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Mira Fátima, eres tú —
¿Yo? —dijo, sorprendida, mientras Exuy le mostraba el libro abierto de par en par.
Fue a ver el boceto, algo que en cualquier otra situación le habría resultado halagador y le habría hecho sonreír, cuando notó algo extraño. Harun lanzó un bufido de alarma y comenzó a volar alrededor de su cabeza, alarmado. Vio que Exuy se ponía pálido. Se dio la vuelta, pensando que al final había pasado lo peor: les habían encontrado.
Pero no. Seguían solos. Entonces, ¿qué…?
Levantó una mano para calmar a Harun y entonces pegó un grito de la impresión. Se llevó las manos frente a los ojos. ¡Se estaban volviendo transparentes! Un estremecimiento de horror la sacudió de arriba abajo. Exuy trató de cogerla, pero la atravesó, como si no fuera más que un fantasma. Fátima lanzó un grito de miedo.
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¡No, no, no! ¡Qué está pasando! ¡Exuy!De pronto, el libro saltó hacia arriba y sus páginas desprendieron una luz cegadora. Fátima cerró los ojos con fuerza para no quedarse cegada y escuchó a Exuy llamarla. Pero su voz cada vez parecía estar más y más lejos…
****El canto de un pajarillo desconcertó a Fátima. Retiró lentamente los brazos y se dio cuenta de que estaba acuclillada, encogida sobre sí misma, como si hubiera tenido que protegerse de un golpe.
Temblando, se incorporó con lentitud, mirando a su alrededor sin comprender nada.
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¿Pero dónde…?Era una casita de madera, hogareña, muy parecida a su casa en Atlántica. Pero era bastante más elegante, más bonita y, ante todo, más rica. Había estanterías con libros —algo que nunca hubo en su hogar—, retratos de su familia, un bonito mantel de brocado extendido sobre una mesa muy similar a aquella en la que ella y todos sus hermanos se arremolinaban para comer. Ahora, en vez de tantas sillas, había sólo dos. La comida estaba preparada para dos personas. La comida esta servida y todavía caliente.
La casa tenía abiertas de par en par unas puertas que daban a un bonito jardín, del cual venía el piar de los pajarillos. Entraba una luz deslumbrante y una suave corriente de aire que arrastraba consigo el sonido de las olas al romper contra la orilla.
Titubeante, avanzó unos cuantos pasos. Una sombra blanca pasó por su lado y pegó un respingo del susto.
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Qué…No era un fantasma ni nada por el estilo, sino un espejo de medio cuerpo. Pero en esa imagen no se reflejaba ella.
O bien… Sí, en parte.
Era ella. O la Fátima que le hubiera gustado ser.
Se miró, asombrada, a sí misma para asegurarse de que continuaba llevando las mismas ropas con las que había salido de Tierra de Partida y así era. La persona del reflejo, en cambio, llevaba un bonito vestido claro que le marcaba la cintura, claramente femenina. En realidad, todo su cuerpo era curvado. Llevaba el pelo largo, sedoso, recogido en un bonito peinado y todo en ella deslumbraba feminidad. Bajo el brazo llevaba un brazo y parecía radiante, feliz.
Se quedó mirando, anonadada, el reflejo durante unos minutos que se le antojaron eternos. Después, bruscamente, fue consciente de su propio cuerpo y supo, de golpe, qué era aquel lugar. La casita con la que había fantaseado de pequeñita cuando veía a las damas de la ciudad pasear con sus maridos, sin ninguna otra preocupación que disfrutar del día o darse de la mano sin complejos delante de la gente.
Apartó la vista, turbada, y echó a caminar hacia el jardín, huyendo de esa ilusión.
En su interior entrechocaron diferentes sensaciones de rabia, frustración y pena. También de confusión. ¿Dónde estaba? ¿Estaría inconsciente?
«
¿Qué ha pasado con Exuy? ¡Y con Harun!».
Salió entonces al deslumbrante jardín, lleno de árboles y de flores, tal y como había soñado despierta tantas veces mientras ayudaba a su padre a trabajar. Sintió un violento pinchazo en el pecho y, furiosa, gritó:
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¡Basta ya! ¿Pero qué demonios es esto? ¡Seas quien seas, no tienes derecho a meterte en mi cabeza!Percibió una presencia, como si respondiera a sus preguntas. Se le puso la piel de gallina y, lenta, muy lentamente, se volvió para ver que, cerca de la verja del jardín, bajo la sombra de las copas de los árboles, había una figura.
Fátima invocó su Llave Espada y se puso en postura de batalla. Ya sabía ella que toda aquella locura no podía comportar nada bueno.