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Despertar. Ducha. Vestirse. No olvides plancharlo antes. Desayuno. Salir. No olvides cerrar bien la puerta.

Día a día, las mañanas eran iguales. Aburridas. Monótonas. Rutinarias. Secas. Desde que ella se había ido, nadie le daba los buenos días, nadie lo había esperado con un desayuno a la mesa (aunque no por eso había días que Yoichi se las arreglaba solo), nadie le había deseado suerte cuando salía para el colegio, nadie le había dado la bienvenida al regresar...

Yoichi suspiró. Tenía que ser fuerte, independiente. Iba a demostrárselo a sí mismo, y a los demás. Y también a ella, que seguro que lo estaba mirando desde algún lugar más allá del brillante amanecer.

Saque la cartera que tenia en el bolsillo de mi pantalón negro recién planchado. La abrí haciendo que el botón sonara al separarse de su base. Mire el interior, solte una pequeña queja,no tenia muchos platines.
Debía ser cuidadoso con el dinero que gastaba, ahora que me lo administraba yo mismo me daba cuenta de lo difícil que era ser adulto. Todo parecía mas fácil cuando me limpiaban la ropa y me servían la comida.
Esboce una pequeña sonrisa sintiéndome algo solo y me refugie mirando la fotografiá que tenia dentro de la cartera, era la fotografiá de mi madre adoptiva.
“hoy haré que sea un buen día”.-Me dije a mi mismo

Revise mis bolsillos en la puerta asegurándome que tenia todo lo necesario para buscar trabajo.

-Curriculums...eh...móvil...si esta todo . - me repeti caminando hacia la puerta.

Según la puerta iba cerrándose tras de mi, me di cuenta que me deje las llaves dentro. Intente reaccionar a tiempo pero cuando quise llegar a ella, ya estaba cerrada.

-Genial. Ahora el casero se acordara de toda mi familia...- me queje de nuevo en silencio.

El pasillo de mi edificio no estaba especialmente cuidado, era un edificio antiguo, había algunas pequeñas goteras y aun que no era anti-higiénico tampoco es que fuera un hotel de cinco estrellas.
Camine rápido hacia la entrada del edificio donde vi algunos niños que volvían del colegio. Siempre que veía niños añoraba cuando yo era uno, pese a ser huérfano la mejor época de mi vida era cuando era un chaval, no tenia que pensar mucho que quería hacer, ya lo hacia mi madre por mi...

Pare para esperar que el semáforo se pusiera en verde, mirando a mi alrededor vi como los tranvías se habían actualizado bastante, atrás quedaban ese diseño naranja donde cualquiera se podía subir fácilmente. Ahora eran de colores verdes y caros, teniendo en cuenta que antes eran gratis.
Eso me recordó cuando mi madre de adopción me subía al techo y nos sentábamos ahí. Ahora ya no se puede, el techo es abombado...

Ya no me sentía parte de este mundo y maldecía el continuo amanecer y anochecer que había, por que no pudiera ir a algún lugar... Cuando me quise dar cuenta el semáforo había pasado de nuevo a verde a rojo y me volvió a tocar esperar. Me puse los cascos en las orejas y sonaba un grupo llamado "Bohemia Lectura" un grupo de rock que intentaba tocar algo de poesia, pero segun iban pasando los años, el grupo se volvia algo cutre...Supongo que como todo con el tiempo. El semaforo paso a verde y empece a caminar tarareando una pegadiza cancion antigua.

"Doraemon...troll... turuu..."

La caminata por Villa Crepúsculo fue la misma de siempre. La ciudad se hallaba tan tranquila y serena como lo estaba todos los días, con la excepción de algunos muchachos en monopatín u organizando mini-torneos de Struggle. La tenue luz del amanecer brillaba con suavidad sobre la localidad; no con tanta intensidad como el atardecer, era cierto, aunque no por ello la ciudad resultaba menos melancólica.

Cruzar las mismas calles, viendo los mismos rostros, siguiendo los mismos pasos... A veces se tornaba... aburrido y deprimente. Eso no significa que Yoichi pudiese rendirse, por supuesto. El joven siempre seguía adelante, esperando conseguir una mejor vida y ser una mejor persona. Todo para ella.

Había sido díficil. Y demasiado pronto. Doloroso, por supuesto. Precisamente por ello, el muchacho se había prometido mejorar para ella y para sí mismo.

Y aquel día, como todos, esperaba ser alguien mejor. Con los papeles listos, Yoichi echó a andar hacia aquella oportunidad, hacia aquel edificio donde, se había prometido, iban a aceptarlo finalmente como un adulto.

—¡Ah, lo lamento! —se disculpó alguien, cuyo hombro había impactado por casualidad con el de Yoichi. El joven, que llevaba los auriculares puestos, ni siquiera escuchó la voz femenina que se excusaba, por lo que siguió caminando, ensimismado, sin mirar atrás.