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Light se llevó un chasco cuando comprobó que no había absolutamente nada en la nevera… salvo coca-colas caducadas. No quería acabar con diarrea, así que las ignoró.

—Oh, mierda. —Apretó los dientes y se los mostró a su nueva amiga.

»Todas las coca-colas para ti, no te preocupes.

La armadura de la cocina comenzaba a moverse. ¿Habría activado alguna trampa? ¿Quizás al cotillear la nevera?

Light, intranquilo, reaccionó de inmediato y tiró hacia la entrada a la despensa, la salida más cercana. Esperaba que aquel mensaje no fuera en serio y la armadura no le siguiera. Quizás alguien intentaba asustarles con aquellas pintadas para evitar que descubrieran el secreto de aquella mansión.

En cuanto cerrara la puerta y encontrara a Saito, le advertiría:

—Tenemos problemas. La armadura de la cocina se mueve y no parece demasiado amigable.

Resopló. Acto seguido, comenzó a explorar el lugar. No se complicó demasiado la vida y curioseó lo que estaba más a la vista: el armario. Así que se acercó al mueble, rebuscó en éste, cogió la caja metálica e investigó su interior.

Un chirrido alertó a la hermosa medusita. Al darse cuenta de cuál era su origen abrió la boca mucho, incrédula y asustada.

—A-alec date prisa... —comenzó a decir desde el pasillo, sin siquiera saber si podría escucharla o no o si se encontraba bien siquiera—. Ten... cuidado... cuando salgas...

Cuando la armadura la miró directamente ella empezó a dar pasos hacia atrás despacio, con cuidado. Poco a poco mientras hacía un gesto como para calmar a la armadura.

Si veía que la armadura aceleraba el paso se dejaría de tonterías y saldría pitando al vestíbulo, aunque de todas formas iba a ir hacia allí si o si.

Rezando porque no hubiera nada extraño en el vestíbulo, y sin pararse a mirar siquiera los retratos debido a lo asustada que estaba, tomaría las escaleras para subir al primer piso.

Abrí los ojos, incrédulo cuando la cesta le segó la mano. Fue unvespectáculo cruel y macabro, por lo que lo único que pensé fue en no mirar el miembro cortado muy seguidamente. Aunque se deshizo en volutas de luz. Revolví la cabeza mientras cogía un puñado de caramelos y me los guardaba en el bolsillo.

Salimoa al jardin. La oscuridad, las flores marchitas, la niebla incipiente. Todo era de lo más tétrico. Sin embargo algo me llamó la atención: una armadura y una trampilla.

No estaba dispuesto a pasar al invernadero, así que solo me quedaba bajar por aquella trampilla. Pero no quería bajar desarmado.

Me acerqué a observarla, pero algo me llamó de sobremanera, y era la guadaña oxidada que llevaba. Tenía pinta de que iba a moverse de un momento a otro. Alargué una mano y rápidamente le arrebataría el arma.

-¿Qué ves? –Le preguntaría a Celeste una vez que ésta se hubiera levantado.

Me acerqué un poco a ella para ver qué era lo que había sacado de debajo de la cama, parecía ser un sello. Tras ver el objeto pude respirar tranquila, al final no era una araña ni ningún monstruo, ¿pero a qué venía aquel ruido? Preferí no darle más vueltas de la cuenta.

-Voy a mirar los libros. –Le comenté a mi compañera.

Con aquello dicho y menos tensa, me puse a leer aquella pila de libros. No había nada que destacara entre aquel montón de novelas viejas, que en cualquier momento parecía que iban a convertirse en cenizas. Solo pude encontrar unos restos de lo que parecía ser un diario.

Arqueé ligeramente la ceja mientras leía, lo que se podía, en las pocas hojas que quedaban.

“Esta visita no está saliendo tan bien como esperaba. Creía que el retiro le habría sentado mejor, pero al mirarle ahora, no consigo ver aquel que fue mi viejo amigo durante tantos años… Tal vez …. Tenía razón”

¿Sabéis cuando una película está en la mejor parte y la cortan? Así me sentí yo al leer aquello. Con un chasqueo de lengua miré a Celeste y le tendí el texto con cuidado.

-Ten. Por si quieres echarle un vistazo.

Tras eso me giré a observar la habitación: lo único que quedaba por investigar era aquella mesita de noche. Por alguna razón aquel mueble me daba muy mala espina pero ¿y si contenía algo? ¿Y si era la llave del portón principal?

-Cre-Creo que voy a mirar en la mesita de noche–dije casi para el aire.

Tragando un poco de saliva me colocaría en el lado izquierdo de la mesita y comenzaría a examinarla, si tenía un cajón lo abriría con cuidado manteniéndome siempre en el lado izquierdo, es decir, en el lado contrario a la ventana. Tras examinar el mueble iría de nuevo al pasillo y esperaba que Celeste me siguiera.

No había nada importante en aquela armadura, sólo que se sostenía sola. Estaba vacía y no había ningun tipo de soporte. Qué raro...

¡CHÁS! Un ruido alertó a Kairi y se dio la vuelta. La chica disfrazada de princesa sirena había metido la mano en la cesta de caramelos y un cepo se la había cortado.

- ¡Ah! ¿Estás bien? - preguntó al ver que no había sangre, solo luces en la zona cortada.

Los caramelos habían quedado esparcidos por el suelo. Kairi cogió unos cuantos y se los guardó en el bolsillo del kimono. Todos menos uno, al que le quitó el envoltorio y olisqueó un poco. Parecía en buen estado, así que se lo comió. Delicioso.

En los jardines, esperaba ver una salida por la que escapar, pero no. Sólo había un montón de flores marchitas, malas hierbas y dos caminos por los que ir, además de otra armadura con una guadaña. Uno de los caminos llevaba a un invernadero. El otro a una trampilla, pasando la armadura.

Uno de sus compañeros iría por la trampilla. Kairi decidió seguirlo pero antes de entrar la examinaría bien. La armadura le daba mal rollo, así que pasó delante de ella bastante retirada.

La única que se atrevió a meter la mano... la única que la perdió; en cuando tocó un caramelo, una afilada hoja se deslizó. Por suerte, la sangre parecía ser tabú en la mansión y la sangrienta escena se ocultó entre lucecitas. Coli agradeció profundamente el hecho de no haber metido la mano. Sabía que no debía fiarse de nada y que podía haber ocupado el lugar de Hana si hubiese sido impulsiva.

Con las ganas de caramelos cortadas al ver tal espectáculo, la muchacha se dirigió hacia el exterior.

Lo que le esperaba allí era más de lo mismo: restos de lo que debía haber realmente. Las flores marchitas eran una vista bastante deprimente, pero un invernadero que se hallaba cercano parecía en mejor estado. La otra alternativa era una trampilla y... normalmente no se solían ocultar cosas buenas por los sótanos.

—Creo que yo me voy al invernadero... en honor a mi disfraz —dijo a sus compañeros.

La muchacha salió al jardín, pero como era de esperar ese jardín hacia juego con el resto de la mansión. Era lujubre, oscuro y hacia incluso algo de frío, pero también podía ser por el disfraz de la mujer.

Ella tenía claro que hacer a continuación, indicó con la mano a Watson su ruta: Iría al invernadero, ¿que podría salir mal de ahi? ¿Plantas carnivoras? ¿Enredaderas que te cubrirían el cuello hasta hacer que explotase por la presión de la sangre de la cabeza? Tonterías.

Siguió a la chica vestida de coliflor que había visto antes, que casualidad... Podría ser útil su presencia, ''por si acaso''.

Miré con recelo aquella armadura hasta la sorpresa que esperaba, ¡pero si yo su muerte deseaba! Miré con gusto la mano de la dama, ¡que tierna artimaña! Sabía ya que truco tenía ese calabaza mal parida. ¿No era acaso sospecha alguna que su estado, cual discernía de lo que le rodeaba, una trampa esperaba? En este teatro de terror, sangre no lucía más que las luces que la mansión cambiaba para evitar ir manchada. Claramente algo así esperaba, antes con la purpurina, yo hasta dudaba que sangraba si me cortaba con la espada.

Bueno, no era buena la tentación. Podría coger alguna enfermedad que se transmita gracias a abrir una herida y la putrefacción de la zona sólo aumentaría la infección de cualquier herida. ¡Como la de la mano de esa tía!

—Mira que avisé, es una trampa, no pienso hacerte un chequeo médico... Ya te morirás o te amputarás el brazo luego. — murmuré para mirar más detalladamente la armadura, era gracioso... Sin duda—.Esto si que es curioso...

No tenía soporte, como deducía y su postura algo curvada demostraba que no era una armadura solitaria. Así que tras salir, esperé al resto de grupo mientras evitaban mirar algo que querría coger y usar para dar bofetones sin cortarme, pillad el chiste... ¡Oh pero si no tengo sentido del humor! Bah, lo entenderéis luego y si no, pues que os den... Cogí un par de caramelos y uno se lo di a Aru.

Salir al exterior, ¡que genial! ¡Qué emoción! Solo faltaban estatuas de ángeles, a las que no perder ojo, para hacer más este lugar una atracción. Suspiré aliviado que no fuera otra trampa la que hubiéramos activado. ¿Y por qué ahora justo voy narrando y rimando? Por Halloween y amor a mi vida, era mejor tomarla con ironía, con sarcasmo y descaro, porque este será un gran año. ¿Voy comenzando? Este turno pasaré de narrar mis deducciones, creo que ya las habréis tomado con las decisiones. Yo miré a mi dulce princesa, que me hacía tener unas ganas tremendas de llevarla abrazada, con tal de que no se salga... nada. Me señaló su dirección, bella ubicación: el invernadero. Miré como la morsa verdosa del grupo iba en esa dirección y miré a Aru, la seguiría, así que sin más dilación miré a Simbad.

—Simbad, si hay peligro o descubrimos, pero no hay salida, algo iremos por vuestro camino. Vosotros deberíais hacer lo mismo. Cuento contigo, chico endiablado...—le informé al joven que conocía en aquel lugar. Parecía centrado en sacar la guadaña, yo me quedé un segundo a ver que hacía. Miré al resto y miré la manca con una sonrisa,
e s o l e p a s a p o r t o n t a.

—¿Pero qué demo..?

Con un bufido, Celeste se acercó a gatas y metió el brazo debajo de la cama. No había peligro de que ningún gracioso la agarrara porque no había nadie ahí. Pero, ¿y el sonido de antes? No habían sido imaginaciones suyas, eso estaba claro.

—¿Qué ves? —preguntó Yui, acercándose.

—Sólo esto. —Se puso en pie y le mostró el sello que había encontrado. No parecía tener nada de especial, pero lo guardó en sus bolsillos de todas formas. Quizás la conduciría a alguna pista más tarde.

—Cre-Creo que voy a mirar en la mesita de noche.

Celeste asintió con la cabeza y se sentó en la cama a hojear el libro que le había tendido Yui, dispuesta a esperarla. Buscaba algún dibujo parecido al que marcaba el sello, pero no encontró nada.

En cuanto Yui acabara con la mesita, dejaría el libro en su sitio y saldría al pasillo. ¿Adónde podrían ir ahora..?

No fue una sorpresa. Hana llevaba años sabiendo que tenía la mano muy larga. Tarde o temprano tenía que salirle una cuchilla que se la rebanara cuando fuera a mangar o coger algo ajeno. Se sobresaltó, le dolió un poco mucho, pero se contuvo de gritar, porque ¡aquello era una fiesta! De hecho, se comió uno de los caramelos, que por ellos había perdido una mano.

El medicucho le dijo que no la iba a tratar (poco importaba, cuando saliera de allí usaría un Cura, que era el triple de eficaz) y otra de las chicas se preocupó por ella. Hana, por el contrario, tenía un humor raro aquel día y simplemente le mostró el muñón para exclamar:

—¡Por fin podré ponerme un garfio!

¡Ahora ya nadie dudaría de su espíritu pirata!

Salió al jardín con los demás, donde no había nada interesante salvo una armadura. Se dirigió hacia la trampilla, tras el par de aprendices, sin nada más que hacer.

Nikolai salió de la habitación al poco de que entráramos. Inflé los mofletes y entrecerré los ojos mientras salía, guardándole rencor por dejarme sola para morir potencialmente a manos de guillotinas invisibles en el techo. Dejé de mirarle cuando al abrir la puerta vi de nuevo la armadura, que me había dado un mal rollo de la leche tras pegarle la patada.

Allí había cosas interesantes. Una caseta de muñequitos chachis, un soldadito de plomo que no me gustó nada cuando lo vi... Oh, y un armario siniestro que sonó de forma muy rara al poco de entrar. La puerta estaba ligeramente abierta, invitándome a echar un vistazo a su interior. Mal rollete, mal rollete.

Tan mal rollete que me acerqué a él y abrí la puerta de golpe para ver qué había en su interior. No sólo ver, pensaba revolver todo el armario hasta que encontrara algo de interés. Si no había nada, pues saldría de la habitación de nuevo al pasillo.

¡Y no! Empezó a ponerse nerviosa, además de enfadada. ¿Cómo era posible que la hubieran cagado los tres? ¡Había que tener mala suerte! Tosiendo y con los ojos anegados en lágrimas, hizo señas a sus compañeros para que siguieran adelante sacando libros. Entonces escuchó un chirrido que le puso la piel de gallina y vio que una armadura comenzaba a incorporarse. Maldijo y casi no hizo caso a los chillidos que le llegaron desde el pasillo.

Pero eran tres. Quedaban cinco malditos volúmenes y a uno le quedaría todavía una oportunidad de hacer algo más antes de que el gas los matara o lo hiciera la armadura.

Así que sacó el volumen 1 y después se precipitó sobre el diario para escribir «salida», lo único en lo que se le ocurría pensar en ese momento. Esperaba que sus compañeros movieran los otros cuatro volúmenes. Por fuerza uno tenía que ser el correcto. También era probable que aunque consiguieran abrir la salida, la armadura los matara, pero al menos lo habrían intentado.

—Sabía que Nicoxa se estaba asustando por nada —reí al ver la fregona caída sobre el suelo y el cubo dentro de la bañera —. Podré decirle que no tenía nada que temer, además, me tiene a mí para ayudarla en lo que sea, mucho se lo va a tener que currar la mansión para asustarme.

Volviendo a poner la fregona en su sitio me fijé en un objeto con forma de rombo que había dentro del cubo. Lo cogí curioso por saber que era, ya que no lo podía reconocer como nada típico que pudieses encontrarte en un aseo. Guardandolo en mi bolsillo y finalmente llevándome la fregona también, que bueno, si nos atacaba algún hombre lobo le podría limpiar la cara con ella, me dispuse a salir de la habitación.

Lo que me encontré en el pasillo me sorprendió un poco, la armadura de antes se estaba moviendo, dirigiéndose a la joven de cabellos azules. Estaba dispuesto a golpear a la armadura con la escoba en el yelmo para ayudar a la mujer, pero esta echó a correr por el pasillo en dirección al vestíbulo.

—¡Nicoxa, espera! —le gritó corriendo detrás de ella.

Intenté alcanzar a la aprendiza en el vestíbulo, pero cuando llegué a él esta ya debió de haberse ido por alguno de los otros dos caminos, ya que no la encontré por mucho que miré por la sala.

—Ohh... mierda

A oscuras. La habitación estaba completamente a oscuras. No se veía nada, absolutamente nada. Y eso era un problemón bastante gordo. más que nada porque teniendo en cuenta lo gracioso de las trampas y trucos de la mansión, recordemos a ese aprendiz que murió nada más dar dos simples pasos en la mansión, aquella jugarreta podía salir muy cara. No era capaz de utilizar magia, por lo que era incapaz de utilizar algún hechizo para iluminarme el camino.

Al poco rato y mientras pensaba e qué hacer, sentí algo contra mi espalda: Era otro aprendiz disfrazado, bastante similar a mi idea del Caballero sin Cabeza, sólo que con su armadura y todo hecho con calabazas. Desde luego parecía que había descuento en la frutería y no me había enterado.

—¡Hey!—comenté inspeccionando arriba y abajo al "Sr calabaza"—.¡Buen disfraz! ¿Me imagino que no podrá iluminarse como una calabaza con velas, no?

—Pues parece que no va a haber otra manera de averiguar que hay aquí... a no ser que nos met-

Unos gritos femeninos cortaron por completo lo que estaba apunto de decir. Desde luego me sobresaltaron, pero me sorprendió lo bien que se oía. Seguramente sería algún tipo de altavoz en la habitación o algo. Era díficil de imaginar, pero oye, si habían "matado" a uno de los aprendizes, ¿Qué era imposible?

—En fin, como iba diciendo... —volví al tema ignorando aquél grito claramente obra de unos altavoces o algo de ese estilo—... No vamos a poder averiguar si hay algo aquí a no ser que nos movamos. Dime, ¿te vienes al "laaaado oscuuuro"?

Una vez decidiera la calabazada andante si venía o no, caminé con algo de nerviosismo, pero con más duda que miedo, hacia la oscuridad de la habitación, intentando encontrar algo que pudiera servir para iluminarla: Una vela, una lámpara, algún botón en la pared... ¡Lo que fuera que pudiera reconocer por el tacto!

Aquella endiablada puerta se me había resistido, llegando a pensar que podría estar cerrada por dentro o algo. Pero cuando ya había perdido toda esperanza, empezó a ceder hasta poder abrirla por completo. Pero lo siguiente que sucedió escapó por completo a mi comprensión.

Un poderoso viento se liberó — ¿cuánto llevaría aquella puerta sin abrir? — y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo al escuchar un grito lleno de alegría a mi lado, justo donde no había nadie porque el aprendiz vestido de demonio se había puesto a inspeccionar la nevera.

Habrán sido imaginaciones mías...

Con una mala sensación me adentré en aquella oscuridad; suerte la mía la de no haber cerrado la puerta ya que de haberlo hecho no hubiese encontrado una vieja lámpara que pude encender para verme allí dentro; no había demasiado que decir de un lugar como aquel, en el que la mayoría de lo que había se basaba en comida ya caducada.

Pero tras rebuscar un poco encontré un par de cosas a destacar: una caja metálica que desentonaba por completo con toda aquella comida, una especie de escrito metido dentro de una botella de vinos y una trampilla medio escondida entre los sacos de patatas.

La opción de explorar alguna de aquellas opciones me emocionaba, pero entonces mi compañero apareció en escena sin que yo me percatase dándome un pequeño susto con el que casi arrojé la lámpara que nos servía de iluminación entre toda aquella oscuridad.

—Tenemos problemas. La armadura de la cocina se mueve y no parece demasiado amigable.

—Entonces será mejor que salgamos de aquí antes de que logre entrar a saludar.

Mientras él se dirigía hacia la destacable caja, yo apartaría los sacos de patatas y abriría la trampilla listo para entrar.

>>Usemos esto, será mejor que dejar que nos atrape.

Tras aquello entraría por aquella salida que acababa de abrir, esperando no haber cometido un grave error.