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La chica pareció emocionarse con las palabras de Edge, incluso la petición de Hana fue recibida con una amplia sonrisa a pesar de no haber dado motivos por lo que quería aquella arma como había echo el soldado.

—P-pero para conseguirla tendríais que venir conmigo a un sitio muy, muy lejano... Una academia p-para entrenaros. Por mí no hay problema en que vinieseis... ambos parecéis fuertes y ahora, más que nunca necesitamos m-mucha gente para proteger los mundos de las hordas de sincorazón. Quizás no podáis v-volver en varias semanas a este sitio y haceros portadores significaría que no solo tendríais q-que proteger este mundo... También t-tendríais que proteger los demás. Si estáis p-preparados para eso... os dejaré venir a los dos.

La chica invocó su arma y la cogió por la zona del filo ofreciendo su mango a los dos jóvenes.

—S-si de verdad estáis p-preparados... C-cogedla.

En cuanto cualquiera de los dos la cogiese, esta desaparecería volviendo a la mano de su propietaria, que volvería a ofrecersela a quien quedase por cogerla.

No parecía que hubiese cambiado algo en ellos por fuera, sin embargo por dentro podrían notar un sentimiento extraño, algo reconfortante y a la vez cálido, incluso notarían que tenían la capacidad de llamar aquella arma aunque jamás la hubiesen invocado antes.

Al parecer, hasta el arma tenía un precio. Hana no se lo esperaba, ya que Rebecca le había parecido, hasta entonces, el cliché de heroína que salva a la gente, da dinero a los pobres y regala todo lo que no le sirve. ¿Por qué entonces no esa llave? Quitársela no era una opción viable, ya que la mujer era más fuerte que ella. Sólo quedaba una opción…

Sin embargo, aceptar equivaldría a abandonar aquel sitio. Toda su vida. El mar, el barco, la brisa… Pero, ¡qué demonios! Quizá, marchándose, podría expandir más horizontes que en aquel navío en el que llevaba demasiados años. Podría ver el mundo. Ser ella misma quien navegara y no estar a las órdenes de nadie (aunque no exactamente iba a ser así). Siempre podría regresar, al fin y al cabo, o eso pensaba. Y, si lo hacía siendo más fuerte, podría formar su propia tripulación. Obtener botines a mansalva y tener el poder de decidir quién se quedaba la mayor parte. Algo que tenía clarísimo, obviamente.

—Está bien —no estaba muy de acuerdo con eso de “proteger a los demás”, pero supuso que aquel no era un juramento ni nada por el estilo—. Espero que esto no sea ningún timo.

Los timos los prefería hacer ella, evidentemente.

Hana tomó el mango de la llave y observó, sorprendida, cómo desaparecía de su mano y volvía a Rebecca, la que luego se la ofrecería a Edge. Se le ocurrió pensar que, posiblemente, aquel no fuera el lugar más apropiado para cerrar dicho trato. Rodeados de masacre y destrucción, el lugar donde había peligrado su vida, donde se había disipado otras muchas, de las que ahora no quedaba rastro. A pesar de la indiferencia que Hana creía sentir hacia aquella escena, no podía dejar de darle vueltas. Y no, precisamente, porque pensase que podía haberle sucedido a ella, en realidad.

Una sensación inclasificable. Como la que albergó al agarrar la Llave Espada.

Rebecca aceptó. Y a pesar de que el chico se sentía eufórico, por su modosa forma de ser, se limitó a esbozar una sonrisa y a dar las gracias una y otra vez mientras Rebecca les ofrecía su arma.

Para su sorpresa, Hana había aceptado, la llave había desaparecido y había vuelto a las manos de Rebecca, quien ahora se la ofrecía a Edge. Dio un paso adelante y se dispuso a cogerla. Al alcance de su mano ahora se hallaba algo más que una simple arma, era el medio perfecto para conseguir su noble cometido, o eso creía. Sabía que era difícil e improbable, pero estaba seguro que a partir de ese momento, sus actos empezarían a tener mucha más repercusión.

―Soy consciente que, mucho a mi pesar, persigo algo muy cercano a una utopía, quizá incluso sea sólo una fantasía de un humilde servidor ―empezó a decir antes de cerrar el puño en la empuñadura―. Mas creo de verdad que unirme a esta empresa es el único modo de cumplir con mi afán.

Al coger el arma, ésta desapareció y volvió a las manos de Rebecca. Un nuevo y desconocido sentimiento recorría el interior de Edge. Sabía que una nueva fuerza había nacido dentro de él, y esto reforzó, de nuevo, el lazo que le unía a sus ideales. Un montón de puertas se habían abierto ante él.

―Será un placer acompañarla en este viaje, señorita Hana ―sonrió.

―Entonces... Todo está listo ―sentenció Rebecca―, podremos partir cuando queráis, solamente... Ya dije que no volveréis aquí en una t-temporada por eso... Esto... p-por eso ya sabéis... Si necesitáis despediros d-de alguien... C-creo que deberiais ir ahora. Os esperaré aquí mismo.

Si los dos se marchaban (o aunque uno de ellos se quedara con la Maestra), la muchacha esperaría sin moverse ni decir nada hasta que volvieran junto ella, donde estaría quieta con una plaquita metálica de aspecto amorfo en cada una de sus manos. Las placas parecían poder tener cualquier forma e incluso adaptarse a cualquier parte del cuerpo, cosa que podrían comprobar nada más tocar el metal en cuanto Rebecca se lo diera en mano.

―Esta es u-una pieza de armadura. S-sirve para protegernos durante los viajes en el espacio sobre Glider y... Ah, claro. S-se activan con un pequeño botón que tienen, ¿lo véis? ―la maestra señaló al metal que acababa de dar a sus nuevos aprendices, la única parte que no parecía moldeable era una especie de aro que sin duda era el botón al que se refería.

Rebecca pulsó un botón en su brazalete haciendo que su cuerpo se cubriese por completo por una majestuosa armadura ceñida que le daban un aspecto ágil, como el de un felino. Ni una parte de su cuerpo quedaba visible tras el casco y la parte del cuerpo de la armadura. Tanto las piernas como los brazos también estaban escondidos eficazmente

―Ahora nos iremos a Tierra de Partida. Tan solo... U-un lugar apartado... Sí... d-debería haber uno por aquí como... ¡A-allí! ―la mujer señaló un lugar apartado en una calle no muy grande, pero lo suficiente como para que los tres pudiesen entrar sin molestarse, Rebecca hizo aparecer en su mano su llave espada y la lanzó al firmamente convirtiéndola en un vehículo flotante de aspecto raro. ¡Jamás habrían visto nada igual!―. Venga... p-probad vosotros. Solo tenéis que pensar en vuestra arma, desear que aparezca y lanzarla hacia el cielo

El turno siguiente para tomar la llave fue de Edge, naturalmente. Y, después de que el procedimiento diese por finalizado, el joven muchacho, sin saber nada de con quién estaba tratando, intentó mediante amables palabras simpatizar con Hana. Y cuya reacción no se hizo esperar, castañeando los dientes con indignación.

—No vuelvas a llamarme señorita —le advirtió. Primero dama y luego, ¡eso! ¿Qué sería lo siguiente? No quería saberlo—. Si sabes lo que te conviene.

Quizá fuera un buen momento para que Rebecca se arrepintiese de uno de sus nuevos aprendices. Pero, como Hana no podía saber en qué pensaba la Maestra, se limitó a escuchar los tartamudeos de sus instrucciones.

Al parecer, tenían un margen de despedida para sus seres queridos. Por supuesto, Hana no quiso desaprovecharlo.

—Volveré enseguida.

Salió del local y echó a correr hacia el puerto. No se fijó en la gente de la calle, en si había mucha o poca tras el incendio, en si estarían asustados o, por el contrario, la situación ya se había calmado. Le daba igual. Aquel mundo había pasado a ser un interés secundario para ella. Lo que pasara en él no le importaba, no, ahora, que podía navegar en un mar más grande. O eso creía. Porque nunca dejaría de añorar las aguas de allí, por muy lejos que fuese. Aunque entonces no lo sabía.

Llegó hasta su destino, pero se detuvo a la entrada del puerto. Desde esa posición, podía ver el barco, donde había pasado toda la vida que podía recordar. En ese momento, los piratas cargaban las provisiones, dispuestos a partir cuanto antes, por si la guardia les avistaba, con todo el jaleo que se había montado. Hana se dio cuenta de que, seguramente, además, la estuviesen esperando, creyendo que regresaría sana y salva de la taberna en cualquier momento.

… O quizá no.

Retrocedió y regresó por donde había venido, con cuidado de que ninguno de los piratas la viese. Con o sin ella, tendrían que marcharse, tarde o temprano. ¿Qué más daba que pensasen que había sido una de las desaparecidas? ¿Por qué arriesgarse a que su tío Gess no le dejase emprender aquel viaje, cuando había una solución mucho más sencilla? No le daría lástima dejarles tirados, sin despedirse, porque no sentía nada.

Una vez de nuevo en la taberna, sin decir ni una palabra y estando todos reunidos, Rebecca les entregó a ambos una pieza y pasó a explicarles su utilidad. Obedeciendo la orden, Hana lo ubicó en su brazo izquierdo y, tras observar el efecto provocado en la Maestra, pulsó el botón para ver su propia armadura. En apenas unos segundos estuvo recubierta de su nuevo conjunto intergaláctico, que pese a no ser tan ágil como sus ropas, serviría como buena defensa.



—Es un regalo, ¿verdad? —aclaró de inmediato Hana. Le gustaba demasiado la armadura como para osar Rebecca que se lo devolviese, algún día. “Lo que se da, no se quita”. Excepto si te lo roban.

Se movieron entonces a un callejón oculto para acabar los preparativos y partir de inmediato. Hana invocó de buen talante su nueva arma, admirándola con aprecio. Puede que no tuviese la forma más bonita deseada, pero sin duda, trataría de arreglarla cuando pudiera.



Y la lanzó al aire. Mientras esperaba a que regresase, recordó lo que estaba a punto de hacer. Había navegado, pero nunca volado. ¿Sería igual? ¿O diferente? ¿Le esperaría una isla maravillosa más allá? ¡Más le valía a Rebecca, o todo aquello habría sido en balde!

Lo que sí estaba claro es que Hana tenía un nuevo objetivo, expandiendo de ese modo sus horizontes: descubrir todos los rincones de aquel mar de estrellas.

A pesar de los ladridos de la muchacha, Edge se limitó a sonreír. Rebecca hizo también caso omiso a la conversación y prosiguió con las instrucciones. Según las palabras de la maestra, se irían a un lugar muy lejos de Port Royal, y seguramente no volverían a su hogar durante un tiempo considerable. Si tenían que despedirse de alguien, ése era el momento.

Hana no tardó ni un instante en marcharse. Edge miró a Rebecca, hizo una reverencia y se adentró por las calles de la ciudad. Mientras andaba quedó absorto en sus pensamientos, ¿de quién debía despedirse? Si quería ser cortés y ahorrarse problemas debía decirle adiós a todos los conocidos del mercado, a los vecinos, a la guardia y a sus superiores... Incluso Edge tuvo la suficiente sensatez de descartar tal idea. No quería hacer esperar a Hana y a Rebecca, no sería correcto por su parte. Además de que seguramente, por seguridad, aquello no se podía ir difundiendo a los cuatro vientos. Al final el joven decidió que únicamente se despediría de sus padres y mucho a su pesar, no les diría del todo la verdad.

Finalmente llegó delante de su casa, se acercó a la ventana más cercana a la puerta, que daba a la cocina, y golpeó suavemente el cristal. Vio como su madre, que estaba cocinando, sonreía y desaparecía de su vista. Y en pocos instantes la puerta del hogar se abría hospitalariamente.

—Hola, madre —dijo afablemente

—¡Por dios, Edge! ¡¿Dónde has estado?! Se dice que ha habido un ataque de los demonios negros —exclamaba su madre a la vez que lo iba arrastrando por un brazo hacia dentro—. No te quedes fuera, ¡entra!

Nada más entrar vio a su padre ocupándose de los quehaceres de su negocio, que dejó inmediatamente al verle entrar. Se saludaron con un abrazo y los tres se dirigieron al salón y tomaron asiento.

—¿Qué carajos ha pasado? ¿Te han herido? —empezó el hombre.

—Tranquilizaos, todo está en orden, yo estoy espléndidamente —sus padres eran las únicas personas en el mundo que Edge se permitía tutear—. Pero no tengo mucho tiempo.

—¿Qué ocurre entonces? —preguntó la mujer, sufridora por naturaleza.

—Ante todo, no os preocupéis. Me han asignado una misión especial, secreta.

—¡Ay, hijo mío, qué dios te bendiga!

—¡Pero déjale hablar, caray!

—Ya os he dicho que no debéis preocuparos. Es una tarea especial, sí, pero no sufriré ningún tipo de riesgo —mintió, la verdad es que ni él mismo sabía lo que le deparaba el futuro, lejos de su ciudad —. Mas debo partir en breves instantes, ya está todo preparado. Tendré que ausentarme durante una larga temporada, pero estaré sano y salvo allá donde vaya. Aunque no pueda revelaros mi paradero ni podré comunicarme con vosotros, no debéis sufrir por mí.

—¿Te quedas a cenar? —preguntaron padre y madre al unísono.

—No —sonrió.

La despedida no se alargó mucho más, la madre de Edge no pudo contener las lágrimas y empezó a llorar sin control, mientras su padre resistía, a duras penas. Tras consolarse unos a otros y después de unos cuantos abrazos, Edge salió de su casa para afrontar una nueva vida. No tenía pensado darse la vuelta cuando oyó que detrás suyo chasqueaban los dedos para llamar su atención.

—Cuídate, ¿eh? —dijo su padre.
—No olvides lo importante de la higiene, no vayas a ponerte enfermo —terminó su madre.

Se despidieron nuevamente y finalmente, Edge, puso rumbo a la taberna.

Cuando llegó Hana y Rebecca ya le estaban esperando. La maestra les hizo entrega de una placa metálica a la vez que les explicaba su funcionamiento. En tan solo un instante una maravillosa armadura cubría de pies a cabeza a la mujer. Emocionado, y al igual que Hana, la pieza de metal se acopló a su brazo izquierdo y, tras pulsar el botón, una armadura de color carmesí arropaba su cuerpo.



—¡Albricias! Esto es... ¡soberbio!

Se dirigieron a un pequeño callejón para partir, finalmente, hacia otro mundo. Edge no se había planteado cómo lo harían, pero para nada había imaginado que la llave espada se pudiera convertir en un vehículo, no tardó ni un instante en preguntarse hasta dónde llegaban las posibilidades de esa arma. Hana hizo lo mismo que había hecho Rebecca y ya había materializado su propio Glider, lo que le hizo volver a la realidad.

Invocó su llave espada y, a la vez que experimentaba un sentimiento único y desconocido hasta entonces, la lanzó al aire.



Ésta no se hizo esperar y se convirtió en una especie de vehículo alargado que levitaba en el aire.



Subió y se aferró a él. Otro lugar, otro tiempo. Si había respuestas, él las encontraría allí.

Y se elevaron. Desde el cielo pudieron ver por primera vez algo que jamás habían visto, unas hermosas vistas aereas de todo Port Royal. Se veía el puerto, la prisión, las casas, barcos que estaban anclados en la lejanía... Kilómetros y kilómetros de bastas vistas, montañas, bosques tropicales, playas... Y la enorme luna que reinaba sobre la noche.

El cielo estrellado estaba más bonito que de costumbre, millones de puntitos brillantes que salpicaban e iluminaban sobre ellos, un paisaje sin duda que hacía ver lo grande que era el mundo en comparación a ellos.

Rebecca fue explicando a su manera el funcionamiento de los vehículos voladores y algunos conceptos básicos para que pudiesen evitar los peligros del espacio, por ejemplo: No quitarse la armadura en el oceano espacial o evitar internarse en cinturones de asteroides. También recomendó evitar las flotas sincorazón que algunas veces pasaban por el intersicio de los mundos.

Y cuando menos lo esperaban vieron en frente de ellos un mundo con empinados acantilados y altas colinas donde reposaba un blanco y majestuoso castillo.

Tierra de Partida.