[Coliseo del Olimpo] Almas perdidas

[Gray]

La depresión le llegó al estómago en el mismo momento en el que se vio en aquel tejado justo delante de aquella criatura, ¿Es que acaso no le podían dejar en paz de una vez? Su mente en aquel momento era un atolladero, sabía perfectamente lo que había a su alrededor, se había fijado justo al salir, y su mirada se había encontrado con la de la bestia, mortífera y letal, preparada para machacarlo de tal forma que no quedaran ni sus huesos, ¿Quizás no sería mejor rendirse ante la adversidad y dejarse hacer? A veces era mejor aceptar la derrota.

Pero él no era así, ¿Rendirse? No entraba en su vocabulario. No había pasado tantos años desde que había desaparecido sus padres, entrenando su templanza con su abuelo, su mente con los adultos, para en aquel mismo momento en el que se enfrentaba a la verdad, dejarse vencer porque una bestia estúpida le cerraba el paso. Pensó rápido, había observado aquel acueducto, que probablemente lo llevaría hasta el coliseo de nuevo, que quieras que no, era una excelente oportunidad para volver a ir a su casa de una vez, si es que allí podría considerar estar a salvo.

Cogió su katana, como si fuera a luchar, pero en realidad lo único que quería era posicionarse de tal forma que si aquella criatura oscura lo atacara, lo dejara exactamente dentro del acueducto, si veía que tenía el suficiente tiempo, se metería el mismo en el interior, porque no se quedaría parado, claro que no. Primero se movió lo más rápido posible que podía para dirigirse al conducto de agua, mientras no dejaba de observar a la criatura, si la criatura finalmente no podía alcanzarlo, se metería de lleno y pondría rumbo a quien sabía donde podía dirigirlo el agua. Sino, usando la katana, intentaría distraer a la criatura y entonces, ingresar. O como había pensado antes, colocarse de tal forma que si lo golpeaba, no tendría más opción que caer en el interior, ya que las alturas de los tejados, no iba mucho con él.

«Esto tiene que funcionar, esto tiene que funcionar.» Pensaría mientras realizaba todos sus movimientos para poder salir de allí de una santa vez.

[EspeYuna]

A pesar de la infame estrategia de Shintaro, los dioses no estaban de su parte. Antes de poder saltar al acueducto, una de sus últimas pisadas provocó que parte de las tejas se desprendieran, provocando que éste tropezara... y cayera violentamente hacia el suelo.

Sin embargo, si cerró los ojos para no ver cómo se estampaba su cabeza contra el suelo, notaría como algo le agarraría el pie. Se haría mucho daño, pero colgaría a solo unos escasos milímetros del asfalto.

Se había salvado por los pelos. ¿Pero quién le estaba agarrando del tobillo? ¿O qué? Se vería sorprendido al comprobarlo con sus propios ojos: una especie de hiedra enorme, que parecía tener vida propia, le sujetaba con firmeza. Y ahí se quedó, colgando boca abajo, en otro de los miles de callejones de la ciudad.

Pero no estaba solo. De entre las sombras, surgió una figura que fue iluminada a la luz de la luna... para que fuese contemplada su exquisita belleza.

Una hermosa fémina esbozó una seductora sonrisa al joven Shintaro. A pesar de encontrarse al revés, el muchacho pudo sentir a través de sus ojos una sensación única que no había experimentado jamás. Su melena rubia, semejante a los de una diosa... ¿sería aquella mujer la adorada Afrodita de la que tanto había oído hablar en los templos? Sus vestiduras verdosas la hacían parecer una ninfa de los bosques... Shintaro no estaría sorprendido porque existiese, pues, vivía en un lugar donde la mitología era real y lo había vivido de primeras.

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Pero aquellos deseos tan extraños y placenteros que recorrían su mente era algo nuevo para él. Se sentía totalmente estúpido, pero feliz. ¿Qué le pasaba? Ni siquiera notó cuando la planta le elevó aún más del suelo.

La joven se acercó a donde él se encontraba, hasta estar lo suficientemente cerca como para que Shintaro disfrutase de su aroma.

—¡Vaya, vaya! —exclamó la diosa, observando al muchacho que estaba colgado boca abajo, aun con un tono inocente— Mira lo que he pescado.

La joven alzó su mano hacia una de las mejillas del joven. Su tacto era tan suave... Shintaro podría sentirse en el paraíso.

—¿Qué hace un chico tan guapo como tú a estas horas de la noche por aquí? —dijo, expresando su inocente voz con un puchero— ¿No sabes que los niños malos salen a jugar?

[Gray]

Sí, se había caído. Al parecer su plan le había salido tan peligrosamente mal, que había resbalado con una teja, llevándolo a aproximarse al suelo y con ello a la inevitable caída. Pero para su sorpresa, algo extraño pasó. En unos instantes, en vez de estar chocando violentamente contra el suelo, estaba flotando en el aire, sostenido por algo que lo había atrapado en el vuelo e igualmente le había dañado. Sus ojos se habían cerrado instintivamente, no era el miedo a la caída, era el miedo al dolor que sentiría y a pensar que de alguna manera, su cuerpo se protegería de aquella manera infantil, como si lo llevaran a su mundo personal donde nadie podía hacerle daño, pero no era así.

Después de unos instantes, volvió en si mismo. Sabía que no había sido por arte de magia el salvarse de aquella precipitación al vacío, por tanto sólo quedaba una opción, lo habían salvado. Lo primero que le vino a la mente fue preguntarse donde estaban aquellas criaturas oscuras, pero de un momento a otro, esa sensación de temor momentáneo despareció, dejando paso a una sensación de tranquilidad que nunca había experimentado antes, sonriendo como si de un niño pequeño se tratase, lo entendió cuando escuchó sus palabras, las palabras de su salvadora.

¿Quizás se trataba de una diosa bajada del Olimpo? Había escuchado hablar sobre Afrodita, que era la diosa del amor, pero no tenía sentido, era la diosa del amor, no de las... Plantas. Sí, porque era una especie de hiedra la que le estaba agarrando en el aire, a escasos centímetros del suelo. No sabía bien quien era, pero despertaba algo extraño en él, algo que nunca había experimentado... ¿Quizás era, amor?

— ¿Quién... eres?— Preguntó inocente, sin conocer nada de la chica que acababa de salvarle la vida.

Nunca antes había sentido algo así, nunca había tenido interés alguno tanto en hombres como en mujeres, pero aquella joven era diferente. ¿Por qué se sentía de aquella manera? ¿De verdad le había pasado eso que llamaban, enamorarse a primera vista? Todo aquello le parecía muy extraño, pero no podía pensar en eso, sólo en lo feliz que se sentía en aquel momento, un sentimiento estúpido, junto con su sonrisa estúpida, como si aquella fuera su diosa... Su única dueña.

Y en aquel momento, su diosa le había tocado la mejilla, no tenía palabras para describir lo que sentía en aquel momento, un estado parecido al de la alegría extrema... ¿Había dicho algo? ¿Chico malo? ¿Estaba pensando en dejarlo allí sólo? No podía, no podía irse... La necesitaba, o eso sentía en aquel momento, estúpido él. Finalmente, asemejó lo que le había dicho y recordó el motivo de su salida.

— He... He salido a investigar... Pero me han atacado esas... esas... bestias... Intentaba huir, pero no podía, eran demasiado... Fuertes para mi, al menos en este momento.— Susurró, intentando poner en orden su mente y sin lograr conseguirlo del todo.

[EspeYuna]

—¿No sabes quién soy? —preguntó la hermosa joven, quien usó de nuevo su puchero inocente y en cierto modo provocador. Con ese tono triste parecía que Shintaro pudiera haber herido sus sentimientos... algo que, hechizado por ella, no se perdonaría en siglos. Sin embargo, la fémina volvió a sonreír, y divertida, usó sus dedos para juguetear con la nariz del pobre enamorado— Se nota que a los chicos no os gusta mucho el teatro, ¿no es así?

Aquello lo dijo demasiado... demasiado cerca del rostro de Shintaro. Un paraíso que nunca antes había descubierto. ¿Cómo nunca se había percatado de lo feliz que podía ser amando a alguien? ¿Cómo no se había dado cuenta de la presencia de aquella muchacha por Tebas? ¿O era de verdad una diosa? El joven tendría muchas preguntas, pero parecía que él sería quien las respondiese, totalmente sumiso a ella.

—Oh, pobrecito, ¿y cómo te llamas? —dijo entonces, mostrando preocupación por el joven.. ¿acaso era real, o simplemente estaba jugando con él? Además, ella no había dado a conocer el suyo. Shintaro no podría distinguir entre ficción o realidad, en su mente sólo estaba la fémina que le había salvado la vida—. Es peligroso que vayas sólo por ahí, ¿quieres venir conmigo?

Sus últimas palabras decantaban sensualidad, deseo. La cabeza de Shintaro debía estar dándole vueltas —aparte de estar tanto tiempo con el cuerpo boca abajo, pues la sangre la tenía acumulada en la cabeza—, incapaz de creer que la nueva razón de su existencia le estuviese concediendo el honor de acompañarla.

De repente, unos gritos sonaron en la lejanía. Más víctimas de aquellas viles criaturas de la noche: la matanza seguía.

¿Podría Shintaro vencer a la locura del deseo y darse cuenta de la situación? ¿O se dejaría llevar por aquella nueva experiencia?

[Gray]

¿De verdad todo aquello le estaba sucediendo a él? ¿Cómo era posible que semejante mujer le prestara atención a él, un simple niño? Había llegado de la nada, y le había dado aquellos sentimientos que nunca había sentido, ¿Quién se suponía que era y porque lo trataba de aquella manera? Ella estaba tan cerca... Su olor era embriagador, sus ojos le llamaban de una manera extraña y su voz le provocaba sensaciones diferentes a cada momento... Hasta que escuchó aquellos gritos.

En aquel momento su mente volvió en si, al menos en su mayor parte. Ya no sentía toda esa atracción hacia esa chica tan guapa, pero igualmente seguía sintiendo parte de esos sentimientos, esos que hacían que su cuerpo quisiera tomarla entre sus brazos y... Y... ¿Hacer qué? ¿Qué era lo que se suponía que tenía que hacer un chico con una chica? No tenía ni pajolera idea, pero algo haría, ya se dejaría llevar, el cuerpo del hombre lo habían hecho para ello, así que no tendría problema ninguno.

De nuevo se había dejado llevar por sus sentimientos, eso no podía estar pasándole a él, tenía que centrarse en lo que tenía que pensar. ¿Quién era ella? ¿Por qué lo había salvado? Eran preguntas que debían ser respondidas y que aunque la atracción era clara, debía controlarse, al menos por aquellos momentos, ya que igualmente, a esas personas que lo pasaban mal no podía salvarlas y en cambio ella, podía responder a muchas preguntas, quizás a preguntas que no le habían querido responder antes, quizás sería algo más que su salvadora.

— Antes de eso, bella dama, ¿podrías decirme tu nombre? Yo me llamo Shintaro, aunque tú puedas llamarme Shin.— Dijo inocente él, sonriendo como si de un tonto enamoradizo se tratara... Aunque en realidad podría serlo de verdad.

[EspeYuna]

—Oh, perdona Shin.. ¿te puedo apodar así? —le susurró su diosa, sonriendo de forma traviesa— Está bien, siéntete afortunado, pues serás el primero en mucho tiempo.

La joven hizó un giro muy extraño con sus dedos, los cuales despertaban movimientos mágicos que hipnotizaban al muchacho. ¿De verdad estar enamorado te dejaba tan sumamente atontado? En ese momento, daría cualquier cosa... haría cualquier cosa por ella, si se lo pidiese.

Con otro giro de muñeca, la fémina invocó del suelo otra hiedra, la cual rodeó el pecho y cintura del joven para darle la vuelta, mientras que la hiedra del tobillo se retiraba para volver a los brazos de su dueña. Sin embargo, el nuevo hilo de plantas no dejaron en el suelo al joven, sino que lo acercó hasta su princesa. Ésta se acercó a él y, traviesa, le sopló en uno de sus oídos:

—Diana —sentenció, dándole un beso en la mejilla del mismo lado. Diana entonces fijó sus ojos en su Shin: un brillo extraño surgió de ellos, y, por unos instantes, Shintaro se olvidó de todo lo que se encontraba en su alrededor. Los gritos en la lejanía desaparecieron, lo único que percataba era el brillo de esos ojos. El joven ni siquiera recordaba su nombre.

Algo no iba bien. Estaba paralizado con aquella mirada. Ojalá fuera por la tontería de comportarse como un idiota enamorado, pero no era así: estaba paralizado en el sentido literal de la palabra. No se podía mover, y los labios de Diana se encontraban cada vez más cerca de los suyos. Sin embargo, a pesar de considerarse el hombre más afortunado del mundo.. sentía miedo. ¿Por qué tenía la sensación de que iba a...?

—Me voy a chivar a Ryota —de pronto, el paraíso donde el joven se encontraba pasó a convertirse en el sucio y oscuro callejón donde había estado a punto de matarse. Cayó de culo al suelo cuando la hiedra le soltó de repente, al igual que su Diana se había dado la vuelta hacia la pequeña figura que asomaba a la salida del callejón.

Shintaro pudo en ese momento volver a movilizar sus extremidades, aunque todavía se encontraba algo aturdido por la presencia de Diana.. ¿pero quién era esa niña que acababa de aparecer? De unos ropajes oscuros y poco usuales de la ciudad de Tebas, la pequeña llevaba consigo un artefacto muy raro, parecido a las sombrillas que usaban los más ricos de Tebas para pasear en verano sobre el ardiente asfalto. Su pelo en punta y corto difería del hermoso cabello rubio de su diosa. Miraba con algo de indiferencia al joven, quien clavó sus ojos entonces en Diana.

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—Pensaba que lo que yo hiciese te daba igual, Alexis —respondió entonces Diana, chasqueando su lengua en señal de desagrado. Su actitud romántica y seductora había cambiado de pronto, tornándose a algo arisca y mosqueada porque Alexis hubiese interrumpido aquel momento con el pobre Shintaro. En cierto modo, el joven también debía sentirse algo enfadado por haber vuelto del mismo Olimpo.

—Ya sabes por qué estamos aquí, y no quiero ser castigada —dijo, anotando con un timbre algo extraño el término de castigo—. Tenemos una misión pendiente y tú andas por ahí.. ¡ay!

Alexis se vio interrumpida cuando una hiedra asomó por una pared próxima a ella, robando su preciado artefacto.

—¡Devuélvemelo, arpía tetona! —exclamó, saltando hacia la hiedra y dándole patadas, intentando alcanzar lo que le había arrebatado.

—Tú disfrutas con tus juegos, yo con los míos —dijo, aproximándose a Shintaro cuando se dio cuenta de que éste se hallaba tirado en el suelo, volviendo a ser la Diana que había hechizado al joven— ¡Oh, Shin, perdona! ¿Te has hecho daño? ¡Lo siento mucho!

Diana le ayudó, y cuando éste estuvo de pie, se abrazó a uno de sus brazos.

—Desgraciadamente, ella tiene razón —dijo Diana, quien le devolvió el juguete a su dueña, haciendo desaparecer la hiedra—. Tenemos asuntos en este lugar... con alguien especial. Pero seguro que no le importa que lleve a un acompañante tan guapo como tú. ¡Y no me gustaría dejarte solo aquí! ¿Y si te pasara algo, Shin?

Otra vez aquella sensación tan agradable e irresistible nublaba la mente de Shintaro. ¿Debería ir con ella? ¿Qué había sido esa parálisis de antes? ¿Magia de la diosa? ¿O había sido provocada por los nervios antes de ser besado por primera vez? Fuera lo que fuera, Shintaro tenía que tomar una decisión. Todavía podía recordar algunas cosas antes de lo sucedido con aquellos monstruos, aunque lejanas: su familia, el chico al que había ido a buscar, la heroína Lyn advirtiéndole que se largara a casa... ¿qué debía hacer? ¿Y si perdía la oportunidad de estar con Diana? ¿O era posible que pudiese volver a verla por la ciudad? ¿Y si la perdía para siempre?

[Gray]

Aquella voz le insinuaba miles de sensaciones que esperaba sentir siempre, era como una especie de droga de la que no quieres o no puedes desengancharte, porque simplemente tu cuerpo acepta esa droga como algo bueno y no quiere separarse de ello. Y él no quería separarse de ella y de su voz, de sus caricias, que aunque fueran ínfimas, como aquel beso en la mejilla o ese susurro en la oreja, para él eran lo mayor de su vida en aquel momento, llenando su corazón de principio a fin. Diana, el nombre que llenaría sus sueños de alegría... O no. Pero había algo raro en todo aquello, lo había notado, aunque hiciera caso omiso a lo que su mente quería advertirle, aquel estado no era normal, sentía que su cuerpo no podía moverse, que le faltaban las fuerzas por completo.

Ella estaba tan cerca... ¿Y si era cosa suya? No, no podía pensar de esa manera, no podía dejar que su mente traicionara al amor que sentía por aquella muchacha, debía dejarse llevar, olvidarse de todo a su alrededor y fundirse en el amor. Aquellos ojos lo hipnotizaban de manera extraña, pero a la vez melodiosa, sin dejarle ninguna salida, empezaba a sentir miedo, ¿Por qué sentía miedo por ella? No quería hacerle daño, quería salvarlo... Pero, ¿Salvarlo de qué?

Aquella voz le hizo volver a dura realidad, nunca mejor dicho, porque el suelo de aquel apestoso callejón le hizo recordar el sabor amargo de la vida en aquella ciudad. Su cuerpo se encontraba prácticamente inmóvil sobre el suelo, las fuerzas le habían abandonado sin razón alguna, o quizás es que su ensoñación le había quitado todas sus fuerzas. Ante él y ante Diana, se encontraba lo que parecía ser una chica con aspecto extraño, al parecer conocía a la diosa y había provocado efecto en el joven Shin, devolviéndolo a la realidad con su voz y alterando las acciones de su compañera.

No puedo evitar que su mente comenzara a divagar mientras que aquellas dos féminas hablaban sobre misiones o otras cosas de importancia, al menos para ellas. Él había conseguido poner la oreja, a la vez que su mente intentaba averiguar que era lo que había pasado, aunque sólo pudo llegar a una conclusión, había sido la misma Diana la que le había provocado esa debilidad, ¿Quién sería ella en realidad? Una diosa no realiza misiones, y menos para otros, o otro en este caso, Ryota, si es que había logrado escuchar bien.

Antes de que tuviera tiempo para hacer nada, Diana ya había vuelto a la carga sobre él, ayudándolo a elevarse en el suelo, pudiendo sostenerse sobre sus piernas, o al menos eso era lo que parecía. Nada más escuchar su voz, no pudo evitar volver a ese mundo de ensueños y locuras, donde nada más importaba ella, su amor. Por la que haría lo que haría falta y aunque intentó resistirse, no lo consiguió, ¿Quién era él para resistirse a tal mujer? Un don nadie, un chico que nada conocía de la vida, pero que parecía que pronto aprendería de la misma.

— Sí es por ti... Iré hasta el fin del mundo...— Diría el joven con la fuerza de voz más grande posible, que se quedó en un leve susurro sólo pudiendo ser escuchado por Diana y la otra joven.

Iría, ¿Qué otra opción le quedaba? Aunque su mente quería volverse contra su corazón y represarlo en un ser sin sentimientos, en aquel momento era imposible. El poder de la chica era tal, que su voz mental quedaba ahogada en un susurro incluso dentro de si mismo, viéndose reemplaza por las sensaciones tan maravillosas que sentía. Aunque no siempre era así, ya que antes había sentido temor, el temor propio del que se siente inferior y débil... Quizás él sólo era una presa con la que jugaban, aunque no se diera cuenta.

[EspeYuna]

—¡Puaaajj! —soltó Alexis, quien hizo una mueca de completo asco ante las palabras del joven enamorado— ¡Es asqueroso!

Diana le fulminó con la mirada, la misma con la cual volvió a engatusar a su acompañante.

—No le hagas caso, no sabe lo especial que es esto para los dos. No conoce el significado del amor —rozó de nuevo su mejilla.

—Pobre alma en desgracia —dijo Alexis entonces, compadeciéndose del joven. Parecía no hacerle gracia que hubiese alcanzado la felicidad con Diana.

Una vez dicho aquello, caminó a la salida del callejón. Diana le siguió, abrazada a Shin en todo momento.

—¿Vamos, Shin?

* * *

Los tres llegaron entonces a un templo, tras andar por unas cuantas calles. Las antorchas solían estar siempre encendidas para aquellos que querían rezar e implorar a los dioses a altas horas de la madrugada, lejos de la vista de los más curiosos. Sin embargo, aquella noche el templo se encontraba a oscuras. Las grandes estatuas podían dar algo de miedo, como si de un momento a otro fuesen a cobrar vida propia.

Pero Shintaro no tendría miedo, ahora que se encontraba al lado de Diana.

—Parece que todavía no ha llegado, lo que me recuerda.. —dijo Alexis, girándose hacia Diana— ¿Le has contado algo a tu mascota, arpía?

—¡No es mi mascota! ¡Se llama Shin! —dijo inocentemente, aferrándose más a su amado.

—¡Bah! —la niña sacó la lengua, en señal de que se estaba cansando de Diana. Parecía no soportarla en lo más mínimo— Ya sabes por qué te lo digo. Ariasu te colgaría si no tuvieses una razón.

—Eso ya lo sé... de hecho —la diosa posó sus ojos en los de Shintaro—, me gustaría, sí.

¿De qué estarían hablando ambas féminas? ¿Su diosa le estaba ocultando algo? ¿Acaso no podía confiar en él?

[Gray]

De nuevo aquella sensación innegable que le recorría todo el cuerpo. Era como energía contenida que provocaba aquella chica llamada Diana en su interior. Cada fibra de su cuerpo en aquellos momentos, contestaba a la cercanía de la joven de diferentes maneras, pero sobre todo, se ponían más sensibles de lo normal, como si estuvieran esperando que ella tocara justo esa parte y sentir al máximo la sensación de puro placer que podía llegar a experimentar.

Incluso cuando su mente sabía perfectamente que nada de lo que estaba haciendo era normal, la gran mayoría de él hacía caso omiso, estaba controlado por completo por aquella mujer que le había robado el corazón de una manera criminal. Pero la neblina le impedía razonar y solamente sentía, fuera falso o no, la fuerza de ella había provocado aquello y sino fuera por esa chica, nunca se hubiera sentido así, suponía que en parte, tenía que darle las gracias.

Mientras que recorrían aquellas calles, intentaba escuchar los retazos de las conversaciones de ambas féminas, aunque sobre todo estaba atento a la belleza que destilaba Diana, una diosa hecha humana a su lado. Aún tenía dudas de que la mujer que lo abrazaba, no fuera al menos en parte, una divinidad. Hasta que llegó un momento de lucidez mayor, justo cuando llegaron al templo que al parecer era su destino, un lugar tenebroso al que no se hubiera acercado normalmente, incluso de día hubiera tenido sus reticencias. Incluso las estatuas parecían que comenzaban a cobrar vida.

Algo que notaba incluso en su especie de bloqueo mental, era la enemistad que existía entre ambas muchachas, que no parecían querer llevarse bien ni tener intención de ello. Incluso Shin estaba comenzando a molestarle un poco la actitud de la otra chica hacia él, ¿desde cuando se había vuelto una mascota? No le gustaba enfadarse, pero cada puya le volvía más inestable, aunque intentaba concentrarse en Diana.

— Diana, ¿Qué es lo que no me has contado? ¿Quién es Ariasu?— Había escuchado bien las palabras de la joven y había realizado preguntas al respecto, no parecía tan tonto como creía.

Estaba claro que Diana tenía cosas que ocultar, pero en realidad como todas las cosas, sabía que cada persona tenía sus secretos, aunque en aquella situación, parecía mucho más que correcto el decirle al menos, que iba a pasar. Desconocía todo lo que había alrededor de su amada, pero no por ello dejaba de confiar en ella, sólo necesitaba que le contestara a esas dos tristes preguntas, cuando se lo dijera, probablemente estaría más tranquilo y feliz.

[EspeYuna]

Diana se giró hacia su amado, mostrando un rostro algo triste, aunque a los ojos de los más cuerdos parecía estar interpretando el papel de una diosa en desgracia, quien debía volver al Olimpo y dejar en la tierra a su amante.

—Ariasu es nuestra Maestra —dijo, respondiendo a las preguntas de Shintaro—. Verás, Shin, yo pertenezco a otro mundo. Y al alba, tendré que marcharme.

Alexis, mostrando un rostro incrédulo y molesto, se esfumó a explorar por los alrededores del templo. Por fin, Diana y Shintaro estaban de nuevo a solas.

—Shin, ¿te gustaría venir conmigo? Abandonar este mundo, y ser mi guerrero, luchar por mí... di que sí...

De nuevo esa extraña y placentera sensación. Los ojos del joven se encontrarían sumidos en una profunda hipnosis, incapaz de pensar en otra cosa que no fuese su amada. Su amor, aquella que le haría feliz para el resto de su vida si accedía a irse con ella. ¿A dónde? No sabía. Pero lucharía por ella. Sería el fiel guerrero de su diosa.

Di que sí, Shin, por favor, Shin, te necesito, ayúdame, te amaré, sé mío, Shin, Shin, Shin

—Bésame.

[Gray]

Había escuchado todo lo que le había dicho Diana, pero había perdido la noción de los acontecimientos cuando la chica había dicho una sola palabra, bésame. Hasta ese entonces no le había atraído la atención ninguno de esos jóvenes, que parecía que no tenían otra cosa que hacer más que comerse la boca el uno al otro, pareciendo que no había mañana. Pero ahora les entendía, al menos en parte. Aquella chica le había robado el corazón, fuera de una manera ilegítima con malas artes o no, peor lo importante era que se sentía atraído y en aquel momento, enamorado.

— ¿Be... Besar... Besarte?— Dijo el joven primero inocente, sin creerse muy bien si aquello era cierto o no.

Pero se sentía atraído a ella. Su cuerpo quería acercarse al suyo, colocarla una mano en la espalda y acercar sus cabezas, para finalmente fundirse en un beso, aunque nunca había experimentado uno, sentía que debía ser la mayor de los regalos para él, un chico que no sentía normalmente y que ahora se encontraba en un torrente de sentimiento, una vez más se preguntaba, ¿Quién era realmente ella? Pero lo haría.

— De acuerdo, lo haré.— Dijo con decisión, unos instantes después de su anterior frase.

No dudó cuando se acercó más aún a ella, y respiró. Sintió como el aroma ascendía por sus fosas nasales, trasladando las sensaciones que olía a su cerebro, haciendo que este entrara en éxtasis y actuando instintivamente. Acercó su mano a su espalda, la acarició suavemente y justo después la besó. Fue un beso simple, un roce suave que daría paso a otro beso más apasionado, no sabía bien como acabaría aquello y en aquel momento, no le importaba nada de eso, sólo disfrutar del momento.

«¿Es quizás esto un sueño? ¿Quién es ella? ¿Por qué me eligió a mi? Si sólo pudiera estar así para siempre... Sería feliz.»

Sus pensamientos eran locos, igual que sus sentimientos.

[EspeYuna]

Los labios de Diana eran suaves, carnosos y rebosantes de deseo. Su aroma, tan cerca de Shin, le provocaba mil y un sensaciones tan placenteras, que por un momento pensó que la joven le estaba otorgando el poder de los dioses.

El tímido beso y roce de Shin fue acompañado de la pasión que despertaba su diosa.

Llegó un momento cumbre en el que los ojos de Shintaro perdieron su luz por completo. Hipnotizado y sin capaz de recordar siquiera dónde estaba, de dónde procedía.. No se acordaba de su familia, ni la razón por la cual se había encontrado con Diana.

Sólo estaba ella.

Shintaro no se daba cuenta de que había pasado a ser un mero juguete de carne y hueso. Estaba sumido en un profundo trance.

—Ya eres mío —dijo Diana al separar sus labios de los de Shintaro. Rozó una de sus manos con la mejilla del joven, quien ya no reaccionaba de la misma forma, sino que tenía la mirada distante, lejana—. Hacía tanto que no sentía un beso así.. Shin.. eres perfecto.

La joven parecía estar sintiendo de verdad algo por el muchacho, pero era incapaz de manifestar aquellos pensamientos. Pues siempre había hecho lo mismo con cientos de hombres.

—¡Vaya, vaya, esto se está poniendo al rojo vivo! ¿Puedo participar?

Una estatua cercana a ambos fue partiéndose por la mitad, siendo fundida por un poderoso fuego de lava, dando lugar a un ser muy conocido por Tebas. Un dios. Su pelo llameante, su piel azulada y sus ropas oscuras. Ese humor que le caracterizaba.. era inconfundible.

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—Hades, el señor del Inframundo, dios de los muertos... bla bla bla. Supongo que tú serás una de las mandadas. ¿Sabes que es de mala educación hacer esas cosas en un templo? ¡Aunque, para qué engañarnos, es el templo de Zeus, así que puedes hacer lo que te venga en gana! —exclamó. Parecía haber hecho algún tipo de chiste personal.

Shintaro podría reconocerlo en un primer momento, pero esta vez, no sería capaz de girar la cabeza hacia él. Sólo podía estar abrazado a Diana. Ni siquiera en ese momento él quería abrazarla con tanta pasión, él era más inocente, nunca había sentido la necesidad de aferrarse a una mujer con tanto deseo.. ¿por qué entonces no podía controlar ni siquiera dónde ponía las manos? ¡Hasta estaba dispuesto a probar ese cuello delante de otras personas, y le daba exactamente igual!

—Oh, por fin aparece, ¡Alexis! —dijo Diana, llamando a su compañera. Shintaro se aferró aún más a Diana, abrazándola y hundiendo su rostro en su cuello, desesperado. La diosa, que parecía tener más fuerza que el joven mortal, lo apartó con extraña ternura— Tengo que ocuparme de unos asuntos, amor mío. Pero seguiremos por donde lo empezamos, ¿sí?

Diana se alejó un poco de Shintaro, guiñándole el ojo, y éste no pudo seguirla. Algo se lo impedía. No lo sabría, pero era Diana quien ejercía ese poder sobre su cuerpo.

Con ese beso lo había convertido en su esclavo.

Alexis apareció por otro lado, jugando con su artefacto.

—Bueno, Hades. Alexis, Diana, nos ha mandado Ariasu —dijo, señalando a ambas—. Querías saber acerca de las criaturas que puedes controlar a tu voluntad, ¿verdad?

La conversación se hizo extensa, lejana para Shintaro. No alcanzaba a escuchar con claridad de lo que estaban hablando. Es más, cuando intentó acercarse, dispuesto a vencer el poder de la diosa, unas hiedras aparecieron en el suelo y agarraron su cuerpo para impedírselo. Sincorazón, criaturas, corazón, oscuridad, Maestros... Llave-Espada, es lo poco que pudo oír de lejos.

—A ver si lo he entendido, chicas.. —dijo más tarde Hades, cuando Shintaro estaba menos entumecido. ¿Sería porque Diana no le estaba prestando atención ahora? La neblina se despejaba poco a poco— ¿Puedo incluso convertir al niñito Herc en un sincorazón? ¿Y que esté a mis órdenes? ¡Eso es genial!

Las llamas de la cabellera de Hades respondieron a su gozo y entusiasmo al pensar en la idea tan siniestra. Esos planes eran oscuros, malvados.. ¿sincorazón? Shin no quería aquello, ¿su Diana estaba metida en algo así?

—¿Entonces tenemos trato o no, Hades? —preguntó Alexis, algo impaciente.

[Gray]

Después de ese beso, todo se oscureció. Para la mayor parte de él solo existía esa mujer, Diana, mientras que la parte de la razón que se ocultaba en el fondo de su ser, ahora no podía hacer absolutamente, ni si quiera razones con claridad. Aquella mujer le había hecho caer en sus redes, había estado intentando resistirse, pero nunca hubiera esperado convertirse en eso. Un hombre que solo piensa en el contacto físico, que se pega como una lapa a la mujer que quiero y no quiere más que poseerla, sólo que esos hombres tienen la capacidad de decisión, él no.

Dentro de aquella niebla, podía observar diferentes eventos y palabras. Había aparecido Hades, el señor del inframundo. No le interesó en aquel momento, pero sabía que era importante, se encontraba ante un dios, aunque su propia diosa lo había traicionado, convirtiéndolo en un mísero juguete en sus manos, dependiente de ella hasta el punto de dar auténtico asco. Asco, que empezaba a sentir consigo mismo.

Al parecer, gracias a que Diana no le estaba prestando la debida atención, su mente se aclaró un poco, pudiendo escuchar lo que le estaban proponiendo al señor de los muertos, poder para convertir a las personas en sincorazón. Pero... ¿Qué eran realmente los sincorazón? No entendía absolutamente nada, también había escuchado la palabra llave espada. Le sonaba a un nombre de poder, mientras que los sincorazón le sonaban a... A aquellas bestias que le habían atacado, aquellas eran sincorazón, o era lo que podían ser, no tenía ninguna teoría. Y Diana tenía que ver con ellas.

Tenía que actuar. Su mente estaba más clara, pero si lo hacía mal, no seguiría siendo más que un muñeco en manos de la supuesta diosa, para él era indudable que no podría vencerla, pero si la cogía en un momento de descuido, quizás podría escapar y avisar a Hércules... Y a Lyn. Sus posibilidades quedaban por seguir siendo tal como era cuando lo controlaba Diana, sino, perdería la oportunidad de salvar al héroe de Tebas y con ello, a la ciudad entera en pos de aquellas bestias, los sincorazón.

[EspeYuna]

—¿Por qué no me otorgáis una pequeñísima demostración? Ya sabéis, uno no puedo comprar el producto sin haberlo probado antes o haber leído la letra pequeña, manías de dioses —una diabólica sonrisa despertó en la comisura de sus labios.

Alexis y Diana se observaron unos segundos, hasta que la pequeña parecía haber entendido a qué se refería el Dios de los Muertos.

—¡Eso está hecho! —exclamó Alexis, algo entusiasmada.

Una mirada perversa de la oscura Alexis se fijó en los ojos confusos de Shintaro. De su mano comenzó a surgir una mole de oscuridad, dando forma a un instrumento alargado y puntiagudo. Un arma, algo extraña para los ojos de Shintaro. Aquello no pintaba bien.

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Alexis comenzó a acercarse a Shintaro, cuando Diana se interpuso.

—¿¡Qué te crees que vas a hacer, enana!? —gritó Diana, bastante alterada.

—Vaya, vaya, ¿no me vas a prestar tu juguete un rato? —preguntó Alexis, aún con sus ojos clavados en los de Shintaro. El terror podría apoderarse del joven. ¿Qué iba a hacer con eso?— Oh, vamos arpía.. ¡puedes conseguir a cualquier hombre! ¡Hay cientos, miles, millones! ¡Y muchos mundos para encontrar uno nuevo!

>> Y si no cumplimos esta misión, ya sabes lo que significa.

A pesar de que su voz había sonado muy afeminada y juguetona, sus últimas palabras fueron serias. Los ojos de Diana, por primera vez ante la presencia de Shintaro, despertaron miedo. Confusa con lo que había dicho Alexis, sus labios se curvaron y se dirigieron al atrapado esclavo, quien al intentar resistirse las hiedras comenzaron a agarrarlo con más fuerza, acercándolo a Alexis y a Diana.

—Shin, parece que vamos a tener que experimentar contigo —¿por qué a pesar de todo lo que estaba pasando, Shin no era capaz de liberarse de aquella terrible maldición? Sus ojos volvieron a adormitarse, sumiso a su diosa—. Tranquilo, no te va a doler.. mucho. Relájate..

Por una parte, el cuerpo de Shintaro se tranquilizaba al escuchar la voz del centro de su universo, pero... por otro lado, en un pequeño trozo de su corazón, aquella espada siendo dirigida a su pecho por la mirada escalofriante de Alexis hizo que, instintivamente, sintiera que su vida corría peligro.

De repente, las hiedras de Diana soltaron al joven al ser atacadas por una flecha, y una cuchilla afilada rozó la mejilla de Alexis. Ésta enrojeció, furiosa. Por lo pronto, Shintaro volvería a recuperar el control de su cuerpo.

—¿¡Quién ha sido!? —gritó Alexis, cuando una figura se asomó a lo lejos.

Shintaro lo reconocería. El joven temerario.

—Soy Graic. Guerrero de Tebas. ¡Y tú mataste a mis padres! —exclamó el joven, dirigiéndose con su espada hacia Alexis, con ojos furiosos y sedientos de venganza.

—Vaya, vaya, ¡un fanboy histérico! —dijo Hades, fijándose en cómo el chico se acercaba con maestría a la asesina. Aunque parecía estar disfrutando de todo lo que estaba aconteciendo.

Todo pasó muy rápido. Por extraño que pareciera, el muchacho no logró atravesar con su espada a la niña diabólica, sino que éste salió disparado, como si hubiese chocado contra algo en su trayectoria.

Diana se acercó al joven, que se encontraba tirado en el suelo y sin fuerzas.

—Mmm, tú también puedes servir, ¿te parece, Alexis? —preguntó Diana a la niña, pues parecía seguir queriendo quedarse con Shintaro— ¿Graic, verdad? Mírame, querido, mírame. No pasa nada..

Shintaro no iba a ser el único en caer en las redes de la misteriosa mujer. Graic perdió poco a poco el brillo de sus ojos, sonriendo de forma estúpida ante la presencia de Diana.

—M-Mi diosa.. —dijo Graic, totalmente a su merced. Diana lo acercó por sus hombros a Alexis, quien volvía a alzar su arma.

Y en un instante, la oscura espada de Alexis fue clavada en el corazón de Graic. Un grito desgarrador se escuchó por todo Tebas. Alexis y Diana se apartaron cuando una gran mole de oscuridad fue cubriendo el cuerpo de Graic. Shintaro pudo observar por última vez los ojos de Graic, quien había despertado de su hechizo debido al dolor de su pecho.

—¡¡Ayúdam...!! —la oscuridad se lo tragó, y a los pies de Shintaro cayó la espada del joven.

En su lugar, la oscuridad tomó forma, dando lugar a un monstruo. Una de aquellas terribles criaturas. Sus ojos amarillos buscaban algo en concreto, cuando divisó a Shintaro cerca suya.

—Venga, Shin —dijo Diana, quien, a pesar de lo ocurrido, seguía tratando a Shintaro igual—. Si sobrevives, te llevaré conmigo.

Aquello habría sobrepasado los límites de su corazón. Podría dejarse llevar por la neblina, olvidar lo que había visto o enfrentarse a Diana y a aquella criatura.

Porque algo había cambiado. Había descubierto la terrible verdad tras el inocente rostro de Diana.

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Aclaro que es otra neosombra molona x)

[Gray]

¿Cómo había llegado a esa situación? No debería haber ido a la ciudad, debería haber vuelto a su casa, habría estado caliente mientras hablaba con su abuelo, pero no, él tenía que ser tan idiota como para irse por la parte más peligrosa de la ciudad a salvar a alguien que ni conocía e incluso ahora, seguía haciendo frente a peligros porque quería, o porque en parte él lo había elegido, estúpidos sentimientos.

Ahora se encontraba ante el transformado Graic, que se había convertido en una de esas bestias, los sincorazón. Diana le había vendido, iba a ser él el que se convirtiera en uno de ellos, pero la actuación del joven guerrero le había salvado la vida y le había hecho despertar del influjo que había tenido la chica sobre él, ahora estaba de mal humor, de muy mal humor.

El señor de los muertos había querido una prueba de las fuerzas que podría provocar si obtenía los poderes de las jóvenes, o al menos eso era lo que suponía él, porque no había sido otra persona más que Alexis la que había convertido al pobre Graic en sincorazón, aunque el plan inicial era convertirlo a el mismo. Diana, movida en parte por amenazas de no cumplir su misión, había aceptado, pero no funcionaba de esa manera el amor, todo había sido una vil mentira y él no era estúpido, no caería de nuevo en sus trucos, ni de broma.

Ante él se encontraba Graic, reconvertido a una de esas criaturas que antes había conocido, pero obviamente no era él, esos ojos no eran los del joven audaz que se había metido a aquel templo a salvarlo, incluso le había provocado un pequeño corte en su mejilla, lo que le había quitado de aquella sensación hipnótica de la chica. Durante el proceso de transformación, había visto en acción los poderes de Diana, que había influenciado de tal forma en el chico que este no había puesto impedimento ninguno a convertirse en esa bestia.

— Así que eso era por lo que estaba tan atontado y no podía pensar con claridad, ahora lo entiendo todo.— Susurró, a la vez que sacaba su katana de su funda, miraría a aquella bestia con tristeza, le había salvado la vida y ahora debía luchar contra él.— No te metas en esto, ha sido culpa vuestra que un hombre se convierta en esa cosa, pero no te guardo rencor, experimenté algo nuevo para mi.— Diría señalando a Diana, a la vez que cogía con su otra mano a la espada de Graic, atento a sus movimientos por si debía saltar en caso necesario.

De nuevo su rostro acogió su forma natural. Ojos escrutando los movimientos de su enemigo, boca cerrada, en una mueca sin sentimientos y piernas dispuestas a correr en caso necesario, pese a eso, ahora que había experimentado tantas cosas nuevas, sabía que nada sería igual, incluso podría tener más reticencia a los sentimientos pero su vida, ya no sería la misma, ya que lo más probable sería su muerte. Un leve fuego se encendió en su interior, la rabia por no poder salvar a ese chico le consumía y no podía hacer otra cosa que disculparse con él.

— Lo siento Graic, incluso cuando me salvaste te ha tocado a ti ese destino...