[Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Trama de Xefil, Bavol, Stelios y Albert + Fátima

La aparente traición de Tierra de Partida en un acuerdo de paz provocó el anuncio de la guerra por parte de Bastión Hueco. Los aprendices deben enfrentarse entre sí, entre antiguos amigos y compañeros. ¿Cómo lograrán sobrevivir cuando otras amenazas acechan?

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro, Sombra

Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Leechanchun » Mar May 27, 2014 5:54 pm

El viaje fue bastante tranquilo, Fátima los guió sin apenas problemas, con un rumbo fijo y marcado, aunque Albert hubiera jurado que estaba muy tensa durante el trayecto. La última vez que voló con su glider fue para volver a Tierra de Partida, tras ir en busca de Stelios con Malik, y en aquel momento se encontraba bastante inquieto por la situación. En cambio, el vuelo a Port Royal le había sido muy gratificante, no era un trayecto de placer, pero no estaba nervioso durante el viaje.

Poco tiempo después terminaron por divisar Port Royal en el mar de oscuridad en el flotaban los mundos. Se internaron poco a poco en su interior, pero el ambiente de la atmósfera estaba cargado, pues apenas se habían internado en el mundo se desató sobre ellos una tormenta eléctrica bastante peligrosa.

¡Cuidado con los rayos! —gritó Fátima cuando comenzaron a caer los primeros relámpagos sobre el grupo—. ¡No os separéis!

¡Es muy peligroso seguir aquí arriba! ¡Deberíamos descender! —gritó Albert.

El cielo estaba muy abultado de nubes de tormenta y los mejor que podían hacer era alejarse lo más que pudiesen. Pero apenas hubo tiempo a reaccionar, pues antes de que pudieran hacer nada, aparecieron un grupo de sincorazón sobre ellos. Albert apenas había visto unos cuantos desde que abandonó Atlántica, pero había leído y le habían explicado bastante para saber qué eran. Aunque lo peor sin duda era la situación en la que se encontraban, pues debían hacerles frente mientras montaban en los glider.

¡Es una trampa! —bramó Stelios.

De pronto, Bavol llamó a su Llave-Espada para atacar a los sincorazón, lo que provocó que su glider volviese a su forma original y el joven cayera hacia el mar.

¡Cuidado! —chilló asustado.

Fátima reaccionó rápido y fue en busca del muchacho. Los sincorazón los habían rodeado en un ataque formado en el aire y uno de ellos iba a arremeter con sus grandes puños sobre Albert. El sastre se fijó en su atacante y, apuntando lo mejor que pudo con su mano izquierda, conjuró un cristal de hielo con la suerte de que este impactase sobre la sombra y frenase su ataque. Si su enemigo persistía en su avance seguiría lanzando conjuros de Hielo mientras mantenía el control sobre su glider con la mano derecha. De ser capaz de parar a su atacante, Albert intentaría ayudar a Stelios y Xefil con su magia. De no ser capaz de parar al sincorazón que le atacaba, intentaría moverse lo más rápido que pudiera con su glider para escapar de su ataque y reagruparse con sus compañeros.

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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Zee » Mié May 28, 2014 11:00 am

De alguna manera lamentaba no haber trabajado tanto con Fátima en la misión anterior. Aparentaba ser una mejor líder de lo que creía, tomando las riendas de la situación sin realmente pedirlo y dirigiendo al equipo por el Intersticio con una naturalidad increíble. Durante el Reapers' nos la habíamos pasado luchando juntos, por lo que no había habido realmente oportunidad para conocerla; pero su copia, la Fátima de datos, había demostrado ser también una excelente guerrera. Todo aquello tuvo que haber venido de algún sitio, pensé mientras alzaba vuelo en mi Glider. La Fátima de carne y hueso tendría que ser también una gran Portadora, por lo que me sentía orgulloso de poder compartir una misión con ella.

El resto del grupo no se había ganado tanto respeto por mi parte, aunque sí habían logrado captar mi atención y curiosidad. El primero que destaba entre todos nosotros era, evidentemente, Bavol. Su corta edad era algo preocupante; al menos siguiendo las apariencias, tendría alrededor de diez años. ¿De verdad podíamos permitir que alguien tan joven luchara en la guerra? ¿No era prácticamente empujarlo al interior del matadero? Era inevitable plantearme aquellas cuestiones, pero también me convencía a mí mismo de que era necesario pensar en Maya y el Maestro Akio: los dos habían comenzado a blandir la Llave-Espada a una edad bastante cortas y ambos, especialmente en el caso del Maestro por obvias razones, se habían convertido en grandes guerreros. Aparte de eso, Bavol me resultaba simpático. Tenía buenos modales y una curiosidad insaciable, por lo poco que había visto de él, así que no podía quejarme de su presencia.

Albert, por otro lado, no se había ganado realmente una opinión concreta por mi parte. Se había mostrado tan introvertido frente a nosotros, salvo tal vez con Stelios, que era imposible intentar adivinar cualquier cosa de su personalidad. No pretendía ser ofensivo, pero no sabía si podía confiar en él durante la misión, debido a que me resultaba improbable que una persona tan tímida pudiese desenvolverse en batalla. No podía decir con claridad si agradecía o maldecía su presencia, pero supuse que lo descubriría pronto; además, no podría hacerme ningún daño intentar hablar con él en algún momento, buscando ser amable con mi compañero. E igual, ¿no era la Maestra Rebecca similar? Seguramente esa clase de personas poseían algún secreto...

Y Stelios, el más aventurado y entusiasta de nosotros, claramente pagaría por conocer algo así si realmente existía. Puesto que, había quedado claro desde que había llegado con la Armadura puesta, él era la clase de Aprendiz cuya única prioridad es volverse cada más fuerte. Seguramente compartía aquello con Light o Axel, y me pregunté si sería posible que el chico se llevara bien con ellos (o al menos en el caso del primero). Su costumbre de llevar la Armadura me resultó curiosa, también, y me recordó a la Maestra Lyn, que pocas veces llevaba ropa de civil. ¿Cómo podían aguantarla? Si no era tan cómoda...

Por ejemplo, yo ya comenzaba a hartarme de ella tan solo a la mitad del viaje. Si no fuese porque cruzar el Intersticio en mi tabla siempre era relajante, divertido y hasta cautivador, no soportaría nunca los viajes que tenía que hacer con ella. Las alas eran especialmente molestas, añadiendo un peso extra a la espalda y entorpeciendo mis movimientos al no tener plena conciencia sobre ellas. Y el casco, el endemoniado casco, ¿por qué su visor tenía que ser tan pequeño? Sí, sin duda alguna, si pudiese quitarme la armadura a mitad del espacio, lo haría.

Pero no me agradaba la idea de que mis vísceras colapsaran en el vacío y los ojos se me salieran de las cuencas. Esto último en particular sería un inconveniente, pues en el Intersticio siempre hay cosas para ver: destelleantes estrellas, nebulosas lejanas, veloces cometas, ardientes soles... y claro, los mundos desconocidos con los que nos cruzábamos de vez en cuando. En el que íbamos a aterrizar, por ejemplo, se distinguía a leguas, estaba compuesto casi en su totalidad de agua de mar. Era un gran orbe azul sobre un fondo negro, con pinceladas hechas de nubes desperdigadas de aquí a allá.

Claramente iba a haber piratas. ¡Si no se veía tierra por ningún lado, obviamente iban a andar en barco!

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¡Cuidado con los rayos! —alertó Fátima en cuanto cruzamos la atmósfera. En ese preciso instante, como si la hubiesen estado esperando, las nubes rugieron y el cielo se iluminó con un relámpago—. ¡No os separéis!

La Armadura estaba hecha de metal. ¿Conducía electricidad?

Pronto nos sumergimos en la capa de nubes y la lluvia comenzó a tamborilear en la parte externa de nuestros cascos. Los visores quedaron cubiertos por pesadas cataratas y los huecos entre las placas comenzaron a llenarse de agua. Comenzó a ser un poco más difícil sujetarse a los Gliders... al menos aquellos que podían sujetarse: en mi caso, tenía los pies sujetos en la tabla, asegurados dentro de sus respectivos orificios. Aquello era una ventaja, pues era más fácil mantenerme sobre mi vehículo sin mucho esfuerzo y me dejaba ambas manos libres; sin embargo, cualquier empujón o mal giro me tiraría de la tabla con suma facilidad. Pero claro, allí no había nada que me derrumbara, ¿verdad?

Cuando escuché el grito de sorpresa de Fátima me di cuenta que estaba equivocado. Giré la cabeza sólo para ver una mancha borrosa descender en picado, alejándose de la chica tras haberle hecho perder el control. A la chica le costó unos preciados segundos equilibrarse, momentos durante los cuales todos miramos a nuestro alrededor, buscando a nuestro atacante. Muy pronto aparecieron de entre las nubes, revelando que no eran ni uno ni dos como había parecido en un principio, sino seis: seis Sincorazón.

¡No!

Fátima y Bavol desaparecieron de mi vista por completo, al igual que la mitad de los enemigos. Dos de las bestias se lanzaron contra Stelios, quien no perdió ni un instante en sacar una espada para intentar mantenerlos a raya, mientras se esforzaba por controlar su vehículo con sólo una mano. Albert, por otro lado, trató de deshacerse de su atacante con un hechizo gélido.

Maldije al darme cuenta de que no podía ayudar a ambos, especialmente porque no sabía si el hechizo de Albert podría detener al Sincorazón que se abalanzaba contra él. No obstante, decidí que, si debía elegir ayudar a sólo uno de los dos, tendría que ser al que tenía más problemas en cuestión numérica.

Giré bruscamente mi tabla y salí disparado en dirección a Stelios. Me levanté un par de metros y luego, cuando llegué hasta él y sus atacantes, descendí con la tabla completamente recta sobre la espalda de un Sincorazón, intentando colocarla entre sus alas para entorpecer su vuelo. Me agaché sobre mi Glider y coloqué ambas manos en el sitio donde las alas de la bestia se unían a su espalda, me agarré firmemente y tiré de ellas con fuerza. Recargué todo mi peso hacia atrás, sin soltar al Sincorazón, intentando que mi estirón lo obligase a desviar su vuelo hacia arriba. Así podría quitárselo a Stelios de encima, al menos.

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Dejo una imagen descriptiva que ilustra mi estrategia:
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Luego de eso, si el Sincorazón no había logrado sacudirme o apartarme lejos, lo soltaría del lado derecho para materializar mi daga de plasma; seguidamente, intentaría hacerle un certero corte en el cuello antes de apartarlo con un empujón de mi Glider y dejarme caer para no recibir un contraataque de lleno.
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Ronda 4

Notapor Tanis » Jue May 29, 2014 7:48 pm

Todo era un auténtico caos. Ante el ataque por sorpresa de la bandada de piratas voladores, los aprendices se prestaron a presentar defensa.

Los tres sincorazones aceleraron el vuelo en picado al ver a Bavol cometer el imprudente error de invocar la Llave-Espada para hacerles frente. El niño cayó por los aires como un pequeño plomo, directo al abrazo de las turbulentas aguas y las garras de sus enemigos, que de haber podido se habría relamido del gusto. Sin embargo, antes de que Bavol chocara con las intempestivas olas y se hundiera en el mar, Fátima dispersó a los sincorazón con su hechizo y logró, muy a duras penas recoger al pequeño aprendiz en el aire. Los tres sincorazón atacantes se reunieron de nuevo tras ellos con toda la intención de perseguirlos, pero se detuvieron en seco sin razón aparente y giraron hacia los otros tres aprendices para emprender un nuevo ataque.

Albert, a pesar de preocuparse por la caída de Bavol, tuvo que hacerse cargo de sus propios problemas. Por culpa de los nervios o quizá una buena estrategia, Albert esperó al último momento para disparar su hechizo y consiguió acertar de lleno al sincorazón, que se deshizo en humo negro ante sus ojos. Habiéndose desembarazado de su amenaza, el joven sastre se volvió hacia Stelios, el cual estaba rodeado.

Además de los dos sincorazón que en un principio habían elegido al aprendiz como objetivo, al dúo se le habían sumado los tres que antes hubieran perseguido a Bavol. La maniobra de Xefil al menos había logrado apartar a uno de ellos, en medio de la vorágine de lluvia y rayos que aún bailaban a su alrededor. Los monstruos no atacaban de verdad, casi parecía más que jugaran con ellos, acerándose, alejándose... Como si se divirtieran antes de darles el golpe de gracia.

Frente a los ataques de Stelios con su espada, los sincorazones se dispersaron y arremolinaron a poca distancia, como una auténtica bandada de rapaces que anduviera atosigando a una presa herida. Los tres aprendices consiguieron reunirse por fin, a duras penas manteniendo el control de sus glider. Entonces, todos a una, los cinco sincorazones se lanzaron hacia ellos, a toda velocidad con el viento a su favor. Albert, Xefil y Stelios quizá se prepararon para defenderse o apartarse e intentar huir. Sin embargo, un nuevo rayo brilló justo cuando los sincorazones estaban a punto de alcanzarles.

Los aprendices se quedarían ciegos por largos segundos, sintiendo cómo las ráfagas de viento les sacudían y empujaban de nuevo con una fuerza abrumadora. Cuando recuperaran la vista verían que cuatro de los sincorazones habían desaparecido, quizá destruidos por la centella, y que el quinto intentaba alejarse lo más rápido que podía de allí. Podían lanzarse al ataque y persecución, o tal vez no. Hiciesen lo que hiciesen, de pronto otro rayo, mucho más pequeño y fino, estalló venido desde el mar contra el sincorazón, destruyéndolo en el acto.

Pudieron respirar entonces tranquilos, teniendo que preocuparse nada más por la tormenta. Se dieron cuenta entonces de que ni Fátima ni Bavol estaban allí. ¿Habían logrado escapar? Si buscaban, no muy lejos atisbarían la forma incierta de un navío, no muy grande, y del que de vez en cuando se desprendían pequeñas chispas eléctricas, como si fueran... señales. Fuera quien fuera el autor de aquello, estaba claro que había sido el que había destruido el último sincorazón, también quizá a los otros cuatro.

La tormenta se recrudecía por momentos y no parecía haber tierra cerca. ¿Estarían allí Fátima y Bavol? ¿Quién era el autor de aquellos rayos, y por qué les había ayudado? El panorama no era muy alentador, necesitaban alcanzar un lugar firme, ¡y tenían que alejarse de ese barco cuanto antes sin que les vieran! En Port Royal la gente era supersticiosa y creían en magia, cosas sobrenaturales y demás, pero no podían mostrarse ante nadie con las armaduras y los glider. Eso rompía las normas. Debían irse cuanto antes.

Tomando esa decisión pondrían rumbo en dirección contraria al barco. Si se quedaban quietos, bueno, el siguiente rayo les alcanzaría igual. Y esta vez los tres caerían sin poder evitarlo, al océano...

Les habían atacado, eso sería lo último que pensarían antes de quitarse la armadura para intentar hundirse más despacio en las aguas oscuras y heladas del mar. Pero no todo parecía perdido.

El navío se estaba acercando a ellos.

* * *


Fátima aceleró, perdiéndose entre las nubes de tormenta hasta dejarla atrás. En la distancia, quizá todavía a varias millas, podrían ver una conformación oscura en la línea del horizonte. Tierra. ¡Por fin! Pero si Fátima se detenía y echaba un vistazo en derredor, vería también muy a lo lejos la tormenta de la que había escapado... y comprobaría que nadie la había seguido. Que Bavol y ella estaban solos. ¿Qué sería lo más sensato?, ¿volver por ellos o ir a tierra y esperarles allí? Eso quedaba en manos de ambos aprendices. Si decidían volver entrarían de nuevo en la tormenta, no encontrando ningún rastro de ellos y arriesgándose a un nuevo ataque o perderse.

Sólo les quedaba retomar el camino a la tierra que habían visto, el lugar más cercano al que podían considerar punto de encuentro.

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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Tidus Cloud » Sab May 31, 2014 7:32 pm

La primera en la frente. Quizás su estrategia hubiese funcionado si no se hubiera olvidado de un pequeño detalle: la Llave Espada y el Glider estaban vinculados.

Bavol soltó un grito cuando sintió como la superficie sólida en la que estaba apoyado su cuerpo desaparecía y comenzaba a caer directo al vacío perseguido por los tres sincorazón. Acababa de comenzar la misión y había cometido un maldito error, un error que seguramente le iba a costar la vida. La mirada del pequeño era una mezcla de sorpresa y miedo, que contemplaba horrorizado lo frágil que era su vida y como en cualquier momento se podía acabar todo.

Sin embargo, aquel no iba a ser su fin. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que realmente había sucedido, sintió como su cuerpo chocaba de nuevo contra una superficie sólida. Todavía estaba demasiado confundido a causa del movimiento, por lo que por un instante se creyó que había chocado contra el suelo o que incluso había muerto.

¡Agárrate fuerte! —exclamó una voz conocida.

Al escuchar aquella voz despertó de su aturdimiento y se incorporó rápidamente para descubrir que estaba encima del Glider de Fátima, quien le había salvado de una dolorosa muerte. Haciendo caso a su compañera, la rodeó por atrás con sus brazos y se aferró a ella con fuerza para no caerse de nuevo.

Mientras sentía como iban cada vez más rápido, se percató de que iban dejando atrás a sus enemigos y a sus compañeros, alejándose así de esas espantosas nubes que soltaban rayos.

El corazón todavía le latía con fuerza, casi como si se le fuera a salir del pecho en cualquier momento. Había estado a punto de morir y todo por culpa de un error, todo por culpa suya. Bavol intentó contener las lágrimas, el pequeño gitano aún sentía miedo, pero sobre todo se sentía frustrado e impotente. Parecía que no importaba cuanta experiencia adquiriera o cuantos hechizos aprendiera, siempre sería el niño débil que sus compañeros tenían que rescatar.

Lo siento, Fátima… lo siento. —susurró Bavol apoyando su cabeza contra la espalda de su compañera.

Bavol echó la vista atrás y se dio cuenta que cada vez estaban más lejos de la tormenta, pero que ninguno de sus otros compañeros había salido de entre las nubes para seguirlos. ¿Qué es lo que les habría pasado? Si no hubiese hecho esa tontería, quizás hubieran podido derrotar a los cinco sincorazón entre todos y, sin embargo, ahora por su culpa puede que algún rayo los hubiese derribado o que incluso los sincorazón hubiesen acabado con ellos...

Tenían que hacer algo, pero tampoco quería volver atrás, le seguía teniendo demasiado miedo a los rayos.

¿Qué hacemos, Fátima? ¿Dónde están los demás? —preguntó Bavol aún siendo consciente que su compañera seguramente no podría saber la respuesta. Permaneció unos segundos en silencio antes de añadir alterado—. ¿No habrán muerto, verdad?

»Por favor, no quiero volver atrás, me da m… —la voz le temblaba; sin embargo, no iba a decir que tenía miedo, tenía que demostrar que era un buen Aprendiz—. No sé qué hacer…

Ya le había dicho que no quería volver a internarse en la tormenta, pero si Fátima decidía que debían de regresar, no tendría más remedio que obedecerla y seguirla, al fin y al cabo seguía montado en su Glider y tenía demasiado miedo como para invocar el suyo de momento. Se sentía demasiado confundido como para decidir qué hacer ahora, haría caso a lo que le dijera su salvadora.

Por cierto… gracias. —concluyó Bavol después de que decidieran adonde se dirigían ahora.
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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Suzume Mizuno » Dom Jun 01, 2014 3:30 am

No tuvo tiempo para alegrarse de haber cogido a Bavol, porque tuvo que frenar bruscamente para evitar que se los tragaran las olas del mar, que le salpicaron el visor del casco. El acelerón de su glider provocó una pequeña onda en la superficie embravecida del agua y el tirón estuvo a punto de arrancarle los mandos del glider de las manos.

Por suerte, consiguió sostenerse.

Voló rápidamente, alejándose de la tormenta y los rayos, consciente de que en cualquier momento podía alcanzarles uno. El corazón le latía de tal manera que le hacía daño en el pecho y parecía que quisiera salir disparado por su boca. Apenas sí podía respirar de la impresión. Todo había sido tan rápido que no había tenido ni tiempo para sentir vértigo.

«Está bien, está bien, está bien. No nos hemos matado. Dios, no nos hemos matado, no puedo creerlo…».

Volaron lejos de la tormenta, hasta el punto de que el rugido del viento y la lluvia descendió hasta desaparecer y convertirse en una brisa más o menos fuerte. Tragando saliva para humedecer la reseca garganta, Fátima parpadeó con fuerza para contener el alivio. Ahora que se alejaban del peligro, notaba cómo empezaba a temblar por el miedo que había pasado.

¡Odiaba volar!

Sintió cómo Bavol apoyaba la cabeza contra su espalda y pegó un respingo.

¿Estás bien, te has…?

Lo siento, Fátima… lo siento.

La chica sonrió suavemente.

No pasa nada…

Giró un poco el glider para poder observar el trecho que habían recorrido y le sorprendió cómo se habían alejado de las negras nubes. Frunció el ceño al comprobar que no les seguía nadie y se mordió el labio inferior. ¿Es que se habían quedado atrapados en medio de la tormenta? ¿O los Sincorazón…? El pulso, que comenzaba a relajársele después de toda aquella acción, se le aceleró de nuevo y sintió que se le abría un agujero de angustia en el pecho. ¡Tenían que volver! ¡Maldita sea, no podían dejarles atrás sin más…! Dio la vuelta por completo al glider.

¿Qué hacemos, Fátima? ¿Dónde están los demás? —inquirió entonces el pequeño—. ¿No habrán muerto, verdad? Por favor, no quiero volver atrás, me da m…

Al escuchar la temblorosa voz del pequeño, Fátima se detuvo y se giró ligeramente para intentar mirarle, algo difícil teniendo en cuenta que estaba abrazado a su espalda.

Dirigió una mirada repleta de angustia a la tormenta y, después, a las manos enfundadas en guanteletes que le rodeaban la cintura. Maldijo para sus adentros.

Tenía que enfriar la cabeza. Ahora mismo era responsable de Bavol y no podía arriesgarse a que les alcanzara un maldito rayo… Pero, no podía dejarles atrás. Por mucho que Xefil estuviera con ellos. ¿Entonces, qué…?

No sé qué hacer…

Fátima contuvo un gemido.

«Tampoco yo».

Caviló todavía cerca de un minuto, luchando contra el impulso de volver precipitadamente a la tormenta. Miró en derredor y descubrió un línea lejana en la costa: tierra. Al final, a regañadientes, se dijo que Xefil debía ser lo suficiente hábil como para ayudar a sus compañeros a escapar…

Vamos a tierra —dijo al final. Tragó saliva y se esforzó por imprimir a su voz seguridad—:No te preocupes, estarán bien. No son tan débiles como para dejar que unos simples Sincorazón acaben con ellos, ¿vale?—trató de convencerse de sus propias palabras.

Enfiló entonces hacia tierra, volando relativamente cerca del mar para no llevarse más sustos.

Por cierto… gracias.

Fátima meneó la cabeza.

No te preocupes. Tú habrías hecho lo mismo por mí, ¿no?

No tenía la intención de echarle la bronca; estaba convencida de que, con el susto que se había dado, no olvidaría jamás que no debía invocar la Llave Espada cuando estuviera montando sobre el glider.


Ese es el único lugar donde podemos reunirnos con los demás, el único punto de encuentro que en medio del mar—le explicó a Bavol, meditabunda, mientras se encaminaban hacia tierra—. Tarde o temprano, deberán dirigirse a tierra. Aterrizaremos allí.

O eso esperaba.
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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Thailgar » Mar Jun 03, 2014 1:56 pm



¡Dioses! ¡Fuera de mi camino, monstruos!

Stelios golpeaba y atacaba como podía, intentando controlar el glider al tiempo que se defendía de los ataques de los sincorazón. Estaba logrando alejarlos de él, aunque no tenía la sensación de avanzar demasiado con el combate, ya que no conseguía impactar en ellos y solo retrocedían para volver a lanzarse contra él. Tenía la sensación de que jugaban con su presa, de que eran conscientes que, por mucho que se resistiera, estaba a su merced en el aire.

«Si salgo de esta, juro que aprenderé a utilizar la magia».

En medio de aquel caos, vio como Xefil y Albert se abrían paso hasta alcanzarle. ¡Los refuerzos habían llegado! Con fuerzas renovadas, continuó peleando como mejor supo, intentando acabar con aquellas criaturas, que cada vez parecían más. El viento zarandeaba el glider, y en más de una ocasión tuvo la sensación de que el corazón iba a salírsele del pecho al creer que había perdido el control del vehículo e iba a caer al vacío. La lluvia, los truenos y relámpagos, los sincorazón… aquello se estaba volviendo más difícil para Stelios a cada momento. Empleaba todas sus fuerzas en intentar salir del temporal, intentando defender a sus compañeros y a sí mismo como mejor podía.

De pronto, todos los monstruos voladores que les acosaban retrocedieron, reagrupándose y lanzándose contra ellos a toda velocidad. El golpe iba a ser tremendo, no podría bloquearlo. Stelios viró el carro hacia un lado, intentando esquivar la embestida de los sincorazón, cuando un intensó resplandor deslumbró por completo al guerrero de Coliseo. ¿Un nuevo relámpago? Se llevó la mano derecha a los ojos, manteniendo las riendas entre los dedos. El glider avanzaba algo descontrolado, acosado por el viento y la lluvia. Stelios, cegado por la luz, esperó el golpetazo de los sincorazón, que nunca llegó. ¿Y los monstruos? ¿Les habría alcanzado el rayo? Intentaba recuperar la visión lo más rápido posible, pero en cuanto abría los ojos no podía evitar volverlos a cerrar.

Apenas logró por fin mantenerlos entreabiertos unos segundos cuando vio un sincorazón que se alejaba de ellos y era fulminado por un nuevo rayo. Sin embargo, la dirección del ataque era realmente extraña. No había llegado desde el cielo, sino desde el mar. ¿Existía algún mago en Port Royal? No era el primer electro que veía desde que se había convertido en aprendiz de la maestra Lyn.

Por fin logró recuperar la visión, tras aquellos segundos confusos y agobiantes en medio de la tormenta. Por suerte para ellos, parecía que los sincorazón habían sido destruidos. Sin embargo, estaba la cuestión de aquel electro venido del mar. Puede que se tratara de Fátima. Había caído con su glider para salvar a Bavol y ahora les ayudaba desde tierra. Debía ser eso, ya que ni ella ni el niño habían regresado con ellos al combate.

En ese momento, Stelios vio el barco y las señales eléctricas que despedía. ¿Eran para ellos? ¿Entonces el ataque eléctrico había venido de aquel barco? Aquello era lo de menos, ¡se trataba de un barco de aquel mundo! Las reglas dictaban que nadie podía saber la existencia de otros mundos. ¡No podían verlos sobre los glider!

Alguien nos ha ayudado desde ese barco. Y lo ha hecho con magia. Creía que en Port Royal no existían los magos.

Aquella era una situación realmente difícil, y Stelios se alegró de tener a alguien más experimentado que él para poder ayudarle a resolverla. Entre los tres, podrían llegar a buen puerto, nunca mejor dicho. El guerrero aceptaría la decisión conjunta que tomaran y seguiría a Albert y Xefil.

No podemos dejarnos descubrir, va contra las normas. Y si la mitad de lo que he oído sobre ella es cierto, creo que Fátima sabrá cuidar de Bavol y de ella misma. Debemos alejarnos de aquí, al menos por el momento. Salgamos de esta tormenta antes de que nuestra suerte se acabe y busquemos un lugar seguro antes de regresar a buscarlos.
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Ficha

Cronología de Stelios

Segunda Saga

Tercera Saga



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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Leechanchun » Mar Jun 03, 2014 5:43 pm

El sincorazón se aproximaba cada más a Albert, prácticamente estaba encima del sastre, cuando éste fue capaz de conjurar su hechizo de hielo, acertando de pleno sobre la oscura criatura. Justo cuando ésta pudo haber chocado con Albert, se deshizo en humo negro y desapareció de su vista, había conseguido librarse de ella.

Libre del ataque de aquel sincorazón que le había convertido en su objetivo, Albert dirigió su glider al encuentro de Stelios que sufría el acoso de otros de los atacantes. Volar en aquella tormenta era algo realmente complicado y, a cada segundo que pasaba, parecía que empeoraba cada vez más. Mientras se aproximaba hacia Stelios, éste logró espantar a los sincorazón, que se fueron alejando un poco y comenzaron a arremolinarse cerca de él. Con un poco de esfuerzo, Albert consiguió acercarse hasta Stelios y Xefil, cuando de pronto los oscuros seres se organizaron en grupo y se lanzaron sobre ellos.

«No vamos a poder frenar su ataque»

Apenas había tiempo para conseguir huir, estaban demasiado cerca de sus atacantes. Albert pensó en volver a atacarlos con magia, con suerte sería capaz de quitarse a alguno de encima. Pero tampoco sería lo bastante rápido como para conjurar y acertar con sus hechizos, por lo que intentó girar su glider para intentar esquivar el golpe. Sin embargo, antes de que diera tiempo a reaccionar un gran rayo cayó sobre las criaturas, con un brillo tan intenso que aunque Albert intentó taparse los ojos, no lo logró del todo, quedando ciego por un corto periodo. Sintiéndose desorientado y a merced de los vientos de la tormenta.

Cuando por fin recuperó la vista y enderezó el rumbo de sus glider, observó que los sincorazón ya no estaban ante ellos, el rayo los había fulminado, excepto a uno que Albert vio huir al mirar a lo lejos. En su intento de huida, la oscura criatura se topó con otro rayo que puso fin a existencia.

Albert buscó de dónde provenía aquel último rayo, pensado que podría tratarse de Fátima o de Bavol, pero por más que buscaba no veía a ninguno de los dos, cuando de pronto apareció un navío, el cual desprendía chispas eléctricas. ¿Podría ser ese barco el que había provocado esa tormenta?

«¿Será algún tipo de magia?»

Alguien nos ha ayudado desde ese barco. Y lo ha hecho con magia. Creía que en Port Royal no existían los magos.

Eso pienso, aunque es muy extraño. ¿Por qué iban a ayudarnos nativos de este mundo? ¿Puede que sepan quienes somos?

No podemos dejarnos descubrir, va contra las normas. Y si la mitad de lo que he oído sobre ella es cierto, creo que Fátima sabrá cuidar de Bavol y de ella misma. Debemos alejarnos de aquí, al menos por el momento. Salgamos de esta tormenta antes de que nuestra suerte se acabe y busquemos un lugar seguro antes de regresar a buscarlos.

Será lo mejor, pero creo que no deberíamos perder de vista tampoco a la gente de ese barco, por si acaso… ¿No creeis? —sugirió Albert—. Podemos tomar tierra, ocultarnos y vigilar al causante de la tormenta.

Albert tenía un presentimiento sobre aquel barco, pero era cierto que no podían dejarse ver. Lo mejor sería tomar tierra y ocultarse como había propuesto Stelios. Albert esperó a que sus compañeros tomasen una decisión.
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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Zee » Mar Jun 03, 2014 7:07 pm

¡Están jugando con ustedes! —rugí con fuerza, intentando hacerme escuchar sobre el sonido de la tormenta, a la par que apartaba al Sincorazón sobre el que me había montado con un fuerte empujón. La bestia recuperó el equilibrio en el aire, por lo visto no muy afectada por mi estrategia. Gruñí en voz baja y giré mi Glider en dirección a los muchachos, sabiendo que ellos también estaban siendo acosados por sombras voladoras.

Acababa de notar que, aunque Albert había podido hacerle frente a uno, el resto de los seres parecían danzar a nuestro alrededor. Con Stelios, por ejemplo, preferían no acercarse a él; y no porque tuviesen miedo de ser alcanzados por los golpes de su espada, sino porque parecían estar divirtiéndose, como si tuviesen un gusto particular en juguetear con su presa. Nosotros éramos los frágiles ratones y ellos eran los gatos traviesos, sádicos. Y aunque fui capaz de notar esta similitud al contemplar el comportamiento de los Sincorazón, ya era demasiado tarde cuando intenté comunicárselo a mis compañeros.

¡Dispérsense!

Pero no pudimos separarnos ni una pulgada. El grupo de Sincorazón se reunió frente a nosotros, dispuestos a lanzarse todos juntos contra nosotros tres. Y sin embargo, antes de que pudiésemos tomar cualquier acción al respecto, el cielo volvió a iluminarse con un intenso relámpago.

El cielo a nuestro alrededor se sacudió, fenómeno que antes me habría parecido imposible de no haberlo experimentado de primera mano: las nubes rugieron como titanes hambrientos y el viento alrededor de nuestros vehículos se arremolinó en ráfagas impredecibles e imparables. La luz que nos rodeó fue tan fuerte que, incluso protegido bajo el visor, tuve que apretar los párpados con fuerza para no hacerme daño con ella. Incluso a través de mi piel logré percibir aquella ardiente centella, que ardió durante unos segundos antes de desaparecer mientras el retumbar comenzaba a desvanecerse.

Abrí los ojos y, sorprendentemente, me encontré con que sólo quedaba un Sincorazón. Suspiré con alivio, asumiendo que el rayo había alcanzado al grupo de sombras, y me adelanté para intentar acabar con él: al fin y al cabo, era el último, y el hecho de que pudiese atraer a más de los suyos podía ocasionar un desastre.

Pero hubo una nueva chispa que lo disipó en una nube de penumbras. Al instante. Y cuando me giré hacia Albert y Stelios, topándome con sus expresiones de extrañeza, supe que no sólo yo había visto el extraño fenómeno. Por la manera en la que ambos buscaban la mirada, supe que aquel rayo había brotado del agua y no de las nubes.

¿Dónde está Fátima? ¿Y Bavol? —pregunté, acercándome a los dos muchachos. Desde que los había visto caer, no habían vuelto a aparecerse.

Tragué saliva en cuanto pensé que tal vez habían caído al agua. Y si no se habían quitado la armadura a tiempo...

Voy a buscarles —sentencié, sujetando el borde de mi tabla con la mano para comenzar a descender.

Alguien nos ha ayudado desde ese barco —dijo de pronto Stelios, por lo que me detuve y volví a girar mi cabeza en su dirección—. Y lo ha hecho con magia. Creía que en Port Royal no existían los magos.

¿Qué bar...? —me interrumpí en cuanto vi las chispas. Ni siquiera me había fijado en su presencia, pero ya estaba prácticamente sobre nosotros: un navío pequeño de madera y velas desgastadas. Y muy seguramente, supuse, el ataque mágico había venido desde allí.

Eso pienso, aunque es muy extraño. ¿Por qué iban a ayudarnos nativos de este mundo? ¿Puede que sepan quienes somos? —preguntó Albert. Sin embargo, le respondí con una negativa en silencio, simplemente sacudiendo la cabeza.

Pero definitivamente alguno sabía hacer magia. Si aquello no había sido la tormenta, había sido un hechizo Electro.

No podemos dejarnos descubrir, va contra las normas. Y si la mitad de lo que he oído sobre ella es cierto, creo que Fátima sabrá cuidar de Bavol y de ella misma. Debemos alejarnos de aquí, al menos por el momento. Salgamos de esta tormenta antes de que nuestra suerte se acabe y busquemos un lugar seguro antes de regresar a buscarlos.

Será lo mejor, pero creo que no deberíamos perder de vista tampoco a la gente de ese barco, por si acaso… ¿No creeis? —sugirió Albert—. Podemos tomar tierra, ocultarnos y vigilar al causante de la tormenta.

Tragué saliva. Mientras los dos chicos habían dado sus respectivos puntos de vista, yo me había quedado contemplando las chispas residuales de aquella nave. No sabía si nos habían visto, pero sin duda alguna sabían luchar contra los Sincorazón. Y si realmente habían posado su vista sobre nosotros, habían sabido diferenciarnos de ellos.

¿Era tan descabellado pensar que tal vez el autor de aquella magia... supiera sobre nosotros?

Voy a bajar —expresé simplemente, sin separar mi mirada de la nave—. Vayan a tierra y... ocúltense. Busquen a Fátima y Bavol —pedí, comenzando a descender de nuevo hacia el agua. ¿Tal vez estaban en el barco...? Y si no, ¿no sería más sencillo buscarlos desde allí?

Me decidí. Tenía que pedir ayuda. Nosotros no podríamos hacerlos solos.

Así que bajé un poco, despidiéndome de mis compañeros con un gesto de mano... y luego salté del Glider.

Casi al instante comencé a rezar a un dios cuya identidad precisa ni siquiera conocía. ¿Desde cuánta altura el agua se comportaba como concreto? ¿Era mi armadura resistente? ¿Podían verme desde el barco? Era un buen plan, bajar y sumergirme en el mar para pedir ayuda, pero me había olvidado de... pulir algunos detalles.

En cuanto me estrellé contra el agua me apresuré a quitarme la Armadura y a patalear con la superficie. No era muy buen nadador, pero al menos sabía flotar. Eso sí, ¿era diferente hacerlo en olas?

Maldita sea, la tormenta —recordé al contemplar una de aquellas corrientes convertirse en un muro de agua.

Bueno, no, no había sido un muy buen plan.

¡¡Ey!! ¡¡Ayuda!! —rugí, esforzándome por mantenerme a flote sobre la superficie. Y por unos instantes ya no supe si lo estaba pidiendo para llevar a cabo mi plan o si ya comenzaba a pedirlo con sinceridad...

De todos modos, podía volver a invocar el Glider y salir disparado si comenzaba a hundirme... ¿no...?
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Notapor Tanis » Mié Jun 04, 2014 3:47 am

Bavol y Fátima

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La manchita de tierra que habían visto en el horizonte no estaba en verdad tan lejos como parecía. Montados en los glider, ambos aprendices se aproximaron rápidamente a lo que se reveló como una isla, cuyo puerto principal se abría al mar bajo el sol del atardecer. Desde las alturas podrían ver numerosos barcos anclados en los muelles, otros entrando o saliendo a las dársenas, y una gran actividad por todas partes. ¿Era aquel lugar el llamado Port Royal, el puerto que daba nombre a todo un Mundo? La presencia de grandes contingentes de la Marina Inglesa así podían indicarlo y era muy probable que lo fuera.

Tenían que buscar algún lugar en el que pasar la noche que se avecinaba, para esperar al resto del grupo. O ya que estaban allí, buscar algo de información.

Al aterrizar verían que el puerto y la misma ciudad se encontraba en un estado algo agitado. Patrullas de soldados caminaba o trotaban de aquí para allá y por todas partes se oían rumores acerca de un nuevo ataque pirata. Incluso en los bajos fondos, que era el lugar en dónde habían aterrizado Fátima y Bavol, se percibía inquietud. Poco a poco, los habitantes más decentes se iban retirando a sus hogares con las últimas luces del crepúsculo, rezando para que esa noche no fuera la elegida. Vividores, bebedores y prostitutas campaban más a sus anchas por las calles, echando miradas de desconfianza a los dos extraños que representaban Fátima y Bavol en aquel lugar. Ellos no podían saberlo, pero en aquella capa de la sociedad desentonaban como piedras preciosas en un lodazal. Sin embargo, nadie les dijo nada fuera de lo común... aparte de lanzarles proposiciones nada decentes para pasarlo bien durante unas horas.

Fue allí, en una de las callejas en penumbra del puerto, dónde sin querer se toparon con una conversación que distaba bastante de lo que habían venido escuchando por Port Royal. A casi voces, dos hombres de apariencia dispar discutían, aunque más bien casi pareciera que uno de ellos quisiera convencer al otro de algo.

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¡Oh, vamos, es nuestra gran oportunidad!

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¡Me niego, tuvimos bastante con ese viaje a Cuba! ¡Me niego!

El hombre rubio rodeó al otro cuando este intento darle la espalda, y volvió a suplicar.

Tulio... Piénsalo, ¡la espada de Cortés!, ¡el hombre al que burlaron nuestros antepasados! ¡Y navegaremos con el Capitán Sparrow! ¡Es toda una aventura!

Tulio agarró a su amigo de los hombros y la empujó contra la pared.

¡¿Te quieres callar?! ¡¿Es que quieres que te oiga alguien?! —Se dio cuenta de que estaba hablando también a voces y añadió en voz más baja—. Estoy harto de aventuras, Miguel, lo único que quiero es dinero, maldita sea, dinero, comida, bebida y mujeres, y todas tus aventuras no me han dado nada de eso —Tulio soltó a Miguel, serenándose y apartándose los mechones de pelo que escapaban de su recogido—. Así que lo siento...

A la vista o no, los aprendices pasarían desapercibidos para aquellos dos singulares hombres, que no parecían haberse dado cuenta de que alguien les estaba oyendo. Como tampoco un tercer hombre en discordia que entró a la conversación, aparecido de entre las sombras del callejón con unos andares peculiares y una voz profunda y melodiosa para alguien así. De apariencia más andrajosa, el tercer hombre aparecido llevaba un tricornio por tocado, una espada y una pistola al cinto. Al contrario que los otros dos hombres, este parecía haber sido sacado de un catálogo de piratas.

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Si lo que quieres es dinero, puedo dártelo amigo mío —Tanto el llamado Miguel, como Tulio se volvieron hacia él, todavía sin que ninguno diera cuenta de los aprendices. Tulio miró a su amigo, que levantó las cejas y sonrió ampliamente, con ánimo. El pirata avanzó un par de pasos más hacia ellos y se detuvo, levantando un dedo índice—. ¿Qué es una aventura sin un tesoro final como botín? La espada es sólo uno de los premios. Te doy mi palabra de pirata honrado, muchacho.

Tiene razón —Miguel dio un codazo a su amigo.

Claro que tengo razón —El pirata sonrió y le tendió la mano a Tulio—. ¿Estamos de acuerdo?

Tulio miró la mano, luego al hombre y chasqueó la lengua. Finalmente, después de haberlo pensado durante un buen rato, pareció aceptar, muy a regañadientes tras echarle un último vistazo a Miguel, y tendió lentamente la mano hacia la de su interlocutor. El pirata se adelantó a cogerla y la sacudió para cerrar el trato. Después se recolocó el sombrero.

Estamos de acuerdo, pues, bienvenidos a la tripulación del capitán Jack Sparrow.

¿Y cuando zarpamos? —preguntó un muy entusiasta Miguel.

Jack le miró, aparentando pensar en algo y contestó:

Cuando reúna más tripulación, por supuesto. En Port Royal no hay tantos diablos desesperados como en Tortuga, pero... me apañaré.

Al decir aquello último giró sobre los talones y echó a andar hacia el otro lado del callejón, por dónde había venido y aparecido. Tulio gritó entonces:

¿A cuál barco hemos de dirigirnos?

Jack se detuvo casi en seco al oírlo, se medio volvió hacia ellos y dijo, antes de echar a andar de nuevo:

Id al puerto y escoged el que más os guste, ese será nuestro barco.

Tulio y Miguel observaron intrigados y en silencio la marcha de su nuevo capitán, y cuando pasó un rato Tulio bufó y dio una patada a una piedra.

Menudo capitán de pacotilla —Miró a Miguel—. ¡Todo esto es culpa tuya!

¿Mía? —Miguel se indignó—. ¡Pero si has aceptado venir!

¡Vete a saber si decía la verdad! ¡Es un pirata! ¡E inglés!

¡¿Cómo sabes que es inglés?!

¡Porque todos los piratas son ingleses, palurdo!

Fátima y Bavol podían aprovechar la discusión para irse, habían encontrado una pista, ¿no? O, también podían intentar acercarse y entablar conversación con aquellos dos hombres para averiguar más cosas.


* * *


Xefil, Stelios y Albert


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El rayo alcanzó a Stelios y a Albert justo cuando Xefil decidió dejarse caer para ejecutar su idea. Sintieron una desagradable corriente y la parálisis provocada por el Electro. Por culpa de aquel ataque inesperado proveniente del barco, las corrientes de aire y las lluvias empujaron y desestabilizaron sus gliders e hicieron que terminaran cayendo también, a una velocidad cada vez mayor. Ambos aprendices se estrellaron y sumergieron en el agua poco después de que Xefil lo hiciera. Podían patalear e intentar subir a la superficie, pero si no se quitaban las armaduras sería difícil.

Xefil, en tanto, pudo ver a duras penas cómo el barco se acercaba por babor para colocarse a una distancia prudencial y no pasarle por encima. Quién estuviera pilotando debía de ser muy bueno para hacer eso en medio de una tormenta, que aunque ya parecía estar remitiendo todavía daba muchos problemas. Los pataleos y gritos de auxilio parecían haber funcionado, porque de alguna manera habían conseguido localizarle. Xefil logró atisbar cómo un hombre, atado a la cintura con una larga cuerda, saltaba desde el costado del barco y nadaba vigorosamente hacia él. El camino acotado entre ambos ayudó a que pudiera llegar más deprisa y pronto aquel marinero pudo sujetar con fuerza al muchacho, gritando con todas sus fuerzas para que sus compañeros pudieran recogerlos. Xefil tragó agua, nadó y sintió cómo sus músculos parecían desgarrarse, pero en cuanto estuvo tendido sobre la cubierta del navío y escupió, podría respirar tranquilo. Estaba en el barco, tal y como había ideado en un principio.

A su alrededor todo era una vorágines de hombres que corrían de aquí para allá, de agua, de viento y voces que aullaban órdenes. Se enteraría de poco más. Estaba cansado, muy cansado.

¡Tenemos a uno, señor Crow! —oiría gritar a un marinero.

Entre la bruma del agua y el cansancio, Xefil reconocería ese nombre. Crow. Y reconocería también la voz, que contestó a continuación, muy cerca de él.

¡Conté dos más! ¡Cayeron también al agua, sigan buscando!

¡Sí, señor!

Unas manos incorporaron a Xefil y le ayudaron a levantarse. Si alzaba la vista, vería al hombre que hacía pocos días, había luchado con ellos en La Red contra Erased.

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Arriba, chico, voy a llevarte a la bodega. No puedo dejarte aquí en medio.

Crow había dicho que faltaban dos y que también habían caído. Eso significaba que Stelios y Albert debían de encontrarse en el mar aún. Y que podían estar... Crow iría llevándoselo casi a rastras por la agotamiento de su cuerpo, sin más palabras, aunque podía exigir o intentar soltarse para hacer algo. Después de todo, estaba exhausto, ¡pero no era ningún debilucho!

* * *


Ni Stelios ni Albert permanecieron juntos demasiado rato, aunque lo intentaran. Las mareas y olas eran fuertes y aunque Stelios era fuerte, no tanto Albert, que recordaría con horror el episodio bajo el océano y su a punto estado de morir ahogado antes de aceptar ser aprendiz de Yami. ¿Iba a morir esta vez de verdad? ¿Iba a... rendirse tan pronto? Si nadie les ayudaba pronto, no tardarían en ahogarse y convertirse en presas del, para ellos desconocido, Holandés Errante.

El barco estaba acercándose hacia su posición tras haber recogido a Xefil y más marineros se prepararon para saltar, al igual que había hecho su compañero. Con más dificultades pudieron sacarlos del agua también, y dejarlos en cubierta al mismo tiempo que Crow intentaba llevarse a Xefil a la bodega. Él podría verlos entre el ir y venir de los marineros. Ateridos, medio ahogados, atontados y confusos, Setlios y Albert no sabrían en primera instancia dónde estaban. Si en el barco o en el Más Allá. Poco a poco, gracias a los pobres métodos de reanimación de los hombres, escupirían todo el agua de los pulmones y podrían respirar mejor. Al igual que Xefil, a su alrededor confluiría un pseudo caos de lluvia, viento y gritos, entonces interrumpidos por una cortante, seria y grave voz proveniente del castillo de popa.

¡Señor Gillis, todo a babor! ¡Salgamos de esta tormenta ya!

Un hombre rubio y recio, ataviado con ropa de buena calidad y una mirada dura, se plantó en cubierta y caminó hacia Crow bajo la lluvia persistente.

Señor Crow, lleve a esos pobres diablos a mi camarote, están achicando la bodega y lo último que necesitan son niños medio muertos.

Crow asintió, también serio, e impartió instrucciones a dos hombres para que llevaran a Albert y a Stelios con ellos hasta el camarote de aquel hombre, que por el porte debía de tratarse del capitán.

La estancia dónde les depositaron, como si fueran cargamento precioso y preciado, era grande, mucho más grande que cualquiera de sus habitaciones en Tierra de Partida. Mesas con mapas, cofres, sillas de buena madera, una cama en la que cabrían cuatro personas, armarios... Todo un lujo para un barco que parecía estar apunto de zozobrar. Crow permaneció con ellos incluso cuando los demás marineros se retiraron. Estaba empapado y parecía también un poco cansado. ¿Había sido él el artífice de su rescate? Con presteza y rapidez, y en completo silencio, el joven abrió un armario y les tendió mantas, que aunque no paliaba la ropa mojada, al menos ayudaba un poco a secarse. Entonces entró el hombre rubio de antes, que se plantó delante de ellos mientras encendía una pipa y les examinaba con ojo crítico.

Puede retirarse, señor Crow—dijo tras un largo minuto de silencio.

Capitán —Crow asintió, con respeto y salió del camarote, cerrando la puerta a sus espaldas.

Los aprendices se habían quedado solos con aquel hombre de apariencia tan fría. A la luz de los faroles que encerraban velas encendidas, pudieron entonces verlo mejor. Rubio, alto, ancho de espaldas, facciones angulosas, duras y cuadradas. Ojos verdes e intrigados. Y una cicatriz en la frente, quizá marca de alguna pelea pasada. Tras una chupada larga a su pipa, el capitán decidió hablar.

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Soy el Capitán Jan Vander. Habéis tenido una suerte inmensa, Crow podría no haberos visto cuando esos... monstruos —¿Se refería a los sincorazón?— atacaron vuestro barco y os llevaron volando con ellos... Siento tener que deciros que sois los únicos supervivientes.

¿Acaso Crow había mentido e ideado aquella estratagema para ayudarles con el problema de los glider? El hombre pareció meditar durante unos segundos.

Sabía yo que llevar un mago conmigo iba a serme útil... Bien, antes de enviaros a algún sitio en el que no molestéis, decidme, ¿quiénes sois y adónde os dirigíais?

En cuanto contestaran, satisfactoriamente o no para él, el capitán añadiría.

No me gusta llevar polizones a bordo, así que pienso dejaros en el primer puerto que toquemos, que es Port Royal. Nos queda como mucho toda la noche y parte de mañana para llegar, así que mientras tanto os pagareis el pasaje trabajando con la tripulación.

>>No admito quejas, la otra alternativa es una jaula en la bodega y la cárcel en tierra.


Tanto si aceptaban como si no el hombre sonreiría de lado, sibilino y diría satisfecho:

Bienvenidos al Viento Fugaz, caballeros.

Aquello podía significar una oportunidad para preguntar algo, lo que fuera, antes de que al capitán les diera por echarles.

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Fátima:
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Albert:
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Xefil:
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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Suzume Mizuno » Jue Jun 05, 2014 1:33 am

A medida que volaban hacia tierra, Fátima empezó a temerse que no fuera tan fácil como había esperado encontrarse con Xefil y los demás. Principalmente porque parecía que habían llegado a Port Royal. Y no era una ciudad pequeña.

Contempló con una mezcla de fascinación y aprensión el bullicioso puerto, el fuerte, y los innumerables edificios. ¿Cómo iban a encontrarse con nadie allí?

«Maldita sea, tendríamos que haber vuelto…».

Torció el cuello y buscó las distantes nubes, que se perdían en el horizonte. Pero ya era demasiado tarde. En los dos sentidos, pues ya no quedaba mucho tiempo de día. Tendrían que buscar un lugar donde pasar la noche…

Sacudió la cabeza. Lo primero era aterrizar.

Agárrate—indicó a Bavol mientras descendía y se alejaba de los barcos que salían del puerto.

Se alejó todo lo que pudo de las miradas de la gente y encontró una zona de carga que, en ese momento, estaba vacía. Con un último acelerón, se situó detrás de unos barriles y aterrizó con suavidad. En cuanto Bavol bajó, se apresuró a deshacer la invocación del glider y a quitarse la armadura de encima. Exhaló un suspiro de alivio la notar el aire en la piel, aunque fuera uno maloliente y que apestaba tanto a salitre que la mareó por un momento.

Luego sonrió. ¡Hacía tanto que no olía a puerto! Era como volver a casa. Bueno, en realidad había visitado Tortuga hacía relativamente poco, con Alec, pero… Al pensar en su compañero frunció el ceño y apartó los recuerdos de un manotazo.

Bueno, está claro que va a ser difícil encontrar a nadie en una ciudad tan grande —masculló Fátima, arreglándose la ropa y asomándose entre unos barriles. ¿Qué debía hacer? Fuera lo que fuera, quedarse ahí quieta no era una opción, de modo que dijo a Bavol—: ¿Vamos?

Salieron del lugar y se introdujeron por una de las tantas callejuelas del puerto. la luz desaparecía por momentos y la gente se retiraba. O casi toda la gente. Como de costumbre, se quedaban en la calle aquellos a los que más había que evitar. Fátima se alegró de no haber escogido ropa de mujer, que la habría vuelto más llamativa. Aun así y a pesar de sus esfuerzos por escoger ropa simple, tenía la impresión de que llevaba alguna especie de imán que atraía todas las miradas hacia ella y Bavol. Cuando una prostituta se dirigió hacia ellos, cogió la mano de Bavol y apretó el paso disculpándose con un gesto. Mejor dejar atrás cuanto antes aquella zona… Que encima cada vez parecía muy ruidosa.

¡A buen sitio había ido a parar llevando un niño consigo! Torció el gesto al ver que dos hombres discutían no muy por delante de ellos y se preguntó si no llegarían a las manos. Miró a su alrededor, buscando otro camino.

Tulio…¡la espada de Cortés! —Fátima volvió bruscamente la cabeza y clavó la mirada en uno de los dos hombres, rubio, con unos enormes ojos verdes y una cuidada perilla—. [b]¡El hombre al que burlaron nuestros antepasados! ¡Y navegaremos con el Capitán Sparrow! ¡Es toda una aventura!

Su compañero, más estirado y con una melena negra recogida en una coleta, lo estampó contra una pared mientras exclamaba:

¡¿Te quieres callar?! ¡¿Es que quieres que te oiga alguien?! —Fátima arqueó las cejas, considerando que con eso ya llamaría la atención de todos los que se encontraran a su alrededor. Al percatarse de que estaban en medio del callejón, le hizo un gesto a Bavol para que se alejaran un poco, aunque no parecía que esos dos estuvieran muy pendientes de lo que ocurría a su alrededor—. Estoy harto de aventuras, Miguel, lo único que quiero es dinero, maldita sea, dinero, comida, bebida y mujeres, y todas tus aventuras no me han dado nada de eso.Así que lo siento...

Fátima miró a Bavol. Tenían que interceptar a Miguel y Tulio para preguntarles quién era ese tal capitán Sparrow. El corazón le latía muy rápido. No podía creer que hubieran encontrado una pista, ¡no tan pronto! No debían dejar que se les escapara bajo ningún concepto.

Entonces, un tercer hombre se acercó a la curiosa pareja. Con sólo verlo, Fátima lo catalogó de inmediato como «pirata». Principalmente por toda la suciedad que le cubría, además, claro, de por la ropa. Aun así, le pareció que era un hombre que rezumaba atractivo… Y seguro que este sería todavía mayor si fuera mejor vestido y lavado.

Con sólo escuchar las palabras que intercambió con los dos jóvenes, comprendió que se trataba del capitán. Su suposición se confirmó con las palabras finales del sucio individuo:

Estamos de acuerdo, pues, bienvenidos a la tripulación del capitán Jack Sparrow.

«Jack Sparrow» repitió para sus adentros para memorizar su nombre, por si por algún remoto casual le perdían de vista, poder preguntar por su localización.

¿Y cuando zarpamos?

«Eso, ¿cuándo lo hacéis? Que no sea hoy, por favor, que no sea…»

Cuando reúna más tripulación, por supuesto. En Port Royal no hay tantos diablos desesperados como en Tortuga, pero... me apañaré.

Fátima reprimió a duras penas una exclamación de alegría. ¡Buscaba tripulación! ¡Y no esperaba conseguir mucha, por lo que casi con seguridad aceptaría si se le presionaba un poco! Cuando el capitán se alejó, se contuvo para no salir corriendo detrás de él. En cambio, prestó mucha atención a la pregunta que hizo Tulio:

¿A cuál barco hemos de dirigirnos?

Id al puerto y escoged el que más os guste, ese será nuestro barco.

Fátima frunció el ceño y su entusiasmo comenzó a evaporarse. ¿Pretendía robar un barco…?

¡Todo esto es culpa tuya!

¿Mía? ¡Pero si has aceptado venir!

Mientras los dos miembros de la tripulación de Sparrow discutían entre sí, Fátima se volvió apresuradamente hacia Bavol y cuchicheó con él:

Tenemos que conseguir un puesto en la tripulación de ese hombre. Podríamos intentar sonsacarle la situación de la espada, pero entonces creería que somos rivales —en realidad lo eran— y no confiaría en nosotros—pensó todo lo rápido que fue capaz. ¿Deberían salir detrás de él? ¿O tratar de investigar un poco antes? No debían parecer ansiosos, en cualquier caso. Sería sospechoso. Así que…—. Voy a hablar con esos dos. Hay que averiguar cosas sobre el capitán

Si Bavol quería ir detrás del capitán, frunciría el ceño, pero le dejaría ir, aunque de mala gana. En cualquier caso, le invitó a ir con ella, porque no le gustaba la idea de perderle de vista. Suficiente con que habían perdido a la mayor parte del grupo.

Perdón—carraspeó al darse cuenta de que estaba usando un tono demasiado suave para el lugar. Se obligó a sonreír, intentando parecer amigable. Estaba claro que el líder era el moreno; su amigo parecía más fácil de convencer, pero quizás si se dirigía exclusivamente a él Tulio intentaría imponerse. Así que decidió mirar primero a Tulio—. No he podido evitar escuchar lo que decíais—alzó una mano para intentar evitar cualquier malentendido—. No estaba espiando como tal, aunque admito que en vez de irme me quedé escuchando y me disculpo de antemano. Pero he oído que aquel hombre os invitaba a ser parte de su tripulación y… Me preguntaba si hay sitio para mí y un compañero—si Bavol estaba con ella le señalaría con un gesto—. Necesitamos salir de Port Royal y estamos dispuestos a hacercualquier cosa que se nos pida—pensó rápidamente y esperó no equivocarse—. Pero confiar en un pirata es complicado… así que… Quizás podríamos intentar llevarnos bien entre nosotros—ojalá no se estuviera precipitando, ojalá no estuviera metiendo la pata.

Aguardó la respuesta tratando de disimular su nerviosismo.
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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Leechanchun » Vie Jun 06, 2014 1:35 am

La descarga recorrió todo su cuerpo, provocándole un dolor punzante que fue mitigado por la armadura, pues, de no haberla llevado puesta, seguramente estaría muerto por el gran voltaje del rayo. A pesar de no recibir un daño mortal, el poder de la corriente fue lo suficientemente fuerte para paralizarle por completo durante unos segundos.

«¡No puedo moverme!», pensó con terror.

Albert perdió el control sobre su glider a causa de la parálisis y la fuerte tormenta que azotaba con aquel fuerte temporal. Poco a poco fue resbalando de la montura y, al igual que le sucedió a Stelios, se precipitó hacia el mar.

Mientras caía, Albert intentó mover su brazo derecho para desactivar su armadura, pero no fue capaz hasta haberse hundido en el mar. El temporal había embravecido y el oleaje era muy fuerte, tanto que en apenas segundos, Albert perdió de vista a Stelios. Además el poder de la marea provocó que el joven sastre no fuera capaz de mantenerse a flote y tragase agua salada continuamente. Intentó varias veces pedir ayuda, un acto inútil que le hizo tragar más agua. Albert luchó por no hundirse, pero su cuerpo estaba bastante entumecido por la descarga y el frío del mar, la fatiga podía con él y lentamente fue hundiéndose.

Albert recordó la sensación de ahogarse en el mar, la presión en los pulmones y como el poco aire que le quedaba se escapaba en un intento de pedir auxilio. El recuerdo fue un retazo vago y lejano, pues en esta ocasión Albert no se encontraba físicamente bien, estaba bastante aturdido por la caída, sufría una leve rigidez en sus movimientos a causa del rayo y la baja temperatura del mar, y se agotaba con cada nueva brazada para mantenerse a flote.

«Solo… un poco más...»

El cansancio pudo con Albert, que se rindió al poderío del temporal.

***


Albert abrió los ojos de par en par y comenzó a escupir violentamente el agua que se había acumulado en sus pulmones, por fin podía respirar. Consiguió incorporarse, pero se encontraba aturdido y confuso. ¿Dónde estaba? Poco a poco empezó a ser consciente de su situación, pues se encontraba en un barco, aunque había demasiado jaleo entre el ajetreo que sucedía en cubierta y el horrible temporal, por lo que le era difícil comprender que estaba pasando. Lo único que le alivió fue comprobar que Stelios estaba allí y se encontraba bien.

«Menos mal...»

Señor Crow, lleve a esos pobres diablos a mi camarote, están achicando la bodega y lo último que necesitan son niños medio muertos.

Aquel hombre, Crow, dio indicaciones a un par de hombres para que llevasen a Albert y Stelios una estancia enorme, llena de todo tipo de lujos. Pronto los marineros que les habían acompañado a la estancia se fueron, quedándose Crow con ellos. El hombre buscó unas mantas que les entregó para que se arroparan con ellas, aunque estaban tan empapados y calados hasta las botas, que más que abrigarse, lo único que pudo hacer Albert fue secarse con la misma.

Gracias… —dijo con tono pesado, seguía sintiéndose fatigado.

Seguidamente entró un hombre rubio y alto que le dio a Crow la orden de abandonar el camarote. Al ponerse a la luz de los faroles de la habitación, Albert no logró evitar fijarse en la cicatriz que cruzaba su frente. El capitán fumaban con pipa, mirando con sus ojos verdes a los dos jóvenes hasta que al final habló:

Soy el Capitán Jan Vander. Habéis tenido una suerte inmensa, Crow podría no haberos visto cuando esos... monstruos atacaron vuestro barco y os llevaron volando con ellos... Siento tener que deciros que sois los únicos supervivientes.

«¿Barco?»

Albert no comprendía a qué se refería el capitán, pues ellos no habían viajado en barco. ¿Acaso no había visto que se habían precipitado sobre el mar desde el cielo? Parecía que así era, lo cual era un alivio, ya que no habían violado la norma y no tenía conocimiento de los gliders.

Sabía yo que llevar un mago conmigo iba a serme útil... Bien, antes de enviaros a algún sitio en el que no molestéis, decidme, ¿quiénes sois y adónde os dirigíais?

M-me llamo Albert —dijo, pausando para dejar que sus compañeros se presentasen—. Nos dirigíamos a Port Royal antes de… naufragar tras el ataque de esos monstruos.

No me gusta llevar polizones a bordo, así que pienso dejaros en el primer puerto que toquemos, que es Port Royal. Nos queda como mucho toda la noche y parte de mañana para llegar, así que mientras tanto os pagareis el pasaje trabajando con la tripulación.

>>No admito quejas, la otra alternativa es una jaula en la bodega y la cárcel en tierra.


Aquello pilló por sorpresa a Albert. Para ser nativo de Atlántica, realmente no entendía cómo funcionaba un barco, pues su madre siempre se molestó en alejarlo de la vida del mar. Además se sentía un poco mareado, seguramente por no estar acostumbrado al bamboleo del navío.

«¿Qué se hace en un barco?»

Obviamente no quería pasar el tiempo que estuviera en aquel barco encerrado en una jaula o en la cárcel. Haría lo que estuviera en su mano, aunque en su mano siempre había habido una aguja y un dedal hasta hace muy poco.

Bienvenidos al Viento Fugaz, caballeros.

Capitán, si me lo permitís, ¿sois capitán de un barco mercante? —preguntó Albert, pues le pareció lo más normal, ya que en Atlántica sólo conocía barcos de comerciantes y de pesca, y necesitaban saber con qué tipo de personas estaban tratando.
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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Thailgar » Vie Jun 06, 2014 3:06 pm

Stelios había sufrido toda clase de heridas, golpes, y ataques a lo largo de su vida en Coliseo, pero nunca había sentido algo parecido a una descarga eléctrica. No hasta aquel día, cuando un nuevo rayo impactó en él y en Albert, no sabía si desde el barco o desde las nubes. No hubo tiempo de reaccionar o esquivarlo. Podía dar gracias a la armadura, que en parte le había protegido de recibir todo el daño. Sin embargo, la descarga le dejó aturdido y entumecido. No podía mover correctamente los músculos. Stelios se derrumbó por un instante sobre el carro, suficiente para perder el escaso control del mismo, que se precipitó hacia el mar. Pronto vehículo y dueño caían.

La sensación de caída ayudo al chico a reaccionar. Al menos era fuerte, se había entrenado para ello toda su vida. Era consciente de que hundirse en el mar con la armadura iba a ser peligroso, por lo que hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y su sangre fría para mover el brazo derecho hasta el disco y desinvocarla. Si se hundía con ella, se sumergiría como una piedra. Y nunca había sido un gran nadador. El glider desapareció también con un brillo, así como la Llave-Espada. Procurando sufrir los menos daños posibles con la caída, Stelios trató de variar su posición y no caer con la cabeza por delante. No viviría para contarlo. Si podía darse la vuelta y caer con los pies por delante… Todo aquello circulaba por su mente en cuestión de segundos, intentando sobrevivir a toda costa y sobreponerse a la descarga.

Fue en el último momento, antes del impacto, cuando vio a Albert cayendo con él. Él no tenía sus facultades físicas, no parecía haber sido capaz de sobreponerse a la descarga. Y lo peor es que aún llevaba la armadura. Instintivamente, estiró un brazo hacia él, pero no llegó a gritar su nombre. El mar se los tragó antes.

* * *

Stelios se despertó, confuso y desorientado, y trató de incorporarse. Tosiendo con violencia, escupió el agua que había tragado. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero no estaba durmiendo con los peces, lo que ya era un buen punto de partida. Albert estaba al lado suya, pálido y débil, pero estaba vivo. Habría sido capaz de quitarse la armadura a tiempo. Alterado, empezó a mirar a su alrededor frenéticamente. ¿Dónde estaban? El caos de lluvia, viento y truenos en el que habían luchado se mantenía, aunque esta vez tenían un suelo bajo ellos. El ajetreo a su alrededor y las órdenes de los oficiales le situaron en el barco que habían visto desde el aire.

De pronto, recordó que hacían allí, como habían llegado, la tormenta, Bavol y Fátima… ¿Dónde estaba Xefil? Había caído antes que ellos, y adrede, por lo que sus posibilidades de sobrevivir a la caída eran mucho mayores. Sin embargo, al echar un vistazo a su alrededor, no fue capaz de verle entre el ajetreo. Debían haber sido rescatados por aquellos marineros.

Señor Crow, lleve a esos pobres diablos a mi camarote, están achicando la bodega y lo último que necesitan son niños medio muertos.

Aún perdido en todo aquel follón, Stelios se dejó llevar junto a Albert por dos hombres hasta un camarote, bastante lujoso. Al menos allí no estarían expuestos a la lluvia por primera vez desde que habían llegado a Port Royal. Con ellos se quedó un hombre que a Stelios le sonó de vista, aunque no sabía dónde le había visto antes. Estaba seguro de que nunca había visitado aquel mundo, y no era posible que aquel hombre estuviera en otro mundo, pero…

No supo en que momento se incorporó a ellos, pero Xefil apareció. Parecía encontrarse bien, o al menos todo lo bien que se puede estar tras una caída al mar. Su presencia alivió al chico de Coliseo. Mientras el marinero abría un armario y sacaba mantas, Stelios se acercó a Albert, en ademán protector. Después de todo, ya iban advertidos del dominio pirata en los mares y no sabían en que barco estaban navegando. Aquel hombre podía ser un ladrón o un asesino, alguien peligroso. No confiaría en nadie hasta estar seguro de saber dónde estaban y hacia donde se dirigían.

En ese momento, entró un hombre rubio, con aire autoritario. Stelios se sintió incómodo, aunque no bajó la mirada. Tras un momento de silencio, el hombre rubio habló por primera vez:

Puede retirarse, señor Crow.

¿Crow? Aquel nombre resononó en sus oídos, pero no era capaz de ubicarlo. Sin embargo, estaba seguro de haberlo oído antes. ¿Pero dónde?

Una vez el marinero abandonó el camarote, el hombre rubio siguió hablando.

Soy el Capitán Jan Vander. Habéis tenido una suerte inmensa, Crow podría no haberos visto cuando esos... monstruos atacaron vuestro barco y os llevaron volando con ellos... Siento tener que deciros que sois los únicos supervivientes.

¿Los únicos? Entonces Bavol y Fátima seguían perdidos. No les habían visto caer al mar, y no sabían que había podido ser de ellos. La mente de Stelios volaba, valorando posibilidades. Podían haber escapado de la tormenta y haber llegado a tierra, como podían haberse estrellado contra el mar y haber muerto en la caída. También existía la posibilidad de que aún estuvieran en el glider, buscándoles a ellos, sin saber que se encontraban en aquel maldito barco que se suponía que debían evitar.

Sabía yo que llevar un mago conmigo iba a serme útil... Bien, antes de enviaros a algún sitio en el que no molestéis, decidme, ¿quiénes sois y adónde os dirigíais?

M-me llamo Albert. Nos dirigíamos a Port Royal antes de… naufragar tras el ataque de esos monstruos.

Stelios recordó la importancia de aparentar pertenecer a aquel mundo, por lo que intentó expresarse de forma parecida a la de aquel hombre. Debía llamarle de usted y con cierta deferencia, o eso parecía esperar aquel sujeto.

Soy Stelios, capitán Vander. Efectivamente, fuimos atacados por unos monstruos mientras viajábamos hacia Port Royal. Creíamos que no sobreviviríamos, pero tuvimos la suerte de que nos encontrarais. ¿Decís que no hay ningún superviviente más a bordo? Había otras dos personas con nosotros, una chica y un niño. Lamentaría creer que han muerto.

Escucharía la respuesta del capitán y no añadiría nada.

No me gusta llevar polizones a bordo, así que pienso dejaros en el primer puerto que toquemos, que es Port Royal. Nos queda como mucho toda la noche y parte de mañana para llegar, así que mientras tanto os pagareis el pasaje trabajando con la tripulación.

>>No admito quejas, la otra alternativa es una jaula en la bodega y la cárcel en tierra.

Perfecto. Aquello le permitiría moverse por el barco. Necesitaba un puesto que le permitiera moverse por cubierta o por las profundidades del barco, donde pudiera escuchar conversaciones ajenas e incluso iniciarlas. Aprovecharía el viaje con aquellos marineros para intentar obtener información sobre la Espada que habían ido a buscar.

Bienvenidos al Viento Fugaz, caballeros.

Antes de que les asignara algún puesto y les despidiera, Stelios decidió preguntarle algo al capitán. Pero Albert se le adelantó.

Capitán, si me lo permitís, ¿sois capitán de un barco mercante?

Aquella pregunta le pareció algo ingenua, muy digna del bueno de Albert. Realmente, podía tratarse de un barco mercante, pero la información que les dio Fátima en Tierra de Partida le había recomendado desconfiar de cualquier marinero no identificado. Prefería sospechar y luego equivocarse a que le pillaran por sorpresa. Los piratas no eran algo para tomarse a broma.

Lo cierto es que también me lo preguntó. Tengo entendido que existen piratas por estos mares. ¿Hacia dónde viajáis, capitán? ¿Tenéis algún objetivo con este viaje? Nos sentiríamos más tranquilos conociendo las intenciones de nuestro anfitrión.
Última edición por Thailgar el Dom Jun 08, 2014 6:46 pm, editado 1 vez en total
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Cronología de Stelios

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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Tidus Cloud » Sab Jun 07, 2014 1:58 am

No te preocupes. Tú habrías hecho lo mismo por mí, ¿no?

Por supuesto que él habría hecho lo mismo, incluso habría puesto su propia vida en peligro si hubiese sido necesario. La pregunta que asaltaba a Bavol se trataba de si de haberse dado la situación, si él habría conseguido salvarla o hubiera fracasado en el intento. Quería pensar que la habría rescatado, pero aquel pequeño incidente habría provocado que le asaltasen las dudas.

No conseguiría nada centrándose sólo en lo malo, si quería mejorar, tenía que esforzarse más. Fátima no era ahora solo su compañera, sino que además le debía la vida. No podía permitir que le ocurriese nada malo.

Bavol suspiró aliviado cuando comprobó cómo Fátima dirigió su Glider hacia un lejano punto en el horizonte en lugar de regresar hacia la tormenta. Era consciente de que habían dejado atrás al resto de sus compañeros, pero cuando pensaba en aquellos rayos sentía un escalofrío que le recorría todo el cuerpo. Aquello era lo mejor, ahí dentro no habría podido ayudar en nada.

Finalmente, todas las posibles culpas que pudiera tener se le fueron de la cabeza cuando se acercó más a la isla. ¡Aquellos eran barcos! Y si Fátima tenía razón en lo que le había contado de aquel mundo, puede que fueran barcos piratas. Estaba tan emocionado de ver aquellas embarcaciones y toda la actividad que tenía aquel puerto. Si era sincero, estaba deseando subirse a una y así sentirme más como un pirata, como su Maestro Ronin. A medida que se fueron acercando, Bavol contempló cómo las banderas de los barcos ondeaban al viento dejando claro a qué bando pertenecían, pero el gitano no sabía distinguir cuáles pertenecían al bando del gobierno y cuáles a los piratas.

Agárrate—le indicó de pronto Fátima. Bavol asintió y apretó ligeramente más su cuerpo contra el suyo.

Mientras Fátima iba descendiendo su Glider para aterrizar, Bavol se percató de las patrullas de hombres recorriendo la ciudad. No podía estar del todo seguro, pero parecía que aquellos hombres eran los encargados de mantener el orden y seguramente estarían del lado del gobierno. Si había tanto revuelo, quizás es que había ocurrido algo en la isla, puede que no fuera el mejor momento para visitarla.

Sin embargo, ya no había otra opción. Fátima aterrizó detrás de unos barriles y con un ágil movimiento Bavol se bajó del vehículo. Hizo desaparecer su armadura rápidamente y se giró para hablar con su compañera. Se llevó una buena sorpresa al comprobar la ropa que llevaba Fátima, iba vestida como si fuera un muchacho joven; aunque si lo pensaba bien, quizás era cierto que le venía mejor aparentar ser un hombre. Ella tendría que saberlo mejor que nadie, al fin y al cabo ella ya había visitado Port Royal antes. Por su parte, tendría que fijarse en tratarla ante los demás como a un chico más.

Bueno, está claro que va a ser difícil encontrar a nadie en una ciudad tan grande. ¿Vamos?

Bavol asintió y decidió echarse encima la capucha de su querida capa, tal vez así pasaría más desapercibido. Siguió rápidamente a Fátima por las calles de aquella ciudad, se mantuvo todo el rato muy cerca y, procurando que ella no se diera cuenta, extendía de vez en cuando sus brazos a un lado de la chica como si tratase de protegerla de cualquier posible atacante.

De pronto una mujer de extraño aspecto se acercó a ellos, si le preguntaban, tal vez consiguiesen algo de información valiosa. Sin embargo, no pudo preguntarle nada, ya que rápidamente Fátima agarró su mano y le sacó de aquella calle mientras el niño se despedía disimuladamente de la mujer. ¿Serían viejas conocidas?

No tuvo tiempo para desarrollar ninguna hipótesis sobre el tema. Al doblar la esquina, se encontraron delante de ellos a dos hombres armando un pequeño escándalo entre ellos. Uno de ellas era rubio, con una pequeña melena y una arreglada barba y el otro tenía los cabellos negros, recogidos en una coleta y con una pequeña perilla. Sin duda, parecían un dúo de lo más curioso.

Tulio... Piénsalo, ¡la espada de Cortés!, ¡el hombre al que burlaron nuestros antepasados! ¡Y navegaremos con el Capitán Sparrow! ¡Es toda una aventura! —exclamó el rubio.

¡¿Ha dicho la espada de Cortés?!

No podía ser cierto que tuvieran la tremenda suerte de encontrarse casualmente ahí mismo con unas personas que supieran dónde estaba el arma que estaban buscando. Iba a resultar al final que el miedo de Bavol les había sido útil.

Sin embargo, parecía que su compañero no estaba tan contento con que gritara aquella clase de cosas en alto, por lo que agarrándole de los hombres lo empujó contra la pared.

¡¿Te quieres callar?! ¡¿Es que quieres que te oiga alguien?! —sin duda era evidente que la discreción no era su fuerte. Fátima le indicó que se alejaran, por lo que Bavol se apartó un poco de la pareja para pasar más desapercibido —. Estoy harto de aventuras, Miguel, lo único que quiero es dinero, maldita sea, dinero, comida, bebida y mujeres, y todas tus aventuras no me han dado nada de eso —y tras soltarle, añadió más tranquilamente—. Así que lo siento...

Su compañero le dirigió una mirada al pequeño Bavol, estaba claro que Fátima quería que se acercasen a interrogarles un poco sobre el tema. El gitano se encogió de hombros conforme y se dispuso a preguntarle a aquella peculiar pareja; sin embargo, se detuvo en cuanto observó entrar a un peculiar hombre en la conversación de los dos hombres. Desde el momento en que lo vio aparecer con aquellas ropas y con la espada y la pistola enfundadas en el cinto, Bavol lo tuvo claro, aquel hombre tenía que ser un pirata.

Si lo que quieres es dinero, puedo dártelo amigo mío. ¿Qué es una aventura sin un tesoro final como botín? La espada es sólo uno de los premios. Te doy mi palabra de pirata honrado, muchacho.

No se equivocaba, acababa de confesar que era un pirata. El recién llegado tenía un peculiar estilo de hablar, casi parecía que fuera un personaje sacado de algún tipo de comedia teatral, pero Bavol tenía que reconocer que le gustaba esa forma de tratar con la gente. No se correspondía para nada con esa idea que tenía la mayoría de la gente de los temibles piratas, como él ya había sospechado.

No tardó mucho en convencer a aquellos dos hombres.

Estamos de acuerdo, pues, bienvenidos a la tripulación del capitán Jack Sparrow. —así que él era el hombre del que habían estado hablando antes Miguel y Tulio.

¿Y cuando zarpamos?

Cuando reúna más tripulación, por supuesto. En Port Royal no hay tantos diablos desesperados como en Tortuga, pero... me apañaré.

Tras contestar a Miguel, el capitán Sparrow se dispuso a abandonar el lugar en busca de más desesperados para su tripulación. Era perfecto, ¡él era un pirata que necesitaba hombres para buscar la espada de Cortés y ellos eran dos pobres desesperados que necesitaban algún indicio de dónde se encontraba el arma! Aquel día Bavol iba a poder cumplir tanto su sueño de montarse en un navío pirata como el de cumplir satisfactoriamente su misión como buen Caballero de la Llave Espada, pero para ello el capitán tendría que aceptarles primero en su tripulación. No podía dejarle marchar, tenía que hablar con él.

¿A cuál barco hemos de dirigirnos? —afortunadamente la pregunta de Tulio detuvo a Jack durante unos segundos.

Id al puerto y escoged el que más os guste, ese será nuestro barco.

¿El que más les gustara? Eso significaba que… ¡Todos aquellos barcos eran suyos! Quizás no lo aparentara por su desaliñado aspecto, pero aquel hombre debía de tratarse de un capitán pirata muy importante y poderoso si tenía toda una flota de barcos a su disposición. El pequeño gitano estaba totalmente emocionado con aquella situación, aunque al parecer Miguel y Tulio no parecían para nada contentos con esa respuesta. ¿Pero qué clase de problema tenían?

Tenía que ir corriendo a hablar con el capitán antes de que lo perdiera de vista; sin embargo, Fátima se volvió hacia él rápidamente.

Tenemos que conseguir un puesto en la tripulación de ese hombre. Podríamos intentar sonsacarle la situación de la espada, pero entonces creería que somos rivales y no confiaría en nosotros —Bavol no veía por qué iban a creer que eran rivales si al fin y al cabo los tres tenían los mismos intereses—. Voy a hablar con esos dos. Hay que averiguar cosas sobre el capitán

Yo voy a hablar con el capitán, ahora vuelvo. —explicó apresuradamente el gitano.

Fátima no parecía contenta con aquella respuesta, cosa que Bavol no entendió, pero prefirió olvidarse por el momento y marcharse a buscar al capitán Jack Sparrow. Corrió todo lo rápido que pudo por donde se había marchado el pirata y trató de alcanzarlo para hablar con él. En caso de que no lo encontrara después de un buen rato, volvería sobre sus pasos.

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A partir de aquí se puede omitir todo si no encuentra a Jack Sparrow.


En cuanto lo encontró, Bavol se acercó rápidamente a él y comenzó a hablarle. Daba igual si Jack se detenía o no a charlar con él, el gitano lo seguiría por donde fuese hasta obtener una respuesta. No iba a dejar escapar a un capitán pirata así como así. Tendría que llamar su atención lo más rápido posible, así que debía pensar en qué era lo más importante para un pirata. Por lo que le había escuchado decir antes, parecía que las riquezas le atraían bastante…

¡Es usted el famoso capitán Jack Sparrow! ¡Qué gran honor conocerle, señor!¡He oído muchas historias sobre usted! —comenzó Bavol esperando no haberse equivocado al decir su nombre—. He oído que está buscando tripulación y… —tenía que buscar alguna excusa que le relacionara con Fátima, quizás algún tipo de amigo o…— mi hermanastro, sí, mi hermanastro y yo estamos interesados.

Aún quedaba el riesgo de que no estuviera lo suficientemente convencido, era comprensible si tenía en cuenta que los adultos tendían a menospreciar a los niños. Tendría que ignorar cualquier comentario de ese tipo que le pudiera hacer el capitán Sparrow por mucho que le doliera, ahora lo importante era convencerlo y tenía que ofrecerle algo que no pudiera rechazar.

Estamos muy bien entrenados, ya nos hemos pasado varios años en el barco de otro capitán pirata. Sabemos sobrevivir solos, podemos luchar y… —estaba convencido de que el pirata no podría resistirse a lo que iba a escuchar a continuación. Esbozó una pícara sonrisa antes de añadir—. Somos expertos en cerraduras, podemos abrir cualquier tipo de cofre, puerta o cualquier cosa que necesite una llave. —se acercó más para añadir con complicidad—. Cualquier cerradura.

No le había mentido, con sus Llaves Espadas podrían abrir cualquier cerradura que le interesara al capitán y qué pirata podría resistirse a tener a su disposición las llaves de montones de cofres repletos de oro y demás objetos de valor. Era una oferta tentadora y, en principio, no necesitaba explicarle cómo podrían hacerlo. Bavol deseó que todos los argumentos que le había dado fueran suficientes, sino tendría que volver con Fátima con las manos vacías y el pequeño no estaba dispuesto a volver a fracasar otra vez.
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Ronda 6

Notapor Tanis » Mar Jun 10, 2014 3:12 am

Fátima


El carraspeo de Fátima logró distraer a los dos hombres el tiempo suficiente como para que dejaran de discutir y se dieran cuenta de que alguien estaba hablándoles. Con una expresión de desconfianza por parte de Tulio y otra de desconcierto por parte de Miguel, los dos se mantuvieron callados durante el pequeño discurso de la aprendiz. La luz del crepúsculo se terminaba y a lo lejos todavía podía oírse el trajín del puerto, que exhalaba sus últimos suspiros antes de la noche.

Tulio se atrevió a dar un paso en dirección a Fátima, examinándola con suspicacia. Miguel, a su espalda, miró a su amigo para después mirarla a ella también. Ninguno podía sospechar, siquiera por el timbre de voz más agudo entrenado por años, que era una mujer dentro de un cuerpo de muchacho.

¿Y qué te hace pensar que nosotros sabemos si hay sitio o no, muchacho?

Miguel intentó adelantarse, quizá para intervenir un poco más en favor de Fátima. Sin embargo Tulio le echó una mirada de reproche y el hombre rubio cerró la boca. Tulio volvió a dirigirse a Fátima.

Como has dicho, ese hombre nos ha invitado a formar parte de su tripulación y absurda aventura —Las palabras salían de entre sus dientes como un escupitajo. Fátima podía pensar, después de todo, que si ese hombre había aceptado la oferta de Sparrow era por dinero, una necesidad acuciante en muchos mundos—. De modo que si quieres unirte también habla con él, yo me lavo las manos.

Tulio se cruzó de brazos y negó con la cabeza tras su sentencia. Echó a andar hacia el callejón, por donde se había ido Jack Sparrow. Por algún extraño motivo le desagradaba el asunto, aunque no parecían existir razones reales. Miguel observó la marcha de su amigo y suspiró.

Disculpa, es un poco huraño y cascarrabias, y el asunto de la piratería... —Miguel desvió la vista de Fátima, sin completar la frase—. Nosotros encontramos al capitán Sparrow en una taberna...

¡Miguel! —gritó Tulio.

Ante eso, Miguel se encogió un poco, suspiró con resignación y se acercó más a Fátima, para susurrar en voz más baja.

Se llama «La gaviota parda», buena suerte.

Hizo un amargo de sonrisa antes de girar sobre los talones y emprender el mismo camino que Tulio. Sin embargo, justo al hacerlo se oyó un grito. Otro grito de Tulio.

¡Tulio! —Miguel gritó también, al ver la causa del de su amigo.

No haría mucha falta que Fátima se acercase, desde su posición podría claramente ver qué era lo que había hecho gritar al hombre.

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Tulio había caído al suelo sobre el trasero y se medio arrastraba hacia atrás para intentar alejarse lo más posible de la criatura. Otros gritos empezaron a restallar en la caso oscuridad de la noche, chillidos de socorro y de muerte que anunciaban la aparición masiva de sincorazon en Port Royal. Otra vez.

¡Tulio!

Miguel corrió, impulsado por la visión de su amigo ensartado en las garras de la neosombra, y derrapó por el suelo de tierra hasta su amigo al mismo tiempo que el sincorazón se adelantaba para atacar con una de las zarpas oscuras por delante. La garra alcanzó a Miguel en el pecho y le hizo caer de espaldas, casi sobre su amigo. Tulio logró apartarse, erguirse de rodillas y atrapar a Miguel a tiempo antes de que cayera al suelo. Sangre goteó hasta la tierra embarrada del suelo.

La neosombra retrocedió por unos instantes, pero estaba claro que iba a atacar otra vez en cuestión de segundos. Tulio y Miguel no tenían armas con las que defenderse, serían presas fáciles para el sincorazón.

No serían los únicos aquella noche. ¿Qué haría Fátima, dejarles a su suerte, o ayudarles a pesar de la ruda conversación mantenida con Tulio?

* * *


Bavol


Por suerte para el niño, Jack Sparrow no andaba muy lejos. Le había costado localizarle entre tanta callejuela, vagabundos y mujer demasiado pechugona, pero finalmente Bavol avistó al excéntrico pirata caminando hacia las dársenas del puerto. Corriendo como alma que llevaba el Diablo, esquivando a los marineros como podía, el muchachito alcanzó al pirata con sus... bravatas.

Jack se detuvo y giró en redondo hacia Bavol, en parte sorprendido, en parte halagado y esbozó una teatral sonrisa. Ni siquiera se detuvo a mirarle en demasía, a un golpe de vista ya había observado suficiente.

Tu acento me resulta peculiar —Jack se llevó una mano a la barbilla, pensativo—. Es francés, sin duda, ¿parisino? Tal vez...

Jack lo observó por un tiempo corto, que sin embargo podían parecer horas. ¿Se estaría pensando las propuestas de Bavol? Era probable.

Pero lo siento, hijo, no llevo niños a mi tripulación —adujo, y miró ligeramente hacia un lado para añadirle, en voz más baja—. Ya tuve problemas con un sacerdote por eso, ¿entiendes? —Se ladeó para rodear a Bavol y continuó andando—. Además, no me interesa abrir ningún cofre esta vez. Vete a jugar por ahí.

Le dio la espalda al avanzar por el muelle, y observar los barcos anclados. Los miraba con interés y ojo crítico, como si estuviera eligiendo la mejor pieza del mercado. Fue entonces cuando aparecieron los sincorazon.

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Por todas partes, y en bastante cantidad, las sombras empezaron a atacar a todo transeúnte que se cruzaba en su camino y el puerto no tardó en beber de los gritos de los pobres e indefensos viandantes. Por los muelles también aparecieron unos cuantos, en grupos poco diferenciados, y algunos marineros no dudaron en empuñar espadas o pistolas para defenderse.

Jack hizo lo propio, a ver que estaba acorralado en el muelle, y fue a echar mano de su propia pistola. Sin embargo pareció pensárselo mejor y desenvainó la espada, retrocediendo ante el embate de tres sombras que saltaban ya hacia él. Detrás, Bavol también se encontraba atrapado a los flancos por el mar, delante a Jack con los sincorazon y detrás la entrada y salida de los malecones hacia el tablón del puerto principal. Allí mucha gente intentaba protegerse de las sombras, pero muchos ya estaban cayendo.

¿Qué debía hacer? ¿Huir o... ayudar? Y estaba aquel pirata que acababa de desdeñarle, el único que tenía pistas sobre la espada. Si era abatido por los sincorazon... podían perder su única oportunidad.


* * *


Xefil, Stelios y Albert


El capitán entornó los ojos con peligrosa acritud, primero con la pregunta de Albert, y segundo con la de Stelios. Chupó una larga calada antes de exhalar el humo hacia un lado y acercarse a ellos con pasos pesados. Incluso para el más alto de los tres aprendices, Jan Vander resultaría enorme, superando en dos cabezas su altura.

Decidme, ¿un pirata os habría sacado del agua en medio de una tormenta a riesgo de la vida de sus propios hombres?

Su tono de voz irradiaba frialdad y hiel. Parecía bastante ofendido. Bufó con un siseo y clavó los ojos en los de Stelios.

Mi rumbo es asunto mío, muchacho, abstente de querer curiosear demasiado sobre nada y vivirás más tiempo. Es un consejo.

También miró a Xefil, quien se mantuvo callado, y no añadió nada más. Se apartó de ellos y se dirigió a la mesa de mapas.

Retiraos.

La orden fue seca, autoritaria y concisa, una orden que cualquier soldado podría haber acatado, cualquier hombre. Les echaría una última mirada antes de volver la vista a la mesa, y volver a exhalar humo gris y denso por la boca.

En cuanto salieran del camarote del capitán, un bamboleo particularmente fuerte les sacudiría.

Eso ha sido rápido. Pensaba que el capitán os interrogaría un poco más.

A la izquierda de la puerta se encontraba Crow, que les había estado esperando. De dos rápidas zancadas avanzó hasta ellos y les ayudó a mantener el equilibrio.

Si no lo ha hecho, entonces estáis a salvo. Sea cual sea vuestra misión, podréis retomarla desde Port Royal.

Poco a poco les fue guiando hasta un nivel inferior, en donde se encontraban algunos camarotes menores. Crow los hizo pasar a uno, tras lo cual entró y cerró la puerta. Se había escurrido el pelo pero la ropa aún le goteaba aunque eso no parecía importarle.

Escuchad, sólo nos queda la noche y medio día de mañana para arribar a puerto, no podré vigilaros todo el tiempo así que procurad no meteros en líos. Seguramente os encarguen tareas de limpieza, no será complicado.

Estaba intentando tranquilizarles. De vez en cuando se quedaba unos segundos de más mirándoles en silencio, tal vez recordando lo sucedido en La Red, hasta que finalmente suspiró.

Podéis acomodaros como mejor os parezca, yo he... he de volver a cubierta, por si aparecen más sincorazon.

Con pequeños pasos rápidos fue hacia la puerta, recolocandose mejor la gomita que sujetaba el pelo. Los aprendices podían, si querían, aprovechar la ocasión para preguntarle a él también sobre lo que pudiera ocurrírseles, quiza supiera algo, tuviera información sobre la espada o algo más.

Lo único que estaba claro era que la tormenta no pasara o no la dejaran atrás, ellos no podrían salir. A no ser que dejaran irse a Crow y prefirieran probar suerte en el tumulto de allá arriba.

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Bavol:
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Albert:
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Xefil:
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Tanis
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Re: [Port Royal] ¡Sigamos esa senda!

Notapor Thailgar » Vie Jun 13, 2014 5:44 pm

Parecía que la pregunta había molestado al capitán. ¿Se había sentido insultado o le habían calado demasiado pronto? Cuando el hombre se acercó a ellos, en actitud claramente intimidatoria, Stelios intentó no dejarse amenazar por la enorme presencia del marinero.

Decidme, ¿un pirata os habría sacado del agua en medio de una tormenta a riesgo de la vida de sus propios hombres?

«¿A cambio de un posible botín en el cuerpo de los rescatados? ¿Por un rescate a cambio de su regreso con vida? Sin duda».

Sin embargo, estaba claro que aquel capitán no era alguien con quien fuera muy inteligente meterse. Después de todo, les había rescatado y parecía que aún conservaban sus cosas, por lo que no añadiría más. Puede que estuviera equivocado con él.

Mi rumbo es asunto mío, muchacho, abstente de querer curiosear demasiado sobre nada y vivirás más tiempo. Es un consejo.

Marinero de honor o pirata sanguinario, no parecían haber hecho muy buenas migas con Jan Vander. Tuvo la impresión de que él, en concreto, se había llevado la peor parte. Claro que, por otro lado, había sido él quien se había mostrado más desafiante y había mostrado sus sospechas, aunque fuera de forma velada.

Retiraos.

Stelios echó a andar hacia la puerta, esperando que Xefil y Albert le siguieran. Sintió como la mirada del capitán se le clavaba en la espalda, fulminante. Sí que debían haberle ofendido con sus preguntas. Pensó que aquel hombre, para ser tan duro, se había mostrado muy susceptible a las palabras de unos desconocidos. Sin embargo, debía ser agradecido. Les había salvado de una muerte probable en el mar.

Gracias por su ayuda, capitán Vander.

* * *

A salir del camarote, Stelios notó como la madera crujía a su alrededor y el movimiento del barco se intensificaba. Estuvo a punto de caerse cuando Crow, que les estaba esperando fuera, le ayudó a mantenerse.

Gracias… ¿Señor Crow?

Eso ha sido rápido. Pensaba que el capitán os interrogaría un poco más. Si no lo ha hecho, entonces estáis a salvo. Sea cual sea vuestra misión, podréis retomarla desde Port Royal.

Stelios asintió. Al menos, habían tenido la suerte de que les iban a dejar en su punto de destino. En ese momento, recordó que Fátima y Bavol seguían desaparecidos, puede que perdidos en alta mar. Estaba preocupado por ellos. ¿Qué les habría pasado? ¿Estarían bien?

Crow les condujo hasta un camarote, en el nivel inferior del barco.

Escuchad, sólo nos queda la noche y medio día de mañana para arribar a puerto, no podré vigilaros todo el tiempo así que procurad no meteros en líos. Seguramente os encarguen tareas de limpieza, no será complicado.

»Podéis acomodaros como mejor os parezca, yo he... he de volver a cubierta, por si aparecen más sincorazón.

Iba a marcharse cuando Stelios le detuvo, estirando la mano e intentando sujetarle por la manga, sin fuerza. Solo quería llamar su atención.

¡Espera! Con nosotros habían dos más, una chica y un niño. Cayeron durante la pelea con los sincorazón. ¿Les viste cuando nos ayudaste? ¿Sabes dónde pueden haber ido?

Una vez escuchará la respuesta de Crow y por fin se quedaran solos, Stelios intentaría escabullirse lo antes posible de aquel camarote para curiosear por el nivel inferior. Buscaba cualquier conversación interesante sobre nuevos rescates en el barco, la espada que estaban buscando, cualquier dato sobre el destino del capitán Vander, sobre Port Royal… En definitiva, buscaba información importante. Les explicaría a Xefil y Albert su plan antes de irse en solitario.
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