[Evento Global] The End Is Where We Begin - Día 1
Publicado: Lun Nov 05, 2012 12:00 am
El sonido de las olas llegaron a los oídos de Fátima, lentamente. El tacto de la arena le tocaba las mejillas, a la vez que notaba que sus ropas estaban húmedas. El sol del ocaso le golpeaba directamente en la nuca, quemándole ligeramente la piel.
Había despertado. ¿Pero dónde estaba? Lo último que recordaba era caer en el vacío, con aquella vidriera rompiéndose. ¿Cómo había llegado hasta una playa? ¿Por qué estaba sola, si iba acompañada de treinta personas más?
Y a todo aquello... ¿Dónde estaba?
* * *
—¡Chico, despierta!
Un tortazo en la cara despertó a Edge de golpe y porrazo. Había sido tan brusco que se preguntaría qué estaba pasando; dónde estaba, quién le había pegado... Un camarero con aspecto enfadado le miraba con malos ojos, de pie frente al aprendiz, que se encontraba sentado en la mesita de lo que parecía ser una zona de bares, con la playa de frente a un salto o, si caminaba algo más lejos, unas escaleras de piedra.
La sombrilla de la mesa no le servía de mucho, pues el sol se ocultaba frente a él, en el lejano mar color rojo por el crepúsculo. Sobre la mesilla había un vaso alargado con una pajita, algo de hielo y una aceituna en un palillo. ¿Lo había bebido él?
—¡Hora de pagar! —exigió el camarero, extendiendo su mano hacia el joven.
¿Pagarle? Pero... ¿Cuánto habría que pagarle? Si rebuscaba en sus bolsillos, vería que estaba sin blanca. Ni un mísero platín. Solo el móvil que le había dado Ronin, la poción... Y un objeto brillante con forma circular.
Y mientras tanto, a unas mesas a distancia, se dio cuenta de que había alguien más dormido que comenzaba a despertar. Zait Laind abriría los ojos del mismo modo que él: desorientado, en un lugar desconocido y sin un platín.
* * *
Próxima parada: Estación del Ocaso.
Las palabras de aquella voz robótica llegaron a oídos de Paul, que despertó de golpe. Estaba en el vagón de un tren, tumbado en los respaldos, como si hubiese decidido echar una cabezadita allí mismo. La posición en la que había estado no era para nada cómoda, desde luego; le dolía la espalda y el mismo cuello.
No había nadie más allí. Los árboles pasaban rápidamente por la ventana de cristal que tenía enfrente, y justo detrás de él se podían ver algunas casas individuales bastante modestas, próximas a la playa. El sol se comenzaba a ocultar en la lejanía, con un hermonoso crepúsculo que volvía todo a su alrededor rojizo y bello.
Próxima parada: Estación del Ocaso.
De nuevo la voz. Estaba a punto de llegar a su destino al parecer, pero... ¿Qué destino? No era de Villa Crepúsculo. No conocía en absoluto aquel lugar, era todo terreno hostil. Y más viendo a Ariasu el día anterior...
El tren se detuvo lentamente, pero para su sorpresa, no había llegado siquiera a la estación. Las puertas, igualmente, se abrieron de golpe, invitándole a salir. Pero un pequeño desfiladero le impedía hacerlo, no sin algunos daños menores...
* * *
Risas. Risas infantiles e inocentes despertaron a Sorkas, que se balanceaba en un columpio sobre el que sentarse, con las manos bien agarradas a las cadenas que lo sostenían al poste por encima de su cabeza.
Un parque. Estaba en un parque infantil, con lo típico que le gustaban a los niños: un sencillo tobogán, los columpios, una especie de fuerte al que se podía acceder si se era pequeño y escurridizo... Y todo, cómo no, todo ubicado sobre arena para amortiguar posibles caídas de los niños. Todo alegre.
Pero pese a que las risas de los niños eran lo que había despertado a Sorkas, nadie había allí. ¿Igual había sido a lo lejos y ya se habían ido? Igualmente... ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado hasta allí? Delante de él una pequeña zona de césped y unos pocos árboles daban lugar a un parquecito, y más allá, calle abajo caminando un rato, se podía llegar a una pequeña zona de bares frente a la playa, por donde se ocultaba el sol.
El sonido del tren pasando cerca llamó su atención. Se había detenido a una ligera distancia, por encima del parque; un desfiladero le separaba de él.
* * *
El sonido de platines chocando despertó a Saito e Ike.
Al abrir los ojos, Saito se encontró en un terreno en el que nunca había estado antes. Las luces de colores y el sonido de múltiples máquinas le desorientó por completo, pero no tardaría en darse cuenta de dónde estaba: un casino. ¡Un casino!
Sentado frente a una máquina tragaperras, podía ver que le había tocado el premio gordo: tres sietes rojos estaban alineados frente a él, y la máquina no dejaba de expulsar y expulsar dinero. ¡Era rico! ¡Rico!
¿A quién le importaba lo que había sucedido con Ariasu? ¡Con todo aquel dinero, ya no necesitaba preocuparse nunca más por las Llaves Espada, los mundos y todo aquel asunto en el que le habían metido los Maestros!
En el caso de Ike, él estaba algo más alejado, sentado frente a una mesa de póker con otros dos jugadores observándose fijamente entre ellos, con las cartas sobre la mesa. Uno de ellos fumaba un imponente puro que contaminaba todo el ambiente del casino, mientras que el otro, de pelo largo plateado y decenas de cicatrices en el rostro, ni se molestaba en estar atento a sus cartas.
Si Ike decidía echar un vistazo a las suyas, vería que no tenía ni una triste pareja. La cosa no le pintab bien.
* * *
Todos los aprendices se vieron sorprendidos cuando algo vibró en sus bolsillos. Al rebuscar en ellos, encontrarían un objeto que no habían visto antes: un pin negro con el dibujo de lo que parecía ser una calavera blanca, junto con sus móviles y pociones, aunque en el caso de Fátima y Edge también encontraron una esfera brillante circular. ¿Cómo habían llegado hasta allí...? Y para colmo, sus objetos de curación, armamento habituales... ¡No había nada!
El teléfono móvil, por su parte, indicaba la entrada de dos mensajes de texto nuevos. Al abrir el menú para leerlos encontrarían pocas opciones: los textos, la posibilidad de hacer llamadas (aunque si lo comprobaban, el teléfono no pedía un número de teléfono, sino una especie de código) y lo que parecía ser el icono de un libro con el nombre "Conceptos".
* * *
A partir de aquel momento las cosas se complicaron. Primero, en la zona de bares, del establecimiento justo a espaldas de Edge surgieron dos criaturas destruyendo lo que veían a su paso; los cristales de las ventanas, las mesas con sombrilla... Todo. Parecían ser barriles vivientes, con unas largas y asquerosas patas puntiagudas que les permitían moverse libremente y, en uno de los agujeros, un ojo amarillo... Y no tardaron en localizar a la joven y a Zait.
—¡Págame! —volvió a exigir el camarero a Edge, extendiendo su mano a él. ¿Cómo era que no se había dado cuenta de que aquellas criaturas estaban allí? ¿O estaba tan obsesionado con el dinero que le daba igual morir?
* * *
El vagón donde estaba Paul se llenó de extraños pasajeros de golpe que surgieron con un extraño sonido. No los vio surgir, pero allí estaban: tres criaturas de pequeño tamaño hechas de bronce, volando por encima de su cabeza y con un símbolo que fácilmente podría reconocer: Sincorazón.
Podía asegurar, jugarse el cuello, a que el ruido con el que habían surgido no era el habitual. ¿Pero había tiempo para algo así? Las puertas del tren estaban abiertas, no parecía que se fuese a mover de su sitio y los Sincorazón observaban acechantes. ¿Huir o luchar?
* * *
Las cosas en el parque tampoco estaban mejor. De debajo de la arena, como si fuese enormemente profunda, surgió una mano que se agarró con fuerza en el suelo. Lentamente comenzó a surgir una figura semihumana entre todo aquello con un turbante y las ropas de un desierto, a la vez que como arma portaba una cimitarra de aspecto peligroso.
En cuanto fue libre de su subterránea prisión, apoyó una mano en el suelo mientras con la otra extendía su arma hacia Sorkas. Se preparaba para acabar con su existencia.
* * *
Quizás Saito estuviese intentando recoger todos aquellos platines que caían amontonados al suelo, y tal vez Ike estuviese pretendiendo jugar al póker con aquellos dos desconocidos sin, probablemente, conocer las normas del juego siquiera. Pero ambos vieron el peligro inminente que les amenazaba: dos Sincorazón blancos habían surgido de una nube de oscuridad que había aparecido a sus espaldas, en la salida del casino.
Los dos jugadores de póker observaron los Sincorazón e, inmediatamente, le restaron toda importancia. El fumador anunció que seguía con la partida y el otro accedió, apostando veinte fichas por su victoria.
No se podía decir lo mismo del fantasma, que se lanzó directo a por Ike sin importarle la partida del juego de cartas.
* * *
El único sitio donde había calma era la playa. Fátima podía disfrutar de la calma y el sonido de las gaviotas; no había surgido ninguna amenaza destacable que pretendiese atentar contra su vida. Ni Sincorazón, ni monstruos barril, ni nada de nada. Solo paz y el rojo sol en el horizonte.
Ya había cumplido su misión. Estaba en el lugar de reunión, ¿qué más quería? Quizás que se fuese aquella soledad. Quizás las respuestas a las preguntas que se formulaban en su mente. O sencillamente, quizás... Nada.
Solo podía esperar...
Había despertado. ¿Pero dónde estaba? Lo último que recordaba era caer en el vacío, con aquella vidriera rompiéndose. ¿Cómo había llegado hasta una playa? ¿Por qué estaba sola, si iba acompañada de treinta personas más?
Y a todo aquello... ¿Dónde estaba?
—¡Chico, despierta!
Un tortazo en la cara despertó a Edge de golpe y porrazo. Había sido tan brusco que se preguntaría qué estaba pasando; dónde estaba, quién le había pegado... Un camarero con aspecto enfadado le miraba con malos ojos, de pie frente al aprendiz, que se encontraba sentado en la mesita de lo que parecía ser una zona de bares, con la playa de frente a un salto o, si caminaba algo más lejos, unas escaleras de piedra.
La sombrilla de la mesa no le servía de mucho, pues el sol se ocultaba frente a él, en el lejano mar color rojo por el crepúsculo. Sobre la mesilla había un vaso alargado con una pajita, algo de hielo y una aceituna en un palillo. ¿Lo había bebido él?
—¡Hora de pagar! —exigió el camarero, extendiendo su mano hacia el joven.
¿Pagarle? Pero... ¿Cuánto habría que pagarle? Si rebuscaba en sus bolsillos, vería que estaba sin blanca. Ni un mísero platín. Solo el móvil que le había dado Ronin, la poción... Y un objeto brillante con forma circular.
Y mientras tanto, a unas mesas a distancia, se dio cuenta de que había alguien más dormido que comenzaba a despertar. Zait Laind abriría los ojos del mismo modo que él: desorientado, en un lugar desconocido y sin un platín.
Próxima parada: Estación del Ocaso.
Las palabras de aquella voz robótica llegaron a oídos de Paul, que despertó de golpe. Estaba en el vagón de un tren, tumbado en los respaldos, como si hubiese decidido echar una cabezadita allí mismo. La posición en la que había estado no era para nada cómoda, desde luego; le dolía la espalda y el mismo cuello.
No había nadie más allí. Los árboles pasaban rápidamente por la ventana de cristal que tenía enfrente, y justo detrás de él se podían ver algunas casas individuales bastante modestas, próximas a la playa. El sol se comenzaba a ocultar en la lejanía, con un hermonoso crepúsculo que volvía todo a su alrededor rojizo y bello.
Próxima parada: Estación del Ocaso.
De nuevo la voz. Estaba a punto de llegar a su destino al parecer, pero... ¿Qué destino? No era de Villa Crepúsculo. No conocía en absoluto aquel lugar, era todo terreno hostil. Y más viendo a Ariasu el día anterior...
El tren se detuvo lentamente, pero para su sorpresa, no había llegado siquiera a la estación. Las puertas, igualmente, se abrieron de golpe, invitándole a salir. Pero un pequeño desfiladero le impedía hacerlo, no sin algunos daños menores...
Risas. Risas infantiles e inocentes despertaron a Sorkas, que se balanceaba en un columpio sobre el que sentarse, con las manos bien agarradas a las cadenas que lo sostenían al poste por encima de su cabeza.
Un parque. Estaba en un parque infantil, con lo típico que le gustaban a los niños: un sencillo tobogán, los columpios, una especie de fuerte al que se podía acceder si se era pequeño y escurridizo... Y todo, cómo no, todo ubicado sobre arena para amortiguar posibles caídas de los niños. Todo alegre.
Pero pese a que las risas de los niños eran lo que había despertado a Sorkas, nadie había allí. ¿Igual había sido a lo lejos y ya se habían ido? Igualmente... ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado hasta allí? Delante de él una pequeña zona de césped y unos pocos árboles daban lugar a un parquecito, y más allá, calle abajo caminando un rato, se podía llegar a una pequeña zona de bares frente a la playa, por donde se ocultaba el sol.
El sonido del tren pasando cerca llamó su atención. Se había detenido a una ligera distancia, por encima del parque; un desfiladero le separaba de él.
El sonido de platines chocando despertó a Saito e Ike.
Al abrir los ojos, Saito se encontró en un terreno en el que nunca había estado antes. Las luces de colores y el sonido de múltiples máquinas le desorientó por completo, pero no tardaría en darse cuenta de dónde estaba: un casino. ¡Un casino!
Sentado frente a una máquina tragaperras, podía ver que le había tocado el premio gordo: tres sietes rojos estaban alineados frente a él, y la máquina no dejaba de expulsar y expulsar dinero. ¡Era rico! ¡Rico!
¿A quién le importaba lo que había sucedido con Ariasu? ¡Con todo aquel dinero, ya no necesitaba preocuparse nunca más por las Llaves Espada, los mundos y todo aquel asunto en el que le habían metido los Maestros!
En el caso de Ike, él estaba algo más alejado, sentado frente a una mesa de póker con otros dos jugadores observándose fijamente entre ellos, con las cartas sobre la mesa. Uno de ellos fumaba un imponente puro que contaminaba todo el ambiente del casino, mientras que el otro, de pelo largo plateado y decenas de cicatrices en el rostro, ni se molestaba en estar atento a sus cartas.
Si Ike decidía echar un vistazo a las suyas, vería que no tenía ni una triste pareja. La cosa no le pintab bien.
Todos los aprendices se vieron sorprendidos cuando algo vibró en sus bolsillos. Al rebuscar en ellos, encontrarían un objeto que no habían visto antes: un pin negro con el dibujo de lo que parecía ser una calavera blanca, junto con sus móviles y pociones, aunque en el caso de Fátima y Edge también encontraron una esfera brillante circular. ¿Cómo habían llegado hasta allí...? Y para colmo, sus objetos de curación, armamento habituales... ¡No había nada!
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El teléfono móvil, por su parte, indicaba la entrada de dos mensajes de texto nuevos. Al abrir el menú para leerlos encontrarían pocas opciones: los textos, la posibilidad de hacer llamadas (aunque si lo comprobaban, el teléfono no pedía un número de teléfono, sino una especie de código) y lo que parecía ser el icono de un libro con el nombre "Conceptos".
Bienvenidos, Jugadores.
Comienza el Reapers' Game. Vuestra misión es sobrevivir 7 días. Cumplid las misiones encomendadas por el Game Master cada día, o investigad la ciudad a vuestro antojo. Fallad, y vuestra existencia será eliminada.
~ El Compositor
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Misión del Día 1:
· Sector Ocaso: Alcanzad a la Playa del Ocaso.
Tenéis 120 minutos. Fallad, y seréis eliminados.
~ El Game Master
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A partir de aquel momento las cosas se complicaron. Primero, en la zona de bares, del establecimiento justo a espaldas de Edge surgieron dos criaturas destruyendo lo que veían a su paso; los cristales de las ventanas, las mesas con sombrilla... Todo. Parecían ser barriles vivientes, con unas largas y asquerosas patas puntiagudas que les permitían moverse libremente y, en uno de los agujeros, un ojo amarillo... Y no tardaron en localizar a la joven y a Zait.
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—¡Págame! —volvió a exigir el camarero a Edge, extendiendo su mano a él. ¿Cómo era que no se había dado cuenta de que aquellas criaturas estaban allí? ¿O estaba tan obsesionado con el dinero que le daba igual morir?
El vagón donde estaba Paul se llenó de extraños pasajeros de golpe que surgieron con un extraño sonido. No los vio surgir, pero allí estaban: tres criaturas de pequeño tamaño hechas de bronce, volando por encima de su cabeza y con un símbolo que fácilmente podría reconocer: Sincorazón.
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Podía asegurar, jugarse el cuello, a que el ruido con el que habían surgido no era el habitual. ¿Pero había tiempo para algo así? Las puertas del tren estaban abiertas, no parecía que se fuese a mover de su sitio y los Sincorazón observaban acechantes. ¿Huir o luchar?
Las cosas en el parque tampoco estaban mejor. De debajo de la arena, como si fuese enormemente profunda, surgió una mano que se agarró con fuerza en el suelo. Lentamente comenzó a surgir una figura semihumana entre todo aquello con un turbante y las ropas de un desierto, a la vez que como arma portaba una cimitarra de aspecto peligroso.
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En cuanto fue libre de su subterránea prisión, apoyó una mano en el suelo mientras con la otra extendía su arma hacia Sorkas. Se preparaba para acabar con su existencia.
Quizás Saito estuviese intentando recoger todos aquellos platines que caían amontonados al suelo, y tal vez Ike estuviese pretendiendo jugar al póker con aquellos dos desconocidos sin, probablemente, conocer las normas del juego siquiera. Pero ambos vieron el peligro inminente que les amenazaba: dos Sincorazón blancos habían surgido de una nube de oscuridad que había aparecido a sus espaldas, en la salida del casino.
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Los dos jugadores de póker observaron los Sincorazón e, inmediatamente, le restaron toda importancia. El fumador anunció que seguía con la partida y el otro accedió, apostando veinte fichas por su victoria.
No se podía decir lo mismo del fantasma, que se lanzó directo a por Ike sin importarle la partida del juego de cartas.
El único sitio donde había calma era la playa. Fátima podía disfrutar de la calma y el sonido de las gaviotas; no había surgido ninguna amenaza destacable que pretendiese atentar contra su vida. Ni Sincorazón, ni monstruos barril, ni nada de nada. Solo paz y el rojo sol en el horizonte.
Ya había cumplido su misión. Estaba en el lugar de reunión, ¿qué más quería? Quizás que se fuese aquella soledad. Quizás las respuestas a las preguntas que se formulaban en su mente. O sencillamente, quizás... Nada.
Solo podía esperar...
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