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El plan navideño en Bastión Hueco se presentaba... interesante. Al parecer los regalos estaban desaparecidos y todos decidieron ir a Tierra de Partida en busca de explicaciones. Ni en Navidad se iba a librar Coli de una misión...

***

El panorama era absolutamente forzado y ambos bandos lo sabían muy bien. Las mesas del comedor estaban a rebosar de aprendices y la situación era incómoda. Aun así, significaba comida gratis por lo que Colibritany simplemente se limitó a comer mientras los maestros discutían por un mísero trozo de jamón. La verdad, qué infantiles...

Pero la guinda del pastel, y nunca mejor dicho, estaba por llegar. Cuando el silencio por fin se instauró en el gran salón tras la discusión, fue roto al segundo siguiente:

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

—¿¡Qué!? Ni se os ocurra tirar la comida.

Pero en semejante ambiente de caos, nadie la escuchó. La chica suspiró hondo y cogió lo que tenía más cerca —un plato de fabada casualmente— y lo arrojó contra quien viese más despistado. Después, se escondería bajo la mesa para evitar daños... o eso intentaría.

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

La orden estaba dada. El comedor de Tierra de Partida se volvió un auténtico caos en menos de un instante, todos los aprendices empezaron a pegar gritos y órdenes a diestro y siniestro, lanzando comida, utilizando magia de todo tipo y ensuciando a la primera víctima que pillaran por delante. Los maestros no fueron la excepción, y Saeko tampoco. Era evidente que aquello le resultaba ridículo, carecía de sentido común, pero como ya se había ensuciado con el plato de algún gamberro, quiso devolver la jugada al primer desafortunado que encontrara.

Sujetó bien fuerte el pollo del plato principal de la mesa, que venía en esta ocasión acompañado de patatas y mucha salsa, y manejando con destreza la improvisada herramienta, maniobró lo suficiente para estamparle el alimento en la cara al primero que viese. La idea de ver a un aprendiz con un pollo por cabeza era muy divertida.

—¡Acabad con ellos! —gritó, llena de júbilo y emoción.

La guerra de comida había empezado.

Buen intento, Hana. Resulta que el resto de aprendices estaba hasta las mismísimas de la guerra, por lo que iban todos a joderse y a quedarse sin regalos. Tendría que robar un regalo de Navidad en otra parte.

Sin embargo, la ocasión se le iba a presentar pronto, porque todo el grupito de ladrones de Bastión Hueco apareció al mediodía para "unirse" a su comida. Cuanto menos, la atmósfera era tronchante, ya que todos los de Tierra de Partida, por muy santitos que se creyeran, estaban resentidos con ellos por el robo. Así que a nadie le extrañó que una gota colmara el vaso (¿o un jamón colmó el vaso?) en una discusión entre los Maestros y Akio gritara:

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

Hana se apresuró a pillar cobertura, tras alguna de las mesas que ya servían de refugio para unos cuantos. El resto iba con alguna comida, pensando en lanzársela al primero que pillara. Ella no. Nada de pensar, ¡había que aprovechar y darles su merecido por el "robo"! Pilló un langostino, se asomó y vio a uno de los aprendices del bando contrario dando órdenes a su equipo:

—¡Apartaos! ¡Vosotros! ¡Quiero que lancéis a diestro y siniestro por encima de la trinchera! ¡Equipo Alfa, interceptar los pasteles que vuelan por encima, y no me vengáis con quejas, usad el ponche de granada para defenderos! ¡Vosotros tres! ¡Recoged y acumular artilleria detrás de la mesa! ¡El resto acumulad provisiones y seguidme, nos adentramos en el campo de batalla!

Le vio salir tras su mesa con unas patas de pavo y ni se lo pensó: le lanzó el langostino, y recogió un pastelito y un trozo de queso para seguir ametrelleándole. ¡No iba a ser ella quien se cortara en una guerra tan inofensiva para aquellos santurrones!

—¡Devolvedme mi regalo, so granujas! —gritó, a nadie en particular.

Bella.

Eso es lo que pensó Nicoxa cuando se miraba en el reflejo de los platos. Gracias a la sed de venganza de la mayoría de la gente de su bando se encontraban comiendo en el salón de Tierra de Partida. Era un poco incómodo para muchos, pero no para ella que en aquel momento solo pensaba en lo guapa que estaba...

Hasta que algo ocurrió.

La tensión se rompió en cuanto los maestros empezaron una guerra de comida en la que rápidamente también decidieron intervenir los aprendices.

«Qué inmaduros.» pensó mientras sonreía para sus adentros.

Aún tenía la sonrisa en la cara cuando una tarta le dio en toda la cara. Pausada y con calma se la limpió como pudo para intentar descubrir quién había sido, pero con todo el caos que había era imposible.

Respiró varias veces, cogió unos bombones de cactus (por suerte estaban derritiéndose ya y no serían muy sólidos) que había cerca de ella y empezó a lanzar con agresividad a diestro y siniestro por todos lados.

—¡Os vais a cagar!

Acto seguido se tiró al suelo y empezó a rodar por toda la sala a una velocidad increíble, con la que le resultaría realmente difícil a sus rivales volver a acertarla de nuevo.

Un desastre, lo que había empezado como una forzada invitación a comer había terminado como una guerra de trincheras con postres y comida. Los pobres pastelitos y los deliciosos platos empezaron a volar de mesa en mesa como si a nadie le importara la gran dedicación que había supuesto el hacer toda aquella comida.

Hiro yacía con un brazo de gitano relleno de nata entre las manos, destrozado, pisoteado y desmenuzado, mientras se lamentaba por aquella deliciosa baja. De sus ojos caían lágrimas de tristeza por aquel postre que jamás podría catar y en su pequeño corazoncito sentía que nunca podría probar una delicia igual. Probablemente aquello era una exageración pero tenía hambre y se le había antojado la susodicha tarta. La rabia y la tristeza por no poder devorar aquel festín invadieron el cuerpo del aprendiz, quien, a riesgo de convertirse en un hipócrita, empezó a lanzar comida a diestro y siniestro.

Pastelitos y galletas, incluso una o dos tartas grandes, fue cogiendo mientras pasaba desapercibido en la guerra personal que tenían algunos entre si, una gran ventaja sin duda para el aprendiz, quien casi se podía mover sin miedo a recibir fuego concentrado, siempre que no saliera de su improvisada cobertura de banquillos y mesas.

Cuando consiguió reunir una cantidad considerable de todo un apoyo improvisado de presentó en el lugar, Goei, recién levantado de su resaca, se dejó caer por aquel lugar, confuso y molesto por aquel desfile de comida que caía y caía, junto a los gritos desmesurados de los aprendices, se acercó a un rico, sabroso y enfilado conjunto de Salchicas y las tomó con su pata.

—¡Con la comida no se juega, mastuerzos! — Había aparecido en el campo de batalla una piñata parlante, una diana redonda, un muñeco de tiro al blanco, ya que seguro que sería el flanco de algún espabilado, pero que se preparara aquel que osara tocar al alocado Moguri, pues recibiría una de las muchas tartas que Hiro había cogido, y con su magistral puntería era imposible que fallara.

Mientras el aprendiz perruno se dedicaba a lanzar, detrás de una improvisada trinchera de mesas, los pastelitos y las galletas cual estrellas ninja a aquel aprendiz que fuera tan osado, o estúpido, para dejarse ver por medio del campo; se lo estaba tomando como una venganza ante el desaprovechamiento de aquella comida.

De vez en cuando paraba unos segundos para comerse algo de su arsenal, que estuvieran en guerra no significaba que no pudiera disfrutar de aquella comida.

¿Paz y tranquilidad el día de Navidad? Más quisiera. La mayoría de los aprendices, al igual que Niko, se decantaron por no malgastar su tiempo en una ridícula venganza que venía más a cuento por los rencores acumulados del pasado que por el robo de unos regalos. No obstante, si se quejó del resultado de la cena de Nochebuena, la comida que le esperaba se las traía.

Bastión Hueco, como quien no quiso la cosa, se presentó en el castillo para compartir una “cálida” velada en el comedor y meter aún más el dedo en la llaga. Sobraba decir que el ambiente que se respiraba era más tenso que la piel del pavo relleno que sirvieron aquel día. Y por culpa de una miserable loncha de jamón, las formas se perdieron y se desató el caos.

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

Nikolai corrió a esconderse debajo de la mesa al primer pedazo de turrón que salió volando. Lo que sucedió a continuación no hubo manera de expresarlo con palabras: aprendices y Maestros, poseídos por el espíritu de la avaricia y la mala leche, se enzarzaron en una batalla en la que llovieron gambas y canapés por doquier. El joven se armó de valor y, en vista de que nadie se comportaría como un adulto civilizado, se atrevió a asomar la cara por encima de la mesa y arrojar un poco de sentido común:

—¡¿Pero vosotros os habéis visto?! —rugió con un deje de indignación y hastío—. ¡¿Queréis hacer el favor de…?!

Grave error. Un puding del tamaño de un balón se estrelló en su cocorota y cayó al suelo. Nikolai, aun postrado, se retiró el postre de la cara con calma, revelando un preocupante tic en su ojo izquierdo que no auguraba que nada bueno estuviese ocurriendo dentro de su cabeza. Se relamió los dedos y se incorporó, esbozando una expresión homicida.

A la mierda la paz. Si querían guerra, pues guerra tendrían.

Agarró dos langostas, grandes y bien hermosas, y se subió de un salto a la mesa. Reforzándolas con el aura Fillion, enarboló las piezas de marisco y comenzó a repartir estocadas con efusividad, repeliendo cualquier proyectil en su radio de alcance y devolviéndoselo al primer desgraciado que pillase.

—¡¿Queréis comida Navidad?! ¡Pues hartaos! —gritó al aire.

Los miembros de Bastión Hueco se tomaron el privilegio de asistir a su banquete de Navidad y todo, sin su permiso. Qué caraduras. Aun así, Light no les dirigió la palabra e intentó disfrutar lo máximo posible de la comida.

Al final la guerra resultó inevitable y ambos bandos se enzarzaron en una pelea en la que la comida era el principal arma.

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

—A la mierda. —Por alguna razón que no llegaba a entender, su mano se movió sola, agarró un vaso de agua y le arrojó el contenido a Ban, sentado delante suya.

Después, con toda su mala leche, activó el nexo-D de Xefil y eligió tres habilidades que le vendrían bien en aquella absurda pelea: Giro magnético, Magnetokinesis y Tenue. Empleó la primera habilidad (Giro Magnético) para crear un campo de repulsión que haría retroceder a sus enemigos. También repelería los alimentos que estos le lanzaran y se los devolvería, a ver quién era el listo que intentaba atacarle.

Después, una vez cesaran los efectos de la habilidad, se limitaría a protegerse tras las mesas (o de no ser posible, tras su gran escudo).

Los habitantes de Bastion Hueco vinieron por sorpresa a comer. Kairi esperaba que fuera una divertida fiesta para olvidar un poco el robo de los regalos, pero no habia más que tensión en el ambiente. Y al final, entre unas acusaciones y otras, aquello terminó en una guerra de comida.

- ¡Nooooooo!

Kairi veia cómo los deliciosos manjares volaban de un lado a otro, estrellándose sobre Aprendices, Maestros, paredes... Una visión horrible para ella porque no le gustaba nada que se desperdiciara comida. Además no quería ponerse perdida ni en sueños.

- ¡Awawawawawawa! - Awa-chan optó por salvar la comida... comiéndosela. Cualquier trozo que saliera disparado hacia él o Kairi, lo atrapaba al vuelo con la boca y se lo comía.

Kairi, por su parte, divisó un plato de churros y una jarra de chocolate caliente. Antes de que alguien la tocara, se abalanzó sobre ellos, los agarró y salió rápidamente del campo de batalla. Se escondió en el primer sitio que encontrara, esperando a que algún Maestro decidiera poner orden, mientras comía.

Por una vez que Keiko no tuvo pesadillas, se encontró con una bien real cuando llegó a la sala del Trono de Tierra de Partida. Debajo del gran árbol de navidad, lugar en el cual Papa Noel dejaba los regalos a los aprendices que se habian portado bien, no había absolutamente nada. Su Maestra, Rebecca, estaba más triste que nunca, y Akio, el Maestro más joven de todos, acusó a Bastión Hueco de robo.

Por suerte, muchos de los aprendices declararon que preferían seguir con la paz que tanto había costado obtener que conseguir unos regalos, que a fin de cuentas, podían comprar en cualquier momento. Keiko se puso del lado de aquellos que querían la paz, obviamente.

***

Así pues, de algún modo, ambos bandos habían acabado bien juntitos en el comedor de Tierra de Partida. Todo parecía ir bien hasta que...

—¡¡Pero bueno, chorizo!! ¡¡Que el jamón serrano era mío!! —exclamó Ronin en dirección a Ryota.
—Siento mi mala educación. Aunque dicen que quien roba a un ladrón tiene mil años de perdón...

Keiko no pudo evitar reír ante aquel comentario. Pero de pronto la Maestra Lyn y Ariasu empezaron a hacer acusaciones hasta que finalmente...

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!! —declaró Akio, y el caos se formó.

Keiko fue a las cocinas, a esconderse de la locura que reinaba en el comedor. De vez en cuando, levantaba la cabeza a ver que sucedía. Finalmente, hubo una cosa que encendió su chispa combativa: había visto como un aprendiz sin nombre de esos randoms, había cogido pasteles de una bandeja y había empezado a tirarlos contra los otros aprendices. No señor, con los pasteles no se jugaba. Fue hasta el armario donde se guardaban los utensilios de cocina, y allí cogió un par de sartenes por el mango y las empuñó como si fueran espadas. Se abriría paso a base de sartenasos hasta el aprendiz que estaba lanzando los pasteles de chocolate, y una vez allí, se aseguraría de ponderlos a salvo para comérselos luego ella en su habitación.

Spoiler: Mostrar

Como si no hubiera sido suficiente con las muñecas y el robo de regalos, los de Bastión Hueco se habían presentado a la hora de la comida para esta vez ser nosotros los anfitriones en el banquete... Todo esto sin avisar, claro. Pero por si no fuera poco, a mitad de la comida los Maestros habían montado tal escándalo que habíamos iniciado una guerra de comida. ¡¿Pero qué rayos?!

—Aah... Maldito día—me bebí de golpe todo el café que tenía junto a mi comida y me preparé para la Guerra, agarrando una cebolleta que había perdida entre la comida a modo de espada.



Usé mi Corazón Oscuro para ocultarme de los sincorazón que Ragun había invocado y por mi parte invoqué a los Niños Perdidos (seguro que les encantaría participar en una guerra de comida). Les mandé que atacaran a los de Bastión Hueco con toda la comida de la mesa (y que se divirtieran, claro) y ataqué al chico rubio (El d nombre Makoto oí por ahí) con la cebolleta.

—¡Guilmon, cómete cualquier cosa que me lancen!—si algo tenía Guilmon era una boca grande. Y lo que Guilmon no pudiera alcanzar, siempre podía repelerlo lanzando una Onda Oscura.

Ban se revolvió en su asiento, incómodo. Aquel sitio era horrible, tan luminoso, tan limpio, tan lleno de vida. ¡Nada que ver con su amado y acogedor Bastión Hueco! Tierra de Partida le daba repelús. Y encima estaba rodeado de aprendices, tanto de su bando como del contrario, sentados en largas mesas para comer todos juntos.

¿Pero no se iban a zurrar para luego robarse los regalos? Qué timo.

Llegó un punto en el que no estaba prestando mucha atención, más centrado en acaparar todo el turrón de chocolate y dulces que pudiera para él solo, cuando un grito desató la guerra. Literalmente.

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

Casi sin darse cuenta, Light ya le había tirado un vaso de agua a la cara.

—¡¡Agresión, agresión!! ¡¡Me pienso chivar de ti a la profe por tramposo!! —protestó, con lágrimas falsas en la cara.

Le tiró un trozo de turrón duro -que no le gustaba- a la cara al aprendiz luminoso, y después procuró coger todos los dulces que había acumulado y meterse debajo de la mesa. Desde ahí, tiraría los trozos que no le gustaba a las espinillas de los que pasaran cerca, mientras se ponía morado con el turrón de chocolate. Ñam.

De paso, si podía ponerle una zancadilla a alguien, mejor que mejor.

Y ahí acabé, tras la mesa. Al lado de Simbad, cogí un buen acopio de huevos. Es que mandaba huevos la cosa. Esto comenzó con una escena cómica que hacía que se me cayera la cara de vergüenza ajena... ¿Ryota era así? Esto pintaba que acabaría con todo lleno de sabores. ¡Desperdiciando comida!

Con huevos y quizá con más cosas. Podría contar que cogí lo primero que pude y hasta veía unos chorizos que podríamos usar para atar a los de Tierra de Partida. Incluso la gente comenzó a usar magias o el loco de Ragun llamando Sincorazón. Esto cada vez iba a peor. ¡Pero qué caras! Era gracioso verles, se me escapó un bufido y luego les miré mientras me agachaba.

Cogí los huevos y los lancé hacia la gente, la bebida la restregué por el suelo para que aquellos que se acerquen... Puedan resbalarse. Finalmente cogí los chorizos a modo de látigo. Todo por si se acercaba algún loco temerario.

—No creo que sirvas para ser el mandón, Simbad. ¡Esto es una locura!

Entonces vislumbré el pan por otra zona, y se me iluminaron los ojos. También quedaba más comida... Me moví aguantando la comida que le cayera encima y cogí un par de baguettes y un par de pollos enteros. Corrí hacia la posición de mi bando y cómo Makoto estaba siendo abusado por Saxor. ¡Maldito seis-ojos! ¡Era un abusón!

—¡Es peligroso ir sólo, toma esto! —añadí al diablo del gitano que tenía por aliado.

Con esas le dí a Simbad más a mano los huevos que usábamos a modo de granadas, incluidos los chorizos-látigo y el resto de provisiones, y pondría las manos en los pollos estilo guantes de boxeo para salvarle el culo al novato de Makoto e intentar a ir a por el gafotas.

Algunos aprendices apoyaron nadar en contra del corriente pacifista, y no pude evitar sentirme aliviado al ver que en aquella sala todavía quedaba un poco de sentido común.

—¡Enseñemos a esos nazis que nadie nos roba la cena y los regalos!

―Sí, pero no les acusemos todavía del robo. Cuando tengamos pruebas contra ellos, actuamos.

Me alegré al ver que al final los Maestros aceptaban la idea de ir a Tierra de Partida a “investigar”, y por supuesto de cortar cabezas si era necesario en cuanto descubriésemos que habían hecho aquellos cabrones con nuestros regalos.

Que la función diese comienzo.

* * *

La función se había desgarrado por completo.

La comida había ido normal, los mamones se guardaron bien de decirnos lo que les habían regalado. ¡Teniendo regalos por partida doble no me extrañaba! Pero el caso era todo había ido pacíficamente hasta que durante el reparto de turrones, el benevolente Maestro Ryota cogió el último trozo de un jamón que dicho sea de paso no alcanzaba la calidad del de Bastión Hueco.

Encima de ladrones, tacaños.

El caso era que tras aquel hecho, había empezado una guerra de comida. Aprendices y Maestros de ambos bandos empezaron a bombardearse entre sí con todo tipo de alimentos... era simplemente maravilloso. Empecé a reír al ver la expresión de muchos de los presentes mientras recibían sin parar, lástima que no calculé el tiempo que tardaría en tocarme a mí.

Antes de que pudiese darme cuenta, caí abatido por todo tipo de canapés y platos principales que la gente todavía no se había terminado. Rodé por debajo de la mesa para ponerme a cubierto y quitarme toda la metralla alimenticia que se me había quedado pegada al cuerpo.

Aquello lo pagarían con sangre.

Salí de allí, y puse en marcha mi plan; cogí algunos bombones y los bañé en pimienta, además de hacerme con un par de neulas a pesar de que solo me puse una en la boca. Miré a mi alrededor buscando un objetivo de Tierra de Ladrones y puse uno de aquellos bombones especiales en mi improvisada cerbatana para disparar al desgraciado aprendiz que le tocase, aunque no sin antes exclamar:

—¡LA COMIDA DEL BASTIÓN ES MUCHO MEJOR!

Me movería por todo el comedor realizando aquella acción contra todos los miembros de la oposición navideña, llegando incluso a utilizar el Baile de Sombras para inmovilizar a algún objetivo si este no cedía a dejarse acertar con el bombón picante. Apuntaría especialmente en dirección a Ronin, a ver si lo dejaba ciego del otro ojo.

Bastión Hueco ganaría aquella nueva guerra a cualquier precio.

¿Guerra de comida? Bah, me valia si con eso hacia que aquellos que se habian burlado de mi pagaran. Y vaya... quizas tambien pudiese divertirme un poco con cierto aprendiz.

Levantando un muro de zarzas para protegerme de varios ataques, chasquee los dedos para volverme invisible y empezar a moverme por todo el campo de batalla que era ahora el comedor. Me toco levantar algun que otro muro de zarzas po el camino debido a toda la comida que volaba, pero finalmente encontre a mi victima.

"Hola, Peru..." pense para mi mismo con una sonrisa siniestra.

Cargando un poco de magia en mi mano, apunte hacia una preciosa y aun intacta tarta para empezar a Moverla en direccion al chico rapidamente hasta que se estampo contra su cara.

Tuve que taparme la boca con la mano para que no me escuchara reir y descubriera donde me encontraba.

-¡Que divertido! Deberia buscar a Saito, por repartir un poco de amor navideño entre todos.

La sed de venganza pudo con Ariasu, que asintió con vehemencia a la idea de ir a cobrarnos la cena y los regalos. Ni siquiera aquellos que querían paz y tranquilidad tuvieron opción.

Por mi parte, me senté tan tranquila en la primera mesa que vi y empecé a comer, haciendo gala de los modales que Tierra de Partida había lucido la noche anterior.

Pero algo salió mal. No me enteraría hasta más tarde de quien empezó y quién dijo qué, pero Ariasu acabó bañada en ponche de huevo. Ambos bandos contuvimos el aliento, a la espera de que la Maestra desatara una tormenta.

Y, en medio del silencio, se escuchó un grito:

—¡¡¡GUERRA DE COMIDA!!!

«Ay, Dios, no...».

En un instante se desató una auténtica batalla campal de comida. Por suerte, hubo quien reaccionó rápido; la mesa se volcó y nos sirvió de cobijo. Al menos temporalmente. «Con que ésas tenemos, ¿eh?».

Me aseguré de tener vía libre y cogí lo primero que encontré: un plato de patatas cocidas. Me dolía en el alma tener que usarlas de proyectil, pero la guerra era la guerra. Me valí de varios Piro para que cogieran temperatura y me dispuse a arrojarlas por encima de la mesa.

Arded.