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Durante el trayecto, Light detectó un sonido que le obligó a ponerse rígido. Alerta, se detuvo en seco y comenzó a mirar hacia todas las direcciones.

—¿No te ha parecido escuchar algo? —preguntó a Maya para saber su opinión.

Pero allí no veía nada que pudiera haber provocado aquel ruido. ¿Habría sido su imaginación? Sabiendo la opinión de Maya podría corroborar si había sido su mente jugándole una mala pasada.

Agitó levemente la cabeza para restarle importancia y siguió caminando hasta llegar a la siguiente intersección de pasillos. Él quería continuar hacia el oeste, pero le bastó asomarse un poco y mirar su brújula para darse cuenta de que ese pasillo continuaba más adelante hacia el norte.

—No me convence, mejor voy por el sur.

Siguiendo esa dirección daría con el amigo de Jeanne, en una sala contigua. Le encontraría al lado de un portón similar al que habían visto anteriormente. No sirvió de nada abrirlo antes, ¿se volvería a repetir la misma historia en aquella ocasión?

—Abrámoslo —sugirió confiado, dispuesto a utilizar la llave de nuevo.

Si Simbad o cualquier otro aprendiz estaba de acuerdo, abriría el portón con la ayuda de alguien para pasar a través de éste. Si se negaban, no le quedaría más remedio que seguir avanzando por el pasillo sur de aquella misma sala, la sala del portón.

Un frío sonido retumbó por las paredes del laberinto, paralizando por completo a Colibritany.

—¿Qué ha sido eso...?

—Deberíamos darnos prisa —musitó Nicoxa—. Diría que estamos en peligro, y no hablo sólo de esto —su cara se horrorizó de repente, y mostró su mano. Sin duda, la situación había empeorado sin creces: se le había roto la parte de una uña—. Necesita arreglo urgente.

—Sé fuerte —respondió Coli, apenas pudiendo contener sus lágrimas—. Juro que volverá a quedar como antes... cuando salgamos de esto.

Al final, avanzaron los cuatro juntos dirección al norte mediante un nada espacioso túnel. Llegaron a una gran sala que poseía varios sofás.

—Me vendría bien una siesta... —dijo la linda joven—. Pero yo también debo de ser fuerte —comentó mientras miraba a Nicoxa.

Contempló las nuevas posibilidades para avanzar, y una no le acabó de ilusionar demasiado. Al norte se hallaba una puerta con todo tipo de señales que gritaban peligro, y siniestros rugidos provenían de su interior. Por suerte, había un camino hacia el este.

—No me da buena espina ese lugar, yo prefiero ir por ahí —indicó a la ruta a su derecha.

—Pues sí, yo no me meto ahí ni harta de vino vaya —se sinceró con sus compañeros—. Vamos al este y nos olvidamos de estas movidas.

El resto de acompañantes se detuvo ante una especie de ruido que retumbó en toda la sala.

—¿Qué ha sido eso...?

—No creo que sea nada grave, seguro que alguien ha tocado algo que no debía y ha caído en una trampa o algo.

—Deberíamos darnos prisa. Diría que estamos en peligro, y no hablo sólo de esto —Nicoxa les enseñó al resto la uña que tenía rota.—. Necesita arreglo urgente.

—Sé fuerte. Juro que volverá a quedar como antes... cuando salgamos de esto.

—También podrías morderte las otras para que te queden igual. Es lo que hago yo —resolvió Bavol enseñándoles sus sucias e irregulares uñas llenas de mordiscos.

Finalmente decidieron continuar a la siguiente habitación. En esta ocasión había solo dos posibilidades: una enorme puerta de la que provenían unos extraños rugidos, en la que había colocada numerosos carteles e incluso una cinta para que no entraran o continuar de una forma más segura por el camino del este.

Aunque sin duda hubiera preferido cruzar la puerta del norte y descubrir lo que había allí dentro, prefirió hacer caso a sus dos compañeros y seguirlas. Puede que sintiera curiosidad, pero prefería más aún seguir acompañado a través de ese laberinto, al menos por el momento por si había más puertas con dos o tres cerraduras.

—Venga, vamos para allá y que no se diga que no soy un buen compañero

—¡Auch! —exclamé llevándome la mano a la cabeza dolorido. Al entrar en aquella sala no sabía que iba a estar todo tan oscuro o al menos eso creía hasta aquel momento. De lo que me había caido en la cabeza salía luz, sin duda era una linterna.

Recogí el objeto y viendo que en aquella pequeña habitación no había nada más retrocedí a la sala anterior donde decidí moverme hacia el Este ya que era lo único que se me ocurría en aquel momento.

—Pues vamos allá —dije para mí mismo jugueteando con la linterna con la única mano que tenía libre.

—¡¡Este laberinto se ha compinchado con el destino para hacerme la vida imposible!! ¡Esto con un teletransporte no pasaba! Ay, si lo hubiese aprendido... Menuda maga del espacio estoy hecha...

No había ni que mencionar que se había encontrado con una puerta infranqueable, otra vez. Al final tendría que buscar a algún compinche para que regresase con ella y la abriese. Esa puerta dorada era demasiado brillante como para mantenerse cerrada para la eternidad. La cuestión ahora era: ¿dónde encontraría a dos ilusos dispuestos a acceder a su petición? Difícil lo veía. Bueno, qué se le iba a hacer, en esa sala ya no había nada de su interés y, visto que no podía continuar hacia el Este, se aventuró por primera vez al Norte. Teniendo la referencia clara de tantas salas seguidas no iba a perderse tan fácilmente. Sin darse cuenta se había recorrido casi el borde inferior del laberinto, menudo logro.

Su estrategia había dado resultado, había logrado escapar por poco de las garras de su gran enemigo.
Pero ahora Keiko se había quedado sola y de nuevo tenía que escoger entre dos caminos.

Uno seguía por el norte, y el otro hacia el oeste. Keiko decidió tomar este último. Cuando lo recorriera y llegara a una división con tres caminos, cogería el que seguía hacia arriba, el cual se bifurcaba, en un camino hacia el norte y otro al este. Escogería este, el cual le dejaría en una estancia el cual el camino más cercano era el de su derecha.

La nueva sala también era grande, no tanto como la anterior, pero grande, y en su centro se hallaba una cueva en lugar de un cohete. Más puertas hacia nuevas direcciones. Miró hacia atrás, indeciso sobre si avanzar o regresar atrás. Entonces oyó la voz y giró despacio la cabeza.

Y vio los ojos amarillos en la oscuridad de la cueva.

«Uh-oh».

Fuese lo que fuese eso, no parecía ni sonaba amistoso, de modo que Malik retrocedió un paso, pensando en ir hacia atrás. Entonces echó a correr con el sprint más rápido que pudo realizar. Se dirigió a la izquierda, para pasar junto a la cueva y a la puerta oeste. Rezó para que la cosa no le alcanzara, no quería saber lo que era y por qué buscaba miel.

Otro camino elegido, otras bifurcaciones disponibles. Todo esto ya se le estaba haciendo un poco repetitivo a Nikolai, aunque esa era la gracia de los laberintos. Las opciones que tenía a su disposición eran la puerta que daba al oeste, la ruta este; por la que, si su vista no le engañaba, logró vislumbrar a lo lejos una figura fundirse con el suelo, y seguir recto por la ruta norte.

Y entonces ocurrió: el estruendo de unas cadenas rompiéndose reverberó por todo el laberinto. Ese sonido solo podía significar que alguien o algo había sido liberado. Mal asunto.

Niko chasqueó la lengua. Si ya de por sí le preocupaban las tretas que podían guardas las salas del laberinto, el que ahora hubiese monstruos campando a sus anchas no hizo más que agravar sus temores.

Ahora mismo no podía arriesgarse a entretenerse más de lo necesario con salitas que probablemente no le llevasen a ningún sitio, así que hizo caso omiso a la puerta y a la sala este para seguir recto; rumbo norte, para llegar cuanto antes al centro.

En vez de mirar hacia delante, miraba todo el rato por encima de su cabeza, hacia el maldito número que descendía poco a poco e indicaba lo cerca que estaba de la eliminación. ¿Sería muy doloroso? ¿Iría al cielo o al infierno? Porque aunque había hecho muchas cosas malas en su vida, morir como una desgraciada en medio de ninguna parte por culpa de un fantasma amante de la música clásica tenía que sumar muchos, muchos puntos.

Estuvo a punto de chocarse contra la pared cuando llegó a la siguiente bifurcación, así que sin pensar mucho en cuál sería la mejor dirección y solo con la intención de buscar el remedio para la maldición, se dirigió hacia el norte. ¡A la mierda la Llave Espada esa rechulona, no merecía morir por ella!


[Hana al norte]

—Menudo montón pasillos, no me van a dar los palos para decidirme con esto.

Pensando en cómo repartiría las cartas para decidir mi siguiente camino, avancé hacia el centro de la sala pisando lo que parecía ser una bonita vidriera. Daba un poco de rabia el tener que estropear una pieza así, aunque pronto más que rabia me iba a dar bastantes ganas de darme con un canto en la cabeza, porque nada más pisar el cristal pude escuchar el ruido de una cadena rompiéndose.

—Eso no ha sonado nada bien —solté al momento intentando alejarme del cristal por si funcionaba de algo y sobretodo porque en del centro de este empezó a salir a borbotones un extraño liquido azul que acabó formando un enorme Flan —. Vaya… y yo sin mi cuchara gigante.

El monstruo rugió dejando claro que iría a por mí hasta que no fuese nada más que otro de los ingredientes de su preparación. Estaba claro que tenía que salir de allí pitando, pero ¿A dónde iría? Además, nada me decía que el monstruo no fuese a seguirme… aunque quizás pudiese retrasarlo.

—Esperemos que ahora no sea un Flan de arándanos, sería muy ridículo ser devorado por un postre con boca —conjurando un hechizo Piro en mi mano lo lancé contra el enorme ser de gelatina y me dispuse a correr tan rápido como mis piernas me lo permitían hacia la salida sur.

Funcionase o no el ataque de fuego, en cuanto llegase a la entrada del pasillo levantaría el enorme muro de zarzas que me permitía crear la Reina de Tréboles y seguí corriendo por el pasillo. Seguramente el muro no pudiese detenerlo del todo, pero con qué retrasase su avance me bastaba para plantearme una nueva estrategia con la que librarme del postre azulado.

Al entrar a la sala Este, la sorpresa que me llevé no fue agradable: centenares de bichos me esperaban allí, dispuestos a echárseme encima. Y eso hicieron, al menos hasta que logré salir de la habitación (no sin ciertas dificultades). Entonces, volvieron a su escondrijo, de donde esperé que no salieran nunca.

Encontré a Simbad, quien me dijo:

—Hay un gran portón que me ha llamado la atención. Pero necesito a dos para desbloquearlo, está a unos pasos de aquí.

La señaló. Al parecer, era como un de las puertas que anteriormente habíamos encontrado.

—Por allí están los otros aprendices de antes y un corredor que lleva al Oeste ¿qué me dices?

Me encogí de hombros, y luego invoqué mi Llave-Espada, diciendo:

—Vamos a abrir esa puerta.

—¿Neru, te vienes? —Xefil, que no me había dicho nada tampoco, sí estuvo dispuesto a abrir la puerta, pero el otro chico se había quedado ahí plantado sin decir nada. Igual estaba pensando en algo, o qué sabía yo, así que lo dejé estar— Pues suerte, y gracias... ya sabes, por lo de antes.

Me alejé al norte hasta llegar a un nuevo cruce de caminos, y optamos por ir al oeste hasta alcanzar una gran sala. En cuanto nos adentramos por completo unas barreras surgieron, lo que me dio a entender que no podíamos salir. Suspiré, pensando en mi lamentosa suerte para caer en todas las trampas.

Me adelanté, observando la zona con cuidado y contemplando los altares junto con el símbolo del suelo. Al parecer teníamos que elegir una de aquellas esferas, sin otra posibilidad. La situación se había puesto bastante complicada de un momento a otro, pero como con el resto del laberinto, era todo azar, así que no merecía mucho la pena comerme la cabeza. Y no obstante, antes de poder elegir siquiera un estruendo resonó por todos lados acompañado del sonido de unas cadenas rompiéndose.

¿Qué demonios es eso ahora...?

Desorientada y observando la habitación todavía con más detalle por si algo había cambiado, me mantuve de pie en el sitio, confusa. Pero no parecía que nada hubiese cambiado, así que decidí ignorar aquello. Igual había sido alguna trampa activada por un aprendiz cercano, pero qué me importaba a mí.

—Parece que cada uno tenemos un veinticinco por ciento de posibilidades de acertar... Será todo suerte, ¿qué dices?

Esperé alguna respuesta por su parte, y me adelanté hasta el primer altar que vi. Así pues, extendí una de mis manos hacia dicha esfera, rezando en mi interior para no acabar muerta en cuestión de segundos.

Continuamos el camino, pero de pronto, un fuerte ruido, como de algo rompiéndose, resonó por el pasillo. Sobresaltada, observé alrededor, intentando encontrar el causante de dicho sonido, pero no vi nada raro.

—¿No te ha parecido escuchar algo? —preguntó Light, que parecía algo tenso, al igual que yo, por culpa del estruendo, que no parecía anunciar nada bueno.

—Sí, lo he oído —respondí—. Y no me da buena espina.

Light observó el pasillo que había ante nosotros, y que pronto giraba, según la brújula, hacia el norte.

—No me convence, mejor voy por el sur.

—Yo iré por el pasillo. Deberíamos explorar lo máximo posible, para encontrar cuanto antes una salida —comenté, caminando hacia delante, y acto seguido me paré en seco y me giré hacia mi compañero—. Pero procuremos no separarnos demasiado, ¿vale? Por si acaso...

Dicho y hecho, me adentré en el pasillo y comencé a avanzar por él.

—Parece que cada uno tenemos un veinticinco por ciento de posibilidades de acertar... Será todo suerte, ¿qué dices?

—No saldremos hasta que no intentemos algo, así que...

¡Pero un segundo! Si los dos intentábamos tocar cristales diferentes, claro, aumentaríamos nuestras posibilidades al cincuenta... ¡pero también asegurábamos que uno fallaría, si no es que los dos! ¿Y si se activaba otra trampa mortal de la cual esta vez no podríamos salir?

Tragué saliva. Quién diría que el laberinto terminaría siendo... pues... mortal.

—La buena fortuna es sólo otro tipo de fuerza —dije, intentando tranquilizarme a mí mismo. Notándome casi temblar, extendí la mano a otro de los cristales.

El estrépito de unas cadenas a los lejos rompiéndose y que parecía hacer resonancia por todo el laberinto, erizó el vello de mi cuerpo, ya que aquello parecía una señal de mal presagio. Quizá me estuviese equivocando, pero fuese como fuese había que salir pronto de aquel laberinto antes de que empezasen a suceder más cosas como aquella. ¿Habría alguien activado alguna trampa? Probablemente fuese eso, pero no había sonado para nada bien.

No resulté ser el único que lo había oído, ya que me había vuelto a reencontrar con mis compañeros de equipo — a excepción de Keiko, por la cual seguía preocupado — y avanzábamos todos juntos como lo habíamos hecho con anterioridad hasta que aquel sonido perturbó la paz de nuestro pequeño grupo:

—¿Qué ha sido eso...?

—No creo que sea nada grave, seguro que alguien ha tocado algo que no debía y ha caído en una trampa o algo. —por lo viso Bavol tenía la misma opinión sobre lo sucedido que yo, pero naturalmente no lo podíamos saber aún, necesitaríamos tiempo para averiguar que había sido lo que se había “liberado”.

—Deberíamos darnos prisa. Diría que estamos en peligro, y no hablo sólo de esto —la otra muchacha cuyo nombre no sabía y que había llegado en un principio con nosotros nos enseñó una uña rota—. Necesita arreglo urgente.

A partir de aquí la conversación derivó en torno a lo que se podría hacer con la uña de la joven y alguna que otra solución espontanea que había ofrecido Bavol, por mí parte seguía pensativo y no metí baza en aquella conversación, pues el tema de unas uñas no me era demasiado interesante en la situación en qué estábamos.

Finalmente llegamos a una nueva sala tras avanzar por un túnel bastante estrecho. Aquella sala me recordaba bastante a aquella donde incluso había habido una chimenea ardiente para descansar si así lo requeríamos, pero a pesar de que estaba cansado no quería detenerme ahora, y por lo visto mis compañeros tampoco. Avanzaríamos sin dudarlo.

Fue entonces cuando me percaté de las opciones que nos brindaba aquella nueva instancia: por un lado había un camino que daba hacia el este, y por otro una enorme puerta. Esta última se encontraba plagada de avisos e incluso con una especie de cinta que trataba de alejarnos de ella; es más, al guardar silencio se oían toda clase de sonidos furiosos y golpes que provenían de su interior.

¿Qué coño hay dentro?...

Me acerqué a ella, pero rápidamente comprobé como mis compañeros estaban más asustados que otra cosa y se pusieron todos de acuerdo en coger el camino que se dirigía hacia el este, en lugar de interesarse por aquella misteriosa puerta... ¿Qué podía hacer yo? Aunque me resultase realmente curioso por el misterio que abarcaba en si mismo, no podía arriesgarme yo solo a que se tratase de una trampa y acabar metido sin ninguna clase de ayuda en la boca del mismísimo lobo, por lo que no tenía otra opción que aguantarme y seguir a mis compañeros por el momento.