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La noche caía sobre Port Royal. Como todos los días, las calles y los bares comenzaron a llenarse de indeseables que gastaban su dinero en prostitución, alcohol y otras actividades poco cívicas. Para la gente normal, no hacían más que ruido y romper cosas de la ciudad que a la mañana siguiente ellos mismos tendrían que arreglar, soportando a vagabundos tirados por el suelo y apestando a alcohol; para otros, como los taberneros, eran buenas noches de recaudación de dinero, mucho dinero. Y para otros era la noche perfecta para dedicarse a su profesión: el robo.

Aquel era el caso de Andros. Durante el día era más peligroso robar, pues si era captado por un noble podría ser encarcelado y ahorcado en muy poco tiempo. Sin embargo, por la noche era perfecto: con todo el caos que se desataba en las tabernas y las presas fáciles, debilitadas por el alcohol, conseguir bolsas llenas de dinero era coser y cantar, y más para alguien con habilidad como él.

Por lo tanto, tocaba ponerse manos a la obra.

El joven calzó sus botas, atando los cordones con fuerza aún sentado en la cama. Había regresado unos instantes a casa para cambiar de atuendo después de pasar toda la tarde en las calles de Port Royal. No robando, sino reconociendo el terreno. Aquel día la ciudad estaba mucho más llena que habitualmente y prefería tener controlados los grupos de guardias del gobernador. Tal y como había creído en un primer momento, éstos habían aumentado de forma bastante peligrosa.

Se levantó, echando un vistazo a la habitación de Eone, donde los ronquidos del anciano indicaban su profundo sueño. Sin duda alguna era el momento adecuado para saltar a la calle. Cogió unos guantes de seda que utilizaba tras un encuentro bastante productivo y se dispuso a salir de la casa. El error fue el mal estado del suelo y el quejido de las tablas cuando pasó cerca de la sala central.

—¿...Sales de nuevo? -aquella era la voz que menos quería oír. El ruido había despertado a Eone, quien había imaginado que volvía a marcharse. Se mordió el labio inferior, haciendo una pequeña mueca con los labios.
—Sí, señor... Roncas demasiado, está claro que lo que estás tomando no hace efecto. Iré a "jugar" para sacar algo de dinero, conseguiré una medicina más fuerte -no era exactamente eso, pero estaba claro que no era una mentira al cien por cien. No le gustaba mentir: restaban puntuación en el juego según Eone.

Se produjo el silencio en la sala, y en toda la casa en general. Andros supo que el otro estaba pensando en sus palabras, así que avanzó un poco más hacia la puerta. Recordó una ultima cosa antes de salir y miró hacia atrás:

—El doctor me dijo que vendría esta noche para revisarte. Dile que le pagaré mañana por la mañana -y diciendo esto  salió, dejando al antiguo mayordomo sentado en su cama, meditativo:
—Ten cuidado...

El chico inspiró hondo cuando salió al exterior, llenando sus pulmones con aquel aire con olor a mar. Era lo único que no había cambiado durante su vida en Port Royal. Pasó una mano por su nuca, observando la situación actual de la ciudad: tal y como se había esperado, el número de personas se había mantenido. Incluso podía decirse que se había doblado la cantidad desde la tarde. 
Sonrió , dirigiéndose a la zona de las tabernas, imaginándose que allí habría mas personas con los sentidos atrofiados por los efectos del alcohol.

El ruido en el interior de una de las tabernas más populares de la ciudad, El Patriciero, era realmente ensordecedor. Gente gritando, riendo, cantando... Se notaba en el ambiente la marcha y el movimiento. Aquella podía ser de las noches más fructíferas que había tenido el joven en mucho tiempo, pues todo eran facilidades entre los nuevos marineros que habían visitado aquella isla esa noche y que ya era la hora de salida de las cortesanas, las cuales a cambio de un pequeño porcentaje de las ganancias obtenidas distraían a los guardias y las propias víctimas.

Un hombre gordo y feo exigía sentado en la barra su jarra de cerveza, ya borracho y con movimientos torpes y bruscos. Se podía apreciar una pequeña bolsa de dinero con unas pocas monedas de oro en su bolsillo trasero: una víctima fácil. Sin embargo, algo más al fondo, se podía ver a alguien cubierto de ropas con una bolsa más grande, a rebosar de dinero, sobre la mesa. Llevaba un sombrero grande y alargado, pelo negro poco cuidado, y pechos sobresaliendo de entre sus ropas cubiertos de unas extravagantes ropas interiores ajustadas que dejaban ver de todo. Se trataba de una mujer, acompañada por su loro verde, seguramente una pirata.


Robar al hombre gordo sería fácil, pero el botín de la mujer era mucho mayor y difícil de conseguir. Si lo quería, debía preparar una buena estrategia.