Re: Ronda 9
Publicado: Sab Jun 11, 2016 3:22 am
—No tiene sentido malgastar el polvo en la espinas en sí. Hay que acercarse a las raíces. Si las cortamos ahí no deberían poder seguir creciendo. A menos que la magia funcione de otra forma.
—Atacar el origen de la oscuridad tiene sentido —asintió Aleyn. El plan podía funcionar o no, pero al menos tenían uno. Por algo se empezaba.
Usaron su capa como transporte para el polvo. No era una tarea grata el tener que recogerlo, y menos sabiendo de lo que era capaz, y aun así Aleyn dedicó toda su atención a ello. Cuanto más ocupada estuviera su mente, menos pensaría en Aurora y en el cada vez más cercano atardecer.
Aquello sirvió para calmar sus nervios… hasta que llegó la hora de descender por el pasadizo. Tal vez era porque sabía con exactitud qué les esperaba al final de las escaleras, o porque la oscuridad, de alguna forma, percibía sus intenciones; el caso es que empezó a sentir una creciente inquietud, como un latido que procedía de la luz. Aleyn seguía deseando acabar con las espinas que corrompían el corazón, pero la sensación era diferente. Deseó poder acelerar el proceso para acabar con aquello de una vez, regresar con Freyja y Aurora, asegurar que la princesa estuviera a salvo y regresar con el resto del equipo.
Abel debía estar afectado por la misma sensación de urgencia que él, puesto que intentó acelerar el proceso. Aleyn buscó con la mirada algo con lo que el capitán pudiera producir fuego antes de que este sacara un pedernal. Debía haberlo supuesto, se dijo con una sonrisa, mientras Abel explicaba cómo era que lo llevaba consigo. Era un hombre que parecía preparado para enfrentarse a todo lo que le echaran encima.
Dejó que se ocupara de situar el polvo y producir el fuego mientras él se dedicaba a limpiar el pasadizo lo mejor que pudo. Contaba con la ayuda de Ygraine, que apartaba los pedazos a un lado, pero aun así era un trabajo agotador, y sabía que no lograría despejarlo por completo. Con un poco de suerte, el fuego acabaría con todo aquello y no tendrían que preocuparse por las espinas que quedaran.
Con un poco de suerte, como si eso existiera cuando Maléfica estaba involucrada.
Abel pareció terminar entonces, salvándole de aquellos pensamientos negativos, y le indicó que sujetara a Ygraine y sujetara el Escudo.
«Ha llegado el momento» pensó, algo nervioso, mientras intentaba que las manos no le temblaran «Ahora comprobaremos si la estrategia ha funcionado»
¿Y si no lo hacía? Aleyn no tuvo tiempo para pensarlo, puesto que Abel arrojó la antorcha que había hecho con madera y parte de su capa contra el polvo. Durante un instante, un instante agonizantemente eterno, creyó que el capitán no lograría ponerse a salvo detrás del Escudo antes de que aquello volara por los aires.
Por fortuna, aquel no fue el caso, y Abel además fue quien se aseguró de que no salieran despedidos por culpa de la fuerza de la explosión, puesto que Aleyn no habría sido capaz de aguantar la presión ejercida contra el Escudo él solo. Una vez más, tuvo que admirar la fuerza del capitán. Sin ella, probablemente habría dejado caer el Escudo al sentir cómo las llamas chocaban contra él.
Las llamas… el fuego estaba muy cerca. Casi podía oler la carne quemada, escuchar los gritos, respirar aquel humo tan denso.
«Solo son recuerdos. Los recuerdos no pueden dañarte» se dijo, mientras creía sentir de nuevo la mordedura del fuego en su piel.
Sn embargo, no todo eran meros recuerdos. El humo era muy real. Y no se asemejaba ni remotamente al que había producido la explosión anterior. Era demasiado denso, de una forma antinatural. Pero había algo más aún antinatural: el que aquella explosión pareciera haber provocado frío, y que ¿se estuviera arremolinando?
Entre toses, tratando de quitarse el regusto asqueroso que el humo le había dejado en el paladar, Aleyn observó cómo algunas espinas ardían, y otras… otras estaban fusionándose para formar una figura.
No. No nonononono.
Si alguien le hubiera preguntado a Aleyn cómo se imaginaba a la Muerte antes de acudir a aquella misión, la respuesta habría sido probablemente ambigua, una figura con rasgos similares quizás a los de Maléfica, pero al mismo tiempo sin forma definida.
Ahora estaba seguro —si es que su mente aterrada pudiera hilar más de un pensamiento— de que aquella era la viva imagen de la Muerte. Maléfica había dejado a la Muerte como guardiana de su hechizo.
Aquel ser, aquella criatura que solo podía haber sido fruto de la mixtura de las peores pesadillas imaginables estaba allí, a unos meros pasos de distancia. Estaba allí por ellos. Ellos la habían despertado.
Ygraine se revolvió, gruñendo y alejándose de la figura. Su instinto le habría hecho huir, esconderse, y sin embargo se quedó cerca de ellos, mostrando los colmillos, pelaje erizado.
Aleyn, que estaba todavía recuperándose del shock que había supuesto ver a la guardiana —y dándose cuenta, admitiendo por primera vez, que su muerte estaba ahí, respirando sobre su nuca, rozándole las costillas de camino al corazón—, solo pudo sostener el Escudo tenso, agarrotado por el miedo, mientras la figura avanzaba hacia ellos.
Apenas registró cómo Abel intentaba detener su guadaña y acababa siendo arrojado contra una de las columnas. Apenas registró cómo el monstruo, la Muerte, se dirigía entonces hacia él.
Fue el grito de Abel, atacando a la guardiana por la espalda, lo que terminó de devolverle a la realidad del combate, y vio cómo estaban surgiendo más espinas del Corazón. Tenían que hacer algo. Y él estaba empuñando las que debían ser las mejores armas contra criaturas como aquella, surgidas de la pura maldad.
—¡Abel, es probable que también sea débil ante el fuego! ¡Id a buscar más polvo, yo me enfrentaré a ella mientras tanto!
Aleyn no sabía, no recordaba, si quedaba el suficiente polvo en la cripta. Quizás aquella Muerte no compartía siquiera aquella debilidad con las espinas. Quizás solo la Espada podía dañarla.
Apretó la empuñadura con fuerza. Se abalanzaría contra la guardiana, intentando distraerla para que Abel pudiera subir por las escaleras, usando el Escudo para defenderse de aquella maldita guadaña, y tratando de hallar algún punto débil con la Espada.
—¡Ygraine, las espinas! —le gritaría al zorro, gesticulando hacia el Corazón.
Ygraine intentaría destrozar las espinas que continuaban surgiendo con garras y dientes. Si no podía, el animal se volvería hacia la guardiana, presto a servir como distracción o como atacante, la lealtad predominando sobre el instinto de supervivencia.
—Atacar el origen de la oscuridad tiene sentido —asintió Aleyn. El plan podía funcionar o no, pero al menos tenían uno. Por algo se empezaba.
Usaron su capa como transporte para el polvo. No era una tarea grata el tener que recogerlo, y menos sabiendo de lo que era capaz, y aun así Aleyn dedicó toda su atención a ello. Cuanto más ocupada estuviera su mente, menos pensaría en Aurora y en el cada vez más cercano atardecer.
Aquello sirvió para calmar sus nervios… hasta que llegó la hora de descender por el pasadizo. Tal vez era porque sabía con exactitud qué les esperaba al final de las escaleras, o porque la oscuridad, de alguna forma, percibía sus intenciones; el caso es que empezó a sentir una creciente inquietud, como un latido que procedía de la luz. Aleyn seguía deseando acabar con las espinas que corrompían el corazón, pero la sensación era diferente. Deseó poder acelerar el proceso para acabar con aquello de una vez, regresar con Freyja y Aurora, asegurar que la princesa estuviera a salvo y regresar con el resto del equipo.
Abel debía estar afectado por la misma sensación de urgencia que él, puesto que intentó acelerar el proceso. Aleyn buscó con la mirada algo con lo que el capitán pudiera producir fuego antes de que este sacara un pedernal. Debía haberlo supuesto, se dijo con una sonrisa, mientras Abel explicaba cómo era que lo llevaba consigo. Era un hombre que parecía preparado para enfrentarse a todo lo que le echaran encima.
Dejó que se ocupara de situar el polvo y producir el fuego mientras él se dedicaba a limpiar el pasadizo lo mejor que pudo. Contaba con la ayuda de Ygraine, que apartaba los pedazos a un lado, pero aun así era un trabajo agotador, y sabía que no lograría despejarlo por completo. Con un poco de suerte, el fuego acabaría con todo aquello y no tendrían que preocuparse por las espinas que quedaran.
Con un poco de suerte, como si eso existiera cuando Maléfica estaba involucrada.
Abel pareció terminar entonces, salvándole de aquellos pensamientos negativos, y le indicó que sujetara a Ygraine y sujetara el Escudo.
«Ha llegado el momento» pensó, algo nervioso, mientras intentaba que las manos no le temblaran «Ahora comprobaremos si la estrategia ha funcionado»
¿Y si no lo hacía? Aleyn no tuvo tiempo para pensarlo, puesto que Abel arrojó la antorcha que había hecho con madera y parte de su capa contra el polvo. Durante un instante, un instante agonizantemente eterno, creyó que el capitán no lograría ponerse a salvo detrás del Escudo antes de que aquello volara por los aires.
Por fortuna, aquel no fue el caso, y Abel además fue quien se aseguró de que no salieran despedidos por culpa de la fuerza de la explosión, puesto que Aleyn no habría sido capaz de aguantar la presión ejercida contra el Escudo él solo. Una vez más, tuvo que admirar la fuerza del capitán. Sin ella, probablemente habría dejado caer el Escudo al sentir cómo las llamas chocaban contra él.
Las llamas… el fuego estaba muy cerca. Casi podía oler la carne quemada, escuchar los gritos, respirar aquel humo tan denso.
«Solo son recuerdos. Los recuerdos no pueden dañarte» se dijo, mientras creía sentir de nuevo la mordedura del fuego en su piel.
Sn embargo, no todo eran meros recuerdos. El humo era muy real. Y no se asemejaba ni remotamente al que había producido la explosión anterior. Era demasiado denso, de una forma antinatural. Pero había algo más aún antinatural: el que aquella explosión pareciera haber provocado frío, y que ¿se estuviera arremolinando?
Entre toses, tratando de quitarse el regusto asqueroso que el humo le había dejado en el paladar, Aleyn observó cómo algunas espinas ardían, y otras… otras estaban fusionándose para formar una figura.
No. No nonononono.
Spoiler: Mostrar
Si alguien le hubiera preguntado a Aleyn cómo se imaginaba a la Muerte antes de acudir a aquella misión, la respuesta habría sido probablemente ambigua, una figura con rasgos similares quizás a los de Maléfica, pero al mismo tiempo sin forma definida.
Ahora estaba seguro —si es que su mente aterrada pudiera hilar más de un pensamiento— de que aquella era la viva imagen de la Muerte. Maléfica había dejado a la Muerte como guardiana de su hechizo.
Aquel ser, aquella criatura que solo podía haber sido fruto de la mixtura de las peores pesadillas imaginables estaba allí, a unos meros pasos de distancia. Estaba allí por ellos. Ellos la habían despertado.
Ygraine se revolvió, gruñendo y alejándose de la figura. Su instinto le habría hecho huir, esconderse, y sin embargo se quedó cerca de ellos, mostrando los colmillos, pelaje erizado.
Aleyn, que estaba todavía recuperándose del shock que había supuesto ver a la guardiana —y dándose cuenta, admitiendo por primera vez, que su muerte estaba ahí, respirando sobre su nuca, rozándole las costillas de camino al corazón—, solo pudo sostener el Escudo tenso, agarrotado por el miedo, mientras la figura avanzaba hacia ellos.
Apenas registró cómo Abel intentaba detener su guadaña y acababa siendo arrojado contra una de las columnas. Apenas registró cómo el monstruo, la Muerte, se dirigía entonces hacia él.
Fue el grito de Abel, atacando a la guardiana por la espalda, lo que terminó de devolverle a la realidad del combate, y vio cómo estaban surgiendo más espinas del Corazón. Tenían que hacer algo. Y él estaba empuñando las que debían ser las mejores armas contra criaturas como aquella, surgidas de la pura maldad.
—¡Abel, es probable que también sea débil ante el fuego! ¡Id a buscar más polvo, yo me enfrentaré a ella mientras tanto!
Aleyn no sabía, no recordaba, si quedaba el suficiente polvo en la cripta. Quizás aquella Muerte no compartía siquiera aquella debilidad con las espinas. Quizás solo la Espada podía dañarla.
Apretó la empuñadura con fuerza. Se abalanzaría contra la guardiana, intentando distraerla para que Abel pudiera subir por las escaleras, usando el Escudo para defenderse de aquella maldita guadaña, y tratando de hallar algún punto débil con la Espada.
—¡Ygraine, las espinas! —le gritaría al zorro, gesticulando hacia el Corazón.
Ygraine intentaría destrozar las espinas que continuaban surgiendo con garras y dientes. Si no podía, el animal se volvería hacia la guardiana, presto a servir como distracción o como atacante, la lealtad predominando sobre el instinto de supervivencia.