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—Vamos a ser malas y crear el caos, je, je...

Tras firmar con el sello mi tarjetita (que resultaba ser un precioso corazón), silbé un poco y extendí la mano hacia el marcasellos. Lo tomé, me di media vuelta mientras tatareaba Patoaventuras y di unos pasos largos y decididos hacia el portal de vuelta, como indicaban las instrucciones, mientras el siguiente esperaba a pasar para encontrarse que no tendría instrumentos para poner ningún sello. No quería participar, pero tampoco iba a perder fácilmente y si podía hacer que la gente se enfrentara entre sí, mejor.

Eso pensaba, y era un plan perfecto en mi cabeza. Sin embargo, una descarga eléctrica me hizo dar un gritillo, a la par que me encontraba que no podía alejarme mucho más de la mesa. Gruñí y tiré con fuerza, recibiendo una descarga más fuerte todavía.

—¡Eh! ¡Que quiero robarte, ven aq-- AUUCH!

Lancé el marcasellos y volvió mágicamente a la mesa, mientras la persona detrás de mí me miraba probablemente con desprecio por intentar una estrategia tan rastrera. Agité la mano mientras gruñía camino de vuelta, intentando ocultar mi cara de la vergüenza por intentar robar un marcasellos y hacía ruido a cada paso con la armadura.

* * *
Me seguía doliendo mientras volvía a la playa. Me chupé un dedo y me encontré una situación nueva e inesperada: la gente contaba chistes a la Maestra Ariasu, que se deleitaba medio desnuda de tanta atención.

Fui a colocarme al lado del chico que había pasado su sello justo antes de mí, y que por tanto no me habría visto hacer el ridículo. Le había visto alguna vez por Bastión Hueco, y de verdad que parecía un chico realmente majo; parecía una especie de gitano de la Ciudad de las Campanas, aunque nunca había pillado su nombre. Me llevé las manos a la nuca y esperé a escuchar los primeros chistes para saber la competencia.

—¡¡¡...aala!!! ¡¡¡Y tú ja te mates con la fragoneta!!!

Cogí un ajo de la mochila y se lo lancé a la cara, a falta de tomates.

—Perdona, en serio. No he podido evitarlo —me disculpé a él sonrojada mientras recogía el ajo y lo volvía a meter en la mochila. Tras mi desventura en Mundo Inexistente ningún vampiro iba a volver a pillarme desprevenida, eso seguro.

Un chiste. Di una patada a la arena mientras pensaba en qué decir. No era por ser competitiva, pero de verdad que los últimos que había oído no me habían arrancado ni una sonrisa. Algo seguro, lo habían intentado, y eso merecía su reconocimiento. Aunque no es que yo fuera la mejor contando aquellas cosas...

—¿Cuántos aprendices de Tierra de Partida hacen falta para cambiar una bombilla? —me planteé a mí misma en voz alta—. Cuatro: uno para ponerla, otro para defender la oscuridad y el otro para escuchar las voces de su cabeza. El cuarto está de extra.

Había acertado en este juego tan fácil y desesperado. Pero no era el único casi todos, según creía que acertaba sin dudar el primer sello de la yincana que participaba por curiosear. ¿Qué más podemos decir? Nos tocaba volver, gracioso era la variedad de cada persona a pesar de que ninguno me interesaba en la norma de la ropa. A pesar de ver a gente con armadura, no sabía si era por delirios de locura, pero lo más absurdo y no esperado era dar la vuelta para la próxima pista de aquel lugar. Y yo debería ya dejar de rimar como un verdadero im...

¡Qué le den! Esto no era algo para recordar así que le... Voy a ponerme a narrar este evento por puro aburrimiento de manera pintoresca y comer luego algo de fruta fresca.

Al volver y buscar a la susodicha dama, que bien empleada nos daba una velada de deseos por comedia en nuestros discursos. Chistes malos oía de aquellos con los que competía, yo estaba por darles un guantazo y una buen batacazo. Entonces, ahora debería ponerme serio... Dejar de rimar antes que suelte algo estúpido que baje mi aspecto de listo... Todo un reto, un chiste... ¡Injusticia! No sé contar chistes, ¡sólo sé hacer comentarios sarcásticos e insultos sobre la inteligencia del resto de personas. Como el chiste de algunos que contaban que hacían bajar el coeficiente intelectual de todo su bando, de una manera descendente y pronunciada. Gruñí por que no sabía alguno, tendría que recurrir a alguno que dijera Holmes durante sus intentos estúpidos por hacerme reír.

El problema es que chistes científicos o de gente con gusto y cultura por la ciencia, ya sea medicina o física, no parecía una buena idea para una mujer. No era machista pero no me agradaban las mujeres que presumían de inteligencia cuando se veía en su rostro inseguridad y atacar cómo que era un sexista y una mala persona. Así que tras elegir algún chiste que usaba el pobre para intentar sacarme de estar molesto conél, tuve que coger mi turno irrumpiendo a este tumulto...

―¿Qué le dijo la leche al café? ¡Me estás poniendo negra!

Sólo quedaba rezar que sirviera de algo por que yo no me reía de chistes simplones pero esperaba que alguien con una inteligencia mediocre pudiera comprenderlo.

Esbocé una sonrisa: ¡había acertado! Yo y una veintena de personas que corría como una jauría de perros hambrientos para estampar su sello lo antes posible. Terrorífico.

Por suerte, logré salir sana y salva y regresé por el portal a Islas del Destino. Ahí, según el letrero junto a la mesa, Ariasu nos revelaría la segunda prueba.

―¿Tantos habéis conseguido llegar tan rápido? ―Encontré a la Maestra tomando el sol en una hamaca, con un moguri abanicándola de vez en cuando―. ¡Qué listos sois! Veamos... La playa se ha vuelto muy aburrida desde que os habéis ido, así que si queréis que os de el segundo sello...

»¡Tendréis que contarme un chiste cada uno! ¡Uno que haga que hasta Nanashi se caiga al suelo de la risa!

Me lo pensé un rato. De mientras, iba escuchando las aportaciones de los demás. Algunas eran graciosas, otras un verdadero escándalo.

―¡Me toca! ―exclamé, dando una palmada cuando por fin se me encendió la bombilla.

»Están papá tomate y su hijo tomate caminando por la calle. Papá tomate camina distraído y, sin querer, pisa a su hijo tomate reventándolo contra el suelo. Desolado por su trágica muerte, alza la vista al cielo y grita: “¡¿Pero quéhechup?!”

Casi la totalidad de aprendices atravesó el mismo portal. Y en efecto, tras éste se encontraba la mesa con el primer sello. Light, como era de esperar, intentó ser de los primeros en estampar el sello en su tarjeta. Tras conseguir su objetivo, abandonó aquel mundo para regresar a la playa y dar con la Maestra Ariasu.

Ella estaba echada sobre una hamaca, tomando el sol. Ya podrían estar ellos en su lugar en vez de participar en aquella yincana. Empezaba a sospechar que los Maestros habían organizado aquel concurso para perderles de vista durante un buen rato.

La siguiente prueba no le entusiasmaba demasiado. Nunca se había considerado una persona con sentido del humor y en ese momento no tenía ningún chiste en mente. No se apresuró a contar el primero que le vino a la cabeza y se dedicó a escuchar a varios aprendices.

—¡Jajaja! ¿Lo pillais? ¡PÍO!

«Dios, qué loca».

—¿Cuántos aprendices de Tierra de Partida hacen falta para cambiar una bombilla? Cuatro: uno para ponerla, otro para defender la oscuridad y el otro para escuchar las voces de su cabeza. El cuarto está de extra.

—Qué risa —expresó, bastante seco—. Bueno, allá va el mío: la mamá llama a Pepito y le dice: le dijiste a tu hermana que era fea, y está llorando. Anda y dile que lo sientes. Entonces, va Pepito y le dice a la hermana: hermanita, siento que seas tan fea.

Estaba claro que los chistes no eran lo suyo.

Acertó. Pues normal, si iban todos los aprendices hacia el mismo portal. El mundo era el correcto y allí les esperaba el sello para estamparlo en sus tarjetas. Después de dejar que todo el mundo se empujara para ponerlo primero, Hana puso el suyo e intentó llevarse la tinta, pero alguien ya había pensado en eso y se llevó un calambrazo.

La próxima pista les llevó a Ariasu, que estaba cumpliendo el mayor deseo de Hana en aquel momento: echarse una buena siesta en la playa, con uno de esos dichosos moguris abanicándola (¡quién pudiera!).

―¿Tantos habéis conseguido llegar tan rápido? ¡Qué listos sois! Veamos... La playa se ha vuelto muy aburrida desde que os habéis ido, así que si queréis que os de el segundo sello...

»¡Tendréis que contarme un chiste cada uno! ¡Uno que haga que hasta Nanashi se caiga al suelo de la risa!

Estuvo pensándose uno mientras varios exponían los suyos, hasta que llegó su turno y le soltó uno que le había contado Derhe Yeno el día anterior:

―Ronin, Ryota y Mateus vuelven de una fiesta de Port Royal en una nave gumi y se estrellan en el desierto de Agrabah. Lo único que consiguen rescatar de la nave es una botella de ron y tienen que decidir qué hacer con ella, porque cada uno va a un mundo diferente. «Deberíamos repartirla a partes iguales», propone Ryota. «No, mejor hagamos una competición para que el mejor de nosotros se quede la botella», sugirió Mateus. Se pusieron de acuerdo en hacer esto último. Cada uno de ellos tenía que matar a todos los sincorazón que pudiesen en el plazo de una hora. Cuando se reunieron de nuevo, Ryota se jactó: «Yo he matado a diez mil sincorazón»; «Pues yo he matado a quince mil», le respondió Mateus. «Ay, si no estuviese tan sediento, habría podido con veinte mil», se quejó Ryota. Entonces, ambos se volvieron hacia Ronin y le preguntaron a cuántos había matado él. «Solo uno». Los otros dos líderes comenzaron a reírse del borracho, hasta que explicó: «Ay, ¡habría matado más si no hubiese estado bebiendo la botella de ron…!

Y esperó al veredicto.

Casi todos los aprendices dimos con la respuesta y ahora nos encontrábamos en una pequeña batalla campal por conseguir el sello antes que nadie. Viendo que al final todos íbamos a acabar pudiendo sellar nuestras tarjetas, no tuve problema alguno en esperar a que hubiera menos jaleo para hacerme con el sello y regresar a la playa.

En esta nos estaba esperando la Maestra Ariasu tomando en sol en una hamaca. Esta nos contó que como nos habíamos ido del lugar ya no podía divertirse y por ello quería que todos los aprendices le contáramos un chiste… menuda prueba más curiosa.

Escuché los chistes de varios de los aprendices, sonriendo en algunos, mientras intentaba recordar alguno yo mismo. De pequeño recordaba que entre broma y broma solíamos contar alguno y recordaba bastante bien uno que siempre nos hacía reír de niños. Por probar no pasaba nada y ya había escuchado varios horribles.

—Dejadme que intente el mío, Maestra —pedí turno aclarándome la garganta ya que iba a tener que forzarla para hacer voces:

Esto es un niño que jugando en la plaza pierde su pelota y empieza a llorar. Preocupado, un hombre se le acerca y le pregunta que ocurre “He perdido mi pelotita” le dice el niño llorando “¿Y de qué color era? Así te ayudo a buscarla” sugiere el hombre a lo que el niño responde que verde. Este se pone a buscarla y al rato llega una mujer que le pregunta lo mismo al niño “Bua, he perdido mi pelotita” “¿Y de qué color es tu pelotita?” pregunta también la mujer recibiendo la misma respuesta. Mas personas se unen a estas dos y pasan media tarde buscando la pelotita mientras el niño llora. Tras no encontrar nada, el primer hombre se acerca al niño “Lo sentimos, hijo, pero no encontramos tu pelota”. Secándose las lagrimas, el niño le responde:

—No se preocupe, que ya hago otra —finalicé el chiste haciendo como si me fuera a hurgar la nariz.

La siempre bella Colibritany se dirigió hacia el portal que creía junto con unos... veintantos más. Al parecer todos tenían muy claro cuál era el mundo al que se referían las pistas.

Al llegar, había una mesa que tenía la tinta necesaria para los sellos. Cuando se despejó un poco el lugar, decidió acercarse a ella y reclamar su victoria. Ahora solo quedaba volver a la playa, o eso indicaba un cartel próximo.

***

La maestra estaba vagueando en una hamaca, mientras era abanicada por un moguri. <<Pobrecito>> pensó Coli.

―¿Tantos habéis conseguido llegar tan rápido? ¡Qué listos sois! ―Hizo un gesto como si estuviera pensando algo―. Veamos... La playa se ha vuelto muy aburrida desde que os habéis ido, así que si queréis que os de el segundo sello...

<<No se atreverá a pedir un...>>

»¡Tendréis que contarme un chiste cada uno! ¡Uno que haga que hasta Nanashi se caiga al suelo de la risa!

¿Un chiste? Coli sabía aproximadamente uno. Y ese era el único que podría contar, para bien o para mal. Tomó aire, y, cuando llegó su turno, lo contó:

―Se abre el telón y hay cinco chicas y cuatro sillas. Empieza a sonar una musiquita y dan vueltas a las sillas. Cuando se para, cuatro consiguen las sillas y una se queda en pie, saca un revolver y... se pega un tiro. El telón se cierra.

>>¿Cómo se llama la canción...? "Antes muerta que sin silla".

Colibritany escuchó el sonido de grillos cantando en su cabeza pero... ¿Y en realidad? ¿Fue su chiste lo suficientemente gracioso?

La joven peliazul de Tierra de Partida fue la única que había quedado en ese lugar, la pobre se había quedado dormida tomando el sol, pero por su suerte, no se había quemado... Aun.

Su bikini superior era azul con flecos, cualquier movimiento y aquel trozo de tela le seguiría. Y su bikini inferior era azul y naranja, con unos tocados bastantes bonitos. Se había hecho dos grandes trenzas.



Pero al parecer no era la única que se había dormido, vió como de lejos un muchacho con un enorme sombrero de paja se había quedado dormido en una hamaca. La joven cogió una de sus chanclas y se la lanzó desde lejos, dándole en todo el pecho.

—¡Hiro despierta! ¡Todos los demás se han ido debemos seguirles!

Esperando a la respuesta de este, ella continuó su camino, esperando a que este hiciera lo mismo.

Vio unos portales e intuio que todos los demás se habían dispersado... Ella no iba a ser menos.

Escogió su portal y siguió adelante, esperando en encontrarse con alguien conocido.

Todos nos lanzamos hacia el mismo portal. Una desgracia; podríamos habernos matado entre empujones.

Pero, por si fuera poco, aun quedaba la segunda ronda.

Al haber acertado el mundo, nos encontramos una pequeña mesa con un sello y tinta para estamparlo en la tarjeta. Arrastré conmigo a Jeanne y sellé primero su tarjeta, para luego sellar la mía.

Un sello menos. Quedaban doce.

Ahora tocaba volver a la playa y encontrar a Ariasu.

**

Encontramos a Ariasu disfrutando del sol y luciendo sombrero nuevo (pero no por eso menos raro). Un pequeño moguri la abanicaba como si fuese su esclavo; pobrecillo.

―Ariasu es siempre tan original ―le susurré a Jeanne, entre risas. Me encantaba mi maestra, aunque a veces discrepase con sus gustos en moda.

―¿Tantos habéis conseguido llegar tan rápido? ¡Qué listos sois! ―Se quedó pensativa―. Veamos... La playa se ha vuelto muy aburrida desde que os habéis ido, así que si queréis que os de el segundo sello...

»¡Tendréis que contarme un chiste cada uno! ¡Uno que haga que hasta Nanashi se caiga al suelo de la risa!

Esperé a que algunos explicaran su chiste para poder pensar alguno yo. En cuanto lo encontré, alcé el brazo para que me prestaran atención.

―¡Mi turno! ―exclamé.

>> Esto es una pizza que está en un cementerio llorando, y llega otra pizza y le pregunta:
-¿Es familiar?
Y la que llora le dice:
-No, es mediana...

Después de aquello, me escondí detrás de Jeanne para evitar hacer más el ridículo. El chiste era horrible.

Habíamos acertado con el mundo prácticamente todos, amontonándonos tanto para entrar como para poner el sello. Me iba a tocar detrás de la chica con la armadura, pero la buitre se estaba llevando la tinta... si no fuera porque recibió calambrazos. Arqueé una ceja ante la sorpresa. El karma, supongo...

Fuera como fuese, coloqué el sello y volvimos a la playa, ya que un cartel nos decía que debíamos buscar a Ariasu. Tardé un poco en encontrarla, pero gracias a que había varios alrededor de la Maestra, me resultó más sencillo de lo que esperé.

―¿Tantos habéis conseguido llegar tan rápido? ¡Qué listos sois! Veamos... La playa se ha vuelto muy aburrida desde que os habéis ido, así que si queréis que os de el segundo sello...

»¡Tendréis que contarme un chiste cada uno! ¡Uno que haga que hasta Nanashi se caiga al suelo de la risa!

Vaya por dios... Se me daba fatal hacer de humorista. Mis chistes eran pésimos. Y como fuera demasiado malo, podía incluso no darme ni el sello...

Esto... ¿Te sabes algún chiste?

Claro que sí. Escucha...

Mi cara fue un poema en cuanto escuché el chiste de Xayim. ¿Pero cómo demonios iba a hacer un chiste como aquel? ¡Ni en sueños!

Mira que eres plasta. Si no lo quieres decir, ya lo digo yo, miedica.

¿¡De qué estás...!?

—Ejem. Había dos monjas paseando por La Cité des Cloches. Una monja era matemática, y la otra era lógica. Entonces vieron que un violador las perseguía, a lo que decidieron escapar corriendo. No lograban despistarlo. Por ello, la monja matemática dijo "Matemáticamente somos dos y él solo uno. Si nos separamos, le será matemáticamente imposible perseguir a las dos, por lo que al menos una se podrá salvar." La otra estuvo lógicamente de acuerdo, por lo que se separaron en la siguiente intersección, por lo que el violador se vio obligado a dejar a la monja matemática ir.

>>Al día siguiente, las dos monjas se encontraron en Notre Dame. La matemática se acercó a ella preocupada "¿Qué pasó cuando nos separamos?". La otra monja respondió :"Lógicamente, si no te persiguió a mí, el hombre me persiguió a mí". La preocupación de la monja aumentó.

"Seguí huyendo hasta encontrarme con un callejón sin salida. Lógicamente, estaba sin escapatoria. Yo me subí la falda, y el hombre se bajó los pantalones..."

La monja matemática soltó un grito.

"Y... ¿Y qué pasó?"

"Lógicamente, una mujer con las faldas subidas corre más que un hombre con los pantalones bajados."

Maldito Xayim.

La elección de Keiko resultó ser correcta, consiguiendo con ello superar la primera prueba. Pero no tardó en descubrir que la mayor parte de los aprendices también habían acertado. Entre ellos pudo ver a Light y Neru. Si aparte de ella, quería que otro ganase, sería cualquiera de ellos dos.

Al superar la prueba se abrió otro portal y volvieron de nuevo a la playa. Allí les esperaba Ariasu, una de las maestras de Bastión Hueco. Ariasu comentó lo mucho que se aburría y se le ocurrió que les contara un chiste, como segunda prueba que tendrían que realizar.

Rápidamente, los aprendices que estaban allí presentes, comenzaron a contar algunos. Una aprendiza que Keiko no conocía, aprovechó la ocasión para meterse con Tierra de Partida por la cara. Algo que enfureció a Kei, aunque decidió no entrar en su juego. Ahora le tocaba contar un chiste a ella, aunque el humor no era su fuerte en absoluto. Así que trató de hacer memoria y recordó un chiste que leyó en Internet hace tiempo.

―La empleada del hogar, llorando, coge su maleta y se va a despedir de su patrona...
- ¿A dónde vas? - preguntó la señora.
- Me voy a mi pueblo, a morir cerca de los míos.
- Pero, ¿qué te pasa?, ¿por qué dices eso?
- Señora, usted misma dice que su marido es un gran médico y nunca se equivoca en sus diagnósticos...
- Y es verdad, él nunca se ha equivocado en un diagnóstico... Pero, ¿qué tiene que ver eso contigo?
- Pues es que esta mañana, cuando le estaba poniendo el desayuno, el señor me apretó el culo y me dijo: ¡De esta noche no pasas!

¡En el blanco! Nikolai acertó con el portal a la primera. Fue fácil adivinarlo. Tan fácil que casi todos los aprendices pasaron por el mismo portal que él. Era todo un espectáculo ver a veintipico personas en bañador y bikini arreándose empujones entre ellos para alcanzar una triste mesa con un tintero, digno de uno de esos concursos veraniegos en el que los participantes eran capaces de cualquier cosa por un premio.

Serpenteó cual culebra entre el amasijo de aprendices y esperó el momento idóneo para hacerse con la dichosa pluma y anotar el primer sello en su tarjeta. También alcanzó a ver en un papel que para el segundo, tendría que buscar a Ariasu en la playa. No perdió más tiempo en esa marabunta de cuerpos sudorosos y volvió raudo y veloz por donde había venido.

Y allí estaba la Maestra, retozando tan ricamente en una hamaca como una reina mientras un moguri la abanicaba. En cuanto se pispó del grupito de aprendices ansiosos que se había formado a su alrededor, se levantó de un bote para anunciar en que consistiría la segunda prueba.

¿Chistes? No le hizo especial ilusión. El don del humor siempre había sido esquivo con él. Mientras pensaba en cual contar, escuchó los diversos chistes del resto de participantes. Desde los simplones, hasta los que se atrevían a mofarse del bando contrario.

Hizo de tripas corazón, y dio un paso al frente en cuanto tuvo oportunidad de presentar el suyo.

—De acuerdo —carraspeó—. ¿En qué se parecen los aprendices de Villa Crepúsculo a las canas? —Hizo una breve pausa—. En que por cada uno que arrancas de su sitio, salen seis más.

Fátima, junto con todos los demás aprendices, acudió al mismo mundo. Allí consiguió el sello, después de ver cómo Victoria intentaba llevárselo, sin demasiadas prisas. Al menos se había librado de acabar pisoteada o cubierta de tinta.

Para cuando regresó a Tierra de Partida, siguiendo las instrucciones, Ariasu exclamaba:

—¡Tendréis que contarme un chiste cada uno! ¡Uno que haga que hasta Nanashi se caiga al suelo de la risa!

«Un chiste…».

Escuchó algunos, buenos y malos, se rió con varios —a su pesar, en especial con el de Victoria— y entre una cosa y otra, cuando le tocó su turno cogió aire y exclamó mientras deseaba que se la tragara la tierra:

—«¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!! ¡¡Un médico!!»
«Yo soy médico, ¿qué sucede?»
«¡¡Oh, no!! ¡¡Otro!! ¡¡Están por todas partes!!»

En cuanto terminó se alejó, avergonzada, para dejar paso a los que quedaran.

Observé con satisfacción como la gran mayoría habíamos atravesado el mismo portal, arrojados a aquel mundo por las mismas conclusiones extraídas de las pistas que nos había dado aquel Moguri organizador; nada más atravesar el portal entreví una mesa en la que se hallaba el primero de los trece sellos que debíamos obtener, junto a su respectivo bote de tinta.

Digo entreví porque antes de poder hacer nada, me vi envuelto en la maraña de aprendices que deseaba tanto como yo aquel sello. Luché con uñas y dientes hasta asirme de mis férreos rivales que no parecían querer dar su brazo a torcer; vale exageraba un tanto, pero un poco de caos si que se había formado entre algunos impacientes aprendices ― como yo ― que trataban de ser los primeros a toda costa.

Tras pelear contra la abrumadora multitud, llegué al fin a la Mesa del Destino. Cogí el sello, empapándolo en tinta, y lo estampé con orgullo en su sitio correspondiente; un bonito corazón se dibujó a la par que lo hacía una sonrisa en mi rostro.

***

Volví al punto de partida tras leer una especie de instrucciones que nos habían dejado, buscando además a la Maestra Ariasu junto a todos aquellos aprendices: con todos los que éramos no sería demasiado difícil dar con ella. Y tal y como había pensado, no lo fue.

La Maestra se encontraba descansando en unas de aquellas hamacas, disfrutando también de las vacaciones. Todos aquel día teníamos fiesta, a excepción de los Moguris concluí, o al menos el que estaba abanico en mano esperando recibir la orden de Ariasu. Sonreí.

Al vernos llegar, no tuvo otro remedio que ponerse en pie con una gracilidad sorprendente.

―¿Tantos habéis conseguido llegar tan rápido? ¡Qué listos sois! ―Casi me ruboricé ante aquel comentario, a pesar de que sabía que también iba dirigido al resto―. Veamos... La playa se ha vuelto muy aburrida desde que os habéis ido, así que si queréis que os de el segundo sello...

»¡Tendréis que contarme un chiste cada uno! ¡Uno que haga que hasta Nanashi se caiga al suelo de la risa!

Sin mediar otra palabra Ariasu se sentó, expectante de que empezásemos nuestra función.

El humor no era precisamente mi punto fuerte, por lo que esperé durante un rato a que algunos de los que estábamos allí decidiesen hacer los honores mientras yo captaba ideas a la par que trataba de hacer memoria sobre algún chiste que hubiese escuchado y que tuviese un mínimo de gracia; durante mi espera contaron todo tipo de chistes más y menos graciosos.

Yo no podía ser menos.

―Maestra Ariasu.―Pronuncié, llamando su entera atención tras el último chiste que se hubiese contado― Un chiste verde y rápido: una lechuga en bicicleta.

Tras aquello, esperaría a si Ariasu tenía algo que decir o si me daba ya el segundo sello. Después de todo mi chiste no había sido tan malo, ¿no?

¡Acierto! Tras cruzar el portal correcto, puse el sello en la casilla correspondiente. Pero la alegría no me duró, porque todos habíamos acertado. No íbamos avanzar mucho si seguíamos así.

Entonces volvimos a la playa de Islas del Destino. Allí se encontraba Ariasu, tranquilamente en una hamaca, aparentemente algo aburrida. Así pues, y a petición de la propia Maestra de Bastión Hueco, todos y cada uno de nosotros debíamos contar un chiste para entretenerla.

—Se abre el telón y aparece un gitano.

»Desaparece el telón.