Re: [Tierra de Dragones] Linda flor
Publicado: Mar Mar 24, 2015 11:10 pm
Enok pareció salir de un trance. Alzó las manos hacia el techo y giró dando varios pasos; si no hubiera habido música aquel gesto habría sido digno de unas risas, sus ropas danzaron. Por un momento, pensé que no iba a hacer magia. No tardé en salir de mi error.
Estiró la palma de su mano. Vi como murmuraba un hechizo, probablemente hielo. Multitud de cristales helados aparecieron en su mano, el público emitió un ruido, como si contuvieran el aliento, o lo hubieran expulsado. Dirigió una mano hacia el suelo y la sala se llenó de aire congelado. Se me erizaron los pelos de los brazos y la mayoría del público abrió los ojos como platos.
Creó dos cristales de hielo que danzaban caprichosos sobre el aire, me maravillé completamente ante el espectáculo; súbitamente se fueron dividiendo en minúsculos cristales que parecían obedecer al mismísimo viento. Volvió a realizar lo mismo, y no pude quedar más patidifuso.
Tal vez, Enok no se dio dado cuenta, pero cuando el hielo comenzó a girar, reflejó las luces de toda la estancia, y se proyectaron una y otra vez sobre el escenario. Hermoso. Realmente hermoso. Podría componer una canciones sobre ello. Quizá no fuera sólo por la música.
A través de la cortina giratoria, me miró con decisión y avanzó hacia mí. Alcé una mano para acariciar los cristales que rotaban, casi sin poder moverme ante inigualable espectáculo. Enok se inclinó un poco, pero no me moví.
Casi salí corriendo cuando nuestros labios se rozaron. ¿Qué pretendía con ello? ¿De verdad había sido necesario? Si no me aparté bruscamente fue porque estábamos en un escenario. Se apartó con una mueca.
Acto seguido, y mirándole algo aturdido; volvió al centro del escenario. Sin casi pestañear, su cuerpo se elevó unos metros en el aire. Me decidí a aprender ese hechizo. El público se levantó de la impresión casi aplaudiendo, eufóricos cuando pétalos de rosa bañaron la Figura de la Tigresa.
Un chaval, en una de las mesas llegó incluso a gritar emocionado, enfebrecido por el espectáculo. Vi a todos los clientes (a los que había atendido y no) algo borrachos y anodadados.
Creí que Enok, suspendido, me estaba dirigiendo una mirada muda. Una mirada que decía que era mi turno… Entendí de repente el beso y su significado. Los pétalos seguían revoloteando a su alrededor.
Mirando al público, como si estuviera sorprendido, anuncié para que todos me oyeran, como si estuviera muy emocionado:
—Y aquella a la que el Don le fue concedida —extendí mi mano en pose teatral—, ¡podría otorgar aquellos mismos poderes!
De mi mano extendida invoqué una bola de luz, que alumbraba mucho más que aquellas lámparas del local. La gente no estaba satisfecha todavía, lo sabía como buen actor que era. Por eso sople hacia el hechizo, que se descompuso en pequeños atisbos brillantes, que fueron a parar al público entumecido y con mandíbulas colgantes.
La Princesa miró con atisbos de codicia hacia Enok, y supe lo que estaba tramando al instante. Sin perder más tiempo (supuse que estaría cansado de levitar), preparé un hechizo de tipo tierra, momentáneamente inspirado.
Mis manos se estrellaron contra el suelo en el momento el que me dejé caer. Multitud de raíces uniformes se extendieron por el suelo, más allá del escenario; que se enroscaron en las patas de las mesas y florecieron al instante, ante los suspiros de asombro. Casi sudando, probé a que las zarzas hicieran algo más.
Intenté aglomerar mi poder bajo el rubio, que ya estaba descendiendo poco a poco. Casi sin querer, las plantas formaron una pequeña escalera hacia el muchacho suspendido, juntándose en una plataforma informe en los pies de Enok, que apoyó los pies sobre ella.
Despegué las manos del suelo, muy muy cansado y sudando frío. Jamás había probado hacer aquel tipo de hechizo, y aunque partiera de un hechizo elemental, la coagulación de plantas había diezmado mis energías. La música paró en una nota aguda, y me dirigí a la violinista, levantándome.
—Gracias —susurré. La chica inclinó la cabeza, asombrada.
Los aplausos, gritos y silbidos atronaron mis oídos, y me incliné para saludar; en ese breve instante traté de recuperar el aliento, estaba jadeando del esfuerzo. Cuando me levanté, le tendí una mano a la Tigresa para ayudarle a bajar, no quería que resbalara con las raíces y se partiera el cuello.
Yao, que se encontraba detrás de la barra, había venido de un salto y nos miraba eufórico con los ojos brillantes, me estrechó la mano con afán.
—Jujujuju —se reía como un maníaco, se dirigió al público a continuación—. ¡Eso ha sido increíble! No tengo palabras. ¡Caballeros, Jeanne Trené y La Tigresa de Bastión!
Seguramente sería el espectáculo con más aplausos recibidos que había hecho en toda mi vida.
Estiró la palma de su mano. Vi como murmuraba un hechizo, probablemente hielo. Multitud de cristales helados aparecieron en su mano, el público emitió un ruido, como si contuvieran el aliento, o lo hubieran expulsado. Dirigió una mano hacia el suelo y la sala se llenó de aire congelado. Se me erizaron los pelos de los brazos y la mayoría del público abrió los ojos como platos.
Creó dos cristales de hielo que danzaban caprichosos sobre el aire, me maravillé completamente ante el espectáculo; súbitamente se fueron dividiendo en minúsculos cristales que parecían obedecer al mismísimo viento. Volvió a realizar lo mismo, y no pude quedar más patidifuso.
Tal vez, Enok no se dio dado cuenta, pero cuando el hielo comenzó a girar, reflejó las luces de toda la estancia, y se proyectaron una y otra vez sobre el escenario. Hermoso. Realmente hermoso. Podría componer una canciones sobre ello. Quizá no fuera sólo por la música.
A través de la cortina giratoria, me miró con decisión y avanzó hacia mí. Alcé una mano para acariciar los cristales que rotaban, casi sin poder moverme ante inigualable espectáculo. Enok se inclinó un poco, pero no me moví.
Casi salí corriendo cuando nuestros labios se rozaron. ¿Qué pretendía con ello? ¿De verdad había sido necesario? Si no me aparté bruscamente fue porque estábamos en un escenario. Se apartó con una mueca.
Acto seguido, y mirándole algo aturdido; volvió al centro del escenario. Sin casi pestañear, su cuerpo se elevó unos metros en el aire. Me decidí a aprender ese hechizo. El público se levantó de la impresión casi aplaudiendo, eufóricos cuando pétalos de rosa bañaron la Figura de la Tigresa.
Un chaval, en una de las mesas llegó incluso a gritar emocionado, enfebrecido por el espectáculo. Vi a todos los clientes (a los que había atendido y no) algo borrachos y anodadados.
Creí que Enok, suspendido, me estaba dirigiendo una mirada muda. Una mirada que decía que era mi turno… Entendí de repente el beso y su significado. Los pétalos seguían revoloteando a su alrededor.
Mirando al público, como si estuviera sorprendido, anuncié para que todos me oyeran, como si estuviera muy emocionado:
—Y aquella a la que el Don le fue concedida —extendí mi mano en pose teatral—, ¡podría otorgar aquellos mismos poderes!
De mi mano extendida invoqué una bola de luz, que alumbraba mucho más que aquellas lámparas del local. La gente no estaba satisfecha todavía, lo sabía como buen actor que era. Por eso sople hacia el hechizo, que se descompuso en pequeños atisbos brillantes, que fueron a parar al público entumecido y con mandíbulas colgantes.
La Princesa miró con atisbos de codicia hacia Enok, y supe lo que estaba tramando al instante. Sin perder más tiempo (supuse que estaría cansado de levitar), preparé un hechizo de tipo tierra, momentáneamente inspirado.
Mis manos se estrellaron contra el suelo en el momento el que me dejé caer. Multitud de raíces uniformes se extendieron por el suelo, más allá del escenario; que se enroscaron en las patas de las mesas y florecieron al instante, ante los suspiros de asombro. Casi sudando, probé a que las zarzas hicieran algo más.
Intenté aglomerar mi poder bajo el rubio, que ya estaba descendiendo poco a poco. Casi sin querer, las plantas formaron una pequeña escalera hacia el muchacho suspendido, juntándose en una plataforma informe en los pies de Enok, que apoyó los pies sobre ella.
Despegué las manos del suelo, muy muy cansado y sudando frío. Jamás había probado hacer aquel tipo de hechizo, y aunque partiera de un hechizo elemental, la coagulación de plantas había diezmado mis energías. La música paró en una nota aguda, y me dirigí a la violinista, levantándome.
—Gracias —susurré. La chica inclinó la cabeza, asombrada.
Los aplausos, gritos y silbidos atronaron mis oídos, y me incliné para saludar; en ese breve instante traté de recuperar el aliento, estaba jadeando del esfuerzo. Cuando me levanté, le tendí una mano a la Tigresa para ayudarle a bajar, no quería que resbalara con las raíces y se partiera el cuello.
Yao, que se encontraba detrás de la barra, había venido de un salto y nos miraba eufórico con los ojos brillantes, me estrechó la mano con afán.
—Jujujuju —se reía como un maníaco, se dirigió al público a continuación—. ¡Eso ha sido increíble! No tengo palabras. ¡Caballeros, Jeanne Trené y La Tigresa de Bastión!
Seguramente sería el espectáculo con más aplausos recibidos que había hecho en toda mi vida.