matarnos a todos esa misma noche. Quizás a algún inocente. ¿A qué jugaba arriesgándose a venir a una misión? ¿Teníamos que pagar nosotros que Tierra de Partida no supiese cuidar de ella? No quería pensar que así era, pero...
Me llevé un codazo y gruñí una maldición. Había mucha, muchísima gente. Ante la llegada de la puesta de sol todo el mundo se apresuraba para tener un techo bajo el que dormir y las calles se habían convertido en un remolino de pisotones, golpes y empujones. Si el frío era tan extremo como Nanashi había dicho, no me extrañaba.
Un grito atravesó el aire. Apenas tuve tiempo de ver un portal de oscuridad antes de que el caos se apoderara de las calles y la gente echara a correr. Perdí de vista a Nanashi un segundo, y entonces me percaté de lo mucho que destacaba la Maestra en un lugar como aquel. Éramos tan fáciles de reconocer como el propio Kefka.
Me abrí paso hasta el origen de los chillidos, ahora vacío tras la huida de los ciudadanos.
Bueno... no exactamente.
Aproveché la confusión para invocar las dagas. La gente se había ido, pero no me atrevía a usar la Llave Espada por si acaso. Por suerte, sólo había dos y tenía a Nanashi a mi lado; tampoco parecían demasiado fuertes.
—¿Es que una no puede ni pensar en paz? —Bufé y me puse en guardia. Siete Sincorazón me parecían mucho, y para colmo no sabía nada sobre ellos. ¿Y Nanashi..?
Retrocedí un poco hasta quedar por detrás de ella. Le cubriría las espaldas —o lo intentaría—, suponiendo que podría encargarse sola de la mayoría. Al contrario que yo. Los nuevos parecían bastante fuertes y resistentes.
Tragué saliva y me dispuse a atacar a los pequeños cuando una daga se clavó con fuerza en la cabeza de uno de los Sincorazón más grandes. Lo eliminó al acto, dejándome boquiabierta.
Pero el golpe no provenía de parte de la Maestra.
—Badra. —La guerrera, cubierta por un velo oscuro, nos saludó con un gesto seco y se unió a nosotras. El acero de sus dagas relució mortífero bajo el sol—. Sé quienes sois, portadores. Os ayudaré.
Busqué la aceptación de Nanashi. Luego asentí y me abalancé sobre mis objetivos.
***
—Parece que te debemos una, Badra. Muchas gracias.
Entre las tres (o, dicho de otra forma, entre Nanashi y Badra y algún que otro golpe certero por mi parte) habíamos acabado con todos los Sincorazón en un abrir y cerrar de ojos. Habíamos tenido suerte, mucha suerte de que nos encontrara.
Quizás demasiada suerte.
—¿De qué conoces la Orden? No todos los días nos encontramos con alguien que sepa quiénes somos —le conté mientras me acercaba a ella. Empleé un tono despreocupado, admirado, que ocultara mi desconfianza. Si no se había quitado el velo, le pediría que lo hiciera como muestra de buena fe.
Esperé a que contestara para asentir.
—Yo me llamo Celeste. Soy Aprendiz. —No especifiqué de qué bando. Dejé que Nanashi se presentara sola; quizás las respuestas de la mujer no la convencían y quería utilizar un nombre falso—. Oye, Badra, quizás puedas ayudarnos. Estamos buscando a alguien: un hombre blanco de altura media, delgado y rubio. Viste con ropas de colores y lleva maquillaje, pero quizás se haya cambiado desde que le vimos por última vez. Podría ir acompañado de una chica joven. ¿Te suena de algo?
—Estamos en un hotel llamado "Joya del Desierto", no queda muy lejos del Mercado. Está en frente de una plaza con un campo con varias palmeras y una fuente en el centro —le comunicó Nanashi.
»Quedaos aquí hasta que vuelva con Malik y Lyn. —La Maestra finalizó la llamada y se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta—. No sé si necesitaré vuestra ayuda.
Antes de que alguno pudiera preguntar a qué se refería, pero, ya se había ido.
Me levanté de la silla y me estiré. Despacio, avancé hacia la ventana. Di media vuelta. El único sonido era el de mis pies al pasear y el de mis pensamientos.
—Así que —dije al final, harta del silencio— ahora somos hermanos, ¿eh? Ya decía yo que nos parecíamos demasiado como para ser sólo tu prima. —Hice tamborilear los dedos sobre la mesa, con cuidado de que ninguna aguja se desprendiera—. ¿Qué hacías en esa tienda, por cierto? ¿Comprando algo para una chica especial?
Escuché con atención. Luego, cuando me preguntó por la herida, me limité a sonreír ampliamente:
—Oh, ¿eso? Un cortecito de nada. Un par de Curas y listo, ya ves. El tal Kefka estaba más centrado en llevarse a la princesa que en mí o en Saeko —expliqué. Bajé la mirada, entonces. Quizás él pudiera contármelo... Mejor que Nanashi, seguro—. Oye, Saito, ¿qué ocurre con esa chica? Sé que es de Tierra de Partida y, no sé, supongo que hay tensiones todavía, pero... no sé, tanto Nanashi cómo tú estáis un poco... quisquillosos con ella.
La puerta se abrió de repente descubriendo a Nanashi y a Malik, que cargaba con una inconsciente Maestra Lyn. Me levanté enseguida y ahogué un grito al ver a esta última.
—¡Dios mío! ¿Qué le ha pasado?
Nanashi se dirigió hacia la mujer, que ahora yacía en una de las camas, dispuesta a tratar esas horribles quemaduras.
—La licantropía es una enfermedad misteriosa —dijo sin más—. Se transmite por herencia sanguinea, aunque también se puede adquirir por recibir el mordisco de un licántropo, aunque las posibilidades de que eso ocurra no son demasiado altas... Porque normalmente esas personas acaban muertas desangradas antes de que el virus se active en sus cuerpos.
Miré a mis compañeros sin comprender. ¿De qué estaba hablando?
La Maestra nos lo explicó todo —o eso quería pensar yo—. Por lo que entendí, Lyn era uno de esos licántropos; las heridas las había causado la plata, su mayor debilidad, que impedía que la magia curativa y las pociones funcionaran en ella. Esa licantropía suya, fuera lo que fuera exactamente, era lo que le daba a la joven Maestra aspecto y habilidades animales. Parecía una especie de enfermedad, pero... ¿Para qué nos contaba todo eso? ¿Por qué ahora y no antes?
La respuesta no se hizo esperar. Y, para variar, no era de las bonitas.
—Como sabréis, esta noche hay Luna Llena. Todo lo que os acabo de decir ha sido para poneros al tanto de que esta noche, Lyn no será Lyn. Será La Bestia. Quiero que todos estéis preparados para lo que pueda ocurrir. Debemos buscar una manera de controlarla sin herirla. Usar plata contra ella será la última carta que utilizaremos si es necesario, pero también sería la "carta" ganadora.
La habitación volvió a sumirse en un tenso silencio, alterado únicamente por las respiraciones de la mujer lobo.
No me di cuenta del poco tiempo que nos quedaba hasta que salimos de La Joya del Desierto. El tiempo era extraño en Agrabah, pero el sol ya no parecía tan abrasador ni el viento tan sofocante. La noche estaba al caer, y con ella se alzaría la Bestia.
Intentaba no juzgar muy duramente a la gente de Tierra de Partida, pero el caso de Lyn era distinto. Esa mujer bien podría matarnos a todos esa misma noche. Quizás a algún inocente. ¿A qué jugaba arriesgándose a venir a una misión? ¿Teníamos que pagar nosotros que Tierra de Partida no supiese cuidar de ella? No quería pensar que así era, pero...
Me llevé un codazo y gruñí una maldición. Había mucha, muchísima gente. Ante la llegada de la puesta de sol todo el mundo se apresuraba para tener un techo bajo el que dormir y las calles se habían convertido en un remolino de pisotones, golpes y empujones. Si el frío era tan extremo como Nanashi había dicho, no me extrañaba.
Un grito atravesó el aire. Apenas tuve tiempo de ver un portal de oscuridad antes de que el caos se apoderara de las calles y la gente echara a correr. Perdí de vista a Nanashi un segundo, y entonces me percaté de lo mucho que destacaba la Maestra en un lugar como aquel. Éramos tan fáciles de reconocer como el propio Kefka.
Me abrí paso hasta el origen de los chillidos, ahora vacío tras la huida de los ciudadanos.
Bueno... no exactamente.
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Aproveché la confusión para invocar las dagas. La gente se había ido, pero no me atrevía a usar la Llave Espada por si acaso. Por suerte, sólo había dos y tenía a Nanashi a mi lado; tampoco parecían demasiado fuertes.
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—¿Es que una no puede ni pensar en paz? —Bufé y me puse en guardia. Siete Sincorazón me parecían mucho, y para colmo no sabía nada sobre ellos. ¿Y Nanashi..?
Retrocedí un poco hasta quedar por detrás de ella. Le cubriría las espaldas —o lo intentaría—, suponiendo que podría encargarse sola de la mayoría. Al contrario que yo. Los nuevos parecían bastante fuertes y resistentes.
Tragué saliva y me dispuse a atacar a los pequeños cuando una daga se clavó con fuerza en la cabeza de uno de los Sincorazón más grandes. Lo eliminó al acto, dejándome boquiabierta.
Pero el golpe no provenía de parte de la Maestra.
—Badra. —La guerrera, cubierta por un velo oscuro, nos saludó con un gesto seco y se unió a nosotras. El acero de sus dagas relució mortífero bajo el sol—. Sé quienes sois, portadores. Os ayudaré.
Busqué la aceptación de Nanashi. Luego asentí y me abalancé sobre mis objetivos.
—Parece que te debemos una, Badra. Muchas gracias.
Entre las tres (o, dicho de otra forma, entre Nanashi y Badra y algún que otro golpe certero por mi parte) habíamos acabado con todos los Sincorazón en un abrir y cerrar de ojos. Habíamos tenido suerte, mucha suerte de que nos encontrara.
Quizás demasiada suerte.
—¿De qué conoces la Orden? No todos los días nos encontramos con alguien que sepa quiénes somos —le conté mientras me acercaba a ella. Empleé un tono despreocupado, admirado, que ocultara mi desconfianza. Si no se había quitado el velo, le pediría que lo hiciera como muestra de buena fe.
Esperé a que contestara para asentir.
—Yo me llamo Celeste. Soy Aprendiz. —No especifiqué de qué bando. Dejé que Nanashi se presentara sola; quizás las respuestas de la mujer no la convencían y quería utilizar un nombre falso—. Oye, Badra, quizás puedas ayudarnos. Estamos buscando a alguien: un hombre blanco de altura media, delgado y rubio. Viste con ropas de colores y lleva maquillaje, pero quizás se haya cambiado desde que le vimos por última vez. Podría ir acompañado de una chica joven. ¿Te suena de algo?
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