Foros KHWorld

—Creo que rechazaré la idea —escuché desde dentro del vagón responder a Ivan y del cual no tardó mucho en salir —. No tomemos las cosas tan a lo... Loco. En primer lugar, la torre no parece segura, y lo lógico es que esperásemos aquí a alguna especie de orden o señal. Ronin dijo que sabríamos lo que teníamos que hacer una vez llegásemos.

Vaya, así que el tutor tampoco sabía nada de lo que hacer y esperar ahí fuera tampoco me parecía lo más apropiado…ni lo más entretenido, lo mejor era ir hacia la torre y ver si alguien nos abría. Al andar, noté un pequeño tirón en el pantalón y al mirar abajo, pude ver como mi gatita me tiraba para llamar la atención y tomarla en brazos. Realmente no debía hacerlo ya que así no hacía más que malcriarla, pero tampoco no era mi intención dejar que me descosiese los bajos, así que tal y como ella quería, la agarré y dejé que se acomodara antes de seguir andando.

―¿Qué misterios nos aguardan aquí dentro? ―preguntó Edge, el cual se encontraba más avanzando, dándose la vuelta para mirarnos a todos ― ¿Creen que deberíamos llamar a la puerta?

—Es de mala educación entrar sin ser invitado, así que diría que deberíamos hacerlo —contesté con una sonrisa.

Iba a unirme al joven para ver si éramos bienvenidos en ese lugar, cuando el chico de las gafas se colocó en frente mío extendiéndome la mano.

—¿Qué tal si hacemos borrón y cuenta nueva? —no sonaba nada mal aquella idea, la verdad —. Me llamo Ivan Kit. Encantado de conocerte.

Miré con algo de desconfianza el gesto del chico, en parte sabía que lo ocurrido en el tren no había sido culpa suya, pero por unos segundos había sentido miedo al ver aquella descarga. Ilana aun no estaba acostumbrada a la vida del Castillo y en más de una ocasión había entrado en lugares donde otros aprendices practicaban con sus ataques y haber estado a punto de recibirlos, lo cual para una gata como ella podría ser letal y…para mí lo sería en parte.

Mi madre me había regalado a Ilana para que fuera mi familiar y así cuando ya empezara a despertarse la magia en mí, esta compartiese ese don conmigo. La muerte de un familiar era algo duro para un brujo, ya que perdía la mitad de su ser y poder con ello, por eso me costaba tanto perdonarle a Ivan y aceptar ese apretón de manos, aunque también lo hacía el hecho de tener una bola de pelo negro acurrucada en mis brazos.

Aunque tampoco era buena idea ganar enemigos en una misión, ya que eso solo le causaría problemas a Edge y el pintor y ellos no tenían porque sufrir mi orgullo y el de Ivan.

—Alec Ocus, disculpa que no te de la mano, pero en estos momentos las tengo algo ocupadas —accedí finalmente haciendo un gesto con la cabeza hacia la felina —. Siento haber reaccionado así, pero ella es muy importante para mí y no puedo permitir que sufra ningún daño.

Ya con ese problema solucionado, me acerqué a donde estaban los otros dos y la entrada de la torre, escuchando por el camino una extraña melodía, no sabía si el restó también la podían oír, pero se me hacía extraño el escucharla desde un lugar así ¿quizá alguien estaba tocando algún instrumento al lado de alguna ventana? Miré hacia la enorme torre para ver si podía vislumbrar algo de luz en alguna de las ventanas, creí llegar a ver una, pero el agudo gritó que escuché a mi derecha me hizo mirar hacia atrás y encontrarme con…¿Sincorazón? ¿Allí?

Solté a Ilana rápidamente e invoqué mi Llave Espada listó para entrar en combate. Los enemigos no parecían ser muy peligros, dos Soldados y un Claxon, los dos primeros podían ser algo rapidos, pero no se les consideraba una gran amenaza. En cambio el Claxon podía serlo, era conocido por sus hechizos curativos y por lo tanto debía ser nuestra prioridad a eliminar.

—Pintor, ayúdame a tumbar al Claxon, no es muy resistente, pero su habilidad de curación nos puede resultar un problema —le llamé al chico de la capucha preparándome para golpear al monstruo con una buena estocada —. Ilana, quédate aquí y cuando veas la oportunidad, ataca al monstruo más debilitado, tus arañazos deberían bastar para tumbar a esos trozos de hojalata.

>¡Vamos!

Y con ese último grito, esperé a la respuesta del niño para después correr en carrera hacia el Sincorazon bocina.

Exuy se acercó a Edge, quien ya estaba delante del portal. Al parecer, a raíz de aquel incidente entre mascotas, había surgido una pequeña disputa entre Alec e Ivan. El autoproclamado tutor del grupo se inclinaba por permanecer cerca del tren, a la espera de una señal, oponiéndose a la idea de entrar en aquella torre misteriosa. El chico de la capucha pidió al joven peliazul que interviniese, estaba claro que tampoco quería peleas en el grupo. Edge permaneció en su sitio y observó como la situación parecía relajarse. Alec se acercó e Ivan no tardó en salir del tren. Edge sonrió y dijo:

—Creo que no será necesario.


De pronto una canción empezó a sonar en aquel recóndito lugar. ¿Provenía de la torre? Edge miró a un lado y a otro, aquella melodía era de una serenidad inquietante. Parecía un réquiem.

El muchacho se giró de pronto al oír un grito. Exuy había tenido la mala suerte de agarrarse al brazo de un sincorazón, de un soldado, pero logró salir airoso de la situación. El grupo, alertado, se preparaba para el ataque. Exuy y Alec fueron los primeros en hacer aparecer sus llaves espada. Su objetivo parecía aquel sincorazón parecido a un claxon. Según el mago tenía habilidades de curación, por lo que era un punto de apoyo para los dos soldados. Si caía no podía ser muy complicado acabar con el resto.

Edge iba a invocar rápidamente su cadena del reino pero se detuvo un instante. Miró la palma de su mano, cerró los ojos y respiró hondo. Lo había hecho dos veces en Tierra de Dragones junto a Maya y esperaba poder repetirlo en aquel momento. Una luz precedió la aparición de su arma, pero esta vez no fue una Cadena del Reino, sino Tesoro Oculto. El chico sonrió orgulloso, al parecer no tendría problemas para invocarla de ahora en adelante.

Sin perder de vista a ningún enemigo corrió hacia uno de los soldados. Había comprobado en Bastión Hueco que eran bastante ágiles, por lo que iría con extremo cuidado. Cuando estuviera cerca de su objetivo trataría de efectuar una finta saltando hacia la derecha tratando de coger desprevenido a su rival atacándole por un lateral. Un golpe horizontal y otro vertical. Si con eso no lograba abatir a su enemigo intentaría retroceder un poco para evitar un posible contraataque.

El chico del sombrero pareció dudar un segundo de mi propuesta acerca de hacer las paces, lo cual me incomodó bastante. ¿Acaso le había dado razones para no confiar en mí? Estaba haciendo todo lo posible por tragarme mi orgullo y tratarle como un igual, pese a que claramente yo era mejor aprendiz que él. Engreído estúpido...

Pese a todo, el chico accedió finalmente.

—Alec Ocus —se presentó, sin dignarse a darme la mano. En un principio pensé mal de él, pero señaló con un gesto de su cabeza a la gata que llevaba en brazos—. Disculpa que no te dé la mano, pero en estos momentos las tengo algo ocupadas. Siento haber reaccionado así, pero ella es muy importante para mí y no puedo permitir que sufra ningún daño.

—Estoy seguro de que se siente mal por lo que ha hecho.

La ratoncita, contestando a la mención de su nombre, escaló mi espalda para subirse a mi hombro y dirigir una mala mirada al animal en brazos. No pude evitar notar cómo unas chispas le salían de sus mejillas, a la vez que gruñía ligeramente al animal. Dirigí una mirada hacia mi mascota para señalarle que dejara de hacerlo, pero no paró.

—Pichu, no. Deja al animal en paz —le ordené, dándole la espalda a Ocus y cogiendo a mi ratoncita con las manos para colocarla frente a mí. Seguía molesta con el animal y no entendía por qué, ¿acaso le había atacado mientras no mirábamos?—. Me vas a meter en un buen lío. ¿Qué te pasa, demonios? ¿Es porque es un gato? Tú eres más grande, no te va a comer.

Pichu comenzó a protestar y agitarse entre mis manos, queriendo librarse de mí para probablemente volver a enfrentarse a la otra mascota. ¿Por qué le sucedía aquello? La verdad es que aquella pequeñaja nunca me había dado problemas frente a las mascotas de otros aprendices, por lo que aquel comportamiento era completamente nuevo para mí. Con Tandy parecía llevarse bien, desde luego, incluso aunque no caía bien a aquel despreciable moguri...

Suspiré. Sería por ser un felino probablemente, pero no tenía sentido. Los gatos perseguían a los ratones por su tamaño inferior, y a menos que en el Bosque de los Cien Acres existiesen animales mutantes de cinco metros de alto, no debería tener tanto odio hacia ellos. Claro que si había peluches parlantes, quién sabía...

—Ivan, debería echarse una cremita...

—¿Mande?

Dirigí mi mirada hacia el chico de los dibujos, el cual se encontraba abrazado a un ser que llamó por completo mi atención: un Sincorazón. El muchacho se dio cuenta de que no se trataba de mí y pegó un grito asustado, llamando la atención de otros dos más en la zona, dispuestos a invitarnos a la merienda. De forma inmediata invoqué mi Llave, golpeando su base contra el suelo dispuesto a comenzar una batalla.

—Estupendo, hemos sido invitados a un picnic.

Todos invocaron sus armas. Analicé la situación rápidamente: dos de los que llamaba Soldados y una nueva especie, la cual nunca antes había tenido ocasión de ver. Apenas tardé en sacar mi bloc de apuntes y apuntar dos palabras clave que me vinieron a la mente nada más verlo: bocina y pato. Tendría más tiempo después para elaborar un informe sobre él.

—Pintor, ayúdame a tumbar al Claxon, no es muy resistente, pero su habilidad de curación nos puede resultar un problema —señaló Ocus antes de que pudiese siquiera anunciar una estrategia de equipo. Dirigí la mirada hacia él, intrigado: ¿se había enfrentado a aquella especie con anterioridad? De ser así, debía apuntar aquellas dos características que había mencionado. Pero si tenía un testigo de sus capacidades a mano, podría dejarlo para más tarde. Guardé el bloc en el bolsillo trasero.

—¡Ofensiva directa! ¡Cuidado con las piernas de los Soldados! —señalé hacia los dos bailarines enemigos, simples pero peligrosos si se lo proponían—. ¡Peliazul, primera línea de ataque! ¡Dirígete hacia el enemigo más cercano! ¡Ocus, conoces al Pato bocina, céntrate en él junto con Dibujos! Yo me quedo en la retaguardia. ¡Pichu, ayuda al Peliazul!

Mi mascota afirmó pasando entre mis piernas con la Bola Luminosa de electricidad en la boca, dispuesta a acatar mis órdenes. Corrió junto al musculoso joven mientras yo dirigía mi mirada hacia uno de los Soldados, el que más apartado de todos, y agarraba la Vara con las dos manos.

—¡Hielo! —grité, invocando un bloque helado dispuesto a golpear al enemigo.

El entrenamiento en Tierra de Partida había dado sus frutos, al fin y al cabo.

Edge logró acabar casi de un plumazo con uno de los Soldados, siendo rematado por Ilana. Exuy no pareció decidirse a hacer nada, aunque la acción de sus compañeros pareció compensarlo: Alec se lanzó contra el claxon sanador a la par que Ivan conjuraba su hechizo Hielo... pero ninguno de los ataques logró acertar en el sincorazón. Desapareció entre una extraña nube negra, perdiéndose de vista. El Soldado que quedaba fue destruido por el Hielo perdido sin mayor dificultad.

El claxon sanador apareció entonces ante la puerta de la gran torre, empujó la puerta con su cuerpecito y entró en el edificio.

La música seguía sonando.

* * *

—¡Más piezas, entonces!

Desde el tejado más alto del torreón, Shinju observaba a los aprendices con una sonrisa en la cara, viéndolos discutir antes de que apareciesen los sincorazón. Emitió una exhalación de sorpresa al ver llegar a las criaturas, aunque su presencia allí también le dio una idea. Chasqueó los dedos suavemente y el claxon sanador desapareció de su sitio, rematerializándose frente a la entrada a la torre. Su fiel mascota emplumada emitió un murmullo de satisfacción, y Shinju le acarició el cuello con gentileza.

—Quizás esto acabe siendo más que un entretenimiento, al fin y al cabo —susurró pícaramente.

La chica se apartó de la vista antes de que nadie la viese, entrando en la cámara más alta de la torre por una de las ventanas traseras.

Mi proyectil mágico falló en su objetivo, pero no fue en absoluto culpa de mi perfecta puntería. El Sincorazón con forma de bocina desapareció en una nube de oscuridad antes de ser alcanzado, imaginando su fatal destino, y en su lugar acerté en uno de los dos Soldados allí presentes.

Maldije para mí mismo: odiaba fallar tan miserablemente, y más si era con trampas como aquellas. Claro, yo también podía teletransportarme para huir de mi enemigo como un vil cobarde, ¡pero me quedaba mi dignidad de caballero! Al Sincorazón nada de todo aquello iba con él. Entre el caos del combate y mientras el Peliazul acababa con el restante de los enemigos, contemplé cómo el pato bocina volvía a aparecer a las puertas de la torre... Y entraba en ella, huyendo de nosotros.

Ah, no. De eso nada, guapetón.

—¡Hay que exterminar la amenaza!

En muchas otras situaciones me hubiese detenido a analizar la situación. Lo cierto era que aquella aparición de enemigos tan repentina y su huida sin sentido debería haberme hecho sospechar algo extraño en todo aquello, pero me cegaban dos factores: mi dañado orgullo por sencillamente fallar mi estrategia anunciada a todo el grupo, además de mi estatus como líder; y más importante, estaba subestimando a aquellos monstruos. Llevaba un tiempo investigando las distintas especies y sabía bien que no huían de un combate contra un Portador, pero sólo pensé que le dábamos demasiado miedo.

Sin pararme a pensar mucho más, hice una señal al grupo hacia las puertas de la torre. Pichu escaló mi vara y saltó a mi hombro, dispuesta a seguirme hasta donde hiciese falta.

—¡Vamos! ¡Se escapa!

Eché a correr hacia las puertas de la torre y, sin pensarlo dos veces, empujé la puerta un poco más para meterme de cabeza. Maldito mi orgullo.

Tanto mi embestida como el hechizo que lanzó Kit fueron ineficaces contra el Claxon al desvanecerse este antes de que consiguiéramos golpearlo. Por suerte el conjuro de mi compañero encontró otro objetivo, uno de los Soldados que murió al recibirlo. El Sincorazón restante también vio que aquel era su último día, ya que entre el ataque combinado de Edge e Ilana pudo con él.

“Dos fuera, pero ¿Dónde se ha metido el otro?”

No tardé mucho en recibir una respuesta, ya que el Claxon reapareció frente a la puerta de la torre y empujando esta con su cuerpo, entró dentro huyendo de nosotros ¿o quizás llevándonos a una trampa?

—¡Hay que exterminar la amenaza! —gritó el de gafas haciéndonos una señal para que entrásemos en la torre.

Se me hacía divertido que la persona que nos había dicho que aquel lugar iba a ser peligroso, fuera ahora la que nos ordenase el entrar dentro. Yo también veía peligroso dejar escapar a un Sincorazón ya que podía volver con otros diez más, pero el cambio de opinión de aquel tipo me hacía gracia.

—Ten cuidado, Kit, a nadie le gustaría saber que hemos perdido a nuestro tutor —reí llamando a Ilana a mi lado y yendo hacia la entrada.

Preferí mantener mi Llave lista por si aquella huidiza bocina nos la intentaba jugar llevándonos a un nido de Sincorazón, aunque con suerte el ser no sería muy inteligente y solo había huido al primer sitio que había visto.

Los ataques del aprendiz peliazul dejaron al soldado completamente abatido, tan solo fue necesario un último golpe por parte de la gata de Alec, Ilana, para rematarlo. Había mejorado desde Bastión Hueco, y eso hizo, en cierto modo, que el muchacho se sintiera orgulloso. Edge sonrío a la mascota y miró qué tal les iba a los demás. El otro soldado fue aniquilado por un hielo perdido de Ivan que no había conseguido dar en el blanco original, pues el claxon se había esfumado un instante antes de recibir el proyectil para luego reaparecer justo delante del portal de la torre misteriosa y perderse en su interior.

Kit, quizá demasiado temerario, fue tras él, entrando en la torre sin siquiera tomar precauciones. Alec, más precavido, fue tras él.

Edge miró a su alrededor, no parecía haber más sincorazón ni ningún tipo de anomalía en aquel intrigante lugar. Aquella extraña canción seguía sonando. Se encogió de hombros y fue tras los pasos de sus compañeros, no sin antes dirigirse al tímido dibujante.

―¡Vamos, don Exuy! ―gritó―. ¡No vaya a quedarse atrás!

Tras esto, Edge entró en la torre, aún con su llave espada en la mano. Estaría ojo avizor por lo que pudiera encontrar.

Caí al suelo y me mantuve ahí mientras los demás los exterminaban. Era extraño, porque por primera vez pude notar algo extraño en aquellas criaturas sin sentimientos. Frías como la tristeza del abandono y con un color cálido portaban un símbolo que al parecer identificaban a estos seres, pero ¿Por qué se dividían en 4 partes y la punta caía como si se derritiese aquel corazón?

Sorprendido y guardando esa imagen de la criatura que por unos segundos le había tocado, extendió su mano como si deseara mis latidos de sorpresa, el chico misterioso y los demás los hicieron desaparecer junto con esos sentimientos de desesperación y angustia, anhelando algo que no tenían… ¿o habían tenido?

—¡Hay que exterminar la amenaza! — Kit señaló a la puerta y pude notar de cómo se escapaba un ser de pequeña estatura.

Por lo menos ahora quiere entrar, gracias pequeñín

No sé por qué razón desde ese momento sentía lastima por esos oscuros seres. De tiernos no tenían nada, pero era ese profundo vacío que saciaban llenar con desesperación. Me puse de pies, desmaterializando mi llave espada, y como era costumbre saqué mi libro para ver si podían quedar trazadas mis extrañas sensaciones y sentimientos de ese apartado lugar. Lo deseaba hacer solo, porque tenía razón el chico de la gorra, no había tiempo para dibujar, si no de entrar.

―¡Vamos, don Exuy! ¡No vaya a quedarse atrás! ―Edge parecía ser preocupado, quizás el podría responder esa duda que rondaba en mi cabeza. ¿Qué deseaban esas criaturitas?

―Edge… porque…―Quizás era muy apresurado… el tiempo lo podía responder ― ¿Qué desean los Sincorazones?

En el pórtico de la torre me senté en un escalón para rápidamente dibujar la escena que no abandona mis recuerdos. Mi lápiz y ansias fueron implantados en el papel de mi libro en menos de 15 segundos.
―¿Que es lo que quieren?

Mirando aquel dibujo me di cuenta que les faltaba algo. Su vacía expresión y esos ojos de deseo solo podían significar una cosa, lo que querían lo teneniamos nosotros. Sin más preámbulos me dispuse a entrar y no demorar más, sin antes mirar atrás por si olvidaba algo.

El aspecto interior de la torre era bastante más común, al menos. Al perder de vista el exterior de la estrambótica estructura, los aprendices se encontraron en un confortable vestíbulo circular muy poco ornamentado, con tan sólo unas amplias escaleras de caracol que parecían ascender hacia los pisos superiores del edificio. Sin embargo, sí había un par de cosas que les podrían resultar lo suficientemente raras como para reparar en ellas.

La primera era la extraña luz que parecía condensarse a mitad de tramo en las escaleras, formando una estática nube de color irisado. Se veía perfectamente que los peldaños subían por detrás del extraño fenómeno, así que para subir deberían atravesarlo.

El otro elemento extraño del lugar era un atril que se encontraba en el hueco que formaban las escaleras entre el suelo y los escalones. Parecía una prolongación del suelo, fabricado con el mismo material que él. Sobre él descansaba un único fajo de hojas de papel gastado. Escrito sobre ellas de forma cuidadosa había un pentagrama repleto de notas musicales ordenadas sobre sus líneas. En la primera página se podía leer lo que parecía ser el título: "Lacrimosa".

Lo más curioso era que la melodía que habían oído desde el exterior parecía provenir de la propia partitura.

Al entrar en la torre no encontramos rastro alguno del pequeño Sincorazón ni de cualquier otro ser, estábamos solamente nosotros cuatro en aquella habitación. Aunque no sé si podría llamársele habitación a aquello ya que únicamente se componía de una escalera de caracol y una especie de extraño atril bajo estas, el cual más que un mueble aparte parecía ser un trozo de suelo rebelde.

Alcé la vista para ver cuán larga era la escalera, cuando observé extrañado la luz que había en cierto tramo de esta, pero dejando de ver el resto de la escalera seguir tras la luz. Estaba empezando a sospechar que la forma de gorro de mago de cuento de las torres no era únicamente por gusto.

—Parece que vamos a tener que exponernos a la magia para subir —señalé mirando hacia las escaleras —. Quizá sea un simple conjuro de alerta, alguna que otra bruja lo usaba para saber si alguien entraba en su casa sin permiso.

Subí unos cuantos escalones para ver si el Sincorazón estaba por ahí escondido, pero al no encontrarlo bajé y me reuní con el resto para ver si nos arriesgábamos o no.

—Supongo que nuestro queridísimo Ivan querrá subir cuanto antes para no dejar a ese pequeñín escapar y llamar a sus amigos —empecé de forma burlona —. El resto no sé si estáis interesados en subir o preferís quedaros por temor a la luz, pero yo al menos estoy interesado en ver que hay arriba, además, si fuera peligroso no creo que el Maestro nos hubiese envido aquí.

Esperé a que el resto dieran su opinión y hablasen sobre qué hacer, si veía que no llegaban a un acuerdo sacaría mi baraja de cartas para proponerles una forma rápida de decisión: Par o impar.

—¿Dónde está?

Accedí al interior de la torre finalmente y fruncí el ceño: no había rastro del bicho. Chasqueé la lengua y di una vuelta a mi alrededor, observando la sala a la que había accedido: estaba una habitación circular con unas escaleras ascendentes que llevaban hasta una especie de barrera mágica, la cual llamó mi atención.

El Sincorazón debió desaparecer en una las habituales esferas de oscuridad de las que surgían aquellos monstruos. Bajé mi arma, más relajado, mientras el chico del sombrero entraba por detrás de mí. Fruncí el ceño mientras seguía observando el lugar en el que nos encontrábamos, centrado en qué clase de lugar habíamos ido a parar. ¿Ronin nos mandaba allí para sólo exterminar Sincorazón? ¿No era más fácil contárnoslo?

Maldije al vejestorio en mi interior. Él y sus ganas de trollearnos. "Lo sabréis cuando lleguéis", decía. Me prometí a mí mismo no volver a confiar en mi maestro, pues siempre tendía a jugar con mis ilusiones, como con aquel tema de la leyenda de la perla.

—Parece que vamos a tener que exponernos a la magia para subir —observó Alec, una vez los otros dos hubiesen entrado también—. Quizá sea un simple conjuro de alerta, alguna que otra bruja lo usaba para saber si alguien entraba en su casa sin permiso.

—Como si los Sincorazón no supiesen ya que estamos aquí —contesté con tono de sarcasmo, suspirando y dándome la vuelta para mirar directamente a los ojos a los chicos a mi cargo—. Puede ser cualquier cosa. Un hechizo de alerta, un escudo impenetrable, un sistema para activar rayos láser que corten en pedacitos a cualquiera lo suficientemente despistado... Así que relajémonos y no subáis hasta que analicemos todos los posibles peligros, ¿eh?

Pero ni caso. Alec, cuya actividad favorita debía consistir en tocarme la moral, subió unos escalones para observar el objeto de discusión más de cerca. Fruncí el ceño y me crucé de brazos, impresionado por su falta de modales para siquiera escucharme. Tuve que toser de manera exagerada para llamar su atención, a lo que contestó bajando y reuniéndose con nosotros de nuevo.

—Supongo que nuestro queridísimo Ivan querrá subir cuanto antes para no dejar a ese pequeñín escapar y llamar a sus amigos —me quedé con la boca desencajada, impresionado por los ataques tan gratuitos de aquel imbécil. ¿Me disculpaba por parte de Pichu con él y seguía en aquel plan? ¿Siquiera me escuchaba cuando hablaba?—. El resto no sé si estáis interesados en subir o preferís quedaros por temor a la luz, pero yo al menos estoy interesado en ver que hay arriba, además, si fuera peligroso no creo que el Maestro nos hubiese envido aquí.

Levanté el dedo índice a punto de señalar hacia Alec, temblándome la mano por pura rabia. Aquel muchacho estaba sacando lo peor de mí, y cada segundo que tenía que compartir estancia con él era como una pesadilla, un grano en el culo a punto de explotar y mancharlo todo. La ceja del ojo derecho me tembló como un tic, mientras Pichu se subía a mi hombro y volvía a echar chispas mirando a la estúpida gata del estúpido chico estúpidísimo.

Pero me lo tragué todo. Borré todo rastro en mi cara de rabia y sonreí lo más ampliamente que pude al grupo, tanto que dolía. Tomé la cabeza de Pichu y le señalé que se tranquilizara. Ya llegaría el momento de patear traseros.

—¡Claro! ¡Claro que quiero subir! —cuando me haya asegurado de que tú vas primero y sufres la peor de las muertes a manos de una guillotina que te corte por la mitad—. Creo que estamos perdiendo el tiempo en esta sala, y que alguien debería quedarse fuera vigilando mientras los demás suben —y con un poco de suerte toda esta maldita torre se derrumba sobre tu sombrero y te da un nuevo aspecto—. ¡Vamos, subid, subid!

Di la espalda al grupo ignorándoles por completo y borrando mi falsa sonrisa para de nuevo volver a estar lleno de rabia, susurrando para mí mismo y de forma inaudible mil desgracias que le fuesen a suceder a aquel gilipollas. Caminé hacia la nada, probablemente atraído por la música, y choqué con el atril del centro de la habitación. Me quedé ciertamente sorprendido al verlo, pues parecía ser alguna especie de altavoz que reproducía música; igual que mis cascos, pero aquello no parecía tecnología, sino magia.

Interesado y ya olvidando al idiota de Alec, me incliné a ver más de cerca la partitura de la que parecía salir aquella melodía. Interesado en lo que podía aportar a mis investigaciones, y aprovechando que los demás seguían hablando, tomé con un rápido movimiento las hojas de música y las guardé bajo mi ropa, comenzando a silbar la misma canción que llevábamos ya rato escuchando. Así, lentamente, me dirigí hacia la salida para vigilar lo más rápido posible antes de que nadie se diese cuenta de mi pequeño crimen.

En el momento en que Ivan tocó la hoja de partitura posada encima del atril, la melodía que de ella salía intensificó su volumen hasta ensordecer a los cuatro aprendices durante un segundo. Una extraña corriente de viento surgió del pergamino y envolvió al chico de las gafas, elevándolo en el aire. Las notas parecían arremolinarse a su alrededor, golpeándole en la cara, levantando su ropa... Una intensa luz violeta emanó de la hoja y, en un instante, Ivan ya no estaba allí. El atril comenzó a desintegrarse y, tras unos segundos, era como si nunca hubiese estado allí. La partitura cayó al suelo, se enrolló sobre sí misma y una cinta apareció por arte de magia para sellar el cilindro de papel, el cual, por mucho que lo intentasen, ninguno de los aprendices podría abrir.

Le melodía siguió sonando, aunque de forma amortiguada.

Justo antes de entrar en la torre tras sus compañeros, Exuy le preguntó al chico peliazul acerca de las motivaciones de los sincorazón. Rebecca le había respondido aquella misma pregunta tiempo atrás, en Port Royal, pocos instantes después de que los rescatara a Hana y a él de los sincorazón y de un peligroso incendio. El chico sonrió con amargura al recordarlo, seguramente era de las pocas lecciones útiles que había recibido por parte de su maestra.

Sin responder, vio como el zagal de la capucha se sentaba en uno de los escalones del pórtico de la torre y empezaba a dibujar de nuevo a toda velocidad. Probablemente… había hallado la respuesta él mismo. Edge soltó una de sus peculiares sonrisas y entró dentro de la torre. Seguro que su compañero no tardaría en seguirlos.

Pasó por el lado de Kit y Alec, que recién habían reprendido sus discusiones, y, haciéndoles caso omiso, observó el lugar. Simple y de decoración austera, parecía un vestíbulo más bien corriente. Bajo las escaleras de caracol que ascendían por la torre se encontraba un peculiar atril con un fajo de hojas gastadas, de ellas parecía provenir mágicamente aquella serena pero inquietante melodía. Edge se acercó y las examinó con detalle, parecían viejas partituras y, en la primera página, podía leerse un título.

―Lacrimosa… ―musitó.

El joven, absorto completamente en lo que ahora le ocupaba, acercó su mano a la obra con intención de cogerla cuando…

—¡Claro! ¡Claro que quiero subir! Creo que estamos perdiendo el tiempo en esta sala, y que alguien debería quedarse fuera vigilando mientras los demás suben. ¡Vamos, subid, subid!

Edge se dio la vuelta para mirar al grupo. Al parecer las disputas entre aquel par de sabiondos proseguían. El joven de las cicatrices abandonó el atril sin más para volver con sus compañeros y levantó la cabeza. A medio tramo de las escaleras seguían ascendiendo atravesando una extraña nube de color irisado. ¿Subir o no subir? Aquel era el motivo de la discusión. Alec parecía interesado en subir y descubrir que había más allá, mientras que Kit era contrario a arriesgarse a entrar en contacto con aquel fenómeno mágico.

De pronto vio como el muchacho de las gafas y autoproclamado tutor del grupo, indignado, se acercaba al atril y cogía la partitura que reposaba encima de él.

―Señorito Kit, la curiosidad mató al… ―la sonrisa se borró de su rostro.

El volumen de la música aumentó de tal manera que Edge se vio obligado a llevarse las manos a las orejas. Una misteriosa y poderosa corriente de aire surgió del pergamino y rodeó a Ivan mientras lo elevaba en el aire.

―¡Señorito Kit! ―exclamó el chico peliazul.

Echó a correr hacia su compañero en pos de ayudarle cuando una intensa luz violeta lo cegó. Cuando pudo abrir de nuevo los ojos Ivan Kit ya no estaba allí. En su lugar sólo quedaba la partitura enrollada y sellada por una cinta. Edge se agachó y lo cogió. Trató de abrir el cilindro pero no hubo manera, debía ser cosa de magia.



Sin más dilación se acercó a sus compañeros mientras se guardaba el pergamino en un bolsillo de su cazadora. Miró de nuevo hacia arriba, hacia aquella extraña nube, y empezó a subir las escaleras de caracol.

―Si hay una respuesta… la encontraremos allí ―dijo seriamente, sin mirar atrás.

En un lugar de su abrigo la melodía de la partitura seguía sonando, pero esta vez mucho más bajo.

El lugar carecía de adornos y muebles, solo una sospechosa escalera indicándonos un único camino a seguir. Sobre ellas estaba el chico del sombrero mirando de manera cuidadosa lo que seguía más arriba y como era ya de costumbre en el grupo se encontraba discutiendo con Ivan. Me parecía extraño que su mala relación fue producto de sus mascotas, que como ya sabía, ambas tenían la culpa, una por mirar de manera descortés y la otra por actuar indiferente, un comportamiento de niñosque avocó en sus dueños. Ahí estaban los dos, tirando indirectas en el aire y yo sin entender a que querían llegar. Ya había tenido suficiente con el comportamiento de Hana y Hikaru en el gimnasio y no quería que se volviera a repetir esta escena nuevamente. Por lo que me adelante a tratar de calmar los animos pero Ivan se alejaba del grupo indicando que era mejor que alguien se quedara cuidando. Su propuesta era demasiado arriesgada para quedarse solo afuera donde ya nos habíamos enfrentado a los Sincorazón, demasiado arriesgado y poco pensado para alguien que aparentaba deducirlo todo. Mis intentos de acercarme hacia él fueron vanos cuando éste se acercó a lo que parecía a un atril que en su sustento tenía unas partituras similares a las que la Madre del orfanato usaba en las clases de música. Aquella acción que estaba haciendo Ivan no sería lo que pensábamos todo. Mientras el gato acompañaba a su dueño bajando las escaleras un suceso extraño estaba a punto de suceder.

―¡Señorito Kit! ―El grito de Edge se escuchó en toda la sala fusionado con un fuerte y agudo sonido, mi vista se focalizó en lo que parecía ser un destello en donde el supuesto líder del grupo se consumía en la nada desapareciendo ante nuestros ojos transformando todo lo material cercano a ello en un pergamino enrollado con una cinta en el suelo.

―¡Pero qué Diablos! ―Corrí donde Edge que recogió el objeto y lo guardó en su chaqueta mientras la música aun sonaba en el cuarto.

―Si hay una respuesta… la encontraremos allí ―Edge tenía razón, el único camino a seguir por las escaleras que Ivan no deseaba subir.

Ante lo que había pasado sabía que Ivan no había desaparecido por completo. Aquella acción de Edge en recoger el pergamino me hizo sentir que aun permanecía con nosotros.

―Está bien, subamos. Creo que aun tenemos a Ivan con nosotros ― apunté hacia el rollo de papel oculto en las ropas de mi compañero― También presiento que lo que buscamos está arriba. Por cierto ―Tomé mi capucha y la despojé de mi cabeza mostrando mis suaves facciones y aquel pelo ondulado de tono chocolate ―Soy Exuy, un gusto― extendí mi mano hacia al chico de la gorra sonriéndole a su pequeño gato, que de por cierto me agradaban sus ojos.

Los tres aprendices e Ilana se adentraron en la luz, dejando a Pichu rezagada. Si ésta decidía seguirlos, se encontraría con el mismo panorama que el resto de allí presentes al cruzar...

Al dejar el aura atrás, se encontraron de repente en el primer escalón de un tramo de escaleras de lo más peculiar. Parecía estar suspendido en el aire, en medio de un lugar que no les resultaría familiar. La torre parecía haberse ensanchada hasta límites poco creíbles desde el exterior, formando un amplísimo habitáculo cilíndrico bañado por una tenue iluminación verdosa. Si miraban a su alrededor se encontrarían otros tramos de escalera dispersos por aquí y por allá, flotando, cuyos comienzo y final parecían estar delimitados por sendas puertas en cada uno. Sobre el que se encontraban era un poco diferente, ya que el extremo inferior conducía a la luz que acababan de utilizar para llegar allí. Al otro lado de las escaleras, unos metros al frente de ellos, había una puerta de madera similar a las que habían observado en otros tramos, con una estrella dibujada. Su color verde profundo resultaba tranquilizador.

La puerta no parecía tener pomo, pero sí una extraña cerradura redonda. Algún objeto cilíndrico encajaría en ella a la perfección.

* * *



Ivan se encontró de repente de pie en un lugar desconocido. El suelo bajo sus pies, un erial de tierra dura que se extendía a su alrededor, crujía al soportar el peso del chico. El bosque senescente que lo rodeaba, de árboles deshojados de tronco carbonizo, parecía dibujar la silueta de garras desesperadas extendiéndose hacia el cielo, de un color amarillo pálido.

El horizonte quedaba delimitado por un enorme precipicio escarpado que se prolongaba horizontalmente hasta donde alcanzaba la vista. La alta formación rocosa se encontraba erosionada verticalmente a lo largo de toda su altura en dos lugares, que coincidían con el comienzo del curso a su nivel de dos ríos con el cauce seco. Ivan se encontraba entre los dos cursos, quizás confuso por lo que le acababa de ocurrir.

La melodía que había estado oyendo durante los últimos minutos resonaba en el ambiente como si fuese el propio paisaje el que la emitía. El aire no parecía moverse, y el sol no estaba en ningún lugar a la vista, a pesar de que había luz de sobra.

* * *

―¡Yen Sid, viejo amigo! ¿Qué te están pareciendo?

Ronin se encontraba en el salón de los tronos del castillo de Tierra de Partida, detrás de los asientos que le daban nombre a la estancia. Se encontraba hablando aparentemente solo, dirigiéndose a una extraña gema brillante, de color fucsia intenso, incrustada en la pared.

―¡Sin palabras, por lo que veo! ―risoteó Ronin―. ¡Y tú decías que estábamos sacrificando calidad por cantidad! ¡Te he enviado incluso a uno de mis mejores aprendices! Pero cuéntame, ¿cómo van tus pruebecitas?

El Maestro se quedó quieto durante un rato esperando una contestación que no pareció obtener. Le dedicó una mirada confusa a la gema de la pared antes de volver a hablar.

―¿Maestro Yen Sid? ―llamó, cauteloso, obteniendo sólo el silencio como respuesta.