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Mi pequeño diablo, inquieto y desquiciado de mi amigo. Miré a Simbad, cómo analizaba la imagen. Miraba los rasgos, yo también veía en ella cosas similares. Deslicé una sonrisa, mi cara estaba con una curiosa sonrisa. Raramente estaba en mi rostro. Pero la emoción quería ganar a la lógica.

Miré la foto al salir mientras deseaba que lloviera para ocultar lágrimas que buscan salir. No soy un hombre emotivo, eso siempre deseaba aparentar. Más de una vez me llamaban nenaza de que yo me expresara, quizá porque el llanto es de damas. Miré a Holmes, siempre tan travieso, casi me comí de nuevo el suelo hoy. Me comentó fuera de escena que las arañas eran de pega y el resto de cosas de nuestras noches de juerga en casa.

Ya sabéis, cosas de gente con gustos a la ficción que lo llevamos al extremo. Le pedí que se comportara con ella y que otro día iría a verla. Aún no podía procesar todo lo que pasaba hoy. Casi toda mi expresión corporal mostraba incredulidad, felicidad y ganas. O eso creo que es lo que mostraba.

Mi pelirrojo favorito se marchaba y yo con la fotografía en la mano. Era guapa, una chica hermosa, quizá le saque un año o dos a Simbad, maldito enano. El pobre había soportado un día de Dylan con ideas locas. Quizá sea por otra cierta cosa. Apuesto lo que me queda a que ha leído un libro tan malo que le ha amargado. La de veces que la lía por razones estúpidas. ¿Y cómo sabía que Simbad estaba conmigo y a dónde íbamos? Me espió por Tuipper, en realidad me hackeó la cuenta. Mañana cambiaré, de nuevo, la contraseña.

—No iré, creo que los dos merecemos un descanso. —negué mi intención de ir. Este día era demasiado para mi—.Por otro lado, ¿cómo acabó tu hermanita?— cuestioné.

No iba a deducir a ojos tapados, pero lo que declaraba su miraba y su melancolía dolorosa en aquella pregunta de antes, me hacía pensar que eran relacionados. Que no era una hipotética situación, tan dura para alguien como él. Pensando en cómo fue, quizá la muerte fue la meta.

—Si te molesta, no te obligaré a responder.

No acabé de entender la filosofía de vida de Dylan, pero no me importó. Por fin, al salir de allí toda la tensión se esfumó de golpe, y me dejó con una sensación de eterno cansancio que supe que no se quitaría ni siquiera durmiendo. Me dejó como si me hubieran dado la paliza de mi vida, y no solo físicamente.

—No iré, creo que los dos merecemos un descanso —soltó Myr de pronto. No me sorprendió que me hubiera leído la mente, pero sí me molestó—. Por otro lado, ¿cómo acabó tu hermanita?

Aquello me dejó parado, sin saber cómo reaccionar. Era cierto de que le había hablado de una niña muerta por la fiebre, y que puede que hubiera matizado mi mirada con melancolía al ver la foto (no me acostumbraba a ver esos dibujos tan reales hechos por una máquina y siempre me chocaba algo verlos).

Sin pretenderlo, mis rasgos se volvieron duros, fríos y calculadores. Lo controlé en seguida, volviendo a poner la máscara de inexpresión que siempre usaba para que no adivinaran mis movimientos ni pensamientos. Me había visto tentado a arrearle a Watson un puñetazo, pero no se lo hubiera merecido solo por formular una pregunta. Además me seguía sacando media cabeza.

No contesté. Escuché la voz de la lluvia, que me acunaba tiernamente en un silencio húmedo, pero mi cabeza voló a millones de kilómetros de allí. Kilómetros que hacía mucho tiempo que no recorría.

Llegué a Notre Dame chopado y con el pecho vacío. Quiso la suerte o el Destino que uno de los dos grandes portones estuviera abierto. Me interné en la gran catedral y me dejé caer en el suelo cuando llegué al centro, donde se podía ver el gran rosetón y la cúpula por partes iguales.

Hice que Léa se apoyara en mis brazos, todavía envuelta en la manta, todavía con un hálito de vida. La llamé en susurros y ella abrió los ojos. Sonrió al contemplar la iglesia.


Era una herida tapiada. Un recuerdo que ya no dolía. Pero seguía recordando las campanadas, el frío adherido a mis huesos y su voz cantarina rota por la enfermedad. Watson, el mayor capullo integral que había pisado este y todos los mundos lo había adivinado con solo una maldita frase y unas pocas reacciones.

<<Todos los mundos tiene su parte putrefacta, y quizá seamos los más justos, los que pagamos como si fuéramos los pecadores>>.

Lo había adivinado porque era obvio. O quizás no lo era tanto. O quizás me estaba volviendo loco. O quizás porque su padre le pegaba y se gastaba todo el dinero en alcohol.

—Si te molesta, no te obligaré a responder.

Me quedé un momento en silencio, con la cabeza a punto de estallar y mirando las lágrimas de lluvia que resbalaban por su rostro. Me leía. Sabía cómo era y por lo que había pasado sin necesidad de ponerlo por escrito. Era como cavar tu propia tumba, lo que él había hecho al contarme su historia.

Suspiré pesadamente y me senté de lado en el glider. Con manos firmes me subí el canalillo derecho del pantalón, dejando a la vista el águila roja, que se empapó por completo.

—Echó a volar —respondí finalmente. Me arremangué y le mostré los otros de las muñecas—. Ella era de sangre y los otros de alma. El de la derecha es el que más se me parece físicamente, pero tiene un corazón de diamante. La de la izquierda es astuta como un zorro y tiene un piano de seda.

>>Todos son menores que yo —reconocí volviendo a sentarme adecuadamente—, no es una tradición tintarse a los hermanos menores en la piel. Lo único que consigues en mi mundo es quedarte sin brazo o sin pie, pero vale la pena arriesgarse porque al final, cuando yo también despliegue las alas y surque el cielo, los podré proteger para siempre.

Los protegería con mi vida, me dije con los dientes y puños apretados, con una mirada fiera y decidida, ignorando si Watson seguía allí o no.

Aunque tuviera que encender una vela al diablo.

Deslicé una mirada llena de calma y mi boca hizo otra de las rarezas donde se deslizaba hacia arriba. Si, era gracioso. Nunca había pasado este suceso en mi rostro tan seguido. Miré la foto que aún guardaba de aquella chica que quizá sea mi hermanita. Simbad, parecía no querer expresar sus sentimientos. Tan cerrado como yo suelo ser, la de veces que lloraba por dentro. Es un peso que me molestaba verlo cargar.

Cuando ya parecía más tranquilo escuché palabra por palabra, tenía razón. Era su hermana, quizá por la simple idea de una hipótesis construida en tan poco tiempo. Tan complicada y tan moralmente complicada. Menos para mi, yo desearía viajar al mundo natal de Simbad y matar y colgar los órganos de aquel desalmado que la dejó morir. Ese punto en la vida donde uno pierde lo que más quiere, y se pierde con él.

Yo perdí mi felicidad desde ese día, la muerte de mi madre adoptiva. Ella siempre había sido mi modelo de vida: darle una segunda oportunidad a todos. Me relataba historias por las noches y me decía que nadie es tan malvado que no quiere que le echen una mano. Yo desde entonces ayudaba a todo el mundo, no era capaz de quitarle la vida a alguien que merece una segunda oportunidad. Ser médico, quizá, era la mejor manera de darla.

Ahora ya sabéis, una de las razones por las que me uní a Ryota (no es sólamente porque está para mojarlo). Yo quiero darle una segunda oportunidad a la gente, que todo pueda ir bien. Sé bien, que si alguien quiere eliminar a la oscuridad sin pensar en aquellos que dependen de ella, ¿no está siendo también oscuro por dentro? Yo quiero poder darle la mano a la muerte y quizá besarla para poder felicitar todo su trabajo. Todos la odian, yo de joven la andaba buscando y una vez hasta hice amago de tirarme a un montón de sincorazón y morir. Mi vida era un sufrimiento que me hacía tentador despertar de esa pesadilla interminable. Creo que admiro a Simbad por aguantar cuerdo, tras perder a su familia y mantenerse con vida.

—Así que esos eran sus significados… —murmuré, bajé la cabeza y ya montado en mi glider pensé en los míos…—Dylan me salvó de tres suicidios queriendo tirarme a los sincorazón, es más pequeño que yo… Es optimista, y todo le parece de risa, por eso le soporto… Él me ha dado siempre ánimos a hacer lo que pueda, me restregaba mis fallos, pero siempre tiene lo adecuado para levantarme y seguir adelante.— miré a los ojos a Simbad. Esa época me dolía, pero quizá porque no sabía decir cómo acabaría todo conmigo así.

—Si necesitas algo, si alguno de tu hermanitos le pasa algo… Recuerda, yo seré tu hermano mayor. Y si no te ofrezco tanta confianza, recuerda quienes tienes a tu lado: Aru seguro que te tenderá la mano y tus amigos siempre estarán a tu lado…

>> Pase lo que pase… Te apoyaré.

Con eso volvimos a Bastión Hueco. Mandé un mensaje a Dylan que en esta semana, tendríamos que limpiar Mundo Inexistente de sus juegos, antes de que alguien nos eche la culpa por esta locura. Era mejor esto que unos juegos que tuviéramos que matarnos entre los dos. Irónico era que Simbad, a duras penas, acabase siendo una versión mía. Una versión, que a mi pesar me supera en un par de cosas como la esperanza… Yo olvidaba ya que era eso, a excepción de ser una palabra en los cuentos. Yo vivía sin ganas de seguir, pero sólo para poder ayudar a Dylan a mantener su risa tonta y su afecto.

Durante el viaje miraba a Simbad con duda, ¿debería yo también hacer como él? El tatuarme algo, quiero decir. Sería algo genial, quizá se lo comente a la hora de comer y decidamos qué animal le representaría…

Pero antes de eso, aún recuerdo que sigue a mi lado. Mi pasado no me deja, pero algo estaba claro: a pesar de todo el odio que he tenido hacia la vida, si era para salvar a mi hermosa novia o a Simbad...

Yo encendería una vela para el diablo...