[Bastión Hueco] Aterrizaje forzoso

[Soul Artist]

—¿Estamos encerrados?

Demasiado tranquila estaba la joven. Acabábamos de escapar de todo un ejército de Sincorazón en el espacio y no había entrado en pánico, más bien era el ejemplo perfecto de calma. Me pregunté cómo se lo montaba, pero desde luego aquel no era el momento para pararme a observar esas cosas.

—¡Pichu! —llamé—. ¡Pichu, ven aquí!

—¿Hay alguna forma de abrirla?

No contesté, pues no hacía falta. En seguida apareció, tal y como esperaba, una ratoncita amarilla corriendo a cuatro patas hacia mí, alegre de que por fin la hubiese llamado. En cuanto me dio alcance saltó a mis piernas y las escaló a toda velocidad, alcanzando mi hombro y apoyándose en él.

—Bien, vamos a usar el teletransporte —indiqué, tomando la mano de Fátima con delicadeza. No era momento para cortejarla, pero no podía evitarlo; era parte de mi encanto—. ¿Está usted preparada?

Esperé a su respuesta y activé los mandos del teletransportador. Los tres desaparecimos del interior de la Black Hunter para volver a aparecer en el exterior, pudiendo tomar por fin algo de aire puro.

Estábamos en uno de los extremos de la pequeña ciudad, definitivamente. Absolutamente nadie se había acercado a ver la nave, algo que me preocupaba que pasara desde el principio, pues no podía explicar a los habitantes que éramos del espacio exterior. Suspiré aliviado y, en parte, arrepentido; ¿es que a nadie de allí le importaba lo que acababa de pasar? ¿O simplemente todos se habían escondido?

Los edificios y casas no eran muy altos. De un color ocre la mayoría, con tejados rojizos y poco cuidados, me chocaba bastante con el hielo repartido por zonas de la ciudad, como el del muro con el que habíamos impactado. Tardé unos segundos en darme cuenta de que los bloques helados no eran lo único extraño allí; algunas de las casas parecían destruidas, asaltadas a conciencia. E imperaba el más aterrador de los silencios.

—¡Eh! —grité, alzando la voz y llevándome las manos a la boca para ampliar el sonido de mi voz—. ¿Hay alguien ahí?

No hubo respuesta. Tragué saliva y me dirigí hacia Fátima.

—Voy a arreglar la nave y podremos irnos —le comenté a mi joven compañera, llevándome la mano a la nuca y rascándome, extrañado por aquel ambiente. Mi mascota hizo un sonidito de alegría y saludó con una de sus patitas a Fátima, sonriente—. Ah, sí. Te presento a Pichu, una... Amiga, por llamarlo de algún modo.

[Suzume Mizuno]

Por el rabillo del ojo captó una mancha amarilla y negra. Contempló como una extrañísima criatura trepaba por el cuerpo de Ivan hasta sentarse en su hombro.

Se quedó mirándola en blanco, preguntándose qué demonios sería. Pero fuera lo que fuera, era muy mona. Pero todavía estaba en estado de shock y no reaccionó. Ni siquiera cuando Ivan le tomó una mano.

—Bien, vamos a usar el teletransporte — se preguntó qué sería aquello —. ¿Estás preparada?

—Supongo…

Al momento siguiente se encontraban en el exterior. Fátima entrecerró los ojos al recibir en plena cara los rayos del sol. Entonces un sudor frío bajó por su espalda y se le revolvió el estómago. Corrió hacia un lateral de la nave, resbalando entre los trozos de hielo que habían caído al suelo durante el impacto, y vomitó detrás de una roca.

Escupió varias veces hasta que consiguió disimular la acidez de la boca. Se apretó el estómago. Estaba asustada, muy asustada. Habían estado a punto de morir.

Entrelazó los dedos y apretó para controlar el temblor que se había apoderado de ellos. Respiró hondo.

“Cálmate. No es el momento”.

Escuchó gritar a Ivan:

—¡Eh! ¿Hay alguien ahí?

Se incorporó y se pasó una mano por la boca.

—Voy a arreglar la nave y podremos irnos — Fátima asintió. Solo entonces vio por primera vez la nave en la que Ivan la había montado. Se estremeció. Desde luego, no le gustaba. Estaba medio destrozada y su estructura era tan extraña… Sacudió la cabeza y echó un vistazo a la ciudad. Estaba rodeada por un silencio innatural. Y no había nadie asomado alas ventanas, ni acercándose por el estruendo que había causado el impacto de la nave. Si ella hubiera visto un bólido cruzar la ciudad se habría acercado a investigar… Entonces se fijó de nuevo en la criatura que reposaba sobre el hombro de Ivan. Con una de sus manitas saludó a Fátima, que se quedó de piedra. —Ah, sí… Te presento a una Pichu, una… Amiga, por llamarlo de algún modo.

Fátima notó que sus ojos se abrían de la impresión. Era…¡era monísima!

Se acercó a ella y extendió un dedo, olvidándose del resto del mundo.

—¿De dónde la has sacado? Es una cucada… —prácticamente los ojos le hacían chiribitas. Acercó el dedo a su patita —. ¿Puedo tocarla?

“Ay, me la como. Qué cosita…”

[Soul Artist]

Pichu estuvo encantada con el saludo de Fátima, a la cual contestó acariciándolo con su mejilla mientras alargaba un sonidito de satisfacción. La pequeña era realmente cariñosa; siempre que conocía a alguien se mostraba juguetona. Excepto con los Sincorazón, a quienes tenía un miedo aterrador.

—Claro, puedes tocarla —afirmé con una sonrisa—. Es muy buena cuando le viene en gana. Pero si le tocan cuando ella no quiere, suele dejar paralizada a la gente. Su cuerpo está cargado de electricidad.

La pequeña ratoncita siguió disfrutando unos segundos del dedo de Fátima hasta que se dirigió a mí y se montó sobre mi cabeza, en señal de que quería también mi plena atención. Sin embargo, la cogí y la alejé con ambas manos de mí, dirigiéndole la mirada directamente a los ojos para que entendiera mi recado.

—Pichu, tengo una misión para ti. Debes escalar la nave y recoger las dos alas rotas para poner, en su lugar, una del otro lado —la giré y dirigí hacia las piezas gumi Aero, que permitían la estabilización de la nave a la hora de salir volando—. Cuando arranques una de su sitio, se volverá pequeñita y portátil, así que tranquila. Las rotas puedes tirarlas, pero es importante que pongas la otra, ¿vale?

Mi pequeña amiga infló sus mofletes, en señal de que no le gustaba la tarea que le acababa de encomendar. Extendió sus patitas hacia mi cara, intentando alcanzar mis gafas para obligarme a jugar a su pasatiempo favorito: el escondite. Sin embargo, alejé mi cara y me reí de ella.

—¡No, tonta! Mis gafas son sagradas. ¡Ponte a trabajar y luego hablamos de juegos!

Pichu entrecerró los ojos y soltó unas chispas por sus mejillas, enfurruñada conmigo. La dejé en el suelo y caminó a cuatro patas hasta el casco de la nave, donde colocó una de sus pequeñas extremidades para realizar la habilidad que llamé Imán, con la cual podía escalar superficies metálicas gracias a su magnetismo propio.

—Bueno —me dirigí hacia Fátima mientras Pichu hacía su trabajo—, y... ¿Quiere que le traiga algo, signorina? He visto que ha... —señalé hacia la roca donde había "liberado" su desayuno, aunque no completé la frase.

[Suzume Mizuno]

Cuando notó la diminuta patita de Pichu, Fátima sonrió de oreja a oreja y resistió, con gran esfuerzo, el deseo de apretujarla contra su pecho. Le encantaban las cosas monas y a veces llegaba a olvidarse del mundo que la rodeaba cuando estaba con una de ellas.

—¿De electricidad? — repitió, ensimismada con el extraño animalito.

Al cabo de un rato, Pichu trepó a la cabeza de Ivan y Fátima reprimió un gesto de decepción.

Ivan empezó a darle instrucciones sobre algo del ala, pero Fátima dejó de prestarles atención y rodeó la nave para poder echar un vistazo a la ciudad. Seguía sin haber movimiento, ni ruido, ni nada.

No hacía frío. Entonces, ¿por qué había hielo…? Echó un vistazo al cielo. Estaba despejado. Tampoco hacía viento…

“¿Qué es todo esto?”

—Bueno, y… ¿Quiere que le traiga algo, signorina? He visto que ha…

Fátima siguió la dirección de su dedo y negó con la cabeza.

—Preferiría saber dónde estamos. Y qué ha pasado — hizo visera con la mano —. ¿Por qué no hay nadie…? Este sitio me da escalofríos. ¿Y esas casas están… rotas? ¿Es que ha habido un temporal?

Se volvió hacia Ivan cruzada de brazos y dando golpecitos al suelo con la punta del pie. Ahora que comenzaba a entender la situación el inicio de un soberano cabreo se hacía posesión de ella.

—Dijiste — empezó a decir con lentitud — que no tendrías problema en llevarme a mi mundo — se humedeció el labio inferior y se dio un par de pasos hacia él —. Dijiste que llegaríamos en cuestión de media hora. Pero nos han atacado y hemos acabado en este sitio… — se detuvo frente a él, acorralándolo contra la nave. Pocas veces se había sentido tan alta y tan fuerte. Le estaba clavando una mirada helada que no podía dejarlo indemne —. Creo que te conviene explicarte, Ivan.

[Soul Artist]

¿Por qué me había acorralado hasta la nave, dejándome entre la espada y la pared? Sus palabras eran recriminadoras, esperando por mi parte alguna disculpa probablemente o asumir las culpas por algo de lo que yo era inocente. ¿Qué culpa tendría yo de que hubiesen surgido aquellos monstruos y nos hubiesen elegido para practicar el tiro al blanco?

—Discúlpeme, signorina, pero no es culpa mía que nos hubiesen atacado de este modo —di un paso hacia delante, desafiando a la joven e intentando imponerme a la situación, en vez de que ella se me impusiese a mí—. El espacio en ocasiones puede ser peligroso, y la Black Hunter es uno de los medios más seguros para viajar por él.

Desvié la mirada hacia el cielo, con el sol brillante iluminándonos. Por supuesto, ni rastro de nuestros atacantes. ¿Por qué no habían descendido ya? ¿Estarían movilizándose hacia otra zona, preparando un plan de ataque...? No sería en absoluto fácil salir de allí en cuanto la nave estuviese arreglada. Lo acabaríamos pasando mal, con más tumbos y reparaciones pendientes en cuanto llegase a Tierra de Partida.

—Igualmente, no intente culparme por no imaginar la situación anterior. Aquella horda de Sincorazón, o más bien, ejército... No era habitual. Es como si nos hubiésemos adentrado de cabeza en su...

Enmudecí de inmediato al darme cuenta de lo que sucedía. El mapa señalaba Vergel Radiante de camino. Claro que me sonaba el nombre... Aunque solo lo hubiese escuchado mencionar una vez, por parte de Fyk durante uno de los entrenamientos con Nanashi. Un nombre prohibido, tabú en Tierra de Partida, pues significaba el comienzo de la crisis que estaban atravesando los Caballeros de la Llave Espada.

—Territorio...

Terminé la frase y dirigí mi vista hacia las calles de la ciudad, buscando desesperado la mínima aparición de aquellos efiálticos enemigos de los que había oído hablar. ¿Las Sombras, los Soldados...? Todo aquello no era nada comparado con las especies que allí merodeaban. Había leído sobre especies de cuatro metros de alto y diez de ancho que podían, sencillamente, aplastarte.

No había ni rastro de ninguno, pero aquello no me tranquilizaba lo más mínimo. Surgirían en cualquier momento, y conociendo más o menos en número de la población de aquel mundo antes de lo que le sucedió, lo harían como setas. Tragué saliva y giré mi cabeza hacia Pichu.

—¡Pichu! ¡Termina ahí, nos vamos!

La ratoncita, que llevaba una de las alas en miniatura en la boca me miró con malos ojos. Ignoró mis órdenes y se bajó del casco con ella rápidamente, ridéndose y mirándome fijamente. Quería, cómo no, jugar al escondite.

—¡No hay tiempo para bromas, Pichu! ¡Tenemos que irnos!

Ella me ignoró, por supuesto. Salió corriendo en dirección contraria, por una de las callejuelas de la ciudad, esperando que la siguiese. Chaqueé la lengua y me preparé para seguirla, pero un sonido evitó que me moviese, paralizándome de terror por completo.

Podría reconocerlo en cualquier sitio. Era el mismo ruido que provocaban los Sincorazón al aparecer de la nada a través de un portal de oscuridad. Tragué saliva y miré hacia mi derecha, directo a la calle principal hacia donde antes había dirigido mis preguntas. Me vi obligado a retroceder junto a Fátima, blanco como un vampiro. Veinte, treinta... Demasiados para contar. Pichu había ido por otro sitio, pero... Me preocupé por si también se encontraba en aquella situación.

Invoqué mi Llave Espada y dirigí la mirada a Fátima. Le tomé la mano, sabiendo que, si nos enfrentábamos a ellos, no podríamos hacer frente a aquella situación. La nave no estaba preparada para salir volando... Y mientras no tuviese la electricidad de Pichu a mi servicio, no podría activar las defensas para que no pudiesen entrar dentro. Nuestra situación era más que horrible. Era efiáltica.

Definitivamente... Estábamos en Bastión Hueco.

[Suzume Mizuno]

En un intento por recuperar el control de la situación, Ivan dio un paso al frente, desafiante:

—Discúlpeme, signorina, pero no es culpa mía que nos hubiesen atacado de este modo. El espacio en ocasiones puede ser peligroso, y la Black Hunter es uno de los medios más seguros para viajar por él.

—¡Ja! — Fátima no había retrocedido y tuvo que levantar la barbilla para no romper el contacto visual con Ivan —. A mí me ha parecido de todo menos seguro.

Al ver que, de nuevo, el chico no le prestaba atención apretó un puño.

—Igualmente, no intente culparme por no imaginar la situación anterior. Aquella horda de Sincorazón, o más bien, ejército… No era habitual. Más bien es como si nos hubiésemos adentrado de cabeza en su… — Ivan dejó la frase en el aire, empalideciendo por segundos. Fátima tragó saliva y notó cómo se le encogía el estómago. No podía ser… —. Territorio…

Fátima siguió la dirección de su mirada con la impresión de que un frío aliento se derramaba sobre su cuello, poniéndole la piel de gallina. Pero las calles seguían tan vacías como hacía un rato.

—¿Su territorio? — repitió con un hilillo de voz.

Sin contestarle, Ivan exclamó:

—¡Pichu! ¡Termina ahí, nos vamos!

Sin embargo, la criaturita no estaba por la labor de obedecer. Ivan, nervioso, la azuzó para que se diera prisa. Y lo que consiguió fue que Pichu se lanzara hacia una de las calles, con algo en la boca, corriendo a toda velocidad y perdiéndose de vista.

Ivan fue a lanzarse tras ella cuando ambos escucharon un sonido que les heló la sangre.

Empezaron a aparecer en la calle más grande. Figuras que en medio de una suave humareda negra se tambaleaban hacia ellos, con sus ojos de un brillante amarillo que resaltaban en medio de la oscuridad…

Fátima perdió la cuenta del número que estaban apareciendo. Ivan materializó la Llave Espada e intercambió una mirada con Fátima. Después la cogió de la mano.

Al sentir el contacto de la mano de Ivan, Fátima consiguió entrar en razón y materializó su propia Llave Espada.

—Tenemos que correr — le susurró, sin atreverse a hablar más alto.

Había todo tipo de Sincorazón llenando la calle, de todos los tamaños y aspectos. Mientras ellos dos estaban paralizados, sus enemigos se aproximaban, bamboleantes, examinándoles y midiendo sus fuerzas.

Entonces unos que le recordaron mucho a las simples Sombras a las que ella se había enfrentado en el barco, pero más desarrolladas y grandes, corrieron hacia ambos.

—¡Vamos!

Fátima echó a correr hacia la calle por la que Pichu había huido. Su mano resbaló de la de Ivan, pero esperó que no se hubiera quedado atrás.

Los Sincorazón reaccionaron y empezaron la persecución.

Fátima aceleró para girar en la esquina y buscó rápidamente algún lugar donde esconderse. De pronto captó por el rabillo del ojo una sombra moverse a toda velocidad y gracias al estricto entrenamiento de Nanashi sus brazos se movieron con voluntad propia.

El filo de su Llave espada impactó contra un cuerpo duro y metálico. El brazo de Fátima recibió el reflejo del golpe y sus huesos lo pagaron caro.

La chica alzó la cabeza. Ante ella se encontraba un gigantesco Sincorazón revestido con una armadura. Abrió la boca, sin aliento, para lanzar un grito de miedo. ¡Jamás podría derrotar a algo de ese tamaño! Siguió con el corazón en la garganta el arco que trazó uno de los gruesos brazos del Sincorazón al tomar impulso para golpearla. Y, en el último momento, Fátima se tiró al suelo y rodó hacia un lado. No la golpeó por escasos centímetros.

Rodó y rodó hasta que consiguió ponerse de pie. Los tejados se estaban llenando de Sincorazón y más y más puertas oscuras se abrían a su alrededor. Desesperada giró sobre sí misma. Y sus ojos fueron a caer sobre un enorme edificio antiguo, con los portones principales entreabiertos. Incluso si los Sincorazones podían entrar en los espacios cerrados, cualquier cosa sería mejor a enfrentarse a cientos de ellos sin tener la menor opción de ocultarse.

—¡Ivan, allí, corre, corre!— señaló con un dedo y sin detenerse porque el Sincorazón de la armadura se abalanzaba de nuevo sobre ella, obligó a sus piernas a realizar el mayor esfuerzo que habían hecho en su vida. Nunca corrió tan rápido como en esa ocasión. Se precipitó hacia las escaleras de mármol y subió los escalones de tres en tres.

Se coló por el espacio que había entre las viejas puertas y se asomó, angustiada, con el hombro preparado para empujar con todas sus fuerzas para cerrar en cuanto Ivan se metiese dentro.

[Soul Artist]

Entré justo a tiempo para que mi compañera cerrase la puerta, dejando atrás a aquella horda de oscuros enemigos ansiosos de devorar nuestro corazón. Tropecé al poco de entrar y me precipité al suelo, chocando mi frente contra él y poco faltó para abrirme la cabeza. Además noté un fuerte golpe en mi rodilla, aunque no di importancia al dolor en ella.

Me di media vuelta y observé la puerta por la que habíamos accedido, asustado y sin preocuparme de mis heridas. Había cientas de aquellas criaturas la última vez que pude observarlas. Una de ellas era de la especie de la terrible armadura que había visto junto con Hitori en Ciudad de Paso, la cual había intentado acabar con Fátima y por poco lo lograba. Si pululaban Sincorazón de esa clase por allí, como quien no quería la cosa... ¿Habría monstruos todavía más poderosos allí?

Tragué saliva, intentando no imaginar la clase de enemigos a los que deberíamos hacer frente si queríamos salir vivos. Por algún motivo que no llegué a entender, los Sincorazón no la habían atravesado todavía, como si hubiesen perdido el interés en nuestra presencia de golpe. Se acababan de lanzar en gran número contra nosotros; era imposible que, tan sencillamente, dejaran de atendernos.

—Creo que estamos a salvo... —susurré con la mirada perdida, intentando asimilar nuestra situación—... Por ahora.

Me levanté con algo de esfuerzo y noté una pequeña punzada en mi pierna derecha, además del coscorrón que me saldría en la frente. No estaba preparado para aquellas carreras; nunca había sido un gran amante del ejercicio físico, era bien sabido. Observé a Fátima con una mueca de disgusto y se me pasó por la mente pedirle algo de ayuda al caminar, pues empezaba a doler bien la rodilla al dar unos pasos. Pero no, era una señorita; y como tal, no podía pedirle algo así. Si Pichu estuviese allí, podría pedirle que usase una Cura, pero...

Pichu. La imagen de mi pequeña mascota cruzó mi mente, preocupándome inmediatamente por ella. ¿Estaría bien? ¿Quizás lo Sincorazón habían perdido el interés en nosotros para perseguirla a ella? Quise salir en su búsqueda de inmediato, pero al dar un paso hacia la puerta tuve que apoyarme en la pared mientras maldecía para mí mismo por el dolor de la pierna.

—¡Joder! —solté en bajo, llevándome una de las manos hacia el dañado miembro. Quizás Fátima quiso acercarme a ayudarme, pero me adelanté a sus acciones—. ¡No necesito tu ayuda! Puedo arreglármelas, signorina.

Apoyé mi espalda completamente en la pared y dejé mi cuerpo caer hasta el suelo, esperando que, si descansaba un poco, la pierna se curase por sí sola. Sabía que no iba a ser así, pero ¿qué le iba a hacer? Me mordí el labio inferior, desviando la mirada de mi compañera.

Por primera vez me paré a observar el edificio en el que estábamos. El suelo estaba formado por baldosas cuadradas de color gris perfectamente ordenadas. Justo delante de nosotros, entre las paredes de color gris majestuoso, una pequeña puerta daba acceso a otra estancia, aunque su acceso era imposible, pues mesas, sillas e incluso una lámpara de araña habían sido juntadas en forma de barricada para evitar el paso a los posibles Sincorazón. A la izquierda y a la derecha unas escaleras daban acceso a un piso superior, donde también parecía que se había creado otra barricada, pero sin mucho éxito a juzgar de los restos de objetos de ella que estaban desperdiciados por el suelo antes de subir.

Los ventanales, situados por encima de las escaleras, daban acceso al exterior, donde pude ver algunos Sincorazón voladores patrullar de lejos. Un edificio concreto del paisaje de la ventana derecha llamó mi completa atención: el castillo de aspecto destruido que se levantaba por encima de toda la ciudad que, pese a su estado, seguía siendo parcialmente majestuoso. ¿Por qué lo llamaban Bastión Hueco?

Desde aquella posición no podía ver qué había escaleras arriba, pero la curiosidad interior me empezaba a inundar. Estábamos en una mala situación, con un peligro constante acechando sobre nosotros, pero algo de aquel lugar me llamaba. Junto a la puerta que tenía la barricada había un mostrador que me recordaba a alguna clase en concreto de edificio que había visto tanto en Tierra de Partida como en Ciudad de Paso. ¿Pero qué tipo de lugar? Caí en la cuenta al ver unos libros apilados en él.

—Creo que estamos en una biblioteca.

[Suzume Mizuno]

En cuanto Ivan pasó como una exhalación por el hueco de la puerta, Fátima descargó su peso (escaso, la verdad) y consiguió cerrarla después de resbalar un par de veces y con un soberano resoplido de esfuerzo.

Se quedó apoyada, aguantando la respiración, aguardando a que los Sincorazón se precipitaran contra la puerta y la derribaran en un par de golpes.

No ocurrió nada. Un inquietante silencio les rodeaba.

Respiró y se miró las manos. Le temblaban, fuera de control. Para reprimirse entrelazó los dedos y aspiró y expiró varias veces.

—Creo que estamos a salvo… Por ahora.

Fátima coincidió con el apunte final de Ivan. “Por ahora”. No quería caer en el error de confiar en que estaban a salvo. Por ello mantuvo su Llave espada materializada al dar una vuelta para examinar el lugar.

Era un sitio enorme, majestuoso, y que a pesar de estar sumido en las penumbras la dejó sin aliento. Por la cantidad de mesas y sillas, aunque muchas estaban acumuladas contra una puerta, supuso que era un lugar de estudio. Siguió con la mirada la escaleras y descubrió que en el piso superior había estanterías llenos de libros.

Le brillaron los ojos, aun estando en una situación tan desagradable.

“¡Una biblioteca!”

—¡Joder! — escuchó decir a Ivan por lo bajo, pero el eco de su voz le llegó con claridad. Tenía un gesto de dolor. Preocupada, se acercó para a él.

—¿Estás…?

—¡No necesito tu ayuda! — le dijo con brusquedad —. Puedo arreglármelas, signorina.

“Se ve” pensó, enarcando una ceja. Tenía que usar la pared como apoyo para conseguir sentarse…

Igualmente se acercó a él mientras Ivan se dedicaba a examinar su alrededor. Se arrodilló a su lado y le echó un vistazo a la pierna. No había sangre, pero podía ser que en la huida se hubiese dado un golpe…

—Creo que estamos en una biblioteca.

—¿De verdad? — dijo con sarcasmo. Con una semi sonrisa maliciosa llevó un dedo hasta su muslo, cerca de la rodilla y apretó: —¿Te duele mucho?

Después de su reacción, Fátima le dijo con cansancio:

—En vez de hacerte el duro podrías decírmelo, ¿no? Ahorraríamos mucho tiempo, la verdad. Venga, voy a curarte.

[Soul Artist]

—¿Te duele mucho?

La bestia de mi compañera apretó con fuerza sus dedos en mi pierna, obligándome a dibujar una mueca desagradable de dolor que me dejó en mal lugar. ¿Acaso hacía falta que fuese tan desagradable? ¿Estaba intentando vengarse por aquello de no haber podido llevarla a su mundo, tal y como le había prometido? Pues ya le podía entrar en su cabecita que no era mi culpa. Me intenté librar de ella, pero la chica comentó cansada:

—En vez de hacerte el duro podrías decírmelo, ¿no? Ahorraríamos mucho tiempo, la verdad. Venga, voy a curarte.

—¡No! —le solté, apartándome con brusquedad de ella e importándome poco mis modales de caballero. ¡A sabes lo que aquella paleta entendía por "curarme"! Probablemente no tuviese el suficiente conocimiento mágico para realizar una sencilla Cura sobre mí, y quisiese terminar de romperme la pierna—. Puedo caminar, ¿vale? No necesito tu ayuda ni la de nadie. Déjame arreglármelas solo.

Me alejé unos pasos de ella, cojeando ligeramente, directo hacia las escaleras de mi derecha. Al subir el primer escalón noté una descarga de dolor recorriéndome la pierna y obligándome a tirarme a uno de los escalones, amortiguando la caída con las palmas de mis manos. Maldije para mí mismo: cuanto más caminaba, peor me ponía. Pero me podía mi orgullo.

[Suzume Mizuno]

No le sorprendió la reacción de Ivan ni tampoco le molestó demasiado que se pusiera gallito y echara a andar con el orgullo herido, asegurando que se las podía apañar por sí mismo cuando estaba cojeando como un pajarito herido.
Se incorporó y, cruzada de brazos, le siguió con la mirada. En medio de ese caos, del miedo que sentía y de lo ridículo de aquel arranque de orgullo cuando se podía ver a los Sincorazón al otro lado de los cristales de las ventanas, tuvo que apretar los labios para no reír. Ivan tenía el rostro congestionado para no hacer muecas de dolor y, el muy listo, no se le ocurrió mejor idea que intentar subir por una de las escaleras. Fátima hizo una cuenta mental atrás. Cinco… cuatro… tres…

Ivan se estremeció y se derrumbó sobre uno de los escalones, evitando quedarse sin sus blancos dientes gracias a las manos.

Puso los ojos en blanco y fue tras él.

—¿Vas a dejar que te cure o no? Es más — burlona, le observó la nuca al llegar a su altura —, ¿por qué no te curas tú mismo?

Tamborileó los dedos sobre su brazo, pensando en cómo convencerle para que la dejara curarle. Desde luego no iba a suplicarle ni a ponerse acaramelada solo para que el chico, que ya pasaba la edad del pavo para comportarse así, le dejara arreglarle la dichosa pierna y así pudieran moverse más rápido.

—¿Por qué no te das cuenta de que podemos tener que salir corriendo en cualquier momento y que así no vas a ir a ningún lado? Tenemos que encontrar a Pichu y volver de alguna forma a la nave — se quedó pensativa —. Que además está rota… Y solo tú sabes cómo hacer que funcione de nuevo. Así que, ¿te importaría dejar de actuar como un niño pequeño y dejarme que te cure? — dijo con un tinte de irritación.

[Soul Artist]

Bufé. No me gustaba, no me agradaba nada la idea de tener que recibir ayuda de otra persona, y menos si era una mujer que horas antes había estado intentando llevarla a mi cama. ¿En qué clase de posición de debilidad me ponía aquello? Era superior a ella en todos los sentidos. Fuerza, inteligencia, poder mágico... ¿Por qué necesitaba su ayuda? ¿Por qué?

Porque tenía razón. Estábamos en Bastión Hueco, la mayor base de Sincorazón conocida hasta la fecha. Cientas de aquellas terribles criaturas estaban, en aquel mismo momento, deseosas de darnos caza. ¿Y qué era peor que aquello? Que Pichu estuviese en peligro. No soportaba la idea de que aquella situación se estuviera dando en aquel mismo instante, y tenía que salvarla lo más pronto posible. Me la imaginé en un callejón, pegada a la pared y llorando mientras sombras oscuras se abalanzaban sobre ella...

—Está bien...

Extendí mi pierna en la escalera, esperando a que la chica usase una Cura sobre mí para poder volver a caminar de manera normal.

—Gracias... —musité con los dientes apretados, intentando tragarme mi orgullo mientras ella me atendía.

Que ella me estuviese curando no era precisamente lo que más ilusión me hacía en el mundo, pero debía soportar aquello si quería salir con vida. Pero era incapaz de tragarme mi orgullo. Mi padre nunca me había enseñado a hacerlo: es más, él tampoco era capaz de hacerlo muchas veces, pese a su fachada bromista y amistosa. En cuanto terminó, volví a levantarme con cuidado y comprobé que estaba bien; subí un par de escalones y volví a bajarlos para comprobar que no se me deshacían los huesos de la pierna. Un buen trabajo, sin duda... Aunque no podía permitir decirlo en alto.

—No necesitaba tu ayuda —le solté, observándole a la cara y ya dándome igual su condición de mujer. El orgullo me podía; en ese momento tenía que rebajarla al nivel de un chico normal para poder sentirme mejor conmigo mismo: inferior a mí—, aunque has hecho todo cuanto podrías llegar a hacer con esas bajas dotes mágicas. ¿Te hace feliz hacerme de enfermera?

[Suzume Mizuno]

Fátima sonrió al ver que Ivan cedía y se concentró, sin perder tiempo, tal y como Nanashi le había enseñado.

—Cura — musitó.

Hubo un resplandor en torno a la pierna de Ivan.

—Gracias…Fue un agradecimiento a regañadientes, pero la pilló por sorpresa. Se había esperado que despotricara y la humillara.

“A lo mejor lo he… juzgado mal” se dijo, no del todo convencida.

Comprobó que podía caminar bien cuando subió y bajó varios escalones, y se alegró al ver que las lecciones de Nanashi fructificaban.

—Ahora deberíamos buscar una salida…

—No necesitaba tu ayuda — la interrumpió de pronto con una mirada fría —, aunque has hecho todo cuanto podrías llegar a hacer con esas bajas dotes mágicas. ¿Te hace feliz hacerme de enfermera?

Fátima enrojeció y sintió que la habían apuñalado por la espalda. Notó que le ardían las mejillas y el cuerpo, y un repentino escozor en los ojos. Nanashi no era una maestra dada a los halagos y ella se esforzaba por practicar todo lo posible con la esperanza de conseguir un mísero asentimiento de conformidad por su parte. Y justo ahora que pensaba que ese imbécil no era tan estúpido…

Habría soportado una contestación borde. Estaba acostumbrada a ignorarlas. Pero no a que un tío que había estado intentando ligársela hacía escasas horas de repente la humillara de esa manera.

Llevada por sus emociones, subió los escalones que los separaban, tomó impulso y le asestó tal bofetada que ella misma se hizo daño en la mano.

Su primer impulso fue frotarse la palma. Pero se aguantó y, en cambio, apretó los puños, pegándolos a ambos lados del cuerpo.

—¿Quién te crees que eres? — siseó —. No eres más que un niñato de pacotilla, pedante, insufrible, que se cree interesante y galante y caballeroso cuando se ve a la legua que no piensas en los demás como en otra cosa que inferiores — entrecerró los ojos —. Que no sepa hacer complicadas operaciones matemáticas o que me cueste leer no significa que sea imbécil. Que no te hayas dado cuenta de que me dormía en tus clases sí que dice mucho de ti. Que hayas intentado emborracharme y que me mirases de esa manera, como si te creyeras que me derretía por ti, también — tomó aire para bramar: —. ¡Pues que sepas, Ivan, que no eres el centro del universo, ni eres mejor que yo ni que nadie! Eres un crío con ínfulas de ser alguien que no eres, al que le encanta presumir de sus conocimientos y habilidades pero que luego nos mete en la base del enemigo y que no sabe curarse su propia pierna, prefiriendo hacerse daño a que le cure otra persona. ¡Y como un maldito agradecimiento me mandas a la mierda! — hizo un movimiento agresivo, tan enervada que deseó darle un puñetazo. Pero consiguió contenerse de alguna forma —. Desde luego, así te quedarás más solo que la una. Y te lo merecerás — escupió, pasando por su lado como un vendaval y dejándolo atrás, con la palabra en la boca y sin darle oportunidad de replicar.

[Soul Artist]

Aquello... Me había dolido.

Me quedé callado durante todo el discursito de Fátima, con la cara cruzada y enrojecida por su potente tortazo que me había dejado sin habla. La chica pasó por mi lado, directa a la biblioteca y dejándome atrás y solo. No fui tras ella ni contesté con ironía sus palabras. Solo... Enmudecí.

Por algún motivo, todo aquello me había dolido. No en la cara, sino en el corazón. Me hubiese gustado decirle que se equivocaba, que era una estúpida, idiota, tonta. Pero parte de mí sabía que decía la verdad. Creía que todos eran inferiores a mí, usándolos como mis marionetas, los juguetes usados que acabaría tirando tras aburrirme con ellos. ¿Era un crío inmaduro por dentro? ¿Qué era lo que me hacía mejor a los demás?

Me llevé la mano al pecho, invadido por el dolor. Era... Mierda. No me salía nada en contestación a la chica mientras se alejaba. Parte de mí, allí, sabía que tenía razón. No era el chico tan genial que siempre me había creído. No era el estupendo y maravilloso caballero que educaron para ser. Era una mierda...

La imagen mental de un niño pelirrojo pasó por mi mente en un flash. Un recuerdo guardado en lo más profundo de mi corazón de la única persona con la que podía contar...

—Frost... —susurré para mí mismo.

* * *
Jugaba con mi videoconsola con el mejor amigo que uno podía desear cuando apenas tenía diez años. Ambas maquinitas estaban conectadas por un cable que lograba que nuestros videojuegos se mantuviesen conectados, permitiéndonos luchar entre nosotros o intercambiar bichos capturables.

—¡No vale! ¡Me has vuelto a sacar a Zapato! —protesté yo, inflando mis mofletes. Zapato era el monstruo más poderoso de mi buen amigo; rara vez lo había conseguido derrotar, y la verdad es que lo veía difícil aquella vez también. Mi mejor criatura, Ladrillo, había sido vencido en una ronda anterior.

—¡No puedes ganarme! ¡Soy el mejor! —me picó Frost con la típica sonrisa que siempre ponía cuando iba ganándome. La odiaba a muerte, era como si se burlara de mí con solo aquello y supiese sacar lo peor de mí.

—¡Eso ya lo veremos! ¡Toma, un Súper Rayo Plasma!

—¡No vale! ¡Ese movimiento debería estar prohibido!

Pero daba igual cuánto protestara. El ataque de mi Perchero había logrado acabar con su bestia de una tacada, haciéndome feliz. Cuando uno es niño se puede ser feliz con la más mínima tontería: ganar a tu amigo de toda la vida en una partida diaria de tu juego favorito era capaz de hacérmelo.

—¡Soy mejor que tú, soy mejor que tú! —le piqué con un bailecito tonto, mientras él se cruzaba de brazos y me miraba con los ojos entrecerrados.

—Papá dice que yo soy el mejor —dijo, desviando la mirada—. Y todo lo que dice papá es siempre cierto.

—Tienes razón. ¡Todos somos los mejores!

Me subí a la mesa donde jugábamos e invité a mi amigo a subirse a ella, extendiéndole la mano. Este me sonrió a regañadientes y aceptó, tomándola y subiéndose también.

—¡De mayores, seremos todos Cats! —aseguré, recordando el lema de la organización a la que hacía referencia:—. "Un mundo mejor exige gente mejor". ¡Nosotros seremos los mejores!

Extendí mi mano hacia él, esperando que la colocase encima en forma de aceptar el reto como grupo. Sin embargo, Frost negó con la cabeza.

—No —me corrigió—. Alguien de nosotros debe ser el mejor, no permitir que nunca le aplasten y esté ahí para superar las dificultades y animar siempre al resto. ¡Uno de nosotros debe ser el mejor! ¡Y ese tienes que ser tú, Ivan!

Me quedé sorprendido ante las palabras de mi mejor amigo, con la boca abierta. La verdad es que, desde los sucesos en mi antiguo hogar, mi autoestima durante mi niñez había sido más que baja. Siempre me había visto intimidado por los demás, inferior en todos los aspectos. Solo en compañía de Frost las cosas habían sido distintas...

—Está bien... ¡Lo haré por el grupo! —aseguré, dedicándole una gran sonrisa—. ¡Seré el mejor!

* * *
—Frost...

Tenía razón. Nunca importaba lo que dijeran los demás: solo él y yo podíamos ser los mejores. Si alguien me intentaba "colocar en mi lugar", es que pretendía rebajarme a su nivel. Y yo era... Tenía que ser... El mejor.

Apreté los dientes. Me volví a colocar las gafas de forma correcta, pasando la mano por la zona donde me había dado el tortazo Fátima. Me dirigí hacia su dirección, con los puños apretados. Ella se equivocaba. Claro que la miraba por encima del hombro, y además, era un perfecto caballero. ¿Se pensaba que me había calado? Cuánto se equivocaba.

Yo era el mejor.

[Suzume Mizuno]

Ardía de indignación y de rabia. Sin mirar ni una sola vez hacia atrás para comprobar el resultado de su discurso se puso a pasear rumiando entre dientes frente a las estanterías. Una sombra captó su atención y dirigió una mirada de aprensión a las ventanas, por las que se seguía viendo a los Sincorazón.

“¿Por qué no entran?” se preguntó.

O quizás la pregunta debería ser, ¿por cuánto tiempo?

Para no verlos se introdujo entre uno de los corredores que formaban las estanterías. Seguía pensando, dolida, en lo que le había dicho Ivan, y lo insultaba mentalmente. Pero, poco a poco, su mente se fue enfriando, en especial cuando se obligó a distraerse leyendo los lomos de los libros.

Estaban cubiertos de polvo, lo que la apenó bastante. Incluso si empezaba a dar sus primeros pasos en el vasto mundo de los libros, sabía que ese lugar era un tesoro y la estremecía pensar en que tanto conocimiento estuviese tristemente olvidado.

“Es cierto” se dijo. “No he visto ni un alma aquí. ¿Será que toda la gente…?”

Pensó en los Sincorazón y se llevó una mano al pecho, que de pronto le apretaba opresivamente los pulmones.

“No, no sigas” se ordenó.

No quería pensar en toda la gente que debía haber desaparecido.

Pero, igualmente, su cabeza se puso a trabajar. Ahora las cosas cobraban sentido. Las casas destrozadas. La barricada de la planta de abajo. La cantidad de Sincorazón…

Se le saltaron las lágrimas al pensar en la cantidad de vidas que debían de haber perecido en esa ciudad, sin importar sexo ni edad.

Cogió un libro al azar y lo abrió, forzándose a leer. La letra era pequeña, desagradablemente pequeña, lo que le dificultaba la tarea. Pero miró el título y comprobó que era un ensayo de historia.

“Vergel Radiante” se titulaba.

Pasó las páginas y vio la imagen de un castillo. Era el mismo que se podía ver desde una de las tantas ventanas.

Así que se encontraban en Vergel Radiante…

Dejó el libro en su sitio y cogió otro al azar. Era otro tomo de historia, pero esta vez de un lugar completamente distinto.

Poco a poco se fue emocionando. Hojeó varios volúmenes y constató que esa biblioteca era una maravilla. Dio con un libro que hablaba de su propio mundo y el corazón le dio un vuelco. Sus ojos empezaron a resplandecer, olvidándose del mundo que la rodeaba. Imaginó tener todo el tiempo que quisiera para sentarse a leer esos empolvados volúmenes y descubrir sus secretos.

Se sintió un poco culpable al coger uno o dos, pero luego pensó que allí ya no tendrían utilidad. Buscando entre las mesas, para su regocijo, encontró un bolso en el que empezó a guardar los tomos que más le llamaban la atención.

“Me pregunto si estos libros vienen de sus respectivos mundos o los escribieron gente que viaja de un mundo a otro, como los portadores de la Llave Espada. Tengo que preguntarle a Nanashi si hay más gente que puede hacerlo”.

Emocionada, se sumergió en su búsqueda durante varios minutos.

Cuando el bolso pesaba tanto que tuvo que cruzárselo por los hombros para no tener que cargarlo con una sola mano decidió que eran suficientes y que tenía que ir a hablar con Ivan.

Giró sobre sus talones para ir a buscarlo.

Entonces escuchó cómo estallaba un cristal. Con el corazón en un puño vio cómo, desde una de las ventanas, comenzaba entrar una tropa de Sincorazón.

[Soul Artist]

Fátima caminaba por la biblioteca como Pedro por su casa, pero no le di la mínima importancia. Me crucé de brazos y caminé entre los pasillos de las estanterías yo también, esperando ver si encontraba algo de interés. ¿Qué más daba echar un ojo a un par de libros mientras esperábamos a que las cosas se calmaran? Como si me llevaba algunos libros. A quién le importaba.

Cada vez que me cruzaba con ella me hervía la sangre. Sus palabras me habían herido profundamente el orgullo, pero sería mejor soportarlo en silencio. Sencillamente, apretar con fuerza mis puños y callar. Que le diesen; ¿la necesitaba acaso? ¿Para qué? Me valía conmigo mismo.

Se me pasó por la cabeza salir de allí y dejarla en aquel mundo, a merced de los Sincorazón. Y cuanto más me cruzaba con ella, más capacitado me veía para hacerlo.

El sonido de unos cristales rotos cerca me llamó la atención. Dirigí mi vista hacia la ventana de donde el ruido venía y vi, atravesándola con brusquedad, una mancha amarilla. Caí en la cuenta de inmediato de qué se trataba; fui corriendo hacia ella, esperando socorrerla.

—¡Pichu!

En efecto, mi pequeña mascota acababa de caer al interior del edificio tras un mal aterrizaje. Estaba llena de moratones y pequeños cortes por todo el cuerpo que, de inmediato, activaron toda mi preocupación por ella. ¿Qué le habían hecho? ¿Cómo había llegado hasta allí? La recogí en mis brazos, a lo que ella contestó con un leve sonido de queja, pegando su cabecita contra mis brazos mientras perdía el conocimiento.

No llevaba el ala Aero consigo. ¿Significaba eso que la habría colocado en la nave? ¿O quizás que la había perdido...?

Tuve que dejar de centrarme en ella de inmediato. Una horda de Sincorazón se asomó por la ventana, deseosos todos de terminar el trabajo que habían empezado con la pequeña criatura. En cuanto los vi reaccioné: eché a correr con Pichu en brazos.

—¡¡Volvemos a la nave!! —anuncié a Fátima sin dirigirle la mirada siquiera mientras escuchaba cómo todo un pequeño ejército de Sincorazón entraba detrás de mí y se lanzaba a por mí.

No podía morir allí. En cuanto llegué a las escaleras, pegué tal salto que casi me veía muerto, pero fui capaz de hacer un aterrizaje perfecto. Los siguientes escalones los bajé de tres en tres, apresurado por la situación.

Abrí la puerta a la salida de la calle con brusquedad y salí de golpe, sin fijarme si mi compañera iba detrás de mí o no. No había tiempo para pensar en otros.