[El rincón de la abuelita Orb]

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[El rincón de la abuelita Orb]

Notapor xXOrbOOkXx » Dom Nov 17, 2013 9:30 pm

!Hola!
Bueno, he abierto este post porque he hecho demasiadas mini-historias y poemas por separado, así que voy a juntarlos para así que no hayan tantos posts de tonterías mías. Bueno, aquí pondré todas las historias e idas de hoya que escriba. Tal vez también ponga algún dibujillo.


HISTORIAS: :write:

Polvo de estrellas:
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POLVO DE ESTRELLAS
El mar lamía animosamente la arena de la playa mientras Sora descansaba mirando las estrellas, deleitándose con el sonido de las olas mientras el aire salado se le colaba por las fosas nasales. Suspiró y resignadamente, se levantó, mirando la plateada luna menguante que se extendía como un disco luminoso. Una voz le distrajo de sus pensamientos.

--Veo que haces el vago, como siempre.

A su lado estaba Kairi, una chica de pelo rojo como el fuego y ojos tan azules como el mar que tenían delante. Se sentó a su lado, sin decir nada. Ambos sin decir nada. Sora se sentía feliz de volver a estar con ella y con Riku. Se rascó la cabellera marrón alborotada mientras dejaba sus cavilaciones sin decir nada. Ambos sabían que nada había acabado. Kairi suspiró, acurrucándose contra sí misma ante el contacto del frío aire marítimo.

--¿Tienes frío? -Preguntó Sora ante la reacción de su amiga. Al ver que no le llegaba respuesta alguna, se quitó su abrigo, pasándoselo por los hombros a la pelirroja.

--Gracias.

Se quedaron así, mirando el mar que tanto les había prometido: tantos mundos por descubrir, tantas aventuras que disfrutar... Tantos amigos que perder, tantos momentos de tensión acumulada. Tal vez para nadie signifiquen nada, tal vez se pierdan en el viento como las promesas de antaño. Pero se equivocan.

Kairi dejó escapar una pequeña lágrima que el viento y el pulgar de Sora se ocuparon de secar.

--Nada de caras tristes -susurró Sora con una gran sonrisa.

--Me cuesta creer que nos vayamos a separar de nuevo -contradijo Kairi negando con la cabeza.

Sora cogió suavemente la barbilla de Kairi, mirándola a los ojos.

--Nuestros corazones siempre estarán unidos.

De repente todo el cielo se inundó de estrellas fugaces, haciendo que nuestros pequeños héroes se maravillasen ante tal explosión de satélites.

-Pide un deseo -exclamó Sora, con emoción contenida.

Kairi cogió la mano del moreno, apretándola contra su pecho.

--No me hace falta -informó- tengo todo lo que necesito.

Acercaron sus cabezas lentamente, mezclando sus respiraciones, tan cerca como para querer...

--!Eh, vosotros!

Se separaron bruscamente totalmente ruborizados ante el grito de Riku, el joven peliblanco que se agazapaba ante el peñasco de la palmera de paopu. Seguidamente sacó su venda negra y se la anudo a los ojos.

--!Por mí no os cortéis! -continuó.

Los tres rieron. Rieron para el mar, para los mundos vistos, conocidos y desconocidos. Pero sobretodo, para la cúpula de estrellas, que parecía nieve contra la bóveda del cielo.

Bueno, pues hasta aquí todo :) espero que les haya gustado, es muy muy corto, pero quería compartirlo con vosotros, espero opiniones :). También espero mejorar para la próxima. Ay, se me cayó una lagrimita al escribirlo.


La leyenda de los últimos Leónidas:
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Aquí está la historia:
LA LEYENDA DE LOS ÚLTIMOS LEÓNIDAS

Nota: Leer con la canción Dream Chasers.

Las historias de héroes dormidos, las historias jamás contadas… Nunca dicen la verdad.
-Yo.


PRIMERA PARTE
HISTORIAS DEL PASADO

--En un lugar muy lejano donde las montañas de nieve se fundían con la niebla y donde las canciones épicas resonaban en los bazares de madera, vivía un poderoso hombre.

>>Decían que era un hombre tan fuerte, que vencía a los osos blancos de la temible cordillera con solo pensarlo. Llevaba un atuendo de león y un abrigo de piel.
Su pelo plateado y su morena piel, resaltaban con los parajes blancos que al lado de su casa se encontraban, y sus ojos del color de la sangre relucían contra el sol de la mañana.

>>Nadie lo había visto nunca, por lo que todas estas descripciones se han ido transmitiendo de padre a hijo. Pero todos sabían una cosa: era un herrero mágico. Armaba a los ángeles y a los demonios y su cabeza estaba adornada con cornamentas de oro que relucían tanto, que con solo mirarlas de reojo podías quedarte ciego. Vivía en cavernas de esmeralda y su esposa domaba a los caballos más salvajes. Pero eso no viene a cuento.

--Sirius –exclamé-, cállate ya, intento dormir.

Sirius estaba contra una roca pardusca contando la increíble historia del Herrero Mágico a Luna, que se hallaba al lado de mí con sus ojos verdes abiertos de par en par mientras se arremolinaba en su piel de oso.

Fuera de la caverna la tormenta de nieve caía con aplomo mientras yo, tumbada en el duro suelo de la roca, arremolinada en más pieles, intentaba dormir. Los cuentos de hada no existen, son una chorrada. Lo único importante era sobrevivir en aquel páramo helado. Luna me miró con una expresión suplicante. Y yo le sonreí, compasiva.

--Puedes continuar Sirius –dije yo, poniéndome las pieles a modo de amortiguador. A pesar de ello, seguía oyendo su flamante voz.

--El caso es que, el día que el Herrero Mágico se presentó en nuestra tribu, que como bien sabéis está en la colina nevada, decidió otorgarnos las Armas Devastadoras, que hoy en día han desaparecido. Se dice que con el puñal podías matar al enemigo de un solo tajo, el arco de oro nunca fallaba y la espada de filo negro, cortaba la tierra. El chamán de la tribu, de aquella época, decidió guardar para siempre éstas armas, en pos de matar al enemigo que nos acechaba desde las sombras.

--Los Oscuros –aclaró Luna.

No pude aguantar la emoción y me destapé escuchando aquella historia. Como buena Leónidas, me gustaban las historias fantásticas. Sirius me miró un momento con los ojos pícaros y prosiguió:

--Los Oscuros eran un clan que mataba y ocupaba, todos decían que eran demonios. Pero en realidad… eran lobos. Lobos de piel negra, todos igual de hermosos y letales. Machos y hembras ocupaban sus filas. Nuestro clan: Leónidas, luchó valientemente contra los enemigos con las armas. Pero, por desgracia muchos cayeron en la batalla, cubiertos de pelo negro, de arañazos y sangre.

>>Al ver tal desfachatez, el Herrero Mágico castigó al clan quitándoles las armas y enterrándolas en algún lugar de la tierra. Entonces, al ver que no podían hacerles frente, abandonaron la colina y fueron a probar suerte al sur. No encontraron nada. Muertos de hambre y de frío, el líder del clan de Los Oscuros, se apiadó de su alma y les propuso un pacto: fusionar sus almas para ser así solo uno. Dicen que las almas de Los Oscuros habitan nuestro cuerpo, que cada noche de luna llena el alma se apiada de nuestro cuerpo.

-Qué tontería –repliqué-, no me transformo en lobo cada luna llena, eso es imposible.

Sirius me fulminó con la mirada y prosiguió.

--Eso es porque según la historia nuestros ancestros aprendieron a controlar la ira del lobo, convirtiéndonos en lo que somos ahora.

Me detuve un momento al mirar sus ojos parduscos y su pelo blanco, mientras me recogía el mío propio en una cola de caballo que me caía en una cascada dorada.

--Me pregunto… -comenzó Luna, alborotándose su pelo negro- ¿Qué tiene que ver el Herrero con toda la historia?, ¿Los lobos hablan?

Sirius se quedó pensativo un momento y después se encogió de hombros.

--Supongo que es para darle más énfasis a la historia, los lobos tal vez hablen, nunca he visto uno –me miró y desvié la mirada, incómoda-. Sólo me los he imaginado como los narran las historias.

Hasta que ni Luna ni Sirius se durmieron en aquella fría caverna, pude conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, Luna me despertó de una patada. Emití un sordo gruñido mientras me levantaba a regañadientes. Recordaba haber dormido poco en un sueño ligero, así que ahora estaba que me caía. Bostecé y salí de la caverna en la que habíamos dormido. Fuera todo era un páramo helado cubierto de nieve.

Aspiré el aire de la mañana, disfrutando el silencio. Pensando en el por qué estábamos aquí. Deseché aquellos pensamientos, la historia de nuestras vidas era demasiado triste como para contarlas. Una bola de nieve me estrelló en toda la cara, sacándome de mis ensoñaciones.

Sirius estaba delante de mí con sus vestimentas habituales: todo hecho a mano con piel de oso en lo que sería un estrafalario mono blanco, ajustado a unas botas de caña alta. Se ajustaba a su cuerpo delgaducho y alto como un guante. Por un momento pensé que se podría camuflar perfectamente en la nieve.

No me eché atrás y lancé una bola similar a la anterior, que impactó en la pierna de Sirius. Luna estaba a su lado, construyendo un fuerte de nieve.

--¡Eso no es justo! –Exclamé-. ¡Dos contra uno es trampa!

Luna se reía a carcajadas mientras que Sirius le acompañaba en una risa igual de mordaz. Cogí mucha más nieve y la lancé contra Luna, que esquivó con dificultad por la risa.

Luna, Sirius y yo, teníamos la misma edad, bueno, Luna era unos cuantos meses más joven, aunque todos teníamos dieciséis años. Los míos recién cumplidos. Sirius era el más mayor. Mientras observaba las ropas blancas de mis congéneres, reparé en algo que no había visto antes en el cinturón de Luna. Una daga.

--¿De dónde has sacado esa daga? –Le pregunté. Ella me miró confusa unos instantes y después se la sacó del cinto, cayendo en la cuenta de qué hablaba.

--Ah –respondió-, me la dio mi padre la mañana que…-agachó la cabeza, apretando el mango del puñal a través de sus guantes-. Bueno, ya sabes…

Tanto Sirius y yo agachamos la cabeza. Me era difícil no pensar en todo lo que habíamos pasado. Tanto habíamos dejado atrás…

Dos meses antes

Respiré el aire otoñal, mientas Sirius, Luna y yo descansábamos en el Viejo Roble al lado del clan mientras veíamos las estrellas. Luna nos hablaba de todas las constelaciones principales mientras las señalaba con el dedo: Andrómeda, Auriga, Bootes, Canes Benatici, Coma Berenices, Corona Borealis, Lyra, Pegaso, Perseo y muchas otras. Siempre se le habían dado bien estas cosas, por lo que su orientación era excelente. Sonreí al ver la cara de Sirius, entre fascinado y confuso.

Aquella tarde habíamos cazado algunas piezas pequeñas, yo con mi arco, Sirius con trampas y Luna con una onda y piedras. Éstas, descansaban a mis pies tendidas de una cuerda.

Reíamos, comíamos manzanas antes recogidas y nos deleitábamos el intenso fulgor de las estrellas. Sí, todo perfecto. Las cabañas confeccionadas a base de pieles del clan, nos saludaban desde la lejanía, con sus cálidas antorchas encendidas y el murmullo apagado de la gente que ya entraba en sus casas. Respiré profundamente, ajena a lo que sucedería después.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

--Deberíamos volver –dije, interrumpiendo el salmodio de Luna.

Me miraron un momento y asintieron a la vez, como si notasen los dos a la vez el frío de la noche. Anduvimos hasta el poblado y algo nos detuvo en seco.

Silencio. Demasiado silencio que se veía interrumpido por el crepitar de las antorchas. Este no era un silencio cualquiera. Lo que conocíamos por silencio eran las respiraciones a través de las tiendas y uno que otro ronquido. Murmuraciones en los sueños e incluso palabras de amor en ellos.

Nos miramos alternadamente con el ceño fruncido. Sirius fue el primero en mirar en su tienda, donde se esperaba ver a su madre profundamente dormida mientras yo me dirigía a la mía para buscar alguna cosa de utilidad. El grito de Sirius rasgó el silencio de la noche como un cuchillo a merced de una piel. Lo que vi en la cara de Sirius después de que saliera a trompicones de su tienda, fue una mueca fantasmal rodeada de una piel pálida y unos ojos brillantes. Vi que Luna iba a mirar dentro de la tienda.

-Luna –le llamé, haciendo que se girase hacia mí- mejor no mires lo que hay dentro, Sirius parece muy afectado.
Sirius comenzó a llorar desconsoladamente, saliendo del shock. Tanto como Luna y yo nos acercamos a él para consolarle. Acabamos dormidos de puro agotamiento.

A la mañana siguiente vi lo que nos ofrecían las cabañas que tanto habían afectado a Sirius, el cual estaba con la mirada vacía mirando el cielo encapotado. Un espectáculo macabro se alzó ante los ojos de Luna y míos. En cada una de sus tiendas estaban todos sus habitantes con el gesto pálido y los ojos cerrados, no comprendí que es lo que pasaba hasta que vi un charco de sangre en el suelo. Me llevé la mano a la boca para no gritar.

Mi primera reacción fue apartarme a un lado y vomitar intensamente, el olor de aquel líquido escarlata se colaba por mis fosas nasales, haciendo que se me revolvieran las tripas. Luna estaba a mi lado, con el semblante vacío. Supuse que fue una pesada carga para ellos, pues mis padres murieron tiempo atrás y a Luna solo le quedaba su padre.
Los consolé lo mejor que pude hasta que las preguntas nos asaltaron la mente: ¿Por qué iba a querer nadie hacer algo así?, ¿Cuándo sucedió? Y, más importante: ¿Quién?

Estuvimos cuatro días haciendo todas las tumbas siguiendo los ritos funerarios. Vistiéndonos con la piel del oso pardo y tocando con las flautas de hueso. Después, cogimos todas las cosas de utilidad que pudimos y prendimos fuego a todo nuestro clan.

Mientras las llamas se alzaban al cielo en un intenso humo negro, vi los rostros de mis amigos. Parecían que hubieran envejecido diez años como poco. Tiempo atrás, Amy, la madre de Luna, me dijo que me había hecho adulta de golpe al morir mis padres, tal vez aquello no fuese tan diferente.

Las llamas se reflejaban en nuestros ojos, como te contemplas el rostro en un río.

--Vámonos –aventuró Sirius. Y eso hicimos. Y jamás miramos atrás.

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En nuestra travesía por la nieve, lo que más encontramos, fueron las posadas. Normalmente, se hallaban cerca de los clanes, pero algunas estaban en medio de la nieve. Usábamos el trueque como medio de intercambio, y, en muchos casos, podíamos llevarnos artículos de gran calidad, además de una noche de descanso en cómodas camas. No sabíamos lo que buscábamos exactamente. Tal vez, a algún otro clan, donde poder establecernos, o quizá alguna señal.

Anduvimos hasta entrada la tarde cuando nos topamos una pequeña posada. Sirius bendijo a los dioses, ya que hace rato que estaba muy hambriento. Entramos.

La posada era pequeña pero acogedora. Estaba hecha de la madera clara de los árboles de hielo y entre la barra y las mesas, una hoguera chisporroteaba alegremente. Sólo había un hombre en una mesa, tomándose un chocolate caliente con la capa calada.

--¡Buenas tardes! –exclamó una hombre saliendo de una puerta de detrás de la barra.

Era alto y fornido, llevaba un paño blanco en las manos manchado de grasa y sus ojos azules no hacían más que derrochar simpatía. Supuse que era el posadero.

--¿Les puedo servir en algo?

Iba a responder cuando Sirius se me adelantó.

--Sí, buscamos alojamiento y por qué no, algo para comer que no sea carne.

--Un largo viaje, ¿eh? –el posadero no paraba de sonreír hasta que su rostro se ensombreció ligeramente-. ¿Tenéis noticias?

--¿Noticias? –preguntó Luna, que había dejado su macuto en una mesa y se había sentado en una silla.

-Sí -respondió el posadero asintiendo con la cabeza, dejando ondear su pelo negro-, el clan Leónidas. Los primeros en verlo fueron unos viajeros. Está todo destruido, se rumorea que…

--Basta –interrumpió Sirius, suave, pero firmemente-. Sabemos de sobra lo que sucedió. Vivíamos allí.

Acto seguido, se remangó un poco la camisa para que viese el tatuaje de su muñeca, una luna menguante en tinta negra. Toda gente que se precie y que se considere Leónidas hasta la médula, lleva este tatuaje. Paralelamente, los demás clanes llevaban tatuajes diferentes, en distintas partes del cuerpo. Siempre nos lo recordaba la difunta madre de Sirius.

--Ya veo -repuso el posadero-, entonces, no os importará contármelo, ¿no?

Nos sentamos en una mesa, dejando nuestros macutos en ella, mientras Sirius lo relataba todo. Cuando Sirius acabó, el posadero nos miró con una mirada grave.

--¿Por qué debería creeros?, ¿Cómo sé que no habéis sido vosotros?

Esa afirmación nos dejó totalmente descolocados, tanto, que se me acabo la paciencia de golpe y me levanté, pegando a la mesa con mi mano enguantada.

--¿Cómo se atreve –comencé, visiblemente enfadada- a juzgarnos por sobrevivir a lo que ha sido una masacre en gran escala?, ¿No ha escuchado la historia?

--Sol, tranquilízate –intercaló Luna sombríamente.

Oír mi nombre… No, oír aquel nombre de los labios de Luna, fue peor que cualquier reproche que ella pudiera darme.
Mi nombre no era algo de lo que estar orgulloso, sobre todo para una o un Leónidas. Mi madre me lo puso en honor a su abuelo, que era tan reluciente como el Sol mismo. Pero el Sol era malo. Derretía la nieve y convertía el invierno en verano. El nombre del Sol estaba prohibido, a pena de muerte. Amábamos la noche, el frío y la Luna. Mi madre había muerto por ello. Mi padre había sido renegado del clan, pero yo lo daba por muerto para ahorrarme dolor.

Tragué saliva y me senté como un robot. Sirius miraba con cara de reproche a Luna. Ella replicaba con una mirada desafiante.

--No he podido evitar oír la historia y me gustaría ayudaros –una voz masculina me sacó de mis pensamientos. El hombre de la otra mesa, se había girado hacia nosotros y nos escrutaba debajo de la capucha con sus ojos azul marino.

Entorné los ojos.

--¿Cómo vas a ayudarnos, si puede saberse? –Inquirí con un tono amenazante.

Él me miró, pero no fue una mirada normal. Por primera vez en mi vida sentí un miedo demasiado punzante como para describirlo. Sus iris eran hipnóticos, ese azul era tan intenso que podías perderte en ellos. De repente todo comenzó a girar, no permitiéndome ver nada a mí alrededor.

Y de repente todo cambió. Ya no le miraba a él, sino que estaba en medio de lo que parecía una herrería. Un forjador, trabajaba sobre un yunque con un martillo, es lo único que pude ver, ya que todo estaba borroso. En ese yunque, se trabajaba una espada de filo negro.

Todo cambió de nuevo, y, esta vez, se veían a un hombre y dos mujeres encima de una colina mirando hacia el alba. Por lo que yo sólo pude ver sus espaldas.

Por ultimo vi a un hombre entre las sombras siendo perseguido por borrones negros. Mi padre, el día que desertó. Perseguido por mi clan.

Parpadeé simultáneamente y me aferre a la mesa, mareada. Veía a Sirius vagamente, a Luna y al posadero. Pero sobretodo, veía sus iris, tan cerca que parecía que estuviese mirando a un charco de agua.

--¿Cómo has…?-comencé.

El desconocido se apartó de mí, quitándose la capucha, dejando caer un reguero de pelo ondulado y pelirrojo. Las pecas de sus mejillas contrastaban con pálida piel, parecía que era más joven que Sirius a causa de ellas. Miré a los demás, que me miraban con cara interrogante.

--Me llamo Sombra –dijo el pelirrojo- y tengo mucho que contaros…

Sirius se acomodó en la silla, Luna lo miraba fijamente y el posadero volvió a sus quehaceres.

Yo no sabía en qué pensar. Las visiones me habían dejado demasiado aturdida.

--Veréis –empezó-, yo no soy mucho de hablar. Pero hace cuatro meses que me pasó lo mismo que a vosotros. Mi clan, Eurotas -dicho esto, se bajó el cuello de la camisa dejando ver un tatuaje de espinas-, está a unos cuatro kilómetros al este de esta posición. Yo volvía de caza y lo encontré todo destrozado. Todos muertos. Por tu expresión -me miró-, deduzco que vuestro clan era Puro.

--¿Puro? –Intervino Luna con el ceño fruncido.

Sombra sonrió enigmáticamente.

--Es el nombre que usamos para los que aún no han descubierto su… don. Veréis, cuando vuestra amiga…

--Mi nombre es Sol –interrumpí, tragando saliva ante aquel nombre tan poco apropiado. Tal vez lo odiaba. Pero era mi nombre al fin y al cabo.

Sombra me miró con severidad, posando un mechón pelirrojo tras su oreja.

--Cuando Sol –recalcó la palabra con un ademán-, se había quedado como… traspuesta, es cuando le he enseñado mi don: compartir imágenes a través de la mente, del pasado, presente y futuro.

Nos quedamos en silencio asimilando las palabras. Es decir, que aquel sujeto tenía… ¿Poderes mágicos? Aquello sonaba demasiado infantil.

Sirius tomó la palabra, visiblemente incómodo y enfadado.

--No veo en que puede beneficiarnos. Y no sé por qué nos cuentas esta sarta de estupideces.
El pelirrojo mostró una media sonrisa.

--Tú lo sabes -adujo mirando fijamente a Sirius, que, incómodo, tragó saliva ruidosamente.

--¿De qué está hablando? –Preguntó Luna con gesto preocupado.

--Eso –aduje yo, mirándole con la mirada sombría-, se te da bien contar historias. Dínoslo.

Sirius expiró todo el aire de sus pulmones.

--Básicamente, cada clan tiene una leyenda clave. En ella, cuenta cómo lograron nuestros antepasados conseguir los dones de los que habla. Está insinuando que tenemos un don especial, como el suyo, solo que aún no sabemos manejarlo.

--Bingo –dijo Sombra haciendo un ademán de disparo-. Mi objetivo es conseguir que… Dominéis ese don que tenéis.

--¿Y… cuál es? –Vaciló Luna.

--Una leyenda clave… –dije yo-. Solo así podremos saberlo. Pero, ¿para qué?

--Necesitáis controlarlos para llegar al oráculo… Y preguntarle quién fue el asesino.

El oráculo era una de mis historias favoritas, él podía ver el futuro, el pasado y el presente. Se ocultaba en el castillo de hielo, pero eso sólo era una historia… ¿O no?

--Mi padre –continuó Sombra,- era de vuestra tribu. Cuando era pequeño me prometió llevarme, jamás pudo.

--¿Cómo… como de nuestra tribu? –Murmuró Luna, confusa y asustada.

--Era un renegado.

Me miró de reojo, pero nadie pareció notarlo. Antes de que pudiese replicar, Sirius se levantó y pidió camas al posadero a cambio de la caza de hoy.



SEGUNDA PARTE
COMIENZA EL VIAJE

A la mañana siguiente nos pusimos en marcha hacia el oráculo. Según Sombra quedaba bastante lejos, por lo que podríamos averiguar los dones por el camino. Yo no me fiaba de él. No sé qué era, pero la forma de comportarse, como hablaba con Luna y se reían mientras andábamos. Era frío y reservado con los demás.

Mientras tanto, Sirius no dejaba de darle vueltas a la historia que nos concedería nuestros dones, comentándolas por las noches en las hogueras.

--Tal vez –dijo un día-, nosotros no tengamos ningún don.

--Todos tenemos un don –aseguró Sombra.

Se instaló un largo silencio.

--Creo… -corroboró Luna-, que sé qué historia es.

La miré de hito en hito mientras ella miraba la Luna, abrigada con pieles en la fría noche de invierno.

--No puede ser –repliqué, intentando pensar que sólo era una broma de mal gusto. Que todo era una horrible pesadilla de la que no podía despertar.

--Mira la Luna –objetó Sombra con una risilla.

Reacia a obedecerle, giré la cabeza instintivamente.

--Es… -continuó- La leyenda del herrero, de nuestros orígenes.

Mi mente hacía un gran esfuerzo por no escucharla, pero la Luna me llamaba con su cantico, con su pureza. Y no pude evitar mirarla.

Lo último que recordé antes de que un dolor punzante me atravesase la espina dorsal, fue ver tanto Sirius como Luna hipnotizados con su esplendor.

Me desperté desorientada. Lo único que veía, era el cielo completamente nublado y mi cuerpo se sentía entumecido. Alcé una mano y, con horror, vi que estaba manchada de sangre reseca.

Me levanté a duras penas, mirando el páramo helado que se extendía ante mí. Miré mis ropas desgarradas, haciendo que el frío se colase en mis entrañas.

Pensé en lo que había ocurrido, pensé en donde estaba y pensé en Luna y Sirius. Maldije a Sombra no sabía muy bien por qué. Me levanté y mire a mí alrededor.

Nieve. Todo nieve. Ni un camino, ni rastro de mis amigos. Estaba demasiado en shock como para que me importase. Comencé a andar, a toser por el frío. Mi vista se tornó borrosa. Mis pulmones ardían. Los pies descalzos se resquebrajaban sobre el frío manto de nieve.

Y lo vi, vi una cabellera pelirroja asentada sobre aquella alfombra blanca. Sentado, vi aquellos ojos azules, burlones, mirándome con una pícara sonrisa. Sentí una furia desmesurada, por lo que me había hecho. No sé muy bien lo que pasó a continuación.

Corría con las cuatro patas hacia él. De mi garganta salían ruidos guturales y aullidos como un animal salvaje.

Como un animal hambriento.

Me abalancé sobre él, con uñas y dientes por delante. Sentía un agudo dolor en la columna, pero no importaba, lo único que quería era matarlo por lo que me había hecho. De repente unas afiladas uñas se me clavaron en la espalda haciendo que diese un giro de ciento ochenta grados con un gruñido. Delante de mí se mostraba la criatura más hermosa que habían visto mis ojos. Era una mole de pelo negro, de cuatro patas y ojos tan verdes como un rubí pulido, tenía una cola larga y negra, su cara era alargada, con un hocico, era como los perros de la tribu, pero mucho más grande.

Me paré en seco, contemplando esos ojos. Eran de Luna. Aquellos ojos que me miraban desde aquel animal, eran de Luna. Se me erizaron todos los pelos de la nuca y miré mis manos. O lo que quedaba de ellas. Delante de mí solo había dos garras del color del oro, como mi pelo.

Miré con aprensión a Luna, pero ella me miró con confianza, con empatía. Intentaba hablar, pero lo único que salía de mi boca eran aullidos descontrolados. Vi como Sombra se acercaba lentamente a Luna.

-Por fin habéis descubierto vuestro don –comenzó, pero, como una exhalación la mole de pelo que antes estaba delante de mí, se convirtió en Luna. Estaba totalmente desnuda y sus manos estaban cubiertas de sangre. Sombra le prestó una capa, pasándosela por los hombros.

--Lobos –susurró Luna, con la cabeza baja, pero con una sonrisilla.

Intenté hacer lo que había hecho Luna, convertirme de nuevo en la persona que debía ser. Pero no pude, mis músculos estaban tensos, mi respiración agitada. No era de extrañar. Supuse que, el animal que Luna era antes era un lobo, haciendo referencia a la historia. Relajé mis piernas y me tumbé sobre la nieve. Poco a poco el dolor de mi espinazo iba disminuyendo hasta que cesó del todo. Me quedé tumbada en la nieve, con mi forma original, pensando en lo que había pasado, sintiendo el gélido aliento de la nieve en mi cuerpo.

Sentí un abrazo cálido en mi espalda y me giré alarmada, Sirius estaba arropándome con un trozo de tela. Le sonreí débilmente, notando como todo el cansancio se me echaba encima. Quedándome dormida en el acto.

Desperté en una cueva cuando la luz de la mañana iluminó mis rasgos. Me sentía desorientada y aturdida, por no hablar de la jaqueca de mi cabeza, pero, a pesar de todo eso, conseguí recordar lo que había pasado. Iba a levantarme cuando una mano se posó en mi pecho, haciéndome descender suavemente.

--Descansa –reconocí la voz de Sirius, que, curiosamente, me estaba poniendo de los nervios ante ese tono de voz.

--¿Dónde está Luna? –Pregunté, no haciendo caso omiso a la orden del peliblanco e incorporándome débilmente.

Al ver que no respondía y se iba a llenar un caldero de agua, me alarmé. ¿Le había pasado algo malo?

--¿Qué pasa? –Insistí, con una nota de pánico en la voz.

--Luna… -vaciló-. Se ha ido con Sombra al oráculo, nos esperarán allí.

Me sorprendió el tono de su voz, jamás había oído hablar a Sirius en un tono tan ácido. Pero me preocupó la seguridad de Luna. No me fiaba de Sombra.

--Pues vamos -dije, confiada-, les llevaremos un día de ventaja.

Una pregunta atenazó mi mente.

--Un momento… ¿Sabes el camino?

--Si –respondió, con una media sonrisa y el semblante preocupado-. Sombra me lo mostró con… Sus poderes. Está a una semana de nuestra posición.

Me quedé callada, pensando en lo que me pasó la otra noche, >>lobos<<, -pensé. Habría sido divertido ver a Sirius convertido en uno: me lo imaginaba blanco, perfecto para camuflarse. Mientras Sirius desayunaba la sopa, aproveché para hablar.

--Andando.

Desayunamos a toda prisa y recogimos nuestras cosas. Marchamos hacia el oráculo.

Podría describir todo el trayecto hacia el oráculo, pero sería malgastar tiempo. Solo puedo resumiros esos siete días como en los peores de mi vida. Sirius no era benevolente al aflojar el paso y la nieve nos calaba las botas. La comida escaseaba por momentos, dando paso a criaturas mucho más peligrosas, tanto, que hirieron a Sirius en un brazo, retrasando nuestro viaje. A medida que avanzábamos, las montañas se iban haciendo más empinadas y nos costaba respirar. Sólo, en la noche del séptimo día vi como la niebla se hacía espesa, dando paso a columnas blancas semiderruidas en la cumbre de la montaña. Me contuve para no llorar de alegría.

Anduvimos por un camino de grava hasta lo que me pareció un arco de cuarzo. Sin pensar, acaricié su pulida aunque antigua superficie a través de mis guantes. Sirius me puso una mano en el hombro.

--No es momento para eso –me dijo afablemente. Concedí con ello.

Vi lo que tenía a mí alrededor, el suelo estaba forrado de una hierba verde y habían casas de cuarzo semiderruidas por toda la explanicie, una fina capa de nieve lo cubría todo, antojando al paisaje, un aire invernal. Al fondo de todo aquello, había una nueva casa, pero esta parecía estar en perfectas condiciones, una cálida luz salía por las ventanas.

--¿Esto es el oráculo? –Pregunté a Sirius- Pensé que vivía en un castillo de hielo.

--Ya no me creo nada de lo que dicen las historias.

Se acercó a una puerta de madera de los árboles de hielo, y tocó unas cuantas veces. Pasado unos minutos, se abrió la puerta. En el umbral, había una niña pequeña, ataviada con un vestidito rosa, en su mano tenía un oso de peluche. Miró interrogante a Sirius con sus inocentes ojos esmeralda.

--¡Oh! –Exclamó, echándose un mechón de pelo caoba detrás de la cabeza-. Vosotros debéis ser los amigos de Luna y Sombra.

--Exactamente –murmuré, extrañada de aquella joven y su voz cantarina.

--Pasad, hoy es una noche fría.

El interior de la casa era muy acogedor, en una de las paredes una chimenea crepitaba alegremente, el suelo estaba forrado con parqué que sostenía pesadas alfombras rojas. En el centro había una mesa redonda provista con un mantel de flores y las paredes eran de un blanco que se me antojó demasiado antiséptico. Nada de esto me sorprendió a excepción de una estantería provista de innumerables figuritas de cristal, delicadamente talladas.

--No era lo que os esperabais, ¿Verdad? –inquirió la niña, que miraba a Sirius, éste lo escrutaba todo con sus ojos pardos.

Entonces, caí en la cuenta.

--Tú eres el oráculo –afirmé, mientras ella se sentaba en una silla y se servía té en una taza de hueso, había dejado al osito de peluche sobre la mesa. Me había imaginado al oráculo como una mujer mayor y sabia. Pero en los ojos de esa niña, sabías la verdad.

--En efecto, y tú eres la hermana de aquel demonio que se hace llamar Sombra. El enviado por los dioses para destruiros.



TERCERA PARTE
LAS ARMAS

Apenas se sorprendió cuando di aquel golpe en la mesa.

--No puedes estar hablando en serio –le recriminé- ¿Dónde están?

Una mano consoladora se apoyó en mi hombro, calmando mi agitada respiración. Giré la cabeza y vi a Sirius con expresión sombría.

--En realidad… Él me lo dijo mucho antes. Eres su hermana, pero nunca encontré el momento adecuado para decírtelo.

Sentí un mareo repentino e intensas náuseas. Pero todo tenía sentido, mi padre debió acabar en el clan Eurotas y enamorarse de otra mujer. Me sentía sola y traicionada por Sirius, miré a los ojos al oráculo, que yacía tranquilamente bebiendo su té.

--Tu padre desertó de tu tribu –dejó la taza sobre la mesa-, y… Llegó al clan de Eurotas. Y ahora vosotros estáis aquí, para preguntarme quién fue el asesino de vuestro clan. La respuesta, es ese endiablado Sombra.

--No… No lo entiendo –dijo Sirius que se había acercado al oráculo-. Él nos mostró nuestro don, nos condujo hasta ti. ¿Por qué traicionarnos?, ¿Por qué matar a nuestro clan?

El oráculo vaciló, mordiéndose el labio inferior.

--Todo lo tenía preparado…

--¿Dónde está Luna? –corté. Tenía ese sexto sentido que te dice, que cuando tu amiga está sola con un asesino sanguinario, no puede estar muy a salvo.

El oráculo entornó los ojos, se levantó y se dirigió al mueble de figuritas de cristal. Cogió una delicadamente y comenzó a hablar.

--Seguramente habéis oído la historia del herrero mágico –dijo, admirando una sirena de cristal, con sus verdes ojos-. Pero no sabéis toda la verdad. Las Armas Devastadoras, que tontería. Sólo yo conozco la verdad, y sólo yo, os puedo contar la verdadera historia. Sentaos.

Hice lo que me ordenaba, y Sirius me imitó. Su tono no dejaba a discusiones. Era frío como el hielo y, curiosamente, maternal. Dejó la figurita y se sentó de nuevo, retomando el té.

--Hace mucho tiempo, vivió un herrero que forjaba armas muy poderosas. A diferencia de otras historias, este no era como el “Herrero Mágico”, era alguien normal que vivía en auténtica soledad. Sólo los más valientes se atrevían a ir a su cueva, encima del monte más frío de toda la tierra.

Tomó un sorbo de su té, e hizo una mueca al comprobar que estaba frío. <<Tan frío como la cueva del herrero>>-Pensé.

>>Pero un día, una jovencita llegó a su cueva, pidiendo; no, rogando, que forjase un arma para luchar contra… Los Oscuros. Sí, aquella joven, era de vuestro clan, temeraria como ella sola. Su nombre, era el nombre prohibido; y en cuanto llegó al herrero, él se enamoró profundamente de ella, hasta el punto, de forjar un arma de filo negro. Mortal para aquellos lobos, que ahora habitan en tu cuerpo, Sol.

Me dirigió una mirada y yo bajé la cabeza, debí haberlo supuesto. El oráculo lo sabía todo, hasta mi nombre.

>>El herrero la forjaría con una condición, que le concediese un hijo, el único que podía doblegar a la espada. Aceptó, y tras nueve meses, nació una niña de pelo blanco. La verdadera heroína que derrotó a Los Oscuros, invocando a todos los clanes contra ellos. Pero, la única forma de derrotarlos, era fusionar cada alma, con otros cuerpos. Todo el clan se ofreció para guardar el alma de Los Oscuros en su propio cuerpo. La chica, se quedó con el herrero, esperando ansiosamente el regreso de su hija, que se quedó en el clan.

>>Los dioses, al ver el delirio de la espada, la robaron, y el alma de aquella niña fue custodiada, hasta que decidieron reencarnarla en un bebé de su mismo clan. La leyenda cuenta, que si ejecutas a esa niña en la misma cueva del herrero, la espada volverá, y el verdugo, será el nuevo portador.

--Pero, –comentó Sirius-, ¿Para qué quiere Sombra una espada que puede destruir lobos?

Me quedé blanca como el cuarzo de los muros. Así que eso era lo que quería Sombra. Matar a la hija del herrero, para convertirse en el nuevo portador de la espada. Pero, ¿Cómo sabe quién es la hija del herrero?, ¿Para qué quiere el arma?, como bien había preguntado Sirius.

--Para que no se cumple la profecía –afirmó la niña.

Tragué saliva, levemente acongojada.

--La espada –me miró a los ojos, jugueteando con la cucharilla del té-, sirve de llave. Para unir a todos los clanes, en contra de Los Oscuros. Como ya se hizo una vez. Es decir, que si sombra consiguiese invocar la espada, estaríais en grave peligro. Desea destruiros. Sombra es un enviado de los dioses para mostrar vuestra valía, y quiere la espada para traer muerte y desdicha a nuestro mundo, empezó asesinando a su propio clan, y no parará jamás.

--¡Tenemos que encontrarle! –Exclamó Sirius, ya de pie.- Y evitar que encuentre a la hija del herrero.

--Sirius –murmuré-, creo… que ya la ha encontrado.

Puso sus ojos pardos sobre mí, rogándome que no dijera lo que le atormentaba y que en realidad sabía de sobra.

--Es el alma de Luna reencarnada –dije, con lágrimas en los ojos-, no llegaremos a tiempo.

--Permíteme discrepar –replicó el oráculo, seguidamente, sacó un ópalo azul de su cuello, que depositó en la mano de Sirius-. Piensa en tu amiga, cogiendo el ópalo y aparecerás más cerca de ella de lo que crees.

No perdimos tiempo, tocamos el ópalo, y pensamos en Luna.

Todo daba vueltas, mi visión se tornó borrosa y caí sin remedio al suelo.

-Sol, despierta.

Una voz me sacó de mi ensañamiento, devolviéndome a la realidad, comprobando que era Sirius, que me zarandeaba incansablemente. Me incorporé de inmediato y escruté a mí alrededor. Nos encontrábamos en una cueva, Sirius tosió por el polvo y entornó los ojos hacia un punto de la pared rocosa. Allí había un yunque. Sirius se acercó y lo escrutó con la mirada. Un yunque, nada fuera de lo normal. Pero cando Sirius lo tocó, una inmensa entrada resurgió de la tierra, coronada por un gran arco de obsidiana.

Sin pensar, avanzamos por el oscuro pasillo, tan solo iluminado por la luz de mortecinas antorchas. Era como descender al subsuelo, pensé. Cada vez el túnel iba más hacia abajo y la visión, era más difícil. Ambos sabíamos que esa era la casa del herrero y ambos sabíamos que, si no llegábamos a tiempo, Luna moriría a manos de Sombra. Sabía que no era de fiar.

Anduvimos hasta un nuevo arco, esta vez de cristal, que desembocaba a una caverna ovalada y en el centro estaba Luna. Tumbada sobre una mesa, estaba inconsciente, y sobre su pecho, Sombra levantaba un puñal. Llevaba una túnica del rojo de la sangre y Luna tenía todo el pecho descubierto y unos pantalones rajados.

Inconscientemente, adopté mi otra forma y corrí hacia Luna, interponiendo mi propio cuerpo entre el puñal y su cuerpo. Oí a Sirius gritar mi nombre y a Sombra susurrarme en el oído:

--Vaya, hermanita… Veo, que le tienes mucho aprecio, permíteme decir que tu sacrificio no ha servido para nada…
Descargó el puñal sobre mi pelaje dorado.

Y todo se volvió negro.

Desperté en una habitación blanca. No, una habitación no. Estaba en medio de la niebla. Flotaba. Miraba hacia un lado y hacia otro, pero no veía otra cosa que no fuera niebla. Cerré los ojos con fuerza.

Pero, de pronto, pisé algo material. Abrí los ojos. Una cúpula blanca se extendía sobre mi cabeza, y sobre mis pies había una plataforma de piedra. Delante de mí habían dos personas. Un hombre y una mujer. La mujer era extraordinariamente bella, su pelo era la misma noche y sus labios eran rojos como si acabase de beber sangre. Sus ojos eran de un verde intenso. El hombre era muy alto y musculado, su cara estaba enmarcada por mechones de pelo blanco y sus ojos eran del mismo color que los labios de la mujer. Ambos llevaban pieles doradas y me escrutaban con sus ojos.

--Si estás aquí, significa que eres Sol –Afirmó el hombre. Su voz parecía estar hecha de truenos.

--¿Sois… -vacilé- los dioses?

La mujer rió con una risa cantarina, llevándose el dorso de la mano a sus labios.

--Somos… Los verdaderos padres de Luna. Si quieres llamarlo así –dijo. Su voz era el susurro de las olas del mar-. Si estás aquí, significa que estás muerta.

--¡Pero no puedo estar muerta! –Grité al borde del llanto-. ¡Tengo que ayudar a Luna y a Sirius!

El hombre alzó un brazo y, disipando la niebla de la cúpula, me mostró lo que ocurría en la caverna. Luna estaba consciente intentando quitarse mi cuerpo de encima, ya humano. Mientras que Sirius estaba enzarzado en una lucha contra Sombra, pero no estaba transformado.

--Sirius –comenzó el herrero-, es el portador de arma. El oráculo no os mintió, pero fuisteis tan necios para no saber la verdad. Luna es nuestra hija, es verdad, pero la verdadera esencia del portador, está alojada también en su alma. Al igual que la de nuestra hija, él puede portar… Las Armas.

--Pero… -repliqué- La espada será portada por el asesino de Luna.

La mujer arqueó una ceja, con una sonrisa divertida.

--No hablamos de la espada.

Perdió su mano en su túnica, y de ella, sacó un puñal deliciosamente tallado. Asimismo, el hombre, sacó un arco dorado.

--Vuelve a tu cuerpo –dijeron los dos a la vez-, te entregamos el don de las Armas, para que puedas destruir a Sombra, el enviado de los dioses y a sus malévolos planes. A cambio, te quitaremos tu don, el tuyo y el de Luna. Pues Sirius jamás llego a transformarse en un Oscuro.

Me empujaron y sentí que caía y caía…

Y desperté, en mi mano llevaba el arco y la daga. <<Las Armas Devastadoras>>, pensé.

--¡Sol!

Luna me dio un abrazo de oso mientras lágrimas caían de sus ojos.

--Hay que ayudar a Sirius –dije- ¡Sirius!

En el forcejeo que Sirius y Sombra llevaban, él se giró hacia mí y le brillaron los ojos de alegría. Le lancé el puñal, que lo cogió al vuelo. Mientras se defendía como podía, tuve una revelación. El asesino de Luna tendría la espada, pero y si fuese ella la que…

--Luna –capté su atención mientras sacaba el puñal de su “padre” de sus ajados pantalones-, perdóname.

Cogí su mano y puse su daga en ella. Clavé el cuchillo en su vientre, sujetando su mano con el puñal, creando una herida profunda, mientras me miraba perpleja.

--¡NO! –Oí gritar a Sombra.

Un rayo de luz iluminó toda la sala, cegándonos a todos. Cuando pude abrir los ojos un poco, vi a los padres de Luna, medio transparentes y a Luna sonriendo con ellos. Ellos le tendían una espada de filo negro mientras que la herida que le había infringido desaparecía. Ella empuñó la espada, dando las gracias a sus verdaderos padres.

Otra estela de luz me cegó y cuando abrí los ojos vi a Luna empuñando el arma y apuntándola directamente a Sombra.
Aturdida, tensé el arco de mi mano, las flechas eran rayos que salían de su mismo centro, lo cual, fue una suerte, ya que no poseía flechas en ese momento.

Sirius empuñó su daga hacia el pecho de Sombra, que estaba atontadísimo ante el fulgor de luces.

El primero en clavar su daga fue Sirius. Solté la flecha. Y por último Luna clavó su espada en el corazón de Sombra, cerca de su tatuaje de Eurotas. Nada ocurrió.

Se oyó un chasquido y cayó un trozo del techo de la cueva.

Lo único que recuerdo, fue correr hacia la salida aferrada al arco dorado. Me guiaba por la luz de las antorchas, y, antes de que la cueva se derrumbase por completo, conseguimos salir.

--¿Estáis todos bien? –Preguntó Sirius, medio tosiendo por el polvo de la roca y ruborizándose ante el pecho desnudo de Luna. Ella se lo tapó con mi capa.

--Mirad –susurré, señalando hacia el cielo.

Estábamos sobre la montaña más alta y el amanecer se veía más hermoso que nunca, el Sol nos bañaba con sus cálidos rayos. Por una vez en mucho tiempo, el cielo estaba completamente despejado. Lo que creíamos del Sol, eterno villano, había desaparecido. Calentaba nuestra piel, y los dioses nos decían con voz grave:

>>Sois los Guardianes de las Armas Devastadoras, guardarlas y protegerlas, a ellas y a vosotros mismos. A cambio, os damos un mundo cálido y apacible. Disipando la nieve, pero no la perderéis, pues en invierno nevará, recordando esta triste época de pesar>>.

Sirius cerró los ojos, yo cerré los ojos, Luna miraba el horizonte, pero sus párpados cayeron también. Éramos los Guardianes de las Armas Devastadoras, capaces de cortar la tierra, de matar al enemigo de un sólo tajo y de no fallar nunca. Habíamos derrotado a Sombra, enviado de los dioses para descubrir nuestro cometido.

Mientras el alba se alzaba sobre nosotros, hicimos el juramento de permanecer juntos para siempre, de guardar las Armas y proteger la cueva, la tumba de Sombra, para que nadie osase interrumpir su eterno descanso.

Y esta, fue nuestra historia.



EPÍLOGO
EL GUARDIÁN

Y durante más de un siglo, la leyenda de Los Guardianes se ha transmitido de padres a hijos, empezando claro está, por el hijo de Sirius, llamado Sombra, Guardián de la Daga, el Arco y la Espada. Y os diréis, ¿Quién fue su madre?

Podría decíroslo, pero esa, es otra historia.

FIN


PD: Al final gané un viaje ^^.


X:
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¿Si pudieses viajar más allá de todos los límites de espacio tiempo conocidos...

...adónde irías?


Hay millones y millones de estrellas, millones de planetas dispuestos a ser descubiertos. Pero ni si quiera conoces el tuyo propio. ¿Por qué te empeñas en viajar, descubrir más allá de tus límites?

Yo te lo diré: porque estas ávido de conocimiento.

Si pudieses volar ¿qué es lo primero que harías?
Desplegar tus alas, tocar el cielo para luego caer en picado. Pero antes tienes que aprender.

Es la naturaleza humana.

Viajas, descubres, aprendes, amas. Pero jamás te es suficiente.

Cuando estés cansado, viejo y arrugado, cuando te quedes sin ganas de comerte el mundo, tus hijos tomarán el relevo, tomarán ese hálito de vida que tu dejaste.

Pero el presente es relativo. El tiempo es relativo. Has visto y has conocido. Pero no has sentido el dolor de una despedida, el ardor de un amante, el silencio de la muerte.

El universo es muy grande, tanto hay por explorar, tanto hay por aprender...

No llores, no pierdas la vida. Descubre como él descubrió. Ama su idioma.

No te rindas.

Tal vez para ti no tenga sentido, un mensaje en clave o las tonterías de alguien que se aburre un Sábado por la noche.

Reflexiona y las palabras serán como plumas mecidas por el viento, al azar pero con un significado propio.

PD: :yo:.


Escarlata:
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ESCARLATA
Te busqué.

Anduve sobre el hielo de la Antártida.

Nadé bajo la lava del infierno.

Volé sobre un cielo de nubes de azufre.

Lloré. Por ti. Sabes que nunca he derramado una gota.

Hui de aquellos que intentaron separarnos, esperando una señal, un grito, un susurro o una respiración sobre todo aquel bosque de cuchillas incandescentes que rasgaban mi maltrecha alma.

Aún recuerdo como surcábamos los mares sobre aquel desvalijado barco: con las velas totalmente ajadas; los remos tiznados de ceniza y el mástil, un mar de astillas.

Susurraste su nombre el mismo día que terminamos de construirlo.

-Finisterre, Delirio de los Mares -, acarició mi oído tu aliento con estas suaves palabras.

Te rememoro sobre el bauprés de proa con tus hebras azabaches ondeando al viento; con tu clara piel, que se asemejaba a la mía como si ambas estuvieran nevadas, marcadas con macabras cicatrices de batalla. Y lo que más destaca en mis recuerdos, son tus ojos ocres, tan ocres como la dulce miel del Ron Luster que bebíamos en Tortuga hasta la inconsciencia.

Aquella isla asalta mis recuerdos, infectada con vándalos y villanos de nuestra propia calaña, mientras la tripulación bebía y cantaba aquella alegre melodía bucanera que tú no te sabías, pero siempre la acompañabas con una buena botella. Un paraíso sin ley.

¿Dónde quedo eso, eh? ¿Acaso no prometimos frente a nuestros compañeros viajar por toda la tierra y el mar?
Íbamos a conseguirlo. Íbamos a desenterrar todos los tesoros del viejo Flint, que Dios acoja en su gloria. ¿Era tu deseo, verdad? Claro que lo era, siempre hablabas de ellos con tu voz rota y agridulce.

Aún puedo oler a madera quemada y a sangre reseca en la noche en que el barco tomó su definitivo rumbo hacia el fondo el mar cuando aquella bala de cañón alcanzó estribor. Oigo los gritos y las blasfemias de la valiente tripulación que no volví a ver. Nos salvamos por los pelos, ¿recuerdas?

Maldito estaba nuestro barco, hasta las velas tuve que remendar mientras te mofabas de la cascada de fuego que resbala por mi espalda o de las tres rudas cicatrices que cruzan mi rostro.

Te busqué, y ahora que te he encontrado, mi mente está dividida y mi corazón son escombros de cristal, pues no puedo evitar mirar al arduo pasado en el que nuestras vidas se hallan impresas en sangre.

Siempre decías que Finisterre, la tripulación y las baladas, eran el sinónimo de la libertad. Sabíamos el riesgo que conllevaba el honrado negocio de la piratería, pero nunca pensé que la Marina Real hiciera tratos tan sucios y rastreros.
Ahora mi desgarrado llanto suena en todas las cantinas costeras, y tú nunca volverás siquiera a reír con aquella risa que tan pocas veces oía, pues tu funesto cuerpo cuelga sujeto por una soga, adornando tu cuello como las odiosas duquesas se adornan con perlas.

¿Qué importa el oro? ¿Qué importan los relucientes tesoros que el capitán más osado de los mares escondió si no puedo disfrutarlos con nadie?

La fina hierba del borde del acantilado acaricia mis piernas mientras el rugir de las olas contra las rocas cubre mi mente. El aire salado me hace recordar el día que terminamos de construir a Finisterre, a los días y meses que tardamos en conseguir convencer a cada miembro de la tripulación uno por uno. Me hace recordar el frío que sentía cuando tus espadas estaban desenvainadas y mis pistolas dando tiros certeros.

Maldigo la envenenada Rueda de la Fortuna que ha hecho que la suerte me dé la espalda desde tu partida hacia el verdugo. Porque, qué mejor forma de dejar este mundo con una maltrecha nota diciendo que vas tras tu destino. Diciendo que darías tu vida por mi libertad, rogando por mi perdón entre línea y palabra.

Por eso te busqué sin descanso.

Creí que llegaría a tiempo.

Jamás te salvé.

No pude.

~Diez años después~

Le llaman Escarlata.

Le llaman Fuego, Hielo y Cicatriz.

Le llaman Fuego por su cabello envuelto en llamas pelirrojas, por su afición a prender a sus enemigos y por sus ojos negros, impregnados de brillo ardiente y mortífero en su mirada.

Le llaman Hielo por la estela de tristeza y desolación que emana a su llegada; como si a cada paso que diera, estableciera un halo de nieve a su alrededor.

Le llaman Cicatriz porque su rostro está surcado por tres. Y a veces, su alma parece que también.

La Marina Real le llama Escarlata; Escarlata, por la sangre que gotea de su espada vieja, la cual, siempre lleva a la cintura.

Dicen que antaño era una infame pirata en los mares del Norte junto a su escolta y su barco. Dicen que su compañero se sacrificó para que pudiera ser libre.

La gente dice muchas cosas, pero nadie sabe de dónde ha salido, hacia dónde va, o su nombre real.

Cuando su destino final acabó en la guillotina acusada de innumerables atrocidades, su rostro estaba iluminado, como si sus crímenes conducidos por el pecado se hubieran absuelto con su venganza.

Murió riendo frente al verdugo.


La història d´una licàntropa:
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Capítol 1 Una xica normal

El despertador va sonar tan primerenc com sempre, Ío es va despertar tan cansada com de costum, però animada al mateix temps ja que avui era el seu últim dia d'institut. Es va mirar a l'espill, era bonica, molt bonica, molt molt bonica, la xica que qualsevol xic podria desitjar, una xica de cabell llarg i negre, ulls blaus, un petit nas i un cos al•lucinant…, la veritat és que tots els xics de l'institut li havien demanat eixir, però ella els rebutjava a tots, ja que pensava, que tenir algú a qui voler solament li portaria problemes. Es va arreglar una mica, es va posar l'uniforme de l'institut. Estaven al juny i feia calor.

L'institut seguia com sempre, ple d'estudiants i a més, estaven reconstruint la classe de ciències, ja que un experiment d'un alumne de 3r B va resultar fallit, per no dir “explotat”. Ío va somriure, trobaria a faltar aquell institut amb tota la seua ànima.

-Ío! –va cridar algú a la seua esquena i es va girar ràpidament. Era la seua millor amiga, es deia Amèlia, ella, era tan bonica com la seua amiga, encara que eren pràcticament oposades: Amèlia tenia el cabell curt i ros, ulls color avellana i pel que fa al nas... bé, pràcticament igual i era més baixeta, però el millor d'ella és que sabia karate i si algú es ficava amb ella li donava una bona pallissa i es quedava tan ampla- Per fi l´últim dia d'institut!- va dir emocionada.

-Sí… -va respondre Ío amb mala cara.

-Què et passa?, et trobes malament? –Va dir Amèlia en to consolador.

-No gens, és que de vegades em pregunte si lo trobaré a faltar…

-Ximpleries… Sabies que aquesta nit hi haurà una festa en el gimnàs? –Va continuar Amèlia.

-Sí, no aniré –Ío era solitària, no li agradaven les festes i molt menys quan hi havia en tanta gent.

-Per què? t'ho passaries molt bé…

-No em ve de gust… Tinc moltes coses a fer… -Va excusar Ío. De sobte va sonar el timbre, aquell dia posaven una cançó dels Beatles en el megàfon, per sort, l'últim dia no hi havia classes, i únicament una conferència del director.

La xarrada sobre l'estiu del director quasi havia acabat i Ío se sentia avorrida, no solament perquè el director es passaria allí tot el matí, si nó per-què la seua amiga s'havia escapolit de la conferència nomes entrar. Ío va decidir fer el mateix, es va alçar de la cadira tan sigilosament com va poder i va caminar cap a la porta del gimnàs. Fora, feia un dia esplèndid i el pati estava d´allò més solitari, no hi havia ni un núvol en el cel. Va decidir cercar Amèlia, la qui estaria per allí, però feia un dia preciós i el bosc, que estava al costat de l'institut, i a més atreia a Ío com a un imant de nevera. Per a Ío quan mirava el bosc era com mirar cap al salvatge i el desconegut.

-Quina tranquil•litat –Va dir Ío per a ella mateixa.

-És cert… -Va dir una veu lleu a la seua esquena i es va girar ràpidament, semblava Amèlia, però la seua veu era més dolça, físicament era igual, encara que estava molt canviada i amb una roba feta amb pell d'animal i els seus ulls s'havien tornat daurats- em sorprèn que estigues ací.

-Qui eres? –Va contestar Ío a la defensiva i espantada, l'estranya va riure suaument.

-Sóc jo, Amèlia, és què ja no et recordes de mi? –va dir en to burleta i Ío es va adonar que portava una llança en la mà.
-Tu no eres Amèlia, ella mai es vestiria amb roba... d´animal, és amant d'ells… -Va replicar Ío espantada de debò.
-La meua benvolguda amiga i confusa Ío… Aquest és un món salvatge i sense fronteres… estàs equivocada amb mi… -Ío va començar a veure-ho tot borrós i…

Es va despertar, estava asseguda en un arbre, <<solament ha sigut un somni>> es va dir. Es va incorporar amb el cor bategant-li a mil per segon i va intentar tranquil•litzar-se. S'havia fet de nit, i en el gimnàs es veien llums de colors, la festa havia començat, va mirar el seu rellotge de polsera, eren les onze de la nit, per descomptat no anava a acudir a la festa, però estava preocupada per la seua amiga.

Capítol 2 La nit dels homes llops

El porter del gimnàs portava una camisa negra i en la mà una petita agenda on tenia apuntats tots els noms dels convidats.

-El seu nom senyoreta –va dir amb aires de superioritat.

-Ío Moon.

-Mmmmmm, no està en la llista, és el seu nom de pila? –va dir ara quasi enfadat.

-Escolte –va replicar ara Ío sabent quina era la seua missió- Ha entrat una xica anomenada Amèlia Wilson?

-No, ni tan sols està en la llista –Va contestar el porter.

-Qui ha organitzat aquesta festa? –Va preguntar Ío ara desconcertada.

-Una tal… Melanie Will la filla del director, escolte, si no vol entrar, fora, que està entorpint la cua –aquesta vegada, ho va dir enfadat de debò i va tirar a Ío a un costat i va atendre al següent convidat.

Ío no sabia què fer, estava caminant pel bosc com si volguera trobar alguna cosa o algú que l´ajudara a trobar la seua amiga, ara desapareguda. De sobte, va sentir un so procedent d'un arbust i es va amagar darrere d'un arbre. Van passar uns minuts de silenci amb el cor palpitant i un so de passos que s'acostaven cada vegada més a ella, entre els arbustos va eixir alguna cosa inimaginable... era un llop, però no un de qualsevol, tenia el pèl color marró xocolata i era molt més gran que un de normal, mesuraria 1 metre vuitanta a quatre grapes, i a dues potes mesuraria uns 3 metres. Ío estava espantada de debò, mai havia vist un llop com aquell, amb la lentitud d'un caragol, Ío va intentar escapolir-se cap al gimnàs, però va tenir mala sort i va caure de cara al sòl, fent que el llop es percatara, Ío es va mantenir quieta, el llop va caminar cap a ella, encara que ella no ho veia ja que tenia els ulls tancats esperant l'apocalipsi. Va obrir els ulls amb el seu cor palpitant, i va veure al llop gegant damunt d'ella, veia la seua mirada llobuna damunt d'ella, i com us podeu imaginar estava molt nerviosa. El llop no va fer res, però en un moment determinat, a Ío li va semblar que deia “ara seràs un dels nostres”, però el mes inquietant, va ser quan el llop es va acostar al seu coll i li va mossegar en el muscle esquerre, Ío jadeant de dolor es va desmaiar.

Capítol 3 Nova vida

Es va despertar, es trobava en una cabanya fosca i de poca il•luminació, semblava que es trobara en una cova, al seu costat es trobava Amèlia, la seua amiga.

-Estàs bé? –Va dir Amèlia.

-TU! –va exclamar Ío i es va alçar ràpidament del seu llit.

-Escolta'm, ara has d'estar cansada, però…

-No em vingues amb històries! –Va exclamar Ío enfadada- Es pot saber qui eres en realitat?, ara ho entenc tot, allò no va ser un somni i…

-Escoltam, ara eres una de nosaltres –va dir un home que acabava d'entrar en la tenda, tenia ulls daurats, cabell marrò i era prim.

-Dels vostres…? –va dir Ío rebaixant el to de veu.

-Ara eres un licàntrop, o siga un home/dona llop –va dir Amèlia- jo sempre ho he sigut… i he intentat ocultar-t'ho, però ja havies vist a Luke i ja no teníem elecció.

-Vols dir… aquella vegada abans que em despertara?

-Em tem que sí –Va contestar l'home- jo sóc Luke, et transformaràs en lloba amb lluna plena, jo sé controlar-me, però quan em vas veure, vaig haver de reaccionar, no podíem arriscar-nos al fet que el nostre secret se sabera. –I va eixir de la tenda.

-Açò és una tribu, vivim en el bosc, i tots som licàntrops, el món màgic existeix, i sempre ha existit –Va afirmar Amèlia.
-Si sóc un de vosaltres –va dir Ío en un to lleu de veu- ensenyeu-me el vostre món.

Fora de la tenda era tot bosc i estava ple de barraques. Era de matí encara que encara no havia eixit el sol, i bufava un vent fresc, però Ío no tenia fred, se sentia forta i alhora animada. Amèlia li va explicar que eren una tribu de licàntrops de les moltes que havia repartides per tot el món, ací tots s'ajudaven a sobreviure, però a diferència dels vampirs, no eren eterns i eren invisibles a l'ull humà. Ío va poder veure'ls ja que quan va tindre el somni, Amèlia li va donar el poder per a veure a les criatures del món màgic, des d'una minúscula fada fins al dimoni més gran de l'univers, li va explicar que eren una raça estèril que es reproduïen mitjançant mossegades o esgarrapades.

-Supose que m'hauré d'acostumar a transformar-me les nits de lluna plena –Va dir Ío en la seua visita turística per la tribu.

-Sempre pots aprendre a controlar-te –Va sugerir Amèlia.

-Doncs aprendré a viure com un dels vostres.

-Doncs bona sort –Li va dir Amèlia mirant les càlides llums de l'alba.

Clarejava.

En els dies següents, Ío va aprendre a viure com un d'ells, com podreu imaginar no era fàcil, ja que havien d'amagar-se dels humans, i açò no era tasca fàcil.

Un dia, mentre Ío caminava pel bosc cercant una mica de menjar, es va mirar a l'espill del llac, estava clar que no era igual que quan va arribar: les seues cames s'havien enfortit; s'havia tallat el cabell i ara en comptes de caure-li en cascada pels muscles es retenia fins a l'altura del mentó, però seguia sent negre; ara portava roba del primer animal que havia caçat, un senglar vietnamita; portava un arc i fletxes en la mà esquerra i finalment, penjant en els seus malucs, portava un sarró. Ío no deixava de pensar que eixa nit hi havia lluna plena i que avui seria la primera vegada que es transformaria, per fi sabria quin era el color del pèl del seu esperit llobú. Com us podreu imaginar el color no el tries tu, moltes antigues tradicions deien que el color era pel caràcter de la persona, per exemple marró xocolata a una persona dolça. Malgrat les prediccions del xaman dient que el color del seu pelatge seria marró fosc pel seu esperit de lluita, Ío estava convençuda que seria negre per ser tan solitària -ja que amb Amèlia no parlava molt encara que continuaven sent amigues-, però el que mes li aterria és que no sabera com controlar-se encara que li havien explicat que en la primera vegada cap licántrop se sabia controlar i es passarien tota la nit de caça. Al final de la vesprada Ío va tornar a la tribu amb un ós enorme –s'havien anat a les muntanyes on feia mes fred i per açò havien ossos- el que li serviria d'aliment per a tots els de la tribu un parell de dies, en arribar tots es van quedar bocabadats en veure aquell ós tan gran.
Segons el xaman, és que l'ànima llobuna s'estava despertant abans d'hora…

Capítol 4 La nit d’estrena

La vesprada s'acostava i Ío estava nerviosa, aquella nit es transformaria en llop, ella havia intentat que el llop es despertara abans però no podia ja que es trobava massa dormit encara que tothom li havia dit que açò era impossible ja que no sabia el que se sentia en la transformació.

Quan va caure la nit, el xaman va encendre un foc enmig de la tribu i els licàntrops que s'anaven a transformar -ja que no dominaven al llop- es van posar en cercle al voltant i Ío es trobava al costat d'un desconegut.
-Ho faràs molt bé –va dir Amèlia abans que la Lluna mostrara el seu rostre.

-Gràcies –Va respondre Ío mirant al cel.

I quan el dolor de la transformació va arribar de cara a la gran lluna blanca, a Ío solament li va donar temps a pensar: Benvingut esperit llop, i es va desmaiar, deixant pas a un somni negre.

Quan va despertar es trobava en el bosc, va intentar incorporar-se, es va alçar gràcies amb un arbre que tenia a la seua esquena i es va mirar a si mateixa, tenia tot el cos ple de sang i estava nua, però poc després, es va adonar que aquella sang era d'un ren que tenia davant d'ella al qual el llop que habitava en ella havia esbocinat amb tal violència, que amb prou faenes havia deixat part del llom i el cap. A Ío no li donava nàusees, és més, li havia encantat la transformació i el salvatge que havia sigut aquella mateixa nit, i va estar desitjosa de repetir-ho, però una coneguda veu va irrompre en els seus pensaments.

-ÍO! –Cridà Amèlia i es va posar davant d'ella parlant atropelladament- mare meua, ha sigut increïble, t'has transformat i el primer que has fet ha sigut anar al bosc corrent veloçment i esbocinar a un ren en pedaços…!

-Tranquil•la –Va dir Ío intentant tranquil•litzar a la seua amiga excitada- ara digues-me… De quin color era?

-Déu, eres negra com el carbó, et filtraves entre els arbres com les mateixes ombres, els teus ulls eren del color de la mel…! I el millor ha sigut, que semblava que el llop i tu foreu un, mai he vist tal companyerisme… vull dir, que tu no impedies que la bèstia salvatge es retinguera… ha sigut bestial.

Ío es va fixar que Amèlia també anava nua, i açò li va provocar riure.

-Anem, hem de tornar al poblat i explicar la teua gran aventura –Va dir Amèlia i de sobte, es va transformar en un gran llop marró fosc que parlava amb veu ronca- munta sobre el meu llom, estem a 10 quilòmetres del poblat -Ío va obeir, i va muntar damunt del llop.

En la tribu tots les van recibir en calorosos aplaudiments, entre rialles i balls estranys.
I en el futur, Ío aprendrà, no sols a controlar-se, si no a saber comunicar-se amb la resta de criatures del bosc.
Aquesta història, ací, ha acabat, però… Quina serà la destinació de Ío?

Fi ?


La Guardiana de los Girasoles:
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https://dl.dropboxusercontent.com/u/31525933/La%20Guardiana%20de%20los%20Girasoles.pdf

Música recomendada para leer con la lectura: Brothers, a tale of two sons, OST.
http://www.youtube.com/watch?v=oN4VAUWuKqE

****
>> El frío Norte de Aragón se caracteriza por sus interminables campos de girasoles. Vistos desde arriba, con la mirada empañada, se asemejan a un baño de pétalos dorados rasgados por briznas de color hierba. Desde la ventanilla de un simple coche, no es tan majestuoso; sólo simples flores amarillas que miran hacia el Este, o si son jóvenes, rotan con el sol.
Los girasoles producen pipas, alimento. Con ellas se fabrica el aceite y no es tan barato en épocas de escasez. Pero en los fértiles Valles de Aragón nunca suele haber una escasez extrema. Como curiosidad, sus semillas siguen una disposición relacionada con Fibonacci y el número áureo… <<.
Jose, en la furgoneta de su madre, cerró el libro de golpe, y se subió las gafas con la punta del índice. Miró a la derecha: su hermana mayor se había dormido contra el cristal. Miró a la izquierda: Su hermana menor seguía contemplando el paisaje con la tristeza pintada en la mirada.
Bufó y dirigió la mirada a su madre: seguía conduciendo.
Parecía cansada y demacrada. Y por dentro él también estaba ligeramente roto. Pero era mejor dejar un alma rota, que cortarse las manos intentando arreglarla. Abrió el libro de nuevo.
****
El constante repiqueteo de las piedras contra los tapacubos de la furgoneta, hicieron que Gema se sobresaltara y despertara. Se había dormido mirando aquel aburrido paisaje contra el cristal sucio, y no tenía ningunas ganas de bajar del vehículo hacia su nuevo hogar.
Mientras se apartaba el cabello caoba de la frente, no pudo evitar ver a sus hermanos; sentados a su lado en la parte trasera.
Jose, pecoso y desinteresado; leía con parsimonia un viejo libro que había cogido “prestado” de la gran estantería del estudio. No paraba de subirse las gafas, que se le resbalaban debido a su inmenso tamaño y a su naricilla de tan corta edad.
La pequeña María de ojos tristes y celestes, estaba apoyada contra la ventana, como lo había estado Gema hacía un momento. No había vuelto a hablar desde que su padre no había entrado en casa con su habitual sonrisa, revolviéndole el pelo. Con ella siempre llevaba su muñequita de trapo rosa con ojos de botón, que ahora descansaba en su regazo.
Cinco minutos y llegamos la voz cansada de su madre les llegó desde delante de la Kangu. Tenía el pelo anaranjado de sus dos hijos menores, y los ojos verdes de Gema.
La mayor de los hermanos profirió un suspiro de resignación cuando el coche paró delante de una vieja casa.
El techo era de pizarra e inclinado, con el color desvanecido tras los largos años expuesto al brillante sol. La madera era gris y resistente, no parecía tener humedad ni estar podrida, pero el hecho de que hubiera algún que otro agujero en algunas partes de la casa, no ayudaba a mejorar su imagen. Sus ventanales eran altos y estrechos, transparentes y reforzados; los había por toda la estancia: desde el pequeño almacén pegado a ella, hasta la pequeña habitación del segundo piso que sobresalía haciendo a la vez de porche. La única ventana redondeada se situaba en lo alto de la fachada, adornada con letras de acero negro.
Villa de Girasol
Y es que el nombre no le extrañó nada a la mayor mientras cogía las maletas, instando a Jose que dejara ya el maldito libro. Todo el terreno hasta donde alcanzaba la vista, estaba lleno de aquella planta; cada una, crecía a unos insignificantes cinco centímetros de la siguiente. O aquello le pareció a Gema.
Su hermano menor apareció por fin para ayudarla con el equipaje, las cortinas, las sábanas y todo lo demás, que estaba metido en cajas cuyo tacto daba repelús. Su madre cogió sin decir nada un par de ellas, mientras se secaba el sudor de la frente.
Su maleta fue la que entró primero, subiendo con cierta dificultad los tres escalones de la entrada y chocándose contra los pilares que sujetaban el porche. La puerta de roble se abrió con un crujido cuando entró a la Villa.
El interior estaba completamente a oscuras, y tras unos momentos que su madre dejó las cajas junto a su maleta y encendió el generador que se encontraba bajo una ventana, la mortecina luz del techo se encendió muy a duras penas.
Todo estaba cubierto de polvo, y la razón de que no hubiera ni un atisbo de luz, eran las pesadas cortinas de terciopelo; echadas a cal y canto. Una gran escalera con una alfombra roja se posaba en el medio del gran recibidor, y dos aberturas que ocupaban casi toda la pared a ambos lados (que comunicaban a otras habitaciones como la cocina y el comedor), componían la estancia además de unos muebles viejos y astillados.
Gema salió al porche al ver aquello, disgustada, hasta que María le llamó la atención.
Estaba agachada junto al vallado que separaba su parcela de aquel amarillento campo y acariciaba los pétalos de un girasol con los dedos. Lo miraba sin expresión, pero aferraba a la muñeca con la mano izquierda, como si estuviera teniendo una lucha interna. Sus ojillos se iluminaron como una lámpara azul mientras fruncía el ceño.
La mayor se encogió de hombros, mientras dejaba pasar a Jose, que llevaba las pesadas cortinas. Su hermana menor era un misterio en sí misma y aunque no se lo reprochaba, no dejaba de ser extraño para una niña de su edad.
Al caer la noche, tras deshacer las maletas y colocar cacharros de cocina, las fregonas en el almacén, arreglar los boquetes en las paredes, sustituir las cortinas, dejar los alimentos en la despensa, limpiar para que pareciera una casa decente y llenar los armarios de pino recién lavados de polillas, Gema pudo tumbarse en su cama de sábanas blancas para que sus ojos verde desvaído se fueran cerrando poco a poco mientras miraba a través de la ventana.
Estefanía, arrancando un puñado de girasoles y colocándolos en un jarrón junto a un gran ventanal. Cómo se marchitaban aquellas flores de la forma más horrible, mientras una melodía taimada, perteneciente a una macabra cajita de música resonaba en sus oídos…
****
María cogió una vela de panal que había encontrado en uno de los cajones de la cocina y la puso junto la ventana, al lado de su muñeca de trapo mientras miraba al horizonte. La caja de cerillas estaba en su bolsillo.
A ella le había tocado la habitación que hacía de porche, semicircular y luminosa. Apartó sus ojos azules para dirigirlos al jarrón que acababa de colocar su madre, con varios girasoles mirando a través de la ventana, hacia el sol.
Sonrió y acarició los pétalos con la yema de los dedos. Salió de su habitación y se encaminó hacia las escaleras, las cuales bajó con parsimonia hacia la entrada de la casa. La puerta estaba cerrada, y sus manitas no tenían la suficiente fuerza para abrirla.
Dejó de sonreír para ir a la cocina con su madre, que preparaba un estofado.
Avisa a Jose para que baje a cenar le pidió sin mirarla mientras cortaba verduras, a Gema no la despiertes.
María salió sin decir nada, como era habitual en ella. Subió la escalera con parsimonia apoyándose en la barandilla. Pasó por delante de la puerta cerrada de su hermana y tocó a la de su hermano, esperando respuesta. Pero él no estaba en aquel momento.
Sin embargo, sí que vio una escalera de mano al final del pasillo; ni su madre ni María habían reparado en ella cuando habían subido para dejar el jarrón.
Antes de encaminarse hacia ella, volvió a su cuarto a coger su muñeca de trapo.
****
Jose cerró la puerta de la habitación de su hermana mayor. Se había quedado dormida. Bajó las escaleras de dos en dos, había dejado el libro en su cuarto, por lo que ya no tenía que ir cargado con él. Llegó a la cocina, donde su madre decoraba un jarrón con girasoles y su hermana rebuscaba en los cajones.
Gema está dormida anunció el chico. Ninguna dijo nada, por lo que él se retiró hacia su pequeño descubrimiento.
Subió de nuevo al segundo piso, deseoso de llegar al final del largo pasillo, junto a la puerta del lavabo.
Del techo colgaba una cuerda. Emocionado, tiró de ella. En el último año había crecido varios centímetros, haciendo que pareciera mayor de lo que en realidad era. Una escalera de mano se desprendió suavemente, tanto, que no hizo algún ruido al chocar contra el suelo.
Subió a toda prisa, por lo que no recogió la escalera. A pesar de que la luz plateada de la Luna entraba a raudales por el gran tragaluz, como un baño de seda blanca; decidió encender la única bombilla que colgaba del techo, desde un viejo interruptor.
El desván estaba sucio, desvaído. Estanterías atiborradas de antiguos volúmenes vestían las paredes, y junto a ellas, baúles de madera. Olía a moho y a cerrado, pero aquello no lo detuvo.
No era un desván corriente, aquello estaba claro. Ni cajas, ni viejos juguetes de plástico amontonados… Lo único destacable era un escritorio de caoba al fondo de la estancia.
Entrecerró los ojos mientras miraba hacia las estanterías y rozó con los dedos los pesados volúmenes. No tenían título, y parecían a punto de convertirse en polvo. Dio un respingo cuando casi tropezó con un baúl, pero decidió no abrirlo
Jose caminó hacia allí con cautela. Limpió el escritorio de polvo con la manga de su camisa e intentó encender la lamparita verde. No funcionaba.
Rotó los ojos, debería habérselo imaginado. Intentó abrir los cuatro cajones y sólo el del final pudo abrirse. Estaba lleno de viejas hojas amarillentas y quebradizas. Lo cerró con desilusión y se encaminó hacia el primer baúl que vio.
Era cuadrado, marrón y a punto de deshacerse de lo podrido que estaba. Era más o menos grande, lo suficiente para que María pudiera meterse dentro. Se agachó para forzar la cerradura, carcomida por el óxido y abrió la pesada tapa con una nube de polvo.
El interior a primera vista parecía vacío, pero en el fondo había una cajita de música. Una cajita de música blanca, con pequeños dibujos de girasoles grabados en la superficie; parecía estar hecha de hueso, pero Jose no se percató de ello.
La cogió con suma delicadeza, quitándole el polvo y las telarañas. Pero antes de que pudiera abrirla, la tuvo que dejar caer ante la impresión de sentir una mano en su hombro; casi se le cayeron las gafas. Profirió un grito de terror y se giró de un salto, incorporándose.
Sus mismos ojos celestes le miraban desde abajo, primero pensó que era un espejo que no había visto, hasta que su mente se aclaró del miedo y vio que solamente era María, con su habitual muñeca de trapo. Profirió un suspiro de alivio, mientras se secaba el sudor de las manos en el pantalón.
Me has dado un susto de muerte le reprochó a la niña, que sólo le miró inexpresiva. Sacudió la cabeza y captó el olor de estofado. Mamá ya ha hecho la cena ¿no?
La niña asintió débilmente y Jose avanzó hasta bajar por la escalera. María giró la vista hasta posarla sobre la cajita. Acarició los dibujos, y después, algo vacilante, la abrió. Una melodía lenta, ascendió hasta ocupar el desván, coloreando los libros envejecidos y acariciando la luz de la Luna plasmada en los tablones del suelo.
La cerró de golpe y la volvió a dejar en su sitio, a ella y a su muñeca, pensando en su melodía y en que llegaba tarde a cenar. No cerró la tapa del baúl.
****
Jose no podía dormir. Al terminar de cenar había tenido que despedir a su madre, que tenía que ir a la ciudad a trabajar, y aquello le inquietaba de alguna forma.
Se medio incorporó y recordó los libros polvorientos del desván. Miró a ambos lados con cautela, para ver si detectaba algún sonido, mientras se calzaba con vulgares zapatillas de ir por casa.
Como si fuera una sombra, abrió y cerró la puerta de su habitación. Era noche cerrada, por lo que caminó con cautela hacia esa fuente de información que tanto le había llamado la atención. Juraba que podía pasarse todas las noches leyendo en aquella pieza de paraíso.
Subió las escaleras y encendió la luz. Aquella vez, el resplandor lunar no se extendía como un manto aterciopelado, pues parecía una noche nublada. Pero en realidad aquel cuerpo celeste había desaparecido del firmamento.
Cogió un volumen aleatorio, que puso con delicadeza sobre la mesa y lo abrió. Al instante reconoció el famoso relato de Romeo y Julieta, en letras desvaídas y páginas cuarteadas.
Pasó un buen rato hasta que descubrió algo de entre las páginas. Una llave oxidada y tan plana, que no hacía ningún tipo de bulto entre las hojas del libro.
La miró, comparándola con el suelo de madera y se le ocurrió para qué podría servir. Los cajones que no pudo abrir estaban a su alcance, y con un poco de suerte, aquella podía ser la llave.
No funcionó ni con el primero ni con el tercer cajón. Pero sí con el segundo, que cedió con un ligero estrépito y olor a humedad.
En el interior había hojas de periódico amarillentas. Jose las alzó, temiendo a que se convirtieran en humo por el tiempo. Y lo que leyó le dejó sin respiración.
Misteriosos asesinatos en Villa de Girasol
Tal como leyó el título, las hojas se desintegraron en sus manos, una muñeca de trapo abrió la cajita de música de hueso en aquel baúl y los girasoles del campo que se encontraban expectantes, giraron sus cabezas hacia la casa.
****
La pesadilla despertó a Gema. Aún no había amanecido, pero las primeras luces del alba ya se filtraban por los postigos de la ventana.
Abrió los ojos abruptamente, tragando saliva y notando como el sudor frío le bajaba por la espalda. Se incorporó de golpe y se asomó por la ventana.
Sus ojos esmeraldas otearon el campo, plagados de aquella planta; el reflejo del color en el vidrio parecía distorsionado, fantasmagórico incluso. La muchacha pensó en todos sus escasos conocimientos sobre los girasoles: miraban hacia el sol, hacia el amanecer.
Pero aquellos no.
Aquellos le miraban a ella.
De un salto salió por la puerta de la habitación, dando un portazo contra la pared. Corriendo como si su vida pendiera de un hilo, apenas notó el frío de los tablones del suelo o el extraño crujido de la madera astillada, o el olor de la podredumbre en el aire.
Recorrió el pasillo a zancadas rápidas, parando en la puerta de su hermano, la cual abrió de golpe. El corazón se le paró al ver lo imposible.
Vacía.
Se auto convenció de que había sido un sueño. Una absurda pesadilla y que su hermano estaría en la cocina, desayunando. Sus ojos celestes estarían bordeados por el cristal de sus gafas, resbalándose cada dos por tres; ensimismados en una lectura aburrida. Pero en el fondo sabía que su hermano no madrugaba.
Frustrada y asustada se abalanzó sobre la de María. En la repisa de la ventana semicircular, estaban aquellos girasoles vislumbrados en su sueño, pudriéndose en un jarrón azul. Y, volcados hacia abajo como deberían haber estado...
Le miraban, y sus pétalos rasgados, medio marchitados; parecían culparle, observándole. Pidiendo por venganza.
No llegó a cerrar la puerta. Cuando bajó las escaleras a toda pastilla, casi tropezándose con la alfombra, para ir a la cocina y al comedor; buscando a su madre, un golpe resonó en la puerta.
Era frío y hueco, como el sonido que hace un metal al estrellarse contra una pared.
Giró la cabeza muy lentamente, hacia la puerta de roble que la separaba a ella y a aquellas flores. A aquellos seres, que parecían estar vivos.
>>Ni de coña<<. Pensó su agitada mente.
Subió las escaleras de nuevo, con lágrimas de terror resbalándole por las mejillas. Y al llegar al segundo piso, se fijó en cierta escalera de mano, al fondo del pasillo; una escalera que no había estado el día anterior ahí. Dudaba si estaban hacía un momento.
En su vacilación por subir al desván, tropezó y cayó con algo que había en el suelo. Frotándose los doloridos riñones cogió lo que le había provocado la caída: una vela de panal. La tiró al suelo y se dirigió a las escaleras.
Al ir subiendo, una melodía ligeramente conocida bailoteó en sus oídos. Se quedó estática, como si su sangre se hubiera congelado. Se limpió las lágrimas y se forzó a subir, casi oyendo como sus huesos crujían.
Las primeras luces del amanecer entraron por el tragaluz, y se posaban en el cabello de Gema, como si intentara emular el fuego ardiente.
La música se hizo mucho más alta, pero a la vez más distante, como si estuviera bajo el agua. La misma melodía taimada que había oído apenas unas horas antes, se multiplicaba en volumen cuanto más se acercaba hacia el fondo del desván. Cerró los ojos, aguantando la respiración.
Las delicadas notas parecían estar hechas a base de diminutos huesecillos. Como si cogieras un fémur y lo golpearas con un esternón muerto. Macabra y hermosa a la vez.
Al golpear algo con su pie abrió los ojos por instinto.
El golpe resonó de nuevo en la puerta de roble, mientras un grito agudo hacía que los cuervajos posados en el campo de girasoles alzaran el vuelo y esperaran por sus nuevas y más apetitosas pipas.
****
Estefanía arrancó la furgoneta, se puso la calefacción, la radio, las luces delanteras y pisó el acelerador. Había sido una noche muy dura y quería volver a ver a sus tres hijos antes del amanecer.
La carretera estaba extrañamente desierta y aunque todavía era de noche, se sorprendió de que no hubiera coches circulando.
Excepto un camión. Un camión y un conductor borracho.
Dio un volantazo hacia su perdición.
****
Le llegó el turno a la pequeña, el de despertar; detrás del hermano iba ella.
Sus ojos se abrieron con un extraño fulgor en la mirada, amarillento, como la miel que se derrite en un trozo de pan recién hecho. Miel que gotearía hasta hacer agujeros en el suelo.
Como automatizada, se levantó de su cama y se dirigió a la ventana con pasos secos. Cogió la vela de panal y atravesó la habitación, como atravesó el pasillo hacia las escaleras. Pareció vacilar y tiró la vela al suelo, como si quisiera impedir algo…
Bajó las escaleras sigilosamente, con sonidos amortiguados por la alfombra. Con pies descalzos, caminó sin siquiera parpadear hasta la inmensa puerta.
No le costó abrir aquella vez y el frío aire nocturno correteó por las ropas del día anterior y alborotó su pelo rojizo.
Cerró el portón y esperó con ojos sin vida.
La primera señal fue un golpe seco en la puerta, con el brazo desnudo. Potente y de ultratumba, el sonido reverberó en los pilares del porche.
Siguió esperando. Esperó hasta que la luz del amanecer se filtró entre las escasas nubes. Pero los girasoles no miraban hacia el sol.
La segunda señal fue de la misma manera, pero desde el interior del desván se oyó un grito desgarrador que hizo graznar a los cuervajos y acompañó a su golpe.
María se movió como un resorte hacia el prado dorado y se internó en él. Las flores le miraban a ella, y conforme iba andando hacia el interior de la pradera, sin alejarse demasiado de la Villa; aquellas plantas se movían a su son.
En su bolsillo tenía un paquete de cerillas.
Cogió una con manos ágiles, la encendió y observó cómo la llama danzaba con la maderita, esperando su oportunidad. Repitió el proceso con un gran puñado de ellas.
Tomó impulso con su cuerpecillo… y las cerillas se precipitaron hacia la casa, la cual ardió, con fuego chispeante; en una hoguera inmensa, con las llamas danzarinas elevándose hacia el cielo hasta que se confundió con él.
Cayó rendida, en aquel baño de oro, fuego y amanecer.
Y ya no se supo más sobre la Guardiana de los Girasoles.


La sombra en la niebla (Parte 1):
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Elijo los días de lluvia.

No sabría decir el motivo, la razón ni el por qué.

Simplemente, la niebla vela mis actos como una cortina de humo semitransparente, ocultando, pero no perdonando mis acciones. Duras. Fieras. Rotas.

Aquella mañana, como otras tantas, me despertó el constante repiqueteo de las gotas de agua contra la ventana, interrumpiendo un sueño brusco y punzante. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal al salir de las tibias mantas.

El desván en el que vivía, me acogió como un viejo, muy viejo amigo. La mesita de roble, la pequeña chimenea de ladrillos quemados y la puerta que dirigía al tonel de agua, estaban donde tenían que estar. Todo en milimétrica perfección.

Me lavé las manos, la cara y los pies con una diminuta pastilla de jabón rojo a punto de extinguirse. Deslicé mis ropas oscuras con sumo cuidado, intentando que no tocaran el suelo. Una capa larga de terciopelo me esperaba desde la silla del rincón. Negra como la noche.

Aparté mi duro jergón de una cuidadosa patada y me incliné para recoger el secreto que escondía.

A primera vista, no era más que un trozo de cuero oscuro, largo y duro. Pero no había que ser muy observador para saber que aquello era un mandoble. Su empuñadura era de cuero oscuro, viejo; rematado por un guardamanos austero y puntiagudo. Al desenvainarla, la luz se descompone en pequeños relámpagos de luz, tan afilados como la hoja.

Puedes leer su nombre grabado en el filo, en letras negras y pulidas.

Idilio

Quizá no fuera el mejor nombre para una afilada espada, de dientes cortantes. Pero, al igual que los idilios, sus encuentros eran breves, intensos. Y cuando ya había hecho su trabajo, se despedía con una rosa de pétalos de seda roja.

Me la coloqué en la espalda con una cinta de cuero desgastada bajo la toga. Su peso me reconfortó.

Mi reflejo levemente distorsionado por la humedad, parecía cansado, como una hoja mecida por el viento hacia un destino incierto. Mechones azabaches enmarcaban mi juvenil rostro, contrastando con su pálida piel, agravada por el día nublado. La mirada que me dirigía era dura como el hierro, brillante como la plata.

Un rayo me cegó por un momento, y el trueno que le siguió después me hizo negar con la cabeza. Me puse la capucha de la capa y la visión se desvaneció con una nube de hielo. Tenía que darme prisa, me habían encargado un trabajo y yo siempre los cumplía.

Bajé por la escalera de mano y atranqué la puerta de la buhardilla.

Me deslicé como una silenciosa sombra escaleras abajo, intentando que no chirriaran en un quejido seco. En el piso inferior una hoguera chisporroteaba en una chimenea de piedra, proyectando luces cambiantes en las paredes.

Tras el tablero en donde se servían las comidas de la humilde posada, Creta limpiaba con un trozo de trapo deshilachado una jarra de cristal, que seguramente albergaría cerveza aquella misma mañana. Sus cabellos se agitaron cuando me saludó secamente, sin mirarme. Era una de las pocas personas que escuchaban mis pisadas.

Me acerqué a un armarito empotrado en la pared de madera y saqué un frasco lleno de un líquido transparente. Lo observé inquisitivamente, y cuando la muchacha me miró con un verde roto, sabía lo que quería decir.

El diez por ciento.

Cogí el frasco y me dirigí a la salida.

El viento gélido me abofeteó al cruzar el umbral. La capa ondeó un momento, para revelar la existencia de Idilio; pero la lluvia, y su niebla correspondiente envolvieron y distorisionaron mi figura; y, sin embargo, mostraban con total claridad a la misma polvorienta y empapada ciudad que se veía desde mi ventana.

La calle estaba desierta, a excepción de las gotas de agua estrellándose contra el suelo, sucio de hollín y brea. Comprobé la dirección en un papiro amarillento y me puse en camino.

Las casas fueron el único testigo que vigilaba mi corto trayecto. La niebla formaba un manto espeso de algodón a mi alrededor, como si quisiera borrar el negro de mi atuendo. Si no hubiera sido un día de lluvia, mi capa habría revelado la espada por completo, flotando como una bandera.

Sonreí de forma triste en cuanto llegué a mi destino. Era una residencia de color blanco, lujosa y sin jardines. Los balcones deliciosamente tallados se asomaban por aquí y por allá, sin dañar la estética de la fachada. Inmensos robles se alzaban a ambos lados, con las hojas amarillentas por el otoño.

Me encaramé en la corteza de uno cercano a una ventana. Escalar no era sencillo, y aún lo era menos con el tronco empapado. La capa ondeó cuando accedí al interior de la vivienda, como lo haría una sombra.

Casi como en un sueño, me guié hacia lo que me pareció la habitación principal. La puerta era de caoba, rojiza. La frialdad del pomo me atravesó la piel y abrí la puerta con cuidado.

Y mi víctima reposaba en una cama con dosel, de terciopelo rojo y negro.

Escuché su pulso desde el umbral, esperando el momento oportuno. Inhalé profundamente, y el olor a jazmín penetró en mis fosas nasales. Me acerqué sin emitir ni un sonido, cerrando la puerta en un susurro de madera.

Me acerqué, moderando mis pasos, sacando aquella botellita de cristal. Ella tenía el rostro fino y pálido; si sus ojos hubieran estado abiertos, habría sido hermosa. El río de oro que era su cabello se desparramaba en la almohada con puntillas y su boca tan roja como los pétalos de una rosa, estaba entreabierta.

Destapé la botella. La incliné sobre sus labios y una gota cayó sobre ellos. Cerré los ojos, concentrándome en el sonido de la lluvia.

Ella moriría antes de que la lluvia cesara.

****

Cobré mi recompensa en un callejón cercano, a un tipo alto, delgado y ojeroso. Le temblaban las manos, y al ir a darme la bolsa llena de monedas, éstas tintinearon antes de parar en mi pulso estable.

Y, donde se cruzaban los atajos, allí donde aullaba el viento; la conocí.

Era una mujer aparentemente normal apoyada en la fachada de un edificio. Sus hebras azabaches tapaban su rostro, al estar cabizbajo. Su gabardina vermella estaba empapada, y en su mano había una espada… como la mía. Quizá más estilizada y ligera, pero en lo que de verdad se parecía, era en que estaba manchada de sangre, arrastrada por el agua.

La lluvia no me impidió ver que lloraba.

Me quedé estático, empapado de pies a cabeza. Y cuando me miró, con una mirada azul, más celeste que el propio cielo, supe que era una asesina. Quizá lo sabía porque parecía más mayor, todos los asesinos tenemos la mirada partida.

Ella supo al instante que yo era de los suyos. Y aquello sólo significaba una cosa.
Con pulso tembloroso, se puso en guardia y me apuntó con su espada. El agua pareció relucir en su filo, en sus ojos, en su gabardina.

Tragué saliva y un trueno estalló cuando desenvainé mi mandoble.

Continuará...


La sombra en la niebla (Parte 2):
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Los aceros chocaron una y otra vez. Era sublime. Sus movimientos eran fluidos, como si estuviera imitando a la lluvia que se precipitaba sobre nosotros incansablemente. Negro y rojo danzante en la calle, en perfecta sincronía.

Se notaba era una novicia. Que aquel había sido su primer asesinato, y que probablemente estaba a punto de cometer un segundo, tal y como nos habían enseñado. Me lo demostraban sus movimientos, cada vez más erráticos, cada vez más cansados, como si estuviera valorando si rendirse y sucumbir fuera una opción para redimir su pecado.
En un momento crítico, la desarmé. Su espada cayó derrotada al otro lado de la calle, ya perfectamente limpia y nítida de carmesí. Idilio besó su cuello, dejando que gotas de líquido vital resbalasen hasta perderse bajo su atuendo. Sus ojos, aquellos pozos de azul infinito no revelaban nada, sabiendo que era su final.

Me sonrió a través del velo de su cabello, sarcásticamente, con una pincelada de burla, como si supiera que no podía hacerlo. El pulso me tembló. Tenía razón. Mataba casi a diario y nunca fallaba. El Código te obligaba a eliminar a los asesinos que reconocieras, y yo lo sabía bien.

Pero no podía.

Le di la vuelta al arma, haciendo que la empuñadura quedara frente a la muchacha y me arrodillé. El agua penetró a través de mi pantalón, calándome los huesos de las rodillas. Su expresión cambió radicalmente a una de sorpresa, con sus ojos abriéndose hasta lo imposible. Se alejó un paso, negando con la cabeza. Sabiendo lo que pretendía que hiciera.

La miré desde abajo. El ruido del agua rebotar contra los adoquines, el frío, los latidos de su corazón, el sonido de su respiración. Frunció el ceño, deshaciéndose en angustia. Volvió a mi vera y recogió el mandoble con ambas manos, como si su simple tacto le quemara de sobremanera.

Suspiré profundamente, el vaho escapó, fundiéndose en la calle vaporosa.

Cerré los ojos.

Cinco años después

Desperté como todos los días. En un desván de una posada polvorienta, en una ciudad cuyo nombre no importaba, muerto de pesadillas y congelado. La lluvia golpeaba con insistencia los cristales, como si quisiera quebrarlos con furia. Como si quisiera quebrar lo poco que quedaba entero en mi vida.

Sin embargo, al otro lado del jergón estaba ella. Sentada sobre el borde, con el mismo rostro con el que la conocí, con aquellos ojos, aquella gabardina y aquella piel como la porcelana. No era la primera vez que aparecía de repente, y en ocasiones, agradecía su etérea presencia.

Parpadeé. Algo tibio y húmedo se deslizó por mi mejilla.

Me levanté y me dirigí hacia la ventana, que se abrió con un chasquido. La lluvia y la niebla cubrieron mi cuerpo, empapándolo y borrando cualquier lágrima que hubiera podido escapárseme. Los asesinos no lloraban. No sentían.

La miré de reojo. Se había apoyado sobre el alféizar y me miraba. Su cabello revoloteaba agitado por el viento, como las alas de un cuervo. Alcé una mano, acaricié su rostro, noté su suavidad.

Y una vez más, me encontré acariciando la nada, hecha de niebla, lluvia e idilio.



POEMAS: :shock:

El manzano de los sueños olvidados:
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EL MANZANO DE LOS SUEÑOS OLVIDADOS

Despuntaba el alba,
cuando yo, Dante,
débil mensajero de la palabra,
andaba por la calle adoquinada.

Sin temor alguno,
crucé el estrecho parque
pensando en el futuro
de lo que me esperaba más adelante.

Por fin, coloreaba el amanecer,
aquella cerrada posada,
con el árbol del renacer,
acicalado con manzanas.

Me senté en el ancho tronco,
disfrutando de su aroma,
sacando a mi laúd
una nota desentonada.

Probando doce acordes
sin riesgo ni temores,
oí un débil sollozo,
sin pausa ni rencores.

Interrumpiendo mi balada
de sueños entonada,
había una doncella enterrada
en lágrimas anegadas.

Cuando levantó cabeza,
vi sin ninguna destreza,
sus ojos esmeralda
y su negro pelo como…

Creedme cuando os digo,
que era francamente hermosa,
aunque lágrimas poblaban su olvido,
vi que sus labios eran como el vino.

>> ¿Quién eres? Preguntó,
>> La luz de tus ojos, respondí.
>> No me deberías hablarme así,
pues hija de tu rey soy yo.

Avergonzado,
decidí volver al árbol,
de sueños,
poco esperanzados.

>> ¡Espera! Gritó, ¿cómo te llamas?
Una débil esperanza instaló en mi corazón
y sin suma ni con sorna,
mi nombre, Dante, salió por mi boca.

Secándose las lágrimas,
agregó: porque mi pelo,
teñido de nieve estaba
y mis ojos,
como témpanos de hielo,
plagados de emoción compacta.

Yo, sorprendido y misericorde, le dije:
>> Porque yo, como soy el rey de la nieve,
sus emblemas y colores,
visten mis genes.

La dama, hija del mío rey,
compuso una breve sonrisa,
que cualifiqué
como más que divina.

>> ¿Tocarías una melodía,
a la chica entristecida,
que aunque apenada estaría,
tu música querría?

Noté cómo se me subían los colores,
pero, sin pausa ni sin tregua,
afiné una solitaria cuerda
y una melodía pausada,
ascendió sobre aquella posada.

Cuando estuvo la balada acabada,
la bella, lanzárseme a mis brazos
y besándome con furia desenfrenada,
me quitó el laúd de las manos.

No fue todo lo que ocurrió,
pero os puedo asegurar,
que después de una noche de pasión,
los guardias del rey, severos y sin más,
condenaron a muerte y prisión,
a este pobre juglar.

Cuando la prisión acabó
y todas mis fuerzas abandonadas,
llegó sin ton ni son,
el día de mi pobre ejecución.

>> Antes de que mi cabeza,
cortada sin remedio sea,
recito este poema,
a mi triste y amada princesa:

Verde esmeralda,
negro azabache,
nuestro trágico amor.
será a medianoche.

Para pasmo de todos,
yo mismo me arrodillé,
en aquella plazoleta,
sin antes maldecir,
la suerte que poseía
al haber conocido a la princesa

Desperté de aquella pesadilla,
en aquel mismo sitio,
donde las manzanas relucían.

Todo había sido un sueño,
no habían muertes,
princesas de cuento,
ni duques de la nieve.

Meses después, con el sueño en mente,
lejos, en una taberna de mala muerte,
llegó a mis oídos,
una noticia muy reciente:

>> Pelo blanco, ojos azul intenso:
la princesa tiene un heredero,
del increíble rey de la nieve,
que en un trágico sueño,
vino a verle.


Rosas de carbón:
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Una noche de ventisca,
oscuras gotas llueven
de la chica pavorosa,
que, agotada, vuelve.

Chopada venía,
con la túnica empapada
y con sentimientos obsoletos,
que por el camino recibía.

Rendida caía
en la cama despechada,
con los sentimientos censurados
que a su príncipe conmovían.


Mientras ella dormía,
aquel chico volvía,
con su pelo plateado
y ojos envendados.

De un ruido despertaba,
¿qué ha sido eso? adjuntaba,
otra vez la ventana abierta,
que con el viento retumbaba.

Y, en la mesilla como siempre,
una nota descansaba,
sus diez poemas contundentes
y rosas carbonadas.

Desde la ventana,
la chica veía
una llave espada
que destacaba en la lejanía.

-Te encontraré, príncipe negro.
La chica rezaba,
cada vez que aquellos ojos ennegrecidos,
con sorna, la miraban.


Una noche sin luz:
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Una noche sin luz
en una posada en la ciudad,
ella, danzaba a la multitud,
y él, observaba sin piedad.

"Ellas sólo venden su cuerpo
y sus sentimientos no son duelo",
él dolido va pensar ,
con una arruga en el ceño.

Va acomodar en la barra,
una rota y sucia jarra
que en sus labios va posar,
mirando sin mirar.

Una hermosa jovenzuela,
de labios castos y voz anhela,
sin pudor se le insinuó,
y atontado, quedó prendado de ella.

Fuera a la nieve la acompañó,
pues de sus servicios no requería,
y él, sincero le prometió,
quitarle la vida que no debía.

Le adentró a un callejón,
donde en la casa él vivía;
pero de repente y de sopetón
oyeron: !Manos arriba!

Un de negro encapuchado
se situaba allí plantado,
sin duda alguna armado,
con el revólver en la mano.

Testigos no había,
y lo que el hombre,
con ansia quería,
era el prohibido nombre.

Tal era su devoción,
que un disparo sucedió,
la nieve de rojo se tiñó,
y él, corriendo se marchó.

¿Pensáis que el enamorado,
por la moza se sacrificó?
Pues estáis equivocados,
ya que aquello, al revés pasó.

Mientras se hallaba en el suelo,
el hombre con voz de caramelo
preguntó el valor de su empeño.
Ella, enferma, sólo rió.

Una mano esqueletizada,
fue rumorada de la nada,
y sin más, la chica,
cayó, muerta en la nevada.

Violines sonaban en la posada,
mientras el caballero,
con ansia la curaba.
“No hagas nada” dijo el camarero.

“¿Por qué?” Cabezudo,
el otro respondió.
Encendiendo un puro,
el camarero, presto se alejó.

Y todos en la posada,
vieron la mala historia,
la historia enamorada,
cual no hallaba gloria.

La historia cliché,
la historia sin maldad,
allí sin no ver,
afuera en la ciudad.

Y el hombre, animado,
dejó la joven su regazo,
su respiración acompasada,
como el violín de la posada.

Todos, creyéndola muerta,
no vieron la mano en la puerta,
la misma huesuda y con años,
que hacía tratos por milagros.

Él tenía menos de diez años,
valió la dichosa pena,
por la vida de la nena.
Ahora su voz, cubierta de arañazos.

Y ahora, la historia resuena,
por caminos se cuenta.
La joven nueva vida espera,
y el hombre, en diez años muera.


El soneto en XIII:
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Reina sólo trece años tenía,
la vida de su madre ya acabada,
incluso él compuso una balada,
aquel padre, que solo componía.

el pueblo en aquella guerra pensada,
en la que la maldad ya se cernía,
la reina en las calles, está embrujada,
sus ganas de reinar, no contenía.

ella adelantándose entre la gente,
la envejecida horca ella caminó,
y de un grito, alertó muy competente.

cayó al foso cual negro dominó,
la plebe, ya con dos dedos de frente,
la paz comenzó, y maldad confinó.


Los once besos de la blanca muerte:
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.Era, un brillante día de nieve,
las pisadas resonaban inertes,
sus ojos, veían con filo tenue.

.Hebras rubias en su alma resbalaban,
labios helados no decían nada
y en su palma, la espada reposaba.

.Entre las montañas, ruidos escucha,
y sin más, se imponen las once luchas.

.Ella desde la roca sonreía,
con toda su belleza tan baldía,
su mirada, brillante como el día.

.Aquellos destinos estaban dichos
mas no era el caso cual estar escritos
y de su larga hibernación, dormidos.

.Teñida de blanco aquella explanada,
envueltos entre las luces del alba
sus muertes, once veces reflejadas.

.Sus ojos, por la fortuna impulsados,
en medio de la trifulca encontrados,
once gritos de batalla bramaron.

.Pero, en medio de la y vuestra sangre,
sabiendo de sus destinos muy tarde,
ninguno, a las batallas iba en balde.

.Y todo, bajo la luz al comprender,
once paces dan, antes que perecer.

.Pero, de una oscura bruma aparece
cubierta con velo negro y con muerte,
esa dama que al destino obedece.

.Y aquellos que al destino decidieron
mofarse con burlas y mucho esmero,
con once besos y la muerte fueron.



DIBUJOS: :P

Demonio del Mar::
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Chibi:
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Huyendo de los lobos:
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Jeanne (si quieres uno, lo dibujo ^^):
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Double-meme con Aru:
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Para Aru:
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Ángel:
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Leónidas/2p de Simbad:
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Turquesa sensual (?)
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Rojo pasión (?)
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Solo amigos (para Sheldon):
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Jeanne (bis) (para Nux):
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Última edición por xXOrbOOkXx el Lun Dic 28, 2015 12:22 am, editado 37 veces en total
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Prólogo de Simbad
"Bastión Hueco" Choque de culturas (Encuentro)
"Bastión Hueco" Novatos bajo la lluvia (Primer encuentro - Saga Novatos)
"Tierras del Reino" El nacimiento de un príncipe (Trama)
"Islas del Destino" ¡Buscad a mi perro! (Misión)
"Castillo de Bestia" Solos entre lobos (Primer encuentro - Saga Délaissé)
"La Cité des Cloches" Los miserables (Encuentro)
"Villa Crepúsculo" Una visita guiada (Encuentro)
"Selva Profunda" Día de monos (Encuentro)
"Port Royal" Los muertos no cuentan cuentos (Trama)
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"Bastión Hueco" Novatos bajo el amanecer (Segundo encuentro - Saga Novatos)
"Ciudad de Paso" Lo que vale la pena (Encuentro)
"Ciudad de Paso" The Game Never Ends (Trama)
"Torre de los Misterios" Orden en la Biblioteca (Misión)
"Evento Global" El esclavo del olvido
"Evento Global" Ruta de los perdidos

Evento Halloween 2014
"Especial libre" El laberinto de los corazones
"Especial libre" San Valentín III
"Islas del Destino" Yincana veraniega
"Evento libre" La Mansión Encantada II: La Venganza

Cuarta Saga:


"Ciudad Inexistente" Dos velas para el diablo (Encuentro)
"Port Royal" De copas con la muerte (Encuentro)
"Bastión Hueco" De magdalenas y vicios franceses (Encuentro)
"La Cité des Cloches" Insomnia (Primer encuentro - Saga La Musique du Silence)
"La Cité des Cloches" Somnia (Segundo encuentro - Saga La musique du Silence)
-"Port Royal" El barco que desaparece en la niebla (Misión)
"Tierras del Reino" Donde duermen los gigantes (Trama)
"País de los Mosqueteros" Todos Para Uno (Trama)
"Ciudad de Paso" Un nuevo Crepúsculo (Trama)
"Ciudad de Halloween" El ataque de Boogieman (Trama)
"La Cité des Clochés" Fuego Infernal (Trama)
"Espacio Profundo" Planta 313 (Encuentro)
"Mundo Inexistente" Pasajes Oscuros (Trama)
"Tierra de Partida" Penúltima Parada (Encuentro)
"Evento Global" El principio del fin
"Atlántica" Perdona pero quiero casarme contigo (Encuentro)

"Especial libre" El laberinto de los corazones II: Escape
"Especial libre" World War Christmas
"Especial libre" El San Valentín está aquí
"Especial libre" ¡Exámenes finales
"Especial libre" La inocencia perdida
"Especial libre" Misión: Salvar la Navidad

Timeskip (Finales 1013-1017)

"Tierra de Partida" Examen de Maestría (30 Diciembre 1013)
"Jardines de Tierra de Partida" Doomsnight (Libre) (31 Diciembre 2013)
"País de las Maravillas" El último regalo (Minitrama) (Julio 1014)
"Jardines de Tierra de Partida" El Regreso (Libre) (Finales de Marzo de 1017)

Saga final:

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Re: Mini-historias de xXOrbOOkXx

Notapor EspeYuna » Dom Nov 17, 2013 10:07 pm

Gracias por haber reunido todos tus trabajos en una sola entrada. Así será más fácil de encontrar y podrás actualizarla cuando quieras.

Ahora bien, te voy a dar un par de consejos sobre la presentación de tus relatos ^^

- En primer lugar, deberías usar más la división entre párrafos. Hace la lectura más amena y visualmente queda mejor que todo el relato concentrado.
- Te recomiendo usar mejor este guión: "—" que éste "-"
- He comprobado que "La leyenda de los últimos Leónidas" es algo más larga, pero en sí un relato corto. Si alguna vez te decides a exponer una historia más extensa, te recomiendo dejar al principio una sinopsis, que siempre ayuda a animar al lector curioso. =)

Y nada más, espero que mis consejos te sirvan. ;)
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Re: [...El rincón de xXOrbOOkXx...]

Notapor xXOrbOOkXx » Lun Dic 01, 2014 10:40 pm

!Nueva actualización!

LA SOMBRA EN LA NIEBLA PRIMERA PARTE

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Elijo los días de lluvia.

No sabría decir el motivo, la razón ni el por qué.

Simplemente, la niebla vela mis actos como una cortina de humo semitransparente, ocultando, pero no perdonando mis acciones. Duras. Fieras. Rotas.

Aquella mañana, como otras tantas, me despertó el constante repiqueteo de las gotas de agua contra la ventana, interrumpiendo un sueño brusco y punzante. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal al salir de las tibias mantas.

El desván en el que vivía, me acogió como un viejo, muy viejo amigo. La mesita de roble, la pequeña chimenea de ladrillos quemados y la puerta que dirigía al tonel de agua, estaban donde tenían que estar. Todo en milimétrica perfección.

Me lavé las manos, la cara y los pies con una diminuta pastilla de jabón rojo a punto de extinguirse. Deslicé mis ropas oscuras con sumo cuidado, intentando que no tocaran el suelo. Una capa larga de terciopelo me esperaba desde la silla del rincón. Negra como la noche.

Aparté mi duro jergón de una cuidadosa patada y me incliné para recoger el secreto que escondía.

A primera vista, no era más que un trozo de cuero oscuro, largo y duro. Pero no había que ser muy observador para saber que aquello era un mandoble. Su empuñadura era de cuero oscuro, viejo; rematado por un guardamanos austero y puntiagudo. Al desenvainarla, la luz se descompone en pequeños relámpagos de luz, tan afilados como la hoja.

Puedes leer su nombre grabado en el filo, en letras negras y pulidas.

Idilio

Quizá no fuera el mejor nombre para una afilada espada, de dientes cortantes. Pero, al igual que los idilios, sus encuentros eran breves, intensos. Y cuando ya había hecho su trabajo, se despedía con una rosa de pétalos de seda roja.

Me la coloqué en la espalda con una cinta de cuero desgastada bajo la toga. Su peso me reconfortó.

Mi reflejo levemente distorsionado por la humedad, parecía cansado, como una hoja mecida por el viento hacia un destino incierto. Mechones azabaches enmarcaban mi juvenil rostro, contrastando con su pálida piel, agravada por el día nublado. La mirada que me dirigía era dura como el hierro, brillante como la plata.

Un rayo me cegó por un momento, y el trueno que le siguió después me hizo negar con la cabeza. Me puse la capucha de la capa y la visión se desvaneció con una nube de hielo. Tenía que darme prisa, me habían encargado un trabajo y yo siempre los cumplía.

Bajé por la escalera de mano y atranqué la puerta de la buhardilla.

Me deslicé como una silenciosa sombra escaleras abajo, intentando que no chirriaran en un quejido seco. En el piso inferior una hoguera chisporroteaba en una chimenea de piedra, proyectando luces cambiantes en las paredes.

Tras el tablero en donde se servían las comidas de la humilde posada, Creta limpiaba con un trozo de trapo deshilachado una jarra de cristal, que seguramente albergaría cerveza aquella misma mañana. Sus cabellos se agitaron cuando me saludó secamente, sin mirarme. Era una de las pocas personas que escuchaban mis pisadas.

Me acerqué a un armarito empotrado en la pared de madera y saqué un frasco lleno de un líquido transparente. Lo observé inquisitivamente, y cuando la muchacha me miró con un verde roto, sabía lo que quería decir.

El diez por ciento.

Cogí el frasco y me dirigí a la salida.

El viento gélido me abofeteó al cruzar el umbral. La capa ondeó un momento, para revelar la existencia de Idilio; pero la lluvia, y su niebla correspondiente envolvieron y distorisionaron mi figura; y, sin embargo, mostraban con total claridad a la misma polvorienta y empapada ciudad que se veía desde mi ventana.

La calle estaba desierta, a excepción de las gotas de agua estrellándose contra el suelo, sucio de hollín y brea. Comprobé la dirección en un papiro amarillento y me puse en camino.

Las casas fueron el único testigo que vigilaba mi corto trayecto. La niebla formaba un manto espeso de algodón a mi alrededor, como si quisiera borrar el negro de mi atuendo. Si no hubiera sido un día de lluvia, mi capa habría revelado la espada por completo, flotando como una bandera.

Sonreí de forma triste en cuanto llegué a mi destino. Era una residencia de color blanco, lujosa y sin jardines. Los balcones deliciosamente tallados se asomaban por aquí y por allá, sin dañar la estética de la fachada. Inmensos robles se alzaban a ambos lados, con las hojas amarillentas por el otoño.

Me encaramé en la corteza de uno cercano a una ventana. Escalar no era sencillo, y aún lo era menos con el tronco empapado. La capa ondeó cuando accedí al interior de la vivienda, como lo haría una sombra.

Casi como en un sueño, me guié hacia lo que me pareció la habitación principal. La puerta era de caoba, rojiza. La frialdad del pomo me atravesó la piel y abrí la puerta con cuidado.

Y mi víctima reposaba en una cama con dosel, de terciopelo rojo y negro.

Escuché su pulso desde el umbral, esperando el momento oportuno. Inhalé profundamente, y el olor a jazmín penetró en mis fosas nasales. Me acerqué sin emitir ni un sonido, cerrando la puerta en un susurro de madera.

Me acerqué, moderando mis pasos, sacando aquella botellita de cristal. Ella tenía el rostro fino y pálido; si sus ojos hubieran estado abiertos, habría sido hermosa. El río de oro que era su cabello se desparramaba en la almohada con puntillas y su boca tan roja como los pétalos de una rosa, estaba entreabierta.

Destapé la botella. La incliné sobre sus labios y una gota cayó sobre ellos. Cerré los ojos, concentrándome en el sonido de la lluvia.

Ella moriría antes de que la lluvia cesara.

****

Cobré mi recompensa en un callejón cercano, a un tipo alto, delgado y ojeroso. Le temblaban las manos, y al ir a darme la bolsa llena de monedas, éstas tintinearon antes de parar en mi pulso estable.

Y, donde se cruzaban los atajos, allí donde aullaba el viento; la conocí.

Era una mujer aparentemente normal apoyada en la fachada de un edificio. Sus hebras azabaches tapaban su rostro, al estar cabizbajo. Su gabardina vermella estaba empapada, y en su mano había una espada… como la mía. Quizá más estilizada y ligera, pero en lo que de verdad se parecía, era en que estaba manchada de sangre, arrastrada por el agua.

La lluvia no me impidió ver que lloraba.

Me quedé estático, empapado de pies a cabeza. Y cuando me miró, con una mirada azul, más celeste que el propio cielo, supe que era una asesina. Quizá lo sabía porque parecía más mayor, todos los asesinos tenemos la mirada partida.

Ella supo al instante que yo era de los suyos. Y aquello sólo significaba una cosa.
Con pulso tembloroso, se puso en guardia y me apuntó con su espada. El agua pareció relucir en su filo, en sus ojos, en su gabardina.

Tragué saliva y un trueno estalló cuando desenvainé mi mandoble.


Continuará...
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Re: [...El rincón de xXOrbOOkXx...]

Notapor Tidus Cloud » Lun Dic 01, 2014 11:35 pm

Personalmente creo que leer cualquier cosa que escribes es un verdadero gusto. No sé si sabría concretar a qué se debe, pero pienso que envuelves con magia cualquier escrito que haces.

Esa atmósfera que consigues recrear siempre es lo que da mucho valor a lo que escribes; no obstante, como ya te dije una vez me parece que también es importante la elección de los temas y el desarrollo de los tramas (cosa en la que no sueles fallar) y pulir ciertos detalles. No sólo de la magia pueden vivir tus historias, también hay que acompañarla con más técnica en ciertas ocasiones. Pero, ojo, tampoco estoy diciendo que tengas mala técnica, simplemente que hay detallitos muy diminutos que siempre puedes ir puliendo.

Lo primero que yo veo es que a veces veo errores en el empleo de las comas. Y lo segundo es que a veces usas expresiones demasiado comunes después de haber estado empleando un lenguaje que precisamente te envuelve en toda esa atmósfera mágica, lo cual me descoloca un poco. Es en esas cosas en las que yo veo más las costuras de que esto es un escrito y no una historia que está realmente pasando en el momento que la estoy leyendo.

También comentar que, además de la magia que pones, me gusta mucho la atención que le pones a los detalles tanto en las descripciones como en las acciones. Me parecen los justos como para ser realistas y transportarte a ese sitio, pero sin ser agotadoras. Me parece un trabajo muy bien cuidado, minucioso y bien trabajado.

Me lo he leído casi todo y mi relato favorito es Escarlata ^^

Sigue escribiendo que me encanta~
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Re: [...El rincón de xXOrbOOkXx...]

Notapor xXOrbOOkXx » Lun Dic 01, 2014 11:42 pm

Tidus, no sé por qué no me extraña que estés aquí. XD

En primer lugar gracias por tus consejos, las comas las estoy trabajando todo lo que puedo (es verdaderamente difícil que quede todo perfecto); hago precisamente lo de las expresiones comunes para que no esté tan recargado, pero me alegra tus opinión, desde luego razón no te falta; y, por último, me encanta que la gente me diga que debo pulir ciertas cosas. De verdad que me ayuda mucho Tidus.

Todo hay que decirlo, a mí me gusta como escribes en el Rol. Supongo que para gustos colores.

Gracias de nuevo.

PD: Escarlata se llevó sesenta euros XD me alegro que te haya gustado.
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Re: [...El rincón de xXOrbOOkXx...]

Notapor ita » Mar Dic 02, 2014 2:54 pm

¿Ganaste algún concurso? No me extraña, escribes muy bien. Puedes envolver al lector con tus palabras, hacerle que sienta lo que tú quieras que sientan, lo cual no es nada fácil, así que ¡felicidades!
Y poco más puedo decir, pues sólo he ojeado un poco por encima, pero me han parecido todos relatos de calidad, aunque, como dice Tidus, tienes algún problema con las comas. Nada que una segunda lectura no pueda arreglar.

Pasaré cuando actualices a cotillear un poco más. ¡Ánimo y sigue escribiendo!
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Re: [...El rincón de xXOrbOOkXx...]

Notapor xXOrbOOkXx » Lun Ene 12, 2015 10:27 pm

¡Nueva actualización, fantasmitas!

Pues nada, aquí os dejo con algunos dibujillos mal hechos, que con la tableta gráfica me he inspirao (?).

Chibi:
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Huyendo de los lobos:
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Jeanne (si quieres uno, lo dibujo ^^):
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Double-meme con Aru:
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Comentad, acribillarme a tomates ^^Lo que queráis ^^..

Sí, lo sé, tengo que mejorar T.T
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Re: [...El rincón de xXOrbOOkXx...]

Notapor LightHelco » Mar Ene 13, 2015 12:58 am

Con escritos no puedo comentar nada, pero aqui voy a intentar decir algo basico ya que tu nivel tampoco es tan alto como para darte mil y un consejos. Que imagino que Nuxal te quiere viva xD

El chibi esta bien, es algo simplillo y no tiene mucho comentar. Igual las lineas para hacer los claros han quedado raras en el jersey, pero nada raro. El Meme tampoco tiene mucho que comentar, estas cosas piden muchos dibujos y normalmente se hacen cosas simples de lineas con colores planos, asi que nada, aparte de que falta el trozo de Aru.

En el dibujo de Jeanne siento que la cara es...rara, el cuello parece que se te ancha demasiado y los ojos y las pestañas al ser tan grandes con un estilo tan animado le dan un aspecto... adormilado a Jeanne. No esta del todo mal, pero igual deberías mirar un poco que el estilo de ojos vaya acorde al del resto de la cara.

El que más se puede mejorar es el de los lobos. Las bocas son muy raras y en un principio he pensado que eran pañuelos al cubrirles toda la barbilla, intenta que las bocas no hagan esto. Puedes agrandarlas para exagerar la expresión, pero siempre en el margen que es la cara. Los ojos de Jeanne se escapan de la zona marcada del dibujo y parece tener cara de loca xD

Y bueno, en general esta bien, se nota que tienes que mejorar, pero es un buen comienzo. Como dato te dire que al correr no levantamos la pierna del mismo brazo que alargamos, si no que es al contrario. Se puede dar el caso, pero normalmente si avanzamos con la pierna derecha, llevaremos hacia adelante el brazo izquierdo, prueba a hacerlo tu misma y veras como es asi ^^
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Re: [...El rincón de xXOrbOOkXx...]

Notapor xXOrbOOkXx » Dom Mar 15, 2015 11:56 pm

En primer lugar, siento la demora Helco y gracias por tus críticas.

En realidad esos dibujos eran de prueba y sabía que tenía que mejorar muchísimo. Lo de Jeanne tienes toda la razón e intentaré que eso no me pase más XD. Creéme, se nota la mejora en éste que voy a colgar y gracias de nuevo ^^:

Ángel:

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En cuanto al double-meme es que Aru no lo había hecho por aquel entonces XD.
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Re: [...El rincón de xXOrbOOkXx...]

Notapor xXOrbOOkXx » Jue Oct 01, 2015 8:57 pm

Ey, yo lo siento por el doblepost, aquí dejo la segunda parte de La Sombra en la Niebla :3:


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Los aceros chocaron una y otra vez. Era sublime. Sus movimientos eran fluidos, como si estuviera imitando a la lluvia que se precipitaba sobre nosotros incansablemente. Negro y rojo danzante en la calle, en perfecta sincronía.

Se notaba era una novicia. Que aquel había sido su primer asesinato, y que probablemente estaba a punto de cometer un segundo, tal y como nos habían enseñado. Me lo demostraban sus movimientos, cada vez más erráticos, cada vez más cansados, como si estuviera valorando si rendirse y sucumbir fuera una opción para redimir su pecado.
En un momento crítico, la desarmé. Su espada cayó derrotada al otro lado de la calle, ya perfectamente limpia y nítida de carmesí. Idilio besó su cuello, dejando que gotas de líquido vital resbalasen hasta perderse bajo su atuendo. Sus ojos, aquellos pozos de azul infinito no revelaban nada, sabiendo que era su final.

Me sonrió a través del velo de su cabello, sarcásticamente, con una pincelada de burla, como si supiera que no podía hacerlo. El pulso me tembló. Tenía razón. Mataba casi a diario y nunca fallaba. El Código te obligaba a eliminar a los asesinos que reconocieras, y yo lo sabía bien.

Pero no podía.

Le di la vuelta al arma, haciendo que la empuñadura quedara frente a la muchacha y me arrodillé. El agua penetró a través de mi pantalón, calándome los huesos de las rodillas. Su expresión cambió radicalmente a una de sorpresa, con sus ojos abriéndose hasta lo imposible. Se alejó un paso, negando con la cabeza. Sabiendo lo que pretendía que hiciera.

La miré desde abajo. El ruido del agua rebotar contra los adoquines, el frío, los latidos de su corazón, el sonido de su respiración. Frunció el ceño, deshaciéndose en angustia. Volvió a mi vera y recogió el mandoble con ambas manos, como si su simple tacto le quemara de sobremanera.

Suspiré profundamente, el vaho escapó, fundiéndose en la calle vaporosa.

Cerré los ojos.

Cinco años después

Desperté como todos los días. En un desván de una posada polvorienta, en una ciudad cuyo nombre no importaba, muerto de pesadillas y congelado. La lluvia golpeaba con insistencia los cristales, como si quisiera quebrarlos con furia. Como si quisiera quebrar lo poco que quedaba entero en mi vida.

Sin embargo, al otro lado del jergón estaba ella. Sentada sobre el borde, con el mismo rostro con el que la conocí, con aquellos ojos, aquella gabardina y aquella piel como la porcelana. No era la primera vez que aparecía de repente, y en ocasiones, agradecía su etérea presencia.

Parpadeé. Algo tibio y húmedo se deslizó por mi mejilla.

Me levanté y me dirigí hacia la ventana, que se abrió con un chasquido. La lluvia y la niebla cubrieron mi cuerpo, empapándolo y borrando cualquier lágrima que hubiera podido escapárseme. Los asesinos no lloraban. No sentían.

La miré de reojo. Se había apoyado sobre el alféizar y me miraba. Su cabello revoloteaba agitado por el viento, como las alas de un cuervo. Alcé una mano, acaricié su rostro, noté su suavidad.

Y una vez más, me encontré acariciando la nada, hecha de niebla, lluvia e idilio.
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