Ronda 11
Publicado: Dom Abr 19, 2015 7:23 pm
Hana
La expresión del soldado cuando la espada se le escapó de entre las manos no tuvo precio. Aunque Hana probablemente no lo supiera, era la segunda vez que salvaba a Zac con el mismo recurso.
Y él sí que se dio cuenta, porque contempló a Hana con la boca abierta de par en par.
La espada se precipitó contra ella y la joven la esquivó en el último segundo, antes de que la ensartara como a un montadito. El alarido de dolor que resonó a su espalda —no había que olvidar que estaban rodeados por un muro casi infranqueable de gente— le tuvo que recordar también lo que había sucedido la última vez. Sin embargo, no parecía haber matado a nadie, al menos de momento: parte de la espada se hundía en el muslo de un robusto hombre, que parecía más enfadado que moribundo.
Zac se espabiló y asestó un cabezazo contra la boca del capitán, que soltó una exclamación y soltó al muchacho. Este se arrojó al frente, agarró a Hana por la mano y se fundieron con la multitud. Si Hana quería, podía arrancar la espada del muslo del desconocido.
La gente cantaba y gritaba un nombre al unísono, sin saber lo que había ocurrido con Frollo: «¡Quasi-modo! ¡Quasi-modo!». Si Hana miraba, vería que el jorobado se había elevado sobre el pedestal y saludaba a la multitud riendo, feliz. Incluso llorando.
Eso era malo. Si podía ver sus lágrimas significaba que estaba muy cerca del medio de la plaza, y que sería casi imposible salir por uno de los callejones hasta dentro de un buen rato. Eso si el capitán no les atrapaba antes, porque era posible que estuviera buscándolos. Zaccharie se abrió paso entre la gente hasta que, de pronto, se encontraron casi a los pies del pedestal.
Entonces se hizo el silencio.
Quasimodo se limpiaba algo de la cara. Parecía sangre, pero no. Era un tomate… podrido. El muchacho miró a su alrededor con horror.
—¡Viva el reeeeeeeeey!
Y otra fruta voló, golpeando al joven en la nuca. Trastabilló, trató de dar un paso, resbaló y cayó de espaldas. Hubo una oleada de carcajadas. Zaccharie masculló una maldición y trato de arrastrar a Hana lejos de allí, pero no hubo manera: la gente empujaba hacia delante, no les dejaba irse. Lo peor fue que vieron a dos soldados cerca, vestidos de negro. La fruta, las piedras volaban por encima de las cabezas de los jóvenes.
—¡Tenemos que salir, antes de que…!
—¡A dónde crees que vas, jorobado, la diversión acaba de comenzar!
Un hombre rubio reía mientras cogía impulso y arrojaba una cuerda al frente, atrapando a Quasimodo por una muñeca. Hana no pudo ver de dónde salían, pero más cuerdas volaron y trataron de amarrarlo, tirando de sus miembros como si fuera un animal al que quisieran despedazar. Entonces Zac soltó una exclamación al ver un destello dorado en la distancia: la armadura del capitán. Cuando volvió a mirar, Quasimodo estaba atado a una especie de rueda de madera… Y lo hacían girar y girar. La multitud se adelantaba, reía, los empujaba. Apenas sí podían escuchar nada. Pero en seguida se dieron cuenta de que varias personas los miraban, casi con hostilidad, porque no estaban lanzando nada al jorobado.
Mordiéndose el labio inferior, Zac se agachó y cogió una lechuga, un tomate desmenuzado y se lo dio a Hana. Le gritó al oído:
—¡Lánzalo! ¡Si huimos no podremos llegar lejos, pero si lanzamos…!
Hana no pudo escuchar el resto. Zaccharie se preparó para arrojar la lechuga contra el jorobado. El mismo que había sonreído y llorado hasta hacía escasos segundos. El capitán apareció entonces en el círculo que se abría alrededor del pequeño patíbulo personal del hombre y buscó a su alrededor con frialdad. Si la veía quieta, probablemente la reconocería. Y había soldados cerca.
¿Qué haría Hana…?
Saeko
—Gracias…
Raphaël no llegó a escuchar las palabras de Saeko, que se apresuró a dirigirse hacia donde estaba el rey. La otra Neosombra trató de saltar sobre ella, pero Raphaël arrojó al Sincorazón que había ensartado en su espada sobre esta y ambas rodaron por el suelo. Fue lo último que vio Saeko antes de dar la vuelta al palco.
Allí vio que siete Soldados trataban de abrirse paso hacia el rey y la princesa.
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Donde antes había cinco damas de compañía ahora sólo restaban tres. Los guardias luchaban como podían contra los Sincorazón, mientras la multitud intentaba retroceder, aterrorizada. El rey había desenvainado su espada y se había colocado frente a su hermana, pero el arma temblaba en sus manos y sus ojos estaban tan desorbitados que parecía que le fueran a saltar del rostro de un momento a otro. Marie estaba, a su vez, tras la princesa, aferrándose a ella con horror.
Ya que Saeko quería sacar a los monarcas del lugar y además proteger a Marie, todo estaba muy claro: tenía que abrirse paso entre los Soldados. En ese momento, uno de los guardias reales cayó fulminado y la espada se le escurrió de entre los dedos. ¡Vaya por Dios! ¡Si hasta le daban un arma!
—¡Saekooo!—chilló Marie al verla, con los ojos arrasados por las lágrimas.
—¡S-Santísima Virgen, Frollo tenía razón!—lloriqueó el rey. Cuando un Soldado hizo amago de arrojarse sobre él, sacudió la espada, aterrado—: ¡A-atrás maldito!
Saeko recibió entonces un empellón de uno de los Sincorazón, seguido de un golpe que la dejó sin respiración. Si quería enfrentarse a ellos sin usar magia, entonces debía recoger la espada o utilizar su propio cuerpo como escudo. Aunque no parecía que le fuera a servir de mucho contra tantos enemigos, aunque fueran de baja categoría.
—¿Dónde está Raphaël? —gritó la princesa Ana, pálida y asustada. Tras ella se arremolinaban no sólo Marie, sino sus doncellas, que parecían al borde del desmayo.
Otro guardia real cayó ante las garras de los Soldados. Pero entonces los Sincorazón, quedaban cuatro, se giraron en redondo hacia Saeko, atraídos, sin duda, por su corazón. La princesa Ana se dio cuenta de que algo estaba sucediendo y no titubeó: empujó a sus damas para obligarlas a escapar por una esquina. Cuando ella intentó dejar el palco, acompañada de Marie, dos Soldados se volvieron hacia ella. La mujer se quedó paralizada. El rey soltó una maldición y trató de ir a ayudarlas, pero un tercer Soldado se interpuso en su camino y lo obligó a retroceder. Si no hubiera interpuesto su espada, sin duda lo habría decapitado. El último Soldado estaba rodeado por los restantes guardias reales que, al darse cuenta de lo que estaba pasando, intentaron correr a proteger al monarca y a la princesa.
Pero estaban demasiado lejos. La única lo suficientemente cerca era Saeko. Y no llegaría a proteger a ambos.
A menos que usara su magia, claro. Aunque siempre podía confiar en que los Soldados no hiriera de gravedad a uno de los objetivos y le diera tiempo a encargarse de los Sincorazón… El caso era, ¿en quién confiar? ¿En el rey, armado pero tan aterrorizado que apenas sí podía reaccionar, o en la princesa desarmada que hacía frente a los dos Sincorazón sin asomo de duda y usaba su cuerpo para proteger a Marie?
Tic, tac.
Saito
—¿Tan pronto quiere irse?, ¿Qué prisa tiene? —exclamó Saito, situándose entre el Cardenal y el desconocido, que detuvo sus pasos— Ha dicho que quería una minucia a cambio de esa información tan valiosa, no es momento para irse así como así.Si tiene tanta prisa, puede darnos la información sin más y se lo recompensaremos en nuestro próximo encuentro. De lo contrario, no estamos dispuestos a dejarle marchar sin conocer la identidad de esa persona que menciona, por lo que deberíamos negociar que es lo que verdaderamente quiere. Porque por lo que a mí respecta por ahora, es usted el único capaz de invocar a esos demonios.
Llegados a ese punto, el hombre se volvió con una sonrisa irónica en los labios.
—¿No estáis dispuestos a dejarme marchar? ¿Y cómo pensáis evitarlo, Caballero… y Cardenal?—inquirió con una calma casi escalofriante.
—No quiero que tengamos que enfrentarnos ahora, y menos teniendo usted la prisa que tiene y teniendo en cuenta el caos que se formaría. Por lo que solo díganos quién es la persona a la que buscamos, le daremos lo que pida y nos marcharemos por donde hemos venido. Yo lo veo un buen trato, ¿usted no?
El hombre se cruzó de brazos. Su sonrisa se estaba desvaneciendo y sus ojos eran tan fríos que provocarían un escalofrío a Saito. Desvió la mirada hacia el borde de la catedral, pensativo, y entonces avanzó un paso. Luego otro. No se veía nada a su alrededor, pero Saito podría sentir, sin problemas, la presión de la oscuridad que emanaba de aquel tipo. Le dejaba sin respiración y le reblandecía los músculos. Hasta le fallaron las rodillas. A su espalda escuchó gemir a Armand.
—En ese caso, muchacho, sólo quiero saber una cosa. Una pequeña cosa—Al sonreír, dejó a la vista unos dientes blancos, afilados—. ¿Qué están haciendo Tierra de Partida y Bastión Hueco al dejar a Maléfica viajar a su antojo? Antes de que se den cuenta, habrá tejido su red—De pronto, el hombre desapareció en una nube de oscuridad. Y reapareció frente a Saito, tan cerca que pudo ver cómo sus pupilas se afilaban hasta no ser más grandes que el ojo de una aguja—y será demasiado tarde para todos—Y cerró su guantelete en torno a la garganta de Saito, levantándolo en vilo. Cuando el joven invocó su Llave Espada, el hombre le apretó tanto el cuello que casi se lo partió y le arrancó el arma de las manos sin apenas dedicarle atención—. Y dime, ¿crees que si te lanzo por el borde de la catedral tu Maestro vendrá a rescatarte? Me gustaría intercambiar un par de palabras con él.
Sólo con mirarle a los ojos pudo ver que hablaba en serio. Armand arrojó la pelota y trató de ayudarle, pero su enemigo levantó los dedos y un rayo le atravesó el pecho. El Cardenal se llevó las manos a la herida humeante, incapaz de respirar, y se desplomó como un saco sobre el suelo de piedra.
—Un corazón muy fuerte… Todavía palpita—comentó y sus ojos se iluminaron con un resplandor dorado, mientras su gesto se asemejaba más a la de un animal a punto de saltar sobre su presa que a la de una persona. Se humedeció los labios, casi como si estuviera anticipando un placer muy intenso. Pero entonces pareció recordar que mantenía a Saito en vilo y sonrió con suavidad, avanzando hacia el borde del pequeño puente de piedra. En cuestión de un par de segundos, Saito colgaba sobre el vacío—. Me pregunto qué sería más interesante, si verte caer o probar el corazón de ese hombre. ¿Qué opinas tú?
La oscuridad parecía envolverlo con tentáculos invisibles que le paralizaban todos los miembros del cuerpo. Apenas sí le respondía la lengua. Era muy probable que ni siquiera pudiera invocar el glider para evitar matarse si su ejecutor decidía soltarle.
Una situación delicada. Quizás habría sido más inteligente marcharse.
Fecha límite: domingo 26 de abril
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