«Aquí viene»
Albert corrió en línea recta hacia Stelios, preparando un ataque frontal. Nada de fintas, movimientos huidizos, saltos o florituras. Iba de frente hacia él, más dispuestos a golpear en el filo de su propia Llave-Espada que de impactar en su cuerpo. El chico no pudo evitar una sonrisa. Avanzaba tan torpemente, con una postura tan frágil, que parecía que iba a tropezarse con sus propios zapatos. No pensaba hacerle daño, pero no estaba dispuesto a darle cuartelillo. Dispuso una postura defensiva, con ambas armas preparadas para protegerle desde el mayor número de flancos posibles. Aún no dominaba en absoluto un estilo de combate así, pero aprovechaba cualquier entrenamiento para practicar. ¡Debía hacerlo suyo!
Cuando Albert se acercó hasta él y se preparó para golpearle, hizo un movimiento tan largo con el arma que su ataque perdía fuerza según acercaba el filo de la Llave-Espada hacia Stelios. Preparado para el ataque, el chico de Coliseo apenas se movió cuando la hoja impactó contra la de su vieja espada. Fue golpe bastante lamentable, sin fuerza, y no supuso ningún problema para el aprendiz de héroe.
De hecho, el contraataque era evidente. Albert había dejado al descubierto varios huecos en su defensa, por no decir todos. Casi le pedía que le devolviera el ataque por donde quisiera. De haber sido cualquier otro, Stelios hubiera sospechado de una trampa de lo evidente que era. Sin embargo, aquel chico no parecía ser capaz de más. Transcurrió un breve segundo en el que pareció que ambos no se movían, solo observaban la hoja de la Llave-Espada de Albert sobre el filo de la espada de Stelios. Pero aquella quietud se interrumpió cuando Stelios, imponiendo fuerza en ambos brazos, realizó un contraataque con ambas armas, empujando a Albert al suelo frente a él. Salvo que hubiera estado atento, probablemente se le hubiera escapado la Llave-Espada. Era muy complicado que alguien así, con tan poco entrenamiento físico, pudiera resistir semejante embate.
Con el muchacho de Atlántica caído frente a él, Stelios apoyó el pie en su pecho, amenazándole con sendas armas.
—Volvemos a estar como antes. ¿De nuevo tirarás Hielo? Esta vez estoy atento. ¿Qué vas a hacer, Albert?
Sin embargo, no le dio tiempo a reaccionar (o a que se asustara en exceso). Tras desinvocar la Llave-Espada, levantó el pie y le dejó levantarse. Incluso le ofreció la mano para ayudarle a ponerse de pie.
—Está claro que tu cuerpo a cuerpo es nefasto, pero tiene fácil solución. ¡A partir de hoy vamos a entrenar juntos! ¡Yo te ayudaré a superar tu desventaja y a ser el número uno! —se frotó la nariz y se rió con ganas —bueno, ¡el número dos! ¡Para ser el primero deberás ganarme a mi!
Y sin añadir más, le ofreció la mano para estrecharsela. Aquello era una promesa que él le hacía, y lo que esperaba que fuera el comienzo de una buena amistad.