[Prólogo] Delirios

[Nell]

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Prólogo de Mickael.

Amanecía en Ciudad de Paso cuando, inesperadamente, Merlín regresó.

No era extraño que de vez en cuando el viejo mago se fuera de casa y abandonara a Mickael durante varios días pues, según lo que le había dicho, tenía una casa también en Vergel Radiante, por lo que debía visitarla de vez en cuando para mantenerla habitable (sobre todo de cara a las vacaciones) y espantar a los bichos (aunque ésto no se lo decía a Mickael, pues muchos de ellos eran sus congéneres). Hacía días que se había marchado en otro de sus viajecitos por el espacio, sin llevarse a su aprendiz debido a que éste aún recelaba del mundo exterior.

Por eso, al regresar en una nube de humo azul con un sonoro "¡puf!", frente a las narices de Mickael, que por suerte se encontraba en ese momento en su casa, el joven ratón podría identificarle rápidamente por su manera única de aparecer, sin causarle ningún ataque al corazón.

—¡Bribones!, ¡ruines!, ¡Bellacos, malandrines, granujas sin corazón…! —vociferó, fuera de sí.

Merlín se ajustó las gafas, que casi se salían de su sitio de lo encolerizado que estaba. Siguió recitando improperios de épocas clásicas, sin casi percatarse de la presencia de Mickael mientras abría su bolsa de viaje, pese a que éste se encontraba enfrente de él.

[Mickael]

Mickael observó preocupado al mago, si bien era cierto que de vez en cuando cogía alguna pequeña rabieta, la de aquel día era mucho más grande que cualquiera que recordara. Merlín se movía de un lado al otro de su estudio encolerizado, sin soltar una palabra de lo que había ocurrido, sólo maldiciendo a diestro y siniestro. Mickael trato de llamar su atención, pero el mago hacía oídos sordos. Finalmente acabó contagiándole la mala leche:

— ¡Maestro! —gritó con todas sus fuerzas, y su voz retumbó por toda la casa. Consiguió captar la atención del mago, y en ese momento se sonrojó—. Perdóneme —dijo cohibido.

Se levantó y se dispuso a preparar un poco de té. Una vez hecho se lo sirvió a su maestro y le acercó una silla.

—Ahora por favor, cuénteme que ha pasado —le pidió.

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[Nell]

Ante la llamada de su alumno, Merlín finalmente se percató, no sólo de su presencia, sino también del escándalo que estaba creando. Respiró pausadamente dos veces y se sentó en la silla que Mickael le ofrecía, estirando las piernas con cansancio. Recibió la taza de té con casi entusiasmo, y un solo sorbo del manjar pareció renovar sus energías.

—Siéntate, joven, siéntate —apuró al ratón, al verle de pie—. ¡Una historia terrible! Si fuera igual de joven que antes, quizá habría podido hacer algo… Pero la edad no perdona y no pude enfrentarme a ellos. Espero que, al menos, el resto de los ciudadanos estén bien…

Volvió a dar otro sorbo al té. Ya relajado, agitó las manos al son para que las provisiones que se había llevado salieran mágicamente de su bolsa y se colocaran en sus respectivos lugares, como hacía cada vez que se marchaba de viaje. A algunas pertenencias tuvo que regañarlas por no obedecer al dedillo sus órdenes pero, finalmente, todo estuvo dispuesto en su sitio.

—¿Por dónde iba? —se preguntó el viejo, retomando la conversación—. ¡Ah, sí! Resulta que han aparecido esas viles criaturas que todo el mundo teme… ¡Los sincorazón! Han arrasado Vergel Radiante hasta dejarla inconfundible y han propagado su oscuridad por ese mundo. ¡Y en mi casa!

Hablaba con un tono tan indignado, tanto por el mundo como por su perdida morada, que sino fuera por el énfasis que le daba a ciertos comentarios, que quizá Mickael no entendiese a falta de más información, cualquiera le hubiera consolado incluso sin saber de qué diablos estaba hablando.

[Mickael]

Mickael escuchó con atención lo que Merlín le narraba. Aunque no era capaz de comprender todo, puesto que había conceptos que no conocía, como el de sincorazón, a pesar de todo lo que aprendiera durante los últimos tiempos. Ante la triste cara del mago, no pudo evitar tratar de consolarlo:

—Lo lamento maestro, por las cosas que me ha contado sobre Vergel Radiante entiendo que debe ser un precioso lugar y veo el cariño que le tiene. Estoy seguro de que verlo en ese estado debió ser un duro golpe para usted.

Mientras Merlín le daba otro sorbo a su té, Mickael analizaba las palabras de su maestro e intentaba usar los conocimientos que tenía para solventar la falta de información.

—No sé muy bien qué ha pasado, pero por lo que me ha enseñado y por lo que cuenta, deduzco que esos "sincorazón" son partidarios de la oscuridad. Hace un tiempo usted me habló de los maestros de la llave espada, aquellos que protegen la luz de la oscuridad en el universo. ¿No han intervenido ya en ese asunto?

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[Nell]

El viejo mago concordó con todos los consuelos de Mickael, asintiendo la cabeza a casi cada palabra.

—¡Precioso! Precioso era… Ahora está irreconocible… ¡Sí, un duro golpe! Nunca volverá a ser el mismo…

Parecía claramente desanimado con esta última posibilidad. Sin duda, algo debía de tener Vergel Radiante como para que su extinción fuera tan terrible para el mago. Se perdió entre sus pensamientos, al mismo tiempo que escuchaba a su alumno reflexionar sobre la situación, o puede que más bien insinuar, puesto que todas las respuestas las conocía Merlín.

—No cometas ese error, hijo. Los sincorazón no son partidarios de la oscuridad, sino seres de la oscuridad misma. Nacen de las sombras más oscuras de los corazones —le corrigió Merlín—. Partidarios por voluntad es una cosa… se les puede encauzar de nuevo en el camino de la luz, pero los sincorazón… no tienen salvación. Son oscuridad hecha realidad.

Al escuchar hablar de los Maestros, suspiró, resignado.

—Según lo que dicen los rumores, sí… Pero ni siquiera ellos pueden que sean capaces de frenar el avance de los sincorazón. Al fin y al cabo, hacía años que no se enfrentaban a unos enemigos tan peligrosos. He llegado a escuchar que han perdido a tres de los suyos, y a otros cuantos más de menor importancia. Necesitan prepararse mejor antes de intentar hacerles frente en su campo de batalla —relató Merlín.

[Mickael]

—Disculpe mi error, maestro —dijo pidiendo perdón ante la corrección que Merlín le hizo.

A Mickael le sorprendió mucho saber que la oscuridad podía tomar forma y atacar mundos, de hecho, le hizo preocuparse un poco. Cuando escuchó que siquiera los maestros de la Llave Espada eran capaces de afrontar la situación, no pudo evitar hacer la pregunta:

—Siquiera los maestros pueden vencerlos... Maestro, ¿acaso esos sincorazón podrían llegar a invadir otros mundos, incluido este?

Realmente le preocupaba la posibilidad. A un chico asustadizo como él, que sólo conocía el resguardo y la confortabilidad de las alcantarillas, le atemorizaba la idea de que unas criaturas hechas de oscuridad atacaran el lugar donde había nacido y destruyeran todo lo que él conocía y apreciaba.

[Nell]

Merlín no se mostró molesto por la equivocación de Mickael, que parecía arrepentido, sino que ignoró el gesto. Al fin y al cabo, comprendía que el muchacho no sabía todo lo que él daba por hecho.

—Si lo que he oído es cierto, ya han empezado a propagarse por otros mundos —confesó Merlín—. Quizá incluso hayan llegado ya a éste… La situación es preocupante, sin duda, la amenaza no es pequeña y costará mucho erradicarla. Me temo que no estamos aquí más seguros que en cualquier otro lado, y sin ninguna forma de hacerlos frente…

De repente, como si una bombilla se le hubiera encendido en la cabeza, Merlín abrió mucho los ojos y exclamó algo parecido a “¡Eureka!”, antes de borrar la sorpresa de su rostro y mirar con renovado interés a su alumno.

—¿Aún sigues sin querer visitar otros mundos, Mickael? —preguntó de improviso.

[Mickael]

Cuando su maestro le informó de que aquellos seres ya podrían haber llegado incluso a Ciudad del paso, no pudo evitar sentir un escalofrío. Esas criaturas eran capaces de convertir un mundo tan bello como Vergel Radiante en algo horrible según relatara Merlín. Podrían destruir el mundo en el que vivía, quizás incluso llegar hasta sus queridas alcantarillas. ¿Qué pasaría si acababan con lo que él consideraba su familia? Aquellas ratas lo habían tratado como uno más, a pesar de sus diferencias, durante mucho tiempo, además, eran seres inofensivos que desconocían totalmente todo lo que había más allá de su hogar. Desde luego, no merecían el cruel destino que Mickael evitaba imaginar. Eso encendió una pequeña llama en su interior.

Luego su maestro puso una extraña expresión de sorpresa para mirarlo fijamente y soltar aquellas palabras que provocaron un miedo repentino en el muchacho.

—Maestro... ya sabe que yo... —balbuceó. La sola idea de salir afuera le provocaba un temor inimaginable debido a su falta de experiencia. Sabía lo que había allá afuera, pero, ¿de verdad sería tan idéntico a como el mago le relataba? Mickael era consciente de que de la teoría a la práctica había un gran salto y de los problemas que tendría para desenvolverse. Aún así, luego recordó sus cavilaciones de antes y le entró cierta curiosidad, la única fuerza que lo movía a a hacer cosas—. ¿En qué está pensando maestro? —se interesó.

[Nell]

Las palabras titubeadas del muchacho no parecieron hacer cambiar de opinión a Merlín.

—Estaba pensando que los Maestros de la Llave Espada van a tener mucho trabajo a partir de ahora. Y yo ya estoy muy viejo para intentar hacer nada, sólo puedo aspirar a proteger lo mejor que pueda Ciudad de Paso. En cambio, para ti, sería un buen incentivo para salir al mundo exterior.

La idea era un tanto descabellada. ¿Cómo iba a salir Mickael de Ciudad de Paso, cuando el universo desentrañaba más peligros que nunca? ¿Cómo aquella ratita iba a sentir un repentino interés por el exterior, ahora que su salida podía ser mortal? Y, sin embargo, la curiosidad por otros lugares, por otras alcantarillas, era tan tentadora…

—Sería un buen modo de vida —continuó Merlín—. Ellos te enseñarían mejor que yo, que ya estoy viejo. Y podrías aprender muchas cosas, además de a proteger lo que más quieres… —intentó persuadirle el mago.

[Mickael]

"Un buen incentivo", " salir al mundo exterior", "Ellos te enseñarían mejor que yo", "proteger lo que más quieres". El joven le daba vueltas en su cabeza a las palabras del mago. ¿Estaba insinuando que se convirtiera en un poseedor de la Llave Espada? "Que locura." Pensó. ¿Cómo iba él a hacer tal cosa? No tenía ni idea sobre los peligros que acechaban al universo y carecía de la preparación necesaria para aspirar a algo así. Había escuchado de la boca del mago grandes hazañas de los portadores, pero no se veía capaz de emularlos.

—Maestro, usted está sugiriendo que me convierta en un portador de la Llave Espada. Pero no creo que yo sea capaz... No creo que valga para cargar con una labor tan importante —le comunicó sus dudas—. No niego el interés por el exterior ni el querer proteger lo que más quiero, pero... ¿Cómo voy a presentarme ante un maestro de la Llave Espada y pedirle que me acoja como alumno? Se reirán de mí, no tengo las cualidades necesarias, no valgo para el puesto. Lo mire por donde lo mire, es una locura —añadió cabizbajo.

[Nell]

El mago asintió con vehemencia ante todas las deducciones de Mickael, contento de que tener un alumno tan avispado.

—¡Pamplinas! Nadie nace sabiendo luchar, se tiene que aprender. Y conozco a algunos de los Maestros: si están buscando ayuda y tienes suficiente motivación, te acogerán como uno más —luego, añadió—. Sería tu última oportunidad para salir al exterior, ahora que los sincorazón invaden los mundos. Sin ningún tipo de preparación ni nadie bien cualificado para que te enseñe, no podrías dar ni un paso más. Pero si consigues hacerte valer por ti mismo, ni el más duro de los sincorazón te podrá frenar.

[Mickael]

A pesar de todas las pegas que siempre se ponía inconscientemente cuando se le hablaba de salir al exterior, Mickael sintió en las palabras del mago la fuerza necesaria para decidirse. En particular, hubo unas palabras que lo motivaron: "tu última oportunidad". Si lo que su maestro le decía era cierto y los sincorazón destruían los mundos, nunca podría visitarlos, por lo tanto, todos los preparativos que había estado haciendo durante tanto tiempo no hubieran servido de nada. El joven encontró en aquella situación el impulso necesario: por fin saldría al exterior, por fin vería que había más allá de su alcantarilla con sus propios ojos, por fin superaría sus temores. No, no sólo haría eso, sino que se convertiría en un portador de la Llave Espada, defendería lo que más quería y al universo entero si hiciera falta. La emoción le embargaba, pero intentó disimularla lo máximo que pudo.

—En verdad sabe cómo convencer maestro. Lo haré —afirmó sonriente y decidido—. Entiendo que deberíamos marchar cuanto antes, pero... antes... ¿podría despedirme de ellas? —se refirió en cara alusión a las ratas que habían sido su familia.

[Nell]

Merlín volvió a asentir con brío, como si le hubiera quitado la idea de la cabeza (o como si se le acabase de ocurrir, quién sabe).

—Sí, sí, claro, vuelve cuando estés preparado —le despidió, mientras usaba su magia para que la cubertería comenzase a deslizarse por la mesa y le sirviera otra taza de té.

Cuando Mickael regresase, Merlín seguiría en el mismo sitio, sólo que estaría regañando al azucarero, que como siempre, había descompuesto la fila y había derramado todo el azúcar al suelo (y mientras el mago se desquiciaba con el objetito, un recogedor ya estaría limpiando lo que se había manchado).

[Mickael]

Mickael aceptó con alegría el permiso del mago. Se disponía a marcharse cuando recordó que se olvidaba de algo. Rápidamente se dirigió a la despensa y se hizo con varios trozos de queso, no hizo falta pedir permiso, estaban allí precisamente para él, pero hoy no pensaba alimentarse con ellos, sino agasajar con un regalo de despedida a sus queridas compañeras.

Así pues, partió a su encuentro, abandonando el estudio y dirigiéndose al canal oculto. Nada más llegar las llamó con el sonido habitual, era como una señal para hacerles saber que no había peligro, que podían salir de los escondrijos en los que se ocultaban cuando tenían visita, que era él quien interrumpía su actividad diaria. Como era costumbre, siguiendo el sonido, se reunieron a su alrededor, dándole una especie de bienvenida, pues para ellas, era uno más.

—¡Hola chicas! —las saludó para posteriormente sentarse y empezarles a repartir el queso en pequeños trocitos, asegurándose de que, a pesar de que eran bastantes, todas tuvieran su parte y no tuvieran que pelearse entre ellas por la comida—. Tranquilas, hay para todas —las tranquilizó al ver sus ansias por comer.

No sabía por qué, pero de repente se sentía nostálgico y apenado, la seguridad que le había aflorado antes en el corazón se derrumbó repentinamente. Quizás era el ámbito familiar en el que se encontraba.

—Veréis chicas —comenzó a hablar una vez terminaron de zamparse el queso—, ya os he comentado alguna cosa sobre mis ganas de salir afuera y de qué algún día saldría a vivir mil y una experiencias y volvería para contároslas —las ratas lo observaron como si estuvieran escuchándolo, como si pudieran comprenderle o al menos hicieran el esfuerzo de intentar comprenderle—. El caso es que ese día ha llegado, y no sólo es que vaya a salir al exterior, sino que me voy a convertir en un portador de la Llave Espada, y... no sé si volveré.

>>Si os soy sincero, tengo algo de miedo —comentó cabizbajo. Ellas comenzaron a acercarse más, incluso algunas intentaron subirse a él, buscando la forma de animarle, sólo una lo consiguió, él sabía perfectamente quién era esa traviesa rata—. Oh, ¡Modo! —no pudo evitar soltar una sonrisa cuando consiguió escalar su cabeza y coronarla, algo que acostumbraba a hacer. Esos gestos le dieron fuerzas renovadas—. ¿Sabéis qué, chicas? Puede que tenga algo de miedo, pero sólo tengo dos opciones: o quedarme aquí esperando que esos sincorazón destruyan todo lo que quiero o plantarles cara, y ya es hora de que me haga un poco el valiente. Además, viviré un montón de aventuras y volveré para contároslas cuando todo esté bien —agarró a Modo y lo dejó junto al resto—. Muchas gracias chicas. Vosotras habéis sido como una familia para mí —no pudo evitar que una lagrimilla le recorriera el rostro.

Antes de que se marchara, notó unas cosquillas por los pies; miró hacia abajo: el travieso Modo parecía no querer dejarlo marchar. Mickael rió y se agachó para acariciarlo.

—Gracias Modo, pero he de irme. Por favor, pórtate bien y no les des demasiado trabajo al resto —quizás sólo fueran imaginaciones suyas fruto del momento, pero el muchacho creyó ver a la pequeña rata asentir, como prometiéndole que haría lo que le decía.

Se incorporó y hecho un último vistazo al lugar, a las ratas, y en especial a aquel extraño muro que representaba lo que Merlín le había dicho que era una "luna", una pintura que siempre le había producido gran curiosidad y que desconocía totalmente qué hacía allí y quién sería el autor. No queriéndole dar muchas vueltas al asunto, regresó a junto su maestro.

—Ya he vuelto —lo saludó mientras Merlín regañaba al azucarero, seguramente por haber vuelto a esparcir el azúcar por todo el suelo.

Sin añadir nada más, se dirigió al armario y sacó las ropas que su maestro le confeccionara hacía ya algún tiempo. Se colocó las botas, los guantes, el chaleco y se puso las gafas. El pantalón ya lo solía llevar encima por simple cortesía cando estaba delante del mago, aunque por las alcantarillas se sentía más cómodo no llevando nada. Dirigió una mirada al mago y con voz firme y decidida dijo:

—Estoy listo.

[Nell]

—¡Ah, sí! —exclamó, como si hubiese olvidado que Mickael había salido para la emotiva despedida con sus congéneres, dirigiéndole toda su atención. Detrás suyo, el azucarero se escabulló detrás de la tetera—. Entonces, podemos irnos ya.

Fue tan instantáneo que apenas tuvo tiempo para parpadear. De repente, una nube azul les cubrió, haciendo un “puff” y, al despejarse, reaparecieron en una estancia diferente, mucho más grande, de maravillosa luminosidad y ventanas con vidrieras. Al fondo de ésta, había tres tronos, lo que le daba a la sala cierta importancia. Sentada en uno de ellos, el de la izquierda, una mujer con los brazos cruzados parecía estar esperando algo.

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Para que te sitúes:

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—¿Merlín? ¿Qué haces aquí? —preguntó, observando de reojo a Mickael, con un rostro indescifrable.

—He venido a traerte un interesado… —murmuró. Luego, se dirigió a Mickael—. Preséntate a la Maestra.