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La colina del ocaso, un pequeño lugar apartado de la ciudad, era un lugar perfecto para la juventud de Villa Crepúsculo: allí se podía descansar, entrenar, jugar... Ya se sabía que era el lugar por excelencia para los muchachos para divertirse o relajarse. Además, la réplica a escala del reloj de la estación siempre marcaba la hora correcta, algo más que útil por aquel lugar.

Las siete y media de la tarde marcaba precisamente aquella figura. El atardecer estaba llegando; los más jóvenes ya comenzaban a abandonar el lugar de ocio, seguramente dirigiéndose a sus casas poco a poco. Al poco tiempo nadie quedaría allí; solo el descendente sol que se perdía en la lejanía...

Y sin embargo, el joven Kibura seguía allí.

-Que hermoso es ese tono de rojo- Decia Kibura viendo como el sol se ocultaba a la lejania, pronto se quedaria todo a oscuras, pero justo en ese momento el sol se tornaba en el color preferido del chico.

-Bueno hora de volver a casa- penso Kibura mientras se levantaba de un tirón del suelo, donde se hallaba sentado con las piernas cruzadas. Se dispuso a volver al centro de Villa Crepúsculo, caminando tranquilo y estirando los brazos -Deberia comprar algunos vegetales, aun hace falta... y mas pescado, si pescado, de ese rojo tan delicioso- se decia a si mismo mientras se relamía los labios, sin embargo al llegar a la estación del tren, este parecía haber cerrado temprano -Rayos, bueno me iré por los túneles-.