[La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Trama de Hana, Sorkas y Ban

La aparición del bando de Bastión Hueco ha colocado a la Orden de los Caballeros de la Llave Espada en una tensión creciente difícil de remediar. ¿Llegarán a enfrentarse ambos bandos en conflicto, o será posible la paz?

Moderadores: Suzume Mizuno, Astro, Sombra

Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Dom Dic 08, 2013 10:53 pm

Sorkas

El muchacho dio una vuelta y cuando pidió una capa o algo para cubrirse la gente que trataba de rezar le miró con irritación y desconfianza. Todos le habían visto llegar con gitanos y ninguno se dignó a dirigirle la palabra. Sólo un pequeño monaguillo se le acercó y le entregó una capa y unas vendas, con una mirada tímida y algo desconfiada. Luego corrió hacia el mismo anciano con el que habían hablado Esmeralda y Zaccharie. Los gitanos no estaban por ninguna parte.

El anciano iba apagando los grandes candelabros que recorrían las naves de la catedral y sonrió al monaguillo, al que despidió con un gesto. Luego, sin dejar de prender las velas, se acercó a Sorkas y comentó:

Tus amigos se han marchado y me han pedido que te ayude. ¿Tienes algún lugar a donde ir, hijo? —lo examinó de arriba abajo y sonrió plácidamente—. Si no, puedes quedarte aquí a pasar la noche —echó un vistazo a los últimos fieles, que estaban abandonando la catedral—. Y no salir bajo ningún concepto. Si puedes esperar, te traeré algo de cenar.

Cuando la luz dejó de entrar por las vidrieras, el interior de la catedral se quedó sumido en un plácido silencio. El archidiácono había dejado algunas luces encendidas para que Sorkas no se quedase a oscuras, pero el juego de penumbras podía resultar siniestro en un lugar tan espacioso.

Súbitamente sonaron unos bruscos golpes en la puerta, que resonaron violentamente en las naves.

¡Abrid la puerta! —gritó una voz joven, de varón—. ¡Abrid la…! ¡Dios misericordioso!

Se escuchó un estruendo y los portones reventaron hacia el interior, estallando en pedazos.

Tres ojos amarillos resplandecieron en medio de la oscuridad y un joven, derrumbado entre los pedazos de madera que restaban de las impresionantes puertas, gimió e intentó incorporarse. Sangraba por una sien y tenía numerosos cortes en el pecho y los brazos. Al ver al monstruo que se alzaba ante él, sofocó un grito de pavor y consiguió levantarse y retroceder a trompicones.

¡Cómo es posible que entren! —exclamó, horrorizado.

Con pasos pesados, resonantes, lentos pero firmes, el monstruo… El Sincorazón se dirigió hacia el joven herido.

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****


Hana

Cuando llegaron ante el imponente Palacio de Justicia, de muros alargados pero gruesos, altos y picudos, agresivos, ya era casi de noche. No vieron por ningún lugar la tartana, pero Raphaël dio a entender que debía estar en el interior. Las puertas estaban vigiladas por numerosos soldados. Unos quince. Y seguramente en el interior habría muchos más. Parecía que estuvieran esperando un ataque.

Sin acercarse mucho para evitar ser vistos, Raphaël llevó a Hana a culebrear por los callejones que rodeaban el Palacio. Apenas sí había luz en las calles y tenían que guiarse por la que derramaba la luna sobre los tejados, pero, sorprendentemente, un burgués como Raphaël se movía como si siempre hubiera vivido entre las sombras.
Iban a salir de una de las callejuelas cuando el joven se detuvo bruscamente y se llevó un dedo a los labios. Luego señaló al frente: en un pequeño recodo, numerosas figuras humanas se arremolinaban, silenciosas, sin apenas moverse.

Parece que tenemos compañía —susurró Raphaël, tan bajo que Hana apenas pudo escucharlo—. No hagas ruido. Veamos qué hacen.

Durante varios minutos, el grupo no dio muestras de que fuera a moverse y seguramente Hana comenzara a impacientarse. Pero, de repente, se unieron a ellos dos figuras que llegaron corriendo silenciosamente. Raphaël frunció el ceño al examinar las túnicas que les cubrían.

¿Monjes? ¿Con los gitanos?

Pero entonces los recién llegados se bajaron las capas y, por la piel oscura y los pendientes que llevaban, quedó claro que no debían ser sacerdotes. Uno de ellos incluso era una mujer muy hermosa. Quizá a Hana le resultara familiar…

En ese momento comenzaron a moverse y se desperdigaron entre las calles. Raphaël empujó con firmeza a Hana para que se ocultara en las sombras.

Dios mío —susurró Raphaël—. Están locos, piensan atacar de verdad el Palacio… Los matarán a todos —dijo con una mezcla de sorpresa y preocupación.

Salió al descubierto y se giró hacia la derecha: desde ahí se podía ver sin problemas el Palacio de Justicia. Dirigiendo una mirada interrogante a Hana, el burgués se apresuró a dirigirse en esa dirección y, poco antes de que llegaran a la pequeña plaza en la que se levantaba el Palacio, gritos de pavor desgarraron el aire.

¡Pero qué…!

El espectáculo era dantesco: la plaza estaba llena de Sincorazón, con sus brillantes ojos amarillos horadando la oscuridad. Al menos ocho Sombras y un Neosombra. Las figuras de los gitanos —Hana podría llegar a contar hasta veinte—, envueltas en capas, se habían dividido en pequeños grupos que trataban de defenderse desesperadamente de los Sincorazón. Los soldados, entre tanto, abrían las puertas y se apresuraban a esconderse tras el grosor de sus muros.

De pronto, varios de aquellos monstruos fijaron sus inquietantes ojos en Hana y Raphaël. El Neosombra se arrojó sobre la primera, mientras que una Sombra cayeron sobre el burgués, derribándolo de un golpe.

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Hana también cayó sobre su espalda y se llevó un buen zarpazo entre el hombro y el cuello, quedando aturdida por el impacto. El Neosombra alzó una garra para rebanarle, esta vez por completo, la garganta… Cuando fue apartado bruscamente de un golpe.

¡Arriba, Fiore! —gritó Raphaël, enarbolando su arma y cargando de nuevo contra el Neosombra, con agilidad, esquivando uno de sus golpes y alejándolo de nuevo. Su espada atravesó el cuerpo del monstruo, pero éste se encogió ligeramente, como si hubiera resultado herido—. ¡Dios, ¿por qué no les hace efecto?!

Un alarido de dolor atrajo las miradas de todos y vieron que dos gitanos desaparecía bajo un grupo de Sincorazón. Los compañeros que trataron de ayudarlos fueron atacados por más Sincorazón, que surgían del suelo, por todas partes…

Raphaël cogió entonces a Hana por el brazo y exclamó:

¡Vamos, tenemos que salir de aquí!

Hubo un nuevo grito, esta vez de mujer. Y luego otro, y otro. Raphaël tiraba de su brazo, insistente. Entre tanto, las ventanas del Palacio de Justicia se estaban iluminando.

Y el Neosombra, acompañado de la pequeña Sombra, se preparaban para saltar sobre ellos de nuevo.

Todo quedaba en manos de Hana. Era la única que podía eliminar a los Sincorazón. Pero quizá fuera un suicidio continuar allí. Los gitanos podrían apañárselas por sí solos.

O quizá no. Quizá murieran todos, porque no parecían dispuestos a abandonar a sus compañeros. Pero era imposible que vencieran contra los Sincorazón. Completamente imposible…

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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Sorkas » Jue Dic 12, 2013 8:55 pm

Como era de esperar, nadie me dio nada para cubrirme, sin duda se trataba de un mundo que no destacaba por su generosidad. Todo lo contrario a lo que sucedía de dónde provenía, en Ciudad de Paso siempre había alguien dispuesto a ayudarte. Todos nos protegíamos los unos a los otros. Algo como lo que pasaba aquí con los gitanos era inconcebible allí.

Sin embargo, se me acercó un niño vestido de manera similar al anciano con el que habían hablado Zaccharie y Esmeralda, pero de ropas mucho más sencillas, y me entregó la capa que estaba buscando. De su mirada se desprendía que tenía las mismas dudas que los demás sobre ayudarme. Pero, el caso es que me ayudó. Así que le agradecí en silencio y acto seguido salió corriendo como si le fuese a comer.

Reí divertido con su reacción. Intenté que no se notase mi risa tapándome la boca. La verdad, hacía mucho tiempo que no oía mi risa, los últimos acontecimientos no invitaban mucho a la risa. Aun así, nunca había sido una persona de risa fácil. Pero sin duda, nunca estaba de más tener algo de humor en la vida. Me propuse para el futuro buscar más el lado divertido de las situaciones. Aunque si todo seguía como hasta ahora iba a ser una tarea difícil.

Mientras tanto, el anciano que parecía el sacerdote principal de la catedral, se había acercado silenciosamente hasta mí, a la vez que iba apagando las velas.

Tus amigos se han marchado y me han pedido que te ayude. ¿Tienes algún lugar a donde ir, hijo? —dijo con voz parsimoniosa y sin maldad alguna, propia de la gente religiosa.

Eh… Esto —ni siquiera había pensado en dónde iba a pasar la noche. Esperaría hasta que apareciesen los Sincorazón, pero… ¿Y luego qué?

Si no, puedes quedarte aquí a pasar la noche —me interrumpió inmediatamente el sacerdote —. Y no salir bajo ningún concepto. Si puedes esperar, te traeré algo de cenar.

Esta sorprendente amabilidad del sacerdote me dejó extrañado. Lo raro era que no cuadraba para nada con el comportamiento del resto de habitantes. ¿Sería de otro mundo? No, era imposible. Pero sin duda lo parecía. Aun así me hizo ver que en todos los sitios se pueden encontrar buenas personas que ayudan desinteresadamente a la gente. Si a vivir en una catedral gigantesca se le puede llamar desinteresadamente claro.

Con casi todas las velas apagadas, la catedral se quedó semi a oscuras. Sin embargo, esto me resultó relajante. Me puse la capa y busqué un banco para sentarme y relajarme para la noche, que no dudaba que iba a ser movida. Y los problemas no iban a tardar en llegar.

La puerta de la catedral se sacudió violentamente por los golpes de un hombre que gritaba y pedía auxilio desesperado. Al principio, ni me inmuté y simplemente me incorporé sonriendo. De todos es sabido que en los momentos más tranquilos es cuando las situaciones se ponen peor. Volvía a encontrarme solo ante el peligro y mi momento de relajación había llegado a su fin, no era el momento indicado para sobresaltarse.

Finalmente, la puerta cedió con un estruendo seco. De la oscuridad del exterior surgieron los ojos amarillos característicos de los Sincorazones, tres en este caso. También apareció el joven del que procedían los gritos anteriores y que estaba muy malherido. Borré la sonrisa de mi cara y dibujé la habitual seriedad que me caracterizaba. Extendí mi mano preparado para invocar mi Llave Espada ya sin pensar en las consecuencias.

El joven se sorprendió de que el Sincorazón pudiese entrar a la catedral. Lo que me volvió a parecer divertido ¿Por qué no iban a poder entrar?

Estupideces a parte, el Sincorazón, que ya había cruzado los restos del portón, se aproximaba no precisamente rápido a rematar al joven. Con una simple mirada me bastó para deducir que era un Sincorazón poderoso, al que nunca me había enfrentado. Quizá era igual de fuerte que la Armadura a la que ya me había enfrentado en varias ocasiones, aunque nunca solo. Comencé a aceptar que no iba a poder derrotarlo yo solo.

Mas no iba a rendirme sin hacer nada. Invoqué mi Llave Espada y me escondí tras alguna columna que evitase que el Sincorazón me viese y detectase que era una amenaza. El escudo que portaba me revelaba que los ataques frontales no eran una opción con muchas opciones de éxito así que intentaría rodearle ocultándome con las columnas hasta llegar a su espalda. Una vez situado detrás suyo lanzaría una Flama Tenebrosa directa a su espalda volvería a esconderme tras una columna. Confiaba en que la distracción le sirviese al joven para ponerse a salvo o comenzar su huida.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Nell » Sab Dic 14, 2013 4:32 am

El Palacio de la Justicia estaba rodeado por guardias, como era de esperarse. Infestado de ellos, de hecho, por lo que era de suponer que también esperaban desde dentro que algo ocurriera. Hana pensó que, de no aparecer los sincorazón, más de uno se llevaría una decepción aquella noche. Bueno, una decepción lo llamaba ella, aunque para el resto fuera más bien alivio.

Se dejó guiar por Raphael en los callejones colindantes con el Palacio, insegura de hacia dónde le llevaba, pero convencida de que, de haber ido sola e intentado una infiltración, probablemente le hubiera resultado imposible moverse de aquella manera.

Al final del último callejón, Raphael la detuvo y la ordenó permanecer quieta. Hana comenzaba a aburrirse de aquella situación. El hombre era un guía estupendo, pero depender de él tanto no le gustaba. Ni que le diera instrucciones, por muy útiles que fueran. En realidad, la joven se enrabietaba consigo misma por no poder hacerse valer más en un mundo que aún desconocía demasiado. Y que fuera Raphael quien llevara la voz cantante.

Además, y para qué negarlo, a pesar de saber que su objetivo particular eran los sincorazón, el de Raphael no estaba claro, y eso no la gustaba nada.

Silenciosamente, Hana esperó, hasta la llegada de los monjes. No quiso asomarse demasiado para evitar ruidos innecesarios, pero ante los comentarios de Raphael, echó un vistazo, lo que fue suficiente para identificarlos como los gitanos. Y aquella mujer… Volvió a revisar sus caras una vez más, sólo para asegurarse que ninguno era Sorkas. Mejor. Así no tendría que darle explicaciones, ni sacarle de líos.

Entonces, recibió un empujón de Raphael, justo en el momento en el que los gitanos se dividían. Iba a quejarse, pero su acompañante estaba preocupado en ese momento por el destino de los invasores.

Probablemente ya hayan pensado en eso ―comentó, con los brazos cruzados―. Si no van dispuestos a morir, entonces es mejor que no vayan.

Al fin y al cabo, era algo a lo que todos se exponían al participar en una batalla. Ganar o morir. Tal vez la única desgracia de los gitanos sería encontrarse con una fuerza mayor a la que esperaban. Pero eso era algo que tendrían que haber tenido en cuenta mucho antes de arriesgarse. Ahora, no había marcha atrás.

Raphael echó a correr hacia el Palacio de Justicia, seguido por Hana. Incluso antes de llegar a la plaza de éste, comenzaron a escuchar los gritos procedentes de ésta, por lo que la joven estaba preparada para lo que encontraría en ella. Y bingo. Sincorazón. Los gitanos se habían dividido en varios grupos para combatirlos, mientras que los guardias se escondían como ratas tras las puertas del Palacio. Desde luego, el plan original había fallado por completo.

Sin embargo, Hana tuvo poco tiempo para pensar en la mala suerte de los gitanos, acusados de convocar los mismos demonios que les atacaban ahora a ellos, porque uno de los sincorazón, encima el más grande, se le echó encima demasiado deprisa para esquivarlo. Cayó al suelo, ligeramente conmocionada, y la Neosombra le dio un zarpazo. Apenas podía pensar con claridad, ni mucho menos defenderse. Entonces, cuando estaba a punto de recibir uno letal, Raphael consiguió salvarla.

La voz de Raphael la despertó del momento de peligro y se puso en pie, con los ojos fijos en la Neosombra, que no iba a cesar tan fácilmente en su empeño de llevarse su corazón. Internamente, eso le hizo bastante gracia.

¿Crees que esto le bastará a ese Frollo como prueba de que los gitanos no convocan estas criaturas? ―preguntó a Raphael, aunque éste debía de estar más ocupado en luchar contra la Sombra―. Oh, a quién quiero engañar...

Por fin, se sentía despierta, viva. La emoción del combate le permitía volver a ser ella misma, Hana, y no la extranjera idiota de Fiore. Y, al mismo tiempo, en su cabeza no dejaban de resonar las palabras de Ronin. “No llaméis la atención. Sobre todo tú, Hana”. Maldito Maestro, malditas reglas y maldito todo. La pirata se mordió el labio, hasta casi hacerse sangre, se desinfló por completo y volvió otra vez al papel de Fiore.

¡Qué tragedia! ―exclamó, observando de reojo cómo dos gitanos se perdían en la oscuridad, y otros tantos que acudían en su auxilio no tardaban mucho en sufrir el mismo destino.

Débil. Inútil. Así era como se sentía. Así era como le habían ordenado que fuera. Así era Fiore.

Entonces, Raphael la agarró del brazo y la instó a huir de allí. Tendría que haber asentido de inmediato. Debería de haber escapado con él, sin mirar atrás, sin desviar la vista del objetivo seguro, sin dejar revelar nada que no fuera miedo, sin escuchar a los que quedarían en su lugar. Porque era Fiore, una dama extranjera, débil e inútil, que acudía a París a ver sus encantos, no sus tragedias. Porque lo lógico era pensar que estaba asustada en verse en vuelta, en perder la vida, en aquellas criaturas de ojos demoníacos.

Fiore tuvo el error de, aún agarrada del brazo por Raphael, girar la cabeza hacia la plaza, donde escuchó los gritos que no debía escuchar, vio el resplandor de las ventanas encendidas del Palacio de la Justicia que no debía ver y miró los ojos de los demonios que no debía mirar. Y recordó que, en realidad, era y siempre sería, Hana.

¡Vete tú! ―tiró para desengancharle de su brazo, señalándole acusadoramente―. Aquí, eres débil e inútil. Así que es el momento de que nuestros caminos se separen. ¿No tenías algo que hacer? Pues aprovecha y escabúllete. No tengo nada más que tratar contigo ―le espetó―. Y llévate contigo a todos los gitanos que puedas, si acaso te queda algo de orgullo.

No hubo arrepentimiento alguno tras soltarle semejantes palabras. Raphael, por su intento de huir, se había convertido automáticamente en un cobarde, a ojos de Hana, aunque para cualquier persona normal era natural escapar de un enemigo contra el que era imposible enfrentarse. Sin embargo, habiéndose recuperado por completo ella misma, se sentía mucho más poderosa, más autoritaria, y quería darle un poco de esa frustración a aquel hombre.

Se desató el pañuelo que cubría su llamativo cabello azul, esperando que la oscuridad fuera suficiente para disimularlo, y se tapó con él la mitad de la cara, desde el puente de la nariz hasta la barbilla, con la intención de ocultar su identidad. No podía arriesgarse a que la ficharan justo enfrente del Palacio de la Justicia, ¡y en su primera visita! Marcaría todo un récord en Tierra de Partida. Y, además, le supondría unos cuantos problemas en futuros viajes. El único que la conocía era Raphael. Si se iba, no vería nada de todo aquello; pero, si se quedaba, tendría que buscar un modo de silenciarle.

Podía fingir que los ayudaba porque era, al fin y al cabo, su misión. Ronin los había mandado con la orden de erradicar a los sincorazón, quienes estaban causando problemas a los gitanos. No obstante, se estaría engañando. La joven había visto la oportunidad perfecta de divertirse, de volver a ser ella misma en un mundo que no la aceptaría como tal, y la iba a aprovechar. Ni siquiera se planteaba si era o no correcto.

Hana no sabía si su intervención, oculta, ayudaría o no a los gitanos en sus problemas, pero pensaba que, en realidad, ella tampoco tenía que cuidarse de eso. Debían ser ellos, los propios gitanos, quienes resolvieran sus asuntos y limpiaran su nombre, aunque en opinión de la joven no iban por muy buen camino al querer atacar el Palacio.

En cualquier caso, no había tiempo que perder. Se agachó para quedarse en cuclillas, con los ojos fijos en el Neosombra, y puso una mano derecha en el suelo. Allí permaneció, varios segundos, hasta haber pensado con claridad todos sus movimientos. Convocó su Llave Espada, maldiciendo la luz y habiendo intentado disimularla con la falda, al tiempo que se impulsaba con los talones hacia delante, hacia la Neosombra.

No sabía si Raphael le había hecho caso o no, pero más le valía, porque sospechaba que los gitanos iban a estorbarla. Pues mala suerte para quien no se apartara de su camino. Mientras que con la mano derecha enarbolaba la Llave con la que atacaría de frente a la Neosombra, la izquierda la cerró y la abrió de golpe, convocando las diez pompas letales a su alrededor. De nuevo, se fiaría de la oscuridad para ocultarlas. Y de que los gitanos fueran inteligentes y no cayeran en ellas.

Por el momento, creía estar bien servida. Las pompas le servirían como un campo de minas, en el que los sincorazón podían caer en cualquier momento, sobre todo si se acercaban por la presencia de la Llave Espada, lo cual esperaba Hana. Por otro lado, estaba la Neosombra, el único diferente, y tal vez líder. Su caída podía simplificar mucho las cosas, así que la joven decidió centrarse en él. Y lo primero era, por tanto, evaluarle.

Sí, desde luego, se estaba poniendo emocionante.


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Pompas explosivas (HM) [Nivel 10] [Requiere Afinidad a Agua; Poder Mágico: 10]. Crea aproximadamente diez pompas pequeñas alrededor del usuario, que permanecen flotando en el aire hasta que alguien haga contacto con una, provocando una pequeña explosión de ésta. Las demás también lo harán según su cercanía con la primera que empieza la cadena.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Lun Dic 16, 2013 1:44 am

Sorkas

Mientras el Sincorazón se dirigía hacia el joven, Sorkas se ocultó tras una columna. En ese momento, el siniestro escudo del monstruo se iluminó, revelando una gigantesca cabeza de can negro, y vomitó una bola de fuego por la boca. El muchacho al que perseguía ahogó una exclamación de horror y trató de esquivar el hechizo, que le dio de refilón y le prendió la capa con la que se cubría. Por suerte, tuvo buenos reflejos y consiguió arrancársela y rodar por el suelo.

Pero Sorkas no prestaría mucha más atención: era su oportunidad. Se lanzó adelante y atacó con su Flama Tenebrosa, que acertó a la enorme espalda del Sincorazón, haciéndolo perder el equilibrio por un momento. El Aprendiz retrocedió para escapar y ocultarse detrás de otra columna, pero esta vez el Sincorazón dio media vuelta y avanzó directamente hacia él. Al percibir que se le iba a escapar la presa, la bestia giró bruscamente sobre sí misma, extendiendo el brazo el doble de lo normal. El escudo provocó un grave silbido que puso los pelos de punta a Sorkas. Luego lo alcanzó de refilón, pero la fuerza del golpe fue tal que no sólo lo mandó directo al suelo, sino que lo dejó sin aliento, pues le acertó en el brazo herido.

Cuando Sorkas se intentó levantar, tenía al Sincorazón prácticamente encima. Los ojos del perro brillaban malévolamente, con las mandíbulas abiertas de par en par. Apenas sí vio un borrón dorado en medio de la penumbra, luego sintió unos afilados colmillos clavarse bajo su pecho y rajarle la piel.

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Hana

La muchacha atacó con resolución al Neosombra, que recibió el golpe y se tambaleó. Pero de inmediato, tan rápido que la joven no pudo seguirlo, se fusionó con el suelo para esquivar las pompas y quedó fuera de su alcance.

Entonces Hana sintió un agudo dolor en la parte trasera del muslo derecho y, al darse la vuelta, vio que la pequeña Sombra se había pegado al suelo, aprovechando que estaba concentrada en el Neosombra, y había atacado por la espalda. Pero en cuanto el pequeño demonio retrocedió, chocó contra una de las pompas que la joven había distribuido a su alrededor y explotó. Como si hubiera dado una señal, cuatro más estallaron en medio de la noche, entre de los gritos de los gitanos. Consiguieron eliminar tres Sombras, pero todavía quedaban cinco. Además, y de paso, una pompa acertó a uno de los gitanos, que huía en un desesperado intento de librarse de una Sombra. Hana no podía saberlo, pero había sido al mismo al que hacía menos de un par de horas había salvado la vida en la plaza de Notre Dame. El muchacho se desplomó y su compañera arremetió con furia para protegerle con una vieja espada.

Entre tanto, parte de la barrera que protegía a la joven se había venido abajo, y la Neosombra se incorporó detrás de ella, cogió impulso y se propulsó al frente como una bala, creando una onda de choque. Alcanzó a Hana en el costado. Se escuchó un horrible chasquido. Luego, la joven cayó de bruces mientras la Neosombra salía disparada al otro lado de la calle por culpa de su propio impulso. Se pegó a la pared del Palacio de Justicia y buscó a su alrededor, fijando los ojos en Hana. Entonces se deshizo, pegándose al suelo. Y empezó a navegar hacia ella, buscándola. No tardaría más que unos segundos en alcanzarla.

Cuando Hana intentara incorporarse se daría cuenta de que le dolían una barbaridad las costillas del lado izquierdo, aunque, por suerte, no parecían haberse roto. Pero estaban cerca. Un golpe más así y…

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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Sorkas » Vie Dic 20, 2013 9:45 pm

En cuanto me oculté tras la columna pude echar un vistazo al escudo del Sincorazón. Había una cara grabada. Una cara de un perro. ¿Qué pintaba ahí una cara de perro? Me esperaría el símbolo de los Sincorazón o algo similar pero, ¿un perro? Pronto saldría de dudas. La boca del perro se abrió y de su interior salió una bola de fuego.

Eso no me lo esperaba, y el gitano tampoco aunque logró esquivarla un poco. Aun así, era el momento perfecto para llevar a cabo lo que había pensado. Salí de mi escondite y lancé mi Flama Tenebrosa contra el Sincorazón.

El impacto fue directo y logré desequilibrarle, así que volví rápidamente a mi escondite. Sin embargo, el Sincorazón me encontró, no sabría decir muy bien cómo pero lo hizo. Su brazo se extendió a más de lo imaginable para impactar contra la columna y conmigo evidentemente. La mala suerte se cebaba conmigo además pues me golpeó en mi brazo herido. Me llevé mi otra mano al brazo intentando de manera estúpida reducir el dolor desde el suelo.

El Sincorazón no paró ahí, pues yo me había convertido en su nueva presa. El escudo lo tenía justo delante de mí. Perfecto para presenciar como el perro volvía a cobrar vida y me mordía, rasgaba y arrancaba piel, ropa y todo lo que alcanzaba a su paso.

Afortunadamente, si es que se puede decir, mi cuerpo dejó de sentir dolor en la parte afectada. La adrenalina o un desmayo parcial, no sabría decir muy bien que sucedió. Sin dudarlo comencé a arrastrarme fuera del alcance del Sincorazón. Mientras intentaba ganar distancia con el Sincorazón, busqué una Poción para aplicármela inmediatamente.

Parcialmente recuperado, apliqué una habilidad que todavía no había usado: Libra. Me había contado la Maestra que con ella conocería a mi enemigo y esperaba que así fuese. Aun así, el resultado seguramente me desalentaría más.

Si el Sincorazón amagaba con volver a atacarme, utilizaría Doble Salto y Planeador para alejarme lo más posible de él.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Nell » Sab Dic 21, 2013 5:37 am

Al igual que las Sombras de su alrededor, la Neosombra tenía la misma fastidiosa habilidad de sumergirse en el suelo y volverse inalcanzable, cosa que molestaba soberanamente a Hana, pues apenas le había tocado y ya no pudo acertarle más.

Entonces, la Sombra restante aprovechó para atacarle por la espalda. Hana se agarró el muslo derecho, dolorida, al tiempo que agradecía que no hubiese sido más abajo, puesto que heridas más cercanas al pie podían frenarla y hacerla más lenta. Habría contratacado de no ser porque la misma Sombra retrocedió e hizo contacto con una de las pompas, visión que la aprendiza disfrutó con gusto.

Se dio la esperada reacción en cadena y las pompas explotaron, llevándose a algunos sincorazón más. Hana también alcanzó a ver cómo una de ellas explotaba a un gitano que huía de las Sombras. La imagen del hombre inocente que murió en la plaza pasó fugaz por su mente, pero la enterró con rapidez, al igual que la que acababa de contemplar. Prefería pensar en que la culpa era del hombre cobarde, que había acudido a enfrentarse a humanos y, al toparse con monstruos, escapaba con el rabo entre las piernas. No era alguien, entonces, que estuviera preparado para el campo de batalla. Y que, por tanto, debiese haber ido.

Si no van dispuestos a morir, entonces es mejor que no vayan”, le había dicho hacía un rato a Raphael. ¡Y cuánta razón creía tener! Se escudó en tales palabras y por su mente no volvió a pasar pensamiento alguno de compasión hacia los gitanos que a su alrededor morían. Al fin y al cabo, los estaba ayudando. A algunos, no a todos. ¡Ni que fuera una heroína!

No, ni mucho menos. Antes morir que ser considerada como tal.

Mientras tanto, la Neosombra aprovechó para ocupar el lugar de su compañero y arrojarse sobre la muchacha, ahora más desprotegida. El impacto la empujó al suelo y la Neosombra, aún con la velocidad del impulso, siguió hasta el Palacio de Justicia. Era todo un alivio que no la hubiese arrastrado con ella, puesto que el ataque había sido increíblemente fiero para sólo haber sufrido un choque. Hana no se quería ni imaginar qué le habría ocurrido de haberse estampado contra la pared.

Y luego estaba el chasquido que había escuchado al caer. Le dolía un montón el costado izquierdo, y se palpó la zona afectada, con cuidado. ¿Se había roto alguna costilla? No lo parecía, aunque como no era médica, tampoco podía estar segura del todo. Lo que sí era cierto es que había dañado gravemente la zona y necesitaba que la revisaran. Sin embargo, al otro lado de la plaza, desde la pared, la Neosombra la observaba con la clara intención de atacarla de nuevo.

Tenía poco tiempo. Muy poco. Y demasiados enemigos. Hana era consciente de que había sido un error sobreestimarse tanto, pero, ¿de verdad podría haber sabido que era tan peligroso? No, ni mucho menos. Además… le gustaba el peligro. Tal vez incluso sabiéndolo no hubiese escapado.

Lo que sí que no le gustaba nada era morir, encima morir patéticamente contra Sombras y evoluciones, por lo que se puso en marcha. Comprobó rápidamente que tenía bien ajustado el pañuelo para ocultarla y se desplazó como vio conveniente hacia la mayor concentración de pompas restantes, a fin de procurarse el máximo escudo mientras se centraba en la Neosombra (y de paso hacer un vano intento de interponer alguna entre ambos y que chocara antes de alcanzarla). Todavía quedaban cinco Sombras y, en cuanto terminaran con los gitanos o antes, irían a por ella, aprovechando el combate de su líder. Hana era consciente de que no podía concentrarse en absoluto en ellas, por lo que se hizo a la idea de que tendría que recibir los golpes.

Esperó, pacientemente, situándose de lado derecho para estar segura de que se protegía el izquierdo. Entonces, cuando la Neosombra se lanzara de nuevo hacia ella, aprovecharía la longitud que los separaba para calcular a ojo la velocidad y lanzar un Hielo directamente hacia él cuando se encontrara a menos de la mitad de camino y tuviera tiempo antes del choque. Inmediatamente después, lo esquivara o recibiera, ejecutaría un Electro horizontal desde sus dedos, apuntando a su enemigo, para no darle la oportunidad de escapar hacia las sombras.

Si todo salía exitosamente bien, Hana apostaría por volver a ser temeraria, dándolo el todo por el todo. Se lanzaría de nuevo hacia su enemigo con la Llave Espada, esperando que estuviese lo suficiente debilitado para acabar con él rápidamente. O que él acabara con una o varias de sus costillas.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Dom Dic 22, 2013 12:46 am

Sorkas

Sorkas hizo uso de su poción y se recuperó de inmediato: las heridas dejaron de sangrar y se cerraron. Ejecutó a continuación Libra.

En ese momento el Sincorazón avanzó hacia, dispuesto a acabar con él. Pero Sorkas fue más rápido: saltó y salió planeando por los aires, esquivando una dentellada que le habría dejado sin brazo. Podía aprovechar el momento para pensar su estrategia utilizando los datos que había obtenido, aunque debía darse prisa: su habilidad para planear no le alejaría más que unos cuantos metros de su enemigo.

Oyó un grito de guerra y, al volver la cabeza, vio que el joven cargaba ahora con uno de los largos y pesados candelabros entre las manos. Alcanzó al Defensor por la espalda, pero su improvisada arma salió despedida de sus manos, tan dura era la armadura del Sincorazón.

Sin perder el ánimo, retrocedió apresuradamente, dispuesto a coger un nuevo candelabro cuando fijó su vista en Sorkas. Y, a pesar de la distancia y de la escasa luz, Sorkas pudo percibir su gesto lívido.

Aquello, un chico volando cual pájaro entre las columnas de la nave, y ver al Sincorazón girándose en su dirección fue demasiado para el joven. Se desplomó, inconsciente.

El Sincorazón pareció vacilar entre ir a por una presa tan suculenta y la que se le estaba escapando.

Era el momento de Sorkas. ¡Si seguía de largo, tenía la oportunidad de escapar de la catedral!

Pero dejaría a su suerte al joven… Y al archidiácono, que no tardaría en volver.

Decidiera lo que decidiera, seguramente no se esperó lo que ocurrió a continuación:

Uno de los pesados y largos reclinatorios en los que la gente rezaba fue elevado en vertical. Si se fijaba bien, a la luz titilante de las velas, vería una figura deforme: baja, con una gran joroba y brazos enormes. La figura exhaló un gruñido de esfuerzo y arrojó el reclinatorio, que giró sobre sí mismo en el aire, a toda velocidad, antes de alcanzar al Sincorazón. La fuerza fue tal que consiguió hacerlo caer de lado y… hacerle perder el escudo.

Mientras el Sincorazón se quitaba el reclinatorio de encima y forcejeaba para recuperar su escudo, el extraño y deforme hombre corrió hacia el joven y lo arrastró, alejándolo de campo de batalla.

Parecía que Sorkas contaba un aliado… O alguien que tenía el mismo interés que él por acabar con el Sincorazón, al menos.


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Datos obtenidos con Libra
Nombre: Defensor
Nivel: 12
VIT: 13/20
Arma: escudo.
Punto débil: su espalda.

Habilidades:
-Fuego.

-Hielo.


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VIT: 16/16
PH: 1/18


****


Hana

La muchacha se apresuró a refugiarse entre las pompas que le quedaban, que no eran demasiadas, ignorando al resto de Sincorazón. Su mirada estaba clavada en la Neosombra, que rectaba hacia ella de forma siniestra. Cuando emergió del suelo, de un salto, Hana aprovechó y arrojó un Hielo. La Neosombra recibió un fuerte golpe en la cabeza y se quedó inmóvil, acusando el golpe. La chica vio la oportunidad y arremetió con un Electro. El Sincorazón se tambaleó, aturdido.
Hana no titubeó y se arrojó contra el monstruo y atacó. Seca, contundente, dándolo el todo por el todo.

Tuvo éxito.

La Neosombra se arqueó en un gesto mudo de dolor y luego retrocedió, buscando protegerse. Pero chocó contra una pompa.

Y desapareció, liberando un brillante corazón al cielo.

Hana podía estar satisfecha. ¡Había vencido a una Neosombra sin ayuda! ¡Y sin apenas recibir daño...!

O esto tuvo que pensar antes de que un chasquido resonara en sus oídos y un dolor insoportable le subiera por el costado, arrancándole un grito.

Sus costillas no habían soportado la presión del golpe y se habían quebrado. Pudo sentir que una astilla le atravesaba la piel, rozando su ropa, y que algo le rozaba por dentro cada vez que intentaba respirar. Debía tener mucho cuidado, o se desgarraría el pulmón.

En ese momento un chirrido atrapó la atención de Hana: del interior del Palacio de Justicia emergió una franja de luz, acompañada de un pesado sonido. Tardó unos instantes en comprender que se estaban abriendo las puertas.
Unas figuras se interpusieron en el camino de la luz y, unos instantes después, con un rugido, unos veinte soldados cargaron entre el metálico traqueteo de sus armaduras. Y, detrás de ellos, con un relincho que penetró la oscuridad, se elevó un inmenso caballo, ónice como la noche. Sus cascos repicaron al bajar por la escalinata, cargando contra los Sincorazón.

Sobre el magnífico animal cabalgaba un hombre mayor, con el cabello blanco, escuálido y el rostro chupado. En sus ojos ardía una fiera y cruel determinación.

Su espada atravesó a un Sincorazón por la mitad pero, además, se llevó por delante a un gitano. Tiró con firmeza de las riendas de su montura y viró hacia donde estaba Hana. Una de las pompas explotó por el roce del caballo y el poderoso animal corcoveó, entre relinchos de terror. Pero el hombre consiguió domarlo y evitar que saliera despavorido. Miró a Hana con frialdad y recorrió con los ojos su alrededor, descubriendo las pompas, una tras otra.

Entre tanto, los gitanos huían, se dispersaban. Los soldados no sólo cargaban contra los Sincorazón. Sino que se los llevaban a ellos por delante. ¡Muerte a los demonios!, gritaban.

El hombre no hizo preguntas. Su rostro se contrajo por la furia y acusó, con una voz profunda y oscura:

¡Bruja gitana!

Picó espuelas y el gigantesco animal cargó contra ella, esquivando las pompas con agilidad a pesar de su gran tamaño. Hana, luchando contra el insufrible dolor, no tuvo más remedio que correr, retroceder por la calle por la que había venido con Raphaël. Estaba demasiado débil para contraatacar, las costillas no le permitían levantar el brazo para defenderse. Y aunque podría haber intentado hacer un hechizo —que podía hacerlo— el jinete estaba casi encima de ella.
La obligó a correr, como si fuera un animal y él, el cazador. Una cruenta sonrisa curvaba los finos labios de su perseguidor, que enarboló la espada. Su filo reflejó la luz de la luna.

Hana supo que no iba a haber compasión, que la iba a matar.

Que iba a morir.

Entonces escuchó el ondear de una tela en el aire. Acto seguido, el jinete soltó una sonora maldición y tiró de las riendas: alguien le había arrojado una capa que se le había enrollado en torno a la cara.
Una figura embozada surgió de un callejón y saltó contra el hombre. Lo agarró de la pierna y, de un violento tirón, lo desmontó. Luego golpeó al caballo en los cuartos traseros con la parte roma de la espada que enarbolaba. El animal relinchó de dolor y salió despedido, perdiéndose por el callejón.

¡Vamos!

Su inesperado salvador corrió hacia ella, la agarró violentamente por la cintura y se la cargó al hombro. Cuando echó a correr, el dolor se volvió insoportable, notaba que la carne se le desgarraba, por dentro y por fuera. Y cada paso, cada sacudida era como si le estuvieran hincando una daga en el pulmón.

Hana terminó por perder el conocimiento. Lo último que vio, antes de que la oscuridad la devorase, fue la figura del que, sin duda, era el Juez Frollo al fondo del callejón, mirándola con rabia.

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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Sorkas » Lun Dic 23, 2013 10:22 pm

Cómo había previsto, el Sincorazón estaba decidido a acabar conmigo, pero ágil salté y planeé para esquivar su ataque. Previamente, la habilidad de Libra me había dado ciertos datos de interés.

Como ya supuse, la espalda era su punto débil. También conseguí el dato de vida que le faltaba, y que en realidad, no me sacaba tanta diferencia de habilidad. Aun así, dudaba que pudiese vencerlo yo solo, es cierto que todavía tenía un par de Pociones, pero no era un plan muy seguro depender siempre de objetos.

El tiempo apremiaba. La distancia que había conseguido pronto quedaría reducida al alcance del Sincorazón y necesitaba dar el siguiente paso. Tenía que lograr como fuese situarme a su espalda, pero mis habilidades estaban agotadas y tenía al Sincorazón en frente.

En ese mismo instante, un grito humano interrumpió mis pensamientos. El chico de antes cargaba armado con un candelabro contra el Sincorazón por su espalda. “¿¡Pero qué cojones!?”. ¡Estaba totalmente loco! Al impactar contra el Sincorazón su “arma” salió disparada y se quedó indefenso, más de lo que estaba antes incluso.

Pero ahí no acabo el asunto, no falto de valor, el chico buscó recoger el candelabro para volver al ataque. Fue entonces cuando reparó en mi presencia. Y estaba volando. En cuanto me vio y se percató que era una persona se desmayó en el sitio. Le comprendía perfectamente, pero para mí, lo que acababa de hacer era tan raro como yo lo era para él. Viendo su absurdo intento de ataque me podría haber desmayado igualmente.

Ahogué una pequeña risita por lo cómico del asunto y aterricé. Al menos el ataque desesperado había servido para hacer dudar al Sincorazón sobre a quién matar primero. Al final hasta iba a tener que agradecérselo…

Justo entonces me lancé con mi Llave Espada para ir a por la espalda del Sincorazón. Desafortunadamente o no, mi carrera fue interrumpida por un banco volante. ¡Un banco estaba volando por los aires! Las sorpresas parecían no acabar nunca. Me paré y localicé la fuente de dónde había sido disparado el banco. Una silueta deforme se situaba allí. No era humano, estaba claro, pero… Nunca había oído de Sincorazones que atacasen a otros Sincorazones.

El Sincorazón nuevo, o lo que fuese recogió al joven desmayado y se lo llevó de allí. No sabía muy bien que estaba pasando pero tenía que reaccionar. El Sincorazón, el malo, había sido derribado y había perdido su escudo, la ocasión era inmejorable.

Volví a correr hacia el Sincorazón y me detuve en cuanto llegué a dónde se encontraba su escudo. Lo levanté como pude y lo lancé todo lo lejos que pudiese. Acto seguido me situé a su espalda y lancé sendas estocadas sin pausa. Concentraría mis ataques en su espalda hasta que desapareciese.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Nell » Vie Dic 27, 2013 3:36 am

Lo había hecho. Lo había conseguido. ¡Acabó con el sincorazón sin ningún daño más! Le habría encantado celebrar el éxito, pero otro asunto más urgente se impuso.

El dolor.

Sintió descomponerse su interior cuando el hueso quebró, retorciéndose sobre sí misma en una agonía que no había sentido hasta entonces. Sangrar no era tan malo en comparación. Si sangraba, sabía dónde estaba la herida, dónde podía vendarla. Pero cuando el tema se trasladaba al interior de su cuerpo, ahí ella no sabía nada de lo que le ocurría o lo que tenía que hacer. No lo veía y eso la atormentaba aún más.

Por no hablar de que era, por lo tanto, extremadamente delicado. ¿Cómo debía moverse? ¿A quién podía acudir? ¿Qué debía apoyar y qué no? Cada paso en falso podía acercarla a la muerte.

En todo aquel pánico interno, las puertas de Palacio se abrieron y emergieron los guardias, dispuestos a calmar el follón. Hana se obligó a prestar atención, pero sus rostros y movimientos pasaban como un relámpago delante de sus ojos. Ellos no eran importantes. No eran nadie. Y a ella se le había roto una jodida costilla (o varias) como para preocuparse de gente no importante.

Por eso, cuando le vio imponente, sobre su caballo, envejecido y encolerizado por los demonios que en su ciudad residían, centró toda su atención en él. No le cupo la menor duda de que sí era alguien a quien debía tener en cuenta. Sobre todo cuando, observando el maravilloso escenario que había preparado Hana, le gritó explícitamente a ella.

¿Bruja? Sí. ¿Gitana? Que ella supiese, no.

Así que, definitivamente, aquello iba a manchar aún más el expediente de los gitanos, ¿no? Bueno, daba igual. Había cumplido su misión, su parte, si Sorkas había descubierto y aniquilado sincorazón en el otro extremo de la ciudad. Nadie había mencionado que tuviera que salvar a los inocentes también.

Tampoco tenía tiempo para pensar en eso, porque el hombre inició una cacería tras ella. Hana aún no había olvidado el palpitante dolor, pero tenía que huir. Puso pies en polvorosa, lo que su cuerpo le permitió, y durante la carrera se aplicó a sí misma un Cura. No sabía si lograría curar la rotura, recolocar o aliviar al menos el dolor, según el grado de alcance de la magia, pero cualquiera ayuda era buena con tal de escapar del chiflado.

Y aun así, la estaba alcanzando. Corrió sin pensar, tomando la misma ruta que había hecho con Raphael, pero no llegó muy lejos. Le bastó una mirada atrás para saber que la alcanzaría. Y que iba a matarla.

¿A quién le importaban sus estúpidas costillas? ¡Ser cercenada por un hombre que bien podía ser su abuelo era mucho peor!

No estaba preparada. Nunca lo había estado. Qué hipócrita. Por eso, no se planteó ni siquiera la posibilidad. Aún en sus últimos momentos, iba a morir convencida en algún rincón de su mente de que nada de lo que hiciera aquel hombre acabaría con ella. Ella escaparía. Siempre lo hacía. ¿Por qué iba a ser diferente aquella vez? Moriría antes de aceptar que había llegado su fin.

Entonces, la repentina interrupción, por parte de una capa entre cazador y presa, salvó su vida. Alguien había intercedido por ella, cegando al loco y tirándolo del caballo. Se quedó casi en estado de shock, demasiado impresionada para seguir corriendo, aún sin creer que pudiera estar ocurriendo de verdad.

Su salvador tuvo que cogerla por sí mismo y echar a correr para moverla de allí. Aún sobre su hombro, no reaccionó, porque el choque entre ambos cuerpos le enviaba nuevas punzadas de agonía hacia su costado. No lo soportaría mucho más. De hecho, no quería soportarlo, porque su umbral del dolor estaba llegando a niveles insospechadas. Sólo echó una breve ojeada a lo que dejaban atrás, al hombre enfurecido que, esperaba, estuviera en mejores condiciones para enfrentarse la próxima vez.

Lo ideal habría sido decirle una especie de “Gracias” a su salvador, pero en su intento Hana sólo emitió gruñidos y gestos que parecían más bien insultos. Y se dejó arrastrar a la oscuridad, aliviada de que se fuera el dolor con ella.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Sab Dic 28, 2013 7:01 pm

Sorkas

Sorkas intentó aferrar el escudo, pero en algo debió influir la penumbra para que confundiera el descomunal tamaño del objeto y pensara que era capaz de levantar algo tan pesado. Sus brazos se tensaron por el esfuerzo, pero no fue capaz de levantarlo más que un par de centímetros.

Además, no parecía haber comprendido que éste era de por sí un arma peligrosa, por eso se llevó una buena sorpresa cuando las fauces del animal se abrieron de par en par y le pegaron un bocado en el brazo.

Con todo, Sorkas fue capaz de reaccionar y rodear al Sincorazón, que todavía forcejeaba para levantar su escudo. Lo golpeó furiosamente por la espalda, aunque perdiendo fuerzas por culpa de la herida, hasta que el Sincorazón, a la defensiva, dio un golpe con uno de sus largos brazos y alcanzó al muchacho en la sien, derribándolo y dejándolo incapaz de reaccionar.

Por suerte para él, el Defensor no le prestó más atención sino que se concentró en recuperar su escudo. Justo en ese momento, alguien lanzó un grito de furia. Sorkas vio que el ser al que había confundido con un Sincorazón no era tal, sino un hombre. Un hombre bajo y deforme, que portaba un gigantesco candelabro que incluso a Sorkas le habría costado manejar con soltura. Cogió impulso y lo arrojó a las alturas. Sorkas alzaría la cabeza a tiempo de ver cómo una sombra se sacudía en el techo, con un resonante ruido metálico.

Era una lámpara de metal, cargada de velas apagadas.

La lámpara balanceó durante unos instantes: el candelabro estaba enganchado en su cuerpo. Entonces, el hombre saltó y dio un tirón al candelabro. La cadena se partió por el peso y la lámpara cayó sobre ellos.
El mundo de Sorkas se sumió en la oscuridad y lo último que vio antes de sucumbir fue que el Sincorazón se desvanecía.

*


Cuando Sorkas se despertó, un fétido hedor penetró sus fosas nasales, atontándolo. Se encontraba en una estrecha y oscura celda, con el suelo húmedo cubierto de paja sucia que se le pegaba a la ropa. Sus muñecas estaban atadas con una cuerda que le cortaba la circulación, de modo que apenas sí sentía las manos. A pesar del entumecimiento de su cuerpo, sentía un agudo dolor en la nuca, donde le había salido un gran chichón, y en la sien. Poco a poco iría recordando detalles de la batalla del día anterior y podría ir haciéndose una idea de lo que había sucedido. A su vez, sentiría bastante hambre, algo lógico pensando que no había probado bocado desde la noche anterior…

De pronto escuchó que unos pasos se acercaban. El pasillo que había al otro lado de las rejas se iluminó, desvelando un lugar húmedo y oscuro, casi sin lugar a dudas bajo tierra. Un soldado cubierto por una armadura negra abrió el candado de la puerta y le gruñó:

—Tienes suerte, mocoso.

Y se retiró a un lado. Una segunda figura se adelantó y Sorkas reconoció a la Maestra Lyn, que le miraba con frialdad desde el marco de la puerta. Por una vez no iba vestida con su armadura, sino que bajo una larga capa llevaba un vestido amplio y una cofia que ocultaba sus orejas.

Ya he recogido todas tus cosas. Nos marchamos.

Y dio media vuelta, sin esperar una respuesta por su parte.

Cuando el soldado cortó las cuerdas que aprisionaban sus manos subieron infinitas escaleras, siguiendo oscuros pasillos, flanqueados por celdas en las que dormitaban figuras delgadas, hasta que alcanzaron lo que parecía ser un oscuro vestíbulo. El soldado hizo una seña a dos compañeros que guardaban una gran puerta de madera y éstos la abrieron, dejando que una pálida luz coloreara las tristes paredes.

Así fue como Lyn y Sorkas salieron de la cárcel de París.

En cuanto se alejaron unos pasos, el hombre que les había guiado extrajo una bolsa y se acertó a adivinar el brillo del oro cuando sus compañeros se inclinaron sobre ella con una sonrisa avariciosa. La puerta se cerró de un seco golpe.

Estaba claro que Lyn había comprado su libertad.

La Maestra miró a su alrededor y, una vez comprobó que no había nadie a la vista, le puso una mano en la frente y susurró:

Cura —de un repaso con la mirada comprobó que todas las heridas del aprendiz habían desaparecido— Vamos a la plaza —informó entonces—. Hay algo que quiero que veas. Toma —le arrojó sus cosas, que había metido en un saco.

Lyn echó a andar, amenazando con dejarle atrás. No parecía muy por la labor de hablar.

****


Hana

Eh, bebe un poco de agua—la despertó una voz conocida.

Cuando Hana abrió los ojos, vio a Raphaël inclinado sobre ella. Le tendía un vaso de agua—. Por toda la sangre que te cubría pensaba que tendrías una buena herida, pero has tenido suerte. Debía pertenecer a otra persona.

Hana se encontraba en una habitación pequeña, con una ventana por la que entraba la luz del amanecer, con una mesita y una silla como único mobiliario. Sobre la mesa había un plato humeante de gachas y una jarra de cerámica llena de agua. Su desayuno. La habían recostado en una cama mullida, pero que olía bastante fuerte y que rechinaba cada vez que se movía. El dolor había desaparecido; su costilla estaba soldada y la piel casi cerrada, pero estaba extenuada. Por la posición del sol no podía haber dormido más que un par de horas.

Cuando Raphaël se incorporó de la silla en la que estaba sentado las tablas del suelo crujieron bajo sus pies.

He pagado la habitación y puedes quedarte el resto del día —informó sin sonreír—.Espero que te recuperes pronto.

Se dirigió hacia la puerta, dispuesto a dejarla sin más, pero cuando puso la mano en el pomo se volvió hacia ella y la miró con dureza:

No sé quién eres Fiore, ni por qué tenías tanto interés en el Palacio de Justicia, pero me ha quedado claro que no estás con Frollo. Por suerte para ti. Por eso te diré que lo que hiciste ayer fue una tontería.

»¿Qué pensabas hacer? ¿Ayudar a los gitanos contra esos monstruos? ¿Asaltar con ellos el Palacio? ¿Probarte que eras mejor que varios hombres armados? No lo consigo comprender. No había forma de que los gitanos consiguieran entrar al Palacio, que supongo que es lo que pretendían hacer. A menos que alguien les hubiera abierto la puerta, claro. Y dudo que eso hubiera podido llegar a pasar. Así que lo único que acierto a ver es que te has jugado la vida sin motivo.


Raphaël respiró hondo y meneó la cabeza:

Debes hacer lo que quieras con tu vida, claro. Es tuya y de nadie más. Pero la próxima vez podrías morir —abrió la puerta—.Ayer me dijiste que si esos gitanos no estaban dispuestos a morir, entonces era mejor que no siguieran adelante. Le he estado dando vueltas y quizás sí que deberías ir a la plaza. Entonces entenderás por qué arriesgaron sus vidas.

Dicho esto cruzó la puerta y cerró a su espalda. Si Hana intentaba salir tras él, encontraría que estaba en el segundo piso de una vieja posada, con inquilinos roncando en varias habitaciones. Raphaël se perdió de vista casi al momento y salió a la calle a buen paso.

Hana tenía tiempo de sobra para hacer lo que quisiera, tanto si quería dormir como dar cuenta del desayuno con tranquilidad o salir fuera. En cualquier caso, debería encontrar a Sorkas.

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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Nell » Vie Ene 03, 2014 1:11 am

Que lo primero que viera al recuperar el conocimiento fuera a Raphael no alegró mucho su despertar. Pensó, molesta, que debía de haberlo imaginado, incluso si no había procesado su voz en el callejón. ¿Quién si no iba a salvarla del juez loco? Sólo alguien que desentonaba tanto como ella.

Tenía la garganta seca, pero rechazó el vaso de agua. Después de cómo había tratado a Raphael, haciéndose la heroína, cuando al final él había tenido que ir a rescatarla, la había herido en su orgullo.

«Y tú deberías meterte en tus asuntos», le habría respondido, si no tuviera en la cabeza el constante conocimiento de que le había salvado la vida. Además, la afirmación de que la sangre que la había cubierto pertenecía a otro la chocó. Los sincorazón no tenían, por lo que quedaban descartados. Intentó rememorar, pero estaba absolutamente convencida de que no se había hallado tan cerca de ninguno de los gitanos. Aun así, era un pensamiento que la persiguió angustiosamente durante los siguientes minutos. Era incapaz de dejar de buscar, entre sus brumosos recuerdos, a la desgraciada persona que le había dejado una parte de ella.

Entonces, recordó su desesperado Cura y se alivió. Probablemente sí, había sido su sangre, pero el milagroso hechizo había logrado sanarla. Debía ser eso. Tenía que serlo.

Gracias a esa deducción, consiguió salir de aquel pozo de desesperación que era su cabeza, mientras los recuerdos de lo sucedido intentaban torturarla. Y pudo echar un vistazo a su alrededor, justo cuando Raphael se levantaba de su silla.

Amablemente, la informó de que tenía alojamiento gratis, un detalle ante el que Hana frunció el ceño. No le gustaban aquel tipo de favores. ¿Qué quería a cambio? ¿Información? Raphael debía de haber visto la magia y podía estar interesado en su brujería. ¿O no? ¿Compasión, tal vez? Eso sí horrorizaba a Hana. No quería la compasión de nadie.

Todas sus suposiciones quedaron relegadas ante las siguientes palabras de Raphael, que fueron como un jarrón de agua fría para Hana. ¿Cómo se atrevía ese paleto a regañarla? La recordaba horriblemente a los Maestros. Cuestionaba sus formas, sin tener ni idea. Se ahorró decirle que se consideraba más eficaz que varios hombres armados y sin formación, como habían demostrado en cuanto la situación se le fue de las manos.

Hizo un esfuerzo monumental para callarse todo lo que el enojo y la vergüenza de haber quedado como una payasa le hubiesen hecho soltar con facilidad la lengua. Se repitió una de las pocas normas que respetaba y seguía: “No dar a conocer la existencia de otros mundos”. Si quería mantenerse fuera de sospecha, le convenía que Raphael no relacionara su objetivo con los sincorazón, sino que pensara que había sido un acto noble hacia los gitanos.

En realidad, comprendió Hana, ni a ella ni a Raphael le gustaban aquel tipo de valentía estúpida, el jugarse la vida por otros. Otra vez, le dio rabia no poder ser ella misma y mostrarse conforme con esa manera de pensar.

Tal vez ―soltó, aprovechando una breve pausa de Raphael, ante el comentario de que se había jugado la vida sin motivo, incapaz de mantenerse del todo callada ante tales acusaciones.

Pensaba que no era cierto. Tenía una muy buena razón. Ella luchaba contra los sincorazón. En cuanto los viese, era su deber erradicarlos. Punto. No había ningún otro misterio. Sin embargo, cuanto más intentaba zanjarlo en su cabeza, más fuerza cobraba en su cabeza la imagen del juez loco a punto de matarla. La base sólida sobre la que creía sostenerse se derrumbó y comenzó a dudar. ¿Se había metido, quizá, en otra pelea distinta que no le correspondía?

Raphael terminó su discurso y salió de la habitación. Después de semejante bronca, o así al menos la sentía la joven, lo normal para ella habría sido saltar de la cama y seguirle, para gritarle cuatro cosas y darle a lo mejor un puñetazo. No obstante, se quedó recostada, mirando el punto por donde había desaparecido el hombre tan extraño. Luego, giró su vista hacia la ventana y contempló, distraída, un París que despertaba otro día más, impertérrito a lo que había sucedido la noche anterior.

Si ella hubiese muerto, nada habría cambiado. Diablos, puede que ni siquiera ese aprendiz atolondrado, Sorkas, hubiese encontrado su cuerpo, porque fichada como bruja, lo menos que se esperaba del juez loco es que la quemara.

«Pero la próxima vez podrías morir», le había dicho Raphael. Y eso se le había quedado grabado. Siempre existía la posibilidad de que muriera. Lo sabía muy bien. Pero nunca había acabado por aceptar que eso pudiera suceder, y sólo una experiencia cercana a la muerte había logrado que abriera los ojos ante esa nueva percepción de la realidad.

Y no sabía muy bien cómo tomarse la noticia de que era una mortal metida en una milenaria lucha contra incontables criaturas malignas.

«¿Tienes miedo?». Hana cerró los ojos, suspiró y apartó la vista de la ventana. No quería pensar. No quería responder a esa pregunta. Lo único que quería en aquel momento era huir.

Y la manera más eficaz de hacerlo era recobrarse, fingirlo al menos, y volver a ser ella misma. Volver a ser Hana. La misma que se había lanzado contra los sincorazón sin pensarlo muy bien. Se levantó de la cama, con cuidado, palpándose de nuevo la herida y comprobando que no tenía nada más dañado. También se le pasó por la cabeza comprobar si tenía todas las ropas en su sitio, no fuera a ser que la caballerosidad de Raphael hubiese perdido contra la lujuria. Luego, se puso en movimiento, planeando sus próximos pasos, por temor a detenerse de nuevo y recaer.

Puesto que tenía el desayuno prácticamente servido, no lo desestimó. Comió las gachas sin una queja y bebió largos tragos de agua, ahora que Raphael no la miraba. Le hubiese gustado asearse, pero entre el olor de las calles de París y las de su cama, sería inútil hasta que hubiese vuelto a Tierra de Partida. Y si, por desgracia, en su retorno se topaba con algún aprendiz chismoso, ya se imaginaba las burlas y risas que correrían sobre ella durante las próximas semanas. Realmente apestaba.

Raphael había comentado algo sobre la plaza. Hana ignoraba lo que iba a suceder allí, pero su otra opción era buscar a Sorkas, cosa que no le tentaba tanto. Optó por seguir la indicación del hombre y no reunirse con su compañero hasta que menguara su interés en todo aquel asunto gitano. Además, quería entender qué había querido decir Raphael, pese a no albergar deseos de que se encontraran otra vez. También qué habían significado para él sus palabras. Tal vez así pudiera comprender todo lo que había hecho un poco mejor.

Y encajarlo de una vez dentro de la historia.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Sorkas » Vie Ene 03, 2014 4:56 am

Desperté. ¿Dónde estaba? No sabía decirlo con exactitud. Mis ojos comenzaban a acostumbrarse a aquella oscuridad reinante. La cabeza me dolía y me llevé una mano a la nuca… Un momento… ¡Mis manos estaban atadas! “¿Qué ha pasado?”. Respiré profundamente y miré a mi alrededor para descubrir que me encontraba en lo que parecía ser con toda seguridad una celda. Estaba en la cárcel, pero… ¿por qué?

Poco a poco sucesos aleatorios y espontáneamente salpicaron mi mente. Un Sincorazón con un escudo y sin él. Otro Sincorazón atacándole. Yo volando. Una persona desmayada. “Oh… Joder…”. Ya recordaba.

Como un estúpido intenté apartar el escudo del Sincorazón sin éxito. Era demasiado pesado. Y no solo eso, estaba vivo y me atacó. Y, a pesar de conseguir golpear varias veces la espalda del Sincorazón, me había golpeado en la nuca. Al menos ya conocía el origen de ese insoportable dolor de cabeza.

Más recuerdos siguieron golpeándome la cabeza. El otro Sincorazón, el bueno según mi punto de vista, se revelo como un humano, grotesco, pero con facciones humanas sin duda. Y, haciendo gala de increíble fuerza, logró acabar con el Sincorazón arrojando una lámpara gigante que colgaba del techo. Ah, y también acabó conmigo ya de paso.

Desecho el misterio de todo lo acontecido anteriormente, me dispuse a analizar mi situación actual. Patética evidentemente. No me era ajena la ironía que suponía que yo, supuesto protector y que venía a ayudar a los habitantes de dicho mundo, estuviese encarcelado. Pero aparte de eso, necesitaba salir de allí cuanto antes, sobre todo antes de que alguien conocido se enterase.

Sin embargo, el sonido de unos pasos impidió que pudiese pensar en ningún plan de huida, un soldado se acercaba.

—Tienes suerte, mocoso.

Y tras él, la Maestra Lyn apareció dejándome boquiabierto. Sobre todo por el atuendo que llevaba.

Ya he recogido todas tus cosas. Nos marchamos.

Yo no llamaría a esto tener suerte.

Sin pronunciar ninguna palabra, seguí a la Maestra, ya libre de mis ataduras. Tras subir interminables escalones, que encima en mi estado parecía como escalar una montaña cada uno, llegamos a una puerta de madera. Al abrirse el sol me golpeo en la cara haciéndome más daño que cualquier ataque de Sincorazón.

Saliendo a la calle, me percaté de como los soldados sonreían ante la visión de unas monedas. La Maestra me había comprado. No sabía muy bien cómo reaccionar ante ello. No sabía muy bien si era mejor o peor. Realmente no sabía nada.

Sin venir a cuento, la Maestra me curó usando su propia magia. La sensación de mejoría no tardó en aparecer y noté cómo se cerraban mis heridas. La cabeza dejó de darme tumbos y las rozaduras de las cadenas en mis muñecas desaparecieron. Acerté a murmurar un gracias temerario de producir una reacción en cadena que desembocase en una regañina. Gracias a Dios, no fue así.

Todo parecía indicar que la Maestra no tenía intención de mantener una conversación. Y con las palabras justas me indicó que la siguiese a la plaza. Así que sin pensármelo dos veces, recogí mis cosas y la seguí por las calles de París.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Vie Ene 03, 2014 5:51 am

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La plaza de Notre Dame estaba a punto de reventar. Una marea de gente había invadido cada rincón y se aglomeraba en las bocas de las calles, tratando de abrirse paso para contemplar uno de los sucesos más excitantes del año. Una vez uno era atrapado en la multitud, resultaba imposible moverse y hasta respirar. Había gente de todas las clases; desde mendigos a nobles, pasando por artesanos, soldados, campesinos y burgueses. Todos parecían muy animados, murmuraban entre ellos, algunos a voces, otros directamente exclamaban:

—¿Quién será el primero en morir, señores? ¡Hagan sus apuestas!

Lyn se detuvo en un extremo de la plaza e hizo un gesto a Sorkas para que se detuviera y no se introdujera demasiado entre el gentío. Poco después, Hana llegaría al otro lado. Desde todos los ángulos se veía a la perfección lo que había en el centro de la plaza:

Un alto y largo estrado, protegido por un círculo de soldados armados con picas, del que se elevaban unas quince largas estacas.

—¡Papá, papá, no veo! —se quejó un niño cercano a Hana.

—Ven aquí, grandullón —el padre, quizás un panadero por la harina que manchaba sus ropas. Se subió al pequeño a los hombros y dijo, sonriendo:—. ¿Emocionado?

—¿Son ellos los que casi matan a un cardenal?

—Sí, hijo. Ellos invocaron a los malditos demonios. Esos repugnantes gitanos.

—¡Que ardan! ¡Que ardan!

A los pocos minutos se escuchó un rugido de excitación y la multitud empezó a dar codazos y empujones: desde adelante los guardias trataban de impedir que la gente se arrojara sobre la tarima y desenvainaban las espadas, obligando a retroceder a la fuerza.

Entonces, poco a poco, fueron subiendo a la fuerza a una serie de personas: hombres y mujeres, viejos y jóvenes. Todos gitanos, vestidos con harapos blancos. Desde donde se encontraban los aprendices quizás no llegaran a verlo con claridad, pero cojeaban y algunos se encontraban tan débiles que prácticamente tenían que arrastrarlos. Estaban cubiertos de tajos y moratones.

Un hombre se situó al frente del estado y comenzó a leer a voz en grito un discurso que sostenía entre las manos.

Sus palabras quedaron rápidamente aplastadas entre los insultos y las maldiciones que brotaban por toda la plaza. A medida que pasaban los minutos, el griterío era cada vez más fuerte, más ensordecedor. Agresivo, cruel, sediento de sangre.

Entonces, comenzaron a volar frutas podridas, huevos e incluso una piedra que dio de lleno en la cabeza de un gitano al que estaban atando a la pira.

Poco a poco el aire se enrareció, se volvió difícil respirar e incluso moverse sin llevarse un violento codazo o una patada. Era imposible avanzar, sólo cabía retroceder.

El hombre terminó de hablar o decidió que no valía la pena destrozarse la garganta en un discurso que nadie iba a escuchar. Entonces un cura administró los sacramentos a los gitanos, mientras se encendían las antorchas.

Lyn, que hasta entonces había aguantado estoicamente aquel deprimente espectáculo, puso una mano en el hombro de Sorkas, tan fuerte que le clavó las uñas, y dijo:

Nos vamos a buscar a Hana. Ya hemos visto más que suficiente.

Su rostro estaba contraído en una mueca de pena.

La Maestra se alejaba rápidamente, derribando a quien se interpusiera a su paso, abriendo un camino entre la gente cuando el rugido de la multitud se volvió ensordecedor.

Y oyeron el primer grito de pavor. Si Sorkas se volvía, contemplaría la misma visión que Hana: la víctima, una joven gitana, chillaba y luchaba contra sus ataduras intentando apagar el fuego que consumía la leña.

En vano.

Pronto se le unió otro compañero. Y otro. Pero sus lamentos quedaron apagados bajo el enfebrecido grito de sus espectadores. Sus expresiones eran de violento disfrute, absorbían la escena que se desarrollaba ante sus ojos con ansiedad, exigiendo más, más y más. Les condenaban de todo el mal de la ciudad, por todo lo que no iba bien en sus vidas cotidianas. Les odiaban con toda su alma, aunque nunca les habían visto, nunca habían intercambiado una palabra con ellos.

Simplemente, querían verles morir.

Lyn consiguió, por fin, salir a una de las calles y alejarse apresuradamente mientras un fuerte olor a carne quemada que haría saltar las lágrimas a más de uno se extendía por todos los rincones. La Maestra se apoyó unos instantes contra la pared para recuperar el aliento y se pasó una mano por el rostro, cubriéndose los ojos.

Luego irguió los hombros de nuevo y dijo al chico:

Vamos. Hana no puede estar muy lejos. Necesito alejarme de esta peste.

Y se alejó a buen paso.

****


Varios gitanos, cubiertos por capas y alejados del estrado, contemplaban a sus compañeros morir. Habían sido acusados de nigromantes, de invocar a los demonios que se habían atrevido a atacar el Palacio de Justicia y la mismísima Notre Dame. El juez Frollo los había declarado culpables de todos sus crímenes, a pesar de que no habían puesto un pie fuera de la cárcel desde que fueron capturados.

Podríamos haberlos salvado —susurró Zaccharie, derramando lágrimas de impotencia.

A su lado, Esmeralda le apretó con fuerza una mano. Miraba firme hacia las piras, varias de las cuales ya ardían con virulencia. Sus bonitos ojos verdes se habían secado hacía ya largo rato, pero le temblaban los labios, sangrantes después de tanto mordérselos.

Pero no lo hemos hecho —respondió ella, con la voz rota—. No podemos permitir que haya una próxima vez… No podemos permitir que esto siga así…

Y ahogó un sollozo cuando el primer cuerpo se desmoronó entre llamas, completamente carbonizado.

****


Un par de horas más tarde, cuando la plaza quedó desierta, Lyn consiguió dar con Hana, donde quiera que la muchacha hubiese ido.

Ahora que por fin había reunido a los dos aprendices, podía informarles de la situación. Lo hizo con más sequedad de la habitual, apretando las mandíbulas, despidiendo furia e impotencia a partes iguales:

Los Sincorazón han desaparecido. Cuando llegué anoche, busqué durante varias horas sin dar con ninguno. A pesar de que la Llave Espada les atrae y de que paseé por Notre Dame y cerca del Palacio de Justicia, no apareció ni uno. No sé si eso significa que entre esos gitanos había alguien que atraía a los Sincorazón o no.

Miró entonces a los aprendices y suspiró.

Dadme vuestro informe mientras nos marchamos. Supongo que, por vuestras pintas, tendréis mucho que contar… Y mucho sobre lo que reflexionar.

Dicho esto, Lyn les guió hacia la entrada de la ciudad. Después de la ejecución de los gitanos, la gente parecía contenta, casi aliviada. Todos estaban convencidos de que no volverían a aparecer Sincorazón por un largo tiempo.

Al fin y al cabo, los culpables habían sido ajusticiados.

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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Nell » Jue Ene 09, 2014 2:08 am

Hana tuvo que abrirse paso a empujones para alcanzar un lugar decente de la plaza y, una vez dentro, se dejó llevar por la multitud. Estaba abarrotada de gente y apenas podía levantar el cuello para ver dos cabezas más allá de ella. Sin embargo, por el momento, no necesitaba ver nada. Le bastaba escuchar.

Y lo que escuchaba no le gustaba. Ni un pelo. ¿Qué estaba apostando la gente? ¿Y por qué parecían tan emocionados? Además, no tenía sentido aquella mezcla de clases. Los nobles le resultaban tan llamativos a Hana que casi parecían una señal luminosa que la gritaba: “¡Estoy aquí! ¡Tengo dinero! ¡Quítamelo, por favor!”. De hecho, en cualquier otra situación, no hubiese dudado en acercarse a complacerle, sino fuera porque estaba terriblemente inquieta.

El estrado terminó por confirmar toda duda de que algo horrible estaba a punto de suceder. Entonces, el diálogo entre un padre y su hijo finalmente le reveló toda la verdad.

Fuego. Iban a quemar a los gitanos.

Repentinamente, sintió el impulso de huir e intentó retroceder, pero estaba en medio de la marabunta de personas y fue incapaz de escurrirse entre ellos. Estaba atrapada en una escena que no quería presenciar. Comenzó a respirar con fuerza, ignorando los codazos y pisotones de los emocionados espectadores a su alrededor, que en otro momento se hubiesen llevado un buen puñetazo.

Entonces, la función comenzó. Hana pensó seriamente en ponerse de cuclillas y aislarse entre aquellas personas, no obstante, era muy probable que la derribaran y pisotearan en el suelo. Por ello, no le quedó más remedio que ver la silenciosa procesión de gitanos, deseando tener cualquier otra cosa que mirar. Pero, a su alrededor, no había más distracciones y le era complicado ignorar a los condenados.

No le gustaban las ejecuciones. Las aborrecía. Tenía malos recuerdos de las pocas que había presenciado. Además, sabía que, a cuantas más asistiera, más la perseguirían las amenazantes horcas, decapitaciones, hogueras, lapidaciones y fusilamientos, entre otras muchas.

Y el recordatorio constante de que, algún día, ella podía acabar en una.

La imagen del juez Frollo cabalgando hacia ella, con la intención de acabar con su vida, volvió a su cabeza con fuerza. Era, definitivamente, una muerte mejor que aquella tan humillante y dolorosa. Hana pensaba que, al menos, Frollo habría sido rápido. La joven ni siquiera hubiese agonizado demasiado en su marcha hacia el otro mundo. Al contrario que aquellos gitanos.

Se las apañó bien para centrar su atención en otras cosas, como los locos a su alrededor que incluso lanzaban comida, mientras el ponente leía lo que, Hana pensaba, serían los cargos, aunque el tumulto de voces impedía que le escuchara bien. En cuanto se rindió, encendieron las hogueras.

Y le fue imposible seguir ignorando a los gitanos más. Los observó gritar y retorcerse, intentando alejarse de las llamas, en vano. Se fijó en cada una de aquellas personas, contemplando sus rasgos, su edad y su vestimenta, absorbiendo sin quererlo toda aquella masa de datos inútiles. Jamás los olvidaría. A ella, por bruja, le habrían impuesto la misma condena. Y, como bruja, aun estando en su mano no iba a salvarles, para no verse en su lugar.

A su alrededor, la gente disfrutó del espectáculo. Hana no. Se quedó impasible, observando atentamente la quema, sin emoción alguna. Tampoco le importaban la insensibilidad del populacho. Ni siquiera se enfadó. Se limitó a mantenerse en su posición hasta el final.

Un par de horas después, la plaza estaba más despejada. Hana había visto, para entonces, a todos y cada uno de aquellos cuerpos carbonizados, antes llenos de vida, desmoronarse y perderse entre llamas que parecían del propio infierno. No se había movido de su sitio y aún continuaba mirando el estrado, inmersa en sus pensamientos.

De alguna manera, sabía que su incursión en aquel mundo había acabado, incluso antes de que llegaran Lyn y Sorkas. Después de su experiencia con los gitanos, no tenía nada más que hacer o tratar con ellos. Aquella había sido su silenciosa despedida: una persona indiferente entre un público que clamaba por su muerte. Tal vez no era mucho. Tal vez ni siquiera era nada. Pero era su forma de mostrar un último respeto.

Escuchó a Lyn, manteniendo la mirada fija en el estrado, hasta que ésta abandonó la plaza hacia la salida de la ciudad. Hana la siguió, sin echar un último vistazo atrás.

Luché contra varios sincorazón en el Palacio de la Justicia ―le explicó, más seca de lo habitual. Describió a las sombras y al sincorazón líder con el que había acabado, así como la presencia de los gitanos para asaltar el Palacio. No mencionó, no obstante, la persecución del juez Frollo ni nada sobre Raphael. Dejaría que Lyn pensara que había sido responsable y había sacado su culo de allí a salvo por sí misma―. Ignoro qué ha sido del resto. Quizá sólo tenían como objetivo los gitanos ―se encogió de hombros―. Ahora que hay menos, no molestarán tanto.

Fría e insensible.

Rememorando la pasada noche, recordó a Raphael. No le había visto en la ejecución, pero sin duda había estado presente. Se preguntó, con sorpresa, si volvería a encontrarse con él. Más le valía. Y, la próxima vez, descubriría el misterioso papel de su salvador en toda aquella trama.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Sorkas » Vie Ene 10, 2014 4:19 am

Alcanzamos la plaza de la catedral, que volvía a estar tan abarrotada como el día de ayer o puede que incluso más. La cantidad de gente que se reunía en un mismo lugar en este mundo era descabellada para mí. Realmente no comprendía como vivía tanta gente en este mundo dónde un alto porcentaje parecía bastante pobre. Y no solo era la cantidad sino el movimiento intenso y el griterío de cada uno. Estaban como excitados, no paraban quietos. Algo realmente importante estaba sucediendo y yo no lograba a acertar el origen.

Instintivamente presté atención a las diferentes voces que me llegaban. Apenas entendía algo entre tanto ruido, pero algunas palabras como “apuestas” o “muerto” se repetían constantemente y logré entenderlas. Seguía sin comprender aunque el asunto se tornaba serio.

La Maestra y yo nos situamos en un extremo de la plaza desde dónde alcancé a ver un enorme estrado en el centro de la plaza. El estrado estaba fuertemente custodiado por soldados y en su superficie se situaban numerosas estacas. Poco a poco fui uniendo conceptos y encontré la solución a aquel horroroso propósito.

¡Estaban a punto de ejecutar a personas!

Y las estacas solo podían significar una hoguera. ¡Iban a quemarlos vivos! ¿En qué cabeza entra eso como una práctica aceptable? No era ajeno a que en algunos mundos la pena capital se aplicaba sin miramientos, pero quemarlos…
Y allí me encontraba, junto a la Maestra Lyn, que en ningún momento hizo ademán de actuar frente a aquello o de siquiera sentir algo. En ese momento, los condenados hicieron acto de presencia y subieron al estrado casi a rastras, cada uno a su correspondiente pica a la par que ataúd. Todos eran gitanos. A esas alturas no me sorprendía.

Estupefacto por los actos que se iban a cometer e incluso más afectado por el comportamiento de la gente allí reunida, que prácticamente estaban de celebración, como si de un partido de frutibol se tratase, vi como un hombre se encaminaba hacia el estrado discurso en mano. Leyó lo escrito con voz potente, sin embargo, la gente no parecía interesada en las palabras y no callaron, impidiéndome oír claramente lo que trataba de comunicar. Pese a ello, no me cabía ninguna duda que se trataba de los delitos cometidos por los que iban a ser ajusticiados.

El hombre en seguida se cansó también de leer y dio paso a que un cura les diese su bendición o algo parecido. Seguramente ese cura les habría acogido en la catedral alguna vez y ahora se disponía a decirles sus últimas palabras. A la hora final ni siquiera los eclesiásticos eran de ayuda.

Las antorchas comenzaron a arder justo en el instante que unas uñas se clavaron en mi hombro. La Maestra Lyn me miraba esta vez visiblemente aflijida.

Nos vamos a buscar a Hana. Ya hemos visto más que suficiente.

Nada más escuchar sus palabras, un amago de lágrima brotó de mi ojo derecho. No eran lágrimas de tristeza, ¡sino de felicidad! ¡Era lo más bonito que me habían dicho en varios días! ¡Qué podíamos irnos de este demencial lugar!

A todo esto, me había olvidado por completo de Hana, esperaba que se encontrase bien… Suponía que no lo podía haber pasado peor que yo, aunque la corta experiencia que tenía siendo Portador ya me había enseñado que siempre puede haber algo peor.

Nos abrimos paso, nunca mejor dicho, por la plaza a empujones. Los lamentos, gritos y ahogos que llegaban del centro de la plaza se oían incluso por encima del griterío de la gente, ya totalmente desenfrenada. Yo me concentré lo más que pude en abrirme camino intentando no escuchar aquel horrible sonido. Aun así se me quedó grabado cada uno de los sonidos que venían de aquel estrado ahora en llamas.

Cuando logramos salir de la plaza, el olor era intenso y el esfuerzo no había sido menos. La Maestra se paró a descansar medio minuto y proseguimos la búsqueda de mi compañera.

Mientras la buscábamos no tenía fuerzas para pronunciar palabra, pero hallé dentro de mí lo poco que podía quedar de voz para articular un pregunta que me llevaba reconcomiendo desde que inicié este viaje.

Yo… —dije dubitativo—. Yo no entiendo por qué no nos inmiscuimos en los asuntos de los mundos. Sobre todo en “este” tipo de asuntos.


***


Logramos encontrar a Hana una vez que aquella ilógica escena llegó a su fin. Se encontraba en la plaza y por su aspecto supe al instante que también había presenciado las ejecuciones.

La primera en hablar fue la Maestra, al parecer los Sincorazón habían desaparecido. Al final iba a resultar ser verdad que los gitanos los atraían o los convocaban o… algo. Sin embargo, por alguna razón aquello no me consolaba. Los dos gitanos que había conocido, Zaccharie y Esmeralda, no cuadraban con gente que se mezclase en asuntos con los Sincorazón, por no mencionar que no tenían ni idea de qué eran o que también les atacaban. Eso significaba que otra misión quedaba sin resolver en mi currículo, si es que tenía algo parecido.

Escuché con más aflicción aun el informe de Hana, al parecer era cierto que Esmeralda y los demás habían ido al Palacio de Justicia, y cómo su desesperado acabó en masacre, una más. Lo más seguro era que aquellos dos hubiesen muerto, o en el Palacio de Justicia, o en aquellas picas.

Yo me encontré en la catedral con esos gitanos, me contaron que tenían un plan para intentar rescatar a sus compañeros de la cárcel —informé a la Maestra—. Aunque… Bueno, no acabó bien.

>> Sin embargo me quedé en la catedral para ver si aparecían los Sincorazón, y aparecieron. En realidad apareció, fue solo uno. Pero bastante poderoso —me apresuré a remarcar—. Portaba un escudo con forma de perro que estaba vivo —aclaré mientras me acariciaba aquellas partes mordidas por el escudo—. No logré derrotarlo, pero sucumbió ante la lámpara de la catedral que la soltó un individuo… Un individuo que no sabría muy bien cómo definir. Y, en fin, el resto ya lo sabes.
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