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Me había pillado. Me había pillado y lo admito. Me di cuenta de que lo había hecho cuando dijo aquellas palabras. Cuando me contestó y contradijo absolutamente todas mis palabras. La verdad, había sido bastante absurdo. Gedéon se estaría meando vivo de sólo ver la escenita.

—¿Y dices que esas ropas las llevaban los cazadores?—preguntó, casi con una ceja arqueada—Porque están en “bastantes buenas” condiciones para haberlas llevado mientras los devoraban. Y en el milagroso caso de que quedara una buena camisa después de que el tigre le ventilara la carne que había tras ella... Te habrá costado muucho lavarlas... en un pozo.

Me encogí de hombros. Podría dejar de fingir, podría dejarme al descubierto. Y no lo iba a hacer, no lo iba a hacer por el simple hecho de que no me lo merezco. Estaba casi seguro de que estaba a favor de la guerra, y no sabía si era más fuerte que yo. No iba a pelearme. No por algo que no entendía, ni me importaba.

—A mí la ropa ya me la lavó y remendó mi hermana antes de escaparme —levanté las manos—. Si no fuera así, ¿qué clase de historia se te ocurriría para mí?

Me dispuse a irme, caminando un par de pasos, pero antes de que pudiera decir nada, me giré.

>>Bah, mejor no respondas —le insté con una mano—. No me gustan las confrontaciones.
Dejé clara mi posición, era un guiño, una pista muy tenue. Aún así, sabía que iba a acabar muy mal.

El chico no cambió su expresión. Desconocía si había logrado pillarle o no, pero no parecía dar el brazo a torcer. De todas formas, todavía no tenía claro quién era realmente.

—A mí la ropa ya me la lavó y remendó mi hermana antes de escaparme. Si no fuera así, ¿qué clase de historia se te ocurriría para mí?

El chico giró para irse, pero antes de que pudiera hablar, o plantearme una historia siquiera, se volvió de nuevo.

>>Bah, mejor no respondas. No me gustan las confrontaciones.

Espera... ¿Confrontaciones? Yo no había mostrado verdadera hostilidad hasta el momento, así que... Quedaba una posibilidad. Ignoraba cómo lo había descubierto (quizás lo había deducido de que era de otro mundo también), pero si sabía que yo era de Tierra de Partida... Querría decir que él era de Bastión Hueco. Pero desde el principio no había estado de acuerdo con la guerra. Si alguien se negaba a luchar, no iba a ser yo quien iniciara el ataque.

—Sinceramente... A mí tampoco.—Contesté a la indirecta del más que probable portador de Bastión Hueco.



Fue entonces cuando oí un sonido nada agradable... El de sincorazón apareciendo. Inmediatamente invoqué mi llave espada, que apareció por la acumulación de sombras en mi mano. A veces odiaba tener un llavero tan poco conveniente, pero no había alternativa.



—Maldita sea... llevo un día de perros.

—Sinceramente... A mí tampoco.—Contestó. Me sorprendí, porque había pillado la indirecta y yo me había librado de una pelea.

Canté victoria demasiado pronto. Tres Sincorazón aparecieron justo en el momento. Tenían aspecto de mono. Estuve tentado en huir, pero no habría sido del todo justo. Se lo agradecería así.



—Maldita sea... llevo un día de perros.

El muchacho había invocado su Llave-Espada. Era completamente negra, parecía bastante más fuerte que yo. Sin pensarlo mucho, invoqué un perla sobre esos Sincorazón, que lo esquivaron con mucha facilidad.

—Monos tenían que ser —invoqué mi Llave, dejando de disimular, ya no tenía mucho sentido.


Un Sincorazón se lanzó sobre mí, y de una arremetida con la Espada conseguí quitármelo de encima. Eran rápidos, y su continuo balancear por las ramas no mejoraba mucho nuestra situación.

—¿Alguna idea? —Le pregunté, atento a su respuesta. No iba a atacar aleatoriamente, necesitábamos una estrategia. Y a mi sólo se me ocurría incendiar el bosque.

Los monos sincorazón no se hicieron esperar. En primer lugar, esquivaron el hechizo Perla que lanzó el aprendiz de Bastión Hueco, y seguidamente invocó su llave espada. Curiosamente, era una Cadena del Reino, la básica entre las básicas. Pero aquel no era un momento para centrarse en quién tenía qué llavero.

—Monos tenían que ser—uno de los Primate Y se abalanzó sobre él, pero lo repelió rápidamente—. ¿Alguna idea?

Por mi parte, otro de los monos saltó de las ramas zarandeando sus garras delanteras. De una forma algo arriesgada, agarré mi llave espada de forma normal, con ambas manos, y la colé entre sus garras para arremeterlo contra el suelo. No me libré de tener algo de arañazos en los brazos, pero al menos le había hecho daño. El sincorazón no tardó en reaccionar y regresar a su seguro árbol.

—Como no reduzcamos sus movimientos va a ser complicado...—miré de nuevo a los monos, que parecían buscar una obertura por la que atacar.—Ya sé: Ataca poco después que yo, cuando veas que les cuesta mantenerse sujetos.

Apunté con mi mano libre (la derecha) hacia una de las ramas próximas a las que estaban los sincorazón. No estaba apuntando directamente a ellos, ya que no quería que “esquivaran” el ataque. Entonces, lancé una Bomba Tenebrosa que salió disparada hacia dicha rama. El pequeño pero potente radio de explosión hizo que todas las ramas próximas se zarandearan violentamente. ¡Ese era el momento!

—Como no reduzcamos sus movimientos va a ser complicado...—dijo tras arremeter a un Sincorazón contra el suelo.—Ya sé: Ataca poco después que yo, cuando veas que les cuesta mantenerse sujetos.

Primero no entendí, pero al ver cómo preparaba un hechizo y lo lanzaba hacia las ramas (hechizo que no pude ver, pues estaba demasiado concentrado en preparar otro Perla); las ramas se zarandearon muy violentamente y los monos intentaban aferrarse a ellas. Había sido muy buena idea.

Aquella era mi oportunidad: Lancé el hechizo perla, que impactó sobre el Sincorazón, que al fin desapareció; los demás cayeron también al suelo. Parecía que estaban mucho más enfadados. Con una arremetida de la Llave, conseguí alejar a uno que se me había tirado encima, mientras el otro volvía a la carga hacia el chico…

—¡Cuidado! —Le grité.

El aprendiz de Bastión Hueco soltó otro Perla al ver a los monos aferrándose como podían a las ramas danzantes. El hechizo cumplió con su objetivo: destruyó a uno de los sincorazón (el que estaba más debilitado) y el resto cayeron al suelo sin remedio. Ya solo quedaban dos enemigos, y se mostraban realmente cabreados.

—¡Cuidado!—gritó el chico al ver cómo uno de los sincorazón iba a por mí. Pero yo ya estaba preparado.

Hice un tajo horizontal sabiendo que el mono iba a saltarlo sin problemas. Sin embargo, con mi mano derecha libre preparada, invoqué mi Espada Mediana mientras hacía un segundo tajo. Ese segundo ataque sí que impactó en el sincorazón, que acabó cayendo de lado. Antes de que se recuperara, hice una Doble Hélice, el cual cortó tantas veces al sincorazón que terminó igualmente destruido.

—Ugh...—acabé completamente mareado. Sin saber exactamente dónde pisaba, acabó mi pie encima de una piel de plátano—. ¡Uah!

Y la gravedad hizo el resto. Acabé cayendo en el suelo por culpa de la maldita piel. Pude ver por el rabillo del ojo cómo otro sincorazón del que no me había dado cuenta, estaba saltando de alegría a unos metros.



—Malditos monos...

En un visto y no visto, aquel chico hizo desaparecer al Sincorazón de forma impresionante, haciendo gala de todo su poder. Comenzó con un ataque en horizontal con una espada más pequeña, y terminó con una poderosa habilidad.

Y después, ocurrió algo que no me esperaba para nada. Se resbaló con la piel de un plátano.

La escena fue tan cómica y absurda a la vez, que tuve que contener las ganas de reírme a mandíbula batiente. Para eso ya estaban unos nuevos Sincorazón, que daban saltos de alegría a unos metros.

—Malditos monos...

Mientras maldecía, lancé un electro al último de los Sincorazón, que al verse completamente sólo; huyó despavorido. Al parecer, los otros Sincorazón no estaban interesados en el combate.
Y entonces, y sólo entonces, pude recuperar el aire e imaginar que bebía un buen vaso de agua.

Me acerqué al chaval jadeando por el cansancio y le tendí una mano para ayudarle, aunque a una distancia prudencial.

—Simbad —me presenté escuetamente—. Siento lo de antes, quería estar seguro de que no me ibas a atacar.

Y aún así, mantuve mi cuerpo en tensión sin dejar que el arma desapareciese; por si acaso se le ocurría atacarme.

El Primate Y que quedaba fue... ¿asustado? por un Electro del aprendiz de Bastión Hueco. Era muy extraño, nunca había visto huir a un sincorazón, y menos de un portador de la llave espada (los atraíamos como polillas a la luz). El chico, que no se había dado cuenta de que aún quedaba un sincorazón más apartado, me tendió la mano.

—Simbad. Siento lo de antes, quería estar seguro de que no me ibas a atacar.

—¡Queda uno detrás tuya!—le avisé, ya que el sincorazón estaba apuntándolo con el tirachinas.

Sin embargo... Una espada salió volando de entre los árboles y empaló al mono, que acabó siendo destruido y con la espada siguiendo su camino hasta el tronco de un árbol, donde se quedó clavada.

—¿Me dejas esperando pacientemente mientras tú te diviertes por tu cuenta?— de la misma dirección de donde había salido la espada, apareció Atesaki, con una expresión burlona en su rostro.

Ahora que lo pensaba, por ahí es por donde había huido el Primate Y de antes... Seguramente habría querido cambiar de objetivo y había sufrido la ira de su espada. Mi amigo no tardó en acercarse a la espada para extraerla del árbol, aunque no la hizo desaparecer. Entonces se fijó en el arma de Simbad, que miró con cierto recelo.

—Y me engañas con un portador... Muy bonito, muy bonito.

—¿Ah?—solté casi inmediatamente, debido a su última afirmación—No digas cosas tan fáciles de malinterpretar. Y solo nos hemos encontrado de casualidad, no me lo he traído conmigo.

—Como sea—comentó mientras se rascaba la nuca—. De todas formas, ya he acabado de entrenar. Menudo latazo que no haya sincorazón en Villa Crepúsculo, y con los líos de la mudanza llevaba bastante sin clavar la hoja en uno.

—¡Queda uno detrás tuya!—me avisó. Pero, antes de tener tiempo de reaccionar, una espada salió volando de la nada y atravesó al SIncorazón; quedó clavada en el tronco de un árbol.

Dirigí la mirada hacia otro chaval. Tenía el pelo blanco y una expresión burlona en el rostro.
—¿Me dejas esperando pacientemente mientras tú te diviertes por tu cuenta? —su voz estaba tintada de diversión.

Se acercó a su mortífera espada y la extrajo del tronco del árbol; le miré con recelo, poniéndome en guardia al instante. En el momento en que fijó su mirada en mi Llave, dijo algo a medio camino entre la falsa molestia y la total y absoluta burla.

—Y me engañas con un portador... Muy bonito, muy bonito.

Estaba a punto de replicar cuando el otro se me adelantó. Todavía estaba en el suelo.

—¿Ah?—soltó, como si estuviera aturdido—No digas cosas tan fáciles de malinterpretar. Y solo nos hemos encontrado de casualidad, no me lo he traído conmigo.

—Correcto —coincidí—. Ya sabe cuidarse solito, no necesita una escolta.

Parecía un amigo. Parecía el amigo con el que se estaba comunicando, quizá el río con hipopótamos estaba mucho más cerca de lo que pensaba. Dejé que la Llave se
desmaterializara y me apoyé en el tronco de un árbol. Me rasqué la perilla casi inconscientemente.

—Como sea—se rascó la nuca, en una actitud despreocupada—. De todas formas, ya he acabado de entrenar. Menudo latazo que no haya sincorazón en Villa Crepúsculo, y con los líos de la mudanza llevaba bastante sin clavar la hoja en uno.

Carraspeé para llamarles la atención, aunque sin pizca de molestia.

—¿Y tú eres..?

Mientras me levantaba del suelo, Simbad carraspeó a propósito, marcando que aún seguía allí.

—¿Y tú eres..?—preguntó, suponía refiriéndose a mi amigo de la infancia.

—¿Yo?—se señaló con el pulgar—. Atesaki Ribasu, amigo de este patoso...

—¡Ey!—me quejé, pero siguió con su presentación como si nada.

—...y nativo de Vergel Radiante, y a mucha honra.

Error, código rojo. Como Simbad comentara que era de Bastión Hueco, el ambiente iba a caer en picado (y la confrontación sería inevitable...). Tenía que seguir hablando, y rápido.

—Y yo soy Saxor, no te había dicho el nombre.—dijé casi inmediatamente cortando cualquier cosa que Simbad fuera a decir. Mi amigo me miró un segundo por haber hablado tan rápido, pero no se extrañó más allá de ahí.

—¿Yo?—se señaló, en un gesto más que cómico—[b]. Atesaki Ribasu, amigo de este patoso...

El aludido se quejó, llamándole la atención, pero Atesaki siguió con su pequeño monólogo.

—...y nativo de Vergel Radiante, y a mucha honra.

Fruncí el ceño… Vergel Radiante. Lo había leído u oído en alguna parte; estaba seguro. Y no conseguía ubicar dónde. Todo aquello era sumamente extraño, el símbolo en la camisa, aquel nombre que me era tan familiar y a la vez tan desconocido… Estaba a punto de preguntar, pero su amigo interrumpió.

—Y yo soy Saxor, no te había dicho el nombre. —me sorprendió su interrupción tan drástica. Creí entenderlo a medias: Su amigo no era tan benevolente con Bastión Hueco y por eso había cortado mi incipiente respuesta, no encontraba otra resolución más lógica.

—Yo soy Simbad —me presenté por segunda vez—. Así que ¿entrenar? Cuesta creer que alguien se pueda divertir haciendo ejercicio…

Me llevé las manos a la espalda, arqueándola en una postura exagerada, como si me doliera. Dirigí una mirada más que elocuente hacia Saxor, diciéndole que había pillado el mensaje. Eran unos nombres curiosos, tenía que admitirlo.

—Yo soy Simbad. Así que ¿entrenar? Cuesta creer que alguien se pueda divertir haciendo ejercicio…

Atesaki se rió a carcajadas unos segundos por ese comentario. En esos segundos, el aprendiz de Bastión Hueco se había encorvado fingiendo cansancio, y me mostró una sonrisa, que me hizo entender que había captado el mensaje. Suspiré mentalmente de alivio... No quería marrones en esos momentos.

—¿No dicen siempre que el mejor trabajo es tu hobby? Me pasa algo así.

La verdad, de pequeños siempre nos divertíamos jugando con espadas de madera a que éramos guardias de Vergel Radiante... Algo de aquel juego se le habría pegado.


—Por cierto, ahora que lo pienso... ¿Qué hacías tú en una selva como esta?

Me había entrado la curiosidad. No era muy común encontrar portadores (del bando contrario, además), y menos en un mundo como aquel.

El chico se rió a carcajadas, y me alegré de haber suavizado un poco el ambiente. Creí y esperé que Saxor hubiera cogido el mensaje.

—¿No dicen siempre que el mejor trabajo es tu hobby? Me pasa algo así.

Me reí yo también, coincidiendo en su punto. Había sido ladrón toda mi vida, y aunque no fuera un oficio, al final cogías la manía de coger todo lo que vieras y que fuera de utilidad.

Entonces, me miró y soltó la bomba.

—Por cierto, ahora que lo pienso... ¿Qué hacías tú en una selva como esta?

Recordé como en un sueño, lo que ocurrió antes de meterme en Bastión Hueco, recordé cómo habían intimidado a Yerai por saber el paradero de aquél que buscaba. No, no se lo diría; me dolía mentirles otra vez, pero no me arriesgaría por nada del mundo. Seguí con una pose tranquila y una sonrisa.

—Bueno, es bastante simple —expliqué, con un ademán—. Me he levantado esta mañana y he dicho: Hoy toca explorar; he visto este mundo y no he podido resistime.

Tenía parte de verdad, pero aquella respuesta no era ni la mitad de grande que la respuesta que me habría gustado dar.

El chico, extrañamente, se demoró un poco en contestar. Al final pareció encontrar las palabras... o eso pensé en un principio.

—Bueno, es bastante simple. Me he levantado esta mañana y he dicho: Hoy toca explorar; he visto este mundo y no he podido resistime.

Era un motivo... demasiado impulsivo. Si hubiera querido explorar, habría escogido cualquier mundo menos ese, eso lo tenía claro... Y más claro todavía después de pasar 20 minutos en aquel sitio.

—¿Explorar? Sin ofender, sólo un loco eligiría una selva como esta para pasar una tarde.

—¡¿Y quién es el que ha tenido la idea de ir aquí, eh?!

Atesaki se llevó una mano en la cabeza y agitó la otra, como si aquello fuera un detalle sin importancia.

—Una zona deshabitada llena de sincorazón comunes, ¿qué más quieres?

Suspiré exhasperado. ¿Por qué se le había ocurrido tan maravillosa idea como venirse a ese lugar?

—¿Explorar? Sin ofender, sólo un loco eligiría una selva como esta para pasar una tarde.

No me ofendió. Pero me molestó, me molestó que sospechara… básicamente porque no decía la verdad.

—¡¿Y quién es el que ha tenido la idea de ir aquí, eh?!

Su propio amigo le rebatió la respuesta, y aquello me hizo bastante gracia; porque me había ahorrado tener que responder.

—Una zona deshabitada llena de sincorazón comunes, ¿qué más quieres?

—Hombre, la verdad es que una playa paradisíaca tampoco habría estado mal... —Les anuncié, con un tono de burla—. Pero a mí los Sincorazón no me molestan mucho, siempre puedo salir por patas.