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¡Ya era Navidad! Como todos los años, Awa-chan se encargó de despertar a Kairi para poder abrir los regalos. A pesar del calorcito y comodidad de las sábanas, la chica dio un salto, se puso la bata y fue corriendo hacia la Sala del Trono. Por el pasillo se podía apreciar un dulce aroma a chocolate con churros que degustaría con ansias después de ver lo que Papá Noel le había dejado bajo el árbol.

Al llegar a la Sala del Trono todos estaba reunidos junto al árbol, pero había más silencio del que acostumbraba haber ese día. Y en seguida lo comprendió. No había regalos. A los pies del arbol no habia nada, salvo un montón de carbón que eran para Derhe Yeno.

- ¿Away la Navidad? - preguntó Awa-chan con semblante triste - ¿Awadónde está la Navidad?

- ¡Nos la han quitado Awa-chan! - respondió Kairi con una expresión en su cara mezcla de tristeza y enfado.

- ¡Han tenido que ser ellos! ¡Esos ladrones de...! - exclamó Akio refiriéndose a la gente de Bastión Hueco.

- ¡Eh! Es muy pronto para sacar culpables. Opino que se debería abrir una investigación. Es un poco absurdo pensar que han sido ellos ahora que estamos en paz. - aquella situación le parecía muy rara y no dudaría en llegar hasta el fondo de todo el asunto.

La noche para el aprendiz había sido tranquila, había pasado todo el día en su habitación sin hacer nada en especial, mirar su correo, vídeos en Internet, pulir, desmontar y montar varias veces sus armas de fuego, lo normal para el. Por el contrario su mascota se había ido de juerga con los Moguris de Tierra de Partida y llegó de madrugada, apestando a alcohol y sin poder apenas pronunciar palabra.

***

El jaleo se escuchaba de lejos, algo había pasado aquel día de Invierno. Hiro bajó al comedor, pero extrañado por la ausencia de gente se dirigió hacia donde se había acumulado el tumulto de aprendices, que hablaban de si pelearse con Bastión Hueco o no por haberles robado los regalos de navidad.

—¿Tan materialistas sois, tanto os importan esos regalos? — Dijo mientras sostenía un cigarrillo con los labios —La navidad es una fecha de alegría y jolgorio, la gente se divierte y comparte su alegría con los demás. Cierto es que una forma es dar regalos, pero nosotros podemos ser felices sin esos regalos ¿Nos los han robado? Una pena, pero si realmente ha sido Bastión Hueco, y ellos son más felices así ¿Por qué no ser nosotros los que demostremos generosidad? — Se dio la vuelta y se sentó en una silla, esperando a ver que pasaba mientras encendía el cigarrillo.

Una Navidad sin regalos. Me había visto arrastrado a este mundo nuevamente tras mi decisión de abandonarlo, porque Maya y Light querían que pasáramos las Navidades juntos. Me habían prometido que Santa Claus traería regalos como todos los años y vaya, me importaba poco que me llegara algo o no, lo que no iba a pasar por alto es que me robaran, que se rieran de mí de esa forma.

Había dormido mal, realizado un viaje en el que varios asteroides y Sincorazón casi me aplastaban por estar en ese maldito castillo a tiempo para estas fechas, normal que estuviera cabreado, normal que quisiera arrancarle las entrañas al cabrón que hubiese hecho esto.

—Me la suda muchísimo si han sido los de Bastión Hueco, los Villanos Finales o un Moguri gilipollas —declaré guardándome el sombrero bajo la chaqueta, que fijo que aun me lo robaba algún cara dura —. Yo quiero al culpable delante de mí ya para que pueda abrirle en canal y llenarlo de lucecitas navideñas. A ver si tras eso aún le quedan ganas de burlarse de nosotros con esta bromita.

Un año más era Navidad. Aunque intentase ocultarlo, Enok caminaba con nerviosismo de un lado a otro, mordiéndose las uñas sin poder dejar de pensar en cada uno de los detalles detrás de esta gran celebración.

No obstante y pese a la galantería de aquellos días no todo iba a terminar demasiado bien. Más concretamente aquel año no había regalos. Y, ¿quién podía imaginar una navidad sin esas cajas envueltas en cantosos papeles de colores? Evidentemente nadie.

Como era de esperar, las reacciones de tan trágica noticia no se hicieron de esperar. Al igual que ocurría tras las elecciones a un gobierno, los derrotados se debatían en este caso entre la resignación, la ira y el odio, además de la impotencia, la cual gobernaba los anteriores sentimientos. Sin embargo, en este caso se llegó algo más lejos. Debía de haber algún culpable: Tierra de Partida. Ellos tenían la culpa de todo, de todo lo malo, para mayor concreción. Y poco a poco se extendieron los rumores, como era de esperar. Los de Tierra de Partida habían robado los regalos, sí o sí.

Enok no tardó mucho en aceptar tal afirmación pero sabía que en el fondo no llegaría a poder defenderla. No por intención sino por acción o por valor. El chico no se veía capaz de apoyar algo que horas más tardes estuviese planteándose seriamente. Al fin y al cabo, él le daba demasiadas vueltas a las cosas.

No quedaba para él más que sentarse y esperar a que algo solucionase la situación.

—¡... Tierra de Partida!

Ban bostezó ampliamente, todavía en pijama y frotándose los ojos con cara de sueño. ¿A qué venía tanto alboroto? Como si no hubieran tenido suficiente con la noche anterior, en la que los pelmas de Tierra de Partida aparecieron para pasar la nochebuena en grupo. ¡Qué desfachatez!

Por supuesto, Tristan se escaqueó lo más rápido que pudo. Cogió una buena cantidad de comida (sobre todo dulces), y pasó la noche en su habitación la mar de feliz entre chocolate y videojuegos. Total, el espíritu navideño era una tontería muy grande.

A la mañana siguiente, el drama había estallado. ¡Los regalos de todos los aprendices, robados! Habría sido una gran desgracia para él, de no ser porque no esperaba recibir ningún regalo. Vamos, su nombre debía de estar en la lista de niños malos desde hacía años y como mucho le habrían traído carbón.

Pero cuando escuchó que Tierra de Partida podía estar detrás del robo de regalos y que un grupo de aprendices y maestros votaban por ir a la guerra por recuperarlos, no se lo pensó dos veces. ¡Caos y regalos gratis, eso sí que era un chollo! Igual hasta encontraba un móvil nuevo.

—¡A la guerra! —gritó, agitando los brazos.

Ni siquiera se acordaba de que seguía en pijama.

Condenada y puñetera Alexis. ¿Cómo no se lo vio venir? De ella, que se la tenía jurada desde el “pequeño” incidente en el Castillo del Olvido. Quizás fue cosa de la inesperada invitación a su viejo hogar para celebrar todos juntos la Nochebuena, bajaría la guardia, y aceptaría de buen gusto su regalo. Un “aparentemente” muñeco inofensivo y mono que, al llegar la medianoche, cobró vida e intentó estrangularle mientras dormía.

A la mañana siguiente, Nikolai llegó a la sala del trono gruñendo por la falta de sueño, con un buen par de ojeras, y llevando en una bolsita los restos carbonizados del dichoso muñeco que destruyó sin escrúpulos con un vacuo. El barullo causado por los quejidos y llantinas le extrañó, y es que resultaba que la pacífica época navideña no iba a ser tan… pacífica.

—Nos han robado.

Se hizo la tragedia. Cómo no, enseguida llegaron las acusaciones sin pruebas a su viejo bando por su todavía frágil relación tras el tratado de paz. Nikolai se apoyó en la pared, al margen de la discusión, y se paró a pensar. Presuponiendo que Bastión Hueco fuese el culpable (lo que le faltaba, una aun peor imagen que tenía de su antiguo hogar), alguien tendría que ser la mente Maestra de semejante jugarreta:

¿Ryota? Claro, el impasible y respetado líder de Bastión Hueco convertido en un ladrón de regalos. Por favor… ¿Nanashi? Todavía se sentía incómodo con tan solo recordarla, pero ni por asomo se le ocurriría inmiscuirla en ese asunto. ¿Ariasu? Podría ser, no la conocía muy bien, pero que tenía algunas ideas un tanto macabras. ¿Shinju…?

«Shinju».

Ni tuvo que pensárselo. La niña caprichosa y egoísta número uno del bastión tenía muchas papeletas para ser la primera sospechosa. No sería de extrañar que la ayudase Alexis, habiendo escuchado que no se llevan mal y que ambas son un peligro en potencia.

Sin embargo, iniciar otra guerra por unos regalos le parecía del género absurdo. Comprendía que muchos de ellos se empaquetaron con cariño y que a más de uno le hacían especial ilusión, pero tampoco es que fuese el fin del mundo.

—Paso —dictaminó con voz ronca—. Fuesen o no ellos, lo único que quieren es que piquemos con sus puyitas y les sigamos la corriente.

Total, decían que en la Navidad lo más importante no eran los regalos, si no el estereotipado “Paz y Amor” que repetían hasta la saciedad en ese tipo de festividades, ¿no?

Había sido la navidad más extraña hasta el momento. Ronin les invitó a todos a Bastión Hueco, antiguo hogar de Saeko, para celebrar la nochebuena entre risas, alegría y fiestas. En el fondo tuvo que admitir que se sintió muy feliz, sentir el espíritu navideño entre el resto de aprendices y maestros fue algo mágico y memorable. Comió hasta hartarse y pasó una bonita velada con todos allí, como una auténtica Orden de la Llave Espada.

¡Era genial!

Y a la mañana siguiente se levantó de muy buen humor, deseando que el día que le esperaba todo fuese igual de bien. Se preparó y salió despedida hasta el enorme y gigantesco árbol de navidad ubicado en la destrozada sala del trono. ¡Qué frío tenía que hacer allí! Pero eso le daba igual, porque las ganas de pasar una feliz navidad superaban a cualquier resfriado que pudiese tener.

Y cuando llegó... Nada, no había regalos. Nada de nada. Se le vino el alma a los pies y cayó destrozada sobre sus rodillas al suelo. Todavía estaba terminando de asimilar lo sucedido cuando escuchó la opinión de Nikolai y volvió a la realidad. Sí, tenía razón, no merecía la pena empezar una guerra por una tontería como esa. Su presencia en Tierra de Partida era para prevenir ese tipo de cosas. ¿Qué sentido tendría ir en contra de sus principios? Ninguno.

—Podemos comprar unos nuevos regalos por nuestra cuenta, ¿no? —expresó, intentando dar su opinión

Una guerra por los regalos de navidad... ¿Qué exagerado, no?

Los regalos habían desaparecido. Fátima no pudo negar que se llevó una impresión al descubrirlo. Los Maestros estaban indignados —cómo no— y Akio propuso ir contra los de Bastión Hueco porque, claro, sólo podían haber sido ellos de acuerdo a lo que opinaba el Maestro niño.

Miró las reacciones de los aprendices y, por suerte, en general hablaron con la voz de la razón. Cuando Malik dio su opinión ella asintió con la cabeza.

—Esto es una estupidez. Podemos vivir sin regalos—sentenció, cruzándose de brazos.

Era Navidad y tenía hambre, no iba a irse a pelear contra Bastión Hueco. Prefería sentarse a picotear y pasárselo bien el resto del día, organizando alguna pelea de nieve o saliendo a tomar algo por algún mundo.

—Además, no sabemos si ha sido Bastión Hueco. Podemos dedicarnos a buscar los regalos antes de declarar la guerra… otra vez.

¿Qué más daban unas pocas opiniones de aprendices rezagados? ¡Bastión Hueco estaba furiosa por aquel injusto robo! La cosa no podía quedar así, y pronto alguien dio la idea definitiva: ir a la mismísima base de la Orden contraria y aprovecharse de la comida de Navidad. Algunos lo apoyaron, y Ariasu dio un saltito en el aire apoyando la noción.

—¡Enseñemos a esos nazis que nadie nos roba la cena y los regalos!

―Sí, pero no les acusemos todavía del robo. Cuando tengamos pruebas contra ellos, actuamos.

Incluso los que no querían guerrear tendrían que asumirlo. Por el momento era un movimiento pacífico, pero como alguien descubriese un sólo regalo a su nombre la sangre mancharía la nieve aquel maravilloso día. ¡Porque iban a ir a cortar cabezas, y nadie se iba a escapar!

* * *
—Bueno, esto es violento...

Allí estaban los dos bandos, en el comedor de Tierra de Partida, todos juntos en cuatro mesas más la de los Maestros, donde estaban todos apretujados a las muy malas. Bastión Hueco se había presentado como si nada y una sonrisa forzada, y mucho habían interrogado sobre cuántas cosas les habían regalado Santa Claus. ¡Los muy cabrones no sólo se habían salido con la suya, sino que acudían a picar el mismo día de Navidad! Pero nada, tocaba joderse: habían elegido la paz absoluta y no podían ir acusando por ahí. Ajo y agua.

Pero el momento de mayor tensión todavía no había llegado. Higashizawa se encontraba repartiendo el turrón en varias mesas cuando Ryota extendió la mano y cogió el último trozo de jamón serrano. Fue en ese momento cuando Ronin se levantó bruscamente de la mesa, más alterado que nunca.

—¡¡Pero bueno, chorizo!! ¡¡Que el jamón serrano era mío!!

—Siento mi mala educación. Aunque dicen que quien roba a un ladrón tiene mil años de perdón...

—¡Eh, no seas caradura! —Lyn se levantó bruscamente de su sitio y dejó su ponche de huevo sobre la mesa—. ¡Cómo se te ocurre acusarle de ladrón!

—¡Ja! Mira quién habló de caraduras...

Ariasu fue interrumpida de inmediato. Lyn había tomado su copa y le había lanzado el ponche de huevo a la cara; su sombrero de inundó del alcohólico brebaje y sus dientes rechinaron. Por un momento el comedor de Tierra de Partida se quedó helado.

Y tras ese segundo Akio saltó con una tabla de turrón duro en la mano y gritó:

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

—¡Enseñemos a esos nazis que nadie nos roba la cena y los regalos!

—¡Eso, eso! —apoyé a la Maestra mostrando los dientes—. ¡El peso de mi colección de réplicas de armas de videojuegos en miniatura caerá sobre ellos!

―Sí, pero no les acusemos todavía del robo. Cuando tengamos pruebas contra ellos, actuamos.

Todos estuvimos conformes. Ahora era hora de ir allí y demostrar nuestra capacidad bélica sin igual.

* * *
—Bueno, esto es violento...

Nuestra Orden había logrado invitarse al banquete navideño de Tierra de Ladrones. Las sonrisas forzadas de sus aprendices los hacían más que sospechosos. ¡Sobretodo Hana! Esa era una ladrona fijo.

—¡¡Pero bueno, chorizo!! ¡¡Que el jamón serrano era mío!!

El grito de Ronin hizo que todos mirásemos hacia la mesa de los Maestros. Ryota parecía haber querido coger la última loncha de jamón serrano de la mesa, y Ronin no parecía muy contento.

—Siento mi mala educación. Aunque dicen que quien roba a un ladrón tiene mil años de perdón...

—¡Eh, no seas caradura! —intervino Lyn derramando su bebida—. ¡Cómo se te ocurre acusarle de ladrón!

—¡Ja! Mira quién habló de caraduras...

Lyn no dijo nada más. Cogió su vaso de ponche y le estampó todo el líquido en el sombrero.

Un silencio sepulcral se hizo en el comedor.

Hasta que Akio habló.

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

Las reacciones fueron instantaneas. Por mi parte, cogí una pata de cerdo (quedaba más hueso que otra cosa) y activé mi Estilo Darkside. No lo dudé ni un instante y el Abismo Sincorazón hizo acto de presencia convocando con él varias decenas de sombras cargadas de cupcakes que me acompañaban para atacar a cualquiera que osase acercarse a mí. Quería mi duelo, nadie se iba a interponer en él.



―¡¡¡A la carga!!! ―exclamé mientras buscaba a una Fátima que también me había visto venir―. ¡Devolved nuestros regalos, malandrines!

Sin saber como Makoto se encontraba en el salón de Tierra de Partida en medio de lo que parecía ser una guerra de comida, todo había empezado por una discusión y parece que los problemas acababan de empezar, aunque a su vez llegó la diversión al parecer.

Aunque Makoto aún no había tirado nada por los aires, se moría de ganas por hacerlo. Se encontraba algo escondido para no ser victima de algún pastel volador.

Él sabía porqué había empezado todo esto y aunque no compartía la opinión del resto de presentes se unió a la batalla con el fin de divertirse en este día. Cogió lo primero que vio y lo lanzo con todas sus fuerzas hacía un aprendiz del bando contrario, parece ser que lo primero que vio fue un pastel de manzana que había en un plato en la mesa, así que eso fue lo que lanzó tras tirar el trozo de pastel, miro a ambos lados y cogió algo de tortilla que había a un lado preparándose para lanzarla.

-Bueno, creo que esto puede ser divertido. -Dijo el muchacho mientras sonreía de una manera pícara.

Y cuando parecía que iban a poder disfrutar de la Navidad en paz, se presentó Bastión Hueco y la atmósfera se volvió tensa de inmediato. En algún momento, la cosa se fue de madre. Por supuesto, lo empezó Bastión Hueco, como cabía esperar, aunque puede que Ronin también tuviera algo que ver. En cualquier caso, de pronto un grito rasgó el gran comedor:

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

Y la guerra estalló.

Vio a Ragun invocando Sincorazón y la sangre le hirvió. ¡Con que esas tenían! Entró en su propio Estilo e invocó a Gran Ondina que, a sus órdenes, cogió pasteles y se fusionó en cierta manera con ellos, de modo que cuando se lanzó hacia el frente contra Ragun y se estampó contra él —sin que pudiera hacer nada por detenerla ya que era de agua— lo convirtió en un muñeco de nata, fresa y chocolate. Fátima cogió una pata de cordero medio limpia y que sospechaba que era más para comer que para desayunar, le dio un mordisco para no desperdiciar comida y la rebañó en curry antes de arrojarse contra Ragun, sacudiendo su arma en alto. Luego sacó su tessen y lo usó a modo de raqueta para arrojar pastelitos y bollitos y cositas pequeñas con toda la puntería que fue capaz.

Gran Ondina entre tanto se recuperaba de cualquier daño y se preparaba para abrirle paso y que nadie se interpusiera en su camino. Además, cogió una fuente de melocotones en almíbar que la esencia de agua mezcló con su cuerpo para golpear a cualquiera que se acercara demasiado haciendo, de paso, las veces de escudo para Fátima.

La situación estaba tensa, pero era cómica del todo. Cuatro mesas en el Castillo de Tierra de Partida rebosaban de Aprendices, mientras los Maestros decidían si arrancarse la cara mutuamente. Podría decir que el resto de la velada fue pacífica, pero no fue el caso. El incómodo silencio se expandió comp una mancha de vino.... Hasta que Ryota se levantócabreado con el pretexto de Ronin se había comido el último trozo de jamón.

Una cosa llevó a la otra y Lyn acabó por estamparle el ponche de huevo a Ariasu. El silencio fue inminente. Y después un grito atronador.

Al final sí hubo guerra. Pero guerra de comida.

En cuestión de segundos, la gente comenzó a tirarse de todo: desde ponche de huevo hasta los pasteles que habían repartidos por toda la mesa. Casi me dio un infarto al ver tantísima comida desperdiciada, pero cualquier prnsamiento que hubiera podido tener se vio interrumpido cuando tuve que esquivar un pastelito de chocolate. Me agaché y cogí una tarta que tenía delante para lanzársela al primero que pasara por delante.

No perdí más tiempo, si querían guerra, la iban a tener.

—¡Apartaos! —grite a los de mi mesa. En un visto y no visto tumbé la mesa en la que estábamos comiendo para resguardarnos detrás. Hizo falta un hechizo Ráfaga ante la pesadez de esta—. ¡Vosotros! ¡Quiero que lancéis a diestro y siniestro por encima de la trinchera! ¡Equipo Alfa, interceptar los pasteles que vuelan por encima, y no me vengáis con quejas, usad el ponche de granada para defenderos! ¡Vosotros tres! —Indiqué mientras recogía la comida que había caído—. ¡Recoged y acumular artilleria detrás de la mesa! ¡El resto acumulad provisiones y seguidme, nos adentramos en el campo de batalla!

Probablemente nadie me haría caso, pero en mi euforia salté por encima de la mesa y comencé a tirar las patas de pavo que había cogido.

Malik se escurrió tras la mesa en el mismo instante que el primer trozo de comida volaba e iniciaba la peor batalla que se le podía ocurrir. No entendía que hacía allí Bastión Hueco de repente, hecho un basilisco por completo y clamando por algo que no había hecho ninguno de los miembros de Tierra de Partida, pero intentar poner orden en medio de la ya empezada batalla sería un suicidio.

Parapetado tras la mesa observó los ataques de los primeros aprendices en atacar y defenderse. Ragun y Fátima empezaban fuerte y otros cuantos parecían haber volcado otra de las mesas para usarla de escudo. Él no iba a ser menos. Palpó la superficie y cogió lo primero que pilló: un bol, gigante, lleno de gelatina, que cogió a puñados para lanzarlos contra el primer enemigo que tuviera al alcance.

El último puñado se lo comió y aprovechó lo medianamente limpio que estaba el bol para colocárselo de casco en la cabeza. Odiaba desperdiciar comida, pero no sintió demasiada compasión por los polvorones de una cesta, que también cogió y empezó a lanzarlos como proyectiles.

—¡No tengáis piedad! —gritó.

Entre unas cosas y otras, acabamos en los comedores de Tierra de Partida. Aquello podría ser perfectamente el momento más tenso con el que me había encontrado, pero no era impedimento suficiente para devorar los suculentos alimentos del bando contrario. ¡Era lo justo, después de la gorronería del día anterior!

—¡¡Pero bueno, chorizo!! ¡¡Que el jamón serrano era mío!!

—Siento mi mala educación. Aunque dicen que quien roba a un ladrón tiene mil años de perdón...

—¡Eh, no seas caradura! ¡Cómo se te ocurre acusarle de ladrón!

—¡Ja! Mira quién habló de caraduras...

Ante el silencio sepulcral, levanté la vista de mi plato mientras seguía devorando un pedazo de carne y me llevaba un panecillo a la boca. El jefe estaría orgulloso de mí. Tragué lentamente al observar la escena, empezando incluso a sentir temor por la expresión que se estaba formando en la cara de la Maestra Ariasu.

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

El silencio se rompió con un alarido de guerra. Y en un instante, el comedor se llenó de alimentos de todo tipo volando por doquier y de gritos de batalla de aprendices de ambos bandos. Algunos recurrieron incluso a invocaciones de lo más pintorescas.

¡No había tiempo que perder! Tras agarrar los turrones más duros posibles del banquete, me apresuré a cubrirme detrás de la mesa o asiento más cercano. Lanzar no era lo mío, pero con la multitud que había en el salón sería bastante improbable no darle a algo. Fuese del bando que fuese.

Arqueé el brazo lista para ponerme a repartir turrón como si no hubiese un mañana. Pesaban, con esa dureza casi podría usarlos como bate para repeler lanzamientos ajenos y todo. Asomé la cabeza y lancé con todas mis fuerzas, apuntando al Maestro que había soltado el primer berrido de disputa y acompañando el ataque con un “grito de guerra”.

—¡A por el enano!