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—Se llama ‘’la kupobaquia’’. —respondió— Sí, creación en manos de los mejores inventores, agricultores moguris. ¿Qué otra criatura podría hacer un licor tan refinado y a la vez potente?

Lo cierto es que no tenía ni la más remota idea sobre bebidas alcohólicas, pero la experiencia que viví con Freya me decía que esa clase de bebidas, definitivamente me hacían hacer locuras. Y no quería llevarme a Aru a cuestas hasta la Cité e intentar casarme con ella. Desde luego no sería una buena impresión.

Ante mi petición, la peliazulada negó con la cabeza repetidas veces. Sinceramente, estaba preparado para una reprimenda del padre o incluso de la madre, que no parecía ser muy habladora, pero desde luego no imaginaba lo que sucedió a continuación:

—JÁ, ¿mi niña? Mi niña puede con todo lo que le eches, es una Petrikov. Vamos, Aru, demuestra de qué material estamos hechos en la familia.

Si no estallé en risas histéricas fue porque me habían invitado a cenar después de robarles a cambio de música y porque el alcohol no había hecho todo el efecto que debería. Aru, para mi sorpresa, cogió el vaso tras mirarlo unos segundos con horror, y se lo empinó de un trago mientras me retaba con la mirada. Creo que no se dio cuenta de que tenía las mejillas arreboladas.

—¿Lo ves, chaval? Mi hija es mucha mujer para ti. —Asentí más que estupefacto. Desde luego, era una familia de lo más curiosa. Sin embargo, cuando la chica se levantó precipitadamente hacia la cocina, supe que el alcohol le estaba quemando la garganta como mil demonios.

—Bueno, ¿Simbad, verdad? —Harold hizo que volviera a mirarle—. ¿Qué te parecería una competición de beber?

Me sirvió otro vaso. Y se me vino la imagen a la cabeza de Freya quemándome los pantalones. Definitivamente, no era buena idea tomar otro trago de esa bebida, y si se le ocurría meter a su hija en la competición, las cosas podrían salir muy mal. Lo rechacé con un ademán.

—Me encantaría —mentí con una sonrisa—. Pero necesito los cinco sentidos para tocar, para eso estoy aquí.

Dirigí mi vista hacia la muchacha, si había vuelto. Me levanté de mi silla y comencé a afinar las cuerdas del laúd. Compuse una expresión agradecida a la par que entristecida.

—Para despedirme y pedirles disculpas por el incidente de la capa, tocaré todo mi repertorio. —Hice una inclinación de cabeza a la par que tocaba un acorde—. ¿Tienen alguna canción que les gustaría escuchar?

Comencé a tocar con una canción alegre. La misma canción que Yerai me dijo que era una borriga. La de la panadera que quería vivir aventuras, era alegre, simple y definitivamente perfecta para aquellas ocasiones. Gánate al público y vivirás más.

Después de un largo rato, ya Simbad había acabado su buena música. Alice se acercó a el, y le dió un abrazo bastante satisfecha y familiar.

—Ha sido maravilloso, querido, tocas muy bien, no deberías dejar de tocar nunca. No olvidaré tu presencia facilmente. —pausó un momento, y le colocó bien la capa que ellos le habían regalado, más a su vez, le dió una pin de flores de la tienda —Esto es por todo lo de hoy, para que tu tampoco nos olvidemos, joven… —Entonces Harold interrumpió a su esposa, y continuó su frase— Aprendiz de la llave espada.

La chiquilla, Aru, se quedó sorprendida, ¿cómo pudo su padre saber que Simbad era otro aprendiz de la llave espada? A, claro… Porque él también lo fue.

—No te asustes, aquí estás a salvo. —Respondió Alice a Simbad, por sí entraba en pánico—. Después de todo, mi marido también lo fué.

Obviamente, cualquier maestro o aprendiz podría reconocer la luz de otro aprendiz inmediatamente, y sobre todo con los años de experiencia de Harold en la orden.

—Aquella época, que tiempos… —dijo Harold bastante sentimental —Muchacho, me encantaría verte a ti y a mi hija convertiros en grandes maestros de la llave espada, nada me haría sentir más orgulloso, está claro que detrás de esa capa de ladronzuelo, se esconde un corazón de oro.

La aprendiza soltó unas cuantas lagrimillas, significaba mucho para ella que su padre le diese tanto apoyo respecto a su don, dado que muchos otros aprendices de Tierra de Partida se habían escapado de caso o directamente desaparecido de su hogar por esconder el secreto.

—Vamos, Simbad, te acompañaré a la salida, no queremos que ningún Villano Final nos encuentre, ¿verdad?

Sí, finalmente, la noche rozó el cielo.

Fue divertido. Interpreté innumerables canciones, algunas veces dichas por los presentes, y otras que ya me sabía. Alguna que otra vez me acompañaban con palmas y otras cantaban conmigo. Fue raro, porque me hicieron sentir como mi propia familia. Era una sensación casi olvidada, pero que indudablemente seguía muy en el fondo de mi mente.

Ese sentimiento se reforzó cuando la madre de Aru me dio un abrazo de oso que casi me asfixia.

—No puedo res… —Intenté decir.

—Ha sido maravilloso, querido, tocas muy bien, no deberías dejar de tocar nunca. —Se separó un tanto—. No olvidaré tu presencia facilmente. —Me recolocó la capa y me puso un pin de flores precioso —Esto es por todo lo de hoy, para que tu tampoco nos olvidemos, joven…

— Aprendiz de la Llave Espada —interrumpió Harold. Me sorprendí tanto que di un paso atrás, y si no grité fue porque estaba acostumbrado a no hacer ruido. Pero al escrutar la mirada de la pareja y de Aru… lo supe al instante. Su padre había sido de la Orden. Le dirigí una mirada agradecida y feliz a la chica, estaba tan contento de haber descubierto que su padre también había sido Maestro, que tenía una familia, que decidí no darle importancia al hecho de que yo era de Bastión Hueco.

—No te asustes, aquí estás a salvo —respondió la madre, tratando de tranquilizarme—. Después de todo, mi marido también lo fue.

Asentí con fruición, muy emocionado. Estaba claro que los antiguos portadores podían reconocer a los de las nuevas generaciones. Me pregunté… si habría un jour en el que tuviera una esposa, pudiera formar una troupe con músicos de todas partes, podiera contar mis aventuras de Maestro junto a una hoguera y por qué no, tener uno o dos hijos de ojos dorados.

—Aquella época, que tiempos… —me sacó Harold de mis pensamientos— Muchacho, me encantaría verte a ti y a mi hija convertiros en grandes Maestros de la Llave Espada, nada me haría sentir más orgulloso, está claro que detrás de esa capa de ladronzuelo, se esconde un corazón de oro.

Aunque no pareció una gran cosa, aquella frase me impactó mucho. Vi las lágrimas de felicidad de Aru y no pude evitar pensar que habían cosas por las que merecían vivir.

— Vamos, Simbad, te acompañaré a la salida, no queremos que ningún Villano Final nos encuentre, ¿verdad?

Reí con alegría, había oído hablar sobre ellos, y aunque se me cruzara uno ahí en medio, me daría igual; seguiría parado con cara de tonto. Una alegría de verdad, la misma que sentía cada vez que Léa me miraba con los ojillos brillantes, la misma cuando sentía que Gédéon no cambiaría nunca cada vez que intentaba ligar con alguna chica, la misma cuando veo Notre Dame, alzándose gloriosa en las noches de invierno. Ya no había desconfianza, ya no había odio.

—Espera, Aru —le diría cuando estuviera a punto de cerrar la puerta—. Vendrás conmigo a París, a mi hogar. Te enseñaré la Corte de los Milagros y conocerás a Gédéon, vendrás a la Fiesta del Bufón y… Y nos burlaremos de algún guardia.

Vi como la chica se sonrojaba y negaba con la cabeza al principio, pero luego… Luego una sonrisa brillante cruzó su rostro y mientras me alejaba en la noche por la calle, y me despedía con gritos y agitando el brazo, supe que había acertado con el mundo.

Estuve hasta que amaneció en Ciudad de Paso, embriagado por el ambiente de las calles y borracho de felicidad. Pero hay que dejar cosas atrás, y cuando las luces del alba despuntaron el cielo, volví al frío Castillo de Bastión Hueco, donde un sombrero esperaba impaciente.