Foros KHWorld

—¡Hola, hola, acercaos! -Exclamó cuando bajamos del escenario-. ¿Cuáles son vuestros nombres?

—Freya -contestó la chica. Yo no dije nada, sólo me limitaba a mirar receloso los vasos vacíos-. ¿Para qué quiere hacernos una entrevista?

—Muy bonito todo eso de la canción, pero una mujer necesita casarse -Freya rió, pero yo suspiré cansado al verse confirmadas mis sospechas-. ¿Tenéis planes de futuro?

Solté un suspiro de aburrimiento y bebí el contenido del vaso de sake. Le serví un poco a Freya, creo que ambos coincidíamos en que necesitábamos alcohol en la sangre para mantener aquél tipo de conversación.

>>Muchacho ¿Tienes pensado desposar a alguien? ¿Alguien tan bello como esta muchacha? Aunque podría arreglarse más... Ese vestido está mal confeccionado.

Reí ante la observación del vestido. Bebí un trago más. Obviamente no pensaba responder.

—Denos… —Miré a la pelirrosa de reojo y volví a beber—. Quince minutos.

15 minutos más tarde

Spoiler: Mostrar

(?)

A esas alturas, el rumor de la gente del bar se había extinguido por completo. Puede que fuera porque casi toda la gente se había ido, aunque más tarde descubrí que era por mis carcajadas escandalosas que emitía.

—¿Cuántas veces nos han querido casar esta noche, Freya? —Fingí que contaba con los dedos, aunque en mi estado casi ni me los veía—. ¿Dos, tres? ¡Igual si nos casamos de verdad nos dejan en paz!

—Oye, ahora que te veo me suena tu cara. —La casamentera, medio escandalizada y curiosa, me preguntó—: ¿No tienes una hermana que ha trabajado por aquí?

Ante eso volví a reírme, casi sin poder sostenerme en la mesa. La pelirrosa no estaba en mejores condiciones, creí ver. No supe en qué buen momento había decidido que emborracharme de nuevo habría sido una buena idea. Aunque al menos no estaba tan ebrio como en la Cité.

—Sí, claro —respondí a carcajada limpia—. ¡Travestido me convierto en mi hermana! ¿Qué cosas, eh, Freya?

Creí que la casamentera se había puesto pálida de repente, y me miró como si me hubiera crecido un tercer brazo. Me recoloqué el sombrero por tercera vez aquella velada y añadí:

—Aunque no era este local. —Dirigí una mirada a mi alrededor—. El otro lo quemamos Enok y yo.

Simbad me sirvió un poco de sake en el vaso. Comprendía que aquella conversación no podría acabar bien si nosotros estabamos medio sobrios. Así pues, me bebí el vaso de un trago.

—Denos… —Ambos nos miramos—. Quince minutos.

15 minutos más tarde

Spoiler: Mostrar

Ya no quedaba mucha gente por allí, quizás porque pronto se haría de día, o bien porque Simbad no paraba de reírse como si estuviese poseído. Me parecía tan ridículo, que me provocaba la risa a mi también.

—¿Cuántas veces nos han querido casar esta noche, Freya? —Extendió sus manos, intentando contar con los dedos—. ¿Dos, tres? ¡Igual si nos casamos de verdad nos dejan en paz!

—¡Estás loco! —dije entre carcajadas—. Nos seguirían insistiendo.

—Oye, ahora que te veo me suena tu cara. —La casamentera parecía bastante escandalizada—: ¿No tienes una hermana que ha trabajado por aquí?

—Sí, claro. ¡Travestido me convierto en mi hermana! ¿Qué cosas, eh, Freya?

En un principió reí como una descosida. ¡Qué cosas! ¡Simbad travestido debía parecerse totalmente a su hermana! ¡Incluso quizás daba aire a mí! Era un poco raro que el chaval hiciese esa clase de cosas, pero era su decisión.

La cara de la casamentera era un poema, sin embargo Simbad no parecía para nada preocupado.

—Aunque no era este local. —Miró a su alrededor—. El otro lo quemamos Enok y yo.

Al escuchar el nombre de Enok, algo me trajo de vuelta a la realidad. ¿A qué se refería con eso? ¿Por qué quemaron el otro local? Y lo más importante, ¿Simbad y Enok se conocían?

—S-Simbad... ¿Qué se supone que quemásteis? ¿Y por qué conoces a Enok?

Sin ser consciente de por qué, me acerqué a la mesa más cercana y cogí la vela que la adornaba desde el centro, la cual estaba encendida. Le amenacé, señalándole con ella.

—Ya me estás contando todo desde el principio. ¿Qué pasó con Enok, eh? ¿Qué le hiciste? —hice una pausa, pensando. De repente, lo entendí todo:— ¡Eso es! ¡Le hiciste travestirse porque a ti te gusta! ¡Y así podías seducirle! ¡Y, y, y a la vez te recordaba a Jeanne! ¿Es eso, verdad? —exclamé, hecha una furia.

Lancé con todas mis fuerzas la vela hacia Simbad, apuntando a sus pantalones. Si habían calcinado el antiguo local, ahora perdería sus pantalones.

—S-Simbad... ¿Qué se supone que quemásteis? —Preguntó casi con un grito Freya—. ¿Y por qué conoces a Enok?

Entonces me di cuenta de que me había ido de la lengua. Ante la mirada incrédula de la casamentera y la mía propia; la pelirrosa cogió una vela roja que había en la mesa más cercana y la blandió ante mí dispuesta a amenazarme. Con los ojos como platos, me levante y alcé dos manos dispuesto a rendirme. Menos mal que el local estaba casi vacío.

—Espera Freya —alenté con voz pastosa—. Todo tiene una explica...

—Ya me estás contando todo desde el principio. ¿Qué pasó con Enok, eh? ¿Qué le hiciste? —paró y compuso un gesto encandalizado.:— ¡Eso es! ¡Le hiciste travestirse porque a ti te gusta! ¡Y así podías seducirle! ¡Y, y, y a la vez te recordaba a Jeanne! ¿Es eso, verdad?

—¿¡Pero qué dices?! —Exclamé totalmente confundido ante la lógica de las mujeres. Sin pararme a pensar un argumento razonable, una parte de mi cerebro (la más racional) entendió que Freya conocía a Enok.

Y la chica lanzó la vela contra mí mucho más que enfadada y borracha. Mis reflejos no estaban para muchos trotes en aquel momento por lo que tanto el aceite como el fuego salpicaron mis pantalones. Abrí los ojos con espanto. Las llamas estaban lamiendo el pantalón y yo comenzaba a notar calorcito.

Grité sumido en casi pánico y me lancé afuera del local. Qué suerte que en aquél mundo casi siempre estaba nevando. Por lo que, al ver la nieve me precipité sobre ella y el fuego se extinguió casi completamente. Me levanté y miré los desperfectos: me había quedado sin pantalones y sin ropa interior. Por suerte, el laúd seguía intacto en mi espalda.

Sin saber muy bien cómo afrontar la situación cogí el sombrero y me lo puse por delante al ver que Freya había salido con otra vela y me miraba con cara enfurecida.

Dio un paso. Dos. El fuego de su mirada no menguaba.



Y yo no pude hacer otra cosa que correr con el sombrero tapando mi entrepierna mientras se oía:

—¡Esperad! —Gritaba la casamentera, supuse que nos seguía—: ¡Todavía no ha acabado la entrevista, insolentes! ¡Así no os casaréis nunca!



Me desperté sobre una superficie dura, fría. Me llevé la mano a la cabeza y recordé vagamente la persecución: en algún punto del camino, habíamos despistado a la casamentera, y en algún otro, había parado y supuse que le había explicado ciertas cosas a Freya.

También recordé un río casi congelado y yo precipitándome a sus aguas. ¿Me había empujado Freya o me había resbalado en la alocada persecución? Me levanté. La cabeza me dolía mucho más que en la casa de la Cité y tenía la boca como si hubiera mascado arena.

Entonces reconocí en el lugar en el cual me encontraba. Era la sala del piano del Castillo. Yo estaba encima del piano, que se había quedado medio empapado por mi ropa, que por cierto, también estaba mojada y fría.

Mi gorro nuevo y el laúd estaban a un par de metros de mí, en el suelo. Me alivió descubrir que estaban secos, y en el caso del instrumento, que no tenía ningún daño aparente. Miré hacia el ventanal, que seguía allí igual que la noche anterior. Estaba amaneciendo.

Entonces vi a Freya, también estaba empapada por el agua, pero en su caso, y al estar bajo un rayo de luz proveniente de la misma ventana, casi se había secado. Estaba despatarrada bajo sus vestidos de boda, tumbada en las teclas del piano.

—Eh, Freya —murmuré mientras la balanceaba para despertarla, tenía la voz ronca, y temí que estaba en el principio de una hipotermia—. ¿Qué ha pasado?

Al menos parecía que estaba entera. Internamente, recé porque no se moviera mucho o el dolor de cabeza sería horrible cuando presionara las teclas.

Al final, no había sido una noche corriente, me dije. Sólo había sido una noche… bajo el amanecer.

Y estaba deseoso de repetir. Pero sin alcohol.

Las llamas empezaron a llenar el pantalón de Simbad, pero yo me mantuve impasible. Maldito mentiroso. ¡Ahora que había descubierto sus intenciones se iba a enterar!

Salió corriendo, con otra vela en mis manos, y me lo encontré tirado en la nieve sin nada de cintura para abajo, tan solo tapándose con aquel ridículo sombrero que había conseguido aquella noche.

Me acerqué lentamente, intentando intimidarle; la segunda vela se encargaría de quemar la parte de arriba.

Por lo visto, se rajó y salió corriendo. Y yo le perseguí.

—¡Ven aquí, Simbad! ¡No escaparás!

—¡Esperad! —Gritaba la loca que nos seguía—: ¡Todavía no ha acabado la entrevista, insolentes! ¡Así no os casaréis nunca!

Hubo un momento en que Simbad tuvo que parar a coger aire al lado de un río congelado. Sin pensarlo dos veces, aproveché el momento para empujarle. Y él, sencillamente cayó al agua sin poder evitarlo.

Rei estrepitosamente. Y caí al suelo, agotada. Solo tenía ganas de dormir.

Spoiler: Mostrar

Eh, Freya. ¿Qué ha pasado?

Amanecí en una superficie muy molesta. En cuanto me moví un poco, el sonido de las teclas del piano sonó por toda la sala, provocándome un susto de muerte. Giré levemente hacia uno de mis lados y no pude evitar caer al suelo.

Tenía un dolor de cabeza horrible. El mero hecho de estar despierta ya me molestaba; podría haberme quedado durmiendo un rato más. Pero aquel rayo de luz que entraba por el gran ventanal había impactado directamente en mi cara, y Simbad se había dedicado a balancearme para despertarme.

—N-No recuerdo nada… —comenté, llevándome una mano a la frente—. Compusimos una canción y…

Y poco más.

Supuse que lo que había pasado quedaría como una anécdota y que los recuerdos los iríamos recuperando con el paso del tiempo. Había sido una noche demasiado loca, con demasiado alcohol. Pero no había estado mal.

Miré a Simbad, y inmediatamente comprendí que había hecho mal. Me tapé los ojos con una mano, mientras notaba como me subían los colores a las mejillas como de costumbre. Chillé todo lo que pude, lo cual resonó por toda la sala, y quizás por todo el castillo.

—¡Simbad, t-tú ropa!

Y así fue como despertamos los novatos bajo el amanecer.