[Reino Encantado] Espinas Negras

Trama de Nikolai, Victoria, Ban, Saito + Celeste y Aleyn

Aquí es donde verdaderamente vas a trazar el rumbo de tus acciones, donde vas a determinar tu destino, donde va a escribirse tu historia

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro

Re: Ronda 7

Notapor Sally » Vie Feb 19, 2016 2:36 am

Ygraine se desperezó al romperse el hechizo, abandonando la cómoda postura en la que había estado esperando, y se movió raudo hasta llegar junto a Aleyn. El joven, por su parte, nunca había llegado a pensar que estaría tan agradecido algún día por poder ver el cielo nocturno. Pero allí estaba, sonriendo, al contemplar la bóveda celeste, ahora sí, salpicada de estrellas. La barrera había caído. Fauna merecía algo más que una felicitación por haber logrado aquella hazaña.

Su sonrisa se perdió, sin embargo, al darse cuenta de que no encontraba la luna por ninguna parte. No podía quedar ya mucho para que finalmente amaneciera. El reloj había avanzado, por supuesto, sin esperar por ellos. Y seguía avanzando, seguía avanzando…

Bienvenido de nuevo al mundo —le dijo a Odín, tratando de relegar aquel último pensamiento a un rincón apartado.

Hacía tanto que no veía el verdadero cielo…

¡Tía Fauna! ¡Estamos aquí!—Por supuesto, al haber caminado en el interior de la prisión, Fauna quizás se estaba asustando al no verles cerca tras romper el conjuro—. ¡No vas a creerte lo que...!

Algo o alguien se acercaba a ellos, la oscuridad sirviéndole de refugio en un primer momento. Aleyn se llevó la mano a la empuñadura de la Espada de la Verdad, que había sujeto a su cinto. Ygraine gruñó, todo su cuerpo en tensión, antes siquiera de que Aleyn se diera cuenta de que aquella silueta era demasiado voluminosa para ser Fauna. ¿Eran los habitantes de las Ciénagas? ¿Las previsiones de Abel habían sido acertadas?

El capitán trató de mostrarse fuerte, una línea de defensa entre la amenaza y Aurora; sin embargo, Odín y Aleyn se adelantaron a su gesto.

¡Quién va!

«No, él no es un enviado de las Ciénagas. Él… ¿qué está haciendo aquí?» Aleyn no pudo evitar que su boca se abriera ligeramente al identificar a la silueta.


Habéis crecido mucho, alteza.

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¡TÚ! ¡MALDITO TRAIDOR!

Aleyn tuvo que apartarse a un lado, temiendo que Odín le arrollara en su intento de cargar contra el recién llegado: Mateus Palamecia, el Emperador, que había atrapado bajo su brazo a Fauna.

¡NO! —Aurora reaccionó al ver a la rehén y se apresuró para bloquear el camino a Odín antes de que Fauna pudiera sufrir por su ataque—. Os recuerdo… Pero vos… ¡Vos moristeis después de asesinar a Erika!

Eso es lo que Nanashi y mi querida antigua Maestra pensaban, efectivamente.—Al ver la nada sutil amenaza que lanzó Mateus contra la vida de Fauna, Aleyn se preparó para invocar la Llave Espada, aunque decidió posponerlo hasta saber qué era lo que pretendía—. No es el caso. Pero olvidemos el pasado, tenemos cosas más importantes que hacer ahora, ¿no es así, princesa? Os quedan doce horas de vida, si no calculo mal. Ahora que la barrera ha caído, deberíais continuar vuestro camino y hacer lo que más os apetezca antes de que la maldición os consuma.

Doce horas. Doce horas. ¿Y por qué Mateus Palamecia sabía aquello? Relacionarse con Nanashi podía justificar muchas cosas, pero dudaba que la Maestra le hubiera hablado de la maldición. No era asunto suyo.

¡Miserable!

¿Acaso quieres que muera otra hada mientras te quedas mirando?—«¿Cómo podéis emplear el recuerdo de Nanna de esa forma?»—. Si no queréis que esta anciana muera, tú, muchacho —Aleyn se sobresaltó al ver que se estaba dirigiendo a él, y trató de erguirse más de lo normal de forma inconsciente—, me traerás ahora mismo el arma de Odín. Luego os daré un hechizo para que inmovilicéis a Odín y selléis sus habilidades. Únicamente entones os devolveré a esta hada y podréis… continuar con vuestro camino, sea el que sea.

Aquello fue como un puñetazo en el estómago. Usar la vida de una persona como moneda de cambio era repugnante, cruel. Y Mateus había querido plantar esa responsabilidad en Aleyn que, igual que Odín aunque en menor medida, se estaba conteniendo para no acudir en ayuda de Fauna. Ygraine no se había movido del sitio. Sus gruñidos solo servían para hacer que a Aleyn le hirviera aún más la sangre.

La escena se hizo más difícil de soportar cuando Mateus invocó un hilo blanco con el que rodeó el cuello de Fauna. Por un momento, Aleyn creyó que iba a apretarlo hasta dejarla con tan sólo un hálito de vida. El Emperador, no obstante, logró empeorar sus previsiones. El aire se le escapó de los pulmones al ver su bota sobre la cabeza del hada. ¿Es que acaso pensaba aplastarle el cráneo de un pisotón si se negaban a satisfacer sus demandas? ¿Era simple sujeción y el arma homicida sería aquel hilo mágico? No sabía la respuesta y, por una vez, su curiosidad no le llevaba a querer averiguarla.

Aleyn le puso una mano en el brazo a Odín, intentando calmarlo —y calmarse a sí mismo—.

Por un momento, había creído que Mateus pretendía conseguir la Espada de la Verdad. Pero el Emperador no se la había pedido; había pedido la espada de Odín. Y su idea de volver a sellar al caballero… Aleyn podía seguir teniendo sus reservas respecto a Odín, de acuerdo. Apenas, eso sí, una minucia comparada con las que podía tener respecto a Mateus Palamecia. No sabía qué estaba haciendo allí —¿no se le suponía en Ciudad de Paso, gobernando?—, aunque estaba claro que sus planes no incluían ayudarles a derrotar a Maléfica.

Apretó el puño libre. Luchar contra Mateus parecía una locura a la altura de abalanzarse sobre la Emperatriz del Mal sin magia ni nada más que la Llave Espada. Aquella vez había sobrevivido de puro milagro. Nada le aseguraba que en esta ocasión corriera la misma suerte. Era evidente que algo debía temer de Odín —o tal vez no quería agotarse demasiado, aunque Aleyn prefirió no pensar en eso— porque, en caso contrario, no estaría utilizando a Fauna como rehén para poder librarse de él.

Si le hacía caso para salvarle la vida al hada, perderían a la persona por la que se habían embarcado en aquella búsqueda. Habían conseguido la Espada de la Verdad también, sí, pero… No podía confiar en que Mateus mantuviese su parte del trato. Si les atacaba después de haber sellado a Odín no tendrían ni una sola posibilidad ante él. Acabarían los cuatro muertos, y el as en la manga para ayudar al reino de Huberto inutilizado de nuevo.

Si se negaba a obedecer al Emperador, este mataría a Fauna y, de forma probable, cavarían enzarzados en una pelea de la que no tenían garantías de salir tampoco.

De cualquier forma, veía a Aurora, yaciendo pálida e inmóvil sobre el suelo. A menos que…

Si se da el caso, coge a la princesa y corre con los caballos al castillo.

Aleyn respiró hondo.

Como vos mismo habéis dicho, olvidemos el pasado. Nuestro objetivo, nuestro enemigo, no sois vos.

A pesar de que no apartase la mirada de Mateus, pretendía dirigir esas palabras sobre todo a Odín. Estaba claro que Mateus había dejado también una huella, un rastro sombrío en aquel mundo, y que el caballero le guardaba rencor. Pero la Emperatriz del Mal aguardaba en la Montaña Prohibida. Eso era lo más importante, lo que habían venido a hacer. Esperaba que Odín lo recordara, porque no iba a poder decir nada más sin levantar sospechas.

Intentó buscar con la mirada a Abel, a pesar de que fuera posible que el capitán, dadas las inesperadas circunstancias, hubiera relegado las palabras que guiaban a Aleyn a tomar aquel camino al fondo de su mente, y no pudiera adivinar lo que iba a hacer. O quizás estaba esperando a que hiciera exactamente aquello.

Movió la mano que reposaba sobre el brazo de Odín en dirección a su espada, como pidiéndole que se la entregara, aunque Aleyn creyera que no sería capaz de llevarla hasta Mateus ni aunque quisiera.

«Perdóname» Rogó en su mente, aunque ni él mismo supo si aquello estaba dirigido hacia Aurora, Fauna, Abel, Odín o su propia conciencia. Tal vez a todos. En otras circunstancias, el incipiente sentimiento de culpa y repulsión tal vez lo habría detenido, habría tratado de idear otro plan.

Ahora no podía pensar en hacer otra cosa.

Se lanzó entonces hacia Aurora, tan rápido como pudo, mientras invocaba su glider. Nunca había llevado a nadie consigo en aquella máquina con aspecto de dragón; quería creer que, la princesa, al ser menuda y ligera, no le resultaría un problema.

Intentaría agarrar a Aurora y hacerla subir al glider. Si ella se resistía demasiado para que pudiera controlarla a pesar de su fuerza y tamaño mayores, Aleyn, con todo el dolor de su alma, la dejaría inconsciente golpeándola en la nuca. Sabía que no tenía que preocuparse por Ygraine, puesto que la cápsula de viaje lo llevaría allí donde dirigiera el glider.

Y su destino, si es que aquella maniobra de evasión funcionaba, sería el castillo de Estéfano, al que se dirigiría a la máxima velocidad posible.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor H.S Sora » Vie Feb 19, 2016 9:38 pm

Había tenido suerte de que Primavera se hubiese decidido a quedarse conmigo, ya que no contaba que al irse Nanashi se llevase su iluminación con ella. Gracias a sus habilidades mágicas, un cúmulo de lucecitas rodeaban la zona, facilitando nuestra exploración.

Cómo puede sobrevivir nadie aquí durante tanto tiempo… —El hada parecía hablar más consigo misma que conmigo—. Esa mala bruja…

Me limité a encogerme de hombros, sin saber muy bien qué contestar, aunque tenía que admitir que la fortaleza de aquel prisionero debía de ser considerable al no haber muerto todavía. Aunque debía estar bastante debilitado, por lo que lo mejor sería darse prisa.

La excursión me dejó clara por lo menos una cosa: aquel sitio no se había limpiado en mucho tiempo, me atrevería a decir que en años o décadas. La sangre y la suciedad eran abundantes en aquellas celdas, vacías todas las que habíamos estado mirando a excepción de los restos de los cadáveres que no habían sido retirados.

En conclusión, era un asco. Empecé a dudar de que todo aquello hubiese sido buena idea, pero un gemido cercano me llamó la atención,. Ya habíamos pasado por la celda de la que provenía.

¿Has oído eso?

Volvimos sobre nuestros pasos para comprobar como en una de aquellas celdas había un pozo. Al acercarnos y que el hada lo iluminase, dimos con el causante de toda aquella expedición a pequeña escala: un hombre rodeado de deshechos, la desesperación era casi palpable en su gesto de levantar las manos hacia los que serían sus salvadores.

¡Pobre criatura! ¡Monstruos!

Tras hacerle volar y sentarlo, pudimos comprobar que el estado del hombre en cuestión era inhumano, pero no me extrañaba en absoluto. Si llevaba tanto tiempo sin atención y encerrado como había dicho Palamecia, lo peculiar hubiese sido encontrarle oliendo a jazmín y con un traje y un discurso preparado para el momento; pero al no ser así, Primavera dedicó un buen rato para poner a punto al casi semidesnudo cautivo.

No sabría decir cuanto tiempo le había tomado, pero el resultado obtenido por su magia había sido espectacular. Seguía estando bastante débil, cosa totalmente lógica, pero al menos ahora iba bien vestido y lo más importante de todo, podía hablar.

¿Quiénes sois? ¿C-cómo habéis llegado aquí?

Parecía tan solo un anciano aterrado pero... por alguna razón creía que nos acabaría siendo útil tarde o temprano. Miré a Primavera, dudando entre si contarle la verdad o no al hombre, pero entonces me distrajo ver como el hada parecía más cansada, aunque lo achaqué al uso de toda aquella magia que había estado usando para arreglar al cautivo.

Venimos a buscar una debilidad de Maléfica. No te preocupes, te sacaremos de aquí. ¿Cómo te llamas?

Tuk… hacía años que no decía ese nombre…

Yo soy Saito.

¿Qué es eso?

El anciano no pareció escucharme y se dedicó a girar a su alrededor. Parecía alarmado por lo que miré en busca de algo que pudiese llamarme la atención, pero no encontré nada a simple vista en aquel zulo.

¿El qué?

Ruido.

Agudicé el oído, pero no conseguí que me llegase nada. ¿Serían paranoias de aquel hombre tras estar tanto tiempo encerrado?

Será una rata. Tuk, escúchame, tenemos que encontrar una debilidad de Maléfica. ¿Sabes algo?

El prisionero no estaba para darnos respuestas, se limitó entonces a intentar salir de allí gateando mientras que le decía a la rechoncha de Primavera que apagaba las luces que había invocado. En aquel estado no nos diría nada, menudo rescate habíamos organizado.

Chico, ve a ver las escaleras. Quizás sea Nanashi, que regresa.

Asentí, dejándoles solos para ir a comprobar aquellas escaleras. Empalidecí de golpe al ver que Tuk tenía razón, su oído parecía mucho más desarrollado que el nuestro, o quizá hubiese sido cuestión de suerte... pero aquel no era el problema. Mateus, Nanashi y Nikolai se habían marchado por abajo, y aquel traqueteo continuo junto a una luz venía de arriba, alguien que no era de los nuestros estaba bajando. Y no había solo uno, aquello parecían guardias o soldados o lo que fuesen.

Me faltó tiempo para volver corriendo sobre mis pasos y empujar si hacía falta con suavidad a Tuk al interior de su jaula. Le comentaría entonces a Primavera la situación, en un tono de voz neutro pero que no fuese demasiado alto.

Apaga las luces Primavera, no hay tiempo. Se están acercando, y no son los nuestros.

Se me ocurrió entonces una idea, por si acaso aquello no era una mera casualidad y lo que fuese que se acercaba no estaba solo pasando por allí...

>>¿Puedes hacernos invisibles a los tres? —No estaba seguro de si el hada tenía esos poderes, pero en vista de lo que podía hacer no me extrañaría—. O diminutos, lo que te parezca mejor... por favor. Tenemos que pasar desapercibidos de algún modo. —Le haría una señal a nuestro nuevo acompañante para que dejase de murmurar—. Silencio, ya llegan...

Esperaba que Primavera accediese a alguna de las dos opciones que le había propuesto o estaríamos a merced de quien fuese que estuviese a punto de mostrarse ante nosotros... sólo quería que el silencio, la oscuridad de la celda y o la invisibilidad o un tamaño considerablemente menor nos amparase de todo.

En aquellos momentos no pude evitar pensar en Mateus Palamecia. ¿Tendría todo aquello algo que ver con él?

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Saito pide a Primavera que si puede les haga invisibles a los tres, o en su defecto diminutos, y creo que eso es todo ^^
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Muchas grácias por el avatar Mepi ^^
H.S Sora
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Ronda #7 - Espinas Negras

Notapor Astro » Sab Feb 20, 2016 10:41 pm

¿Que te ayude?

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y sus temores volvieron a incrementarse.

¿Estás pidiéndomelo, humano, después de que evitara que desaparecieras? —Estalló en carcajadas que dejaron helado a Ban, incapaz de moverse o reaccionar. El mundo se le venía encima a cada risa de la Hada Oscura, aunque todo fue incluso peor cuando el semblante de ella cambió a uno serio y oscuro—. ¿Por qué debería ayudarte? Has venido a mí arrastrándote y traicionando a Nanashi. Eres, o intentas ser, un Caballero. No tengo ningún motivo para ayudarte con la Oscuridad que te regalé. Lidia con ella tú solo.

Ahí estaba, el temor del chico se hizo realidad: Maléfica no estaba interesada en ayudarle ni de lejos. ¿Había sido un ingenuo por ir hasta allí? ¿La traición a Nanashi había sido para nada? No, esto no podía acabar así. Desesperado, soltó toda la información que le quedaba guardada, en un último intento de que la Señora cambiase de opinión y, tras mostrar interés por el ángel... Todas las antorchas de la sala se envolvieron en un abrupto y violento fuego verde, con Maléfica incorporándose con una expresión que casi hizo que Ban se lo hiciera todo encima.

¿Has dicho Odín? Repítelo, miserable, ¡repítelo!

Ban solo pudo asentir, retrocediendo levemente por temor a que la mujer pagara su repentina furia con él. ¡Incluso salían rayos de su bastón hacia el techo! El aprendiz se arrepintió una vez más de todas las malas decisiones que había tomado y de lo tonto e ingenuo que había sido por ir hasta allí creyendo que le ayudaría. Había traicionado a su maestra, a sus compañeros, a los tontos de Tierra de Partida —esto no le importaba demasiado—, y muy posiblemente había arruinado el último intento del reino para evitar que una Hada malvada y todopoderosa matara a su princesa y lo conquistase. ¡Y todo para...!

La tormenta se esfumó, dejando en la sala una inusual calma que evitó que Ban sufriera un ataque de nervios. Maléfica, por su parte, rió.

Ahora entiendo. La tregua ya pasó.—No entendía lo que quería decir con tregua, pero no tampoco se atrevió a preguntar—.Levántate, humano. Si lo que dices es cierto, puede que te enseñe a lidiar con la Oscuridad.—Se levantó lo más rápido que pudo, aunque como las piernas le temblaban estuvo apunto de caerse al suelo de culo—. Y con ese miedo que te está destrozando.—Ban se limitó a asentir, todavía inseguro de decir una sola palabra, aunque la forma con la que la Hada tocaba la esfera de su báculo no le gustó nada—. Si me traicionas no te mataré. Oh, no.

Bueno era saberlo, pensó de primeras, aliviado. Pero entonces, la esfera empezó a brillar y una horrible sensación envolvió a Ban. Frío. Dolor. Pánico. Su corazón se desgarraba. Miedo. Sintió miedo, mucho miedo, tanto que se llevó las manos a las orejas y se dejó caer de rodillas al suelo, gritando con todas sus fuerzas.

Dejaré que te destruya tu propio miedo, pequeño. No te dejará descansar ni un solo día—le susurró.

La tortura terminó cuando quitó la mano de su báculo, liberando al aprendiz del hechizo, conjuro, maldición, o como se llamase. Pero Ban supo al instante que no estaba realmente libre de ese miedo... Y que tal vez nunca podría estarlo. Respirando con dificultad, se levantó y recuperó la compostura como bien pudo.

Imagino que no querrás verle la cara a Nanashi o ella misma te matará, así que te sacaré de aquí.—Tragó saliva, imaginándose la cara que Nanashi pondría si llegara a enterarse de lo que había hecho. ¿De verdad le mataría...?—. Irás a la prisión de Odín. No te acercarás a él, claro, o percibirá mi Oscuridad en ti y te destrozará. Si tu… compañero ha conseguido llegar hasta él, habrá roto la prisión en la que se encuentra. Obtendrás una cosa para mí. Una espada. Tiene una factura simple y no destaca demasiado excepto por su aura blanca. Odín la llama Espada de la Verdad.

»Tráemela y, entonces, te ayudaré.


Ban abrió mucho los ojos, consciente del rayo de esperanza que acababa de encontrar. Para facilitarle las cosas, Maléfica chasqueó los dedos y activó algo dentro del aprendiz que le permitía, de alguna manera, ver la magia. La aura que rodeaba a Maléfica, por ejemplo, le pareció aterradora aunque con un punto que le pareció molón, por decirlo de alguna manera simple. ¿Cómo sería su propia aura...?

La prisión de Odín está al noroeste del Bosque. Resplandece como si fuera un sol. Ve.

La Señora Oscura salió de la sala con un portazo, dejando al aprendiz solo y hecho un lío. Espada de la Verdad, Espada de la Verdad, se repetía ese nombre una y otra vez, asegurándose de no olvidarlo. Lo necesitaría. Porque aunque tenía dudas, su primer impulso fue invocar el glider y la armadura y salir volando de allí por una ventana lo más deprisa que pudo.

Tenía una misión que cumplir...

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Se quitó el casco a toda prisa, vomitando casi al instante sobre la hierba. Uf, por los pelos. Durante el vuelo, la cabeza de Ban había dado vueltas una y otra vez a su dilema. Si ayudaba a Maléfica, si conseguía la espada, estaría convirtiéndose oficialmente en su aliado y traicionaría del todo a Bastión Hueco. Bueno, traicionaría más todavía a Bastión Hueco. Y Nanashi, y aquel mundo... Los remordimientos afloraron, y unas ganas horribles de vomitar se apoderaron de él. Por suerte, pudo llegar a tierra justo a tiempo para no vomitarse dentro del casco.

Se aclaró la cara en un arroyo cercano, limpiándose el pelo como bien pudo mientras pensaba en sus opciones. Maléfica era su única opción para aprender a controlar su oscuridad interna, pero ahora el cristal se había roto y la veía más realista que nunca. Le daba miedo, mucho miedo. Y el miedo era el problema: no tenía duda alguna de que si no obedecía sus órdenes, cumpliría su amenaza y acabaría en un manicomio de la Federación Galáctica para siempre.

Pero los remordimientos estaban allí. Nanashi le había dado muchísimas oportunidades a pesar de sus fracasos y sus errores, muchas más de las que podía contar. Ahora, iba a traicionarla en un tema claramente personal para ella. Y también estaban los habitantes del reino. Recordó las palabras de los goblins y los orcos sobre comerse a los niños, y el estómago volvió a revolverse.
¿Pero qué podía hacer él? Ya era un traidor, y Maléfica lo había dicho: Nanashi le mataría. ¿Acudir a Nithael...?

«Oh, hola, angelito que viaja por el tiempo, acabo de traicionar a mi maestra y le he contado a esa hada mala y todopoderosa que quiere matar a todos los habitantes de este mundo todos los detalles sobre el plan desesperado que teníais para intentar salvaros. Ah, y me ha maldecido o algo así por si la traicionaba también a ella, ¿puedes ayudarme?»

Se dejó caer sobre la hierba, deseando poder quedarse allí, junto a ese arroyo tan tranquila, para siempre. Poder ver la magia era, a su manera, bonito. Las auras de las cosas le distraían, e incluso estuvo tentado a mirar la suya propia en el reflejo que producía el agua del arroyo, pero no llegó a atreverse.
Al poco, fue consciente de la realidad. Estaba perdiendo el tiempo. Se levantó, despacio, y recogió el casco del suelo.

Lo siento...

Durante un segundo, pensó que esto habría sido mucho más fácil si todavía fuese incorpóreo, sin sentimiento alguno en el cuerpo ni remordimientos. Con el casco puesto de nuevo, volvió a invocar el glider y salió disparado hacia el cielo. Debía encontrar la prisión de Odín cuanto antes.

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Encontrarla fue sencillo: tal y como le contó Maléfica, brillaba tanto que casi le cegaba. Se acercó con cuidado, todavía con el glider y la armadura, con mucho cuidado de no llamar la atención de nadie y mucho menos de Odín. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando, a lo lejos, vio la escena.

No fue aquel caballero gigante —supuso que sería el propio Odín— lo que más le llamó la atención, ni ninguno de los que le acompañaban. Sino una figura apartada unos pocos metros, sosteniendo a una hada bajo el brazo... Le reconoció al instante. El Diablo.

No... Tú no...

A poco estuvo de caerse del glider, controlando como podía el inminente ataque de pánico que podía sufrir. ¡¿Qué hacia él allí?! Pero al fijarse más, notó que algo no cuadraba. Aquel diablo era dorado, no morado ni oscuro como el que le acosaba en sus pesadillas. ¡Pues claro! Su incorpóreo, aquel que gobernaba Ciudad de Paso. Pero una vez más, ¿qué hacía allí?

Agitó la cabeza con brusquedad, intentando centrarse. No era él, no era él, por mucho que fueran idénticos no era él. Además, ni siquiera tenía que enfrentarse al alcalde, su objetivo era otro: la Espada de la Verdad. Buscó a la desesperada por encontrarla, y la halló en posesión del aprendiz de Tierra de Partida del que ni siquiera sabía su nombre.

Aprendiz que en ese momento cogió a la princesa e invocó su glider, con claras intenciones de marcharse de allí volando. No, de ninguna manera podía perder la Espada. Ban utilizó Tenue sobre si mismo, intentando que también envolviera a su vehículo (si no lo conseguía, utilizaría otro exclusivamente para el glider) y, aprovechando la invisibilidad, se lanzó a toda prisa hacia el aprendiz que huía justo tras tomarse un éter para reponer fuerzas.
No fue en línea recta, evitando meterse en el grupo con el supuesto Odín y el otro diablo, pero sí que fue lo más deprisa posible para abalanzarse sobre el joven. Su intención, bien clara: como pudiera le quitaría la Espada. Le arrollaría con su glider, se abalanzaría sobre él y le golpearía en la mano para que la soltara, o se la quitaría al vuelo, como mejor estuvieran las cosas. En cuanto la tuviera en su poder, saldría pitando de allí a toda leche de vuelta a la montaña, aunque evitando siempre chocar contra Odín o el alcalde diablo.

Necesitaba esa Espada de la Verdad.
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Ronda 8

Notapor Suzume Mizuno » Lun Feb 22, 2016 4:05 am

Aleyn y Tristan


La acción de Aleyn fue fulminante. El muchacho salió disparado en su glider y Aurora no tuvo tiempo ni siquiera de gritar. Odín le siguió con la mirada y, si Aleyn echaba un vistazo, hasta le parecería que había sonreído. Preparó su arma para arrojarse al frente, sobre un Mateus que chasqueaba la lengua con profunda irritación.

Entonces chocó violentamente contra algo que no pudo ver. Ni siquiera había tenido tiempo para remontar los árboles. Aurora aulló y ambos salieron disparados en un giro mortal que los hizo aterrizar contra las hojas. La joven se hundió entre las ramas y acabó en el suelo con un ruido sordo.

Aleyn, con todo, no tuvo tiempo para ocuparse de algo mucho más grave: algo lo estaba atacando y le estaba destrozando la mano. Buscaba la Espada de la Verdad. No podría ver quién era, aunque sentía unas manos tirando a pequeñas y, por otra parte, ya que su agresor cayó sobre él —fuera lo que fuera con lo que lo había embestido, lo había perdido (el glider había desaparecido en el momento en que Tristan golpeó a Aleyn y Aurora, ya que al lanzarse sobre el joven tuvo que dejarlo atrás)—, podía notar que era pequeño. Además, escucharía su respiración.

Los dos se habían dado un buen golpe y estaban cansados y mareados.

A Tristan pronto se le acabaría el hechizo.

Por otra parte, en el claro se desató una brutal pelea. Hubo una explosión y la onda los arrojó hacia los árboles, golpeando a los dos contendientes y dejándolos sin aliento.

Aurora, entre tanto, se había quedado inconsciente y estaba mortalmente pálida. Abel no estaba a la vista.

Aleyn tendría que escoger entre luchar y espabilar a Aurora —un Cura quizás bastaría— y esperar que estuviera lo suficiente despejada como para ayudarle.

Tristan, por su parte, tendría que recurrir a algo más radical si quería, simplemente, arrancarle la espada a Aleyn.

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Tristan
VIT: 25/30
PH: 21/22

Aleyn
VIT : 27/32
PH : 11/11



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Bien, nos adentramos en terreno espinoso (jaja) y es el pvp. Para evitar… problemas, quiero que los dos me paséis antes los post que escribáis por privado, antes de la fecha límite. Entonces os diré qué día y a qué hora podéis postear, procurando que sea a la vez y así no habrá líos de quién se aprovechó antes de tal o si la invisibilidad debería haber durado más.




****
Saito


Primavera pareció dudar pero al final asintió y agitó su varita, soltando un gemido de esfuerzo. De pronto, los tres se volvieron invisibles. Justo a tiempo, porque por las escaleras apareció un niño sonriente de ojos rojos seguido por un pequeño ejército de goblins —unos ocho en total—. Se llevó un dedo a los labios para indicar a sus secuaces que no hicieran tanto ruido y unos cuantos se dirigieron al pasillo a examinar las celdas. Al frente iba no un goblin, sino un orco, cuya mirada pasó por encima del trío con fría inteligencia. Al no ver nada, continuaron su camino…

Siguiendo los pasos de Nikolai, Nanashi y Mateus.

En ese momento Primavera, al borde de sus fuerzas, se desmayó. Por suerte, tanto Tuk como Saito podían verse entre ellos o habría sido una situación incómoda.

¡Vámonos, rápido! ¡Antes de que regresen!—siseó Tuk, cogiendo a Primavera de un brazo y a Saito del otro. Entonces empezaron los estallidos desde la zona de abajo, acompañados de gritos. Tuk jadeó, horrorizado—.¡Van a hacer que venga todavía más gente! ¡Están acabados, larguémonos, chico!

Y empezó a dirigirse hacia la entrada por la que Saito y los demás habían venido.

*
Nikolai



La jugada de Nikolai salió de maravilla. Consiguió sacar la cadena del círculo anti-magia usando el huso de la rueca. Entonces, en el momento que la cogió, todo cambió.

Y le estalló la cabeza.

*



Una mujer joven. Unas manos grandes y de dedos largos que depositaban la corona sobre su cabeza.

La muchacha alzó la mirada y sonrió, cómplice, emocionada, divertida.

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Una oleada de sentimientos de amor y de protección. La muchacha se irguió, le dio la espalda y extendió los brazos hacia una multitud que la aclamaba a viva voz entre estruendosos aplausos.

Salve la reina Friederike, ¡salve la nueva reina!

La reina se volvía hacia el frente, tomaba las manos, las apretaba y decía:

«No podría haber llegado tan lejos sin ti.»




Una espada. Un escudo. Friederike portándolos y luchando contra un gigantesco dragón, rojo y con los ojos de oro. Miedo, desesperación y frustración. La Espada de la Verdad resplandece cuando la joven esquiva un aliento mortal de fuego. Las manos se alzan y arrojan un rayo cegador que acierta a la criatura en la cabeza. Entonces Friederike coge impulso y arroja la Espada, que se hunde en la garganta del dragón.

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La reina se vuelve y sonríe, cansada, pero satisfecha.



¿Qué ha sucedido?

¿Cómo es posible que haya pasado esto?

¿Qué es lo que está ocurriendo?

Retrocede. Retrocede porque la reina Friederike se abalanza al frente. Alza las manos para defenderse, pero no puede. No puede. Ve a la niña que gatea hacia su túnica y se aferra a su falda. Ve a la niña que viste los trajes hechos a mano con una sonrisa de ilusión en el rostro y, coqueta, gira sobre sí misma, preguntando si le quedan bien. Ve a la joven combatiente sentada frente a las hadas, discutiendo con ellas.

Ve a la pequeña Friederika y, de pronto, es demasiado tarde. El arma, no es la Espada de la Virtud, pero poco importa, se hunde en su costado. Rueda e intenta curarse y lo empieza a conseguir cuando unas manos delicadas pero duras como el acero se cierran alrededor de sus alas.

Y empieza a chillar de horror.


*


¡…atarte!

Nikolai volvió a la realidad con un agudo dolor de cabeza que le machaba las sienes y la garganta destrozada de gritar, aunque no sabía en qué momento había empezado a hacerlo. La oscuridad era devorada por estallidos de luz cortados por las verjas que cerraban el inmenso pozo. La corona le quemaba en las manos, pero cada vez menos.

Vio a su antigua Maestra hacer equilibrio sobre las barras de metal, mientras se defendía como podía de rayos de oscuridad que la atacaban desde todos los rincones. Y, de pronto, estalló un huracán. Nanashi dejó escapar un pequeño grito cuando salió disparada por los aires y chocó contra una de las paredes.

¡Tú eres...!

Oh, mi sustituto.—La figura del Emperador se alejó del borde del pozo y Nikolai lo perdió de vista—. Y traes compañía, qué encantador por tu parte.

¡Qué estás haciendo aquí!

Buscaba algo pero ya lo hemos encontrado. No tengo más motivos para permanecer aquí. ¿Vas a luchar conmigo o serás listo y te apartarás? Puedes entregar a esa mujer, un hada y sus dos alumnos a Maléfica. ¿Prefieres eso o morir?—Hubo un silencio—. Buena elección.

Otro silencio.

¡Maldito sea…! ¡Cogedla!

Nanashi, que había intentado incorporarse, se quedó mirando hacia Nikolai. Sus ojos se encontraron a través de la verja. La mujer, que sangraba por la sien, apretó los labios.

Luego alzó las manos, deshaciendo la invocación de la Llave Espada. Acto seguido un golpe de viento la arrojó de nuevo contra la pared y, en esa ocasión, cayó inconsciente. Su cuerpo fue alzado y envuelto en una esfera de aire y solo entonces Nikolai pudo ver que tenía la espalda empapada en sangre, puede que de los golpes o de un ataque de Mateus.

Después, el silencio se hizo en la celda de Nikolai, que se había quedado a solas con los recuerdos que le habían metido en la cabeza y la Corona, ya fría, en otra mano.

*
Saito


Hubiera seguido o no a Tuk hacia la salida, Saito no tuvo tiempo de salir de aquella zona inmunda porque, de pronto, se escucharon una vez más los pasos. Vio cómo llevaban a Nanashi flotando, aparentemente herida, pero a nadie más. Ni Mateus ni Nikolai.

Esperaron hasta que el grupo de goblins hubo subido por las escaleras y entonces Tuk dijo:

Larguémonos hijo, rápido. No sabes lo que nos hará ese monstruo si nos encuentra. Si tengo que morir, que sea fuera de este maldito lugar.

Lo que decía Tuk tenía lógica: tenían un hada inconsciente, un preso viejo y recién liberado, un conjuro de invisibilidad que, por lo que sabía Saito, es decir, nada, podía desaparecer en cualquier momento y estaban solos en las catacumbas de un palacio regido por una bruja. Además, acababa de ver cómo se llevaban a su Maestra y no tenía ni idea de dónde se encontraba el Emperador.

Lo ideal sería poner pies en polvorosa y pedir ayuda.

Pero significaría abandonar a Nanashi y, sin ella, tenían pocas posibilidades. Sin embargo, Tuk llevaba allí alrededor de una década o puede que más. Quizás conociera el Castillo. Puede que no. En cualquier caso, debía ser un preso importante si lo habían encerrado y mantenido vivo durante tanto tiempo. Si no fuera porque quería largarse tan desesperadamente…

¿Qué haría Saito?




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Nikolai
VIT: 15/30
PH: 8/28

Saito
VIT: 70/70
PH: 32/32




****
Celeste


Siento mucho que... tengáis esa opinión sobre mí. Espero que aún pueda cambiarla, y pretendo que así sea. Pero no estaba jugando. En ningún momento.

Nithael la miró fijamente y luego asintió con la cabeza, aunque no añadió nada. Le dirigió una sonrisa de ánimo antes de darse la vuelta y dirigirse hacia su propio desafío.

*


No es perderme lo que me da miedo, sino una trampa. Si Melkor es la mitad de listo de lo que me temo que es, sabrá que vamos a internarnos. Y odio tener que admitirlo, pero incluso esos monstruos se conocen mejor el terreno que yo.

Heike asintió y luego, con pasos ligeros como una pluma, se introdujo en uno de los callejones. Celeste tuvo que estar atenta, porque la capitana era tan veloz y silenciosa que en medio de la oscuridad sería difícil no perderla de vista. ¡Y eso que llevaba armadura!

Durante los primeros minutos pudieron cotillear en las casas, vacías, con la ilusión de que no había nadie. De pronto, Heike alzó una mano y le hizo señas para que se metieran rápidamente dentro de una casa que tenía la puerta abierta. Justo a tiempo, porque no aparecieron uno, sino dos huargos montados por orcos. Uno de ellos era pálido como un cadáver.

Spoiler: Mostrar
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Su huargo se detuvo y empezó a olfatear el aire, mostrando los colmillos.

Estad atentos, es posible que haya humanos por aquí.

Pero jefe, aquí todo huele a humano…

Heike miró a Celeste con intensidad y se llevó un dedo a los labios. Podían escuchar el ruidoso aspirar de los huargos pero estaban en el interior de una casa humana. Si no hacían ruido, quizás…

Heike sacó un puñal y le señaló al orco más pequeño. Ella se encargaría del grande. Las dos tuvieron unos instantes para prepararse; después tuvieron que actuar rápido. El Aturdidor cogió a un huargo desprevenido y lo dejó fuera de combate, pero el orco tuvo tiempo de darle un tajo a Celeste antes de que esta consiguiera rebanarle el pescuezo. Heike, por su parte, arrojó directamente su cuchillo contra los ojos del animal que ya comenzaba a darse la vuelta y, veloz como el viento, desenvainó su espada para arrojarse sobre el orco líder y logró tirarlo al suelo.

Entonces el huargo comenzó a aullar de agonía.

¡Mátalo, rápido!—exigió la capitana.

El cuchillo se había hundido en uno de los ojos, pero el otro seguía intacto y el animal, muerto de dolor, trató de atrapar una pierna de la mujer. El orco atacó con una espada que parecía más una maza que otra cosa y Heike se echó a un lado en el último instante; el suelo casi retembló cuando la hoja se hundió en él. Heike soltó un resoplido al chocar contra una de las casas y se apresuró a correr, obligando al orco a ir tras ella… Y también al huargo.

¡¡Tú, zorra, te mataré!!

Al paso, si había más orcos por la zona, ¡se reunirían todos en el mismo lugar!
Spoiler: Mostrar
Celeste
VIT: 20/20
PH: 14/22

****
Victoria


Los huargos alzaron las orejas y olfatearon el aire cuando Victoria se acercó con la carne. Por suerte para ella, nadie se había fijado en la carne que se arrastraba por el suelo y que, a esas alturas, estaba llena de tierra. Aun así, los huargos siempre tenían hambre.

El filete voló y aterrizó cerca de la tienda de Melkor. Un par de huargos se arrojaron sobre el filete y empezaron a pelearse por él, pero los otros estaban vigilados por sus dueños y no tuvieron la oportunidad de dejarse llevar por sus instintos. El revuelo fue pequeño, como mucho, hubo gritos preguntando por los dueños de los animales que se habían salido de control.

Por lo tanto, Victoria no tuvo más remedio que birlarle un arco y tres flechas a un goblin que había por los alrededores. La criatura dio un respingo y manoteó a su alrededor, asustada y desconcertada, con los porcinos ojos buscando de un lado a otro sin entender… Hasta que vio sus armas flotando.

¡Un fantasma! —gritó, echando a correr, despavorido.

Bien, pues. Victoria pudo correr, con sus armas flotando en el aire para el resto del mundo —más de un goblin se quedó mirándolas sin saber bien qué opinar, más asustados que otra cosa—. Alguien empezó a llamar la atención de los orcos. A lo tonto, habría perdido alrededor de veinte minutos, entre rodear goblins y correr de un lado para otro.

Y, de pronto, se tocó el cuerno. Un rugido surgió de cientos de gargantas de orcos, que, por suerte para Victoria, empezaron a moverse hacia el frente. Parecía que las negociaciones de Nithael habían fracasado. Los soldados comenzaron a dar pisotones a un ritmo infernal al fuego y, con un chirrido, las torres de asalto comenzaron a desplazarse hacia el frente.

Alejándose de Victoria.

Había tres en total. Sería imposible ocuparse de todas a menos que hiciera alguna locura y había prometido volver entera: además, tenía una perla de la que ocuparse pero, al menos, debía intentar destruir una.

No había fuego por los alrededores y las torres estaban rodeadas por unos diez orcos que empujaban las pesadas estructuras. La más cercana tenía unas pesadas ruedas sobre las que se desplazaba con lentitud. Había escaleras que llevaban a la parte superior y varios orcos ya se habían subido a ella y trepaban hacia lo alto, desde donde se abrirían unas pasarelas para cruzar a la muralla del rey Huberto.

Debía pensar rápido. En lo alto de las torres quizás tuvieran armas que pudiera usar en su contra, pero era una posibilidad en la que no debería depositar toda su estrategia. Siempre podía intentar a buscar algo inflamable. Quizás incluso funcionaría un truco de preguntar en voz alta dónde estaban los explosivos aunque, claro, supondría perder tiempo.

En cualquier caso, muy lejos no iba a ir con tres flechas —y su puntería—. Tenía que pensar algo y rápido y decidir si merecía la pena jugársela o no… Porque las torres no tardarían ni diez minutos en alcanzar la muralla, desde la que ya empezaban a llover flechas.

Quizás había intentado hacer demasiadas cosas a la vez.



Spoiler: Mostrar
Victoria
VIT: 40/40 [+1 Acc]
PH: 20/20


Spoiler: Mostrar
Para las dos señoritas: a Victoria se le acaba el tiempo, así que hay que decidir bien y, dependiendo de lo que haga, influirá en el resto de la batalla de forma drástica.

Celeste también tiene una única oportunidad para cambiar ciertas cosas de la trama. Debe pensarse bien si ayudar o salir por patas. Te recomiendo que no te limites a decir lo que haces con el huargo, sino lo que harás después y que lo planees bien.


Fecha límite: domingo 28 de febrero
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¡Gracias por las firmas, Sally!


Awards~

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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Denna » Sab Feb 27, 2016 4:34 pm

Pasaron varios minutos. Las calles estaban en calma, desiertas, justo como se suponía que debían estar.

Lo cierto era que estaba todo tan tranquilo que incluso llegué a pensar que no vendría nadie. «Quizás los orcos tengan un particular sentido del honor y esperen a las negociaciones,» pensé, esperanzada. «Y... y... y luego acabaremos todos dándonos las manos y cantando canciones en el bosque. »

Claro que sí. Me froté los ojos en un intento de quitarme el sueño —¡qué rápido se acostumbraba una a dormir bien!— y suspiré. Me alegraba muchísimo de haberme quedado con Heike, la capitana tenía ese aire tan seguro, tan autoritario, que resultaba una presencia tranquilizadora. De haber ido sola, en cambio, habría perdido la cabeza por pura paranoia. Todas las casas parecían iguales. Todas las sombras, amenazadoras.

Busqué a Heike con la mirada cuando vi que se ponía en tensión de repente. Y entonces los oí.

Peligro. Nos metimos en la casa más cercana al tiempo que unas pisadas toscas y pesadas se acercaban a nosotras. Unas zarpas arañaron el suelo; huargos. Espié con mucho cuidado por el resquicio de la puerta, procurando no hacer ningún ruido. El panorama era desalentador: ¡dos lobos, con sus respectivos jinetes! Ah, ¿no era maravilloso?

No me atrevía ni a respirar. Aquellos bichos eran gigantescos, mucho más que los de Castillo de Bestia o, de hecho, que la mayoría de criaturas que había visto hasta ese momento. Y no eran simples Sincorazón que se movían por instinto; tenían inteligencia. Y amos, por si fuera poco. No quería ni pensar en cuántos más podría haber pululando en la oscuridad, acechando, a la espera...

Estad atentos —encima de un lobo albino, el orco gruñó. ¡Lo que habría dado por volver a estar tras las murallas, bien lejos!—, es posible que haya humanos por aquí.

Pero jefe, aquí todo huele a humano…

Heike sacó un puñal de su cinto. Me miró y luego señaló al orco pequeño, el subordinado, en una silenciosa orden. Asentí. La empuñadura de mis propias dagas parecía resbalárseme de entre los dedos —más que entablar combate, mi mayor preocupación era el inminente ataque de pánico que amenazaba con quitarme el control. «Son monstruos. Son monstruos de verdad, crueles y asesinos, esto no es como la otra vez.»

«No lo es. No tiene nada que ver. Son monstruos de verdad.»

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No hubo momento para mantras. La capitana se abalanzó sobre el grande y logró derribar al orco de su montura. Me obligué a centrarme en el otro. Ahí sí que no podía equivocarme: un fallo y estaría muerta.

La adrenalina se me disparó y todo sucedió muy deprisa. Logré aturdir a la bestia, pero el orco reaccionó rápido y me asestó un golpe. No me di cuenta de que la armadura bien podía haberme salvado la vida hasta que le alcancé y le corté el cuello.

Qué curioso. No sentí... nada. Ni lástima, ni horror, ni siquiera regocijo al matarlo. ¿Sería por el miedo, que me mantenía atontada? Impasibilidad era lo último que había esperado.

Volví la realidad con unos aullidos de dolor y un grito:

¡Mátalo, rápido!

No me lo pensé dos veces. Convertí las dagas en lanza, sin atreverme a acercarme más al lobo, y traté de clavársela en el cuello o en el corazón. Tenía que silenciarlo, y enseguida, o el ejército entero sabría dónde estábamos.

Una vez muerto, salí corriendo tras Heike. Ni en broma iba a dejarla sola. Disparé un Electro en dirección al huargo que la perseguía; con suerte, serviría para frenarlo un poco. Confiaba en que la capitana podría sola contra el orco, de modo que me centraría en alcanzar al lobo y matarlo. Si se daba el caso de que lo conseguía, buscaría a Heike, con un Cura listo por si lo necesitaba, y trataría de hacerle frente al jinete si ella no se había encargado ya.

De momento no usaría la bolsita. Una explosión sería fatal en esos momentos, y no quería valerme del ácido a menos que fuese absolutamente necesario.

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He dado por hecho que mataba al huargo, ya que Celeste no le va a dar la espalda sin más por muy malherido que esté(?).

En cuanto a las acciones, se centra en dejar fuera de combate al huargo que persigue a Heike:

▪ Electro (HM) [Nivel 2] [Requiere Poder Mágico: 3] Ataque básico de elemento Rayo. Pequeño relámpago lineal, con muy pocas posibilidades de paralizar al enemigo.


Y así hasta que le dé. Si corre lo suficientemente rápido y le alcanza, a hostiazo limpio hasta dejarlo, al menos, inconsciente.

Si todo esto sale bien jajajajaja sigue adelante a por Heike, la cura (con hechizo o pociones) si está herida, se enfrenta al orco con la lanza si hace falta y le pide a Heike que huyan.

▪ Cura (HM) [Nivel 5] [Requiere Poder Mágico: 7]. Cura las heridas más leves y alivia un poco la fatiga.


▪ Piro (HM) [Nivel 2] [Requiere Poder Mágico: 3] Ataque básico de elemento Fuego. Proyectil ígneo lineal, con muy pocas posibilidades de producir quemaduras en el enemigo.


^Esto es por si tiene que pelear contra el orco. Cuando menos se lo espere, zasca y piro en toda la cara al más puro estilo guarruzo.

PH totales: 9 mínimo.

Cruzo los dedos ;w;
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Re: Ronda 8

Notapor H.S Sora » Dom Feb 28, 2016 5:47 pm

La sensación de haberme vuelto invisible era extraña, sobretodo teniendo en cuenta que podía ver al resto de mis acompañantes. Incluso por un momento dudé que el hada me hubiese hecho caso, pero su rostro parecía haberse contraído aún más tras mover la varita que portaba. ¿Y si se había quedado sin magia?

Permanecí inmóvil al percatarme de que ya habían llegado. Podía contar que había ocho de aquellas horrendas criaturas (tampoco es que su olor pasase desapercibido en aquellas mazmorras). Eran liderados por un niño de ojos rojos que con mucha calma mandó a varios de aquellos monstruos a investigar. A primera vista, al mirar al chico me había parecido ver a Tristan, aunque no hubiesen demasiadas coincidencias entre ellos dos... ¿dónde se habría metido, por cierto?

Mis pensamientos se quedaron allí clavados al ver como el orco que se encontraba al frente de todo aquello nos miraba. Era el fin. O eso pensaba. Se dio la vuelta junto con el resto de sus compañeros y se fueron por el mismo camino que habían tomado el resto de nuestro grupo. Casi caí al suelo de rodillas al ver que aquello había funcionado. Primavera lo hizo de forma literal, desmayándose de golpe, debí de haber supuesto que arreglar a Tuk, hacernos invisibles y toda la magia anterior la habían dejado a un fino borde de sus fuerzas.

Suspiré, mirando por donde se había ido aquel pequeño ejército. ¿Cómo iba a avisar a Nanashi?

¡Vámonos, rápido! ¡Antes de que regresen!

¿Qué? —El hombre de las mazmorras nos agarró por un brazo a la inconsciente Primavera y a mí—. Espera, mis compañeros siguen ahí...

Empezaron a desatarse una serie de explosiones, destacando una serie de gritos que no podía identificar y que no hacían más que alarmarme. ¿Estarían peleando Nanashi y Mateus? ¿Les habrían descubierto? Dudaba que la Maestra y el Emperador no pudieran encargarse de un grupo como aquel que había visto yo, aunque si Mateus había sido el que había llamado a esos “refuerzos”…

¡Van a hacer que venga todavía más gente!

Volví mi mirada hacia el prisionero, el cual había empezado a dirigirse en la misma dirección por la que habíamos venido.

>>¡Están acabados, larguémonos, chico!

Aquello no me gustaba un pelo. Una vez más, empezaron a escucharse pasos.

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La Maestra Nanashi apareció, pero no venía sola. Ni por voluntad propia, supuse al verla herida y flotando junto al grupo de orcos y goblins que se la llevaron escaleras arriba. Ni rastro del maldito del Emperador o del traidor de Nikolai. ¿Por qué habían dejado a Nanashi sola? ¿Qué cojones había pasado ahí abajo?

Me llevé una mano al mentón tras ver cómo se iban. La situación era desesperante. No sabía en quién podía confiar y en quién no en aquel momento. Dudaba incluso de que aquellos dos no hubiesen vendido a la Dama de Hierro por un motivo desconocido para mí… todo iba de mal en peor.

Larguémonos hijo, rápido. No sabes lo que nos hará ese monstruo si nos encuentra. Si tengo que morir, que sea fuera de este maldito lugar.

Me frené en seco, sin saber que hacer o decirle al ex prisionero. Quizás tuviese razón, pero no había nadie esperándonos fuera. Los caballos habían sido transportados por Garuda, y dudaba que pudiésemos pedir ayuda, Nanashi ya lo había dejado bien claro: estábamos a mucha distancia como para que alguien llegase a tiempo. Aunque si nos íbamos, bien cierto sería que nosotros nos salvaríamos. Si me llevaba a Tuk y Primavera en mi Glider en lugar de quedarnos en el desconocido territorio enemigo quizás…

Negué con la cabeza. No dejaría a la Maestra a merced de aquellos monstruos, no. Ella nunca me hubiese abandonado; yo no lo haría tampoco.

Agarré del brazo a Tuk, con fuerza.

No nos vamos a ningún lado. Escúchame, por favor.

Le miré con decisión, no había tiempo que perder si quería tener alguna posibilidad de hacer algo. Le hablé en susurros con tal de no llamar demasiado la atención:

Te hemos rescatado, sí, pero nosotros vinimos aquí para debilitar a Maléfica antes de que lo conquiste todo… Tú puedes ayudarnos. Estoy seguro que sabrás mucho sobre este Castillo, podrías guiarnos, quizás conocer algún punto débil de Maléfica... ¿No quieres salvar los reinos que quedan? Además si nos vamos sin mi Maestra no aguantaremos nada, ahí fuera se va a librar una guerra que necesitamos ganar.

>>La persona que te encerró está merodeando por aquí, y solo ella podría hacerle frente en un combate de verdad. ¿No quieres vengarte de él? ¿Ni de Maléfica por haberte tenido aquí encerrado como a un animal? Esta es tu oportunidad Tuk. Ayúdanos, por favor.

>>>Yo tengo a gente importante para mí luchando ahí fuera, no dejaré que sus esfuerzos sean en vano. Ahora eres libre para escoger, pero piénsalo bien: este hada y yo nos hemos arriesgado para salvarte. Tú decides si salvarnos ahora o no.

Según su respuesta, esperaría que me ayudase a trazar un plan para rescatar a Nanashi, de lo contrario le dejaría marcharse pero le pediría que me diese a Primavera. Esperaría en ese caso dentro de una celda a que la mujer despertase, para contarle la actual situación y trazar juntos un plan.

No se saldrían con la suya, aquel Castillo ardería hasta el último de sus mugrosos cimientos.

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Edit: Por un fallito del que me he dado cuenta xD
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Muchas grácias por el avatar Mepi ^^
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Sally » Dom Feb 28, 2016 8:29 pm

Quizás fue gracias a que Mateus no se esperaba que Aleyn dejara a Fauna indefensa bajo su bota, que no pareciera importarle —aunque eso fuera mentira— el probablemente trágico destino del hada. Quizás gracias a que el Emperador aguardarse un ataque y no una retirada.

Fuera por lo que fuese, Aleyn consiguió subir a Aurora consigo al glider y prepararse para partir. Era probable que tuviera que variar el rumbo en algún momento, porque la prisión de Odín no era un punto de referencia que conociese lo bastante como para calcular la mejor ruta. En todo caso, eso no importaba ahora tanto como escapar de allí antes de que Mateus les lanzara alguna clase de conjuro y se quedaran como al principio, solo que con un enemigo de peor humor que sabía sus intenciones.

Al elevarse, aún sintiendo una profunda desazón en el pecho, puesto que estaba seguro de que aquella evasión le dejaría las manos manchadas de sangre, se permitió un leve suspiro de alivio. Lo estaba consiguiendo, estaba manteniendo a Aurora a salvo, como le había prometido a Felipe, a Abel, a sí mismo…

La Fortuna pareció ofenderse ante aquella breve muestra de satisfacción y decidió que había cantado victoria demasiado pronto. Estaba haciendo girar el glider para dirigirlo en la dirección contraria desde la que se había acercado Mateus cuando algo —¿Un proyectil? ¿Un hechizo? ¿Un cuervo?— chocó contra ellos.

Aleyn no lo vio venir, y ni siquiera su instinto le había avisado de ningún peligro aparte del que pretendía dejar atrás, lo que no hizo que el golpe tuviera unas consecuencias menos graves.

Apretando la mandíbula para evitar morderse la lengua por error, Aleyn trató de recuperar el control del glider sin éxito, e igual resultado habría tenido el intentar que Aurora permaneciera en el vehículo. El bosque se tragó a la muchacha y a la cápsula de viaje en la que iba Ygraine. El glider se desvaneció en el aire cuando Aleyn finalmente también se cayó de él. Ni siquiera pudo sentir el pinchazo de la desesperación como en circunstancias normales, puesto que el pinchazo de algo físico reclamaba toda la atención de su mente alarmada.

Aquello que los había derribado del cielo seguía allí, atacando. Así que no se trataba de un proyectil ni un conjuro, sino que el enemigo —un enemigo que parecía de pequeño tamaño pero no por ello dejaba de ser feroz— estaba allí, encima de él. Resultaba evidente, aunque Aleyn, por culpa del golpe, que lo había dejado algo confuso y mareado, tardó en comprender que lo que aquella criatura buscaba no era atacar a Aurora o simplemente impedir que huyeran y se hicieran con el Escudo.

Buscaba la Espada.

Se oían ruidos de batalla procedentes del claro; Mateus estaría sin duda tratando de arrebatarle la espada a Odín de forma más directa, o quizás sólo se limitaba a defenderse del ataque del caballero, que ya no tenía que preocuparse por la seguridad de Aurora. Sin embargo, no era buena idea continuar tan cerca del combate. Debía volver a invocar el glider y escapar con la princesa.

No sin antes deshacerse de aquel enemigo que había salido de la nada y había truncado sus planes anteriores. Intentaba quitárselo de encima cuando la onda expansiva de una explosión originada en la pelea de la que quería huir les arrojó, a él y a la criatura invisible, contra los árboles.

El golpe le arrancó el oxígeno de los pulmones, y solo la adrenalina del combate hizo que pudiera levantarse sin esperar a recuperarse del todo. ¿Por qué ocurría aquello, maldita sea? ¿Por qué siempre tenía que surgir algún imprevisto, una nueva piedra en el camino?

Silbó para llamar a Ygraine, a quien no veía, aunque no sabía si era debido a la oscuridad de la noche que aún no se había acabado, a la vegetación del bosque o a que la onda había enviado al zorro demasiado lejos. Su mirada sí que había localizado a Aurora, a la que la caída desde el glider había tratado peor que él, puesto que había perdido el conocimiento y su aspecto distaba mucho de ser tranquilizador.


Veo que los siervos de Maléfica carecen siquiera el honor de atacar a rostro descubierto. —La voz ni siquiera le salía firme a causa del vapuleo que había sufrido en apenas unos minutos, y no sabía muy bien hacia dónde dirigir sus palabras—. ¡Mostraos, cobarde!

Si su enemigo tenía dos dedos de frente, seguiría aprovechando la invisibilidad para sacarle el máximo partido al asalto. Aleyn había dicho aquello más por la esperanza de que lograse apelar a su orgullo y decidiera enfrentarse a él sin esconderse bajo un hechizo. Por un momento creyó que podría tratarse de Ahren, pero lo descartó al recordar la actitud del niño.

Lanzó un Cura sobre Aurora. Sabía que debería emplear toda su magia para intentar derrotar a la criatura, pero poco podría hacer mientras no consiguiera verla, y el aspecto de la muchacha no era el mejor; no podía esperar que se recuperara por sí misma. En el peor de los casos, si caía derrotado, si ella recobraba la conciencia, podría al menos alejarse del claro lo más posible.

«¿Y adónde iría?» se preguntó con amargura Aleyn, mientras invocaba al mismo tiempo su Llave Espada y la armadura, lamentando no haber estado protegido con ella antes. El bosque no era un lugar seguro. Ningún rincón de aquel mundo era un lugar seguro para ella, y menos si no contaba con protección de alguna clase.

Aguzó el oído al máximo, intentando serenar su respiración para poder escuchar la del otro y ser capaz de adelantarse a sus movimientos. Ygraine, que había caído algo más lejos que Aurora y él, se acercaba hacia ellos a toda velocidad, gruñéndole al enemigo. Su oído y su olfato eran mejores que los de Aleyn, por lo que podría localizar a la criatura con más facilidad.

Ygraine intentaría abalanzarse contra el enemigo, tratando de aferrarse a él con sus garras y sus mandíbulas para no solo atacarlo sino ralentizarlo de alguna manera, tal y como haría con una presa. Aleyn aprovecharía cualquier indicio de la presencia de su rival, fuera la respiración, Ygraine, o el contacto físico, para lanzar un Zarza contra él.

Funcionaran o no cualquiera de sus dos estrategias, Aleyn tendría la Llave Espada lista para tratar de defenderse de cualquier posible ataque físico. Aunque nada podría hacer si lo que empleaba el enemigo era un hechizo…

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▪ Cura (HM) [Nivel 5] [Requiere Poder Mágico: 7]. Cura las heridas más leves y alivia un poco la fatiga.
▪ Zarza (HM) [Nivel 3] [Requiere Poder Mágico: 4] Ataque básico de elemento Natura. Grupo de plantas espinosas que brotan del suelo y golpean a un contrincante cercano, con pocas probabilidades de causar envenenamiento.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Astro » Dom Feb 28, 2016 9:05 pm

El impacto fue más fuerte de lo que pudo prever, y tanto él como el aprendiz de Tierra de Partida cayeron al suelo con brusquedad. Ambos gliders desaparecieron, y la princesa —que iba en el vehículo del otro aprendiz— quedó inconsciente por la caída.

«Vamos, reacciona, rápido, ¡rápido!»

Le pitaban los oídos, y cuando quiso reaccionar para abalanzarse de nuevo contra su objetivo, una fuerte onda lanzó a ambos contra los árboles. El otro diablo y el caballero gigante —Odín, en teoría—, se habían enzarzado en una brutal pelea a la que era mejor no acercarse. Ban lo tuvo incluso más claro: necesitaba hacerse con la espada como fuera y salir de allí lo más rápido que pudiese.
Haría lo que hiciera falta para conseguirla. Esta vez, no podía permitirse el lujo de fallar como tantas veces en su pasado. Hoy, no.

Se levantó apretando mucho los dientes, esforzándose por no soltar ninguna maldición para no darle pistas y arruinar su invisibilidad (a la que no debía quedarle mucho tiempo). Salió corriendo lo más deprisa que pudo, directo hacia el aprendiz de Tierra de Partida. En el caso de que intentara huir con su glider, él invocaría el suyo y le perseguiría de ese modo a toda velocidad. En cuanto lo alcanzara, procuraría fintarle para ponerse a su espalda —así de paso esquivando cualquier ataque que pudiera lanzarle cuando oyera que se acercaba— y le dispararía una Flama tenebrosa a bocajarro en la cabeza desde detrás. Su intención era que cayera al suelo, inconsciente a poder ser, y entonces quitarle la espada. Si no caía al suelo, no duraría en arrearle puñetazos y patadas a la cabeza con toda la fuerza y rapidez que pudiera hasta tumbarle.
En el caso de que no soltara la espada por nada del mundo, tendría que recurrir a algo más radical: invocar su daga y clavársela con fuerza en la mano con la que la sujetaba: aunque solo fuera por el puro dolor tendría que dejar de agarrala y entonces sería suya. Cuando consiguiera hacerse con la Espada de la Verdad, lo que haría a continuación estaba claro: glider, salir de allí a toda leche, y directo a la Montaña Prohibida para entregarla.

No podía fallar.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Drazham » Lun Feb 29, 2016 1:45 am

Nikolai estaba que no cabía en sí de gozo que soltó una risa aguda y entrecortada. Oh, sí, la tenía ¡La tenía! Tirar de la tela y ver como un simple huso de hierro y un poco de ingenio dejaban en evidencia a la magia de esa bruja le provocó una sensación de triunfo que le supo a gloria. Con las piernas temblequeándole del gozo, avanzó hasta su premio. Más la alegría no le duró mucho en cuanto le puso la mano encima…

Fue agarrar la corona y notar como el cuerpo entero le fallaba y, antes de que se viniera abajo, un blanco cegador lo abrumaba, arrancándole la conciencia de su mente y llevándosela lejos, muy lejos.

***


¡…atarte!

Fue el peor despertar que tuvo en mucho tiempo. Recuperó la conciencia bruscamente entre jadeos de dolor y retorciéndose en el suelo. Volver a ver la fría piedra y los telares chamuscados no ayudó mucho, sobre todo con el terrible dolor de cabeza y garganta (¿había estado gritando?) que padecía. Dios, era como si le hubiesen machacado con un hierro al rojo vivo.

Y no era lo único que quemaba; encontró la Corona, aferrada en su puño, y caliente como si la hubiesen puesto al fuego. Pero eso fue lo de menos. La miró con una expresión turbada, preguntándose qué demonios había ocurrido, que había sido… eso.

No se lo pudo plantear durante mucho tiempo cuando un fogonazo de luz le sorprendió desde arriba y le arrancó un grito que quedó en nada por el dolor de garganta. Arrodillado y aun destemplado, alzó la vista para encontrarse nada menos que con Nanashi encima de la verja, con Llave Espada en mano y sorteando proyectiles negros que le llovían a diestro y siniestro.

Poco a poco fue recobrando la lucidez y atando cabos, lo que le llevó a la peor conclusión de todas: la dichosa tregua había llegado a su fin. Nanashi y Mateus estaban en medio de una pelea con el único fin de matarse entre ellos. Y él, dentro de una pocilga y medio desorientado.

Definitivamente, había elegido un mal momento para dormirse.

Antes de que pensase siquiera en levantarse, se pegó otro susto que lo clavó en el suelo a causa de una violenta corriente de aire que mandó volando a la Maestra.

¡Tú eres...!

Torció el gesto de la boca. Esa voz no era la de Mateus, pero sí una conocida que no lograba asimilar con ninguna cara, de hace mucho tiempo. ¿Quién…?

Oh, mi sustituto. —«¿Qué?», Palamecia se apartó del rango de visión que ofrecía la boca del pozo, poniendo aún más de los nervios a Nikolai al torcer el cuello y no tenerle a la vista—. Y traes compañía, qué encantador por tu parte.

La garganta se le secó nada más oír la palabra “compañía”; la guardia de Maléfica. Fantástico, ahora sí que estaban de mierda hasta el cuello.

¡Qué estás haciendo aquí!

Buscaba algo pero ya lo hemos encontrado. No tengo más motivos para permanecer aquí. ¿Vas a luchar conmigo o serás listo y te apartarás? Puedes entregar a esa mujer, un hada y sus dos alumnos a Maléfica. ¿Prefieres eso o morir?

«Hijo de puta…», se revolvió en el sitio de lo que le hirvió la sangre y lanzó una mirada asesina al techo, en donde supuso que debía estar esa condenada rata. Lo sabía. Daba igual por mucha tregua que hiciesen, les iba a utilizar tarde o temprano como moneda de cambio para asegurarse una vía de escape.

Un eterno silencio se hizo hasta que Mateus volvió a abrir la boca.

Buena elección.

«No, no, no…»

¡Maldito sea…! ¡Cogedla!

«¡No!»

Atisbó por el rabillo del ojo que algo se arrastraba por los barrotes del pozo. Nanashi, en un estado más que lamentable, hacía todo lo humanamente posible por levantarse, y en cuanto sus miradas se cruzaron, a Nikolai se le encogió el corazón, quedándose petrificado sin hacer el menor movimiento.

Pero lo que hizo la mujer a continuación le dejó aún más pálido de lo que le hizo la Corona: desinvocó la Llave Espada y alzó las manos en señal de rendición.

«¡Para! ¡No lo hagas!», quiso gritar, pero al intentar forzar de nuevo su garganta no pudo hacer más que toser.

La nueva ráfaga de viento que la golpeó a traición le hizo estremecerse aún más, alzándola en el aire y revelándole con horror muchas más heridas ensangrentadas que esa sabandija de Palamecia le debió hacer en la pelea.

Y se fue, al igual que el resto de presentes por el silencio sepulcral que siguió a continuación. Nikolai, con la expresión descompuesta en pura desolación, se quedó con la mirada tendida en el aire y conteniendo la respiración. Sufrió un vahído y su espalda chocó contra una pared, llevándose la mano a la cabeza y clavándose las uñas.

Se había entregado para salvarle. A él, después de haber sido un estorbo hasta el último momento de aquel condenado día y haciendo que ella pagase las consecuencias de haber traído a un equipo que no sabía ni organizarse para sortear a unos pocos goblins apostados de guardia.

Y allí estaba, tirado en una celda y con un puñetero trozo de metal que no había hecho más que meterle en la cabeza imágenes de reinas guerreras y dragones a las que no le encontraba sentido. Se levantó, impulsado por la rabia, e hizo ademán de arrojar la Corona y estamparla contra el muro de piedra para hacerla añicos. Tenía el brazo ya listo, pero en el último momento resolló y desistió, bajándolo.

Y, ahora, ¿qué hacía?

«Tengo que salir de aquí.»

Así es. Fuera como fuese, primero tenía que salir del pozo antes de hacer nada. Se acercó a la pared para posar las manos y buscó todos los huecos posibles de los que poder agarrarse para escalar. Sin embargo, las palmas se le quedaron pegadas en la piedra cuando un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de un detalle que bien podía costarle la vida.

«Palamecia.»

Tragó saliva y elevó la vista. No se escuchaba a nadie, pero… ¿De verdad no había nadie más allí? Nada le aseguraba que ese malnacido no estuviese allí arriba, esperando a que fuese tan incauto como para subir con la Corona y servírsela en bandeja de plata, para luego matarle segundos más tarde.

Golpeó la pared y le dio la espalda. Nanashi le había brindado la oportunidad de escapar, y si la desperdiciaba de esa manera… ¡Mierda! ¿Qué otra opción le quedaba? O subía por donde vino o se inventaba otra salida de ese maldito…

No, espera… Nikolai miró la Corona, que se había colocado en el antebrazo para tener libres las manos, y luego se fijó en donde se hallaba el círculo mágico que la protegía. Seguía mosqueándole que Maléfica tuviese un objeto tan importante para ella en un lugar tan complicado de acceder. ¿Y si la necesitaba por algún motivo y tenía que llegar hasta ella?

Oh, pero entonces se acordó. La encontraron porque Mateus les reveló un pasadizo oculto entre las paredes.

Miró en derredor y arrugó el entrecejo. No hicieron falta ni cinco segundos para que el miedo a toparse con ese cretino le instase a ponerse a buscar por las paredes y el suelo, apartando las telas pasando la mano por todas partes. Mentiría como un condenado si dijese que no estaba desesperado por dar de chiripa con cualquier otra alternativa. Las cosas como eran.

Claro que también podía estar perdiendo el tiempo y darse en los dientes con la cruda realidad de no haber más que una salida. Si era el caso, haría de tripas corazón y se dispondría a escalar el pozo y, en cualquier momento que el efecto de la barrera se debilitase, materializar su látigo y engancharse en los barrotes para agilizar su ascenso.

No obstante, si él subía, no sería tan insensato de llevarse consigo la Corona. La dejaría en el fondo del pozo para que Mateus no pudiese ponerle la mano encima. No le daría el gusto a ese cabrón de llevarse lo que estaba buscando.

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Explicación de la jugada:

Lo primero de todo: Nikolai tratará de buscar por la celda cualquier indicio o marca de un posible pasaje/trampilla/loquesea por el que escabullirse. Si da la casualidad de que ha encontrado algo ¡AJAJAJAJAJA!, se llevará consigo la Corona.

Si no le queda otra que subir, escalará por la pared y usará el látigo en cuanto note que la barrera anti-magia ya no le hace tanto efecto para engancharse y elevarse con la bonificación del arma. Si se da este caso, dejará la Corona en el pozo.
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[VK] Ronda #8 - Espinas Negras

Notapor Soul Artist » Lun Feb 29, 2016 3:07 pm

¡Mierda! ¡No, esperad, no empecéis a mover las torres!

Me había pasado con mi estrategia, era completa culpa mía. No había logrado armas idóneas para incendiar las torres, aunque al menos ahora tenía un arco y tres flechas que quizás me fueran útiles en un futuro inmediato. Sea como fuere, la había cagado: las torres ya iban camino a las murallas y en poco tiempo alcanzarían su objetivo. Con tan poco tiempo era imposible que destruyese los tres, pero al menos podía intentar una y luego ir encargándome de las otras... Aunque fuese ya tarde.

No estaba pensando muy claro con tan poco tiempo. Me acerqué a un grupo de goblins y, tras aclararme la garganta, pregunté en voz alta poniendo voz masculina y embobada.

Qué ganas de entrar y matar gente, je, je. Tronco, ¿dónde están los explosivos? El jefe dice que los tengamos listos.

Por dios, recé para mi interior que colara y lograra saber algo de los explosivos. Si me revelaban su ubicación, me lanzaría corriendo hacia donde estuvieran y me haría con lo que mi mochila pudiese soportar; colgaría a mi espalda el arco y las flechas y me dirigiría a máxima velocidad hacia el torreón más cercano. Intentaría abrirme paso entre los orcos que lo movían o, si podía, saltaría sobre uno de ellos para impulsarme y agarrarme adonde pudiera del torreón.

Mi objetivo era sencillo: las ruedas. Bien agarrada al torreón colocaría y explotaría las cuatro ruedas que lo transportaban para detener de inmediato su avance. Lo haría, eso sí, cuando calculase que podía lograr mi objetivo de escape, que era una distancia mínima para alcanzar las murallas con uno de los vuelos ligeros que me había enseñado Nithael. A destruir ruedas se ha dicho.

Si lo lograba, comenzaría la escalada hasta lo más alto del torreón. Si había escaleras o algo semejante para subir hasta la cima las usaría, sin lugar a dudas, pero si no me las apañaría escalándola de mala manera, lo más sigilosamente posible. Quizá no tenía ningún conocimiento mágico, y mi puntería era desastrosa, pero al menos se me había otorgado el don de manejarme bien en la agilidad y la escalada.

Quería evitar luchar con los goblins que se encontraban en lo alto si era necesario, pero de no tener opción intentaría noquear a mis enemigos para abrirme paso hasta el borde de la torre. Esprintaría hacia allí y desplegaría las alas para planear hasta las murallas del castillo.

No había podido detener los otros dos torreones, y era absoluta culpa mía. Esperaba que al menos pudiese haberme encargado de ese y, entonces, centraría mi objetivo en tirar abajo (como pudiese) el siguiente, aunque parte del ejército de Melkor ya habría logrado entrar... Y mi invisibilidad estaría a punto de llegar a su fin.
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Ronda 9

Notapor Suzume Mizuno » Jue Mar 03, 2016 1:30 am

Aleyn y Tristan


¡Mostraos, cobarde!

Tristan se puso a espaldas de Aleyn y le disparó Flama tenebrosa contra la nuca. La Llave Espada del aprendiz de Tierra de Partida no sirvió para nada. Seguramente cogió al chico desprevenido que el joven no se desmayara, ya que su resistencia era bastante alta. De modo que arremetió a darle puñetazos —patadas era algo difícil teniendo en cuenta la altura de Tristan… Y que Aleyn medía 1’80— contra su cráneo.

Con todo, como Tristan era bastante fuerte, Aleyn cayó de rodillas.

En ese momento, Ygraine saltó sobre Tristan y le encontró una pierna. Haber descubierto su posición con el hechizo había sido mala idea y, ahora, para colmo, el hechizo de invisibilidad desapareció.

En el tiempo que ocupó Tristan de librarse del zorro, Aleyn curó a Aurora e intentó atrapar a su enemigo, sin éxito, aunque Tristan se quedó con las pantorrillas desgarradas entre Ygraine y las malditas zarzas y cojearía bastante, desplazándose con movimientos lentos, a menos que se curara.

Entonces pudo dedicarse de nuevo a Aleyn, tumbándolo. Este probablemente no soltara la espada, así que tuvo que clavarle la daga en la mano. Solo entonces, y después del aullido que sin duda soltaría el joven, se la arrancó de las manos.

Fue el gran error de Tristan.

El chico había visto su aura nívea, chispeante y muy reducida. En el momento en que entró en contacto con su mano, la oscuridad en el interior de Tristan latió a modo de advertencia.

Y la luz estalló como un trueno. Para Aleyn no pasaría nada, excepto que la hoja se iluminó con una tonalidad blanca. Para Tristan, en cambio, fue igual que mirar al sol y meter la mano dentro. Tuvo que soltar la espada, cegado y con la mano que la había levantado prácticamente calcinada. El brazo entero le palpitaba y las quemaduras ascendían casi hasta el hombro. Los dedos ni siquiera le reaccionaban.

No podría ver nada durante unos instantes excepto las auras. Y fue entonces cuando notó que una se acercaba. Una blanca, que apenas sí se distinguía en medio del infierno de claridad, y otra pequeña y oscura, que se removía en el corazón de un cuerpo.

Con un grito, Aurora recogió la espada del suelo y la movió sin pensar: su único objetivo era salvar a su amigo. Le hizo un profundo tajo a Tristan en el muslo derecho. Ya no podría moverse sin cojear.

¡Traidor!—gritó la princesa, con los ojos anegados en lágrimas.

Aleyn podría ver que tenía las manos ligeramente quemadas. La espada comenzaba a rechazarla pero Aurora se negaba a soltarla. Llorando, cayó de rodillas al lado de Aleyn y se quedó sin saber qué hacer. Luego se puso de pie y farfulló con esfuerzos:

L-los caballos. I-iré a por los caballos.

Aurora, con todo, no tuvo la oportunidad. Hubo una nueva explosión y los tres, además de Ygraine, salieron disparados una vez más por los aires, internándose más entre los árboles.

¡Marchaos, Abel!—gritaba Odín—. ¡Proteged a la princesa! ¡Puedo con él! ¡Esta lagartija no está acostumbrada a luchar!

Abel, a Tristan le tenía que sonar aquel nombre. El gigante capitán que había visto en el castillo de Huberto. Malas noticias para él.

Y las cosas no cejaron de empeorar. En el campo de batalla hubo un silencio y, mientras el polvo caía, el Emperador dijo:

Ya que te veo tan animado, permíteme que equilibre un poco más la balanza para que este combate esté a tu altura.


Acto seguido, se abrió un Portal de oscuridad y de sus entrañas surgió alguien a quien Tristan conocía muy bien y cuya oscura presencia le ayudó a despejarse la vista:

El otro Emperador.

No nos andemos con rodeos, acabemos con esto cuanto antes. Ha sido una visita menos fructífera de lo que esperaba; nuestra Maestra guarda bien lo que de verdad le interesa.

Ambos Emperadores, hombro con hombro, extendieron sus respectivas varas hacia Odín, que empujó su espada y se preparó para contraatacar. Allí se iba a desatar el infierno. Abel debió interpretarlo así porque salió disparado, herido y cansado pero mucho más fuerte todavía que Tristan y Aleyn juntos, hacia el bosque. En su dirección.

Entre tanto, la princesa se había incorporado y huía hacia el interior del bosque y se llevaba la espada consigo. Miró a Tristan cuando ya estaba lo suficiente lejos gritó:

¡Nanashi no te lo perdonará nunca!

Y siguió corriendo. No era muy rápida, pero Tristan estaba herido y renquearía bastante si intentaba perseguirla. Por otra parte, Aleyn empezaría a espabilarse y, a pesar del intenso dolor de cabeza, podía intentar detener a Tristan o negociar con él o llamar a Abel para que le echara una mano.

Estaba claro que la situación le quedaba muy grande a Tristan. Se había precipitado, había pensado que sería demasiado fácil y no se había detenido a planear con cuidado nada. El pánico había podido con él.

Y, sin embargo, si no seguía adelante, ¿qué es lo que le haría Maléfica?


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Si vais a entrar en otro pvp, ya sabéis: me tenéis que pasar por privado el post y yo os daré permiso para colgarlo después.

Por otra parte: podéis usar los glider pero no os servirán para moveros dentro del bosque, que es donde están Aurora y la espada y, por otra parte, llamarán la atención de los dos Emperadores.

Las opciones son muchas y variadas: podéis ir tras Aurora, podéis negociar, podéis pelearos, podéis intentar ayudar a Odín. Tristan se puede marchar o puede insistir, Aleyn puede hacerle daño o pasar de él. Eso sí: cuando Abel se acerque, aunque no matará a Tristan, sabrá sumar 2 + 2. Aunque Tristan tire la daga o lo que sea, los mordiscos, la sangre y demases dejarán muy claro quién ha atacado a quién, en especial por la mano calcinada. Lo que hagas ya depende de ti y de lo que Aleyn diga en voz alta.

Por cierto, aviso a Astro: la mano de Tristan se quedará calcinada porque es una herida mágica, que sólo se puede curar con magia de hada o de una criatura de la zona o a un sanador de alto rango como Nithael. Las pociones no servirán para nada, así que durante el resto de la trama —y la siguiente—, Tristan seguirá con la mano igual a menos que acuda a uno de los personajes mencionados.

En caso de que no lo consiga, le curarán en el espacio de una trama a otra en Bastión Hueco.

Sé que es una situación compleja, así que si queréis comentarla por privado conmigo, estoy para vosotros.


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Tristan
VIT: 12/30
PH: 18/22

Aleyn
VIT : 19/32
PH : 3/11




****
Saito


No nos vamos a ningún lado. Escúchame, por favor.

Tuk se quedó mirándolo como si le faltara un tornillo, momento que aprovechó Saito para explicarle la situación entre susurros.

Te hemos rescatado, sí, pero nosotros vinimos aquí para debilitar a Maléfica antes de que lo conquiste todo… Tú puedes ayudarnos. Estoy seguro que sabrás mucho sobre este Castillo, podrías guiarnos, quizás conocer algún punto débil de Maléfica... ¿No quieres salvar los reinos que quedan? Además si nos vamos sin mi Maestra no aguantaremos nada, ahí fuera se va a librar una guerra que necesitamos ganar.

La expresión de Tuk se iba endureciendo más y más a medida que el joven hablaba.

La persona que te encerró está merodeando por aquí, y solo ella podría hacerle frente en un combate de verdad. ¿No quieres vengarte de él? ¿Ni de Maléfica por haberte tenido aquí encerrado como a un animal? Esta es tu oportunidad Tuk. Ayúdanos, por favor.

Ni hablar. Estás loco, hijo.

Yo tengo a gente importante para mí luchando ahí fuera, no dejaré que sus esfuerzos sean en vano. Ahora eres libre para escoger, pero piénsalo bien: este hada y yo nos hemos arriesgado para salvarte. Tú decides si salvarnos ahora o no.

¡Ni hablar! ¡Estás chalado! ¿Te das cuenta en qué jodido castillo estás, mocoso? ¡Tienes a un hada inconsciente y tú eres un mocoso invisible! ¡Bien! ¡Vete a luchar contra Maléfica si quieres! ¡Antes de morir quiero ver el cielo una vez más y ser capaz de respirar aire puro, maldita sea!

Tuk parecía dispuesto a seguir y a seguir —siempre en susurros— pero, entonces, los interrumpió un sonido:

*
Nikolai


Nikolai subió y dejó atrás la Corona, ya que, por mucho que buscó, no encontró forma alguna de escapar de aquel lugar que no fuera por el hueco entre los hierros. Era una prisión perfecta.

La subida le terminó por destrozar el brazo y varias veces creuó que iba a desmayarse. Cuando llegó arriba, ya no podía sentir los dedos.

Ni rastro de Mateus —al menos, si no estaba equivocado, de momento— ni de orcos o goblins preparados para capturarlo.

Vía libre.


****
Nikolai y Saito


¿Uno de tus amigos?

Nikolai, todavía herido y al borde del desmayo —convenía curarse cuanto antes— apareció por la puerta que llevaba al pozo. Los dos antiguos compañeros tendrían tiempo para reunirse y contarse lo que había sucedido. Tuk permanecería en su sitio, más y más nervioso, hasta que al final dijo:

Contadme qué está sucediendo fuera de este puñetero castillo y decidme quiénes sois vosotros y por qué creíais que podíais hacer daño a Maléfica. ¿Es que queríais suicidaros? ¿Qué es lo que buscáis?—Si alguno de los dos no se mostraba dispuesto a responder, Tuk haría un gesto desdeñoso y diría—: He vivido aquí casi toda mi vida y si queréis un mapa del Castillo, más os vale hacerme caso. No pienso acompañaros, no quiero morir pero necesito saber qué ha pasado durante… ¿Cuánto tiempo llevo aquí…?—Calló un momento y dijo—: Y más os vale hacerlo rápido. Si Maléfica se entera de que me habéis ayudado os matará. Estoy seguro de que nunca se ha olvidado por completo de mí.

»Luego os contaré lo que queráis saber y si ni entonces entráis en razón, pues allá os queméis en el Infierno, pero yo voy a salir de aquí.


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Atención navegantes: tenéis una sola oportunidad para obtener información vital, literalmente, ya no sólo para alcanzar a Nanashi —o no— sino para el resto de las dos tramas y próximas entregas.

Aprovechad el tiempo, haced preguntas, recopilad información y ni se os ocurra pensar que es una ronda de relleno.



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Nikolai
VIT: 13/30
PH: 8/28

Saito
VIT: 70/70
PH: 32/32




****
Celeste



Celeste actuó rápido y no tuvo demasiados problemas para acabar con el animal, aunque le lanzó una dentellada que por poco le rebanó la nariz.

El otro resultó más complicado: el Electro acertó al huargo, que desvió su atención hacia ella al mismo tiempo que el orco se arrojaba sobre Heike.

El problema fue que Celeste no tenía una táctica planeada. Sólo usar su arma a distancia y dar hostia limpia. Eso podría haberle servido con el otro pero con este había una diferencia básica: en esta ocasión, ella era la presa y no iba a coger a nadie por sorpresa.

El animal se abalanzó sobre ella y, aunque el arma se le hincó en el pecho, derribó sin problemas a Celeste y hundió las fauces en uno de sus hombros. Los colmillos se hundieron en su carne y le desgarraron la piel mientras la bestia la sacudía como un muñeco y la atacaba con las garras. Por suerte, Celeste no se quedó quieta y lo acuchilló una y otra vez hasta que el animal se desplomó a un lado, puede que muerto o inconsciente.

Celeste no se detuvo a considerarlo. Tenía trabajo que hacer. El Cura llegó en un buen momento, pues el orco había conseguido arrinconar a la exhausta capitana. Sorprendida por cómo recuperaba las fuerzas, no perdió un segundo en contraatacar y clavar su estoque en un costado del orco al mismo tiempo que Celeste disparaba un Piro. El orco rugió de rabia y se quedó cegado unos instantes. Los suficientes para que Heike cogiera impulso, cargara contra él, lo derribara y su espada se detuviera a unos milímetros de su garganta.

Jadeantes, los tres permanecieron en silencio un momento. Luego Heike masculló:

Te haría preguntas pero no merece la pena con alguien como tú. Reúnete con los de tu calaña en el infierno.

El orco le escupió a la cara.

Hazlo. Atrévete.—Le mostró los dientes ennegrecidos—. Acabarás conmigo pero toda esa gente seguirá muerta y vosotros no pudisteis hacer nada para evitarlo. Mi señora conquistará tu castillo y todos seréis esclavos si tenéis la mala suerte de no ser devorados por mis trop-

Heike le rebanó el cuello.

La capitana se desplomó de rodillas a un lado del cadáver, que se sacudía en sus últimos estertores, se limpió la cara y miró a Celeste como si la viera por primera vez. De pronto, sonrió mostrando todos los dientes. A pesar de ser una sonrisa agresiva, tuvo algo de infantil, de ilusión. De esa sensación pura y total que sientes de pequeño al conseguir algo.

Lo hicimos. ¡Lo hicimos!

Sin duda Celeste no se esperó lo que sucedió a continuación: Heike se acercó a ella y la abrazó, tan fuerte que le hizo crujir los huesos a pesar de la armadura. Y la capitana rompió a llorar. Solo unos segundos, un sollozo que debía haber contenido durante mucho, mucho tiempo. La cogió por los hombros y se separó, sin dejar de sonreír. Entonces debió caer en la cuenta de la estupefacción de Celeste, carraspeó, se apartó y dijo:

Grishnak era un segundo al mando de Melkor y uno de los aliados más antiguos de Maléfica. Lideró a los orcos cuando abandonaron las Ciénagas y se unieron al Hada Oscura. Y lo hemos matado—su tono se endureció y la mujer escupió con furia sobre el cadáver—. No hay suficientes infiernos para alguien como él.

Le asestó una patada al costado del orco y la alegría se esfumó por completo de su rostro. Se agachó y comenzó a registrarlo con habilidad. Le sacó varias armas, un par de botellas —le lanzó dos a Celeste— y sacó un papel que crujió al abrirse. Heike maldijo: con esa luz no había forma de leer. Se lo guardó dentro de la armadura y continuó escarbando y luego se levantó con un resoplido. Parecía que no iban a conseguir nada más.

Regresemos, hay que volar el puente.—Le dio una palmada en el hombro—. Bien hecho, novata. El rey sabrá lo que has hecho. Imagina la cara de Melkor cuando lo sepa…

Entonces escucharon el aullido. Heike aferró a Celeste por el brazo, la empujó hacia delante y exclamó:

¡Corre!

Salieron disparadas hacia el puente, donde ya se habían terminado de extender las barreras de polvo. Varios de los guardias que habían salido a la ciudadela ahora también corrían con todas sus fuerzas para regresar al puente.

Los huargos aullaron y salieron disparados de entre las calles. Los atraparían en cuestión de unos segundos y Heike comenzó a rugir para que hicieran caer la reja del portón. Tendrían que ir a toda velocidad hasta el portón, ponerse a salvo y, entonces harían volar el puente. Podían arriesgarse a dejar pasar un huargo o dos: los matarían. Pero si los cogían antes

Entonces un chaval que corría frente a Celeste tropezó y se dio de boca contra el suelo. El casco salió rodando y desveló un rostro jovencito: no podía ser mucho más pequeño que Celeste.

Heike ya estaba en el puente y el chico se interponía entre la aprendiza y la protección.

¿Saltaría por encima? ¿O le echaría una mano?

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Celeste recibe:

+Ultrapoción
+Omniéter



Spoiler: Mostrar
Celeste
VIT: 11/20
PH: 8/22

****
Victoria


Qué ganas de entrar y matar gente, je, je. Tronco, ¿dónde están los explosivos? El jefe dice que los tengamos listos.

Uno de los goblins cercanos se hurgó en la nariz y dijo:

En los carros de pertrechos, creo. Busca las bolsas que huelan mal.

Así que Victoria tuvo que rehacer el camino andado. Un huargo la olió y atacó pero, por suerte para ella, su dueño lo controló, extrañado porque creía que el animal debía estar persiguiendo un ratón o algo demasiado pequeño para que tuviera relevancia. Victoria salió bien pero con un año menos de vida por el susto: las fauces estuvieron a punto de arrancarle la cara.

Con todo, Victoria llegó hasta los carros y pudo husmear aquí y allá. Estaban protegidos por orcos pero el estruendo de las primeras catapultas que arrollaban las murallas era tan grande que Victoria no tuvo que moverse con cuidado. Un saco se abrió y cayó un hilillo de polvo. Uno de los orcos gritó:

¡Cuidado! ¡Esa cosa puede explotar! ¡No, idiota!—Detuvo a un orco que iba a recoger el polvo—. Cuidado con olerlo o acercártelo a los ojos: ¡te los disolverá, idiota!

Ya tenía los datos que necesitaba: lo mejor sería no acercárselo a la cara. Lo ideal sería llevarse un saquito pequeño y tener cuidado para que la gente no se fijara en cómo iba volando por ahí, aunque ya de por sí las flechas y el arco llamaban la atención a cualquiera que se fijara…

Con todo, nadie estaba por la labor de ocuparse de objetos voladores, no cuando había una muralla que destruir y carne fresca que devorar. Al menos hasta que llegó al torreón y una de las flechas se metió en el ojo de uno de los orcos que empujaba. Soltó un grito y se quedó mirando de hito en hito los objetos.

Victoria, por suerte, actuó con rapidez, principalmente porque la torre estaba cada vez más y más cerca de la muralla. Cubrió las ruedas con polvo (no necesitó mucho). Luego tuvo que buscar a su alrededor. Cerca de las catapultas había fuego para impregnar la munición y pudo usar sus flechas para disparar (aunque tuvo que acercarse mucho para no fallar), gastándolas todas.

El efecto fue inmediato: nada más entrar en contacto con el fuego, el polvo hizo reventar las ruedas y lanzó a los orcos por los aires. La torre se detuvo en seco y gimió; durante un momento pareció que fuera a caerse hacia un lado, pues Victoria tuvo que rodearla para cargarse las de la zona contraria, pero luego se estabilizó y se quedó incapaz de avanzar un centímetro más durante un par de horas.

Victoria empezó a subir por la escalera; tuvo que empujar fuera de su camino a algún que otro goblin y, cuando llegó a lo alto, se encontró con una cara porcina que la miraba con la boca desencajada por la sorpresa.

El hechizo se había roto.

Por suerte, tenía la ventaja de la sorpresa y un golpe fue suficiente para quitárselo del camino. A los otros que esperaban en la plataforma, no. Se arrojaron sobre ella y la hirieron en un brazo y una pierna. Aun así, Victoria se pudo abrir paso usando sus alas y entonces se arrojó por el borde de la torre.

Se estampó contra el borde y unas manos de soldados se apresuraron a tirarle del pelo, de la ropa y de todo lo que encontraron para ayudarla a caer en el interior de la muralla.

Un soldado se agachó a su lado y le preguntó si se encontraba bien mientras varios la jaleaban con sonrisas de oreja a oreja mientras gritaban algo de «ángeles». La ayudaron a ponerse en pie. Varios arqueros disparaban contra la torre inmóvil y los orcos que no cayeron con una flecha en el cuerpo, se precipitaron por propia voluntad al suelo antes de convertirse en pinchos morunos.

Se escuchó un estruendo cuando una catapulta lanzó su carga contra el muro. Si Victoria miraba, vería entonces que otra de las torres había alcanzado la muralla. Nithael se alzaba sobre esta, alzando los brazos y, de pronto, cargó contra los orcos. No era difícil imaginar que Nithael podría usar su magia pero se estaba conteniendo.

Quizás porque tenía miedo de hacer daño a una Victoria invisible.

¡Corred a ayudar al otro ángel, por favor!

No había muchos sitios a donde ir, a menos que prefiriera ir a asegurarse de que Celeste estaba bien.

En cualquier caso, debía darse prisa.

¡Ángel!—oiría gritar.

Pegada al interior de la muralla, Charlotte corría agitando los brazos y desgañitándose intentando que Victoria la escuchara a pesar del estruendo. Le hacía señas para que se acercara a ella pero Victoria tenía otras cosas que hacer. Como ayudar a Nithael y decirle que podía atacar con todas sus fuerzas antes de que los orcos saltaran al interior de la ciudad y la gente empezara a morir.

¿O perdería tiempo escuchándola?

Spoiler: Mostrar
Victoria
VIT: 37/40 [+1 Acc]
PH: 20/20



Fecha límite: lunes 7 de marzo
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¡Gracias por las firmas, Sally!


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Ronda #9 - Espinas Negras

Notapor Astro » Lun Mar 07, 2016 10:44 pm

La pelea contra el aprendiz de Tierra del Partida no salió del todo bien, pero pudo ser mucho peor. Ban no contó con que tuviera una mascota —un maldito zorro— y que le dañara una pierna, o que en el tiempo perdido para deshacerse del animal el otro aprendiz hechizara unas zarzas para herirle aun más las pantorrillas. Pero aun con todo, puso superar físicamente a su rival y tumbarle, y aunque tuvo que recurrir a clavarle la daga en la mano, se hizo con la espada.

La alegría de pensar que lo había conseguido y que podría llevársela a Maléfica duró exactamente un segundo. El mismo tiempo que tardó en sentir cómo le quemaba todo el brazo, pues aunque había sentido en su interior algo que le alarmaba, nunca llegó a pensar que una espada mágica podría llegar a rechazarle.

Chilló como un loco, al mismo tiempo que se dejaba caer al suelo mientras se agarraba el brazo como bien podía, lleno de dolor y hasta con lágrimas en los ojos. ¡Ni siquiera podía ver! Las auras se volvieron difusas, mientras su mente intentaba asimilar lo que estaba sucediendo. Echar un vistazo al brazo, una vez recuperada levemente la vista, no ayudó para nada. Ban sintió ganas de vomitar.

¡Traidor!

El ataque de la princesa también le pilló de sorpresa. Emitió un grito al sentir la espada clavándose en su pierna, todavía incapaz de moverse ni de reaccionar en condiciones. Su mente se debatía entre intentar soportar el dolor y la sensación de estar fracasando una vez más. ¡No podía coger la espada, tenía un brazo inútil, y las piernas en mal estado! La ansiedad y el agobio volvieron a asomarse para decir hola, aunque por suerte o por desgracia, por el momento el dolor del brazo le distraía lo suficiente como para no pensar demasiado.

Como bien pudo, se aplicó un Cura y una poción directamente en el brazo, pero para su desgracia... No sirvieron para nada.

Escuchó al a princesa decir algo, pero al poco una explosión le mandó volando hasta chocar contra el suelo unos metros atrás. Se le escapó un gemido de puro dolor, llegando a pensar lo peor. Que moriría allí, fracasando una vez más.

¡Marchaos, Abel!—gritó alguien, aunque Ban no pudo identificarle—. ¡Proteged a la princesa! ¡Puedo con él! ¡Esta lagartija no está acostumbrada a luchar!

Abel... El capitán ese enorme que vio en el castillo. Nada bueno si le encontraba y le decían lo que había intentado hacer... ¿O lo que todavía tenía que hacer? En ese momento, Ban no tenía nada claro qué hacer en esas condiciones. Empezó a incorporarse poco a poco, esforzándose con poco éxito por no soltar sollozos por el dolor. Pero entonces...

Ya que te veo tan animado, permíteme que equilibre un poco más la balanza para que este combate esté a tu altura.

La aparición de un portal de oscuridad llamó la atención del aprendiz, que al principió estaba más concentrado por levantarse que en otra cosa. Pero cuando vio quién salió de entre las sombras, se cayó literalmente al suelo de nuevo.

El Diablo. El auténtico.

No nos andemos con rodeos, acabemos con esto cuanto antes. Ha sido una visita menos fructífera de lo que esperaba; nuestra Maestra guarda bien lo que de verdad le interesa.

Ban se llevó su mano buena al pecho, esforzándose por respirar bien. No, no, no, él no. Ya había sido suficientemente duro hacerlo cuando el alcalde estaba presente, pero ahora que él estaba allí, el mundo se le vino encima. ¿Qué podía hacer? Si no le mataban allí mismo, ya fuese uno de los Mateus o los propios habitantes del mundo, lo haría Maléfica si no regresaba...

¡Nanashi no te lo perdonará nunca!

El grito de la princesa Aurora, que había salido corriendo hacia el interior del bosque, sirvió como una chispa que hizo reaccionar a Ban.

¡¡Y TÚ QUÉ SABES!! ¡¡NO ENTIENDES NADA, NECESITO ESA ESPADA!! —chilló, dejándose llevar por la rabia, la angustia, y todo lo que tenía dentro.

Se levantó con brusquedad, con una fuerte aura oscura a su alrededor y fuera de si, dejándose llevar por su oscuridad interna. Pero el dolor por haberse movido tan rápido la hizo desaparecer. Se tambaleó un poco, observando con desconcierto la situación. Aurora huía, el capitán se acercaba y el aprendiz de Tierra de Partida no debería de estar muy lejos con su zorro, y mientras tanto los dos diablos luchaban a muerte contra Odín...

«¿Qué estoy haciendo...?»

Por mucho miedo que tuviese a las represalias de Maléfica, aquello era un suicidio. No estaba en condiciones de luchar, había muchos enemigos por la zona que tener en cuenta, y solo la visión del diablo le aterrorizaba. No podía seguir allí. Invocó la Llave Espada y la transformó en su glider, subiéndose al vehículo con cuidado y saliendo a toda prisa de allí. Tuvo cuidado tanto de no ir en la dirección de la pelea ni en la dirección a la Montaña Prohibida. Ni siquiera supo hacia dónde se dirigía. Sólo quería alejarse, huir.

En cuanto llegara a algún lugar alejado, seguro, y sin nadie a la vista, aterrizaría y se libraría del glider y de la armadura, para desplomarse acto seguido sobre el suelo y romper a llorar. Por el dolor, por su traición, por su familia perdida, por todo.
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[VK] Ronda #9 - Espinas Negras

Notapor Soul Artist » Lun Mar 07, 2016 11:27 pm

Ay mi alma, pienso cada vez que me acuerdo del dolor físico de aquella noche. Me gané mis primeras cicatrices en la Orden.

Había llegado a la muralla después de toda una serie de desventuras de las cuales había salido casi ilesa, por algún motivo que todavía no terminaba de comprender. Los dados estaban de mi parte, pensé: aquello eran varias tiradas críticas en situaciones de pifia, porque joder. Casi me quedaba sin cara, por poco no exploto, estuve a punto de ser aplastada, me habían clavado de todo en un brazo y una pierna y unos soldados me habían tirado del pelo para salvarme, entre otras cosas. Y todo sin apenas sufrir daños reales.

Bueno, al menos físicos, porque psicológicos no estoy segura de haberlos superado todavía. Aun era una aprendiza con mucho que aprender por delante, pero aquello era demasiada emoción para mí. Tenía el corazón a punto de saltar desde mi garganta hasta el mundo vecino, pero de alguna manera era capaz de mantenerme en pie y viva. Tumbada frente a los soldados me di cuenta de la situación en la que estaba y fue entonces cuando noté una falta de emociones en mí; uno de ellos me preguntó cómo me encontraba, pero no contesté. Me levanté de un salto y perdí mi vista en el campo de batalla.

Era como si la situación fuese tan abrumadora, tan sobrecogedora para mí, que ya no pudiese sentir nada. Es difícil de describir: creo que se trata de un sistema defensivo, porque sé que era consciente de que aquello tenía que estar por encima de mí. Todavía tengo pesadillas con todo lo que sucedió aquella noche, y sin embargo en aquel momento no podía detenerme. La adrenalina me obligaba a continuar y a no hundirme.

Dejé de pensar en mí misma y de analizarme cuando vi oí algo chocar contra la muralla cerca de mi posición. No muy lejos se encontraba mi tutor cargando físicamente contra el ejército de orcos que nos había alcanzado gracias a uno de los torreones. Parecía contener su magia y ataques más poderosos. Pensé que igual era por mí: no debía preocuparse en ese caso. Salté a la barandilla de la muralla con agilidad y me coloqué de puntillas para agitar los brazos con fuerza, esperando que captara mi atención.

¡Nithael! ¡Nithael, estoy aquí!

No, qué demonios iba a escucharme. Me dirigí hacia él, pero no llegué a acercarme: escuché a alguien llamarme por detrás con una voz frágilo y pequeña. Giré mi cuerpo y encontré a Charlotte haciendo señas mientras corría hacia mí. Volví a dirigir mis ojos hacia Nithael y el torreón: estaba en mitad de una batalla. Analizando las cosas, lo lógico era ir con él, quitarle la preocupación de encima. Mi deber estaba con la Orden, y el deber de los Caballeros era proteger aquellas murallas. Decenas de vidas, si no cientos, se encontraban en juego. Ni siquiera me pregunté qué haría Nanashi, mi Maestra, que siempre analizaba las situaciones con seriedad y calculando el mayor bien. Estaba falta de emociones, o al menos, era incapaz de percibirlas en aquel momento.

Percibirlas. Porque mi decisión no fue la inteligente: fue la más estúpida, y ni siquiera sabía por qué. Ni me lo planteé. Corrí en dirección a Charlotte y la levanté a la fuerza para llevarla lejos de los orcos, porque la vida de una niña que apenas conocía me parecía más valiosa que terminar con el ejército de marras, y ni siquiera era capaz de plantearme si hacía lo correcto.

Era idiota.

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Sé que no lo he dicho explícitamente pero en cuanto pueda poner a Charlotte a salvo le pregunto qué hace allí. No lo he hecho para no romper la narrativa de la escena.

Si supone un problema edito triste =^<
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Denna » Lun Mar 07, 2016 11:56 pm

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«¡Lo tengo!» pensé toda ilusionada antes de darme cuenta de que no, de que definitivamente no lo tenía.

Pero, vamos, para nada.

El rayo alcanzó al huargo e interrumpió su carrera, justo como pretendía. Hasta ahí bien. El problema vino cuando, al girarse para ver quién le había chamuscado el culo, decidió que yo era una presa más apetitosa que Heike. Saltó, y supe que no iba a salir bien parada de aquello. Era una bestia monstruosamente grande; aunque alcé la lanza para defenderme, eso no impidió que el lobo me tirara al suelo y cerrara sus enormes dientes sobre mi hombro.

La armadura no frenó la mordida y sentí piel y carne rasgarse por debajo del metal. Grité; el dolor me mareó por un largo momento en el que me quedé sin aire. No sé de dónde logré sacar fuerzas para maniobrar con el brazo que me quedaba libre y apuñalar al huargo.

Me lo quité de encima con esfuerzo. Si estaba vivo o muerto, no lo sabía, y tampoco me detuve a comprobarlo. Mientras no se moviera... Heike era mi máxima prioridad. Jadeante, busqué a la capitana y proyecté un Cura sobre ella —¡anda que no habría sido gracioso darle al orco por error!—. Fue como traspasarle mis fuerzas. Sentí cómo incluso mi mente se adormecía, mientras que una renovada Heike volvía a la carga.

Fue un combate corto, muy corto. Bastaron un par de golpes y algún que otro hechizo de mi parte para que el orco cayera al suelo, con la espada de Heike rozando su yugular.

Se hizo el silencio. Ni la capitana, ni el orco ni yo nos movimos. «Mátalo, mátalo, ¿a qué estás esperando?»

Te haría preguntas —gruñó Heike en ese momento— pero no merece la pena con alguien como tú. Reúnete con los de tu calaña en el infierno.

Hazlo. Atrévete. Acabarás conmigo pero toda esa gente seguirá muerta y vosotros no pudisteis hacer nada para evitarlo. Mi señora conquistará tu castillo y todos seréis esclavos si tenéis la mala suerte de no ser devorados por mis trop-

Aparté la mirada, pero la espada ensangrentada de Heike hizo que respirara con calma por primera vez desde que había salido. Ni me había dado cuenta de que estaba aguantando la respiración. Aún estábamos muy expuestas, cierto, y la noche no había acabado. Pero aunque fuese pequeña, minúscula, aquella era una victoria para la humanidad.

Lo hicimos. ¡Lo hicimos!

Parecía tan asombrada como yo. Le devolví la sonrisa, la mía mucho más cansada, preguntándome qué demonios se suponía que debía decir en un momento como ése...

Y entonces, Heike rompió a llorar.

Me quedé a cuadros. Hasta entonces la había visto en su faceta de capitana más dura, más cruda, la de una líder en tiempos de guerra. A saber durante cuánto tiempo llevaba mostrándola... y lo cansada que estaría de ella. Era incapaz de reprocharle unas cuantas lágrimas.

De modo que me limité a aguantar lo mejor que pude el abrazo y no decir nada. No porque me resultara violento —bueno, un poco inesperado sí que había sido— o desagradable, sino porque el brazo me dolía horrores, y Heike tenía tanta fuerza que sentí cómo me crujieron los huesos uno por uno. No me desmayé de puro milagro.

Conocíais a ese orco, ¿no es así? —pregunté una vez me soltó. Aproveché para curarme yo con otro hechizo y un éter, no podría aguantar hasta llegar a las murallas en ese estado.

Heike, por su parte, volvía a ser la misma.

Grishnak era un segundo al mando de Melkor y uno de los aliados más antiguos de Maléfica. Lideró a los orcos cuando abandonaron las Ciénagas y se unieron al Hada Oscura. Y lo hemos matado. No hay suficientes infiernos para alguien como él.

Se ha hecho justicia —murmuré, sin las menores ganas de ponerme a hablar de infiernos—. Esta noche enviaremos a más de los suyos ahí abajo.

Dejé a la capitana registrar el cadáver a sus anchas. Yo me negaba a acercarme, pero acepté de buena gana las dos botellas y las guardé. Tenía armas de sobra.

Regresemos, hay que volar el puente. Bien hecho, novata, —dijo, dándome una palmada con aprobación—. El rey sabrá lo que has hecho.

Me sonrojé levemente.

N-no creo que haga falta, capitana... Pero si se lo contarais a la Maestra Nanashi, sería perfecto.

Con suerte, ella se lo contaría a Ryota al llegar a Bastión Hueco. Esbocé una sonrisa estúpida y me puse en marcha.

Imagina la cara de Melkor cuando lo sepa…

Por lo visto, eso sería mucho antes de lo que esperábamos. Un aullido se elevó en el cielo alto y claro. Y luego otro, y otro más...

Una llamada.

Para entonces, ambas ya habíamos echado a correr. Me alegró ver que el resto de los caballeros había sabido sumar dos más dos y también volvía al puente como alma que llevaba el diablo. Los huargos salían detrás, rápidos, mucho más que cualquiera de nosotros. Iban a atraparnos como no nos diéramos prisa.

Reprimí una maldición. Uno de los soldados que iba delante de mí perdió el equilibrio y cayó de bruces contra suelo. Por acto reflejo frené y tiré con todas mis fuerzas de su brazo.

Teníamos a los lobos casi encima.

Como me muera por tu culpa, te mato.

No iba a jugármela contra tantos. Invoqué la Llave Espada y la convertí en glider.

¡Sube! —Como me soltara cualquier tontería, lo empujaría yo misma —. Y agárrate fuerte. Si te caes otra vez, no pienso volver a por ti.

Despegué, más centrada en elevarme todo lo posible que en avanzar hacia el puente. Siempre podía cruzar los muros por encima, y me interesaba más quedar fuera del alcance de esos dientes gigantescos. Además, se me había ocurrido una idea. Si los lobos se acercaban mucho a alguno de los rezagados, podía defenderles desde el aire. Ya fuese mediante hechizos o, en caso de que se acercara un grupo muy grande, lanzándoles la bolsa —siempre con cuidado de no dañar a nadie por el camino— y un Piro.

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Boom.

Piro (HM) [Nivel 2] [Requiere Poder Mágico: 3] Ataque básico de elemento Fuego. Proyectil ígneo lineal, con muy pocas posibilidades de producir quemaduras en el enemigo.


Cura (HM) [Nivel 5] [Requiere Poder Mágico: 7]. Cura las heridas más leves y alivia un poco la fatiga.
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Re: [Reino Encantado] Espinas Negras

Notapor Drazham » Mar Mar 08, 2016 2:58 am

Ni trampillas, ni pasadizos secretos, ni nada. ¡Pues claro que no iba a haber nada, demonios! Estaba tan desquiciado, tan al borde del histerismo, que no pensaba con claridad y creía en supuestas salidas que le sacasen por arte de magia del lío en el que estaba. Nikolai relinchó y cerró los ojos, llevándose los dedos a las sienes en un intento de serenarse.

«Vale, cálmate y haz el favor de no comportarte como un paranoico.»

Respiró hondo y, una vez se tranquilizó, echó la vista a la reja de arriba y gruñó con desdén. Tocaba volver por donde vino y prepararse para lo que le esperase.

Dejó la Corona en el suelo y se puso manos a la obra para escalar la pared. Bajar al pozo quizás se le pudo hacer tedioso en la recta final por la barrera. ¿Subirlo? Eso ya fue otro cantar: valerse solo de sus cualidades físicas no hizo más que aguijonearle el brazo nada más forzarlo. Ya no solo era su cuerpo, si no que el propio estrés le mermaba las pocas fuerzas que le quedaban, usándolas principalmente para que el agarre no le fallase y sus sesos no se desparramasen tras la caída.

Y llegó a la superficie, dejándose las manos en el proceso, eso sí. Se arrastró hasta alejarse del borde y se arrodilló, recuperando el aliento entre jadeos (difícil era con el aire enrarecido del ambiente) y mirando en derredor, a la espera de que el hombre que les había vendido se le echase encima en cualquier momento.

No había nadie.

Frunció el ceño y buscó con mayor esmero por la sala. Y seguía sin haber absolutamente nadie.

«¿Dónde demonios te has metido, Palamecia?»

Vale, aquello ya le estaba escamando. ¿En serio se había ido? No tenía mucho sentido; para estar tan interesado en el dichoso artefacto, se había dado por vencido muy pronto. Si es que se había dado por vencido, claro. No obstante, notó que el pecho ya no le oprimía tanto del alivio al no encontrárselo. Aunque también se sintió un poco molesto por haber tomado tantas medidas para nada. Miró por encima del hombro al pozo y suspiró.

«Ya da igual. De todas formas no es buena idea ir cargando con esa cosa por aquí.»

Al menos ya sabía dónde estaba, pero antes tenía otras prioridades que llevarse un pedazo de oro que llenaba la mente de visiones.

Se bebió en dos tragos una poción que se sacó del bolsillo y se dirigió entre tambaleos a las escaleras, apoyando la mano en la pared para no perder el equilibrio mientras subía.

La misión transformada en un completo desastre con la captura de su extutora, y él destrozado física y mentalmente, sin apenas con fuerzas para mantenerse erguido. Iba a ser un milagro si conseguía que todos saliesen vivos de allí.

***


Nada más volver a las mazmorras, el mismo panorama de antes le esperaba: no había ni un alma por los sucios pasillos. Tampoco es que esperase encontrarse con el resto de sus compañeros cuando deberían haber huido con la aparición inesperada de los guardias.

Hasta que…

¿Uno de tus amigos?

Nikolai dio un respingo y materializó su espada en el acto, echando vistazos fugaces por todas partes con todos sus sentidos en alerta. No halló la procedencia de aquella voz masculina, ya fuese por la oscuridad, o porque se estaba ocultando. Entonces una segunda voz se alzó, una que sí conocía.

¿Saito? —preguntó al aire, enarcando una ceja.

Fue pronunciar su nombre y recibir una respuesta positiva. Oyó pasos acercarse hacia él, más no llegó a discernir ninguna figura. Su cara de extrañeza se acentuó aún más y bajó la espada. ¿Qué demonios…?

El caso es que Saito no tardó en contarle lo del encantamiento de invisibilidad de Primavera. Nikolai soltó un escueto “oh” y desmaterializó su arma, ahora que estaba más tranquilo. Luego, como no, llegaron las preguntas con las que el aprendiz le acribilló. Ahí fue cuando esbozó una mueca de crudeza y ladeó la cabeza en señal de frustración.

Mateus nos ha vendido. Llegaron los guardias de Maléfica y les ofreció a Nanashi a cambio de dejarle marchar —resumió en unas pocas palabras que le carcomieron por dentro de solo recordarlo.

Seguido de eso, Niko le explicó que estaba haciendo mientras tanto y cómo se libró de que le pillasen: no es que se parase a contar demasiados detalles en esos momentos, pero al menos pudo dejarle claro el tema del pozo con la Corona y la barrera que lo protegía de individuos con un alto poder mágico.

La Corona la he dejado ahí abajo por seguridad y que Mateus no me pillase con ella. ¿Le has visto pasar por aquí cuando se llevaban a Nanashi? —En cuanto le confirmó que no, frunció el ceño y se pasó la mano por el pelo. ¿Es que había desaparecido por arte de magia o qué? Tratando de dejar a un lado al Villano, prosiguió—: Vale, ¿dónde está Primavera y de quién es la voz que he escuchado antes?

En resumidas cuentas, Primavera seguía con ellos… más o menos. Según Saito, se dejó hasta la última gota de magia para volverles invisibles y para rescatar al tal Tuk, el que le sorprendió antes y que dedujo que debía tratarse del prisionero que hace escasos momentos gimoteaba como un condenado. El hombre tuvo el detalle de cubrirse con polvo para que se discerniese su silueta y que Niko pudiese dirigirse a alguien en particular. Seguía sin poder verle la cara, pero por sus aspavientos sospechaba que tenía delante a un manojo de nervios que no estaba para presentaciones.

Contadme qué está sucediendo fuera de este puñetero castillo y decidme quiénes sois vosotros y por qué creíais que podíais hacer daño a Maléfica. ¿Es que queríais suicidaros? ¿Qué es lo que buscáis?

Nada lejos de la realidad. Tuk siguió con su verborrea en la que se le notaba a kilómetros el miedo. No tuvo reparos en alegar que estaba desesperado por largarse de ese agujero infernar y no volverle a ver la cara a Maléfica el resto de su vida. Nikolai no le iba a culpar por tratar de ser el punto de sensatez en aquella conversación, pero quería información. Su bendita información acerca del castillo si era cierto que se había pasado tanto tiempo encerrado.

»Luego os contaré lo que queráis saber y si ni entonces entráis en razón, pues allá os queméis en el Infierno, pero yo voy a salir de aquí.

Entrecerró los ojos y, echando un último vistazo en derredor para asegurarse de que estaban seguros, le encaró y le gesticuló para que se calmara y escuchase. Al menos, intentó mostrarse lo más sereno y receptivo posible para que percibiese que había atendido a sus palabras y que estaba dispuesto a dialogar.

Está bien, si lo que quieres es marcharte no te lo voy a impedir. Ya estamos hasta el cuello de mierda como para arrastrar a alguien más con nosotros. —«Créeme, no eres el único que quiere evitar a esa bruja del demonio», miro en dirección a Saito con una expresión severa en caso de que este protestara. Se negaba en rotundo a cargar con la muerte de un pobre anciano que en su sano juicio solo ansiaba la libertad. Continuó—: Pero tengo que informarte de que las cosas afuera no están mucho mejor que aquí: hay guerra, Tuk. El ejército de Maléfica se ha dedicado a arrasar con todos los asentamientos humanos que ha encontrado a su paso. Ahora mismo está atacando el castillo del rey Huberto y dios sabe cuánto aguantarán sus defensas.

Hizo una pausa para dejar que el hombre asimilase y digiriese la información. No estaba tan seguro de saber en qué tiempos se remontaría la última vez que estuvo en el mundo exterior. Lo mismo hasta llegó a vivir la época en la que el resto de reinos aun perduraban.

Cuando quiso explicarle que hacían en la guarida de Maléfica ya tuvo dudas. No por querer ocultarle datos, sino porque Nanashi no les dio tantos detalles como esperaba, y le daba vergüenza admitir que estaban más perdidos que un pulpo en un garaje. Decidió arriesgarse y contarle lo poco que sabía:

Si nos hemos internado aquí es para llevarnos un artefacto muy importante para Maléfica. Una… Corona, que lo único que ha hecho es meterme en la cabeza imágenes sobre una tal Friederike. —Se encogió de hombros y añadió—: Ya sabemos dónde está, sí. Pero cierto conocido tuyo ha hecho que capturasen a nuestra Maestra. Como ya te he dicho, no te voy a poner trabas para que escapes si es lo que deseas, pero nosotros no nos podemos ir sin ella, aunque sea consciente que lo que vamos a hacer es una soberana idiotez.

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Apretó los labios en una fina línea y bajó la cabeza en un intento de contener su rabia y frustración. No podía quitarse de la cabeza esa última escena en la que Nanashi le miró antes de sacrificarse por él, el traidor de Bastión Hueco que rehuyó de ella por no querer afrontar las cosas como es debido. Incluso antes de mentalizarse para hablar con ella, para encararla y remendar lo poco que pudiese de su relación, en el fondo temía que ya nada tendría solución y que, para ella, seguiría siendo un sucio traidor con el que había malgastado su tiempo.

Pero aquel acto con el fin de protegerle ya le hacía dudar, lo que le dolía aún más por pensar que ya lo daba por una causa perdida. Nunca, jamás, se perdonaría abandonarla a su suerte. Si iba a cometer una idiotez, que al menos fuese por una vez en su vida como el Caballero que su exmaestra esperaba en que se convirtiese.

Se recompuso para dirigirle una vez más la mirada a Tuk y preguntó:

»¿Puedes al menos indicarnos cómo movernos por el castillo o darnos una pista de a dónde se la han podido llevar? Cualquier atajo para sortear a los guardias o vía de escape para cuando la encontremos. Por favor...

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