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Keiko estaba a mercer de Seifer, pero de pronto alguien se interpuso en el ataque del muchacho de Villa Crepúsculo. Simbad había usado su propia espada para parar el golpe del rubio, y al hacerlo, logró conseguir que este perdiera el equilibrio.

—¡Gracias, Simbad!

Keiko se levantó rápidamente y fue a por su enemigo, el cual estaba en shock por lo que había pasado. La jovencita fue directa a su objetivo: la espada de Seifer. Aprovechando la confusión del muchacho, Kei golpeó el bate del rival y lo hizo saltar de su mano.

—Se acabó, has perdido, Seifer— dijo Keiko apuntando a un desarmado Seifer.
—Te acordarás de esto— amenazó el joven, antes de recoger su bate e irse.

Keiko suspiró aliviada. Aunque sabía que si volvía a ver a Seifer, tendría problemas. Lo raro era que no estuviese con su pandilla. Aún así, creía que podría ganarles sin muchas dificultades.

—Ya te lo he dicho pero… Gracias por salvarme, Simbad. Eres un buen chico...— se sonrojó ligeramente—. No es la primera vez que empuñas un arma, ¿verdad?

Keiko me lo agradeció con una feliz exclamación. Seifer había dejado de sonreír y parecía aturdido. La joven fue directa hacia el muchacho, con una velocidad casi imposible. Con un golpe en el brazo, el bate de Seifer salió disparado de su mano, y cayó con un ruido seco.

—Se acabó, has perdido, Seifer— dijo, apuntando al chico desarmado. Yo los miraba con diversión, aquella chica era una excelente combatiente; y le dejé que tomara las riendas de la situación.

—Te acordarás de esto —Seifer estaba enojado y humillado. Recogió su bate con una cara de malas pulgas y se perdió entre las calles. Los otros chavalines también habían desaparecido.

—Menudo fanfarrón —murmuré con hastío. Era cierto que habíamos sido dos contra uno; pero la lucha noble no era lo mío.

Keiko me encaró, su expresión era de alivio. Sus ojos azules tintinearon con el brillo de la tarde.

—Ya te lo he dicho pero… Gracias por salvarme, Simbad. Eres un buen chico… —Entonces se sonrojó. Levanté las cejas, no era la primera chica a la que hacía sonrojar—. No es la primera vez que empuñas un arma, ¿verdad?

Estaba sudando frío. Y no era por haber corrido un par de metros. Me inventé lo primero que se me pasó por la cabeza.

—No hay de qué —carraspeé, con una sonrisa—. La primera vez que cogí un arma fue cuando tenía nueve años, a mi padre casi le dio un ataque.

>>Espero que aquellos niños estén bien —miré a mi alrededor, pero no los vi—. Por lo menos no volverán a pelear.

Me fijé en ella. Era una gran espadachina. Era la clase de mujer que se necesitaba para una canción. Una canción melancólica, una canción de esas que cortan las almas más duras; pero alegre a la vez… Su nombre era Aramia, le tranchant.

—No hay de qué. La primera vez que cogí un arma fue cuando tenía nueve años, a mi padre casi le dio un ataque— comentó Simbad.

—Ya veo...— aunque Keiko sospechaba que era mentira, pues si solo hubiera cogido una espada una sola vez en su vida, no habría podido pelear así. De todos modos, no era quien para sospechar. Seguro que había un buen motivo para mentir, y si era así, ella no tenía derecho a saber la verdad que el muchacho pudiera ocultar—. Bien, Simbad, voy a hacer una visita a mis padres, que viven cerca de aqui. ¿Te importa esperar?

Cuando Keiko recibiera la respuesta de Simbad, se lo agradecería y saldría corriendo a su casa. No tardó mucho en llegar. Estuvo hablando un buen rato con sus padres sobre como le iban sus estudios fuera de la ciudad, y que había conocido a muchos amigos, y sobre todo que los profesores eran cada uno más raro que el anterior, pero eficientes y amigables. También comentó sobre la gran habilidad que tenían los demás alumnos, y que se sentía muy suertuda de haber conseguido una plaza en aquel centro gracias a sus habilidades. Tras comer un pastelito, Keiko salió de su casa y volvió al Solar Deportivo.

Cuando llegó alli, se golpeó con alguien que iba en su misma dirección. Ambos cayeron al suelo.


—Ay, ay, ay… Mira por donde vas— acusó el golpeado.

—¡D-D-Disculpe! ¿Está bien?— Keiko le ofreció su mano para levantarse y cuando este se irguió, pudo ver su rostro. Era un muchacho de pelo castaño y ojos verdes que le eran muy familiares, aunque no tenía cicatriz alguna o quemadura—. ¿Hermano?— preguntó Kei, para su sorpresa, el muchacho desconocido echó a reír.

—¡Jajajajajaja! Más quisiera yo tener una hermana. No preciosa, no soy tu hermano. Y ahora, si me disculpas, tengo que terminar un trabajo que me ha mandado mi jefe.

El muchacho esquivó a Keiko, andando a paso ligero, como si hubiera sido descubierto. Keiko se quedó desconcertada por unos segundos, pero luego se recuperó y se dirigió a Simbad.

—Perdón por la tardanza, me he entretenido hablando. Siento mucho no poder pasar más tiempo contigo, Simbad, pero me he de marchar. ¿Alguna pregunta antes de irme?

—Ya veo...—su rostro reveló curiosidad y escepticismo al mismo tiempo, pero no dijo nada—. Bien, Simbad, voy a hacer una visita a mis padres, que viven cerca de aqui. ¿Te importa esperar?

—En absoluto —le respondí, y le despedí con un gesto. Me entretuve en el solar deportivo un rato, hasta que volví a ver a aquellos chavalines, escrutándome desde la esquina de una calle. Les sonreí, y una vez más desaparecieron asustados. Bufé.

Cuando vi a Keiko volver, se golpeó con un chico que había visto merodear un rato por la plaza. Creí ver que tenía los ojos verdes. Desde mi posición pude escuchar cómo la chica parecía confundirle con… ¿su hermano? Pareció bastante sorprendida por un momento.

Fruncí el ceño y pensé. ¿Cómo había podido confundir a un miembro de su familia? Pero estas cavilaciones fueron interrumpidas por su voz.

—Perdón por la tardanza, me he entretenido hablando. Siento mucho no poder pasar más tiempo contigo, Simbad, pero me he de marchar. ¿Alguna pregunta antes de irme?

Sonreí con agradecimiento.

—Sólo una más —le anuncié—. ¿Cuánto cuesta subir al tranvía?

Me apetecía mucho ver la ciudad desde los vagones, esperar mi turno en la estación. Era algo que nunca había hecho y sentía curiosidad. Aquella chica me había caído bastante bien, y era excelente con la espada. Me consideraba una persona que se fijaba en los detalles, y éste me había llamado la atención.

—Encantado de conocerte Keiko.

Simbad sonrió antes de hablar a la joven.

—Sólo una más. ¿Cuánto cuesta subir al tranvía?

Keiko se echó a reír como nunca ante aquella pregunta tan simple. No era por el muchacho, ni por que no supiera lo que costaba usar aquel transporte público. Quizás era una broma a modo de despedida.

—Son diez platines, Simbad. Aunque si vas muy lejos te pueden cobrar de más— dijo sin poder detener su risa.

Unos segundos después, la muchacha logró parar de reír, y las lágrimas le brotaban de las mejillas, las cuales estaban muy rojas, seguramente por el exceso de la risa.

—Encantado de conocerte Keiko— se despidió el joven.
—Lo mismo digo, amigo.

Keiko se marchó del Solar en dirección a la plazoleta del tranvía. Tendría que dejar la visita a su maestro de esgrima para otra ocasión. Pero… ¿quién era aquel misterioso muchacho que se parecía a su hermano, supuestamente muerto? La próxima vez que se encontrase con él, trataría de sonsacarle la información. Aunque tuviera que ser a base del frio metal.

La chica comenzó a reírse. Se agarraba la tripa en señal de diversión. Su risa aleteó entre las calles, formando eco y esperanza. Me crucé de brazos, tomándolo como una broma.

—Son diez platines, Simbad —informó cuando pudo respirar—. Aunque si vas muy lejos te pueden cobrar de más.

La chica paró de reír. Tenía lágrimas en las mejillas, y estaba tan roja como una manzana. Mi pregunta no era tan graciosa. Era un forastero, no tenía ni idea de las reglas de aquel mundo. No despedimos lacónicamente y me dirigí a la estación.

Tras pagar los correspondientes plantines y sentarme en el vagón que estaba vacío (dejando mi laúd al lado para que no resultase aplastado), me entretuve mirando el paisaje y a la ciudad. Aquella chica decía que tenía que visitar a sus padres… ¿habría hecho algún largo viaje?