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Después de la tempestad, llega la calma...

Aunque no para Espacio Profundo. Desde que aquellas extrañas criaturas atacaron el hogar de Gwen, el pánico se había apoderado de sus habitantes. También se oyeron rumores de que una prisionera había escapado durante la confusión.

El caso es que, tras haber sufrido un número considerable de bajas, los más jóvenes e intrépidos probaban suerte para alistarse en el Cuerpo de Defensa de la Nave Nodriza.

Hacía tiempo que no se incorporaban nuevos reclutas. No se hacían alistamientos todos los días, y sólo los mejores entraban.

Aquel día, las puertas del Cuerpo de Defensa estaban abiertas para cualquiera que desease mostrar sus cualidades. Gwen tenía otra oportunidad, pero no sería fácil, pues debía evitar que su tío se enterara o cualquier otro conocido.

Desde su habitación, Gwen tenía que tomar una decisión.

El silencio reinaba en la casa. Tanto silencio...que resultaba incómodo.

Desde que esas extrañas criaturas atacaron la nave, todo había cambiado. El miedo se instaló en todos los habitantes, que apenas salían de sus casas por temor a ser atacados. Incluso mi tío me había puesto toque de queda para estar fuera de casa, además de haberme prohibido salir de la zona residencial.

Como era habitual el tío John estaba fuera de casa trabajando, y yo me encontraba sentada en la cama de mi habitación hojeando un libro sin mucho interés. Aunque trataba sobre los humanos y sus costumbres (un tema que normalmente me fascina), lo había leído tantas veces en poco tiempo que acabó perdiendo toda la magia. Al no poder salir de la zona residencial ya no podía ir a la pequeña biblioteca que frecuentaba, acabando así con mi fuente de entretenimiento. Había leído y releído todos los libros que tenía en casa, y en los ordenadores apenas se encontraba información sobre los humanos. La única fuente que tenía para documentarme sobre estos fascinantes "humanos" eran los libros físicos de la biblioteca, pero ahora cada vez que intentaba llegar hasta allí un soldado me detenía y me devolvía a la zona residencial (seguramente por orden de mi tío, para asegurarse de que no me saltara la prohibición).

El aburrimiento se había apoderado de mí, las horas pasaban muy despacio y la única manera de entretenerme era estudiar por el ordenador cualquier tema al azar. Tenía la opción de ir a la zona común de la zona residencial, con los otros chicos de mi edad, pero no serviría para nada. Ya lo había intentado en ocasiones anteriores para comprobar lo que ya sabía desde hace tiempo: no encajo con ellos...y mucho menos con ellas. Ellas solo piensan en ocupar un cargo administrativo, casarse con un soldado con unos tentáculos duros como el hierro y en ser las perfectas casadas. Pero yo no estoy dispuesta a resignarme a una vida tan aburrida y rechazar la posibilidad de vivir aventuras, de tener una vida llena de acción que me haga sentir viva. Y, sobre todo, de hacer algo útil de lo que estar orgullosa.

Me levanté para dejar el libro en la mesa, pensativa. Con todo el caos que ahora reinaba en la nave, el Cuerpo de Defensa buscaba más que nunca reclutas para ayudar a combatir a las extrañas criaturas. En numeras ocasiones intenté alistarme, pero siempre había acabado descubierta por mi tío y sus influencias por el Cuerpo. Pero tal vez ahora, con una situación tan crítica, tuviera una oportunidad de oro. Si mi tío me descubriera, acabaría castigada de por vida por haberme puesto en peligro al haber salido de la zona segura de la nave, pero no iba a dejar que su sobreprotección me detuviera.
Me puse la capa deprisa y corriendo, emocionada. No podía desperdiciar esta ocasión, por lo menos valía la pena intentarlo.

- Ánimo, Gwendolyn, tú puedes... -me dije para mí misma, suspirando.

Decidida, me tapé la cabeza con la capucha y salí de la casa con cuidado de que nadie me viera. Destino: el Cuerpo de Defensa.

Gwen salió temprano de la Zona Residencial, por lo que no pudo ser vista por los vecinos. Sin embargo, la capa no era mala idea, pues seguramente su tío andase ya por allí. Puede que estuviera de misión, pero más de una vez la había descubierto con las manos en la masa tras volver más pronto de lo habitual.

Tras cruzar unas cuantas calles, llegó a las puertas del Cuerpo de Defensa. Majestuosas e impotentes a la vez, Gwen podría arrepentirse o no, pero ya había llegado muy lejos para echarse atrás. Junto a ella, otros cuatro jóvenes extraterrestres esperaban ante ella, impasibles. Uno refunfuñaba sobre cuánto tardaba el General Gantu en aparecer, la única chica se miraba a un pequeño espejo, siendo observada por los otros dos, quienes Gwen no deseaba saber qué cosas estarían diciendo al babear por ella.

Pasó un buen rato, pero el General Gantu, a quien le había sido adjudicada la tarea de conseguir nuevos reclutas, no aparecía por ninguna parte. Esperando frente a la puerta, Gwen perdía tiempo, pues su tío podría regresar de un momento a otro.

Podía seguir esperando, pasar el rato con los chicos de su edad, volver a la Zona Residencial, o, ¿por qué no? Buscar al General Gantu. ¿Sería demasiado arriesgado? Puede que conociese a su tío, una idea descabellada.

El tiempo corría.