Mundo: Islas del Destino
Cronología:
Nadhia (Global Ocaso de una Estrella > Encuentro Todo ha cambiado > Trama Syntax Error)
Ragun (Global Ocaso de una Estrella > Encuentro Todo ha cambiado > Trama Leyendas en el fondo del mar)
No podía soportarlo.
Habían pasado cinco días desde que los aprendices regresamos a Tierra de Partida. Cinco días de bastante ajetreo: informes por escrito obligatorios, reuniones con nuestros respectivos Maestros… es posible que algunos pupilos disfrutasen de no tener entrenamiento, pues nuestros mentores estaban demasiado ocupados después de lo que había pasado.
Pero no era así. Se notaba la tensión en el ambiente.
Sólo se hablaba de lo acontecido en Bastión Hueco. Y, por supuesto, de aquellos aprendices que se habían marchado con… ellos.
Compañeros que habían traicionado a Tierra de Partida, a sus Maestros, por obtener sabiduría, poder… un bando los repudiaba. Otro los defendía porque, a pesar de todo, habían sido amigos.
Es obvio que yo me decantaba por el segundo.
Ragun.
Todavía recordaba el cómo se acercó a Ryota, presentándose como el portador de la Llave-Espada Oscura. Dolía. Aquellos recuerdos despertaban mil y un sensaciones diferentes: odio, tristeza, rabia, preocupación, impotencia… y no era capaz de pensar en nada más.
Me mantuve firme en ciertos momentos, cuando hablaba con los Moguris o con el Maestro Akio. Incluso en la biblioteca, en el comedor… intentaba por lo menos mostrar cierta indiferencia, pero era una tapadera.
Esos cinco días apenas comí. Lo intentaba, al igual que hablar, pero era difícil, sobretodo porque no me entraba nada. Y si lo hacía, a la media hora estaba en mi cuarto de baño echando todo.
Mogara estuvo conmigo en todo momento. Por ella probé, al menos, tomar alguna que otra galleta –incluso aquello me costaba– y beber zumos que la pequeña me llevaba por las noches, comprobando que todo estaba en orden.
Pero una vez me quedaba sola, era caer en desolación. Desde mi ventana podía divisar las colinas de Tierra de Partida, los jardines donde conocí a Ragun.
“Hablar con alguien es algo que aprecio”
“Tengo la sensación que se te daría bien la magia”
Los recuerdos florecían. Desde que volví, las noches que estuve llorando hasta quedarme dormida por el cansancio de aquel dolor que me consumía.
La primera vez que reí al lado de Ragun, mi primer amigo en aquel nuevo hogar.
“Struggle... ¿Es alguna clase de juego?”
“Sí, estoy bien. Mejor que tú, cabe decir”
“No... ¡No te mueras! Tú eres mi amigo, te recuerdo. Por favor, no mueras. ¡No me dejes!”
“Primero de todo, no trataba de ocultarte nada, simplemente no quiero gritarlo a los cuatro vientos. No estoy demasiado orgulloso”
Entonces… ¿por qué, Ragun? ¿Por qué te fuiste con ellos? Los que causaron el caos, ¿no fueron los culpables? Tú no eres un asesino, hiciste lo correcto… ¿¡por qué!?
Aquella quinta noche todavía no había aparecido Mogara. Pero lo agradecía, pues el ataque fue más temprano de lo normal. Lloré, lloré y lloré. Descansé, y las lágrimas volvieron a caer.
Tumbada en la cama, con la almohada totalmente empapada, observé el reloj de pared que se hallaba en mi habitación. “Las diez”. Era raro que Mogara no hubiese llamado a la puerta aún. Sobre las nueve ya estaba yo intentando consumir algo que me ofrecían sus pequeñas manitas.
Le di un repaso a la habitación, intentando distraerme. Era mejor que contemplar las estrellas. Irónico, ¿verdad? Salí de Villa Crepúsculo, mi prisión, mi aburrida y eterna rutina. Quería vivir aventuras, ver por primera vez mundo y las estrellas que no llegaban al cielo nocturno de mi hogar. ¿Y ahora? Mi mejor amigo se había marchado con el enemigo. No era capaz de confiar en nadie en aquel momento. Ni siquiera en Akio.
Era inevitable. Desde que llegué a Tierra de Partida, tras convertirme en su aprendiz, apenas habíamos mantenido una conversación como cuando nos conocimos. Pasaba olímpicamente de mí. Y recordaba las palabras de Ryota.
En Bastión Hueco tenía tan claro que jamás le traicionaría… Pero aquellos días encerrada en Tierra de Partida, las dudas destrozaban mi fuerza de voluntad, mi fe. Y, por supuesto, la cinta blanca que recorría mi muñeca, la cual me había regalado Nanashi, ahora me parecía insignificante y sin ningún tipo de valor.
Invoqué mi Llave-Espada. En esto que estuve estudiando cada una de sus partes, me levanté de golpe, asustada.
—¿¡Eh!? —exclamé, pasando mi mano libre por la superficie de Aguacero.
Grietas.
No eran visibles a simple vista, pero ahí estaban. Pequeñas grietas que invadían todo el filo. ¿Pero qué diantres…?
—Bueno… ¿qué importa?
Así es. Ya no me importaba. Si mi mejor amigo se había ido, si vivir aventuras se iba a convertir en un suplicio, en un sufrimiento constante, no quería volver a empuñarla, jamás.
La hice desaparecer en su característico destello de luz. Notaba algo diferente en mí.
Y Mogara seguía sin hacer acto de presencia. ¿Se habría olvidado de mí? Bueno, era un alivio. No tendría que fingir por una noche.
Me levanté de la cama, y fue en ese preciso instante, cuando me llamó la atención algo que se encontraba en el escritorio. Un papel.
Una carta, la que se le cayó al Maestro Kazuki en Espacio Profundo.
Chihiro…
Kazuki y Chihiro habían sido compañeros, quizás amigos, en un pasado. No podía evitar pensar que, algún día, yo fuese quien metiese a Ragun en una celda… si es que permanecía en Tierra de Partida hasta entonces.
De repente, una idea se me pasó por la cabeza. En realidad, en ese momento tenía tal comedura de coco, que no supe por qué fui directa al escritorio a coger papel y algo con qué escribir. Aquello provocó en mí un deja vu, pues hice exactamente lo mismo cuando me fui de mi casa para acompañar a Akio y Lyn…
Una vez terminé de escribir la nota, invoqué de nuevo mi Llave-Espada. Abrí la ventana y lancé Aguacero al cielo, convirtiéndose en Glider.
Sin pensármelo dos veces, activé mi armadura y salté a mi transporte, alejándome de Tierra de Partida.
Para cuando Nadhia se fue, Mogara no tardó en aparecer por el pasillo, con un zumo de naranja recién exprimido por ella en la cocina.
Dio golpecitos suaves en la puerta, esperando una respuesta por parte de Nadhia.
—¿Se habrá quedado dormida, kupó? —pensó la pequeña, abriendo con su magia la puerta— ¡Nadhia, te traigo tu z…! ¿kupó?
La ventana abierta de par en par, haciendo que las cortinas ondeasen en la habitación a causa del viento. Mogara reconoció la letra de Nadhia, impresa en la pequeña nota que había dejado la aprendiz. La sorpresa y el pánico se apoderaron de la pequeña moguri, que no tardó en leer lo que Nadhia había escrito. El zumo de naranja cayó al suelo, rompiéndose el vaso en mil añicos.
Salió volando hacia el pasillo, con la nota entre sus manitas, temiéndose lo peor.
“Mogara, voy a buscar a Ragun. Lo traeré a la fuerza si es necesario”
—¡Kupó, kupó, kupó! —gritaba, alarmada, mientras se acercaba a los aposentos de los tutores de Tierra de Partida. Aporreó una de las puertas, con los ojos llorosos — ¡M-Maestro Akio, kupó, kupó! ¡N-Nadhia ha… Nadhia, kupó!