[Prólogo] Silencio

[Nell]

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Prólogo de Zero.

Silencio.

Absoluto. Imperturbable. Completo. Solitario.

Sólo los escandalosos pasos del joven Xefil podían vibrar en aquel mundo sumido en el sueño más profundo de todos. La gente dormía plácidamente, en cualquier lugar, como si hubieran sido vencidos por el letargo en los momentos más inoportunos. Xefil no pudo evitar darse cuenta de dicho detalle, sobre todo después de varios días sin ninguna otra compañía, buscando desesperadamente a alguien que, al igual que él, hubiese despertado.

Por un lado, podía ir adónde le placiera. Nadie le detenía, nadie se lo impedía. Pero, por el otro... estaba solo. Más solo que nunca. El Reino Encantado se había convertido en una prisión de la noche a la mañana, en un páramo de paisaje imperturbable que ahogaba al joven en el peor de los silencios. Y la situación no parecía que fuese a cambiar.

[Zee]

Cuidadosamente: por alguna razón, así examinaba mi entorno, incluso cuando ya había recorrido aquellos pasillos innumerables veces durante mi infancia. Cuidadosamente: así me habían criado mis padres en el interior de aquel castillo, con la intención de que me convirtiera en un buen ciudadano del reino, alguien que pudiese servir a la familia real con orgullo. Cuidadosamente: así se habían ordenado los libros de la biblioteca que me había educado como una madre silenciosa desde que se me permitió acceder a su interminable conocimiento.

Y cuidadosamente... era como sentía que tenía que dirigir mis pasos, mientras recorría los largos pasillos del castillo que había conocido desde mis primeros años de vida, para no despertar a todas aquellas pobres almas durmientes.

Habían pasado ya casi dos horas desde que había abierto mis ojos súbitamente, como quien despierta de una pesadilla. Envuelto en un sudor frío, pero incapaz de recordar nada desde que "me había ido a dormir", me levanté inocentemente, esperando ganarme una regañina por haberme quedado dormido en la biblioteca del castillo. En un principio, me sentí afortunado de hallarme a solas en uno de los huecos entre dos estanterías, donde seguramente nadie me había encontrado.

Pero resultaba raro. ¿De verdad me había quedado dormido allí? ¿Había caído al suelo, derrotado la fatiga, como un muñeco de trapo y me había quedado allí, completamente inmóvil? Y resultaba extraño, además, que nadie me hubiera encontrado. Si bien pocos entraban a leer algo la sección de Magia de la biblioteca, pues nadie parecía realmente interesado en intentar aquellas cosas si no se nacía con el talento, era bastante frecuente que se pasara por aquellas estanterías. ¿Pero nadie me había visto, allí tirado? ¿Nadie había ido a despertarme o a enfadarse conmigo por haberme "dejado caer" allí como si nada?

Mi instinto de detective fracasado me dijo que algo andaba muy mal. Todo estaba muy silencioso y tranquilo. Ni un ave cantaba afuera, y no podía escucharse el murmullo del pueblo en las afueras. Y eso que el cumpleaños de uno de los miembros de la familia real se acercaba.

¿Qué pasaba en el castillo?

[Nell]

El muchacho, que paseaba discretamente por el castillo, como si estuviera en el lugar equivocado, no tardó en encontrar a personas con los mismos síntomas que le habían afectado a él: cocineras fritas sobre la masa de pan (por suerte, con ningún fuego puesto), sirvientes durmiendo plácidamente en el suelo que acababan de fregar, nobles de diversas clases amontonados muchas veces con criados (¡impensable!)… Como si todos hubiesen sucumbido a la vez al mismo sueño.

Y no importaba lo que hiciese el chico. Por mucho que les gritase, les llenase las mejillas de moratones, o les echase agua fría (en caso de que probara a hacer cualquiera de estas cosas), nada les afectaba. Ni el peor despertador del mundo podría haberles perturbado lo más mismo.

Así, el chico no salió de su duda. ¿Qué había pasado allí? ¿Cómo era posible que todos estuviesen tan cansados de repente? ¿Es que habían celebrado una fiesta la noche anterior y no le habían invitado?

Al llegar a la sala del trono, se encontró con otra escena similar, pero más escalofriante: el propio rey yacía dormido en su trono, con la mano de almohada, mientras su guardia se apoyaba en columnas, usaba los hombros de otros compañeros o simplemente se espachurraban contra el suelo. ¿Cómo alguien de aquella magnitud podía ceder ante el cansancio de aquella manera?

¿De verdad aquello podía ser normal?

[Zee]

Mi mente se debatió entre dejarme congelado en el lugar, prohibiéndole a mis piernas moverse un ápice, u obligarme a salir corriendo de aquella estancia que parecía provocarme más miedo que todo lo visto en el transcurso del día. Estúpidamente, terminé tropezando apenas intenté dar un paso hacia atrás al atorarse mi zapato en un pliegue de la alfombra real. Advertí que mis manos habían comenzado a temblar como si algo me estuviese poseyendo, mientras en lo recóndito de mi mente comenzaba a aceptar lo que estaba sucediendo:

—Todos... todos han caído dormidos... —murmuré, sintiendo mis ojos tornarse vidriosos y saboreando aquellas palabras amargas y sucias, mientras experimentaba un enorme peso caer sobre mi fatigada y asustada mente. Estaba solo. Completamente solo y abandonado en un vacío y silencioso castillo. Si me hubiesen encerrado en una tumba, me habría sentido más tranquilo.

Rendido, cansado y sin saber qué hacer a continuación, me dejé caer completamente en la tibia, pero nada reconfortante alfombra roja de la sala del trono. Con suerte, volvería una vez más a aquel eterno sueño del cual, por razones que desconocía, me había despertado.

[Nell]

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Uff, siento no haberte contestado antes, acabo de ver que sí habías respondido >.>

De repente, en aquel silencio tan sobrecogedor, el joven comenzó a escuchar pasos procedentes de la habitación superior. Como si de una película de terror se tratase, eran lentos y amortiguados, es decir, el autor, fuera quien fuese, estaba teniendo mucho cuidado con que nadie le escuchase (y eso que, en teoría, no iba a perturbar a nadie a juzgar por el sueño que pesaba a todos).

Los pasos no se dirigían hacia la sala del trono, sin duda. Si se quedaba allí, quizá sólo se cruzaran cuando fuera a salir del castillo. Pero, ¿quién era? ¿Un ladrón? ¿O otra persona que también se había despertado? En cualquier caso, Xefil no podía quedarse quieto allí durante mucho tiempo más.

[Zee]

—Me importa media papa... —pensé, finalmente poniéndome de acuerdo con los pensamientos que habían surgido una vez había escuchado aquellos pasos tan tétricos y tenebrosos. Era como aquella historia de terror ridículamente breve que había leído alguna vez en la biblioteca: "el último hombre en la Tierra se hallaba sentado solo en una habitación. Alguien tocó a la puerta". Una media sonrisa asomó a mi rostro; luego me sentí tremendamente culpable por reír en una situación como ésa.

Algo hizo click en mi cabeza cuando por mi mente cruzó la palabra "biblioteca". Era poco normal que en algún castillo algo estuviera por encima de la sala del trono, pero el nuestro no gustaba de seguir de modelos, así que había colocado todos sus libros en una amplia habitación arriba de donde los reyes solían sentarse a besar bebés. Quienquiera que estuviese despierto en el castillo, ¡andaba rondando en la biblioteca!

Me levanté de la alfombra con un ágil resorte de manos y eché a correr hacia la puerta de la sala del trono. La atravesé veloz como un rayo y me giré hacia la derecha, donde sabía que se encontraban las escaleras para los pisos superiores y las torres del castillo. Por el camino, me pregunté cómo los pasos del individuo podían sonar tan fuertes que resonaban en la sala del trono. ¿Era acaso porque no había otro sonido que los ahogara? ¿O es que llevaba puesto algún calzado especial?

—Mierda... —murmuré, dando una vuelta en U (y casi cayendo al suelo, cabe decir) y tomando un pasillo que por poco paso de largo. Con la prisa, me había olvidado de todas las posibilidades. ¿Y si se trataba de un ladrón o un secuestrador? ¿O si era el causante de toda aquella triste situación? Tenía que estar preparado para todo lo que pudiéseme presentar.

Con un estruendo, abrí la puerta de la armería una vez salté al guardia que se había quedado dormido frente a ella. Sin tener mucho tiempo para elegir, tomé un cestus de color dorado y una daga larga de la primer estantería que encontré. Y luego, con mi nuevo y pobre equipo, salí de la armería dispuesto a enfrentarme a cualquiera que estuviese dispuesto a dar la cara en aquel reino encantado.

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Lamento haber movido la arquitectura del castillo como se me dio la gana, pero es que alguien encima del trono no tenía mucho sentido (por lo menos según lo que sé, que es poco), especialmente si consideramos lo grandes que podían ser aquellas salas :_D

[Nell]

Después de aprovisionarse de varias armas, Xefil acudió a la biblioteca, desde donde creía haber oído los pasos del extraño. Pero estaba vacía. Volviendo a prestar atención y concentrándose en la audición, el joven pudo seguir sigilosamente el ruido poco a poco, acercándose hacia el desconocido, donde quiera que estuviese.

Llegado un momento, los pasos terminaron y Xefil no volvió a escuchar nada más. Puede que el extraño se hubiese quitado las botas de metal o quizá se había parado. En cualquier caso, Xefil había ido a parar a una salita que sólo tenía la salida a un pasillo que llevaba a una única habitación: las dependencias de la princesa Aurora. El causante de todo o el pervertido (o ambas) debía de estar allí, como no tardó en comprobar el muchacho al encontrar el pasillo anterior despejado.

Al abrir la puerta de la habitación de Aurora, se encontraría con algo peor que un pervertido. ¡Una pervertida rara! Una mujer, de extraños atuendos, que bien podía haber sido de la nobleza por su delicadeza y posturas formales, estaba arrodillada frente a la cama de la princesa, quien descansaba como los demás en un profundo sueño. Aparentemente, no le había oído entrar (ninguna de las dos), por lo que Xefil, armado y preparado, llevaba ventaja sobre la desconocida.

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[Zee]

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EDIT: Oh my goodness me. He escrito un montón... Perdona las molestias :_D

Atravesé el castillo sin detenerme, rápido como un rayo. Apenas me permití bajar el ritmo de mi carrera para intentar escuchar los pasos del desconocido individuo, cuyo rastro era cada vez más difícil de seguir. El sonido que producían sus botas había ido transformándose, gradualmente, en un ruido apenas perceptible, el cual se veía fácilmente ahogado por mis propios pies. Y sin embargo, siempre me las arreglaba para escucharle en una habitación distinta, para después salir corriendo en esa dirección y encontrarme con que ésta se hallaba vacía. Y el ciclo se repetía. Una, dos, tres... Decenas de veces. No importaba qué tan rápido me lanzara hacia las puertas ni qué tanto estudiase su posición, siempre estaba una habitación delante de mí. Era como una pesadilla. Contemplaba las estancias en su totalidad, esperando ver un trozo de tela deslizándose tras la puerta, unos ojos posándose sobre los míos, una sombra de cabello... ¡Lo que fuera! Pero no, siempre estaba adelante. ¿Cómo era posible?

Pero toda pesadilla tiene que terminar. Finalmente, tras una persecución que me pareció eterna, dejé de escuchar a mi objetivo. Aquella vez, en todo el sentido de la palabra. Silencio; silencio absoluto, tal y como cuando me había despertado de mi poco natural sueño. Pero por primera vez en el día, no me preocupé por ello; una sonrisa recorrió mi rostro cuando me hallé en un lugar que, si bien no había visitado frecuentemente, conocía con profundidad: el pasillo que llevaba a uno de los aposentos reales.

—Por favor, disculpe mi intromisión, Su Alteza Aurora... —murmuré, haciendo una reverencia, como me habían enseñado desde niño, a la silenciosa habitación donde, si no me equivocaba, encontraría otra escalofriante escena.

Abrí la puerta con delicadeza, como si acariciara el rostro de la mismísima princesa, y asomé mi cabeza al interior. Mis sospechas eran ciertas: era alguien que jamás había pisado aquellos pasillos. Una pervertida, seguramente, a juzgar por cómo se arrodillaba frente a la cama de Su Alteza. Sus vestimentas la señalaban como alguien perteneciente a la nobleza, pero eran muy distintas a lo que usábamos los nobles en el castillo. Un ligero y largo vestido blanco, con detalles en dorado cuidadosamente dibujados, y adornado con listones; al menos, eso era lo que podía ver si me daba la espalda.

Advertí que la mujer no había notado mi presencia. Seguía allí, frente a la cama de la princesa, arrodillada y sin hacer nada. Miré la daga que llevaba en la mano. Yo tenía la delantera. Me deslicé al interior de la habitación.

No obstante, siempre me había a mí mismo dicho que actuar impulsivamente era algo que sólo haría un animal. No atacaría como un bárbaro, sino que haría unas cuantas preguntas, mostrando sincera amabilidad, y esperaría que aquella mujer desconocida supiera qué estaba pasando en el castillo y si había solución alguna.

—Una bella durmiente... Posiblemente el cuadro más triste en todo este congelado reino, ¿no lo creería usted, exótica dama? —expresé, lo suficientemente alto para que la mujer del vestido blanco me escuchara, a la par que me recargaba en el marco de la puerta y comenzaba a juguetear con la daga. Estaba dispuesto a escuchar la historia de la extraña visitante, y dispuesto también a contar la mía.

[Nell]

Sorprendentemente, la mujer no se sobresaltó al escuchar de repente que alguien le hablaba a la espalda. ¿De verdad no se había percatado de su presencia, o fingía no impresionarse?

En aquel momento, Xefil se dio cuenta de que la intrusa tenía cogida la mano de Aurora, como quien cuida de un enfermo y necesita tocarle para saber que sigue ahí. Siguió en la misma posición, sin moverse, pero respondió al muchacho.

—Para nada. Su belleza no le da motivos para que nos entristezcamos más por ella. Llora por la madre que no volverá a coger a su hijo, por el padre que no regresará a casa o por los enamorados que no podrán reunirse de nuevo, si la maldición sobre el castillo no desaparece. No sientas lástima porque sea una mujer hermosa, sino por la razón de su profundo letargo.

Depositó con cuidado la mano de Aurora, la cual Xefil hubiese sentido fría como el hielo si se hubiese atrevido a tocarla, en el regazo de la bella durmiente, y se levantó para ponerse en pie. Luego, con gracia, se dio la vuelta para dirigirse de frente al muchacho, pudiendo éste verla por completa.

—No te conozco, así que muy posiblemente no seas uno de los nuevos reclutas. Dime, ¿de dónde eres entonces? —preguntó.

[Zee]

Aquella extraña mujer no se sobresaltó en lo más mínimo ante mi repentina intromisión. ¿Sabía acaso que ya estaba yo allí? Seguramente, pues la había perseguido por medio reino tan rápido como mis piernas me lo habían permitido. Pensando en retrospectiva, había sido algo estúpido pensar que tenía el factor sorpresa de mi lado. Debía prestar más atención a todas las circunstancias y no dejar de lado ninguna posibilidad.

—Para nada — me respondió. Me sobresalté un poco al escuchar su voz; no por miedo ni por sorpresa, sino... por el simple hecho de haberla escuchado finalmente. ¿Emoción, tal vez? Después de todo, la había seguido durante bastante tiempo, así que posiblemente hubiese esperado aquel momento con ansias, inclusive si no lo había reconocido—. Su belleza no le da motivos para que nos entristezcamos más por ella —continuó—. Llora por la madre que no volverá a coger a su hijo, por el padre que no regresará a casa o por los enamorados que no podrán reunirse de nuevo, si la maldición sobre el castillo no desaparece. No sientas lástima porque sea una mujer hermosa, sino por la razón de su profundo letargo.

—Evidentemente, forastera —contesté—. Si bien no es la escena que más aflige al corazón, sin duda debo discrepar diciendo que es la que con mayor firmeza muestra la fragilidad de este pequeño reino. Disculpe si retuerzo mis palabras, pero me resulta especialmente difícil explicar el abstracto que ahora pasa por mi mente —añadí después, esperando que mi enrevesada manera de hablar (¡apropiada para un noble!) no le molestase de una u otra manera.

Entonces aquella extraña viajera me preguntó quién era yo y de dónde venía tras haberse puesto de pie y haberme dirigido, por primera vez, una mirada. ¿En serio? ¿Estaba ella preguntándome a mí quién era? ¡Si era yo quien había vivido en ese castillo durante dieciséis años! ¡Y era ella la que sospechosamente había arribado en un momento tan excepcional! Absurdo.

Pero alguien de la nobleza debía siempre relacionarse con tacto, sabiduría y cortesía. El arte de la diplomacia era a veces poco comprendido, sin duda, aunque por suerte mis tutores me habían instruido como era debido en todo aquello que un noble pudiese necesitar.

—Vengo de este mismo lugar, singular dama. Nací y crecí entre estos muros que antaño tantos asedios resistieron. Me crié bajo la tutela de los eruditos y de un buen noble, mi padre, de nombre Arazec. Si bien mi sangre no es enteramente azul, debido a las raíces de mi madre, se me ha permitido cultivarme desde mi infancia en esta fortaleza. Y si bien no sé a qué pudiese usted referirse con ello, puedo decir con certeza que no soy ningún "recluta"... sencillamente sé que soy Xefil y que tengo que descubrir qué ha pasado aquí.

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¿En serio tenemos ambos el mismo color? xDDDD

[Nell]

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Fail xD

La mujer no parecía, en absoluto, molesta por la manera de hablar del joven. Todo lo contrario: se mostraba abierta y mucho más cómoda de lo que cabía esperar de una intrusa que se había colado aprovechando la poca vigilancia del castillo.

—¿De este mundo? Imposible —decretó, siendo dicha conversación mucho más urgente que la desgracia que pesaba sobre el reino—. Si hubieses vivido aquí siempre, habrías caído en el mismo letargo que los demás.

Sin embargo, hizo una breve interrupción para meditar todo aquello, como si no estuviera del todo segura de sus propias palabras. Finalmente, decidió creer al joven.

—Joven Xefil, mi nombre es Nanashi, protectora de los débiles y vasalla de bajo linaje. Siento, pues, no haberme presentado antes —se disculpó, aunque tampoco parecía muy culpable—. Un extraño caso el de este lugar, sin duda. Dígame, señor, ¿qué ha ocurrido con los ocupantes del reino para sumergirse en un sueño del que nunca despiertan? ¿Conoce usted la naturaleza de la maldición?

[Zee]

—Es un placer conocerla, señorita Nanashi —saludé. Por un momento, quise tomar su mano y besársela como solía hacer con otras nobles. Eso hubiera sido una elegante muestra de educación y respeto, pero debía recordar que aquella extraña no era ninguna mujer del reino: quién sabría de dónde había llegado y cuáles eran sus costumbres, ideología o visiones del mundo... Al final, preferí no arriesgarme, aunque decidir entre llamarla "señora", "dama" o "señorita" también supuso un pequeño problema—. Qué ha sucedido aquí, eso quisiera saber yo. Cuando desperté, todo se hallaba de la manera en que usted lo ve: guardias por aquí, nobles ahí, sirvientes allá... Y nadie más que se encontrase en mi situación, por desgracia. Afortunadamente, no pasó mucho tiempo antes de que pudiese escuchar sus pasos.

Miré a Nanashi a los ojos, esperando alguna especie de réplica o señal. Sin embargo, pareció notar mi urgencia por continuar hablando, por lo que no dijo nada. Posiblemente esperaba que pudiese darle alguna respuesta, o tal vez simplemente quería escuchar mi opinión sobre el asunto. Si se hallaba en una situación como la mía, indiscutiblemente quería escuchar ambas.

—No somos tan diferentes, parece ser... —pensé. Independientemente del lugar del cual había arribado, sin duda había experimentado sentimientos parecidos a los míos cuando halló el castillo sumido en un profundo sueño. Si había sido capaz de guardárselos para ella misma y permanecer serena ante el asunto, contrariamente a mi persona, era una cosa muy diferente—. Mis conocimientos de magia no van más allá de la teoría básica —añadí en voz alta—. He intentado algunos hechizos por aquí y otros por allá, pero generalmente no tienen la suficiente fuerza como para actuar como es debido. Podría decirse que tengo una chispa, pero no... —me interrumpí, a la par que negaba con la cabeza. No era necesario entrar en detalles sobre mí mismo ni distraer a aquella dama. Fui directo al grano—: Lo que quiero decir es, básicamente, que desconozco por completo la naturaleza de la nigromancia que envuelve a este reino. En realidad y si soy sincero, esperaba que usted tuviese sus pensamientos propios respecto al asunto, señorita Nanashi.

Me crucé de brazos y me recargué todavía más sobre el marco de la puerta, como apremiando a aquella mujer.

[Nell]

Nanashi pareció pensarse las palabras del muchacho.

—Es posible. Pero ninguna de mis soluciones podrían llevarse a cabo, por el momento —confirmó—. Así pues, comprobaba la gravedad del asunto. Por suerte, los sincorazón se limitan a dejar dormir a los habitantes del castillo, y no creo que eso cambie a la larga, por lo que podemos preocuparnos de problemas mayores antes de hallar una solución para este reino —decretó.

Caminó hacia la puerta, pasando al lado de Xefil, antes de volver a dirigirse a él.

—Joven señor, debo marcharme ya. Pero sería un placer para mí que me acompañara a la entrada para poder hablar más sobre su situación —comentó, por primera vez, insegura por alguna extraña razón—. Y sobre ese raro letargo del que ha despertado, al contrario que los demás. ¿Recuerda, por casualidad, algún dato sobre el sueño que tuvo?

Mientras el joven le respondiese, Nanashi franquearía la puerta y echaría a andar por el pasillo, en caso de que le acompañara. Sino, se quedaría frente a la entrada para escucharle.

[Zee]

Escuché con atención la respuesta de aquella extranjera. Para mi más profunda decepción, ella no tenía ninguna manera de solucionar la maldición o hechizo que envolvía a todo el reino. Sin embargo, noté que tenía algunas otras cosas que podía decir, pero que prefería guardarse. Debía tener una mínima idea de la causa del profundo sueño, pero no había compartido ninguna de sus teorías. Decidí no hostigarla con preguntas, sin embargo. Aunque sí hubo algo más que me resultó curioso:

—Los... ¿"los Sincorazón"? — murmuré cuando Nanashi pasó al lado mío para salir de la habitación de la princesa. Era natural, después de todo, que uno se confundiera ante el uso de una palabra que desconocía. Pero eso... no quisiera sonar presuntuoso, pero que yo, un ratón de biblioteca, desconociera una palabra... eso era casi imposible.

Ahora bien... palabra compuesta, morfema y lexema y tal rollo. Podía deducir que aquello a lo que Nanashi llamaba "Sincorazón"... pues no tenía corazón. Pero eso no me llevaba a ningún lado. Habían grandes probabilidades de que se trataran de seres vivos, a juzgar por la manera en la que había utilizado la palabra, sí, pero... ¿criaturas sin corazón? ¿Era eso posible? ¿O se trataba simplemente de una analogía, de un concepto abstracto? ¿Tal vez era un monstruo que sencillamente desconocía la piedad y, por tal, se decía que no tenía corazón?

Noté que la forastera se había detenido a unos pasos después de haber cruzado la puerta. Me confesó que debía irse y que "sería un placer que la acompañara a la entrada". Sabía, sin embargo, que podía encontrarla por sí misma y que lo que realmente quería, más que mi guía o compañía, eran más respuestas. Y así fue: unos instantes después, me preguntó un poco más sobre mi sueño.

—Bueno, será un honor, noble dama—concedí. Sencillamente, no podía negarme a la petición de tan elegante, misteriosa y autoritaria mujer—. Si desea saber sobre mi "sueño" como en "dormir", puedo decir una vez más que no conozco causas, consecuencias o soluciones. Si se refiere a "sueño" como si "he visto algo mientras dormía", entonces me temo que mi mente se halla como un libro en blanco —tras haber dicho estas palabras, me incorporé del marco donde aún seguía reclinado y luego caminé hasta quedar al lado de Nanashi. Después, como había hecho múltiples veces en mi vida, educamente le ofrecí mi brazo a la dama—. Ahora, supongo que podremos hablar de otras cosas mientras caminamos. ¿Le parece a usted bien?

[Nell]

La mujer echó a andar por el pasillo, al mismo paso del chico para que ambos pudieran ir emparejados por el solitario y triste palacio.

—Los sincorazón —comenzó a explicar, al notar el dubitativo tono del chico— son seres hechos a partir de la oscuridad que asolan los mundos y perturban la paz. Puede que no los haya visto, puesto que moran por ahora en los alrededores del palacio. Sin embargo, debe saber que son muy peligrosos. No se acerque nunca a ellos sin saber cómo combatirlos.

Llegaron hasta las escaleras que conducían a la sala del trono y comenzaron a bajarlas. Nanashi, como una dama, se recogió un poco el vestido para no pisárselo, mientras descendía sin mayor preocupación. No volvió a tocar el tema del sueño en blanco que mencionaba Xefil.

—La otra cosa de la que debemos hablar es sobre su situación, señor —acordó Nanashi—. Con los sincorazón al acecho, no puedo dejarle indefenso y solo en este mundo. Pero, imagino, que usted no sabrá nada sobre otros mundos, ¿verdad? Este sólo es un pequeño pedazo dentro del gran conjunto que es el universo. Y pese a que el resto también sufren la amenaza de los sincorazón, estará más a salvo con nosotros, aprendiendo a defenderse de ellos. Así pues, ¿aceptaría venir conmigo a un lugar más seguro, aunque eso suponga dejar atrás este lugar hasta que seamos capaces de encontrar una solución al problema?