Me arrepentí de mis palabras cuando observé su mirada, amenazadora y juguetona.
—
Me parece que tú también vas a caer.Y sí, me caí, sintiendo como mis piernas perdieron el equilibrio por culpa suya. En la espesa hierba, me quedé impresionada por la carcajada que se escuchó a mi lado. Ragun estaba tumbado en el suelo, riendo. No lo pude evitar, me contagió la risa. Empezamos a reír los dos juntos, bajo aquellas estrellas fugaces que parecían dirigirse hacia nosotros.
El joven se levantó de un salto tras perder fuerzas para reír, y me apuntó con su arma.
—
Vale, vale. Me rindo —dije, haciendo desaparecer mi llave espada en un haz de luz.
Me ofreció su mano para levantarme. Yo gustosa la agarré, ya acostumbrada a su tez fría como el mármol. Pero resultaba igualmente cálida.
“¡No te acerques a él!”
Un breve calambrazo hizo que apartara la mano de la de Ragun cuando consiguió levantarme. ¿Otra vez? Miré hacia los lados, nerviosa. Y al medallón de plata.
—
Pe…perdona Ragun. ¿Tú… también lo has sentido…? —estaba asustada. ¿Él también había sentido ese calambrazo? —
¿Lo…lo has oído…?Justo cuando iba a escuchar su respuesta oí unos chillos familiares a lo lejos. Una pequeña criatura de forma pomposa y nariz gigante y redonda se dirigió a Ragun, propinándole unos inofensivos golpes en la cabeza.
—
¿Qué le estás haciendo a Nadhia, kupó? ¡Te he visto desde allí, kupó! —la joven moguri no paraba de regañar al joven encapuchado—
¿Por qué le estabas apuntando con la llave espada, kupó? ¡Sabes que está muy débil por la caída, kupó! ¿Y si vuelve a entrarle fiebre, kupó? ¡Kupó!Me contuve la risa. Me hacía gracia la expresión de Ragun en ese momento.
—
Mogara, ¡tranquila! ¡Ragun me estaba enseñando cómo usar la llave espada! ¡Y lo de antes era sólo un juego, tranquila! ¡Estoy bien! —grité, intentando calmar a la pequeña Mogara.