[Reino Encantado] Promesas de guerra

Ronda 12 - Límite, miércoles 26 de noviembre

La aparente traición de Tierra de Partida en un acuerdo de paz provocó el anuncio de la guerra por parte de Bastión Hueco. Los aprendices deben enfrentarse entre sí, entre antiguos amigos y compañeros. ¿Cómo lograrán sobrevivir cuando otras amenazas acechan?

Moderadores: Suzume Mizuno, Denna, Astro, Sombra

Re: Ronda 8

Notapor Sally » Vie Oct 31, 2014 12:32 am

La sonrisa que esbozó el Aprendiz era una de esas que le harían estremecer a cualquiera; Aleyn permaneció completamente quieto únicamente por culpa de la tensión que mantenía rígido su cuerpo. Y pensó que eso iba a ser todo, que el niño sonreía y al segundo siguiente le habría estampado contra un árbol, o le habría partido el cuello con una fuerte ráfaga de viento. No obstante, a aquel siniestro gesto no siguió una acción ofensiva.

Diría que nunca había visto una armadura así, que no es de hierro, ¡pero estaría mintiendo! ¿No serás amiguito de Xefil, por casualidad?

Intentó mantenerse impasible, incluso cuando el viento se hizo más fuerte y casi pudo verse, ahora sí, volando por los aires antes de sufrir una definitoria caída. Pero estaba seguro de que algo en su rostro le delataba; quizás apretar más la mandíbula, quizás un tic en el ojo, quizás alzar las cejas a medias por la sorpresa y a medias por el horror. No era como si su reacción fuera a revelar nada que el otro no supiera, de todas formas; por sus palabras quedaba claro que intuía o sabía que ellos dos estaban relacionados. Pero el hecho de que conociera a Xefil sólo podía indicar que se había encontrado a su compañero en el campo de batalla, a las afueras del bosque. Y si después de haberse topado con él había seguido la presencia del cuerno hasta ellos, tal vez quería decir que…

<<No. No quiere decir nada. Es probable que obtener el Cuerno tenga más prioridad que intentar reducir a uno de nosotros… >> se obligó a sí mismo a pensar con tanta intensidad que casi dolía.

¿Quieres saber dónde está? ¿Quieres que te lo diga? Lo haré si te arrodillas y me cuentas de dónde estáis saliendo tantos magos de repente, ¡porque apestas a magia, estúpido mentiroso!

Sin concederle siquiera tiempo a responder a sus demandas, el viento que soplaba según la voluntad del Aprendiz le arrojó contra Sansón. No podría jurar quién estaba más asustado, si él o el caballo, y se sentía culpable por haber obligado al animal a salir de entre la espesura, pero no tenía tiempo para disculparse por ello. Al siguiente parpadeo, se vio arrojado por los aires, tal y como había temido al salir de su escondite, y antes de que su mente terminara de procesar lo que estaba pasando, sus huesos dieron contra un árbol. La respiración se le cortó, y su vista se vio cegada momentáneamente por un fogonazo de dolor. La cabeza le daba vueltas, mientras intentaba recomponerse, descubrir qué había sido de Sansón y de Ygraine, que en aquellos momentos, aunque él no pudiera distinguirlo, corría hacia él, preocupado por su estado.

Pero el zorro no era el único ser que se acercaba; aún de forma emborronada, distinguió al aprendiz abalanzándose sobre su cuerpo, que aún no reaccionaba del todo tras el golpe. Apenas pudo hacer amago de invocar su Llave-Espada, tratando de defenderse, mas el ataque nunca llegó. Dos gritos, el primero bastante más grave que el segundo, hizo que su mente regresara del todo a la realidad.

Abel había salido de la nada, sorprendiendo al Aprendiz, que acabó en el suelo con una herida en el hombro. El humo que salía de ella no sólo le confería un aspecto más grave, sino que le ayudó a intuir que aquella era la reacción que producía el hierro en las hadas. El niño se incorporó y procedió a intentar escaparse metiéndose entre los árboles, lejos de ellos. Mas Felipe estaba cortándole el paso, amenazándole con una espada cuyos efectos, de morder la carne del Aprendiz, no serían precisamente benignos, tal y como demostraba su chillido.

Aleyn se levantó del suelo, a pesar de que su cuerpo no estaba contento con la decisión. Estaba claro que sus dos compañeros no habían hecho caso de sus palabras, a pesar de que por un momento había creído que se servirían de su estrategia para continuar. Aunque, por supuesto, no podía estar del todo enfadado con ellos cuando le acababan de salvar el pellejo.

El Aprendiz, teniendo las vías de escape por tierra cortadas, empezó a elevarse en el aire. Estaba claro que su plan de recuperar el Cuerno no había salido como esperaba; tal vez porque eran tres, tal vez porque no había supuesto que serían capaces de alcanzarle con un arma de hierro.

¡¡Detenlo Aleyn!! ¡¡Que no escape!!

Flexionó las piernas para saltar casi antes de que Abel terminara de hablar. Sin embargo, justo antes de que saltara, el niño le miró. El cambio que había experimentado su rostro casi provocó que se le encogiera el corazón en el pecho. Aquellos ojos escarlatas habían perdido su matiz siniestro; sólo reflejaban un miedo que no parecía fingido…

Una imagen de Emily rodeada de llamas cruzó fugazmente sus pensamientos. Esa mirada carmesí se parecía tanto a la de ella…

Pero no. No era momento de apiadarse del enemigo, no podía dejarle escapar, por mucho que se sintiera mal al respecto. No era una persona cruel; sin embargo no pretendía ser una persona estúpida tampoco. No en medio de una guerra. No cuando había tanto en juego.

Se intentaría impulsar con un doble salto para superar la distancia a la que el Aprendiz se había elevado ya. Trataría de agarrarle por los hombros para que no escapara y caería con él al claro, usando su cuerpo como seguro para evitar que volviera a escaparse.

Si a pesar de saltar el niño seguía fuera de su alcance, invocaría su Llave-Espada y se la arrojaría, pretendiendo hacerle perder la concentración para que se precipitara contra el suelo.

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▪ Doble salto (HC) [Nivel 3] [Requiere Elasticidad: 4]. El usuario es capaz de saltar mucho más alto que los demás, alcanzando lugares más inaccesibles.
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“Love is the greatest of dreams, yet the worst of nightmares.”
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[Reino Encantado] Promesas de guerra #8

Notapor Sheldon » Vie Oct 31, 2014 2:58 am

El plan de Nikolai salió tal y como él podría haberlo supuesto. Diablo, quien no había dejado entrar en sus planes la rebelión del aprendiz, se vio derribado de la montura mucho antes de que Enok llegase a socorrer a su compañero. El equino, también asustado, emprendió una fuerte embestida que Nikolai consiguió direccionar. Con mucha maña y más de un susto, ambos portadores consiguieron huir sobre el caballo, en dirección a la chica que había huido.

¿Te encuentras bien? —preguntó Nikolai a Enok mirándole de reojo y entrecortadamente sin llegar a perder la total concentración. El retraído aprendiz respondió con una afirmación débil acompañada por un leve gesto de cabeza—. Perdona por la chapuza de plan de huida, pero no podía aguantar ni un minuto más a ese energúmeno chillándome órdenes al oído.—Enok esbozó una pequeña sonrisa algo nerviosa y, como buenamente pudo, se acercó algo más a su compañero.

El animal tomaba cada vez mayor velocidad mientras que el bosque se hacía más denso, combinación casi letal. Las ramas y el follaje tomaban formas afiladas que arañaban, rascaban y percutían el torso desnudo de Enok, produciéndole heridas en su mayoría superficiales y provocando finas hileras de sangre corriendo por su piel sudada.

Nikolai conducía la dirección de la montura con suma maestría ayudado por la esfera plateada que había robado a Diablo, la cual emitía progresivamente haces de luz que señalaban el camino a seguir. Lo cierto era que el mecanismo que poseía la piedra era la magia, por lo que tanto la razón y el efecto de ese extraño poder resultaba indescifrable.

De la lista de desgracias que podrían haber sucedido ocurrió quizás la menos problemática. El caballo había atrancado una de sus piernas entre un par de ramas, lo que permitió a la física actuar como debía. Tanto Enok como Nikolai salieron disparados en el aire, uno detrás del otro.

Definitivamente prefiero el glider como medio de transporte… —murmuró en una mueca de dolor Nikolai. Había rodado unos metros en el suelo hasta alcanzar unas raíces que detuvieron su cuerpo.

Enok, por su parte, vio casi duplicado el dolor y las heridas. Cayó de espaldas en una posición que le hizo rozar el suelo, clavándose varias rocas y ramas deshojadas, que abrieron y rasparon su piel. Un terrible escozor se extendía ahora por su cuerpo, eclipsando los superficiales rasguños de su torso. No pudo más que maldecir la estúpida idea que había tenida a la hora de prescindir de su camisa empapada.

Fueron necesarios unos minutos para que el aprendiz se incorporase debidamente. Cuando lo hubo conseguido se fijó algo más detenidamente en la escena y sobre todo en la fuente de los quejidos animales, el caballo, que ahora relinchaba en voz baja emitiendo quejidos y una especie de llantos desesperados. A escasos metros varias formas puntiagudas se elevaban amenazados, sincorazones.

¡Ayudadme, por favor!— Exclamó la misma voz femenina de antes siquiera de que el muchacho pudiese acercarse a socorrer al inocente caballo.

El chico hizo caso omiso a la voz, se acercó cojeando hacia el caballo y se agachó a liberarle pero de pronto un nuevo invitado entró en la fiesta. Una serie de vibraciones presagiaron la forma imponente de un gigante, uno similar a los que habían visto hacía escasos minutos. Esta vez, mucho más cerca, terminaba por ser algo parecido a un jinete, una especie de elemental de la naturaleza montado sobre un jabalí de grandes proporciones.

Enok intentó no perder más tiempo, y deshizo con rapidez todas las ramas que pudo alrededor de la pata del caballo, antes de escuchar la voz de su compañero:

Oye, Enok —comenzó Nikolai, llamando la atención de su compañero—. Me parece que aquí requieren de nuestros servicios, ¿no crees?

Enok asintió y algo más recuperado, se alejó del equino. Si no había conseguido liberarle al menos podría haberle facilitado la escapatoria. Apenas sufría un leve cojeo fruto del recuerdo de la caída aunque el dolor sobre su cuerpo no había cesado. Sin embargo la lucha era en aquel momento demasiado importante como para dejarla escapar.

Mientras el chico se acercaba al claro donde se estaba llevando a cabo la lucha se fijó unos momentos más en el coloso. Si bien la primera vez había creído que se trataban de enemigos similares a los sincorazones, el gigantesco ser no era más que una especie de guerrero que luchaba contra la amenaza de esa oscuridad. Aliado o no parecía que la lucha le estaba costando demasiado a él solo, por lo que Nikolai se acercó a ofrecerle una ayuda.

Suplido ese flanco, la muchacha quedaba indefensa, por lo que Enok se acercó lo más rápido que pudo hacía el lugar donde se encontraba acorralada por aquellos sincorazon. Por el camino invocó su llave-espada con la esperanza de que atrajese momentáneamente el interés de la oscuridad y que permitiese a la chica resguardarse.

De cualquier manera, Enok se lanzó en al aire, arma en mano, atacando al primer sincorazón en su camino. A partir de ahí, en su mente forjaba la idea de ir abriéndose camino como pudiese a través de todos los espadazos y estocadas posibles.

¡A-Aguanta...!—Gritó a la chica. Intentaba no mirarla a los ojos pero a la vez no quería perder su rastro. Y es que esta vez se lo jugaban a todo o nada.
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Re: Ronda 8

Notapor Zee » Vie Oct 31, 2014 12:50 pm

La sensación de libertad que experimenté cuando las cuerdas fueron cortadas fue increíblemente recompensante. No tendría que quedarme esperando a que Ahren regresara e intentara hacer una sopa con mi carne o alguna otra cosa espeluznante y... fatal

Si de verdad sabes defenderte, el orco que monta al huargo tiene un hacha, así que aléjate de ella y ataca al animal. Si no, no te separes de mí y quédate detrás.

¿No sería mejor entonces atacar al jinete...? —sugerí. Era probable que con mi magia pudiera acercarme al orco sin que me viera, y con un tajo bien entregado, podía acabar con su vida en segundos.

"Orco". Había pasado tanto tiempo lejos de casa que volver de pronto a mi cultura y folclore me hacían sentir... ajeno. Como un extraterrestre. De alguna manera, no se sentía natural estar hablando de orcos y hadas, debido a que era algo que no había visto en otros mundos hasta la fecha. Príncipes malditos, diosas caídas, conquistadores fantasmas, clones digitales... No supe en qué momento aquellas cosas de fantasía se volvieron parte del día a día, y mi día a día se convirtió en la fantasía.

No pude evitar sonreír, pensando en que a Nadhia solía decirle que yo venía de uno de sus cuentos de hadas. En aquel momento, la frase tomó muchísimo más significado.

La mujer que me liberó me urgió a esconderme, acto que llevé a cabo al instante detrás de un grueso tronco. Hice una mueca, sabiendo que si bien era posible agachar la cabeza, no era posible escapar de un huargo y su afamado sentido del olfato. Cubierto de sangre y sudor, muy seguramente había dejado un rastro muy fuerte detrás de mí.

De todas maneras, no perdía nada por intentarlo. Si podíamos atacar antes de que notaran nuestra presencia, entonces nuestros escondites no tendrían importancia.

Pegué la espalda a la corteza del árbol en cuanto escuché el peso del animal aterrizar a sólo unos metros de nosotros. Creí escucharlo olfatear, pero ya no estuve seguro de si me lo estaba imaginando. Lento, saqué un poco la cabeza de mi escondite, confiado en que mi largo cabello podría confundirse con la madera si uno no prestaba suficiente atención.

Sí, era uno de los grandes. De aquellos de los que se habla en cuentos y epopeyas. Un majestuoso huargo, hermoso a su manera, con un pelaje grisáceo sucio y maltratado, hocico salivante y ojos pequeños brillando con salvaje entusiasmo. Lo montaba un orco ataviado en un armadura completa y portador de una hacha tan grande que de un solo tajo podría cortar el árbol donde me escondía.

Me llevé la mano al cinturón por reflejo y me sorprendí al encontrar mi daga de plasma todavía sujeta allí. ¿El Hechicero no se había llevado mis cosas?

La mujer notó mi movimiento y me hizo un gesto, rogándome que esperara. Asentí con la cabeza, para luego devolver la mirada todavía posada en el orco y su montura. El animal alzó las orejas de pronto; fue inevitable reconocer aquel gesto, familiar en todos los canes: el de un animal prestando atención a su alrededor cuando se ha percatado de algo.

Sin pensarlo, mantuve mi respiración. La bestia comenzó a moverse en nuestra dirección, ante lo cual me apresuré a deslizarme de nuevo detrás del tronco. Casi al instante me arrepentí de haberlo perdido de vista, obligado a guiarme por el sonido de sus pesadas patas.

¡¡Ahora!! —La orden llegó tan pronto como el huargo se hizo visible. Ambos salimos de nuestro refugio casi al mismo tiempo; y mientras yo invocaba mi Llave-Espada en un destello de luz para intentar cegar o confundir al animal, la mujer se apresuró a hacerle un corte en la gargante. Desafortunadamente, el jinete no era tan fácil de impresionar como la bestia; rápidamente saltó al suelo, con su hacha en alto, e intentó abrirme la cabeza de un movimiento. Intenté bloquear el golpe con la llave, pero pronto me percaté de que mi fuerza no era nada comparada con la de un gigantesco orco: apenas consideré la idea de hacer resbalar su metal sobre el mío para hacerle perder el equilibrio cuando recibí un fuerte golpe en el abdomen, cuya procedencia tengo que asumir fue un certero rodillazo. Me doblé sobre mí mismo pero no aparté mi arma; lancé un tajo horizontal a ciegas, intentando reprimir la arcada que me sobrevino por el golpe cuando...

El orco cayó al suelo.

De inmediato sentí una inexplicable sensación de peligro. Y sentí miedo, la familiar sensación de tener acero en el vientre y hielo en la sangre. Maldije entre dientes y retrocedí varios pasos, trastabillando de forma torpe con las raíces del bosque mientras intentaba alejarme del orco. ¿Cómo había pasado aquello? No había caído muerto ni agotado. Sólo... se había... dormido.

¡Oh! ¡Por qué poco! ¿Os encontráis bien?

Mis sentidos se habían activado todavía más. Incapaz de razonar que aquello no era ninguna declaración de guerra, solté una exclamación de sorpresa y pegué mi espalda a un árbol mientras apuntaba al frente con mi Llave.

Se trataba de una mujer. Pequeña, mayor, con alas en la espalda. Fue lo único que pude procesar, además de la pequeña vara blanca que llevaba en su mano. Y eso fue lo único que necesité para deducir que se trataba de:

¡Un hada!

La mujer hizo una reverencia, como tomándose aquello como una presentación. Tragué saliva y desmaterialicé mi arma, comprendiendo finalmente que no suponía ningún peligro. Tuve que recargar mis manos en el tronco a mis espaldas para recuperar el aliento. Pasarían unos minutos, sin embargo, hasta que dejara de sentir el corazón golpeteándome en el pecho.

Es un placer conoceros. Mi nombre es Fauna. ¡Oh, estáis heridos…!

Inconscientemente me pasé la mano por el corte que Ahren me había hecho en la mejilla. Ése y el resto de mis lasceracines habían dejado de sangrar, pero todavía escocían un poco.

Heike —dijo la guerrera sin más. Supuse que era su nombre—. Y sobreviviremos.

Xe- —me detuve al reparar en que se me había quebrado la voz. No hubiera sido capaz de decir ni dos palabras en ese estado. En mi mente todavía daba vueltas la imagen, el instante preciso, en la cual el orco había caído dormido. Era inevitable que hubiera hecho la conexión, incluso de manera subconsciente.

No… —continuó el hada—. ¿No habréis visto, por casualidad, a una muchacha de cabellos dorados, verdad? ¿O a otra hada, como yo?

Otra hada... claro. Eran todo un pueblo, ¿no? Vivían en el bosque, apartadas de los hombres. Aunque se dejaban ver de vez en cuando, como cuando habían asistido a la celebración por el nacimiento de la princesa. Incluso se tomaban la libertad, en ciertas ocasiones, de otorgar regalos...

...y de intervenir en los asuntos humanos.

¿Vu-vuestro pueblo- las hadas- ustedes, vosotras...? —balbuceé, con la voz hecha trizas por los nervios. Carraspeé un poco para intentar ponerla en orden; y funcinó, lo otro lo pude decir con más claridad:

>>¿Fueron las hadas las que pusieron a dormir a mi reino? Como a este orco, ¿mandaron a dormir al Reino de Estéfano?

La conexión era exagerada, pero ellas eran las únicas con el poder suficiente para poner a dormir a todo un pueblo. Y con tal de obtener una explicación, yo era capaz de echarle la culpa, injustificadamente, a cualquiera.
—You're like that coffee machine: from bean to cup, you fuck up—

~Dondequiera que el arte de la medicina es amado,
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Ronda 9

Notapor Suzume Mizuno » Vie Oct 31, 2014 10:23 pm

Ban


Basta de charlas insustanciales. Llámale y acabemos con esto de una vez.

Maléfica rió, cubriéndose la boca con el dorso de la mano.

¡Sea!

*


El día transcurrió con lentitud o al menos probablemente eso fue lo que sintió Ban, ya que lo mandaron a uno de los patios donde los escasos goblins y trolls que quedaban en la Fortaleza se ejercitaban. Sus ademanes eran toscos, torpes, pero fieros y cargados de tanta fuerza que hubo más de un hueso roto.

Ronna se sentó cerca de donde estuviera Ban, afilando su espada y mirándole de reojo.

Has tenido suerte de que esa mujer apareciera. La Señora tiene la costumbre de practicar con los goblins inútiles o los invasores usándolos de diana para sus rayos.—Señaló como si nada.

Ban no tenía nadie más con quien conversar, ya que Nanashi se había quedado dentro de la Fortaleza con Maléfica. Y, por otra parte, el hada había atrapado a Primavera dentro de lo que parecía ser una llamarada de fuego verde y la había lanzado por la ventana con un movimiento del báculo, diciendo:

Ve a avisar a esas pomposas, Primavera, si eso es lo que quieres. Diles que pronto iré a por su princesa.—Y esbozó una sonrisa escalofriante—. La próxima vez que te coja husmeando en mi terreno, te mataré. Ya os habéis interpuesto demasiado. Pero digamos que esta es… por los viejos tiempos.

Primavera protestó y gritó, pero sus palabras quedaron ahogadas por el fuego. Y no pudo hacer nada cuando el fuego la arrastró por la ventana.

De modo que, hasta que Mateus Palamecia llegara —si es que lo hacía—, sólo tenía a Ronna para hablar. Si es que quería, claro.

A lo largo de la tarde los patios se fueron llenando. Entre otros seres, Ban vio al mismo orco que lo había perseguido nada más caer al bosque y que se dirigió de mal humor hacia la Fortaleza. Cerca de una hora después —cuando un par de goblins ofrecieron carne rancia a Ronna y Ban— llegaron más personas. Un… ¿hombre? Con la piel extrañamente cetrina que montaba sobre un huargo inmenso y cubierto de heridas sangrantes. Tras él caminaba un hombre delgado y de nariz afilada, pálido como un muerto. También fueron rápidamente a la Fortaleza. Al cabo de un rato Ban escuchó un graznido y puede que le pareciera ver salir volando a un cuervo. Ronna arrugó la nariz, pero no comentó nada.

Por fin, cuando el sol comenzaba a desaparecer en el horizonte, Nanashi apareció para recoger a Ban.

Vamos.—Salieron de la Fortaleza por el camino principal sin que nadie se interpusiera en su camino. Nanashi se internó en el bosque con paso seguro y, sin mirar atrás, dijo—:Mantente alejado. Palamecia está a un nivel muy superior a ti. Pero cuando veas la ocasión, recupera tu corazón.

Era ya noche cerrada cuando aparecieron en un claro, atravesado por el río. Allí, como si hubiera estado desde siempre, se encontraba Maléfica, examinando la bola de cristal de su báculo.

Se acerca.—Con un elegante movimiento de túnica, invitó a ambos a aproximarse—. Te permitiré asestar el primer golpe.

Siempre supe que eras cobarde.

Oh, al contrario—Maléfica entornó los ojos—. Mateus siempre fue arrogante, pero no un mal aprendiz. No me cabe duda de que se habrá vuelto peligroso con el paso de los años… Y me interesa saber hasta qué punto.

Me usas para probarle, pues. Me parece bien—respondió Nanashi, endureciendo el tono.

Las estrellas comenzaron a titilar en el cielo, pero pronto quedaron desplazadas por una luna llena, blanca, inmensa, que parecía a punto de devorarlo todo.

Ya viene.

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No había acabado de hablar cuando se materializó un portal negro en medio del claro. Y apareció él.

Mateus Palamecia.

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El hombre clavó su báculo en el suelo y miró a su alrededor con dignidad, sin alterar el gesto. Quizás Ban se percatara ahora de que, curiosamente, mentora y aprendiz compartían no sólo un gusto por los trajes llamativos… Si no por los cuernos.

Maestra…—Palamecia dio un paso al frente—. Esto me trae viejos recuerdos. Pensaba que nunca me llamarías.

Como en los viejos tiempos. Yo llamaba y tú acudías. No parece que hayas cambiado mucho.

Os sorprendería si tuviéramos tiempo para sentarnos y charlar.—Clavó la mirada en Nanashi—.Nunca esperé veros juntas.—Cogió mejor la vara y durante un momento sus ojos se posaron más tiempo del estrictamente necesario en Ban—. Ya veo. ¿He de deducir que esto es un duelo a muerte por venganza?

Deduces bien. No volverás a interponerte en mi camino: esta vez me aseguraré de que no halles ninguna forma de regresar.—Nanashi invocó su Llave Espada.

Mateus se permitió una pequeña risa y puso la vara en ristre.

Entonces no os pienso hacer esperar. Pronto reclamaré el castillo, Maestra

Maléfica se limitó a sonreír enigmáticamente.

Todo pasó a gran velocidad. Comenzaron a llover rayos de luz desde el cielo que redujeron el mundo a un fuerte contraste de blanco y negro. El Emperador los rechazó creando una poderosa barrera a su alrededor. Después el hombre levantó su lanza e invocó unos meteoritos que se precipitaron violentamente contra Nanashi. La Maestra invocó a Garuda, que la trasladó a ras de suelo a toda velocidad, esquivando por centímetros los proyectiles, que abrieron profundos cráteres en la tierra.

¿Cuál es el problema, Nanashi? —inquirió de pronto Mateus, una vez la Maestra consiguió quebrar su última barrera—. No noto que estés intentando matarme. Te estás conteniendo.—Tuvo que retroceder con gracilidad para evitar que dos grandes lanzas de luz lo atravesaran—. ¿Qué es lo que ocurre…? ¿Acaso temes que el corazón de ese muchacho sufra algún daño antes de que me lo quites?

Nanashi crispó el rostro pero no contestó. En vez de ello se puso en posición de guardia y echó el brazo con el que sostenía la Llave Espada hacia atrás, como cogiendo impulso. El arma se iluminó de pronto, cargándose a toda velocidad.

Iba a asestar un golpe mortal.

Mateus sonrió ligeramente.

Permíteme que acabe con tus miedos

Nanashi aferró la empuñadura con ambas manos, quizás temiendo perder el control de su arma. Entonces soltó un grito de esfuerzo y dio una estocada al frente.

En ese momento Ban sintió una presencia a su espalda. No tuvo tiempo para defenderse; una mano negra como la noche le cubrió la boca y, con una fuerza irresistible, lo empujó hacia el suelo. De reojo pudo ver que quien se encontraba detrás de él era una sombra, una acumulación de oscuridad que había adoptado la forma del Emperador.

Entonces todo su cuerpo pareció disolverse. No comprendió lo que estaba sucediendo y, de cualquier forma, sucedió demasiado rápido. Pero la sombra lo había atrapado para fundirse con el suelo y trasladarlo de lugar a toda velocidad.

Cuando quiso darse cuenta estaba frente a Palamecia, que le dedicó una pequeña sonrisa antes de fundirse él mismo con la oscuridad.

La luz lo iluminó todo y un calor abrasador envolvió a Ban que, cuando se dio la vuelta, sólo vio como una flecha de luz inmensa se abatía sobre él. El golpe fue tan violento, tan seco, que ni siquiera le dolió, a pesar de que le atravesó el pecho. Sintió como la fuerza de la flecha lo arrancaba del suelo y dio varias vueltas de campana antes de acabar tumbado de espaldas.

Si se miraba los miembros, comprobaría que estaban empezando a desaparecer entre hilos de oscuridad, tan velozmente que no podía quedarle ni un minuto de vida.

Tras unos instantes de incertidumbre, Nanashi bajó la Llave Espada, pálida como un muerto. Se llevó las manos al rostro, temblorosa. Y lanzó un alarido desgarrador al comprender lo que había hecho. Corrió hacia Ban y se derrumbó a su lado de rodillas, levantándolo, intentando salvarlo mediante el hechizo curativo más poderoso que poseía.

Pero en vano.

La vida se le escapaba a Ban de entre los dedos; ya ni siquiera tenía piernas y su brazo izquierdo había corrido la misma suerte…

¿Sentiría algo ante la idea de desaparecer?
****
Nikolai y Enok


Señorita, no se preocupe —le dijo Nikolai a la joven desconocida—. Intentaremos acabar con esto cuanto antes.

¡A-Aguanta...!

Ella le miró con angustia, tragó saliva y asintió, agradecida. Luego extendió la mano y exclamó:

¡No hagáis daño al Guardián!

Nikolai y Enok se abalanzaron contra las Neosombras. A pesar de que recibieron un par de golpes y cortes que les hicieron sangrar los brazos y las piernas, con la ayuda del hombre-árbol y su montura consiguieron librarse de todas tras unos minutos de ensañarse con ellas.

Una vez los enemigos hubieron desaparecido, la criatura descendió pesadamente de su montura, haciendo retemblar el suelo, y se dirigió hacia los dos aprendices. Se detuvo a unos pasos, clavando la lanza en la tierra y, entonces, para su sorpresa, inclinó ligeramente la cabeza. Los aprendices escucharon un gruñido profundo, con altibajos que casi podían resultar musicales, y comprendieron que la criatura estaba hablando.

Os da las gracias.—La muchacha se encontraba detrás de ellos, despeinada, con las piernas y las manos llenas de arañazo, pero sana y salva. Se cogió un extremo de la falda e hizo una reverencia—. Y yo también. Muchísimas gracias por salvarnos la vida.—Entonces se volvió hacia el árbol y dijo—: Guardián, ¿venías buscando a este travieso?

La joven extendió los brazos.

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Una criatura delgadita, de no más de un palmo, miró con unos grandes e inocentes ojos hacia arriba. El Guardián lanzó una exclamación y tendió una mano, a la que el pequeñín se apresuró a saltar, y luego la llevó contra su pecho, protector. La chica sonrió.

Lo encontré poco antes de que me atacaran esas criaturas. Me alegra que esté bien. Me parece que al pobrecito lo estaba intentando cazar un animal.

El Guardián farfulló algo y luego se dirigió con paso firme hacia el caballo de Enok y Nikolai, que resoplaba de dolor en el suelo, puesto que aunque el primero le había liberado la pata, esta se había roto al encajarse. Se agachó a su lado y, mientras susurraba cosas, el animal pareció calmarse. Entre tanto, la joven volvió a hacer una reverencia.

Mi nombre es Rosa. ¿Podría preguntar por los vuestros?—Esperó a que hablaran. Contestaran o no, Rosa añadió con preocupación—: Y… Oh. ¿Qué es esto?

Rosa señaló hacia la perla. La hubiera guardado Nikolai donde fuera, resultaba visible a través de la ropa por su resplandor azulado. Y sería entonces cuando comprobaran que la suposición de Diablo estaba equivocada, porque la perla no brillaba ante el pequeño árbol, sino ante Rosa.

En ese momento un aullido resonó en la distancia. El Guardián se incorporó bruscamente, aferrando al arbolito contra sí, mientras el caballo se incorporaba con la pata envuelta en ramas. Les miró y gruñó algo. Rosa se pasó una mano por el pelo, nerviosa.

Dice que debemos ir con él. Que nos pondrá a salvo y que os agradecerá haber salvado al pequeño.

»Que vamos a las Ciénagas
.

Si los muchachos hacían ademán de marcharse, el Guardián se interpondría, negando con la cabeza. Además, Rosa se insistió en que era peligroso, que el huargo los encontraría y que podía estar llamando a sus compañeros… Y que no era buena idea rechazar la hospitalidad de un Guardián.

Parecía que no les quedaba otro remedio.

*


El camino fue largo y les internó más y más en el bosque, hasta que Nikolai y Enok se vieron incapaces de saber por dónde habían venido. Incluso si intentaron marcar un camino, era como si el bosque estuviera vivo, como si cambiara a cada paso. Había algo nuevo en el aire, algo que les hacía cosquillear la piel, que les penetraba por la nariz y les hacía sentirse más ligeros.

Algo diferente.

Podían ir a caballo —sin prisas— o andando. En cualquier caso les tocó seguir el paso del Guardián. Rosa les explicó que estaban dando rodeos para perder al huargo, pero pronto dejaron de escuchar sus aullidos.

Durante el camino tuvieron tiempo para hablar. El arbolito corrió, bamboleándose sobre sus piernecitas, hasta Rosa para que volviera a llevarle en brazos y la joven les sonrió mientras lo acariciaba y preguntaba:

¿Sois magos? ¿Ese hombre de piel cetrina… era, por un casual, Melkor? ¿Y qué es esa perla?

Ellos también podían aprovechar para hablar o hacer preguntas. En un determinado momento escucharon un batir de alas y un graznido. El arbolito se acurrucó contra los brazos de Rosa y el animal del Guardián soltó un rebuznido. El jinete volvió la cabeza hacia arriba y pudieron ver a un cuerpo observándolos desde una de las ramas de los altos árboles.

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El Guardián cogió una piedra y se la lanzó, espantándolo. Rosa se volvió hacia ellos con los labios fruncidos:

Démonos prisa. Dicen que los cuervos son los siervos de Maléfica…

Cuando la oscuridad se cernió sobre ellos, el Guardián les gruñó algo que Rosa tradujo como:

Dice que pronto se abrirá la entrada a las Ciénagas, pero que los invitados no pueden traer hierro consigo. Ni tampoco intenciones de hacer daño. Y que la… Oh… Que la Hada guardiana dirá si somos dignos o no de entrar.

Quizás estuviera bien preguntar qué eran las Ciénagas antes de aceptar…

No había acabado de hablar Rosa cuando oyeron una voz femenina decir, hacia su izquierda:

…¡alcanzaremos las Ciénagas!

Rosa se quedó de piedra y exclamó:

No, no puede ser. ¿Tía Fauna?

Dio un par de pasos en dirección a la voz, titubeante.


****
Aleyn


El chico se revolvió y trató de liberarse cuando Aleyn lo aferró por los hombros, pero su peso fue demasiado y lo arrastró consigo al suelo. El chico trató de apartarlo con un golpe de viento que por poco estuvo a punto de romperle el cuello a Aleyn. Pero, entonces, una inmensa espada se posó sobre el cuello del muchacho. El aprendiz pudo ver cómo la piel se le quemaba ante el mero contacto.

No te muevas o te cortaré la cabeza.

Aguarda, Abel. ¿Estáis bien, Aleyn? —inquirió, tendiendo una mano para ayudarle a incorporarse.

¿Qué hago con él?—gruñó el hombre.

Felipe observó durante un momento al hechicero, que temblaba ante el contacto del hierro.

No podemos dejarlo ir, ni tampoco matarlo… No cuando… Cuando puede ser un buen rehén. Así que lo llevaremos con nosotros.

*


El esto del día transcurrió rápidamente a medida que se adentraban en el bosque. Abel los guiaba y cargaba bajo el brazo al muchacho, llamado Ahren de acuerdo a Felipe. El niño no dejaba de lloriquear y gemir de dolor, puesto que Abel se había negado a dejarlo ir con ellos si no iba envuelto por su coraza de acero —era eso o cortarle la cabeza. Y parecía más que predispuesto a hacer esto último—. La piel del cuello y las mejillas estaba quemada y cada movimiento parecía ser un infierno para él.

Pero estaba claro que ya no era peligroso. Con todo, más valía que no lo dejaran escapar.

De tanto en tanto, Ahren les lanzaba miradas de profundo rencor. Pero también de miedo y angustia; debía ser la primera vez que le sucedía algo así.

Sin embargo, cuando hicieron un primer descanso, pudieron escuchar que murmuraba:

Maléfica me va a matar… Mi señora… Me va a…

Felipe se acercó y le sacudió por un hombro, intentando atraer su atención.

¿Cómo sabía Maléfica que íbamos a intentar hacer un pacto con las hadas? Habla y te quitaré parte de hierro.—Felipe levantó una mano para impedir que Abel protestara.

Mareado, con la mirada perdida, Ahren tosió y farfulló:

Porque… porque… Diablo es los… ojos y las alas de… Maléfica. Y ella está… buscando los tesoros.

Felipe y Abel intercambiaron una mirada de mutua comprensión y luego el príncipe cumplió su promesa; le quitaron la coraza a Ahren, si bien el niño acabó con las manos y la cintura aprisionadas con una cadena de hierro. Lo montaron en el caballo y Abel se quedó a su lado, dispuesto a cualquier cosa si Ahren trataba de escaparse.

Durante el camino Aleyn tendría la ocasión de hacer preguntas, por supuesto. Era una larga travesía, al fin y al cabo.

Y entonces, algo cambió en la atmósfera. Aleyn pudo notar cómo la magia hormigueaba en su piel, cómo los perfiles de las hojas parecían volverse más intensos, el aire más puro, más fresco y…

Felipe extrajo el cuerno; sus runas y diseños se estaban iluminando suavemente.

El príncipe sonrió.

¡Por fin! ¡Casi hemos llegado!

Apenas sí había terminado de hablar cuando escucharon una voz diferente, hacia su derecha:

…¡Pronto alcanzaremos las Ciénagas!

Felipe se detuvo en seco y Abel cerró los dedos en torno a la empuñadura de su espada. Se miraron entre los dos y luego a Aleyn, valorando qué era lo que debían hacer.

****
Xefil



¿Vu-vuestro pueblo- las hadas- ustedes, vosotras...?—Fauna lo observó con preocupación, aferrando su varita, como si temiera que un golpe del orco le hubiera afectado demasiado—.¿Fueron las hadas las que pusieron a dormir a mi reino? Como a este orco, ¿mandaron a dormir al Reino de Estéfano?

Fauna se cubrió la boca con una mano mientras que Heike arqueaba las cejas.

Así que eres de ese reino…

Fauna revoloteó un poco, mirando a los lados como si no supiera bien qué hacer. Entonces se acercó a Xefil y bajó la cabeza:

Así es. No puedo decirte el motivo, ya que no lo conozco. Freyja siempre fue una buena hada y cuidó con amor de vuestro reino. Desconozco los motivos que la impulsaron a sumir a todos en ese sueño cuando os atacaron las huestes de Maléfica. Pero, sin lugar a dudas, hubo un motivo de peso. Jamás os habría hecho daño.—Desvió la vista y musitó—: Freyja sólo hablaba de proteger a la princesa y de impedir que la maldición se cumpliera…

Todo eso está muy bien, pero no es el momento—les interrumpió Heike con brusquedad—. Ahora hay otras cosas más importantes. Tú. ¿Dijiste que te había atado el aprendiz de Maléfica?—preguntó, acercándose con un ademán agresivo. Cuando Xefil respondiera, Heike se mordería el labio inferior—. ¿Por qué está tan cerca? Se suponía que nadie sabía que el príncipe iba a… —Heike se quedó callada un momento y después se volvió hacia el hada—. Mi señora Fauna, antes nos habéis preguntado por una joven. No la he visto, ni tampoco a ninguna otra hada, lo lamento. Pero debo pediros un favor.

Desconcertada, Fauna asintió con la cabeza.

Dime, querida.

Hoy el príncipe heredero del reino se ha dirigido hacia la entrada de las Ciénagas para intentar pactar con las hadas. Si Ahren anda cerca, es muy posible que Maléfica lo sepa e intente evitarlo. Si conocisteis al hada Freyja, si conocisteis a nuestra hada Nerthus… Y sabéis lo que hizo con ella Maléfica, por favor, os suplico que me llevéis a la entrada de las Ciénagas. Necesito advertir al príncipe del peligro. —Clavó una rodilla en el suelo—. Por favor.

Fauna pareció debatirse consigo misma, alternando la mirada entre Heike y Xefil, y luego a su alrededor. Se arregló uno de los cabellos grises que se le escapaban del tocado y terminó por decir:

De acuerdo. Flora y Primavera me matarán, pero si Ahren está cerca… Diablo no andará muy lejos tampoco.—Se estremeció—. Oh, Rosa, espero que estés bien, mi niña…

Heike puso entonces una mano en el hombro de Xefil, clavándole los dedos enfundados en hierro que le hizo bastante daño.

Y tú te vienes con nosotras. Me debes la vida y tienes muchas cosas que explicarme, mago. Para empezar, cómo es que vienes del reino de Stéfano y no fuiste acogido por su majestad. Un mago habría destacado mucho en su corte.—Le clavó la mirada con ferocidad.

Claramente no se fiaba de él.

Echó a andar, arrastrando a Xefil consigo y con Fauna volando, no muy lejos, y mirándoles con sincera inquietud.

*


Había caído la noche y la luz plateada de la luna se filtraba a través de los escasos huecos del tupido techo de ramas y hojas. Ya casi no se escuchaban animales, aunque si grillos y todo tipo de insectos. Xefil no tenía la más remota idea de dónde se encontraban, de tanto que se habían internado en el bosque, caminando durante horas y horas hasta que, incluso marcando el camino, se había vuelto imposible regresar.

Era como si todo fuera distinto, como si estuviera rozando una realidad diferente. Las plantas parecían vibrar con energía, la atmósfera se estremecía y le cosquilleaban toda la piel.

Había magia en el aire.

Ya casi hemos llegado. ¡Pronto alcanzaremos las Ciénagas!—exclamó Fauna, sonriendo.

Entonces escucharon una voz, quizás de mujer, que exclamaba a lo lejos:

¿…ía… auna?

El hada se quedó desconcertada.

Esa voz…

Heike se puso en guardia y llevó una mano a la espada, dispuesta a desenvainar, mirando de reojo a Xefil, como preguntándose qué iba a hacer.


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Aprovecha, Astro, que es tu última ronda. ¡Espero que hayas disfrutado de la trama! Todos echaremos de menos a Ban! uwu


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Ban
VIT: --
PH: --/--

Xefil
VIT: 23/36
PH: 15/34

Aleyn
VIT: 17/32
PH: 1/10

Nikolai
VIT: 11/18
PH: 8


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Ausencias:
Zero (II)


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Fecha límite: jueves 6 de noviembre
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¡Gracias por las firmas, Sally!


Awards~

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Ronda #9 — Promesas de guerra — Fin

Notapor Astro » Sab Nov 01, 2014 3:44 pm

¡Espera! ¡¡PARA!!

Demasiado tarde. La flecha de luz me atravesó con un golpe seco, y mi cuerpo se deshacía en un calor abrasador.

Me moría.

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¡Sea!

Tras el primer encuentro con Maléfica, el resto del día pasó despacio... Demasiado despacio. Obligado a estar en uno de los patios, rodeado por orcos, goblins y todo tipo de criaturas repugnantes, mientras Nanashi y Maléfica permanecían dentro de la Fortaleza haciendo vete tú a saber qué. Además, Ronna, la mujer orco, parecía no querer quitarme el ojo de encima.

Has tenido suerte de que esa mujer apareciera. La Señora tiene la costumbre de practicar con los goblins inútiles o los invasores usándolos de diana para sus rayos.

Me limité a soltar un gruñido, y a seguir trasteando con el móvil. No quería hablar, y mucho menos con ella.

Estaba incómodo. Y no era por la armadura, de la cual me habría librado en cuanto Primavera había sido expulsada de la Fortaleza por la magia de Maléfica (al menos ya no tenía que preocuparme de que me convirtiera en piedra si descubría que le había mentido, de momento). No, no era por eso. La idea de que Mateus Palamecia apareciera por fin tras tanto tiempo me alteraba de una forma que no conseguía comprender. ¿Qué le pasaba a mi cerebro? Porque estaba claro que no era cosa de mi corazón...

Me entretuve como pude con el móvil, pero el tiempo parecía haberse ralentizado como por arte de magia. Mientras tanto, más y más monstruitos leales a Maléfica llegaban al patio o entraban en el interior de la Fortaleza. Incluso pude ver al mismo ser que me había perseguido por el bosque cuando aterricé, y que por fortuna o no me vio o me ignoró.
Otras figuras que me llamaron la atención fueron un hombre de nariz puntiaguda, muy pálido, que seguía a otro de piel amarillenta cubierto de heridas. Aunque no les di demasiada importancia.

Finalmente, y tras haber tenido que rechazar una carne que olía a cuerno podrido, Nanashi apareció en escena.

¿Y bien?

Vamos.—Me guió hasta fuera de la Fortaleza, hacia el interior del bosque, sin que nadie intentara detenernos—:Mantente alejado. Palamecia está a un nivel muy superior a ti. Pero cuando veas la ocasión, recupera tu corazón.

Claro...

Sobraba decir que no tenía intención alguna de recuperarlo. No tenía ni idea de cómo reaccionaria cuando estuviera en su presencia, pero sí había algo claro: no quería mi corazón por nada del mundo. Podía quedárselo para siempre, que le aprovechara.

La noche ya había caído cuando llegamos a un claro, donde Maléfica nos esperaba mientras examinaba el cristal de su bastón.

Se acerca. Te permitiré asestar el primer golpe.

Siempre supe que eras cobarde.

Oh, al contrario. Mateus siempre fue arrogante, pero no un mal aprendiz. No me cabe duda de que se habrá vuelto peligroso con el paso de los años… Y me interesa saber hasta qué punto.

Me usas para probarle, pues. Me parece bien—sentenció Nanashi, decidida.

Estas últimas palabras me confirmaron lo que había ido pensando a lo largo de la tarde: no habría charlas amistosas, ni nada por el estilo. En cuanto el Emperador llegara, estallaría la pelea.

Ya viene.

Incluso yo pude notar cómo el ambiente a nuestro alrededor cambiaba, alertando de la amenaza que estaba apunto de llegar.

Y, atravesando un portal de oscuridad, él llegó.

Mateus Palamecia... El hombre que cambió mi vida para siempre.

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Maestra…—Su báculo se clavó en el suelo, mientras él nos observaba con una calma inhumana—. Esto me trae viejos recuerdos. Pensaba que nunca me llamarías.

Como en los viejos tiempos. Yo llamaba y tú acudías. No parece que hayas cambiado mucho.

Mi cuerpo estaba rígido, y mi mente hecha un caos. ¿Qué debía hacer ahora...?

Os sorprendería si tuviéramos tiempo para sentarnos y charlar —la corrigió, antes de dirigir sus ojos hacia Nanashi—.Nunca esperé veros juntas.—Esta vez, su mirada se clavó en mí—. Ya veo. ¿He de deducir que esto es un duelo a muerte por venganza?

Deduces bien. No volverás a interponerte en mi camino: esta vez me aseguraré de que no halles ninguna forma de regresar.—La Llave Espada apareció en las manos de la Maestra.

Entonces no os pienso hacer esperar. Pronto reclamaré el castillo, Maestra —rió Mateus, alzando su vara.

Apenas pude darme cuenta lo que ocurrió en los siguientes segundos. Fue muy rápido, increíblemente rápido. Rayos de luz invocados por Nanashi atacaron al Emperador, que los bloqueó con una barrera y contraatacó creando unos meteoritos que la mujer esquivó por los pelos gracias a su eidolón alado.

¿Cuál es el problema, Nanashi? No noto que estés intentando matarme. Te estás conteniendo.—Incluso hablando, el intercambio de golpes y bloqueos mágicos continuaba—. ¿Qué es lo que ocurre…? ¿Acaso temes que el corazón de ese muchacho sufra algún daño antes de que me lo quites?

Maldije mentalmente la obsesión que todos tenían con mi corazón. Por otra parte, seguía sin saber qué hacer. Maléfica se había quedado apartada de la pelea, igual que yo. ¿A quién debía de ayudar? Una vez actuara, habría decidido mi bando. Pero lo raro era... Que no sabía cuál quería. Y una vez decidiera, ya no habría vuelta atrás.

¿Ayudar al hombre que me convirtió en lo que soy...?

Permíteme que acabe con tus miedos

Nanashi ya se había preparado para un asestar un ataque mortal. Luz en cantidades inmensas se acumulaban en su Llave Espada, la cual agarraba con fuerza utilizando ambas manos. El siguiente golpe desataría todo el poder de la Maestra.

Pero entonces, ocurrió.

No me di cuenta de qué estaba pasando hasta que fue demasiado tarde. Algo (¿o alguien?) me agarró por la espalda, tapándome la boca y empujándome al suelo sin que pudiera oponer resistencia. Por un instante, por el rabillo del ojo, pude ver el responsable: una sombra de pura oscuridad con la forma de Mateus.

A mi cuerpo le sucedió algo extraño, rodeado de tanta oscuridad, que no pude siquiera percatarme de que me había fundido con el suelo y avanzaba a toda velocidad hacia el centro de la batalla, arrastrado por la sombra.

Cuando salí, el Emperador estaba enfrente. Me sonrió, pero desapareció enseguida tragado por su propia sombra.

Al girarme, ya era demasiado tarde. Nanashi había disparado.

¡Espera! ¡¡PARA!!

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No hubo dolor. Sólo calor.

Estaba tirado en el frío suelo. Me pitaban los oídos, y todo a mi alrededor parecía difuso. ¿Quién gritaba...? Nanashi. La Maestra me había levantado y aplicaba magia sobre mi cuerpo...

Entonces pude verlo. Lo que había quedado de mí tras la flecha se estaba deshaciendo en hilos de oscuridad, flotando en el aire antes de desaparecer.

Me moría. Desaparecía para siempre. Y ni siquiera podía sentirlo.

Tanto tiempo buscando, tanto tiempo perdido... Tantas cosas por hacer, tantos misterios por descubrir. El futuro se desvanecía ante mis ojos, y sabía que el fin era inmediato. Ni siquiera se parecía a la última ocasión, esta vez era mucho más real.

Pero no quería.

En el fondo, aquellas palabras que pronuncié eran las únicas que importaban. No quería irme, no todavía. ¿Por qué...?

No... quiero... morir... —fue lo único que alcancé a decir entre esfuerzos, a la vez que una fría lágrima caía por mi mejilla.

Levanté el brazo que me quedaba hacia el cielo, en un último intento de aferrarme a la vida. Fue inútil.

Exhalé el último aliento, y mi cuerpo se deshizo para siempre.
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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Drazham » Mar Nov 04, 2014 5:03 pm

Ambos aprendices y el coloso se enzarzaron en una pelea contra las Neosombras restantes. Aunque un par de heridas y rasguños si se llevaron, la batalla no llegó a durar mucho. Habían conseguido librarse de los sincorazón.

Nikolai dejó escapar un suspiro de alivio y clavó su arma en el suelo, sobre la recostó sus manos. Notó como toda la tensión que había estado acumulando desde que comenzó su misión en el Reino Encantado se volvió menos cargante tras la sesión de “ejercicio”.

Un retumbo se escuchó, y es que el gigante se había bajado de su montura para plantarse ante los dos aprendices. Niko alzó la mirada hacia el ser, algo inquieto por lo cerca que lo tenían, pero en cuanto vio que este dejó su arma e inclinó su cabeza, sus preocupaciones se esfumaron y comprendió que sus intenciones no traían hostilidad. La criatura emitió una serie de gruñidos incomprensibles. Estaba hablándoles, aunque en una lengua desconocida.

Os da las gracias —la chica de cabellos dorados sorprendió a Niko por la espalda, con un aspecto que no es que fuese mucho mejor que el de ellos, e hizo una reverencia en señal de agradecimiento —. Y yo también. Muchísimas gracias por salvarnos la vida.

No hay de qué, señorita —Niko esbozó una sonrisa y entrecerró los ojos. Las amables palabras de la muchacha resultaron realmente alentadoras tras toda la hostilidad que había percibido en todo el día—. Cumplíamos con nuestro deber.

Tras eso, la chica se dirigió hacia la criatura arbórea.

Guardián, ¿venías buscando a este travieso?

Entonces le extendió al ser lo que había estado protegiendo todo este tiempo de los sincorazón.

¡Y estaba vivo!

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La criatura a la que se había referido como “Guardián” se sorprendió en cuanto vio al pequeño brote viviente; posiblemente una cría de los de su especie, entre los brazos de la joven y le tendió una mano. El arbolito, observándolo con perplejidad, saltó hacia la palma del gigante para luego acurrucarse a la vera de su congénere.

Lo encontré poco antes de que me atacaran esas criaturas. Me alegra que esté bien. Me parece que al pobrecito lo estaba intentando cazar un animal.

Supongo que por eso estaban tan hostiles esas criaturas… —farfulló Niko, recordando que los otros Guardianes casi les matan al considerar a Melkor como una amenaza.

Mientras tanto, el coloso clavó sus ojos en el malherido caballo que habían usado Enok y él para escapar de los esbirros de Maléfica. El pobre animal se había quedado desatendido en cuanto los aprendices encontraron a la muchacha, gimiendo de dolor. El Guardián se agazapó cerca de éste, e increíblemente, su presencia no pareció intranquilizar al equino, sino todo lo contrario.

Mi nombre es Rosa —se presentó la joven con otra reverencia—. ¿Podría preguntar por los vuestros?

Yo soy Nikolai —se llevó la mano al pecho e inclinó la cabeza—. Mucho gusto en conocerla, Doña Rosa.

Y… Oh. ¿Qué es esto?

El dedo índice de Rosa apuntó hacia el bolsillo del pantalón de Niko, en el que se percibía el intenso resplandor de la perla que guardaba en su interior. Extrañado, sacó el artefacto del pantalón y comprobó que su brillo era más fuerte que nunca ¿Estaría reaccionando a lo que les condujo a la joven?

En un principio, el aprendiz suponía que el resplandor de la perla se debía a lo que intentaba proteger Rosa. Viró la cabeza hacia el arbolito, que seguía en los brazos del Guardián, pero éste se encontraba demasiado lejos como para que la perla brillase de tal manera, y lo único lo suficientemente cerca que explicase el intenso destello era…

<Ella…> Niko observó perplejo a la muchacha. Era ella la que hacía que la perla resplandeciese todo este tiempo, pero… ¿Por qué?

De pronto, un espeluznante aullido resonó en la lejanía, alertando a todos los presentes. El aprendiz chasqueó la lengua, temiéndose que su antiguo captor se había librado de las otras criaturas del bosque. Por otra parte, el Guardián se puso en movimiento de inmediato y se comunicó con el grupo por medio de su extraña lengua, que solo Rosa llegó a entender y que tradujo para el resto:

Dice que debemos ir con él. Que nos pondrá a salvo y que os agradecerá haber salvado al pequeño.

»Que vamos a las Ciénagas.

¿Las “Ciénagas”? La primera vez que oía sobre unas ciénagas por este lugar, aunque tampoco tenían mucha elección. Deambular por el bosque sin rumbo seguía siendo una imprudencia, y seguían teniendo el puñetero problema de ser un blanco fácil para cualquier animal de los orcos que les pudiese rastrear.

Nikolai miró a Enok y se encogió de hombros. La única posibilidad que tenían de salir airosos de allí era aceptar la petición del Guardián y, de todas formas, tampoco tenían otro sitio al que ir.

De acuerdo, lo veo más viable que estar dando vueltas por el bosque como unos tontos.

***


Vueltas, vueltas y más vueltas. La idea que el Guardián tenía en mente era que el grupo se internase más en el bosque para que los huargos de los orcos les perdiesen la pista por completo. Parecía ser eficaz, porque Niko ya empezaba a pensar que ni el mismo sabía en donde se había metido.

Aunque lo que le estaba empezando a escamar era esa extraña sensación que notaba desde hace un buen rato. Le estaba empezando a entrar hormigueo y parecía que tuviese la cabeza en otra parte, lo que le hacía sospechar que estaba respirando alguna sustancia rara que fuese producto de las plantas del bosque. Solo esperaba que no acabase alucinando, porque ya era lo que le faltaba.

Mejor, porque había optado por no montarse en el caballo para que el animal no cargase con peso y se lastimase más la pata. No le hacía mucha gracia que le diese algo mientras estaba montado y se cayese de la silla.

¿Sois magos? ¿Ese hombre de piel cetrina… era, por un casual, Melkor? ¿Y qué es esa perla? —Rosa soltó aquella batería de preguntas mientras jugueteaba con el pequeño ser vegetal.

¡Vaya, y mira que yo soy el preguntón! —dijo con tono divertido—. Enok y yo venimos de una tierra muy lejana en la que aprendimos ciertos truquillos mágicos —Niko tuvo la sensación de que aquella excusa tenía pinta de haber sido múltiples veces por otros caballeros de la Orden, y que no sería la última vez que la fuese a utilizar—. Magia de poca monta, la verdad.

>>Sí, ese tipo era Melkor, un hombre sumamente “encantador” —aquello último lo pronunció con un tono agrio bastante forzado—. Tuvimos la mala pata de toparnos con él y nos obligó por métodos poco sofisticados a que le acompañásemos por el bosque. Entonces llegaron los otros Guardianes y aprovechamos para largarnos de allí.

>>Y sobre la perla… —Niko volvió a sacar la piedra, que una vez más, reaccionó ante la presencia de Rosa—. No tengo ni la menor idea de que es, ni de dónde ha salido. Diablo, el otro tipejo que nos acompañaba, dijo algo sobre que podía ser la clave para buscar unos tesoros… a saber que serán.

El tema de la perla seguía siendo una incógnita. Si Rosa, que era la única que podía tener alguna relación con el brillo que emitía, no sabía nada acerca de sus orígenes, no podrían sacar nada claro por el momento.

Bueno, creo que es mi turno para las preguntas —Niko esbozó una sonrisa picarona—. Tampoco es mi intención hacerle un interrogatorio, Doña Rosa. Solo quería preguntarle que hacía una chica como usted en mitad del bosque y acerca de esas Ciénagas, ya que dudo que se traten de un simple pantano en lo más profundo del bosque.

Al rato, un desagradable graznido se escuchó a sus espaldas. Tanto el caballo como el jabalí del Guardían dieron un respingo nada más oírlo, mientras que el pequeño brote se acurrucó atemorizado. Inmediatamente comprobaron que el responsable se encontraba subido en una rama mientras les observaba de manera mezquina.

Y para qué negarlo: era el cuervo más feo que había visto en su vida.

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No muy conforme con la presencia del animal, el Guardián agarró una piedra y se la arrojó, espantándolo de allí. Nikolai enarcó la ceja, extrañado por aquel comportamiento.

¿Tiene algo en contra de los cuervos?

Démonos prisa. Dicen que los cuervos son los siervos de Maléfica…

Otro dato más sobre el Hada oscura que añadir. Bien era cierto que los cuervos suelen representar un mal presagio en las obras de ficción y a alguien como Maléfica le pegaba el tener a una bandada de pajarracos negros como espías.

Además ¿Melkor no mencionó en una ocasión algo de un “cuervo”?

Llegó el anochecer, y el Guardián se volvió a comunicar con el grupo, siendo Rosa la que les tradujo sus gruñidos:

Dice que pronto se abrirá la entrada a las Ciénagas, pero que los invitados no pueden traer hierro consigo. Ni tampoco intenciones de hacer daño. Y que la… Oh… Que la Hada guardiana dirá si somos dignos o no de entrar.

Cuanto más oía hablar de las Ciénagas, más claro le quedaba que no se trataba de un pantano normal y corriente. Más bien de un refugio para toda clase de criaturas mágicas. Lo de la prohibición del hierro no les debería resultar ningún problema, siendo las llaves espada lo único metálico que llevaban (y a saber si su aleación contenía hierro) y que podrían ocultarlas en todo momento. Y el Hada guardiana… bueno, ya habían demostrado que sus intenciones en el bosque no eran malas, pero Niko no las tenía todas consigo para adivinar que consideraba “digno” el Hada.

Pero de sopetón, Rosa terminó de hablar debido a una difusa voz femenina que se oía por la izquierda.

…¡alcanzaremos las Ciénagas!

Su cara se volvió un poema.

No, no puede ser. ¿Tía Fauna?

La muchacha se dirigió hacia el origen de la voz lentamente ¿Amigo o enemigo? Daba igual, Nikolai prefirió acercarse también y acompañar a Rosa para evitarse sorpresas desagradables.
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[Reino Encantado] Promesas de guerra #9

Notapor Sheldon » Jue Nov 06, 2014 9:58 pm

Los sincorazones, versiones de mayor tamaño que las típicas sombras, fueron siendo derrotados por parte tanto de la pareja de aprendices de la llave-espada como del coloso, el cual pronto entendió que aquellos extraños estaban ofreciendo su ayuda. Los enemigos, evidentemente, no se mostraron sumisos sino que hicieron todo lo que pudieron para dañar al grupo dando como resultado numerosos cortes, rozaduras y heridas que una vez finalizada la batalla empezaron a escocer.

Cuando la batalla hubo finalizado, el gigante descendió del gigantesco jabalí y se acercó a los portadores. Acto seguido, de forma totalmente natural, clavó su arma en el suelo e inclinó el rostro acompañando este gesto con una serie de gruñidos. Enok, por inercia, reprodujo aquel movimiento mientras seguía con la mirada al ser.

Os da las gracias.—Se trataba de la anterior voz femenina, la de la chica a la que habían protegido. Enok volvió la mirada casi a la vez que Nikolai para darse cuenta del similar estado (bastante deplorable) en el que se encontraban todos los allí presentes. Había sido una batalla exigente, eso quedaba claro.— Y yo también. Muchísimas gracias por salvarnos la vida.—Añadió con una reverencia.

No hay de qué, señorita —respondió Nikolai al agradecimiento complementando sus palabras con una sonrisa—. Cumplíamos con nuestro deber.

Enok, por su parte, miró a la chica y asintió débilmente para terminar ocultando su rostro de la vergüenza de la situación.

Tras ello se volvió hacia el gigante y le dijo:

Guardián, ¿venías buscando a este travieso?

Lo que la chica sostenía entre sus brazos y ofrecía no era más que una especie de brote vegetal con un cuerpo definido proveniente posiblemente de una mentalidad fantasiosa, algo bastante normal en un mundo como aquel donde la naturaleza era posiblemente lo más humano que se podía encontrar.

El pequeño brote saltó hacia la palma de la mano del gigante, sorprendido, y se acurrucó entre su cuerpo. Era una estampa en cierto modo bella donde quedaba bastante claro que aquellos animales o seres poseían sentimientos y podían moverse a través de ellos.

Lo encontré poco antes de que me atacaran esas criaturas. Me alegra que esté bien. Me parece que al pobrecito lo estaba intentando cazar un animal.

Supongo que por eso estaban tan hostiles esas criaturas… —murmuró entre dientes el compañero de Enok.

El “guardián” tras todo esto volvió la vista hacia atrás, donde el equino que Enok y Nikolai habían cabalgado reposaba aún dolorido. Se agachó y pareció aplicarle algo sobre las heridas.

Mi nombre es Rosa —dijo la muchacha provocando que Enok desviase la atención y haciéndole perder el hilo de los acontecimientos que estaba llevando a cabo el coloso—. ¿Podría preguntar por los vuestros?

Durante un par de segundos una pequeña descarga eléctrica tuvo lugar en el cerebro del tímido aprendiz. No era como las demás, como las que normalmente todo ser humano experimenta a lo largo del día. Esta vez Enok la sintió expandirse por todo el cuerpo en forma de escalofrío, queriendo casi escapar por la punta de sus dedos. Todo había sido aquel nombre, Rosa, nombre que recordaba de su pasado.

Yo soy Nikolai —dijo este mismo adelantándose—. Mucho gusto en conocerla, Doña Rosa.

E-Enok —añadió el segundo aprendiz tras un suspiro e intentando dar la menor importancia a lo ocurrido.

Y… Oh. ¿Qué es esto?

Rosa señalaba directamente hacia uno de los bolsillos del pantalón de Nikolai. Entre la tela desgarrada se podía entrever un resplandor plateado. El chico la extrajo y la sostuvo entre sus manos. Miró durante unos momentos hacia el guardián e instantáneamente pareció entender algo. Enok le miró aún más extrañado aunque al poco lo olvidó.

El motivo de este olvido fue un espeluznante aullido en la lejanía que liberó en los alrededores manadas de pájaros que volaban aterrados. El coloso se incorporó, arbolillo en mano y dirigió unos gruñidos al grupo que Rosa no tardó en traducir:

Dice que debemos ir con él. Que nos pondrá a salvo y que os agradecerá haber salvado al pequeño.

»Que vamos a las Ciénagas.

Nikolai dirigió una mirada a Enok acompañada con un movimiento de hombros tras lo que añadió:

De acuerdo, lo veo más viable que estar dando vueltas por el bosque como unos tontos.

Así pues su destino ahora eran las Ciénagas.

Pero, ¿y el destino real? ¿Qué había sido de la misión inicial en la que entraba en juego aquella montaña picuda? Si Enok se paraba a pensar en todo esto solo podía llegar a la conclusión de que todo lo que había hecho en el mundo había sido dar vueltas y más vueltas, metiéndose de lleno en los asuntos de aquel mundo que si bien en cierto modo afectaban a Enok se suponía que su interés solo se debía centrar en los asuntos de la Orden.

O, al menos, es lo que se podía esperar...

El bosque no era como los demás. El bosque del Reino Encantado era un ser vivo más en conjunto. Junto al Guardián, la naturaleza liberaba todo su poder para convencer al más escéptico de su supremacía. Un espectáculo vegetal era lo que se podía ver a lo largo y ancho de los senderos que cruzó el grupo.

Rosa, Enok, Nikolai, el Guardían, el pequeño arbolillo y el caballo, ahora recuperado, caminaban a través de acuarelas verdes y marrones.

¿Sois magos? ¿Ese hombre de piel cetrina… era, por un casual, Melkor? ¿Y qué es esa perla? —Preguntó una curiosa Rosa.

¡Vaya, y mira que yo soy el preguntón! —respondió Nikolai. A aquellas alturas estaba claro quien iba a responder como una especie de portavoz—. Enok y yo venimos de una tierra muy lejana en la que aprendimos ciertos truquillos mágicos.Magia de poca monta, la verdad.

>>Sí, ese tipo era Melkor, un hombre sumamente “encantador”. Tuvimos la mala pata de toparnos con él y nos obligó por métodos poco sofisticados a que le acompañásemos por el bosque. Entonces llegaron los otros Guardianes y aprovechamos para largarnos de allí.

>>Y sobre la perla… —finalizó Niko mientras extraía el pedrusco—. No tengo ni la menor idea de que es, ni de dónde ha salido. Diablo, el otro tipejo que nos acompañaba, dijo algo sobre que podía ser la clave para buscar unos tesoros… a saber que serán.

Una vez finalizó la ronda de respuestas comenzó la de preguntas para el bando de los portadores.

Bueno, creo que es mi turno para las preguntas —comenzó Nikolai—. Tampoco es mi intención hacerle un interrogatorio, Doña Rosa. Solo quería preguntarle que hacía una chica como usted en mitad del bosque y acerca de esas Ciénagas, ya que dudo que se traten de un simple pantano en lo más profundo del bosque.

B-bueno... Ta-también necesitaríamos saber como llegar a la montaña encantada...esa—añadió Enok en un esfuerzo sobrehumano antes de que Rosa pudiese abrir la boca. Tras terminar su intervención, el chico miró a su compañero mordiéndose el labio e intentando transmitirle a Nikolai su inquietud.

Esperó la respuesta de la chica tras la cual todo quedó en silencio... salvo por un irritante graznido en lo alto de los árboles. Se trataba de un cuervo horripilante que observaba de forma inquisitoria a los allí presentes. El Guardián le lanzó una piedra lo que provocó que huyera revoloteando y dejando una ristra de plumas a su paso.

¿Tiene algo en contra de los cuervos?

Démonos prisa. Dicen que los cuervos son los siervos de Maléfica…

En un primer momento en la consciencia de Enok nada ocurrió no como en su inconsciente, espacio donde el chico se empezaba a sentir preocupado e indefenso pues empezaba a caer en la cuenta de quién era ese cuervo.

Salvo por aquel detalle, el camino hacia esas Ciénagas cada vez se antojaba más largo e inacabable. La noche empezaba a caer sobre los árboles y arbustos, mostrando tonalidades muy diferentes aunque apagadas. El bosque cesaba su actividad.

En un momento concreto, el gigante de la Naturaleza profirió unos gruñidos.

Dice que pronto se abrirá la entrada a las Ciénagas, pero que los invitados no pueden traer hierro consigo. Ni tampoco intenciones de hacer daño. Y que la… Oh… Que la Hada guardiana dirá si somos dignos o no de entrar. —tradujo Rosa.

Antes de que Enok pudiese pensar en su llave-espada y caer en la cuenta de que en realidad esta no descansaba en el mundo tangible, una nueva voz entró en escena.

…¡alcanzaremos las Ciénagas!

Rosa se volvió aterrada.

No, no puede ser. ¿Tía Fauna?

La chica se acercó unos pasos hacia la poseedora de aquella aguda voz, que aparecía de entre los troncos de los árboles seguida de Nikolai, dispuesto a protegerla. Por su parte Enok retrocedió unos pasos un tanto asustado intentando ocultarse entre las sombras proyectadas por las hojas.
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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Sally » Vie Nov 07, 2014 2:17 am

Estuvo a un suspiro —o más bien, a un mero soplo de aire— de pasar a mejor vida cuando su peso arrastró al Aprendiz hacia el suelo, mas de nuevo, la espada de Abel tuvo un efecto inmediato en el niño, haciéndole menos propenso a utilizar su poder para zarandear y tratar a la gente como meros muñecos de trapo.

No te muevas o te cortaré la cabeza.

Aguarda, Abel. ¿Estáis bien, Aleyn?

Sigo respirando, al menos —repuso con una sonrisa cansada, mientras se levantaba procurando no aceptar la mano que Felipe le ofrecía.

Esperaba que el príncipe no se lo tomara como un gesto descortés; era simplemente que su orgullo le impedía estar necesitado de la ayuda de los demás tan continuamente. No quería acumular más deudas pendientes. Todavía tenía dos con Nanashi, aunque debido a su afiliación a Bastión Hueco, dudaba poder devolvérselas algún día.

¿Qué hago con él?

No podemos dejarlo ir, ni tampoco matarlo… No cuando… Cuando puede ser un buen rehén. Así que lo llevaremos con nosotros.

Algo dentro de Aleyn se retorció al escuchar la palabra rehén, pero en realidad no disponían de otras opciones mejores. Así que se limitó a callar y a proseguir el camino que lideraran sus compañeros.

*


Mientras caminaban en silencio, Aleyn se obligaba a sí mismo a desviar la vista hacia Ygraine, que a su vez alzaba la cabeza de vez en cuando para observar al que, ahora lo sabía, se llamaba Ahren. El niño era el enemigo, sí, pero se le hacía tremendamente incómodo observar el efecto que el hecho de estar aprisionado por hierro le producía. Era la mejor forma de impedir que se escapara o invocara los vientos, lo sabía. Aunque eso no le hacía más llevaderos sus lamentos.

<<Ojalá pudiera conjurar algún hechizo de sueño>> pensó en una ocasión en la que acabó mirando a Ahren, cuyos ojos en aquel momento revelaban una angustia que le encogía el corazón.

Esa misma angustia quedó reflejada más tarde, cuando se detuvieron para hacer un descanso, y pudieron escuchar sus palabras, a pesar de que fueran murmullos.

Maléfica me va a matar… Mi señora… Me va a…

¿Cómo sabía Maléfica que íbamos a intentar hacer un pacto con las hadas? Habla y te quitaré parte de hierro.

Porque… porque… Diablo es los… ojos y las alas de… Maléfica. Y ella está… buscando los tesoros.

Casi esbozó una sonrisa irónica. Diablo. Qué nombre más apropiado para un secuaz del hada.

A cambio de aquella información, tal y como Felipe había prometido, Ahren dejó de estar prácticamente asfixiado por el hierro. Aunque por mucho que una parte de Aleyn pudiera alegrarse hasta cierto punto de que el niño hubiera dejado de sufrir tanto, se preguntó si aquellas cadenas serían suficiente como para evitar que se liberase. Esperaba que sí. Sabía que no le quedaba ya magia con la que poder enfrentarse a él o a nadie, y su cuerpo resentía ya todo el esfuerzo al que había sido sometido en lo que llevaba de día. No eran condiciones óptimas de presentar batalla.

En algún momento estuvo tentado de preguntar acerca del estado o paradero de Xefil, pero se mordió la lengua. Que Ahren estuviera a su merced no significaba que pudiese demostrar algún tipo de debilidad ante él. Además, ¿quién le aseguraba que fuese a contar la verdad si llegaba a interrogarle? Tenía ya bastante soportando aquella inquietud sobrevolando sus pensamientos como aves de mal agüero; no necesitaba una descripción cruenta —como imaginaba que el Aprendiz podía llegar a soltar— que la ilustrase.

En su lugar, y para romper de alguna manera el silencio que, esta vez, sí que se le hizo agobiante, decidió ir por otros derroteros.

¿Por qué sois el Aprendiz de Maléfica? ¿Es por el poder, por el afán de destrucción?

No se le pasaba por la cabeza el motivo para que alguien tan joven fuera tan… cruel, si es que esa palabra era realmente aplicable al niño. También podía ser que aquel aspecto fuera una simple fachada, que en realidad tuviera unos lustros, o incluso décadas, más de lo que sus rasgos infantiles indicaban. Aunque más o menos edad, ciertamente, no justificaba el hecho de usar la magia o las habilidades de uno para sembrar el caos y la discordia a su alrededor.

¿Os pusisteis voluntariamente bajo su tutela? —fue lo último que añadió, intentando que no se filtrara un tono de repugnancia en su voz.

No estaba seguro siquiera de querer saber la respuesta, así que si Ahren no contestaba, o decía cualquier cosa que no tuviera nada que ver, no insistiría en el tema. No era un interrogatorio, sino mera curiosidad y a la vez una forma de matar el tiempo.

En un momento determinado, todo a su alrededor empezó a sufrir un cambio. Aleyn se sentía más vivo que nunca, a pesar del cansancio que afectaba a su cuerpo. Ygraine empezó a moverse más deprisa, casi correteando de un lado a otro. Siempre había sido un animal tranquilo, pero no interpretó aquel comportamiento como que algo estuviera mal, sino que su fiel compañero se encontraba excitado, embriagado por la magia que se respiraba en el aire y les llenaba los pulmones de energía y cálida esperanza. Alargó la mano para poder rozar las hojas del árbol más cercano. Incluso a través de la armadura podía notar que no era igual que el follaje en cualquier otra parte del bosque. Y sabía que podría quedarse allí días, únicamente disfrutando de aquella atmósfera y aquella vitalidad. No había tiempo para eso, lamentablemente.

El Cuerno que les había hecho realizar el viaje hasta allí brillaba ahora, cada vez más intensamente, otra prueba más de la magia que les rodeaba.

¡Por fin! ¡Casi hemos llegado!

Apenas tuvo tiempo de esbozar una sonrisa de satisfacción cuando otras palabras se mezclaron con los sonidos de la naturaleza.

…¡Pronto alcanzaremos las Ciénagas!

El corazón casi se le detuvo en el pecho. ¿Estaban tan cerca de su objetivo y era solo entonces cuando se encontraban con otra persona? La voz no parecía amenazante, cierto, de hecho, creía percibir cierto matiz familiar, pero las apariencias siempre podían llegar a ser engañosas. Cuando Felipe y Abel le miraron, seguramente para decidir cómo actuar a continuación, señaló a Ahren, indicando que se quedaran con el Aprendiz.

Aleyn no era una persona reconocible para prácticamente nadie de aquel mundo, y desconocían la naturaleza de la persona —o personas, más bien, puesto que la voz había dicho “alcanzaremos”— que parecía tener el mismo destino que ellos. Era mejor prevenir que curar; su presencia no parecía haber sido descubierta, y Felipe y Abel siempre podían esconderse hasta que resolviera aquello o emboscar a los desconocidos si se daba el caso de que eran enemigos.

Así que se preparó para invocar la Llave-Espada, por si su presencia se hacía necesaria, y él e Ygraine se dirigieron hacia el origen de la voz.
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Re: Ronda 9

Notapor Zee » Vie Nov 07, 2014 12:12 pm

Así que eres de ese reino…

Asentí con mi cabeza. Sentí, al hacerlo, que me temblaba un poco.

Así esdijo el hada, acercándose hacia mí como si no quisiera alcanzar la voz. Me sorprendí a mí mismo inclinándome un poco en su dirección para asegurarme de que oía todos los sonidos que salían de su boca—. No puedo decirte el motivo, ya que no lo conozco. Freyja siempre fue una buena hada y cuidó con amor de vuestro reino —¿"Siempre fue"?—. Desconozco los motivos que la impulsaron a sumir a todos en ese sueño cuando os atacaron las huestes de Maléfica. Pero, sin lugar a dudas, hubo un motivo de peso. Jamás os habría hecho daño.[/b]

>>Freyja sólo hablaba de proteger a la princesa y de impedir que la maldición se cumpliera…

Tragué saliva. Fauna no lo había hecho una sola vez, sino varias:

Habló de ella en pasado. Como... si ya no estuviera aquí —"como las demás hadas", con las que los ejércitos de Maléfica habían acabado hace mucho tiempo, cuando yo era apenas un niño—. ¿Y a qué se refiere con que cuando fuimos atacados...? —agregué en un murmullo, uno que se escuchó todavía mucho menos cuando me llevé una mano a los labios—. Nunca fuimos--

De pronto sentí como si el suelo bajo mis pies hubiera sido arrastrado varias pulgadas. La escena a mi alrededor se distorsionó, como si la estuviera observando a través de un velo de agua sucia y estancada, mientras yo perdía el equilibrio y mis oídos eran inundados por un terrible chillido metálico.

El sonido de acero arrastrándose sobre acero se detuvo tan pronto como llegó y fui capaz de recuperar mi postura con sólo apoyarme en el árbol. Al instante se me pasó por la mente la posibilidad de que Ahren me hubiera envenenado, aunque pronto la descarté al ver que no había muchos fundamentos: ¿para qué, si ya me tenía atado?

Todo eso está muy bien, pero no es el momento. Ahora hay otras cosas más importantes—intervino Heike, sin consideración alguna por el delicado tema de conversación—. Tú.

Xefil —le insté.

¿Dijiste que te había atado el aprendiz de Maléfica?—cuestionó, acercándose hacia mí como para intentar presionarme. No reculé ni un centímetro, pero sí reprimí las ganas de pegar un respingo.

Sí. Ahren lo hizo—respondí.

¿Por qué está tan cerca? Se suponía que nadie sabía que el príncipe iba a… —alcé una ceja, a la par que la mujer se detenía. ¿Estaba ella con el príncipe? ¿El mismo que Ahren quería perseguir y el mismo al que Aleyn había seguido junto con el Capitán?

¿Qué príncipe? —pregunté. Heike tenía otras cosas más importantes en la cabeza, por lo que no llegó a escucharme. O si lo hizo, no me prestó atención:

Mi señora Fauna, antes nos habéis preguntado por una joven. No la he visto, ni tampoco a ninguna otra hada, lo lamento. Pero debo pediros un favor..

Dime, querida.

Hoy el príncipe heredero del reino se ha dirigido hacia la entrada de las Ciénagas para intentar pactar con las hadas.

Esperaesperaespera, ¿el príncipe hijo de Huberto?

Si Ahren anda cerca, es muy posible que Maléfica lo sepa e intente evitarlo. Si conocisteis al hada Freyja, si conocisteis a nuestra hada Nerthus… —así que nuestra hada, igual que la de ellos, había sido... — Y sabéis lo que hizo con ella Maléfica, por favor, os suplico que me llevéis a la entrada de las Ciénagas. Necesito advertir al príncipe del peligro. —demostrando lo importante que resultaba para ella, Heike se hincó en el suelo—. Por favor.

Miré al hada Fauna con algo de asombro, tomado por sorpresa ante la humildad con la que Heike había hecho la petición. Aquel sentimiento de servicio, añadido a la agresividad con la que había actuado antes y su manejo con las armas... no tardé mucho en conectar los puntos y asumir, aunque tal vez incorrectamente, que era parte de la guarda del príncipe.

De acuerdo. Flora y Primavera me matarán, pero si Ahren está cerca… Diablo no andará muy lejos tampoco—noté cómo al hada le daba un escalofrío—. Oh, Rosa, espero que estés bien, mi niña…

Me disponía apenas a preguntar quién era el tal Diablo y cómo era posible que pudiera aterrar a una sabia hada cuando sentí una mano apretar mi hombro con fuerza. Con mucha. Me quejé con un gruñido y rápidamente intenté apartarme, dándome la media vuelta para tratar de quitármela de encima.

Se trataba de Heike, claro.

Y tú te vienes con nosotras. Me debes la vida y tienes muchas cosas que explicarme, mago. Para empezar, cómo es que vienes del reino de Stéfano y no fuiste acogido por su majestad. Un mago habría destacado mucho en su corte.

Su mirada reflejaba acometividad. Ofendido por su desconfianza, le devolví la misma clase de provocación en la mía.

Yo no nací como mago. Y créeme que si supiera cómo escapé del hechizo, el resto no seguiría dormido a estas alturas.

Y dicho eso, eché a andar a regañadientes, vigilado siempre por la guerrera.

*¨*¨*


Caminamos por lo que parecieron ser horas y horas. No supe cuánto había pasado, en especial porque había pasado un buen rato inconsciente a causa de Ahren, pero sin duda el día se nos terminó más pronto de lo que esperábamos. Pronto oscureció en el bosque y terminamos sumidos en un manto de penumbras impenetrables; tanto, que pronto se volvió imposible intentar mantener consciencia alguna sobre mis alrededores y retener cualquier camino de regreso o posible vía de escape. Lo único que nos iluminaba era la luz de la luna, la cual, para mi desgracia, parecía ser suficiente para Heike y Fauna. Acostumbrado a los lujos de la electricidad o la magia, ya no me sentía cómodo sin una linterna de baterías o un Piro en la mano, algo que demostraba lo mucho que me había des-aclimatado a mi mundo nativo.

Tuve suficiente tiempo para pensar. Creo que esa fue la única ventaja de nuestro largo viaje. Aunque traté y traté, no lograba recordar con claridad la situación del reino antes de caer en el sueño eterno; podía estar seguro de que nos encontrábamos bien, pero las palabras de Fauna me habían demostrado algo por completo diferente. Maléfica había intentado atacarnos y nuestra hada nos había intentado proteger.

¿Seguramente ya era tiempo de bajar las defensas? Ningún ataque podía durar tantos años. O tal vez, al igual que las dos hadas vecinas, la nuestra había terminado por ser derrotada por Maléfica también... y su hechizo había permanecido, sin nadie que pudiese retirarlo. ¿Pero en qué momento...? ¿Cuántos años habíamos estado ausentes...?

Si yo nací... ugh, ya ni siquiera sabía en qué fecha estábamos. En mi mundo, claro; la fecha intergaláctica me la sabía, 1212 después de la Guerra, pero tampoco estaba seguro de en qué año había nacido si utilizaba la denominación de los Portadores. Me encontraba completamente a ciegas, y ya no sabía si seguía teniendo 19 años o si tenía que agregar al menos media docena.

Y por otro lado, estaba el hecho de que... finalmente tenía una explicación. Después de tanto tiempo... y pensar que había sido tan sencillo como volver a casa y... ¡preguntar! En ningún momento había pensado en los reinos vecinos, o en las Ciénagas, o en las Hadas... Me había convencido de que nadie podía ayudarme, tal vez por el mismo miedo que me había impedido regresar, o tal vez por influencias externas... De cualquier forma, estaba hecho, y no podía sentirme más descansado.

Poco a poco la ecuación se iba llenando; algún día sería capaz de resolverla.

Ya casi hemos llegado. ¡Pronto alcanzaremos las Ciénagas!—exclamó el hada que nos guiaba después de varias horas. Si mis piernas pudieran hablar, habrían clamado victoria en aquel momento.

Qué alivio... —pero no podíamos descansar, ¿verdad? Todavía había muchísimas cosas que hacer. Lo que me recordaba, ¿no me había alejado terriblemente del propósito original de la misión? No sabía nada sobre la Maestra Rebecca y, salvo la existencia de Ahren, no tenía información alguna sobre Maléfica y sus intenciones.

¿…ía… auna?

Nos llegó el sonido enmudecido de una voz en la lejanía, ante lo cual los tres nos detuvimos y nos quedamos algo confundidos.

Esa voz…

¿La conocéis? —pregunté a ambas. Estaba claro que Fauna lo hacía (Heike parecía sacar su arma para todo, así que no estaba seguro sobre ella), pero el hada no parecía creer que fuese buena idea confiar en sus sentidos y avanzar sin precaución.

Me encogí de hombros en cuanto Heike me miró. Alguien tenía que hacer algo, ¿no? ¿Sabrían ya dónde nos encontrábamos?

Me llevé una mano al cinturón y sujeté la empuñadura de mi daga, mientras con la otra entornaba mis dedos, preparados para recibir la de mi Llave-Espada en cuanto decidiera materializarla.
—You're like that coffee machine: from bean to cup, you fuck up—

~Dondequiera que el arte de la medicina es amado,
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Ronda 10

Notapor Suzume Mizuno » Sab Nov 08, 2014 4:30 am

Nikolai y Enok


Rosa escuchó las respuestas que le dio Nikolai con solemnidad, mientras el arbolito observaba a los aprendices con una sonrisita y ojos curiosos, extendiendo la mano hacia ellos. Se quedó pensativa cuando le explicó lo de la perla, pero no dijo nada.

Bueno, creo que es mi turno para las preguntas —Rosa sonrió cuando el muchacho dijo aquello y asintió, preparándose para que le presentaran sus dudas—. Tampoco es mi intención hacerle un interrogatorio, Doña Rosa. Solo quería preguntarle que hacía una chica como usted en mitad del bosque y acerca de esas Ciénagas, ya que dudo que se traten de un simple pantano en lo más profundo del bosque.

Ahora mismo estoy viviendo en el bosque. Pero no pretendía ir tan adentro. Necesitaba despejarme y aclarar mis ideas cuando unas criaturas negras empezaron a perseguirme.—Frunció el ceño—. Era horrible, me perseguían incluso cuando no deberían ser capaces de verme, como si llevara una lámpara que iluminara todo el bosque…—Suspiró—. Luego me encontré a la criaturita y estuve escapando casi todo el resto del tiempo. En cuanto a las Ciénagas, se trata del lugar donde viven las hadas y el resto de criaturas mágicas, como el Guardián. Ya no son tan hostiles como en otros tiempos a los humanos…—Levantó la mirada hacia el escaso cielo que se veía a través de las hojas—. Y hoy es luna llena. Se abrirá la puerta a las Ciénagas. Supongo que si vamos con un Guardián acudirán a nuestra llamada, claro, pero normalmente los humanos no podrían acceder a las Ciénagas sin ser atacados. Al fin y al cabo, es su territorio y decidieron aislarse del resto del mundo por propia voluntad.

B-bueno... Ta-también necesitaríamos saber como llegar a la montaña encantada...esa.

Rosa pegó un respingo y miró a Enok con una mezcla de desconfianza y miedo.

¿Habláis de la Montaña Prohibida? ¿Dónde vive el Hada Maléfica? ¿Por qué ibais a querer ir?

Más valía que Enok respondiera pronto o, por el gesto de Rosa, era muy probable que perdiera su confianza. Los dos perderían su confianza, aunque no por ello les rechazaría u obligaría a dejar de seguir al Guardián.


****
Aleyn



Felipe pareció un poco contrariado cuando Aleyn no aceptó su mano, pero tampoco dio demasiada importancia al gesto: lo importante en ese momento era Ahren.

Cuando Aleyn se aproximó a Ahren y realizó la primera pregunta, Abel soltó un resoplido y puso los ojos en blanco.

¿Necesita un motivo? Nunca ha tenido remilgos en atacar a los humanos.

Felipe no comentó nada, si bien miró a Ahren con sincero interés.

El muchacho les recorrió con una mirada cansada y rencorosa. Luego se quedó observando tanto rato a Aleyn, que este debió asumir que no le respondería. Sin embargo, el aprendiz del Hada abrió la boca y dijo con voz ronca:

Todos vosotros sois unos estúpidos. Es todo por vuestra culpa. Odio las Ciénagas. Odio a los humanos. Maléfica es la única que me comprendió y me aceptó. Ella sabe lo que es ser traicionada por tu gente… y los humanos—añadió, casi escupiendo el nombre.

¿Os pusisteis voluntariamente bajo su tutela?

Ahren sonrió con desprecio a Aleyn.

Oh, sí. Me prometió hacerme fuerte si no la traicionaba. No confía en mí, pero me da igual. La serviré hasta que me muera—Soltó una carcajada amarga.

Esperemos que no quede demasiado para ese momento.

Ahren crispó los labios, con un destello de rabia iluminando sus ojos. Pero la posibilidad de que volvieran a cubrirlo de hierro debió ser suficiente para convencerle de morderse la lengua y realizar el resto del viaje en silencio.


****
Xefil


Heike se quedó mirando a Xefil en silencio, sin confiar en él, mientras que Fauna abrió mucho los ojos y murmuró algo que sonó a «¿rompió el hechizo de Freyja?». Sin embargo, el ánimo taciturno del muchacho debió influir en que ninguna de las dos hiciera preguntas.

El resto del camino transcurrió con todos en silencio, a pesar de que Fauna parecía bastante incómodo y revoloteaba, agitando su varita, como si se planteara temas de conversación que terminaban muriendo antes de que llegara a pronunciar una sola palabra.

Entonces, cuando ya casi habían llegado, y Fauna reconoció la voz…

¿La conocéis?

No—gruñó Heike.

¡Yo sí la conozco! ¡Es Rosa! ¡Rosa, querida niña!

Y el hada salió disparad hacia delante. Heike escupió una maldición y echó a correr detrás de ella.


****
Todos


En un efecto cadena, cuando Rosa escuchó a Fauna gritar, echó a correr. Y lo mismo hicieron Abel y Felipe, alertados por las voces, ya que ninguno de los aprendices decidió ir a investigar qué estaba sucediendo.

Los tres grupos salieron a un claro atravesado por una laguna de aguas tan claras que parecían imposibles y reflejaban una luna brillante, sobrenatural, como si fueran un espejo. Un espejo rodeado por flores y todo tipo de plantas que parecían alimentarse de la luz lunar, desprendiendo un tenue halo de luz. Y no muy lejos, bordeando la orilla, había un arco viejo, antiguo, de piedra. Daba la impresión de que antaño hubiera existido una edificación completa, pero ahora sólo restaba aquella antigua puerta.

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Fauna y Rosa apenas sí tuvieron unos momentos para celebrar su reencuentro con un intenso abrazo. Porque entonces la montura del Guardián relinchó cuando Abel salió de entre los arbustos armado con su gran espada, inquieto ante la presencia de tanto hierro.

Rosa se asustó y exclamó, extendiendo una mano:

¡Aguarda, no…!

¡Joder! ¿Eso es un Guardián? —exclamó Abel, abriendo mucho los ojos y bajando el espadón ligeramente.

¡Lo es! ¡Aléjate, por favor o creerá que eres un enemigo!—rogó Rosa, volviéndose hacia Abel.

Este, a su vez, se giró hacia el lindero del bosque, del cual saldrían Heike y, probablemente Xefil. Y si Abel se sorprendió al ver al segundo, todavía más cuando la primera, boquiabierta, de pronto frunció el ceño y se arrojó sobre él.

¡Dónde está el príncipe! ¡Tengo que…! ¡Oh, alteza!—Heike, perseguida por la mirada atónita de Abel, fue a precipitarse sobre el príncipe. Pero no lo hizo al reconocer a la criatura que llevaban atada con cadenas y se quedó balbuciendo por la sorpresa.

Felipe se quedó tan sorprendido como Abel al ver allí a Heike, e iba a preguntar cómo demonios había llegado a las Ciénagas cuando…

La vio.

Al principio dio la impresión de que Felipe había visto un fantasma. Parpadeó con furia, sacudió la cabeza y se pasó una mano por los ojos. Pero, cuando volvió a mirar, ella seguía ahí. Y, tentativo, levantó la voz, como si no se atreviera a creer lo que estaba viendo:

¿…Aurora?

La muchacha, que se había vuelto y calmaba al Guardián, asegurándole que no iban a hacerle daño, que estuviera tranquilo y ellos hablarían con el hombre, mientras lanzaba miradas a Enok y a Nikolai para que la ayudaran a tranquilizarlo, se quedó muda y se giró con lentitud. Fauna, que alternaba la mirada entre Rosa y el joven, se llevó las manos a la boca y, emocionada, se echó hacia atrás con un gesto de emoción.

Felipe echó a andar hacia Rosa —¿o Aurora?—, con una mezcla de expectación y de miedo. La joven balbució con la voz rota:

Felipe. Oh, Dios mío…

El chico se plantó frente a ella y, mirándola de arriba abajo, mientras ella hacía otro tanto, le tomó una mano con miedo. Parecía que creyera que la joven desaparecía si la tocaba.

Creía… Pensaba que… Que estabas en el castillo cuando…

Rosa agachó la cabeza, pero luego sonrió.

No. Freyja me hizo salir antes con Flora, Fauna y Primavera… Siento no… No haber dicho nada pero… Mis tías dijeron que debía esconderme. Por si Maléfica…

Felipe no contestó, demasiado asombrado. Ninguno de los dos sabía bien qué decir, al parecer.

Entre tanto, Heike dio un ligero codazo a Abel y gruñó:

¿Dónde están tus hombres, pedazo de animal?

¿Y los tuyos?

Se quedaron mirándose un momento y luego se sonrieron mientras se tomaban de la mano con cariño.

Me alegra que estés bien. ¿Cómo es que capturasteis a…? ¿Y quién es este?

Abel frunció el ceño, mirando a Aleyn, y después a Xefil. Su mirada se posó también en Fauna, que parecía a punto de romper a llorar de la emoción por el reencuentro de Felipe y Rosa, en el Guardián y en los aprendices —o exclusivamente en Nikolai si Enok se había negado a dejarse ver—.

Me parece que hay que hacer demasiadas presentaciones.

Justo en ese momento, todos pudieron escuchar el batir de unas alas que se alejaban a toda velocidad… y el graznido de un cuervo. Aquello hizo que Rosa y Felipe pegaran un respingo y miraran a su alrededor con preocupación. El príncipe sujetó el cuerno entre sus manos, provocando que la muchacha lanzara una exclamación y acariciara el objeto sin poder creérselo.

¿Es el…? ¿Es que vas a invocar a las Hadas?

Ahora mismo—Felipe asintió con firmeza, sin soltar la mano de Rosa. Sin embargo, se giró hacia el resto de la gente y frunció el ceño—. Pero no esperaba que hubiera tantas personas.—Se adelantó un par de pasos y dijo, en dirección a Xefil, Nikolai y Enok—:¿Quiénes sois? ¿Y qué hacéis aquí?—El joven parecía sinceramente desconfiado, tanto que Abel y Heike echaron mano de sus espadas, poniendo nervioso al Guardián, que percibía la creciente tensión.

Entre tanto, era muy posible que Xefil hubiera visto que traían prisionero a Ahren sobre el caballo. Y el Hechicero le clavaba una mirada rabiosa, incrédula, ya que recordaba haberlo dejado bien atado.

Por otra parte, Rosa le explicaba apresuradamente a Felipe que Nikolai y Enok le habían salvado la vida, pero cuando éste escuchó que antes habían estado con Melkor, sus rasgos se ensombrecieron y rechinó los dientes. Rosa apretó los labios, sin saber muy bien qué hacer, cuando descubrió a Aleyn y se llevó una mano a la boca por la emoción. Con todo, no era el momento para un emotivo reencuentro, no al menos en ese instante, con Felipe apunto de saltar sobre Enok y Nikolai.

Quedaba en manos de los aprendices intentar evitar un estallido inevitable de violencia… O dejar que los acontecimientos siguieran su curso.

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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Zee » Mié Nov 12, 2014 11:07 am

¿La conocéis?

No—gruñó Heike.

Sí, eso lo supuse —dije con mucha naturalidad y franqueza—. Tomaste tu espada.

¡Yo sí la conozco! —mi atención se dirigió al hada Fauna y mis ojos fueron atraídos hacia ella al momento, mientras yo permanecía expectante ante lo que tenía para decir—. ¡Es Rosa! ¡Rosa, querida niña!

Luego de ello me giré hacia Heike, levantando una ceja. Me encogí de hombros, sin saber qué hacer, y ella maldijo por lo bajo para después salir corriendo detrás del Hada, que ya había salido volando (literal y metafóricamente) del lugar. Temeroso a terminar perdido, me apresuré a seguir a las dos mujeres.

Salimos a un claro casi al mismo tiempo que el otro grupo, aquel que había llamado nuestra atención. La voz femenina que habíamos escuchado iba acompañada, porque por supuesto, ¿qué haría una jovencita sola por el bosque cercano a las Ciénagas? Cuando salió, no pude evitar quedar pasmado por su aspecto: era muy hermosa. Con una figura esbelta, alta y de curvas discretas, con dos brillantes amatistas en sus ojos, labios rojos como pétalos de rosa, su ondulado cabello simulando un mar de oro… Su belleza era imponente, casi tan mágica como el lugar que nos rodeaba.

Junto con ella iba otro muchacho, más o menos de mi edad, delgado y unos cuantos centímetros más pequeño que yo, con un cabello color cobre y clarísimos ojos azules. Y aunque tardó un poco más en salir detrás de ellos dos, más tarde me toparía con que iba con ellos un tercero: todavía más alto y esbelto si era posible, con una cabellera dorada tan larga, una piel casi perfecta y unos rasgos tan afilados que le daban un aspecto muy femenino.

Por un camino completamente diferente llegaron más personas, cuya presencia era también inesperada. Me sentí muy afortunado al reconocer a Aleyn, al que inmediatamente le hice un gesto con la mano para llamar su atención y saludarlo a la vez, acompañado por el Capitán y por otro hombre que creí reconocer de cuando los Sincorazón habían atacado a aquella tropa.

Fue fácil ver a todos los presentes porque habíamos terminado en un sitio muy bien iluminado, comparado con el bosque del que habíamos salido. El claro poseía también una laguna que nos devolvía la luz de la luna con su impasible espejo de agua; y, estando tan cerca de las Ciénagas de los seres mágicos, las flores parecían también despedir cierto grado de luz. Lo único que contrastaba por su cualidad artificial, era un viejo arco de piedra.

¡Dónde está el príncipe! —exclamó Heike con una pizca de desesperación—. ¡Tengo que…! ¡Oh, alteza!—la guerrera se apresuró a reunirse con el noble, pero se detuvo cuando vio algo que la sorprendió. Curioso, miré por encima de su hombro y noté que llevaban un prisionero.

Era Ahren. El desgraciado niño hechicero. ¡Encadenado y herido!

Oh, eso es muy vergonzoso —me quejé desde mi sitio, donde me crucé de brazos e hice una mueca. No me dirigía a nadie en particular, pero supuse que Aleyn sería el que mejor entendería mis palabras—. ¿Podemos pretender que nunca luché con él? No me gusta parecer débil en público.

Mis ojos buscaron los del hechicero y brillaron con una leve chispa rojiza en la oscuridad.

Aunque tuviera más quejas para expresar, quisiera ponerme al día con mi compañero Portador, o estuviera interesado en hacer presentaciones, todas aquellas intenciones se tuvieron que ver interrumpidas cuando, ajeno a la situación de Heike y a mis comentarios hacia Aleyn, el príncipe llamó un nombre que me activó toda clase de alertas en mi mente.

¿…Aurora?

Sentí que el mundo se movía bajo mis pies debido a la impresión. Todo mundo conocía ese nombre; en particular la gente nacida en mi reino. Pero no podía ser, no… debía ser sólo una coincidencia. Nuestro reino seguía dormido, y la posibilidad de que ella estuviera allí, sana y salva, frente a nosotros…

No era posible. Tenía que llamarse igual que la princesa, no podía ser ella.

Pero esa era sólo mi manera de lidiar con la realidad, negarla tanto como fuera necesario hasta que mi mente se reacomodara. Sabía quién era la princesa Aurora, tenía recuerdos muy muy lejanos y distorsionados de haber estado presente en la celebración de su nacimiento cuando era pequeño. Y mientras crecía, frecuentemente se le mencionaba por el castillo, o lo hacía el propio rey, puesto que nuestra princesa se había alejado del reino para protegerlo de una profecía (o maldición, más que ello) expresada por Maléfica. Incluso había hablado de ella con Nanashi, puesto que creíamos haberla visto en el castillo. ¡Obviamente iba a saber de quién se trataba con apenas una mención de su nombre!

Pero no quería creerlo. Era obvio que la princesa estuviera allí, porque había estado lejos del castillo en primer lugar, y por lo tanto había “esquivado” el hechizo de Freyja… y en realidad, el simple hecho de que estuviera allí cambiaba muchas cosas.

Tal vez por eso me costó aceptarla como la noble que era, porque tenía miedo de que me trajera esperanza. Y no obstante, fue inevitable que pronto mi mente terminara rindiéndose ante mi corazón, que llenaba mi pecho con una calidez indescriptible, y supiera sin realmente saber que tenía frente a mí a mi señora la princesa.

Cuando la joven balbuceó el nombre del otro, “Felipe”, entonces todo encajó. Como Heike había dicho, era el heredero del reino de Huberto. Dos miembros de la nobleza, allí frente a nosotros, frente a la puerta que llevaba a las Ciénagas.

Era destino.

El hombre se plantó frente a la chica y tomó una de sus manos, gesto que ella correspondió tímidamente. Me llevé una mano a la boca, tomado por sorpresa por aquella inesperada muestra de afecto, pero también algo emocionado. ¿De verdad quería llorar o sólo lo añadí posteriormente en mis recuerdos para ser algo poético?

Me parece que hay que hacer demasiadas presentaciones.

Aquel crudo comentario rompió con cualquier magia que el momento tenía. O tal vez fue el espeluznante sonido de un cuervo y el batir de sus alas mientras se alejaba. Me gustaría creer que todos nos sentimos algo atemorizados, o al menos un poco sorprendidos, con aquel sonido que de alguna forma no se sentía natural en un lugar tan cercano a las Hadas como aquel.

¿Es el…? ¿Es que vas a invocar a las Hadas?

No entendí a qué se refirió la Princesa con aquella pregunta, puesto que mis ojos seguían posados en los árboles, a donde inconscientemente había ido a buscar al ave que había echado a volar hacía un momento. Pero supuse, a juzgar por la forma en la que el Príncipe se abrazó a algo que no alcancé a ver, que llevaba alguna especie de artefacto de invaluable poder mágico.

Ahora mismo. Pero no esperaba que hubiera tantas personas —me recorrió un escalofrío al sentir la mirada inquisitiva de alguien a quien había llegado a respetar en tan sólo unos segundos. Autoritario y un tanto amenazante, el Príncipe Felipe interrogó—:¿Quiénes sois? ¿Y qué hacéis aquí?

Heike y el Capitán tomaron sus espadas, ante lo cual se me escapó una reclamación desesperada que dirigí a la mujer:

¡E-Ey, no hagas eso, si yo vengo contigo! —Sin embargo, no cuestionaban mi presencia únicamente. Pronto reparé en que las miradas no sólo estaban posadas en mí, sino que también vigilaban de cerca a los dos muchachos que habían acompañado a la Princesa, la cual intentó explicarle a su amante-o-lo-que-fuese que ellos la habían ayudado.

Aproveché el momento para acercarme a Aleyn hasta que sólo unos cuantos metros nos separaban. Tragué saliva y luego carraspeé un poco, y luego volví a tragar saliva y sacudí mis manos intentando deshacerme de los nervios. ¡Tenía que elegir mis palabras de forma adecuada en frente de los dos miembros de la realeza, además de aplazar cualquier conflicto interno tanto como pudiese!

Alteza, si vos me permitís —empecé, pidiéndole al Príncipe Felipe la oportunidad para presentarme—. Soy Xefil... hijo de Arazec. Si queréis que me explique en pocas palabras, sólo tengo que decir que soy un mago y que Heike me ha salvado la vida hace unas horas —miré a la mujer y luego a Ahren, preguntándome si era necesario añadir si era bueno (o malo) con mis habilidades, pero decidí mejor no decir nada. En su lugar, me aproveché para ponerme a la sombra de alguien más grande y apunté a Aleyn con mi mano—. Antes de ello, venía con él —prefirí omitir nombres, en caso de que el joven hubiera ocultado su identidad; sólo por precaución—. Tal vez no me recordaréis, pero estaba allí cuando los demonios voladores os atacaron. Luego de eso me enfrenté a vuestro actual prisionero y éste me dio una francamente bien merecida paliza, para después dejarme a la merced de bosque antes de que Heike y mi señora Fauna… —no supe por qué, pero no terminé la frase. Había dicho “en pocas palabras”, pero ya sentía que me estaba extendiendo demasiado, por lo que decidí dar por terminado aquello.

Sin embargo, no pude contenerme y di un paso al frente… y luego descendí al suelo y me posé sobre mi rodilla, presentando mis respetos de la mejor manera que se me ocurría en esos momentos.

Y milady Aurora… Estoy a vuestro eterno servicio. Es un honor, y es mi responsabilidad como oriundo del reino de Stephan… y de Freyja… prestar mi hoja y mi magia para proteger vuestra vida mientras yo permanezca en este mundo —era una pequeña laguna legal, aquello; mientras ella lo interpretaría como un juramento hasta la muerte, yo podría interpretarlo como algo literal. Después de todo, y por más que me molestara, ahora también tenía responsabilidades como Portador.

Aliviado por haberme sacado eso del pecho, me puse de nuevo de pie con una sonrisa. Sabía que había cumplido con mi papel, así que me encontraba satisfecho. Sólo tenía que esperar la explicación de los dos muchachos que iban con la princesa a la que ahora había prometido proteger.

Me gustaría también intercambiar algunas palabras con vuestro prisionero más tarde… si eso fuese posible —pedí, girándome hacia el guerrero que protegía al príncipe Felipe.

Tenía algunas cosas que preguntarle a Ahren todavía.
—You're like that coffee machine: from bean to cup, you fuck up—

~Dondequiera que el arte de la medicina es amado,
también hay un amor a la humanidad~


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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Drazham » Jue Nov 13, 2014 12:03 am

Rosa les contó a los dos aprendices sobre su residencia en el bosque y los “pequeños” problemas que le daban los sincorazón. Era cierto que las dichosas criaturas se veían atraídas por los corazones ajenos, pero nunca había oído hablar de que fuesen capaces de rastrear con tanta facilidad a alguien por mucho que se esforzase en esconderse ¿Mala suerte? Podría ser, pero también estaba el detalle de que Nikolai había podido encontrarla por medio de una perla que reaccionaba a su presencia, y eso lo hacía más extraño.

También les comentó que, efectivamente, las Ciénagas era el lugar donde se refugiaban las distintas criaturas mágicas del bosque después de haberse exiliado de los dominios humanos. Curiosamente, la entrada al lugar estaría cerrada normalmente, pero hoy no. El paso a las Ciénagas se abría en las noches de luna llena, y daba la casualidad de que hoy tenían una bien grande en el cielo.

Por todo lo demás, el resto del trayecto habría sido bastante tranquilo… de no ser por cierto desliz:

B-bueno... Ta-también necesitaríamos saber como llegar a la montaña encantada...esa.

Rosa no reaccionó muy bien a las palabras de Enok, lanzándole una mirada llena de temor. Niko apretó los dientes, preocupado. Sacar a la luz esa información podía jugarles una mala pasada.

¿Habláis de la Montaña Prohibida? ¿Dónde vive el Hada Maléfica? ¿Por qué ibais a querer ir?

Obviamente, mencionar que querías ir al maldito lugar en el que residía la archienemiga del reino daba a entender que eras un completo lunático o que tus intenciones no eran del todo buenas. Rosa podía hacerse ideas equivocadas, lo que no les beneficiaba en absoluto.

Tenemos una razón para ir allí, Doña Rosa —Niko saltó de inmediato para arreglar la situación—. Los dos habíamos venido a estas tierras junto a un compañero más y nuestra… tutora —explicó—. Pero resulta que nuestro amigo se fue por su cuenta y sin avisar para explorar la montaña y, claro… nuestra tutora se fue de inmediato tras él en cuanto se enteró.

>>Aun no ha regresado ninguno de los dos, y me preocupa que les haya pasado algo —suspiró—. Por eso nos dirigíamos a la Montaña Prohibida, pero entonces apareció Melkor y se nos complicaron las cosas.

Mencionar a Ban o a su Maestra no entraba dentro de sus planes, pero necesitaba cualquier excusa para explicar el que quisiesen ir a la guarida de Maléfica. Además, a su mezquino compañero no le importaría que lo estuviesen usando de chivo espiatorio, ¿verdad?

¿Y cómo les estará yendo a los dos en la Montaña Prohibida?

***


Guiados por la voz femenina, el grupo acabó en un claro con un enorme lago en medio, bañado por la luz lunar y repleto de exóticas especies vegetales. Cerca de la orilla se podían ver los restos de lo que debía ser un tipo de estructura antigua. Ahora, lo único que quedaba era un arco de piedra deteriorado con el paso de los años que no comunicaba a ninguna parte.

Entonces no tardaron en aparecer los orígenes de aquella voz que tanto había llamado la atención de Rosa: la primera fue una mujer de expresión bonachona y entrada en años, vestida completamente de verde y que estaba… ¿volando? Sí, esas alas que tenía adosadas a la espalda no tenían pinta de ser adornos ¿Se trataría de una de las hadas de las que tanto se hablaba? Quizás, pero lo más curioso es que la acompañaba nada menos que Heike, la capitana de la aldea en la que se incursó hace un par de horas, y por las pintas que traía, debía de haberse metido en una buena pelea. También apareció con ellas un joven de cabellera castaña y un tanto despeinada.

La cosa no terminó ahí, porque un grupo más hizo acto de presencia. Este estaba formado por un joven galán, un hombre de aspecto rudo y empuñando una señora espada, un tipejo rubio un tanto delgaducho y, apresado sobre la silla de un caballo, un niño de piel grisácea y orejas puntiagudas, trayendo consigo una cara de pocos amigos.

Heike reaccionó de inmediato al ver al hombre de la espada, lanzándose hacia este.

¡Dónde está el príncipe! —los ojos del hombretón se abrieron como platos en cuanto Heike se le echó encima—. ¡Tengo que…! ¡Oh, alteza!—su cara cambió de sopetón en cuando su mirada se cruzó con el apuesto hombre que acompañaba al soldado ¿Quién se iba a imaginar que se encontrarían con el mismísimo príncipe en medio de un bosque?

El supuesto príncipe del reino también se quedó sorprendido ante tanta casualidad, y habría querido intercambiar información con la capitana, pero algo hizo que se separase del grupo, y que sus ojos se clavasen en cierta persona en concreto: Rosa.

¿…Aurora?

<¿Aurora?> Niko arqueó una ceja, extrañado ¿Quién era Aurora?

Por su parte, Rosa también se quedó boquiabierta cuando se percató de la presencia del príncipe. Ambos se quedaron mirándose el uno al otro, sin saber muy bien que hacer en ese momento.

Felipe. Oh, Dios mío… —pronunció con un hilillo de voz.

Bueno, lo que si estaba claro es que ambos se conocían, y no debían de haberse visto en mucho tiempo por sus rostros. Felipe, el príncipe, se acercó a Rosa con paso temeroso, y tomó su mano con suma delicadeza.

Creía… Pensaba que… Que estabas en el castillo cuando…

No. Freyja me hizo salir antes con Flora, Fauna y Primavera… Siento no… No haber dicho nada pero… Mis tías dijeron que debía esconderme. Por si Maléfica…

Mientras Rosa (¿o era Aurora?) y Felipe asimilaban su repentino encuentro, otras dos personas parecían estar haciendo lo mismo.

¿Dónde están tus hombres, pedazo de animal? —le preguntó Heike al acompañante del príncipe.

¿Y los tuyos?

Y de sopetón, ambos esbozaron una sonrisa y se cogieron de la mano. Que acaramelado se había vuelto el ambiente.

Me parece que hay que hacer demasiadas presentaciones —soltó el caballero tras haberse dado cuenta de la gran cantidad de personas que se habían juntado en el claro.

Ya pensaba que ibais a ignorarnos por completo —se burló Niko jocosamente.

Pero aquel momento de felicidad se resquebrajó en cuanto ese sonido, ese desagradable graznido volvió a escucharse. Niko chasqueó la lengua, consciente de que estaban siendo vigilados ¿Es que esa bruja tenía ojos por todas partes o qué?

Felipe viró la mirada a todos lados, preocupado, y agarró con firmeza un extraño cuerno que llevaba colgado.

¿Es el…? ¿Es que vas a invocar a las Hadas?

<¿Otro artefacto mágico?>

Ahora mismo —le afirmó el príncipe, no sin antes lanzarles una mirada a los demás presentes—. Pero no esperaba que hubiera tantas personas —entonces se acercó hacia los dos aprendices, además de mirar de reojo al otro chico que había venido con Heike y el hada—. ¿Quiénes sois? ¿Y qué hacéis aquí?

Una vez más, la desconfianza ajena provocó que la situación se volviese en contra de los aprendices, incitando a Heike y el caballero del príncipe a desenvainar sus armas.

¡E-Ey, no hagas eso, si yo vengo contigo! —rechistó el otro muchacho. Pese a que había venido con Heike, también desconfiaban de él.

Rosa acudió de inmediato a echarles un cable a Niko y Enok, explicándole a Felipe que le habían ayudado cuando los Sincorazón la estaban persiguiendo. Pero en cuanto el nombre de Melkor salió a la luz, un sentimiento de odio se apoderó del príncipe. Definitivamente, el cruzarse con el mestizo era lo peor que les había podido pasar. Puñetera suerte.

Mientras, el otro joven del que se sospechaba entró en acción para limpiar su nombre. Se presentó de la forma más pomposa y exagerada posible como Xefil, quien era compañero del otro chico rubio y que había tenido un par de problemas con el chiquillo encadenado (alguno de los siervos de Maléfica, seguro), saliendo escaldado de la trifulca para luego ser rescatado por Heike. También mencionó ser un mago, aunque por el espectáculo que estaba montado, más bien parecía un mago del teatro.

En vista de que, por enésima vez, tendrían que salir de este aprieto por su cuenta, Nikolai avanzó con paso firme hacia el príncipe para dejar claro su desentendimiento con Melkor de una vez por todas:

Príncipe Felipe, ¿verdad? —Niko se llevó la mano al pecho e inclinó levemente la cabeza a modo de reverencia—. Mi nombre es Nikolai Everard. Mi compañero y yo somos dos viajeros que buscamos a otras dos personas que vinieron con nosotros, pero tuvimos la desgracia de que ese mestizo, Melkor, y su panda de orcos se nos cruzasen por el camino. Nos apresó con la intención de exhibirnos ante su señora como si fuésemos unos trofeos de caza —masculló entre dientes—. Pero en el bosque logramos zafarnos de él cuando los Guardianes hicieron acto de presencia. Entonces fue cuando nos encontramos con… Rosa —le dirigió la mirada a la chica, sin saber muy bien con que nombre referirse a ella—. Y la libramos de esas criaturas que la atacaban.

>>Le juro que no tenemos absolutamente nada que ver con ese tirano —agitó la mano de un lado a otro en señal de negación—. Es más, me alegro de habérmelo quitado de encima. Además de retenernos, nos obligó a hacerle el trabajo sucio en una aldea, y me parece que uno de los presentes le podría dar más detalles sobre eso.

Nikolai clavó sus ojos en Heike, a quien le dedicó unas palabras:

Capitana, lamento cualquier percance que hubiese podido ocasionarle en la aldea —le comunicó a la mujer, dibujando una amarga mueca con la boca—. Mi intención era cumplir las órdenes de ese déspota cuanto antes para marcharme de allí y comprobar si uno de los individuos que buscaba era mi compañero extraviado, pero ese tipejo encapuchado no era el que…

De pronto, una chispa se encendió en la mente de Niko ¿Cómo no se había percatado antes? Acto seguido, oteó por todos lados, buscando entre todas las personas que se habían reunido en el claro.

Pero no estaba. El otro caballero del ratón amarillo no se encontraba allí.

Por cierto ¿Ese tipo no os acompañaba de camino al castillo del rey? —le preguntó a la capitana—. ¿Qué le ha pasado?
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[Reino Encantado] Promesas de guerra #10

Notapor Sheldon » Jue Nov 13, 2014 10:13 pm

Rosa respondió con detalle las preguntas que Nikolai había soltado. La muchacha al parecer habitaba aquellos bosques y en cuanto quiso adentrarse un poco más de lo común, los sincorazones habían salido a su caza, persiguiéndola sin descanso y provocándole toda aquella serie de percances. Al parecer, los aprendices habían llegado justo a tiempo para echarle una mano.

Por otra parte informó sobre la naturaleza de las Ciénagas, lugar donde habitaban criaturas mágicas y que en luna llena se habría al exterior.

Sin embargo, con la intervención de Enok, la atmósfera cambió radicalmente. Rosa se enervó y temblorosa murmuró:

¿Habláis de la Montaña Prohibida? ¿Dónde vive el Hada Maléfica? ¿Por qué ibais a querer ir?

El aprendiz devolvió la mirada a la muchacha aunque este se mantenía extrañado al desconocer el motivo de la reacción de la chica ante sus palabras. Por su parte, Niko escondió un tanto el rostro algo molesto pero pronto encontró las palabras para solucionar y aliviar las tensiones.

Cuando hubo finalizado, Enok agachó la mirada y se acercó a Nikolai lentamente:

Disculpa...

Por alguna razón lo que había dicho lo había hecho en un momento erróneo. Lo cierto es que sus palabras habían sido fruto de la ignorancia.

* * *

No, no puede ser. ¿Tía Fauna?

Cuando a los oídos de Rosa llegó aquel tono, sus piernas emprendieron una rápida marcha. Un sonido de pisadas alborotadas continuó. El grupo se encaminó detrás de la chica hasta que alcanzaron un nuevo paraje.

Esta vez se trataba de un claro bordeado por las aguas cristalinas de una laguna. Sobre la superficie la luz de luna creaba intrincados motivos y formas que se alzaban varios metros en el vacío. Hacia una parte de esta, un conjunto de piedras en forma de arco, todas ellas envejecidas y atravesadas por las agujas del tiempo reposaban plácidamente, dulces y estancadas.

Pero las pisadas no cesaron. Es más, en unos segundos la escena introdujo nuevos actores y la acción paso a complicarse de sobremanera.

En el justo momento en que Rosa se dirigió hacia la poseedora de la chirriosa voz, aquella a la que al parecer recibía el nombre de Tía Fauna y que era probable que se tratase de un hada a juzgar por las pequeñas alas en su espalda que la elevaban, de entre unos arbustos apareció un caballero con una espada entre sus manos, asustado y dispuesto a vencer el origen de tanto alboroto.

¡Aguarda, no…!—clamó Rosa.

¡Joder! ¿Eso es un Guardián? —exclamó el espadachín impresionando mientras miraba al mismo Guardián que les había estado acompañando hasta ese lugar.

¡Lo es! ¡Aléjate, por favor o creerá que eres un enemigo!

Enok dio un paso hacia atrás. No había visto a los nuevos personajes que acompañaban a Tía Fauna. Una de ellas era reconocible en cierta medida, la que se encontraba en la aldea que habían visitado antes, aunque la otra se trataba de una nueva desconocida.

¡Dónde está el príncipe! ¡Tengo que…! ¡Oh, alteza!—exclamó preocupada la chica de la aldea, lanzándose hacía el primer espadachín aunque pronto cambió el semblante, justo en el momento en que sus ojos se cruzaron con el rostro cuidado de otro de los nuevos personajes.

Enok, hacia este punto se encontraba totalmente perdido entre aquella marabunta. No sabía quien era nadie y empezaba a dudar de tanto reencuentro terminaría bien.

En cierto momento, sintió las miradas apresuradas de Rosa, que tanto a Nikolai como al propio Enok exhortaban a que tranquilizasen al Guardián. Enok se acercó rápidamente y acarició el lomo de la montura del gigantesco ser.

¿…Aurora?—Aquel nombre hizo que Rosa abandonase su cometido, acunada por un sentimiento embriagador. Enok volvió la mirada unos segundos en dirección a la voz pero pronto centró su atención de nuevo en serenar al animal.

A juzgar por el tono de las palabras a espaldas del aprendiz uno de los reencuentros estaba siendo especial. Tampoco es que con tantas personas presentes importase mucho.

N-No te harán daño...—susurró entrecortadamente el chico a oídos del animal.

También encontró tiempo para acercarse al caballo que les había transportado junto a Rosa y acarició superficialmente su lomo mientras sonreía despreocupado. Era un caballo bastante cuidado y no tardaría en recuperarse de todo lo que había vivido.

La felicidad latente se esfumó en cuestión de segundos tras el graznido del incesante cuervo. Podría decirse que se trataba del mismo cuervo oscuro y retorcido que había estado molestando al grupo. También era probable que la situación cambiase de un momento a otro. Algo se holía en el ambiente...

¿Quiénes sois? ¿Y qué hacéis aquí?—dijo el más apuesto de los allí presente, un hombre de cuento, el príncipe azul que todas soñaban. Junto a sus palabras se escucharon el sonido de unas empuñaduras.

Rosa se apresuró en explicar que tanto Enok como Nikolai la habían salvado pero un dato en concreto pareció no gustarle. Mientras tanto, Enok se acercó hacia el Guardián e intentó tranquilizarle, repitiendo las palabras que había usado con la montura.

Príncipe Felipe, ¿verdad? —comenzó Niko mientras se reverenciaba—. Mi nombre es Nikolai Everard. Mi compañero y yo somos dos viajeros que buscamos a otras dos personas que vinieron con nosotros, pero tuvimos la desgracia de que ese mestizo, Melkor, y su panda de orcos se nos cruzasen por el camino. Nos apresó con la intención de exhibirnos ante su señora como si fuésemos unos trofeos de caza. Pero en el bosque logramos zafarnos de él cuando los Guardianes hicieron acto de presencia. Entonces fue cuando nos encontramos con… Rosa —añadió dirigiéndose a la susodicha—. Y la libramos de esas criaturas que la atacaban.

»Le juro que no tenemos absolutamente nada que ver con ese tirano. Es más, me alegro de habérmelo quitado de encima. Además de retenernos, nos obligó a hacerle el trabajo sucio en una aldea, y me parece que uno de los presentes le podría dar más detalles sobre eso.—complementó Nikolai mirando esta vez a la aldeana.

»Capitana, lamento cualquier percance que hubiese podido ocasionarle en la aldea. Mi intención era cumplir las órdenes de ese déspota cuanto antes para marcharme de allí y comprobar si uno de los individuos que buscaba era mi compañero extraviado, pero ese tipejo encapuchado no era el que…Por cierto ¿Ese tipo no os acompañaba de camino al castillo del rey? ¿Qué le ha pasado?

Por su parte, ese tal Xefil se presentó como un mago hijo de “nosequién” con una historia que no interesó para nada a Enok. Lo que si logró llamar la atención de este fue un leve recuerdo que asaltó su mente, recuerdo que se remontaba unas semanas atrás y se había obligado a olvidar.

El tímido aprendiz continuó cerca tanto del Guardián como del caballo, acompañándolos casi oculto entre los hojas. Lo cierto era que no se sentía demasiado bien cuando había mucha bullicio alrededor por no decir que su propio aspecto en aquellos momentos era bastante deplorable: sucio, sin parte superior, salpicado por rasguños y totalmente despeinado.

No, lo mejor sería seguir donde estaba...
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Re: [Reino Encantado] Promesas de guerra

Notapor Sally » Vie Nov 14, 2014 2:44 am

Que el bosque se abriera en un claro casi de repente no le sorprendió tanto como lo que había en el propio claro.

Aquella visión le dejó casi sin aliento; estuvo a punto de detener sus pasos. Sus ojos se abrieron como platos, captando todos los matices de aquellas aguas, del reflejo de la luna, irreal, en ellas. Las flores tampoco parecían de aquel mundo. La tenue luz que envolvía todo aquel paisaje le hacía a uno preguntarse si estaba en alguna clase de sueño. Incluso el arco de piedra, que aparentaba haberse alzado allí desde quién sabía cuándo, se le antojaba mucho más lejano que la distancia real que los separaba. Así que aquella era la entrada a las Ciénagas. Su imaginación estaba desbordada intentando hacerse una idea de cómo serían entonces los parajes a los que abría paso… y fue culpa precisamente de haberse quedado prendado por culpa del paisaje que cuando volvió a la realidad, tardó unos instantes en recordar cómo había llegado allí y que el claro estaba lleno de gente del más diverso aspecto.

Por un lado, una mujer que parecía guardia o soldado, y Xefil, que le hizo un gesto con la mano, al que él correspondió con una leve inclinación de la cabeza. El alivio que le inundó fue casi palpable. Después de haber escuchado los motivos de Ahren, había temido incluso más por su compañero, por eso ver que se encontraba bien era una grata sorpresa.

Por otro, dos muchachos que no tenían aspecto de guerrero, lo que le llevo a preguntarse qué estarían haciendo allí, aunque su curiosidad fue sin duda mayor hacia la criatura que les acompañaba. Parecía un árbol que hubiera cobrado movimiento, y tenía que ser con fuerza un habitante de las Ciénagas, puesto que en la vida había visto algo parecido.

Oh, eso es muy vergonzoso. ¿Podemos pretender que nunca luché con él? No me gusta parecer débil en público. —escuchó decir al otro Aprendiz, e intento reprimir una sonrisa, mientras terminaba de observar a las dos últimas personas del claro en las que aún no se había fijado.

Y reconoció aquella figura esbelta, aquellos cabellos rubios, y estuvo a punto de pronunciar su nombre, con el pecho repleto de más alivio si cabe, cuando otra voz se alzó sobre la suya.

¿…Aurora?

Frunció el ceño, preguntándose si el estrés de la misión y el deseo de llevarla a cabo habían trastocado a Felipe, haciendo que viera a la princesa en el rostro de cualquier muchacha de su edad. Pero entonces ella respondió a aquel nombre, y todos los esquemas de su cabeza se hicieron añicos.

¿Rosa era Aurora? ¿Era la heredera del reino de Stéfano? ¿La muchacha que había visto crecer durante cinco años? Empezó a respirar de forma agitada, recordando aquella vez que, al descubrir que había escapado del hechizo que había afectado a todos los demás, le había preguntado que quién era ella, pensando que debía ser alguien especial. Y ella le había contestado que no era más que alguien perteneciente a una familia de caballeros, que tenía la edad de la princesa, únicamente. Que no era nadie. Nadie.

Comprendía que hubiera ocultado su identidad, hasta de él, la única persona que había visto en un tiempo aparte de sus tías, pero eso no hacía que se sintiera mejor al respecto. Si hubiera sabido que se trataba de la princesa, seguramente nunca habría accedido a acompañarla al castillo de Stéfano, intentando protegerla.

Y lo más probable entonces, ahora que lo pensaba, hubiera sido que jamás se encontrase con Nanashi o la Maestra Rebecca. Jamás se habría convertido en Portador de la Llave-Espada. Cómo de diferentes habrían llegado a ser las cosas en ese caso…

Había estado oyendo voces y palabras inconexas, sin en realidad entender bien lo que decían —estaba aún procesando la revelación de la que acababa de ser testigo—, hasta que el graznido de un cuervo terminó con su pasmo. Ygraine había reaccionado bastante antes que él, puesto que ya se había dirigido hacia Rosa y se había sentado cerca de ella.

¿Es el…? ¿Es que vas a invocar a las Hadas? —dijo la muchacha al vislumbrar el Cuerno.

¿También sabía de su existencia? ¿Es que acaso no iba a dejar de ser una caja de sorpresas?

Ahora mismo. Pero no esperaba que hubiera tantas personas. ¿Quiénes sois? ¿Y qué hacéis aquí?

El ambiente casi tranquilo y de ensueño que reinaba sobre el claro terminó definitivamente con aquellas preguntas. La tensión se hizo patente, y parecía que en cualquier momento iba a empezar un combate que aparentemente no tenía sentido. Rosa se apresuró a explicar la presencia de los dos jóvenes desconocidos, momento que aprovechó Xefil, la tercera persona bajo sospecha, para acercarse a Aleyn.

Me alegro de volver a veros —murmuró cuando el otro aprendiz podía oírle—. Cuando Ahren mencionó vuestro nombre temí… temí que algo horrible os hubiera pasado.

Su compañero entonces procedió a presentarse, recordando que le habrían visto en el campo de batalla a las fueras del bosque. Un suceso que, de pronto, se le hacía tremendamente lejano en el tiempo.

Dice la verdad, es mi compañero —añadió a las palabras de Xefil, como apoyo para que Abel, Felipe y la mujer que parecía pertenecer también a la guardia de Huberto, que tenían motivos más que justificados para no fiarse de nadie, no le consideraran una amenaza—. Se quedó en la linde del bosque con el resto de vuestros guardias cuando fui en vuestra busca, Alteza.

Lo siguiente le resultó tremendamente interesante; desconocía que su compañero fuera de su mismo mundo, de su mismo reino. Era probable que tuviera que habérselo preguntado antes, pero no era bueno para indagar en asuntos personales.

Uno de los muchachos que estaban acompañados por la criatura de las Ciénagas se presentó a continuación. El nombre no le decía nada, pero el hecho de que dijera que tanto él como su compañero eran viajeros, le hizo preguntarse de dónde serían. Aunque su leve sospecha quedaba difuminada por el hecho de que habían salvado a Rosa de los Sincorazón. No podía tratar a cualquiera que le apareciera en el camino como a un amigo, pero ni él ni el otro joven, que permaneció en silencio, parecían ser malas personas. No estarían allí si lo fueran… ¿cierto?

Porque aquel era el asunto que le escamaba, más incluso que el saber quiénes eran los que habían terminado allí reunidos. ¿Era casualidad que hubieran coincidido los tres grupos en aquel claro? ¿Era una maniobra del Destino? Le alegraba infinitamente haber llegado hasta las Ciénagas, que Xefil estuviera bien, y que… Aurora, tuvo que corregirse a sí mismo, no hubiera sufrido ningún daño mientras él había estado lejos de aquel mundo. Sin embargo, al mismo tiempo… sentía cierto desasosiego. Cuanto más cerca estaba uno de la meta, más tenía que perder. Y el graznido de aquel cuervo no había sido un presagio demasiado halagüeño.

Hizo un leve carraspeo, intentando llamar la atención de todo el mundo.

Es maravilloso que nadie parezca ser enemigo de nadie, porque no creo que a las Hadas les deleite un combate a las puertas de sus dominios. Mas quizás sea mejor que llevéis a cabo la ceremonia, Alteza cuanto antes —comentó dirigiéndose a Felipe. No pretendía ser sarcástico u ofensivo, solo sincero. No era una persona impaciente, ni de lejos, pero en esa ocasión le parecía apropiado darse prisa—. Una vez que se acabe esta pesadilla, podremos conocernos todos mejor y… ponernos al día.

Aquello último fue exclusivamente para Aurora, acompañado de una media sonrisa. Necesitaba hablar con ella, pero aquel no era el momento. No cuando estaban a punto de conseguir que las cosas fueran a mejor.

No cuando parecía que el futuro del Reino Encantado empezaba a iluminarse con los tímidos pero persistentes rayos de la esperanza.
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Ronda 11

Notapor Suzume Mizuno » Sab Nov 15, 2014 5:35 am

Felipe aceptó las explicaciones de Xefil gracias a la confirmación de Abel, así como de Aleyn. Pero cuando el muchacho se arrodilló ante Rosa, ella se quedó sin saber qué hacer y escuchó anonadada. Incluso miró a Fauna y a Felipe, como pidiendo consejo.

…prestar mi hoja y mi magia para proteger vuestra vida mientras yo permanezca en este mundo.

La princesa aguantó la respiración y luego cerró los ojos. Cuando los abrió, parecía infinitamente triste.

No merezco tal sacrificio. No yo, que huí cuando debería haber permanecido con mi pueblo. Sin embargo, Xefil Arazec…—Emocionada, por un momento pareció ahogarse en sus sentimientos. Pero consiguió continuar—. Agradezco tu juramento. Por favor, en lugar de protegerme a mí, protege nuestro hogar. Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano por evitar que se cumpla la maldición.

Felipe, tras un titubeo, atrajo a Rosa rodeándola con un brazo y sonrió.

Me gustaría también intercambiar algunas palabras con vuestro prisionero más tarde… si eso fuese posible.

Ahren le mostró los dientes.

Después. Eso si la guardiana no pide su custodia—respondió Felipe, con aire ausente.

Justo entonces Nikolai se adelantó para explicarse.

Le juro que no tenemos absolutamente nada que ver con ese tirano. Es más, me alegro de habérmelo quitado de encima. Además de retenernos, nos obligó a hacerle el trabajo sucio en una aldea, y me parece que uno de los presentes le podría dar más detalles sobre eso.

Heike arqueó una ceja cuando el aprendiz clavó la vista en ella, pero terminó por asentir:

Así es. Pero solo puedo responder por lo que vi con mis propios ojos. Hasta donde yo sé, podrían ser verdaderos aliados de Melkor. Sin embargo… Atacó a Diablo—añadió, ¿quizás con lo que podría ser… orgullo? ¿O satisfacción?

Felipe miró de pronto a Nikolai con nuevos ojos.

Por cierto ¿Ese tipo no os acompañaba de camino al castillo del rey?¿Qué le ha pasado?

La capitana gruñó por lo bajo.

Me ayudó parte del camino, como dijo que haría. Nos separamos para dividir a los huargos y no he sabido más desde entonces.

Es maravilloso que nadie parezca ser enemigo de nadie, porque no creo que a las Hadas les deleite un combate a las puertas de sus dominios. Mas quizás sea mejor que llevéis a cabo la ceremonia, Alteza cuanto antes —intervino de pronto Aleyn, atrayendo la atención de los presentes—. Una vez que se acabe esta pesadilla, podremos conocernos todos mejor y… ponernos al día.

Rosa devolvió la sonrisa a Aleyn; parecía sinceramente feliz de verlo de nuevo, y más o menos entero. Asintió con la cabeza. La joven ardía en deseos de hablar con su amigo.

Felipe se pasó una mano por el sucio cabello.

Tenéis toda la razón. No podemos perder más tiempo. Todos los que llevéis hierro encima, alejaos—ordenó con autoridad—. Hiere a la hadas.

Abel y Heike intercambiaron una mirada, antes de coger las riendas de Sansón y retirarse un par de metros sin parecer muy seguros de sí mismos.

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Felipe se llevó el cuerno a los labios, respiró hondo y sopló. El instrumento emitió un sonido cristalino, vibrante, que les penetró hasta los mismos huesos. El agua se estremeció entre suaves ondas que deformaron el reflejo de la luz de la luna.

Y entonces el arco se iluminó, desprendiendo una pura luz blanca.

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De pronto, la atmósfera entera se estremeció. La sensación mágica, sobrenatural, se incrementó hasta casi tornarse asfixiante. Pero la impresión apenas duró unos momentos. Del arco surgió una refrescante corriente de aire que arrastraba consigo olor a hierba, a tierra, a flores.

Una figura se perfiló en medio de la luz. Y, poco después, emergió y posó los pies sobre la hierba. Se trataba de una mujer alta, con largos cabellos verdosos y que usaba un cetro para marcar con suavidad sus pasos. Dos alas traslúcidas, similares a las de Fauna, aunque bastante más grandes se extendían a su espalda.

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Sé que no tiene alas, ¡pero a imaginárselas!


Posó la parte inferior de la vara en el suelo y los observó con una sonrisa amable. En especial cuando vio a Fauna. La mujer se llevó una mano al pecho y dijo con voz dulce:

Han transcurrido años desde la última vez que nos vimos, Fauna. Mi corazón se regocija al ver que estás bien.

Oh, Eir, quien más se alegra soy yo—Fauna, ruborizada, se inclinó con respeto.

La mujer, que tenía un aire etéreo, volvió la cabeza y observó a los humanos reunidos en el lugar.

Mi nombre es Eir, y soy la protectora de las Ciénagas. Me alivia ver que os acompañan dos… cuatro… de los nuestros.—Sus ojos se entrecerraron al descubrir a Ahren sobre el caballo. El muchacho, pálido, se encogió y evadió su mirada—. ¿Qué os trae aquí? Hace años que los humanos no tocan el Cuerno…[/b]

Entre tanto, el Guardián se dirigió hacia Eir, presionando con suavidad los flancos de su animal. Antes de alejarse dejó que la criatura se restregara cariñosamente contra Enok y que el pequeño arbolito descendiera hasta su rodilla y tocara con suavidad una mejilla del muchacho, esbozando una inocente sonrisa. Eir los recibió inclinando la cabeza y acarició a la pequeña criatura antes de apartarse para permitir que cruzaran el arco… El portal a las Ciénagas.

Felipe apretó la mano de Aurora y se adelantó, dejando su espada en el suelo. Clavó una rodilla en la tierra.

Mi señora, soy el príncipe Felipe, hijo del rey Huberto, y ella es Aurora, la hija del rey Stéfano. He sido yo quien ha tocado el Cuerno… Os suplico ayuda. Mi reino es el único que se mantiene en pie contra Maléfica, pero no lo soportaremos mucho más: no ahora que cuenta con la ayuda de esos demonios, de esas sombras negras. Da igual cuántas matemos, siguen viniendo una tras otra. Maléfica no se detendrá hasta eliminarnos a todos. Y después… Sólo quedarán las Ciénagas. Os suplicamos que nos ayudéis. Es nuestra enemiga común: Maléfica no dudó en eliminar a Nanna y a Nerthus. Es muy probable que Freyja también…—Felipe miró de reojo a Aurora, cuya expresión se había ensombrecido—. Por favor. Trazad una alianza con nosotros. Antes de que sea demasiado tarde.

Eir permaneció en silencio, pensativa, con el ceño ligeramente fruncido. Entonces se volvió hacia Aleyn, Abel y Heike.

Ese niño… ¿Me lo entregaréis?

¡No!—Ahren se revolvió, haciendo tintinear la cadenas—. ¡No voy a volver!

Ahren pertenece a las Ciénagas. Como en su día lo hizo… Maléfica—pronunció el nombre con un suspiro—. Lamentablemente, príncipes, no puedo comprometerme. Después de la guerra con los humanos, sellamos la entrada a la Ciénagas. Sólo unos pocos podemos salir… Y sólo en ciertos momentos se puede entrar. Es imposible salir a pelear contra Maléfica, no sin los tesoros.

¿Pero estaríais dispuesta si obtuviéramos los tesoros?—Rosa se adelantó un paso, con una expresión anhelante.

Eir la contempló en silencio.

Sé lo que Maléfica ha hecho a vuestros reino. También conozco el motivo por el que desea venganza. No deberíamos intervenir. Sin embargo, Maléfica ha ido demasiado lejos.

»Sí, princesa. Estoy dispuesta a hablar con la gente de las Ciénagas y tratar de convencerlos para luchar. Pero antes necesitamos los tesoros. Vos ya tenéis uno
.—Señaló el cuerno—. Quedan tres.

¡Los encontraremos!—aseguró Felipe con vehemencia.

Pero qué encantadora reunión.

Ahren dejó escapar un grito sofocado de alegría. Fauna se puso pálida y sujetó, temblorosa, su varita, mientras que Eir retrocedió un paso y enarboló su cetro con ambas manos.

Entre carcajadas que resonaban en medio de los árboles, una figura oscura avanzó entre los árboles. Una larga capa ondeaba elegantemente a su paso y un cuervo descansaba sobre su hombro izquierdo. La mujer, delgada, alta, que se movía con la gracia de una reina, desprendía un aura que prácticamente quemaba al tacto. Sansón relinchó, aterrorizado, y Abel tuvo que sujetarlo con firmeza por las riendas para evitar que echara a galopar, desbocado. Enok, en cambio, no pudo retener a su caballo, que escapó, perdiéndose en el bosque.

De pronto, toda esa atmósfera fresca, etérea, se tornó pesada, agobiante… Oscura.

Maléfica se detuvo a pocos pasos de Xefil y se apoyó sobre su báculo, sin dejar de sonreír.

Y pensar que personas tan dispares se reunirían para enfrentarse a mí. Mis hermanas, la plebe…—Entornó los ojos y los clavó en Aleyn y Xefil—. Los intrusos a los que nadie invitó…—Desplazó la mirada hacia Enok y Nikolai—. Los traviesos aprendices perdidos… Y, oh… ¡Hasta la realeza!

Felipe, que se había puesto delante de Rosa, apretó las mandíbulas y echó una ojeada a su espada, a pocos pasos de él.

¿No es maravilloso que todos esos dones que le otorgaron mis antiguas compañeras hayan convertido a la princesa en una muchacha de tanta gracia y belleza? —Inclinó la cabeza hacia su cuervo, como quien comparte un secreto al oído de su mejor amigo, y dijo alto y claro—: Como una flor antes de marchitarse.—Felipe se arrojó hacia la espada. Hubo un estallido de fuego verde y el príncipe salió despedido hacia atrás. Rosa gritó y se apresuró a sujetarlo.

Maléfica, detente.

No te preocupes, no podría hacer daño a una encantadora pareja. ¿Por qué? Es preferible ver cómo la maldición hace su trabajo. Vayamos, pues, al grano.—De pronto, la voz de Maléfica se agravó y todo rastro de buen humor desapareció de su afilado rostro—. Exijo que me devolváis a mi aprendiz, Eir, y una promesa de que no intervendrás en mis asuntos. Si no lo haces, te aplastaré como a todos los demás.

¿Como hiciste con Freyja?—Rosa se incorporó con los ojos anegados en lágrimas—. ¿Como hiciste con Nerthus, con Nanna? ¿Con todo aquel que tuvo el valor de no rendirse ante ti?

Exacto.—Maléfica tendió una mano hacia delante y el cuervo saltó a su dedo—. ¿Sabéis, princesa? Es una verdadera lástima que entre los dones que os concedieron las hadas no figure la inteligencia. En caso de que lo hubieran hecho, sabríais que vuestro destino es ineludible… Y no intentaríais tonterías como esta.—El hada resopló con burla.

Rosa temblaba, furiosa, impotente, de los pies a la cabeza. Tanto Abel como Heike rechinaban los dientes, conteniéndose a duras penas para saltar sobre ella.

Delante de los aprendices estaba el hada que, según decían todos, controlaba a los Sincorazón. Frente a ellos estaba la tirana que había destruido el hogar de Xefil y Aleyn, que había llevado la guerra a las tierras del rey Huberto. La mujer ante la que habrían acabado Nikolai y Enok, pues parecía conocer muy bien la existencia de los Caballeros, y quién sabía qué querría hacer con ellos.

En definitiva, se encontraban ante la responsable de arrastrar aquel mundo a una vorágine de desastres.

Maléfica dio un paso al frente.

Si no lo entregáis, lo tomaré yo con mis propias manos. Diablo: coge el Cuerno. Y luego…—Clavó los ojos en los aprendices, tanto de Bastión Hueco como de Tierra de Partida—.Si sabéis lo que os conviene, vendréis conmigo, Caballeros. Vuestra Maestra os está esperando.—Esbozó una sonrisa siniestra.

Diablo ya había extendido las alas, dispuesto a precipitarse sobre el Cuerno.

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Quería aclarar una cosa:

Dependiendo de lo que hagáis, influirá en el destino del Reino Encantado para bien o para mal. También, evidentemente, en vuestras relaciones con todos los NPCs. Pensaos bien vuestras acciones y ateneos a las consecuencias.


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Xefil
VIT: 23/36
PH: 15/34

Aleyn
VIT: 17/32
PH: 1/10

Nikolai
VIT: 11/18
PH: 8


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Ausencias:
Zero (II)


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Fecha límite: martes 18 de noviembre.
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¡Gracias por las firmas, Sally!


Awards~

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Suzume Mizuno
63. Komory Bat
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