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—¿No crees que es demasiado pronto para hablar? —contestó la mujer ganando la curiosidad de aquella persona con el aspecto de Ragun.

Ello alzó su mano retirando lentamente la bruma de oscuridad absorviéndola con su propio cuerpo. En ningún momento apartó la mirada de la chica ignorando por completo al joven que acababa de decir sus últimas palabras antes de caer inconsciente.

—Deberías demostrarme primero que eres capaz de ello… y entonces puede que hasta me lo piense —condicionó la joven poniendo una mueca de agrado—. No te daré un Sí o un No, simplemente… demuestra de lo que eres capaz. Mi respuesta es clara.

—Eso es una respuesta interesante... Saeko —comentó con una risa bastante siniestra—. Pero tienes razón, solo te he mostrado una fracción de todo mi poder —se pavoneó arrogante.

No esperó una contestación de la chica, se dirigió hacia el Aprendiz de Tierra de Partida y lo cogió por su ropa arrastrándolo hacia las escaleras que llevaban al enorme castillo de Bastión Hueco.

—Vamos.

Y sin esperar más subió las escaleras...

[...]

En el trayecto de vuelta a la sala del trono Ello no dijo nada más. Se dedicó a mantener sujeto al joven de Tierra de Partida y a llevarlo a cuestas sobre su hombro.

Nada más entrar en la Sala del Trono se puso a pocos metros de los escalones que separaban los tronos del resto de la sala.

Dejó caer al muchacho sin ninguna consideración quizás provocando que empezase a despertar y miró a la maestra con descaro.

—Creo que este es nuestro primer encuentro, Maestra Ariasu —habló con un tono que parecía derrochar un complejo de superioridad bastante grande.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?

La Maestra Ariasu descansaba plácidamente y a su bola en uno de los tronos de la sala. Alternaba a veces entre el de la izquierda y el de la derecha, pero nunca se la vería recostada sobre el trono del Maestro Ryota. Los aprendices no tenían que darle muchas vueltas a la cabeza para averiguar los motivos.

Ésta sonrió de oreja a oreja cuando Saeko y el supuesto Ragun trajeron al intruso. Se incorporó del asiento y avanzó hacia donde estaban los tres, dando saltos infantiles.

—El placer es mío —fue decir aquello y demostró bastante desinterés por el cambio repentino de Ragun. Sin embargo, se mostró curiosa al alzar la barbilla de Fran para ver su rostro—. Y bueno, pequeño granuja, ¿qué te trae por aquí?

>> ¿Acaso te has perdido?

Ragun pareció satisfecho con mi respuesta, y aunque le pareciese mal, no iba a cambiar mi punto de vista. Recogió al chico y se dispuso a volver al castillo. Yo guardé mis armas y le seguí lentamente, no sin mirar de nuevo el paisaje y las nubes, sintiendo la brisa del atardecer en mi rostro.

―S-saeko… ¡Espera!

Me giré sorprendida al lugar del que provenía la voz, era Gengar. Levitaba hacia a mí debilitado, balanceándose de un lado para otro, casi sin fuerzas. Mientras Ragun cargaba a cuestas al intruso, yo me aproximé hasta mi compañero preocupada, pues no sabía si aguantaría lo suficiente como para llegar al castillo por sus propios medios.

Lo tomé entre mis brazos y se dejó caer.

―Pero Gengar… ―Me detuve, pensativa, observando las heridas de mi más fiel guardián― Ya no puedes más, deja que te lleve yo a partir de ahora. Ponte cómodo, pero no te acostumbres. ―Y tras mirarlo de reojo una última vez, me dirigí hacia Ragun, que ya había comenzado a subir las escaleras.

Le seguí.

—Maestra Ariasu… —Saludé casi sin fuerzas, inclinándome un poco ante ella como muestra de respeto.

Una vez en la sala del trono, la Maestra… ¿pareció presentarse ante Ragun? Abrí los ojos como platos confusa ante aquella incongruencia, incapaz de comprender qué demonios pasaba. Se me ocurrió que solamente escuché mal debido al cansancio, apenas podía mantenerme en pie y jadeaba con fuerza. Sentía las heridas a lo largo y ancho de mi cuerpo, junto con el molesto sudor. Mis piernas temblaban levemente además.

Gengar ya estaba dormido en mis brazos. No pude evitar sonreírle, tendría que estar exhausto para terminar así; yo también quería dormir y descansar.

—Y bueno, pequeño granuja, ¿qué te trae por aquí? ¿Acaso te has perdido? —Preguntó con una curiosidad infantil la maestra, alzando el rostro de aquel joven.

Yo retrocedí, dejando así el espacio suficiente para que la maestra hiciese lo que quisiera hacer con aquel joven, ¿acabaría con su vida, eliminándola para siempre? La verdad es que me daba lo mismo el destino de aquel individuo, mi trabajo estaba hecho y la prueba contra Ragun había finalizado en su momento. No tenía nada más que hacer allí.

—Maestra, si ya todo ha terminado… me retiraré por el momento. Muchas gracias, tenga buen día.

Observé de reojo y por última vez, a Ragun, para salir de la estancia haciendo el menor ruido posible. Una vez en el pasillo suspiré, agotada, y avancé lentamente hasta mi habitación.

Ello
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?

Dijo al ver al muchacho que teníamos atrapado sin moverse del trono. Me di cuenta entonces que siempre se sentaba en uno de los lados, pero nunca en el central. Posiblemente el central era exclusivo de Ryota, al menos eso aparentaba.

—El placer es mío —devolvió el saludo sin hacer mucho caso. Miré con rabia a la maestra ante aquella osadía, sin embargo decidí no atacarla como haría con cualquier otro, no podía tomar a la ligera alguien con el título de Maestra—. Y bueno, pequeño granuja, ¿qué te trae por aquí?

Levantó la barbilla del intruso.

—Maestra, si ya todo ha terminado… me retiraré por el momento. Muchas gracias, tenga buen día.

Se despidió Saeko. Se le notaba muy cansada, además cargaba con su extraña mascota o lo que fuera por lo que avanzó hacia la puerta para abandonar el lugar.

Cuando iba a decir algo un mareo recorrió todo mi cuerpo. Mi consciencia estaba siendo tomada por Ragun otra vez, aquel maldito imbécil. Todo mi cuerpo empezó a perder el color de la oscuridad retornando a su color normal.

Aquella vez, Ragun recordaría todo.

[...]

Ragun

Abrí mis ojos en la sala del trono recordando todo. Los pensamientos de aquel ser. ¿Alianza? ¿Que pretendía conseguir de los Maestros de Bastión Hueco? Me llevé la mano a la cabeza. Había sido afortunado que la Maestra no hubiese dado más importancia a aquel asunto de mi "otro yo"

—Supongo que yo también me iré —contesté con un tono frío—. Si necesita cualquier cosa estaré en mi habitación.

Dicho eso (aun a pesar de estar muy agotado física y mentalmente) me dirigí a la misma puerta por la que Saeko había salido para dirigirme a mi habitación.

El destino de aquel chico, Fran era incierto. ¿Le darían muerte? ¿Lo aprisionarían? ¿Una tortura para sacar información? Aquello no era de mi incumbencia, pero al menos con eso mi reputación como miembro de esa facción mejoraría por la misión cumplida.

La Maestra se quedó a solas con el muchacho que había caído en poder de Bastión Hueco, exhibiendo una traviesa sonrisa antes de que Saeko y Ragun salieran de la Sala del Trono.

Lo que le sucediera a Fran ya no les concernía en absoluto.