Miré al chico ratonil, que se reía de mí a base de bien. Estaba demasiado conmocionado como para darme cuenta de que no le sorprendía estar en Tierra de Partida: normal, acababa de ser padre sin quererlo ni beberlo.
El ratoncito estornudó y soltó unas chispas eléctricas que me hicieron reaccionar. Claro, aquellos roedores asquerosos estaban cargados de electricidad, ¿verdad? Quizás después de todo pudiese sacar provecho de la situación. Agarré con las dos manos a la criatura, que soltó un chillido de alegría al hacerlo, y la alejé ligeramente de mí.
—¡Pichuuuu! —se alegró, frotando sus mejillas contra mis manos. Miré a ambos lados de la biblioteca; la gente nos miraba mal, por supuesto. Claro, acabábamos de salir de ninguna parte y ya estábamos haciendo ruido. Hasta la pareja de empalagosos que media hora antes me había estado molestando a mí me miraba mal.
—Te llamaré Pichu, pues —le susurré al ratoncito, poniéndomela bajo el brazo como si de una carpeta se tratara—. Ven conmigo, te voy a llevar a...
La criaturilla se libró de mi brazo y lo escaló rápidamente y sin problemas por mi espalda, llegando a mi hombro izquierdo. Se rascó sus mejillas contra mis gafas, encantada de poder estar conmigo, y aparté ligeramente la cabeza, molesto.
—¡Eh, no hagas eso! —protesté, intentando quitarme al bicho del hombro agarrándolo con ambas manos. El roedor clavó sus pequeñas uñas en mí, decidido a no soltarme de ninguno de los modos—. ¡En serio, suelta, bicho inmundo!
Me dirigí hacia la salida de la biblioteca mientras intentaba librarme de él, sin mucho éxito de primeras. Había tenido un mal día, y parecía que no iba a ir mucho mejor mientras aquella cosa siguiese pegada a mí...
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