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Pareció extrañada ante mi pregunta, pero no se lo reproché; preguntarle a una desconocida por qué llevaba esa ropa era algo extraño, al fin y al cabo.

— Mi padre es cazador —respondió rápidamente—, y como soy su única hija tengo que ayudarle con la labor. Y sinceramente, cazar con un vestido no es muy sencillo.

Cazador… Era un buen oficio, si sabías apuntar. Seguramente serían muy pobres.

>> Siempre me llevo un zurrón con lo necesario. Aunque no entiendo por qué te importa tanto.

Me encogí de hombros de nuevo, y me rasqué la perilla, pensativo. Sus ojos reflejaron la tibia luz de la luna, y me recordó a un gato callejero. No había respondido al por qué estaba en medio de la noche en un bosque… y no creo que cazara a aquellas horas.

Iba a marcharme, después de todo, ya no debería estar allí. Pero un sonido en los arbustos, hizo que girara la cabeza y me acercara con pasos cautelosos.

Jeanne estaba tensa como una cuerda, y me hizo el gesto de silencio. Yo estuve quieto a su lado, mirando en seto con atención. Los ruidos se hicieron más altos y...

Dos Sincorazón aparecieron de la nada. Malditos sean… Tendría que protegerla. Pero no podía mostrar los poderes a los habitantes de otros mundos… Qué complicado lo hacían todo.

Otro apareció en el aire… Era rojo como el fuego y graznaba como un buitre. Maldita sea, cuando volviera al castillo tendría que estudiar a aquellas criaturas, no sabía ni su nombre.



Aquellos pequeños Sincorazón, sombras, se acercaron rápidamente al verse hambrientos. Una bola de fuego impactó un poco más allá, lanzada por el volador. Iba a gritar a Jeanne, para que volviera a cubierto, pero…

— ¡Simbad! ¡Huye, rápido! ¡No mostrarán piedad!

Me quedé congelado en el sitio; pero me adelanté para esquivar a una sombra revoltosa. Me coloqué a su lado.

— ¡Jeanne! —le advertí, gritando—. ¡No son animales normales, hazme caso!

No me oyó, y en su mano izquierda apareció un resplandor cegador. Una Llave-Espada. Si mis ojos no se abrieron como platos fue porque estaba preparando un hechizo, pero, al verla, mi mente comenzó a trabajar como nunca.

No podía ser…

Pero no pude pensar, porque ella, se me había adelantado.

— ¡Hielo!

Su hechizó se clavó directamente en la criatura voladora. No podía quedarme parado. Invoqué mi Llave-Espada y lancé un mandoble contra una sombra; Jeanne se encargaba de la otra.

—¡Ráfaga!—Manifesté contra del Sincorazón volador. Si se tambaleaba un poco podría distraeralo para que ella pudiera lanzar otro Hielo. Tendría que aprender ese hechizo.

Ella se apartó para recuperar el aliento. Una de las sombras se acercaba a Jeanne y me interpuse en su camino propinándole un sablazo, que la lanzó unos metros hacia atrás.

Jadeaba, y el frío de la noche secó mi sudor.

—¡Hielo! —Le pedí.

Era la hora de la verdad.

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—¡Hielo!

Estaba tan concentrada en la pelea que no había reparado en Simbad. Me giré hacia él, y entonces enmudecí: el mismo portaba también la misma Llave Espada que yo.

Entonces me di cuenta de que me había quedado completamente paralizada. Esquivé un zarpazo de la Sombra (aún recordaba los de Castillo de los Sueños, no gracias) y contraataqué. Combiné dos golpes para asegurarme de que moría.

Entonces, vi que faltaba algo: Simbad había gritado el hechizo, pero nada había pasado. ¿Había fallado su magia?

Entonces caí: no lo estaba invocando, me lo estaba pidiendo. Lo conjuré rápidamente con otra exclamación al viento. ¡Hielo!, y el Nocturno cayó al suelo. Le asesté un golpe y su corazón voló hasta el oscuro cielo, lleno de estrellas y con la encinta Luna mirándonos desde arriba.

Fui a ayudar a Simbad con la otra Sombra. Una vez eliminada, exhalé un suspiro. Me latía el corazón a cien kilómetros por hora. Jamás me iba a acostumbrar a pelear.

Miré a Simbad. No sabía que decir. Todo este tiempo… nos habíamos estado mintiendo el uno al otro.

Dibujé una media sonrisa. Estaba totalmente cortada.

— Qué… pequeño es el universo…

Y era verdad. Había coincidido con un Portador de la Llave-Espada, entre todos las personas que habían podido estar en un bosque de noche.

Ahora sólo cabía esperar que no fuera de Bastión Hueco; y en ese caso, que no fuera partidario de la guerra.

Ella conjuró el hechizo, tras un momento de vacilación. El Sincorazón cayó al suelo con un golpe seco y ella le dio el golpe final. Un corazón ascendió hasta perderse en el cielo.

Me ayudó con la Sombra y ella suspiró, cansada. Yo me retiré el sudor de la frente y nuca. Desde luego hacía frío, pero ya no lo notaba.

Me miró y yo le miré a ella. Sus facciones se hicieron más claras: suaves, redondeadas, adultas. Tragué saliva. Habíamos estado engañándonos, la situación me pareció cómica; pero no me lo pareció tanto en cuanto comprendí que ella… No era de Bastión Hueco. Y eso significaba que pertenecía a Tierra de Partida.

Ella sonrió a medias, algo incómoda. Yo no sabía muy bien dónde meterme.

— Que... —comenzó— pequeño es el universo…

Reí nerviosamente. Acariciando los bordes de mi camisa deshilachada. Carraspeé.

—Supongo —intenté componer una sonrisa, pero me salió algo forzada—. Gracias. Por lo de los Sincorazón. Si hubiera estado solo… Ahora estaría bajo tierra.

Le tendí la mano, para que la estrechara; pero me lo pensé mejor y la retiré. Golpeé una piedra con el pie, y me metí las manos en los bolsillos.

—Eh… —vacilé, sin estar muy seguro de cómo abordar la situación; intenté no mostrar expresión alguna— ¿Deberíamos batirnos en un duelo a muerte o algo así? Por lo de los bandos contrarios.

>>Aunque —continué, encogiéndome de hombros; más relajado—, bien pensado me has salvado la vida y tampoco entiendo mucho por qué nos odiamos así que yo me iré por mi lado y tú por el tuyo.

>>Qué pena<<—. Pensé.

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— Supongo —forzó una sonrisa—. Gracias. Por lo de los Sincorazón. Si hubiera estado solo… Ahora estaría bajo tierra.

— Igualmente —respondí. Yo tampoco era muy poderosa que digamos.

Extendió la mano hacia mí. La estudié pensativa, pero cuando iba a estrechársela la retiró. Sonreí, aunque luego desapareció. No sabía si se trataba de una broma o verdaderamente no quería estrechármela.

— ¿Eres un poco desconfiado, sabes?

—Eh… —Simbad intentó demostrar un semblante serio, aunque no pudo evitar vacilar un instante— ¿Deberíamos batirnos en un duelo a muerte o algo así? Por lo de los bandos contrarios.

— ¿Bandos…? ¿Espera, eres de Bastión Hueco? — pregunté, extrañada. Yo no había mencionado que fuera de Tierra de Partida. ¿Acaso llevaba escrito en la frente “Yo protejo la luz”?

>>Aunque —hizo un gesto indiferente—, bien pensado me has salvado la vida y tampoco entiendo mucho por qué nos odiamos así que yo me iré por mi lado y tú por el tuyo.

Asentí, mostrándome conforme. Debía abrir los ojos más, él había sido benévolo conmigo. Pero tal vez otros Aprendices de Bastión Hueco podrían haberme matado sin preguntar. Estaba rodeada de personas que podrían acabar conmigo en un suspiro; como los lobos de aquel bosque. Tenía que aprender a desconfiar, al igual que Simbad. Después de unos segundos cavilando esta idea, añadí:

— Supongo que es hora de marcharse…

Invoqué de nuevo la Llave-Espada, pero luego la hice desaparecer y dije:

— Mira, yo tampoco entiendo por qué debemos odiarnos, sé lo que sucedió pero yo no fui partícipe de ello; y sospecho que tú tampoco. ¿Vamos a dejar que la guerra de otros nos arrastre?

>> Porque yo no. Así que —me acerqué a él y le tendí la mano para que la estrechara—, tú decides. Lo tomas o lo dejas.

La situación (y tal vez la adrenalina de la anterior pelea) me había imbuido una extraña fuerza de voluntad. Pero no me arrepentía de ello. Tenía que estar tan segura de mí misma más a menudo, me dije.

— ¿Bandos…? ¿Espera, eres de Bastión Hueco? — preguntó, algo confundida. Fruncí el ceño. ¿No se había dado cuenta? Decidí no darle importancia.

Tras mi declaración, asintió, y sus gafas bailaron sobre su naricilla.

— Supongo que es hora de marcharse…

Invocó la Llave, pero luego la hizo desaparecer en una explosión de luz.

— Mira, yo tampoco entiendo por qué debemos odiarnos —dijo, y yo me mostré asombrosamente conforme—, sé lo que sucedió pero yo no fui partícipe de ello; y sospecho que tú tampoco. ¿Vamos a dejar que la guerra de otros nos arrastre?

>>Porque yo no. Así que —se acercó y me tendió su mano, suave y fuerte; como había hecho yo antes—, tú decides. Lo tomas o lo dejas.

Sonreí de medio lado, impresionado. Acaricié el guardamanos de mi Llave, para voltearla después. La posé sobre la mano de la muchacha, y me dediqué a preguntarme interiormente qué habría sucedido en aquella guerra; decidí que lo investigaría más adelante.

—¿Sabes que tu nombre es suave y francés? —Me separé dando un paso atrás, dejando la Llave sobre su mano—. ¿Sabes que como tu mirada un anaranjado zafiro es?

>>Tampoco sé lo que realmente sucedió en aquella disputa —di otro paso atrás—. Pero hay algo de lo que sí estás segura —sonreí, sinceramente, como hacía años que no sonreía—. Y es que volveremos a vernos, Jeanne.

Si estaba alumbrado por la luz de la brillante luna, no lo sabía. Si volvería sano y salvo al castillo y no devorado por los lobos, tampoco. Si me había dicho algo antes de girarme hacia la espesura, o si su pañuelo rojo sangre se agitó por el viento; no me fijé lo suficiente.

Se me ocurrió aquella misma noche, su nombre poético perfecto; pero seguramente tendría mucho más tiempo de conocerla mejor, por lo que decidí guardarlo por escrito en un cajón de mi mesilla, esperando por ser retocado.

Aprendería (en el momento en que estudiaba a los Sincorazón), que el acto de ofrecerle la espada, se podía considerar como aceptar a un aprendiz (al igual que un Caballero Medieval puede ofrecer la espada para ponerse a su servicio). Y no había estado del todo fuera de contexto; pues ella había aprendido que las apariencias engañan bajo un rostro gitano, que puede encontrarse con verdadero loup disfrazado de músico... y yo…

Bueno, yo simplemente me limité a buscar un nombre para su canción; para aquella muchacha solitaria y agridulce, de intensa mirada y desbordante voluntad que me había llamado la atención desde la primera vez que la vi, envuelta en las sombras...

Sola entre lobos.