>> Me lo ha filtrado Diana, jejej...
—Simplemente le di una oportunidad a Laforet, tal como aquel día la hice mi aprendiz. Si me hubiese encontrado con ese chico, le habría ofrecido también mi tutela dentro de estos muros. Sin embargo, parece que tienen claro cuál es su sitio.
—¿Igual que tú, verdad?
Nanashi siguió leyendo un pequeño libro, ignorando las palabras de Ariasu, quien descansaba encima de una de las estanterías esbozando una cínica sonrisa.
Estaba claro que había intentado provocarla.
—Maestra, ¿sabe si estaban buscando algo en concreto? A lo mejor sólo me lo estoy imaginando, pero tengo la impresión de que Andrei y Diana estaban intentando atraer nuestra atención para alejarla de sus maestras. Si no, no comprendo por qué iban a arriesgarse tanto sabiendo que había dos Maestros en este mundo…
—No puedo estar cien por cien segura —respondió Lyn bajo la capucha, sincera—. Por lo que tengo entendido, sus investigaciones giran en torno al origen y extensión de los sincorazón. Quizás en este mundo esté empezando a nacer un nuevo brote que les interese. Aunque a la aldea no se han acercado.
Ronin estuvo atento a la conversación entre Maestra y aprendiz, a la vez que escuchó la información que Hana y Xefil otorgaron. Se rascó la barba, realmente interesado por la cuestión que le había hecho a quien llamaba "el bello durmiente".
—No se lo impide nada, Hana —contestó, empatizando a continuación con Xefil—. Hay algo que les atrae mayormente, más allá de los bosques. Un lugar donde los corazones son más...
Por un momento, el Maestro dudó de compartir aquella información delante de Hana y Fátima. Pero sabía perfectamente que Xefil conocía ese lugar del que hablaba. El castillo del príncipe transformado en bestia... era el nuevo objetivo de los sincorazón.
—No eres el primero que habla sobre un enorme castillo al otro lado del bosque, Xefil —dijo, comprendiendo la metedura de pata del joven—. Este mundo se cierne por las leyendas y los cuentos para asustar a los niños.
>> Y sí, esos animales... tienen sentimientos. Puede que no la misma esencia que nosotros, pero poseen un corazón que puede tener miedo, ira, tristeza al perder a alguien querido de su camada. Lo que me pregunto es... a qué esperan para dar el golpe de gracia... Bastión Hueco conoce de ellos, por lo que si los sincorazón no se han acercado, es porque... ¿los están controlando ya? Ese castillo... y esa bestia...
—Espero… Espero que usted también llegue a confiar en mí.
La Maestra Lyn levantó la mirada para encontrarse con los ojos de Fátima. Una sonrisa salió de sus labios, pero de pronto sonrojó ligeramente y apartó la mirada, mostrando un comportamiento más acorde con el suyo. Aligeró el paso, siendo seguida de cerca por la joven.
—Eso espero, Fátima. No quiero aprendices vagos e ignorantes a mis espaldas.
Y sencillamente adorable.
—¡¡¡No estoy loco!!!
Decididos a salir de la aldea al anochecer para volver a Tierra de Partida, maestros, aprendices y nativos de aquel mundo contemplaron una escena algo penosa. Frente a la taberna, un viejo loco gritaba histérico, siendo sujetado por varios hombres. Estos cargaban con él con todas sus fuerzas, quien se estremecía y posaba sus ojos llenos de locura en lo presentes.
—¡¡Es ella!! ¡¡La he vuelto a ver hoy!! —al lado de Fátima, Lyn agachó las orejas. No supo si por pasar desapercibida por el anciano que la había acusado aquella misma mañana o por despertar sentimientos de desconcierto dentro de ella— ¡¡Resurgida de los mismísimos infiernos!! ¡Está aquí, entre nosotros! ¡¡Devorará a nuestros hijos durante la noche...!!
Los hombres consiguieron encerrarlo en un carro de caballos.
—Otro loco. Últimamente el manicomio está recibiendo demasiados inquilinos —comentaba uno de los pastores, atraído por el escándalo.
—Por eso te digo que es mejor no hablar de cosas raras del bosque —admitió el otro, encogiéndose de hombros—. Esos rumores de un castillo y las bestias. No me atrevo a comentarlo en público ni de broma. Tengo mujer e hijos a los que cuidar y alimentar como para acabar como ese vejestorio.
El carro se alejó con el ir de los caballos.
—¡¡La Bestia de ...!!
—¿Hoy no te ha salido bien la jugada, eh, Diana?
La bella aprendiz de Bastión Hueco descansaba plácidamente en una de las terrazas del lugar al que llamaban hogar. Contemplaba el paisaje completamente ida, absorta en sus pensamientos. Irritada, clavó su mirada en Andrei, quien había aparecido en aquel momento con baraja en mano.
—¿Y a ti sí?
Andrei sonrió.
—Por supuesto, he conseguido lo que buscaba.
—¿Y se puede saber qué era? —Diana mofó del aprendiz.
—Pura diversión.
Diana se giró a Andrei, buscando una respuesta más convincente. Sin embargo, éste desapareció en la oscuridad. La muchacha dirigió sus bellos ojos al triste cielo que cubría Bastión Hueco y suspiró, anhelando algo: el sentimiento de ser amada y querida.
Había experimentado aquello anteriormente, pero no de una forma tan intensa. Los aprendices de Tierra de Partida le sorprendían cada vez más. El primero de ellos fue un muchacho quien pudo ser su leal caballero. Sin embargo, no sólo hizo caso de las estupideces de Alexis, sino que aquel chucho se lo llevó consigo y no lo había vuelto a ver. Suspiró, contemplando en otras terrazas a algunos de los aprendices nuevos. El hombre rata, el emo... la nueva de las tetas grandes, quien no paraba de conversar irritada con el único muchacho al que había realmente engatusado y besado hasta quedar saciada... ¿Saitae, era su nombre? No lo recordaba. Ni siquiera sabía los nombres de aquel otro par de aprendices, el chico que parecía estar majareta y un nativo del Coliseo, que aunque tuviera un esbelto cuerpo digno de ella, hablaba como una cacatúa y de cosas meramente aburridas.
Cerró los ojos y suspiró.
Y entonces se dio cuenta de algo importante.
—Xefil.
No podía olvidar aquel nombre. Le acosaba constantemente desde que regresó con la Maestra Ariasu. Un chico apuesto y encantador. Seguramente provenía de un mundo donde la cortesía era una costumbre y no un mero intento de ligar con mujeres. Sus ojos, aquellos labios temblorosos e inocentones. Sonrió, abrazándose contra su propio cuerpo.
Lo más importante de todo, es que aquel joven había conseguido contrarrestar su poder. No a causa de la rabia, ni el dolor, algunos sentimientos tan fuertes que era normal que su encanto no surtiera efecto. Sin embargo, él lo había conseguido, y se había mantenido firme en algún que otro momento de su fugaz encuentro. Y, por supuesto, a pesar de todo lo sucedido, seguía preocupado por ella. Su sonrisa se volvió picarona y sensual, recordando al joven. No podía quitárselo de la cabeza. Se acarició los labios con el dedo índice, ansiosa por volver a encontrarse con él.
El saber que se lo ponía difícil para conquistarle le hacía sentirse viva. Le emocionaba. Quería saber más. Ignoraba por completo por quien la confundió en un primer momento. Pero daba igual. Se aseguraría de que ella fuera la única en su corazón.
—Vas a ser mío, Xefil.
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