[La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Trama de Hana, Sorkas y Ban

La aparición del bando de Bastión Hueco ha colocado a la Orden de los Caballeros de la Llave Espada en una tensión creciente difícil de remediar. ¿Llegarán a enfrentarse ambos bandos en conflicto, o será posible la paz?

Moderadores: Suzume Mizuno, Astro, Sombra

[La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Mié Sep 25, 2013 3:10 pm

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Tierra de Partida

En los jardines, Sorkas y Hana entrenaban por turnos contra el Maestro Ronin. El hombre, en medio de un paseo para bajar la comida, los había visto y, como tenía ganas de entrenar un poco, los puso a trabajar sus habilidades contra él. Desde entonces habían transcurrido dos agotadoras horas de ejercicio prácticamente continuo. Nada de magia, sólo Llave Espada contra Llave Espada. Y podían decir que les estaba dando una soberana paliza. Ronin reía, de buen humor, cada vez que daba un revés con su Llave a alguno de los dos y lo mandaba directo al suelo. Si no fuera por el Cura que les aplicaba cada poco tiempo, seguramente no podrían ni levantarse. Ronin era, simplemente, demasiado rápido y fuerte. Cada golpe era peor que un mazazo y nunca terminaban de verlo venir. A veces les permitía leer sus movimientos pero, carcajeándose, insistía en que un enemigo no iba a atacarles lentamente para que pudieran detenerlo, y de repente los golpes comenzaban a llover de la nada y resultaba imposible detenerlos.

¡Ah, Ronin! —exclamó una voz—.Qué bien me vienes. Deja de machacar a esos chicos y préstamelos

Sonriente, Ronin dio un empujoncito a Hana, que cayó sobre su trasero en la fresca hierba, y se volvió hacia Lyn. La joven avanzaba enérgicamente, con la armadura repiqueteando a cada paso, y lucía una mueca de seriedad.

¿Para qué los quieres, Lyn? ¡Si todavía no he terminado con ellos!

Los necesito para una misión —les contempló de arriba abajo, sudados, cubiertos de moratones, y arqueó una ceja—.Y para evitar su muerte, por lo que parece.

Con una grave carcajada, Ronin dio su consentimiento.

¡No importa, ya he calentado lo suficiente! Todo tuyos, Lyn —y, silbando entre dientes, retrocedió hasta sentarse en un banco de piedra para contemplar la escena.

La joven Maestra se acercó a los acalorados aprendices y les explicó con sequedad:

Hay un mundo, al que creo que no habéis ido, en el que están habiendo bastantes problemas relacionados con los Sincorazón —Lyn frunció el ceño—. Chicos, esto es muy serio: están echándole las culpas de las desapariciones y las muertes a los gitanos, un grupo minoritario y bastante odiado. No podemos hacer nada por ellos, claro, pero es nuestro deber acabar con los Sincorazón…

»Y esperar que gente inocente no termine por cargar con las culpas


Lyn se quedó unos instantes en silencio. Luego agitó las orejas y recuperó su tono enérgico:

¡Ese mundo es muy quisquilloso en cuanto a sus normas! Id a buscar algo de ropa con la que no llaméis la atención y procurad no armar revuelo. En especial tú, Hana —le advirtió señalándola con un dedo—.¡Recordad que las cosas están muy tensas! Nada de intervenir a favor de los gitanos, nada de meterse en líos. Mirad lo que hace la gente e imitadla. Y, si podéis, acabad con los Sincorazón. Si es demasiado para vosotros, volved a informar. ¿Entendido?

****


Bastión Hueco

Ban había sido convocado al despacho de la Maestra Nanashi. Era un lugar severo, con estanterías abarrotadas de libros que cubrían las paredes, una gran mesa de caoba que le servía como escritorio frente a un gran ventanal por el que entraba la luz de la tarde. No había cuadros, ni ningún tipo de adorno. Estaba claro que la Maestra consideraba aquella habitación como un lugar exclusivo para trabajar sin ningún tipo de distracción.

La mujer le observaba sentada al otro lado de su escritorio con una expresión neutral, ni seria ni alegre. Su elegante y pulcro vestido, blanco y azul, parecía brillar con la luz que entraba de la ventana.

Buenos días —guardó un silencio, con los ojos clavados en el muchacho, aguardando una respuesta―.Es un placer conocerte, Ban. Sé que llevas poco tiempo con nosotros, pero hoy vas a tener que empezar tu primera misión.

Se podía leer cierta inflexibilidad en su postura, en sus gestos al hablar. Desprendía un aura de autoridad inferior a la de Ryota, pero de inmediato se percibía que era una persona dura y acostumbrada a dar órdenes precisas. La mujer examinó su reacción y continuó hablando:

Tendrás que viajar a París, Ban donde, desde hace unas semanas proliferan los Sincorazón, o eso dicen. Los rumores los consideran demonios invocados por la etnia gitana para matar a los ciudadanos “normales” —arqueó una de sus finas cejas con un ligero escepticismo―. El rencor entre el pueblo está acumulándose muy rápidamente y no sería raro que desembocara en una matanza innecesaria.

»Eres demasiado inexperto para acabar con ningún Sincorazón de rango más o menos medio, así que esta misión será de reconocimiento. Debes averiguar si es cierto que hay un número anormal de Sincorazón, o incluso un Sincorazón especialmente fuerte atosigando a la población. ¿Comprendes? Sólo reconocimiento, no es necesario que pelees ni hagas nada más que un par de indagaciones.


Nanashi se incorporó y dio un lento rodeo a su escritorio sin dejar de hablar:

París es la capital de un reino llamado Francia, Ban, con ciertos problemas con las potencias que lo rodean. Se podría decir que llevan años en guerra constante. Así pues, no hace falta más que una chispa para que la población busque alguien a quien culpar de todos sus males. Nuestro propósito, como te habrá dicho Ryota, es luchar contra la luz. Pero no podemos permitir que muera gente inocente a manos de los Sincorazón en el proceso.

»En el almacén encontrarás ropa de París con la que pasar desapercibido. Trata de no llamar la atención; es posible que Tierra de Partida pretenda investigar también la situación. ¿Alguna pregunta?


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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Astro » Vie Sep 27, 2013 7:22 pm

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Aquel iba a ser un día diferente para Ban Oswald. El joven de Villa Crepúsculo, que llevaba poco tiempo en Bastión Hueco, se había ido acostumbrando a la rutina diaria de entrenar, comer, jugar a videojuegos y dormir. Pocas cosas habían pasado fuera de lo ya habitual, hasta que aquel día el rubio había recibido un aviso para que acudiera al despacho de la Maestra Nanashi.

Para el muchacho, aquella era la primera vez que pisaba ese lugar. Estanterías llenas de libros, un escritorio enorme y ningún tipo de decoración dejaban clara la seriedad de aquel lugar. Y, sentada en su silla al otro lado de la gran mesa de caoba, descansaba la Maestra.

Buenos días —el rostro de la mujer era completamente neutral, y su mirada estaba clavada en la del chico.

Buenos días, Maestra Nanashi ―Ban acompaño el saludo con una pequeña reverencia.

Aunque se habían cruzado alguna vez por los pasillos, aquella era la primera vez que hablaban cara a cara. Nanashi no imponía tanto como el Maestro Ryota, pero sí que se podía apreciar en sus gestos que era una mujer dura y severa. Al joven Oswald le recordaba a algunos de sus profesores particulares, que le reñían como locos cada vez que se equivocaba.

Es un placer conocerte, Ban. Sé que llevas poco tiempo con nosotros, pero hoy vas a tener que empezar tu primera misión.

Mi primera misión...

Así que había llegado el día. Desde que había empezado a entrenar le habían avisado de que tarde o temprano tendría que viajar a otros mundos para cumplir tareas y misiones. El rubio cruzó los dedos, rezando para que la misión que le encomendase la mujer no fuese muy dura. Todavía no había tenido tiempo para volverse muy fuerte, ni tenía ganas de matarse trabajando.

Tendrás que viajar a París, Ban donde, desde hace unas semanas proliferan los Sincorazón, o eso dicen. Los rumores los consideran demonios invocados por la etnia gitana para matar a los ciudadanos “normales” —la Maestra mostró su escepticismo arqueando una de sus cejas―. El rencor entre el pueblo está acumulándose muy rápidamente y no sería raro que desembocara en una matanza innecesaria.

Ban también arqueó una ceja, pero su preocupación era diferente. Se empezaba a temer lo peor. ¿Iba a mandarle a exterminar Sincorazón?

»Eres demasiado inexperto para acabar con ningún Sincorazón de rango más o menos medio, así que esta misión será de reconocimiento. Debes averiguar si es cierto que hay un número anormal de Sincorazón, o incluso un Sincorazón especialmente fuerte atosigando a la población. ¿Comprendes? Sólo reconocimiento, no es necesario que pelees ni hagas nada más que un par de indagaciones.

Reconocimiento y reunir información, recibido ―afirmó Ban, aliviado por haberse librado de un buen marrón―. Aunque eso de ir solo...

No le hacía ninguna gracia tener que hacerlo solo. Había imaginado que iría con otro aprendiz más experto, o incluso con un Maestro, y solo tendría que dejarse llevar por su compañero mientras disfrutaba del paisaje. Si iba solo, toda la responsabilidad recaía en él y no podría escaquearse.

Nanashi siguió hablando, esta vez mientras rodeaba lentamente su mesa.

París es la capital de un reino llamado Francia, Ban, con ciertos problemas con las potencias que lo rodean. Se podría decir que llevan años en guerra constante. Así pues, no hace falta más que una chispa para que la población busque alguien a quien culpar de todos sus males. Nuestro propósito, como te habrá dicho Ryota, es luchar contra la luz. Pero no podemos permitir que muera gente inocente a manos de los Sincorazón en el proceso.

Para que después digan que solo queremos destruir mundos y alimentar a los sincorazón ―comentó Ban con sarcasmo, recordando cierto mensaje que había leído en su móvil.

»En el almacén encontrarás ropa de París con la que pasar desapercibido. Trata de no llamar la atención; es posible que Tierra de Partida pretenda investigar también la situación. ¿Alguna pregunta?

El chico se llevó la mano a la barbilla, reflexionando sobre lo que le había explicado la Maestra. Se le pasó por la mente preguntarle si podía acompañarle alguien, pero viendo la seriedad con la que hablaba prefirió no intentarlo. Al fin y al cabo, cuanto antes aprendiera a desenvolverse solo mejor. Aunque no dejaba de ser un coñazo.

¿Cómo llego a ese mundo? ―fue la única duda que le vino a la mente― Solo he viajado por el intersticio un par de veces, y siempre acompañado...

Tras escuchar la respuesta de Nanashi, Ban se despidió con otra reverencia y abandonó el despacho. Refunfuñando por la idea de tener que ir solo, fue hasta el almacén para elegir la ropa idónea con la que no llamar la atención.

Y ahí estuvo un buen rato, buscando entre los ropajes algo que le quedara bien. Tenía que pasar desapercibido, pero no por ello tenía que ir hecho un desastre. Tras escoger lo que más le convencía, fue hasta su cuarto para cambiarse: una túnica blanca, pantalones grises y una capa negra con capucha perfecta para ayudarle a pasar desapercibido.

En fin, podría ser peor... ―comentó Ban mientras se miraba en el espejo.

No le gustaba aquella ropa de pueblerino, pero por lo menos la llevaba con estilo. Por seguridad, cogió su espada del armario y se la colgó en el cinturón. Si le atacaban, era mejor que utilizara esa espada antes que una llave gigante que llamaría la atención de todos.

Con una mezcla de ilusión (¡iba a ser su primera misión!) y resignación (tenía que ir solo, qué coñazo), Ban bajó hasta uno de los patios donde se enfundó su armadura y convocó su glider.

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De un salto el pequeño Oswald se subió en su vehículo y, siguiendo las instrucciones de la Maestra Nanashi, emprendió el vuelo. París, Francia, le esperaba.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Sorkas » Dom Sep 29, 2013 9:17 pm

Agh.

Magullé mientras me retorcía dolorido en el suelo. Otro golpe del Maestro Ronin me había derribado sin apenas haberlo visto. Ya llevábamos unas dos horas entrenando con él, y en todo ese tiempo lo único que había recibido era un golpe tras otro. Ni que decir tiene que no había estado nunca cerca de darle una leve estocada. En resumidas cuentas, era totalmente invencible para mí. Aun así, y aunque no se podía usar la magia en el entrenamiento, el Maestro nos curaba cada poco tiempo.

¿Cómo había llegado a esa situación? Más bien era cómo esa situación había llegado hasta mí.

Yo andaba tranquilamente paseando por los Jardines de Tierra de Partida. Pensando en los últimos acontecimientos acaecidos en mi tierra natal, bueno más bien en mi tierra de origen, Ciudad de Paso. Era cierto, que los ataques de Sincorazón ya se habían reducido desde nuestro paso por allí. Pero lo que me preocupaba era que los causantes seguían sueltos, y yo no estaba haciendo nada por encontrarlos. Aun así, sabía que el asunto estaba en manos de Light y Maya que habían partido a solucionarlo. O eso esperaba.

A todo esto, el Maestro Ronin, oportuno como él mismo, que pasaba por allí nos propuso entrenar un rato. A mí, y a otra chica con el pelo azul que no conocía personalmente. Cómo no tenía ninguna misión asignada ni ningún entrenamiento con mi nueva Maes… con mi nueva Maestra-aun me costaba reconocerla como tal-, me uní a la práctica. Además me ayudaría a pensar en otra cosa. Aunque sospechaba que mi opinión no contaba mucho, y que hubiese acabado como saco de boxeo de todas formas.

¡Ah, Ronin! Qué bien me vienes. Deja de machacar a esos chicos y préstamelos.

Una voz interrumpió nuestro entrenamiento-paliza. Desde el suelo observé como Ronin terminaba de tirar al suelo a la otra chica y se dirigía a la Maestra Lyn, la voz de antes.

Mientras hablaban entre ellos, y aunque aún me encontraba algo dolorido a pesar del Cura del Maestro Ronin, me acerqué a ayudar a la chica a levantarse.

Por cierto me llamo Sorkas. —le dije mientras le tendía la mano.

Al parecer, la Maestra Lyn había logrado convencer a Ronin de que nos dejase vivir un rato más. A pesar de haber aceptado el entrenamiento con Ronin, no negaré que me sentí aliviado de dejarlo. Resoplé mientras veía alejarse al Maestro.

Hay un mundo, al que creo que no habéis ido, en el que están habiendo bastantes problemas relacionados con los Sincorazón —nos explicó con cara preocupada—. Chicos, esto es muy serio: están echándole las culpas de las desapariciones y las muertes a los gitanos, un grupo minoritario y bastante odiado. No podemos hacer nada por ellos, claro, pero es nuestro deber acabar con los Sincorazón…

»Y esperar que gente inocente no termine por cargar con las culpas.

La Maestra hizo una pausa, que aproveché para pensar en los que nos estaba diciendo. No parecía nada extraño, un simple ataque de Sincorazones, y las lógicas reacciones de los ciudadanos echando la culpa a los que pasasen por allí. Sin embargo, me preocupaba más la parte que decía que no podíamos hacer nada por ellos.

¡Ese mundo es muy quisquilloso en cuanto a sus normas! —prosiguió Lyn entrando ya más en detalle—. Id a buscar algo de ropa con la que no llaméis la atención y procurad no armar revuelo. En especial tú, Hana. ¡Recordad que las cosas están muy tensas! Nada de intervenir a favor de los gitanos, nada de meterse en líos. Mirad lo que hace la gente e imitadla. Y, si podéis, acabad con los Sincorazón. Si es demasiado para vosotros, volved a informar. ¿Entendido?

Sí, Maestra. —contesté sin objeciones.

La verdad es que la misión no parecía entrañar mucha dificultad. Al menos lo que era el objetivo de la misión, simple reconocimiento sin armar lío, y acabar con la raíz de los Sincorazón sino era demasiado para nosotros.

Bueno voy a cambiarme —dije dirigiéndome a Hana—. ¿Nos vemos luego aquí?

Tras escuchar su respuesta me dispuse a regresar a mi habitación. Una vez allí, encontré la ropa que creía que mejor cumplía con los requisitos. Una camisa blanca con unos pantalones marrones que me quedaban un poco grandes, cosa que arreglé con una cuerda alrededor de mi cintura, y unas sandalias simples. Sin embargo, eso significaba dejar en casa la chaqueta de mi padre, cosa que nunca había hecho. Mirando fijamente la chaqueta, logré hallar una situación. Agarré una mochila y la metí dentro, no era cuestión de que fuese a tener frío, era más bien un amuleto. Ya que estaba aproveché a meter en la mochila mis pociones.

De camino de vuelta a nuestro punto de encuentro, me percaté de que era mi primera misión oficial fuera de Tierra de Partida, ya que lo ocurrido en Ciudad de Paso, no fue precisamente oficial. En fin, no era más que una simple curiosidad. A ver que nos aguardaba en aquel mundo, extraño para mí.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Nell » Lun Sep 30, 2013 1:15 am

Le odiaba. Le odiaba mucho.

El día había empezado bastante bien. Hana había dormido la noche de un tirón y, después de comer, se había echado su siesta rutinaria, como a ella la gustaba. El único error que había cometido fue el de elegir la comodidad ante la precaución. El verde y basto césped de los Jardines le encantaba, pero no era el mejor lugar para vaguear, pues estaba a la vista de todo el mundo.

Y así se lo demostró Ronin cuando, sin previo aviso, la hizo levantar y, junto a otra víctima que paseaba tranquilamente, empezó a darles un intenso entrenamiento. Al principio, ilusa, creía que se trataría de entretenerle un rato hasta que se aburriera y, entonces, les dejaría marchar.

Nada más lejos de la realidad.

Al cabo de una hora, toda esperanza de no malgastar el día en aquel estúpido capricho del Maestro se había evaporado. Parecía que al tal Ronin le gustaba, y mucho, pasar el tiempo entrenando a sus alumnos, porque no les dio ni tregua ni descanso. Su único consuelo era ver al otro chico pasarlo tan mal como ella, cuyos turnos Hana aprovechaba para visitar el suelo con el objetivo de sentarse, y no por caerse de cansancio.

La magia curativa lograba eliminar las heridas, pero no su rencor. Se sentía una completa desgraciada. ¡Ella sólo quería dormir! ¿Por qué no iba a molestar a otro que incluso estuviera dichoso de recibir los conocimientos y carcajadas del Maestro? Que, por cierto, no le sentaban nada bien a la aprendiza.

La única conclusión a la que había llegado Hana es que aquel entrenamiento inesperado era la venganza del karma, ante las abusivas veces que la muchacha se saltaba las clases, se escaqueaba o vagabundeaba por las noches.

Por eso, cuando Lyn llegó en su busca, lo vio como la señal definitiva del karma. ¡Claro, el bosque! La última vez que se había aventurado más allá del cielo de Tierra de Partida, había infringido la norma de no ir al bosque que la Maestra (y Ronin, casualmente) les había puesto. Después de las dos horribles horas de sudor y lágrimas, Hana estaba segura de haber sido completamente perdonada por todas las partes y que Lyn iba a recogerla como prueba. Casi estuvo a punto de lanzarse a sus brazos de alivio.

Y prácticamente no lo hizo, a causa de que un empujón desprevenido de Ronin fue suficiente para devolverla al suelo. El otro aprendiz se acercó para ayudarla a levantarse y Hana le agarró de la mano con cierto agradecimiento. No valía la pena ponerse a la defensiva, con su habitual carácter, cuando los dos habían sido humillados por igual.

Yo soy Hana ―se presentó, incorporándose―. Ojalá no nos volvamos a ver nunca de esta manera.

Se le cayó el alma a los pies al escuchar la conversación entre Ronin y Lyn. Primero, porque la Maestra pretendía llevarles, aún con su estado actual, a una misión. Y segundo, porque Ronin había estado, hasta entonces, nada más que jugueteando con ellos, al referirse a semejante paliza como “un calentamiento”.

Sin embargo, Hana no se quejó. Prefería cualquier tipo de misión a continuar con la batalla exterior e interior que tenía contra Ronin. Además, si ni Lyn ni Sorkas comentaban nada sobre el penoso estado en el que se encontraban ambos, ella tampoco lo haría. Sufriría por dentro en silencio, con tal de no mostrar debilidad.

Escuchó la información de Lyn y tuvo una vaga idea de a qué mundo se refería, puesto que había estado en uno donde llamaban a cierta clase de gente “gitanos”. Sin embargo, tampoco quería arriesgarse a afirmarlo, ya que bien podía equivocarse. Le serviría, como mínimo, de punto de partida para saber con qué vestirse.

¡Eh! ―se quejó Hana, con cierta infantilidad. Luego, se corrigió―. Sé comportarme. He estado en lugares así, donde los extranjeros no son bien recibidos ―o los piratas, eso Hana no lo tenía muy claro―. “Donde fueres haz lo que vieres” ―recitó.

En cuanto Lyn hubo acabado de darles las instrucciones, Hana se encaminó directa a su habitación, tras responder afirmativamente a Sorkas. Y, nada más llegar, no pudo evitar echarse sobre la cama y gritar a la almohada. No obstante, contrario a lo que pensaba, no le costó volver a levantarse para cambiarse de ropa. El entrenamiento la había dejado agotada, pero la perspectiva de una misión se le antojaba… emocionante.

Si Lyn la había llamado la atención, Hana supondría que era a causa de dos cosas: su carácter, que dejaba mucho que desear; y su aspecto físico, que no sería bien acogido en el mundo al que iban. Cogió uno de sus habituales pañuelos, marrón, y se lo ató alrededor del cabello, desde la frente y hacia atrás, de tal modo que no quedara nada a la vista, salvo unos mechones en la esquina que formaba a su espalda. Luego, con cuidado, se vendó todos y cada uno de sus tatuajes, por si quedaban a la vista en algún momento.

Por último, abrió su armario y sopesó entre las pocas opciones cuál era la más idónea. Al final, se decantó por una blusa blanca de cuello alto, atada con un cordoncito, y una falda larga azul; ambos conjuntados, adornados por un cinturón marrón, podían pasar por una única pieza, que era lo que Hana pretendía. El toque final fueron las manoletinas, simples y poco llamativas. No quiso ponerse más detalles, para no llamar la atención, pero tampoco estuvo del todo satisfecha con el resultado, al pensar en las vestimentas que llevaban las gentes a las que había visto durante la Feria.

Finalmente, volvió a los Jardines, punto de encuentro acordado, a esperar las siguientes órdenes, si Lyn tenía algo más que decir.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Mié Oct 02, 2013 12:27 am

Ban

El muchacho atravesó lentamente el espacio interdimensional. Era la primera vez que volaba por su cuenta y debió costarle un poco orientarse. Por suerte, la Maestra había sido muy clara en sus instrucciones. Ello, unido a la formación básica que se impartía en las clases para aprender a guiarse por medio de las estrellas, fue suficiente para que Ban se pusiera en camino. Con todo, estaba claro que sus conocimientos astronómicos eran muy escasos, por lo que Nanashi le había sacado un plano y le había mostrado la ruta más directa. No le dejó marcharse hasta que se aseguró de que había memorizado su camino.

No tendría problemas para llegar.

****


Tierra de Partida

Cuando Hana y Sorkas se reunieron, Ronin, para alivio de ambos, ya no andaba por ahí —probablemente hubiera marchado a la caza de más aprendices desprevenidos—. Lyn pasó revista a sus atuendos y, aunque no pareció del todo convencida, terminó por dar un asentimiento de aprobación.

No está mal. Creo que podréis pasar desapercibidos. Bueno. Todo está dicho. Tened mucho cuidado y no nos decepcionéis. Si tenéis ocasión de acabar con los Sincorazón, hacedlo.

Dicho esto se despidió de ellos con un gesto y los dejó a solas para que hablaran entre ellos si así lo querían.

****

París

Primero Ban, que había salido poco antes que ellos, y luego Hana y Sorkas, avistaron el mundo y se dirigieron hacia él. Uno tras otro, se abrió ante ellos un cielo anaranjado surcado de esponjosas nubes teñidas de tonos rosados y dorados por los rayos del sol, que cegarían por unos momentos a los aprendices.

En cuanto el sol dejó de deslumbrarlos pudieron contemplar a sus pies una ciudad delimitada por altos muros, con cientos de altos edificios tocados por grises tejados a dos aguas. Las calles culebreaban como riachuelos entre las casas, algunas ocultas bajo coloridos toldos que cubrían pequeños puestos de comida o mercancía. Las plazas salpicaban aquí y allá de color blanquecino el mosaico de techos, pero ante todo destacaban los palacios, el castillo, y las numerosas iglesias, así como un viejo cementerio periférico y varios puentes que cruzaban el río. Este atravesaba la ciudad de parte a parte y reflejaba con una tonalidad sucia la luz decadente del sol.

Entre bandadas de palomas, les llegó el grave tañido de unas campanas que debía provenir de aquella gran catedral que se elevaba en medio de París.

Los tres tendrían que dirigirse a las afueras para no llamar a la atención…

****


Palacio Real

Majestad, ¿tendríais la gracia de prestarme atención un momento?

Un hombre de rostro huesudo, pelo canoso, nariz aguileña y ojos estrechos, enfundado en oscuras ropas casi monásticas, contemplaba con mal disimulada altivez a un joven que sonreía mientras enarbolaba su espada y derrotaba a su oponente, que cayó aparatosamente intentando esquivar la espada de su contrincante.

El hombre que sostenía su sombrero, pues ante el rey debía descubrirse, entre largos dedos de araña era el juez Claude Frollo.

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El muchacho que jugaba a la guerra era el rey Carlos VIII de Francia.

¿Qué te ha parecido eso? —rió con voz cantarina, envainando su espada y volviéndose hacia su súbdito con donaire. Se apartó un sedoso mechón rubio del rostro y dijo de buen humor:—. No tengáis tanta prisa, monsieur Frollo. ¿Puedo invitaros a una copa de vino?

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Por supuesto, majestad —respondió el juez con voz profunda.

Carlos VIII dejó atrás el patio donde había estado enfrentándose a un soldado de su guardia y se dirigió, acompañado por el juez, hasta una de sus salas de estar. Allí un par de sirvientes se apresuraron a traerle unas viandas, dos copas bruñidas en oro y una jarra de vino.

¡Qué bien sienta beber después de hacer ejercicio! —exclamó el rey.

Frollo consiguió disimular su mueca de desprecio tras la copa. Probó una uva por educación y luego, mientras el rey se entretenía escogiendo entre fruta y carne, dijo:

—Majestad, el asunto que tenemos entre manos es muy importante y no puede demorarse.

Carlos resopló, «como un niño pequeño» pensó Frollo con desagrado, y se cruzó de brazos.

Ya sé lo que venís a decirme, Frollo. Todos esos cuentos de demonios y gitanos —una vena latió en la sien del juez ante aquel tono despectivo—. Y ya os he dicho que son cuentos de viejas.

Está desapareciendo gente, majestad.

¡Desaparecen todos los días! —se llevó a la boca un bocado de pollo—. ¡Asesinos, embaucadores, vuestros propios hombres hacen desaparecer una o dos personas al día, monsieur! ¿Por qué tanta insistencia?


Los gitanos, majestad. El pueblo dice…

Oh, el pueblo dice —puso los ojos en blanco y esbozó una sonrisa sardónica—. Si creyéramos todo lo que el pueblo dice estaríamos perdidos. Además, mi hermana tiene razón: no hay pruebas de que estén invocando demonios, no ha ocurrido ninguna catástrofe natural, ni ha aparecido ningún cuerpo destripado…

Vuestra hermana es muy indulgente y caritativa, típico en una mujer de corazón blando. Preferirá esperar a que aparezca un niño clavado en una cruz invertida antes que actuar y acabar con el peligro de raíz.

Carlos arqueó una ceja y le lanzó una mirada de reproche. Frollo tuvo la suficiente inteligencia para agachar la mirada, si bien sus ojos desprendían puro veneno.

No sé, querido monsieur. Si encontráis culpables, por supuesto que podéis hacer lo que queráis con ellos. Pero mi her… Yo opino —se corrigió— que no vale la pena marear al pueblo con otra caza de brujas. Si queréis, ejecutad a una o dos personas para lanzar una advertencia, pero si no ocurre nada más, ¡dejad de preocuparos tanto! ¡Al final os moriréis de un infarto al corazón! —y rompió a reír.

Frollo esbozó una sonrisa tensa y asintió con rigidez. Después, el rey le dio la venia para marcharse y el juez desapareció, llevando consigo su ominosa presencia, con la capa ondeando a su espalda. El rey nunca lo admitiría en voz alta, pero le alivió perderlo de vista.

****


Puerta Este

Ban aterrizó al norte de la ciudad y, para llegar hasta la muralla, tuvo que seguir un camino polvoriento y atestado de refugiados que huían de la guerra o de comerciantes que traían en sus carromatos comida, vino, gallinas encerradas en pequeñas jaulas. En la puerta le obligaron a pagar un peaje y después, por fin, se encontró en París.

Incluso las afueras estaban atestadas de gente y costaba abrirse camino entre los largos vestidos, los animales callejeros y los chiquillos que se colaban entre las piernas de los adultos, salpicando aquí y allá al pisar alguna boñiga de caballo. Si intentó pedir indicaciones, nadie le hizo caso y acabó empujado a una gran calle algo más tranquila, por la que pudo avanzar sin tantas angustias.

Al final de la misma, de entre todos los mendigos que encontró, uno de ellos le llamó con una voz aguda y cascada:

¡Eh, hijo! ¿No darías un poco de dinero a este viejo? —sostenía una pipa entre unos labios que no se adivinaban por culpa de la capucha y parecía muy pequeño porque una capa servía para cubrirlo por completo. Frente a él, había un maltratado vaso de bronce.

No estaría mal ser caritativo. Podía ceder unos 200 platines y alegrarle la vida a un anciano. Tardaría un poco en sacar todo el dinero pero, eh, ¿qué daño podía hacerle?

Pero en ese momento, entre el estruendo de sus repiqueteantes armaduras negras, llegaron tres soldados sacudiendo sus armas y gritando para abrirse paso. Golpearon a una mendiga morena y le gritaron que se marchara a robar a otro sitio. A un hombre al que vieron echando una moneda a un anciano le zarandearon mientras le preguntaban:

—¿Por qué alimentas a las ratas, eh? ¡No ves que sólo quieren robarte!

El hombre se puso pálido y comenzó a balbucear. Al final lo dejaron marchar de una violenta patada en el trasero que lo mandó de boca al suelo y se volvieron a aterrorizar a los mendigos que no habían podido marcharse a tiempo o a la gente que simplemente se interponía en su camino.

Quizás era el momento de largarse…

Podía correr y largarse hacia el frente antes de que llegaran los guardias; allí, al fondo, se elevaban las torres de la catedral que había visto desde el aire. Era el centro de la ciudad. Si quería obtener información, sería un buen lugar para empezar. También podía intentar no arriesgarse a que los guardias se fijaran en él y desaparecer por un callejón.

En cualquier caso, si quería darle dinero al viejo, quizás los soldados, la tomaran con él…

****


Puerta Sur

Hana y Sorkas aterrizaron también a las afueras de París y recorrieron un camino menos transitado que el del Este, pero no por ello se libraron de tragar el polvo que levantaban los carromatos. Para pasar, por supuesto, se les exigió un peaje. Una vez dentro, caminando entre los puestos en los que se vendía carne pasada, pescados rodeados de moscas, pan de centeno, y donde se reunían corros de gentes mal vestidas —que no olían precisamente a gloria, sino a sudor rancio— pudieron escuchar:

—…los gitanos…

—…El juez Frollo es nuestra única esperanza…

—¡No seas estúpido! ¡Ese hombre corta la cabeza de todo lo que se le ponga por el camino!

—¡Dicen que aparecen en torno a Notre Dame!

—Tienen que ser ellos. Siempre traen desgracias. Malditos gitanos. ¡Dios nos libre de ellos! —el hombre que hablaba escupió a un lado.

Avanzando entre la multitud, terminaron por llegar a una encrucijada ante la que se abrían dos caminos: uno recto hacia el norte, que les llevaría hacia la catedral que habían visto desde el aire. Si preguntaban les dirían que se llamaba Notre Dame, o “Nuestra Señora de París”. Pero todo el mundo la llamaba simplemente Notre Dame.

El otro se dirigía hacia el este, que llevaba al Palacio de Justicia, el lugar donde se dirimían todos los pleitos judiciales y donde, a lo mejor, podrían escuchar algo sobre los demonios que les indicara a dónde ir…

Podían ir juntos en una misma dirección o bien separarse. Quizás un lugar les pareciese más apetecible que otro, o considerasen que lo mejor era cubrir terreno yendo cada uno por su lado.

Sea como fuera, deberían darse prisa.

Todo el mundo sabía que los demonios llegaban con las primeras sombras y al sol no le quedaban demasiadas horas de vida.

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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Astro » Sab Oct 05, 2013 12:39 pm

El viaje de Ban por el intersticio fue tranquilo y sin complicaciones. Gracias a las indicaciones de la Maestra Nanashi y a su insistencia en que el chico lo memorizara bien antes de salir del despacho, el rubio no encontró ningún impedimento para llegar por la ruta más directa a su destino: París.

***

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La apariencia de este nuevo mundo distaba mucho de lo que Ban había visto antes. Una gran ciudad se alzaba entre unos altos muros llena de edificios con tejados a dos aguas. Calles, plazas, un castillo, varias iglesias, un cementerio, e incluso un río que atravesaba París de arriba abajo con diversos puentes para cruzarlo. Pero sin duda lo que más destacaba era una imponente catedral que se elevaba en medio de la ciudad y cuyas campanas resonaban por todas partes.

A la vez que hermosa, a Ban también le dio la impresión de que la ciudad era algo ruinosa, pobre. Manteniendo la altura para evitar ser visto, dirigió su glider hacia el norte donde pudo aterrizar y librarse de su armadura. Allí, en las afueras de la ciudad, y tras atravesar un camino polvoriento rodeado de gente pobre (¿refugiados, tal vez?) y de comerciantes cargados con todo tipo de mercancía (incluso gallinas vivas), el chico llegó a la Puerta Este de la ciudad. A regañadientes, pagó el peaje obligatorio y por fin pudo entrar en París.

Aquello estaba a reventar de gente, y eso que estaban en los bordes de la ciudad. El joven Oswald se esforzó en avanzar entre tanta muchedumbre, sobre todo poniendo mucha atención en no pisar nada desagradable del suelo (como boñigas de caballo, puaj). Casi arrastrado por la marabunta, el chico acabó saliendo a una gran calle algo más tranquila por la que se podía avanzar sin tantos problemas. Por fin podría pensar por dónde empezaba su investigación...

¡Eh, hijo! ¿No darías un poco de dinero a este viejo? —cuando Ban se giró, descubrió frente a él a un mendigo de voz aguda y cascada, con una pipa entre los labios y con una capa que le cubría por completo. Movía un viejo vaso de bronce frente al muchacho, esperando una limosna.

¡No! —la respuesta del rubio fue automática, no tuvo ni que pensárselo. No aguantaba a la gente que pedía por la calle, y mucho menos a los que iban sucios. ¿Y si le pegaban una enfermedad?

Ban se llevó la mano al bolsillo donde guardaba el dinero, precavido de que el mendigo no se lo robara, pero un ruido a su espalda desvió su atención. Tres soldados enfundados en armaduras negras estaban montando un gran alboroto. Habían golpeado a una mendiga morena a la que acusaban de robar, y zarandeaban a un hombre al que habían pillado echando una moneda a un anciano mientras le preguntaban (o más bien le gritaban):

—¿Por qué alimentas a las ratas, eh? ¡No ves que sólo quieren robarte!

Incapaz de soltar unas palabras, al final los hombres le dejaron marchar con una patada en el culo y se volvieron para intimidar a más mendigos y peatones.

Por su parte, Ban evaluaba la situación. Aquellos debían ser los soldados de la ciudad, los que debían "mantener el orden", aunque sin duda parecían unos idiotas integrales. Según lo que le había contado la Maestra, sabía que Francia estaba pasando una mala situación, pero aquello había sido excesivo (incluso para Ban). ¿Por qué no se dedicaban a cosas más importantes?

Sin embargo, aquello no iba con él, así que era mejor largarse. El chico se puso la capucha de su capa para evitar llamar la atención y avanzó por un lateral de la calle con tranquilidad. Con una mano en la empuñadura de su espada por seguridad y la otra en la bolsa del dinero para evitar robos (cualquiera se fiaba), el Oswald seguía recto hacia el final de la calle donde se elevaban las torres de la catedral que había visto desde el aire. Debía ser el centro de París, el lugar perfecto para empezar a investigar lo que sucedía en ese lugar.

Rezando para que los guardias no se fijaran en él y le dejaran en paz, Ban siguió su camino intentando aparentar tranquilidad.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Mar Oct 08, 2013 12:03 am

En cuanto Ban se cubrió con la capucha e intentó pasar de largo a los guardias con naturalidad, escuchó el suave frufrú de una tela y de repente sintió unas finas manos en el brazo derecho.

Eres encantador, ¿lo sabías? —dijo una voz llena de ironía en su oído.

Al volverse se encontraría con dos hermosos ojos de un verde despampanante, un rostro de facciones elegantes y piel oscura enmarcado por una gruesa cabellera negra. Unos labios sensuales sonreían maliciosamente, sosteniendo una gran pipa entre los blancos dientes.

No tuvo tiempo para ver mucho más pero casi con seguridad más tarde, algo aturdido, comprendería que aquel mendigo de voz cascada era en realidad aquella encantadora joven.

Pero no en ese momento.

Si Ban intentó decir algo, ella lo acalló clavándole las uñas en el brazo y, sonriente, se caló la capa mientras murmuraba:

Finge naturalidad. Si te cogen conmigo pensarán que eres un amigo de los gitanos —y envolvió un brazo con el de él, como si fueran una pareja que paseaba tranquilamente por la calle.

Con la diferencia de que era la joven la que lo arrastraba a él con firmeza.

Escucharon un grito de miedo y si Ban miraba por encima del hombro vería que los soldados se estaban divirtiendo atemorizando a un par de jovencitas que simplemente pasaban por ahí. Pero, claro, no iba a volverse a ayudarlas y la muchacha tenía los preciosos ojos fijos en el frente. Sin embargo, se quitó la pipa de la boca y soltó un agudo silbido.

Se estaban alejando, pronto estarían fuera de peligro y…

Se escuchó el balido de una cabra, seguido de un estruendo metálico y una maldición. Ella no se dio la vuelta, pero a Ban podría vencerle la curiosidad y vería que una pequeña cabra blanca amenazaba con sus cuernos a uno de los soldados de armadura negra, que estaba doblado por la mitad. Las chicas, entre tanto, aprovecharon para esfumarse. Con los ojos inyectados en sangre, el soldado masculló:

—A ti te conozco, animal del demonio… —y miró en derredor para clavar la mirada en Ban.

—¡Eh, vosotros dos! —bramó.

¡Hora de correr! —la joven salió despedida hacia delante como si fuera una pluma. Si se fijaba, vería que iba descalza.

—¡Coged a esos dos, cogedlos, cogedlos! ¡Coged a esos gitanos! —gritaban a su espalda.

La muchacha giró para introducirse en un callejón cuando se chocó de lleno contra un soldado que, aturdido, se quedó mirándola de hito en hito hasta que se percató de que sus compañeros hacían aspavientos y extendió la mano para atraparla. Pero la cabrita, parecía ser la mascota de la joven, o al menos su protectora, fue más rápida porque cargó contra la ingle del hombre. Sonriente, la muchacha gitana se coló por el estrecho hueco que quedaba entre el soldado y la pared mientras éste se mantenía encogido por el dolor. Miró unos instantes a Ban, con una ceja arqueada, calibrándolo, pero al final se encogió de hombros y exclamó:

¡Apáñatelas como puedas! —y desapareció callejón abajo, acompañada del pequeño galope de su cabra.

Ban se había quedado solo y tenía pocas opciones. Frente a él estaba el soldado, todavía recuperándose, no muy ágil de reflejos por lo que parecía. A su izquierda continuaba la calle grande hacia el centro de la ciudad, con algún que otro callejón que también podía ser una opción para escapar.

A menos que no quisiera huir, claro.

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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Sorkas » Mar Oct 08, 2013 11:45 pm

Ya estaba de regreso por los jardines, en los que estaba esperándome la Maestra Lyn. Me miró a mí y a mi compañera de arriba abajo, y con un gesto de media desaprobación dijo:

No está mal. Creo que podréis pasar desapercibidos. Bueno. Todo está dicho. Tened mucho cuidado y no nos decepcionéis. Si tenéis ocasión de acabar con los Sincorazón, hacedlo.

Después prosiguió su camino sin dar ninguna otra instrucción. Tarea de fácil compresión que no llevaba a ningún equívoco.

Si mi compañera no tenía nada que decirme, procedería a invocar a mi glider, ponerme la armadura y salir derecho a las coordenadas del nuevo mundo.

***


Estábamos llegando, atravesé las nubes montado en mi glider, el sol cegador brillaba en el horizonte, y la ciudad destino surgió enfrente nuestro. Aterricé junto con Hana a las afueras de la ciudad, donde pudimos ver una cola de gente tratando de entrar. Con el primer vistazo a la gente de este mundo, me percaté del porqué la mirada de la Maestra antes de partir. La gente llevaba una ropa sucísima, como si fuese la única que tenían. Desde luego íbamos a destacar, aunque solo sea por tener la camisa limpia.

Al entrar en la ciudad, los guardias nos pidieron un peaje, que me ofrecí caballerosamente a pagar por los dos sino me lo impedía mi compañera. Una vez dentro, me percaté de las diferencias de este mundo respecto a otros que había visitado. Sorprendentemente, no difería mucho de Ciudad de Paso, tenía unos edificios estructurados de manera similar, sin embargo, no había atisbo alguno de electricidad y de todo lo que ello conllevaba. Simplemente parecía como una Ciudad de Paso más antigua. Ni que decir tiene, que la gente era totalmente diferente, todos lamentándose penosamente y echando la culpa de todo a aquellos gitanos.

Estábamos llegando a una encrucijada, así que me dispuse a mirar hacia dónde debíamos dirigirnos. Un camino llevaba a una enorme catedral.

¿Qué te parece si vamos a la catedral primero? —le pregunté a Hana—. Iglesias y demonios pegan bastante.

Era una razón estúpida, sí. Pero al menos yo no tenía ninguna otra idea. Esperé a ver su opinión y decidiese lo que decidiese, intentaría no separarme de ella. Ya la última vez me fui por mi cuenta y aquello no acabó nada bien.

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Siento no haber dicho nada sobre mi ausencia. Ha sido una semana muy liosa, intentare no repetirlo y al menos avisar si no voy a poder postear, sorry.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Nell » Vie Oct 11, 2013 2:20 pm

Antes de permitirles partir, tuvieron que pasar el minucioso ojo inspector de Lyn, quien ya les había avisado anteriormente de los atuendos que debían vestir. A juzgar por su mirada, pasaron el examen por los pelos.

Hana frunció el entrecejo. Consideraba haberse arreglado lo suficiente para estar más que decente. Sin embargo, no se paró a pensar que quizá Lyn conocía mejor el panorama que la aprendiza y, por lo tanto, comprendía mejor qué indumentarias estaban permitidas.

Como no querían quedarse a esperar a Ronin, partieron de inmediato hacia el mundo indicado por la Maestra.

Y éste los recibió con los brazos abiertos. Atravesaron una atmósfera plagadas de nubes cuyos colores variaban del rosa al dorado, en un horizonte anaranjado y bajo una ciudad viva bajo sus pies, que reflejaban una arquitectura y una cultura sin duda diferente a todas las demás. A la visión le acompañaba la armoniosa melodía de una campana, procedente seguramente de alguna catedral.

La belleza de aquel lugar aún se ocultaba tras los ojos de Hana, quien evocaba la imagen una y otra vez, para retenerla con fuerza en su memoria. Eran esos pequeños momentos mágicos, en los que los deleites visuales o las maravillosas coincidencias que daban origen a algo sorprendente, los que convencían a Hana de que había hecho bien saliendo de su pequeño mundo. Jamás habría podido disfrutar de algo así encerrada en Port Royal.

Al mismo tiempo que este mecanismo se daba dentro de su cabecita, Hana tuvo que prestar atención a que Sorkas y él buscaran un lugar donde aterrizar que no llamara la atención, es decir, a las afueras. Tuvieron que rehacer el camino de vuelta a la ciudad entre polvo, pero más les valía ser cauteloso.

A la entrada de la ciudad, se encontraron con un peaje y Hana rechinó los dientes antes de pagar. Sí, era en esas situaciones cuando más problemas podía dar la muchacha. ¿Por qué ser legal cuando cualquiera se podía colar? Pero claro… aún no conocía tan bien a los guardias como para arriesgarse.

Una vez dentro, vio el percal y, mirándose a sí misma, comprendió también por qué Lyn no les aprobaba del todo: al lado de aquellas gentes, ellos parecían de la nobleza. ¿Estaría bien arrancarse un par de trozos del conjunto o rebozarse con algo para no desentonar? En cualquier caso, se juntó lo que pudo a los puestos del mercadillo y a las gentes, a fin de intentar que se le pegara el olor. Menos mal que llevaba el pelo tapado, porque el champú era de coco.

Por otro lado, al tiempo que se arrejuntaba con el populacho, afinó el oído para escuchar todas las conversaciones que pudo. Además de la información, le interesaban también las jergas del lugar.

Tal y como decía Lyn ―murmuró Hana a su compañero, al tiempo que arrugaba la nariz ante un pescado podrido―. Según la Maestra, los culpables son los sincorazón y la gente está echando la culpa a los gitanos. Pero, ¿quién sabe? El mundo no se divide entre buenos y sincorazón. Supongo que tendríamos que investigar eso primero.

La calle desembocó en dos direcciones diferentes. Por un lado, estaba la catedral que habían avistado mientras sobrevolaban la ciudad; por el otro, un edificio que llamó poderosamente la atención de Hana y que, preguntando a la muchedumbre, logró averiguar qué era.

Y no le gustaba ni un pelo.

Lo mejor sería separarnos para abarcar más terreno ―decretó―. Sin embargo, haz lo que quieras. Yo, desde luego, no tengo intención de ir voluntariamente al Palacio de Justicia. Aunque por aquí todavía no me conocen…

Se lo pensó un poco, pero finalmente negó con la cabeza. Iría a la catedral, llamada Notre Dame, como le informó un viandante al que preguntó. Lugar que, encima, ya había oído mencionar respecto a su misión. Sin embargo, mentiría si dijera que se inclinaba a favor de la opción debido a eso. En realidad, sentía curiosidad de verla por dentro. Si era un referente del mundo, quería verlo para valorarlo correctamente.

Durante el trayecto, una vez escogido el camino, Hana se esforzó por fijarse minuciosamente en la actitud de las personas de la calle. Aparte de su vestuario, debían aparentar pertenecer a aquel mundo, incluso a aquella ciudad, para que nadie los tachara de extranjeros. Y es que de éstos probablemente se fiaran menos que de los gitanos.

Sonrió antes de poner en práctica su nueva idea.

Rodeó el brazo de Sorkas para colgarse de él y caminar por la calle como cierta pareja que había visto antes, acercándole los labios a su oreja, muy pegada al costado del aprendiz.

Bueno, ¿qué te está pareciendo París? ―le susurró, recordando el nombre de la ciudad, que había aprendido de su anterior visita―. Una pocilga, ¿no?

Si Sorkas coincidía con el perfil típico de los aprendices, seguramente le incomodara su actitud, algo con lo que Hana esperaba entretenerse.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Sab Oct 12, 2013 11:27 pm

La calle estaba llena de gente, de hombres y mujeres que se gritaban desde las ventanas, puestos en los que se podía comprar comida, ropa, herramientas y, ante todo, estaba llena de transeúntes que no dudaban en llevarse a todo el que pudieran por delante, de modo que Sorkas y Hana recibieron algún que otro pisotón y ninguna disculpa.

Pero consiguieron llegar a la gran plaza sanos y salvos.

Las torres de la catedral estaban iluminadas por la rojiza luz del atardecer, que arrancaba algún que otro fogonazo al impresionante rosetón. El edificio dominaba la plaza con su colosal estructura, robusta pero elegante al mismo tiempo. No era difícil suponer que aquel lugar era el corazón de París, más que cualquiera de los otros palacios que poblaban la ciudad.

Encontrarían puestos y gente comprando en ellos, además de corros de adultos, niños correteando aquí y allá, y algún que otro noble montado a caballo que trataba de abrirse paso entre los ciudadanos.
Pero en seguida percibirían algo extraño, algo fuera de lugar: siendo una ciudad tan populosa… ¿Cómo era posible que su centro estuviese tan… vacío en comparación con el resto de las calles? Porque, por grande que fuese la plaza, en aquel lugar se podía respirar, cuando lo normal habría sido esperar que se tratarse del sitio más abarrotado.

No lo era.

Y a medida que la luz se tornaba más carmesí, anunciando el fin del día, una hormigueante sensación empezaba a extenderse entre la gente. Una sensación contagiosa, molesta como la picazón de una avispa. Una sensación de tensión.
De pronto les llegó un coro de carcajadas: en un puesto de vivos colores, varios niños se habían sentado en un semicírculo para comprobar cómo dos marionetas se pegaban entre sí.

—¡Cuidado, au, cuidado! ¡Au! ¡He dicho que cuidado! ¡AU! —chillaba una voz aguda, mientras una de las marionetas se encogía para evitar el palo con el que la sacudía la otra.

—¡Dale, dale! —gritó algún niño, desternillado de risa.

—¡Y esto…! —golpe—. ¡…te pasa…! —golpe, estruendo de risas—. ¡Por…ser… tan… estúpido! ¡Que te coman los demonios!

A los niños no parecía interesarles la representación, sino los gritos de dolor de la marioneta atacada, pero un par de padres se mostraron furibundos cuando apareció una nueva marioneta con forma de diablo, cuernos y tridente incluídos, que se puso a pinchar al que hasta entonces había sido torturador.

—¡No puedes! —chilló el torturador—. ¡Yo soy un hombre de Dios, soy un hombre recto, yo soy el juez y siempre tengo razón!

—¿Es eso cierto? —el diablo se volvió hacia su infantil público.

Los niños lanzaron abucheos, gritando cosas como “mentiroso”, “es malo”, “¡mátalo!”. Con una risotada chillona, el diablo se volvió hacia su víctima.

—¡Parece que no todos piensan lo mismo!

No deberían estar haciendo esto —comentó una voz, en parte ahogada por el estallido de risas, al lado de Sorkas y Hana.

Se trataba de un hombre joven, alto, de cabello rojo y bien ataviado con unas calzas oscuras y un jubón de buena calidad, no excesivamente llamativo, cubierto por un sayo que se ataba a la cintura. En definitiva, no parecía pobre, pero tampoco noble. Seguramente se tratara de algún burgués. Llevaba una espada a la cintura, medio escondida bajo una capa.

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Yo que vosotros me alejaría —les dijo, señalando con un gesto de la barbilla hacia un grupo de soldados que se habían reunido en una esquina. Lanzaban miradas envenenadas al puesto, pero no parecía que fueran a actuar todavía—. Estos gitanos están buscando pelea y la van a conseguir…

En ese momento se incorporó uno de los marionetistas, con la cara de piel oscura cubierta por un antifaz de un rojo chillón, para recibir con reverencias los aplausos de los niños. En una mano llevaba la marioneta del diablo y en la otra la del torturador, una figurita vestida de negro y con una mueca siniestra. El infantil público pedía otra representación.

A sus espaldas pudieron escuchar los murmullos de varias mujeres:

—Qué vergüenza.

—¡Delante de la iglesia!

—Debe ser verdad que son ellos…

—¡Ojalá el juez Frollo les de su merecido!

El joven, que había escuchado también la conversación, arqueó las cejas y esbozó una expresión de resignación.
Parecía saber bastante del tema. Quizás quisiera hablar. En cualquier caso, no vendría mal preguntar, a él o a otras personas, sobre los demonios. Todavía parecía quedar tiempo antes de que los soldados decidieran expulsar del lugar a los gitanos que había dentro del puesto.

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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Sorkas » Jue Oct 17, 2013 6:07 pm

Lo mejor sería separarnos para abarcar más terreno ―concluyó mi compañera―. Sin embargo, haz lo que quieras. Yo, desde luego, no tengo intención de ir voluntariamente al Palacio de Justicia. Aunque por aquí todavía no me conocen…

¿Palacio de Justicia? ¿Por qué no querría ir allí? Decidí no indagar en sus asuntos personales, pero desde luego era una rara negación. Al final, nos encaminamos juntos en dirección a la catedral, llamada Notre Dame según pudimos averiguar.

Por la calle, a pesar de no ser precisamente estrecha, transitaba un sinfín de personas, lo que hizo imposible esquivarlas a todas, pese a mis sobresalientes reflejos. Además, ninguna persona con la que chocaba paraba siquiera a disculparse, este nimio suceso provocó que reconociese que este mundo sí que era completamente a mi ciudad de origen. Qué fuesen pobres, seguramente no era culpa suya, pero la falta modales era algo que no podía soportar.

Sin embargo, este detalle iba a pasar pronto a segundo plano. De repente, noté como un brazo salvaje rodeaba el mío propio y se colgaba en él. Más extrañado aún me quedé cuando descubrí que la propietaria de ese brazo era Hana, mi compañera. Totalmente sin palabras para esta singular situación, no pude evitar un leve tartamudeo.

No contenta con esta extrema confianza, acercó sinuosamente los labios a mi oreja. Inevitablemente, y ya totalmente ajeno a lo que ocurría a más allá de cincuenta centímetros de mí, noté como mi cara se empezaba a sonrojar.

Bueno, ¿qué te está pareciendo París? Una pocilga, ¿no?

Yo, todavía en estado de semi-shock, necesité de un tiempo para ordenar en mi cabeza calentada y entender las palabras que me había dicho. Cuando logré comprender que me había hecho una pregunta y por lo tanto buscaba una respuesta, hice acopio de mi voluntad, inspiré profundamente intentando volver a tener el control sobre mi cuerpo y expiré todo el aire para tranquilizarme ya del todo.

Es…Es…Es…Esto…―a pesar de que creía que me había tranquilizado, las palabras no fluían de mi boca―. Esto… Sí, sí parece una pocilga…

Tampoco parecía capaz de hilvanar ninguna frase con cierto sentido. Así que decidí tragar y no añadir ninguna otra cosa, no vaya a ser que soltase alguna tontería.

Casi sin quererlo habíamos llegado a la plaza donde se situaba la catedral. Viéndola de cerca era realmente grande e imponente. Desde luego me hacía sentir que no era nada comparado con ello, o ella. Me pasé unos segundos embobado con la arquitectura de la catedral y preguntándome si podría subirme a las torres para contemplar el mundo desde allá arriba. No ahora claro, lo primero era la misión.

De vuelta a la aburrida vida terrenal, me llamó la atención lo inesperadamente poco poblada que se encontraba la plaza. Había un mercado con diversos puestos repartidos por los laterales, pero no había mucha gente en ellos. No me costó mucho llegar a la causa de aquello, al fin y al cabo en mi mundo pasaba exactamente lo mismo. El sol estaba por esconderse y con la noche llegaban los demonios, los Sincorazón. Yo conocía muy bien aquella sensación de incomodidad a la par que el sol descendía en el horizonte.

Sin embargo, aún no era lo suficientemente tarde como para que no hubiese nadie, y diversos niños correteaban por la plaza y un grupo atendía a la función de unas marionetas. Los niños gritaban y reaccionaban según las acciones de las marionetas, y yo, como un tonto, me quedé mirando la función sin perderme detalle.

No deberían estar haciendo esto.

El hombre que habló se hallaba lo suficientemente cerca nuestra como para parecer que nos hablaba a nosotros. Un simple vistazo bastó para saber que no era precisamente de la clase baja de aquel mundo.

Yo que vosotros me alejaría —sin duda nos hablaba a nosotros. ¿Cómo era posible? ¿Acaso sabía quiénes éramos?—. Estos gitanos están buscando pelea y la van a conseguir…

No parecía estar equivocado, unos soldados lanzaban miradas asesinas hacía la representación. Justo en ese momento, varias personas comentaban el mal gusto de la función. Se estaba poniendo muy fea la situación.

Es la primera vez que vengo a la ciudad… —comenté al hombre intentando que no se notase que era de otro mundo—. ¿Por qué se le tiene tanta manía a los gitanos?

Tras escuchar su respuesta, proseguí mi interrogatorio.

He oído que hay rumores de que saben invocar demonios. ¿En qué zonas suelen aparecer esos demonios? Para evitarlas, ya sabe.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Nell » Vie Oct 18, 2013 12:16 am

La descortesía no le era desconocida a Hana. Y en medio de las gentes de aquella ciudad, pudo verla de nuevo en todo su esplendor, intentando atravesar una calle que, en otras sociedades, no hubiese supuesto ninguna complicación. Sin embargo, aquellas personas eran sencillas, no tenían modales ni educación, porque la época así dictaba que fueran.

La aprendiza tuvo que adaptarse rápidamente a la mecánica. Avanzó recto, esquivando a los grandes y arrasando con empujones a quien podía, siendo pisada y pisando cuando pudiera. No quería dejarse intimidar por la urbe.

Sorkas reaccionó tal y como esperaba, y eso fue lo único que le agradó ligeramente del paseo por la supervivencia.

Al llegar a la plaza, Hana se descolgó del brazo de Sorkas para admirar en toda su extensión la hermosa vista que ofrecía Notre Dame. Quería entrar. Se moría de ganas. No obstante, la detuvo la misma plaza, la cual llamaba poderosamente la atención por un único elemento: su gran espacio. Y era esto justo lo que la descolocaba. Miró a su espalda para confirmar las sospechas. ¿Cómo una calle tan abarrotada daba pie a una extensa plaza vacía?

No me quejaré de que no haya apenas gente aquí ―comentó a Sorkas―. Si no fuera así, seguramente no podríamos ver tan bien Notre Dame. Y, además, trabajaremos mejor.

Recordó vagamente las conversaciones de las gentes y ató cabos. Si los gitanos, quienes creían que eran los culpables, solían aparecer alrededor de Notre Dame, era lógico que nadie quisiera acercarse. Para Hana la catedral era increíble, nada que uno se pudiera perder, pero para quien vivía allí desde la niñez sería un elemento más de la ciudad.

Entonces, coincidiendo con la puesta de sol y un ambiente alrededor que Hana no sabía identificar, escuchó risas. Los niños, sentados en semicírculo, observaban un espectáculo de marionetas y eran, al parecer, los únicos en la plaza que no temían nada de lo que pudiera haber allí. Hana avanzó hasta el teatrillo, curiosa por el espectáculo callejero, con cuidado de no chocar con nadie ni de cruzarse en el camino de los nobles, y se quedó de pie al fondo para verlo con ellos.

Demonio, Dios, juez… no eran palabras que le fueran desconocidas, pero tampoco le gustaban. Por eso la representación le estaba encantando.

Y sin embargo…

¡Mátalo!

Por un momento, se vio nuevamente en una plaza diferente, rodeada por otras personas, más pequeña y tapada con una capucha, mirando al cuerpo inerte de quien acababa de ser colgado en la plataforma. El corazón se le encogía y la visión se le quedaba grabada en la retina. Tendría que haber retirado la mirada cuando el verdugo accionó la palanca, como había hecho Raymon, pero se había quedado petrificada y lo había visto todo. Y después de semejante espectáculo, el shock había podido con ella.

Fueron las lágrimas quienes se encargon de nublarle los ojos y permitirla desahogarse en paz. A su lado, el hombre a quien tanto temía se inclinaba para susurrarla:

«Grábatelo en esa mollera tan dura que tienes, niña. Este es el precio de la libertad»

La voz de un hombre, que se dirigía a Sorkas y ella, la devolvió a la realidad. Se tocó las mejillas disimuladamente para comprobar que, pese al recuerdo, las tenía secas. Se sintió decepcionada porque así fuera, pero no tenía nada de lo que extrañarse. Sin corazón con el que añorar, ninguna lágrima se derramaría jamás por sus ojos.

Le costó retomar el hilo, pero cuando volvió a estar presente en cuerpo y alma, entendió la advertencia del hombre. Observó la plaza para captar todos los detalles que revelaban en qué desembocaría aquella falta de respeto. Los soldados se estaban preparando (Hana suponía que esperaban a que se fueran los niños, o eso le habría gustado pensar) y las gentes veían con malos ojos aquel tipo de exhibiciones.

Hana, por otra parte, no entendía nada. Si tan mala fama tenían los gitanos, ¿por qué hacían aquel tipo de cosas? ¡Estaban pidiendo a gritos que los arrestaran! ¿Por qué no adaptarse a las formas del lugar, en vez de desentonar? Al fin y al cabo, era la elección que habían hecho Hana y Sorkas al ir a aquel mundo.

Quiero quedarme ―le susurró Hana a su acompañante―. Quiero ver qué es lo que pasa. Pero no podemos dejar que nos relacionen con ellos. Apartémonos, como nos han dicho, y contemplemos desde la distancia ―le propuso―. O haz lo que quieras.

Con o sin él, se alejaría del teatrillo y se acercaría al joven burgués, a quien la muchacha, por no conocer los rangos sociales, no sabía muy bien dónde encajar por sus vestimentas. Sin embargo, Sorkas tomó la iniciativa y preguntó indiscriminadamente por… todo. Hana pretendía colgarse nuevamente de su brazo, pero desechó la idea. ¡Ahora sí que los identificaría de extranjeros!

Quería alejar esa idea de la mente del señor, y no se le ocurrió de otro modo que intentando familiarizarse con él.

Tampoco te creas todos los cuchicheos de esas viejas locas. Si fueran ellos, se les echaría de la ciudad ―regañó con fingida amistad a Sorkas. Después de ver la cara que había puesto el extraño ante el corrillo de mujeres, no dudaba de la actitud del hombre respecto al tema, y quería que pensara que coincidían sus opiniones―. Seguramente sean tan víctimas como nosotros. Esos demonios… son cosa de algo peor. Por cierto, ha sido muy amable de tu parte avisarnos. ¿Qué te ha llevado a ello? ―le preguntó directamente. ¿Tal vez desentonaban de alguna forma que Hana no había tenido en cuenta? ¿Tanto se notaba que eran extranjeros? Si así era, no merecería la pena seguir fingiendo―. Ellos… me agradan. Ha sido una obra interesante. ¿También te gustó?

Si de algo pecaba Hana era de una lenta adaptación. Aquel hombre desentonaba dentro del mundo, y mucho, para la aprendiza, quien diferenciaba burdamente entre ricos y pobres. Entonces, ¿quién era él? ¿Debían dirigirse con respeto? ¿O fingir una actitud campesina y analfabeta como se esperaba? No lo tenía muy claro, y esa falta de confianza en lo que estaba bien decir o no la llevaba a tomar ambos papeles. Un error que podía reprocharse más adelante.
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Suzume Mizuno » Sab Oct 19, 2013 12:09 am

Es la primera vez que vengo a la ciudad… . ¿Por qué se le tiene tanta manía a los gitanos?

Ya me imaginaba que no erais de por aquí—sonrió el joven, recorriéndoles con la mirada y deteniéndose unos instantes en la blusa de Hana. Parecía divertido. La ropa de ambos era algo ambigua respecto a la categoría a la que pertenecían pero, desde luego, no era de pobres. No iban a la moda, en especial los pantalones del joven, y ella parecía una mezcla de burguesa y pueblerina por esa forma tan sosa de recogerse el pelo. Tampoco llevaba un vestido ajustado al talle, ni ninguno de los dos se tocaba con ningún tipo de sombrero, así que no sabía bien qué pensar. Excepto que eran extranjeros—. Nunca había visto una bolsa tan curiosa —añadió, refiriéndose a la mochila de Sorkas.

¿Sería alguna curiosa innovación de Flandes? No tenía ni idea. Dejó de prestar atención a los detalles y respondió a su pregunta:

Pues debéis venir de un reino muy… permisivo si allí los gitanos son bien aceptados. Que yo sepa, nunca se los ha querido en ningún lugar —se encogió de hombros, sin poder evitar arquear una ceja.

Era como si le preguntaran por qué nadie apreciaba a los judíos. ¿De dónde había salido aquella gente?

He oído que hay rumores de que saben invocar demonios. ¿En qué zonas suelen aparecer esos demonios? Para evitarlas, ya sabe.

Pues dicen que por toda la ciudad, monsieur, aunque me extraña que no lo sepáis si ya habéis oído hablar de los demonios. En especial, dicen que aparecen aquí —con un gesto del brazo, abarcó la plaza—. Curioso, ¿verdad? Tan cerca de la divinidad… La gente está como loca. Alguno insiste en que los gitanos no tienen miedo de desafiar a Dios.

»Aunque también he oído decir que aparecen cerca del Palacio de Justicia.


Parecía francamente divertido, como si no se creyera nada de lo que estaba diciendo.

Tampoco te creas todos los cuchicheos de esas viejas locas. Si fueran ellos, se les echaría de la ciudad ―intervino entonces Hana, reprochando suavemente a Sorkas por su ingenuidad―. Seguramente sean tan víctimas como nosotros. Esos demonios… son cosa de algo peor. Por cierto, ha sido muy amable de tu parte avisarnos. ¿Qué te ha llevado a ello?

Tuve la sensación de que no erais de por aquí y quise advertiros, mademoiselle.

Ellos… me agradan. Ha sido una obra interesante. ¿También te gustó?

El joven la miró, parpadeando varias veces, y luego lanzó una carcajada.

¡Vaya, mademoiselle, no tienes miedo a nada! —sonriendo, se inclinó ligeramente hacia ambos, bajando la voz—. Pero yo que tú no iría diciéndolo en voz alta. Nadie quiere que lo consideren amigo de los gitanos. Y menos ahora. Podrían mandaros al Palacio sólo por una cosa así. Y allí no hacen muchas diferencias entre señoritas y señores, sean o no extranjeros.

Guardó un silencio, estudiándolos, y decidió seguir hablando:

Veo que no tenéis mucha idea de lo que está ocurriendo en París así que os voy a recomendar un par de cosas: esos gitanos están criticando, indirectamente, al juez Frollo. Es un hombre… recto de espíritu y muy cercano a nuestro señor el rey. No le gustan nada los gitanos. Ni los que simpatizan con ellos, así que si no queréis meteros en líos, manteneos alejados de ambos.

»No sé qué verdad hay en eso de que aparecen demonios, pero Frollo lleva años persiguiendo a los gitanos y éste es su momento de gloria porque está convencido de que tienen que ser ellos los culpables.


Entrecerró los ojos y murmuró para sus adentros mientras contemplaba la catedral:

Casi parece como si estuvieran haciendo desaparecer a gente a propósito… Sin rastro, sin sangre… Es todo… demasiado conveniente.

Se quedó en silencio, pensativo.

Entre tanto, los niños pedían a gritos otra nueva ronda de marionetas y cada vez se iban reuniendo más soldados en la esquina.

Como si no fuera suficiente, ahora Frollo quiere empezar con las ejecuciones. Tiene bastante prisa, la verdad...

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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Sorkas » Mar Oct 22, 2013 7:05 pm

Ya me imaginaba que no erais de por aquí —respondió amablemente el hombre—. Nunca había visto una bolsa tan curiosa.

Tras mirarnos de arriba abajo, dedujo claramente que no éramos de por aquí. Me extrañó que se fijase en mi mochila, jamás hubiese supuesto que me iba a delatar un objeto tan común para mí.

Pues debéis venir de un reino muy… permisivo si allí los gitanos son bien aceptados. Que yo sepa, nunca se los ha querido en ningún lugar —prosiguió, respondiendo a mi pregunta.

Sí que me resultaba extraño que se marginase a una determinada gente. Todavía no tenía muy claro qué era lo que los hacía diferentes al resto de la población, pero en Ciudad de Paso confluían todo tipo de personas y seres no humanos que convivían pacíficamente. Realmente no lograba entender el punto de vista de este mundo.

Pues dicen que por toda la ciudad, monsieur, aunque me extraña que no lo sepáis si ya habéis oído hablar de los demonios. En especial, dicen que aparecen aquí. Curioso, ¿verdad? Tan cerca de la divinidad… La gente está como loca. Alguno insiste en que los gitanos no tienen miedo de desafiar a Dios.

»Aunque también he oído decir que aparecen cerca del Palacio de Justicia.

¿La Catedral y el Palacio de Justicia? Al menos eran pistas por dónde empezar. Habría que buscar qué tenían en común aquellos dos lugares, pero sin conocer en profundidad los sitios se iba a hacer difícil.

Desde luego, no me resultó extraño que el hombre respondiese a las preguntas sin oposición. Había sido él el que había empezado acercándose a nosotros, no tenía sentido empezar a hablarnos y luego guardarse las palabras. Pero al parecer mi compañera estaba molesta conmigo, supongo que pensaba que nos había delatado.

Tampoco te creas todos los cuchicheos de esas viejas locas. Si fueran ellos, se les echaría de la ciudad. Seguramente sean tan víctimas como nosotros ―sin duda me estaba echando una pequeña bronca. La miré inquisitivamente, pues no creí que había obrado mal―. Esos demonios… son cosa de algo peor. Por cierto, ha sido muy amable de tu parte avisarnos. ¿Qué te ha llevado a ello?

Tuve la sensación de que no erais de por aquí y quise advertiros, mademoiselle.

Lo que yo pensaba, ya nos había calado, no hacía falta fingir más sobre nuestra procedencia.

Tras escuchar toda la historia que nos soltó el hombre, que parecía que estaba falto de alguien que le escuchara, ya tenía una idea de cuál era la situación de este mundo. Ese tal Juez Frollo estaba persiguiendo a los gitanos y la aparición de los Sincorazón era su excusa perfecta para culparles.

En realidad, seguíamos sin tener ninguna pista sobre quién era el responsable, pero creía que ya teníamos suficiente para empezar a buscar.

―Muchas gracias por sus advertencias señor. ―me excusé intentando reproducir una reverencia de las que había oído hablar.

Acto seguido me dirigí hacía mi compañera en cuanto me aseguré de que nadie podía oírme:

No sé por qué no querías ir al Palacio de Justicia, pero creo que tendremos que pasar por allí tarde o temprano. Sabiendo que los Sincorazón aparecen aquí y en el Palacio, ¿quieres que los esperemos aquí? ―le pregunté observando la plaza―. Me da la sensación de que las cosas se van a poner feas…
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Re: [La Cité des Cloches] No quedará ni uno

Notapor Nell » Mié Oct 23, 2013 12:28 pm

Hana terminó por suspirar, resignada. Al menos, lo habían intentado, pero era demasiado obvio que no conocían lo suficiente el lugar como para pasar inadvertidos antes el resto de personas. También, por eso, empezó a recelar cada vez más del hombre, quien los había dejado al descubierto con suma facilidad. Seguir relacionándose con él podía suponer un peligro futuro.

Sin embargo, no iban a rechazar la jugosa información que les estaba proporcionando.

Que los gitanos sufrieran discriminación y fueran culpados no le preocupaba demasiado, pero que las gentes relacionaran a los sincorazón con demonios opuestos a Dios, pese a no serle extraño, no le gustaba. Esa absurda manera de pensar, achacando a un nivel divino los problemas, era la forma que las personas tenían de rendirse contra un enemigo contra el que no pensaban luchar. Por supuesto, su objetivo pasaba a ser los supuestos invocadores, los gitanos.

Además, según se fijó Hana, hablaba con despreocupación, como quien cuenta los chismorreos absurdos de las viejas, lo que suponía una ventaja para los aprendices, puesto que el hombre no indagaría sobre si eran o no verdad las historias. Esto, sumado al posterior halago, o al menos así lo tomó ella, hizo que se despreocupara por completo de que el noble hubiese descubierto su origen extranjero.

«¡Vaya, mademoiselle, no tienes miedo a nada!». Hana asintió, dándole la razón. Aunque ambos se equivocaban.

Acto seguido, les puso al día sobre la situación de la guerra fría que mantenían los gitanos contra un juez, Frollo, que usaba la amenaza de los sincorazón para inculparles de su invocación. Vista la situación, se estaban buscando ellos mismos su exterminio, puesto que en vez de suavizar la tensión, criticaban en público a su principal enemigo.

La reflexión en voz alta del hombre incomodó a Hana. Prefería que siguiera siendo el iluso que pensaba que todo aquello eran cuentos estúpidos de las habladurías callejeras.

«Como si no fuera suficiente, ahora Frollo quiere empezar con las ejecuciones. Tiene bastante prisa, la verdad...».

Hana tragó saliva.

Ha sido muy amable ―se despidió también Hana―. Haremos caso de su consejo. Espero que en nuestra próxima visita podamos disfrutar más de París.

Imitó la reverencia de Sorkas, pensando como él que podía ser lo adecuado, y se alejó junto al aprendiz para que pudieran hablar a solas. Toda aquella fachada amable desapareció ipso facto, aunque aún quedaban restos. Estaba teniendo un día demasiado… dulce.

No me importa ir ―refunfuñó―. Pero ahora no. Primero, quiero ver qué es lo que sucede. Alejémonos del teatro y miremos qué ocurre desde la distancia. Si nos vemos involucrados, podemos refugiarnos en Notre Dame o ir a tu Palacio de Justicia ―luego, lo pensó un poco mejor―. Si suelen estar en ambos sitios, lo lógico sería que elimináramos a ambos y... ―se quedó un momento callada, ladeó la cabeza y añadió de mal humor―. Esto es una tontería. Encontraremos a los sincorazón, acabaremos con ellos y luego, ¿qué? Nosotros nos iremos, aparecerán más y seguirán ahorcando gitanos.

¿Qué sentido tenía luchar contra seres que nunca dejaban de surgir?

«Tiene bastante prisa, la verdad…».

¿Por haber encontrado el motivo con el que deshacerse de los gitanos? ¿Por temor a que fuera encontrado el verdadero responsable? ¿O por algo que se les escapaba?
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