Era un mundo como cualquiera: calles intrincadas, gente deambulando por las calles con sus quehaceres, las aceras adoquinadas… Restaurantes, posadas, un hombre tocando una melodía. Aquello me hizo sentir una punzada de melancolía, a pesar de que llevaba el laúd a la espalda, hoy no era día de tocar. O eso creía.
Porque si estaba en ese mundo, había sido por casualidad.
Al despertarme aquella mañana, me había planteado en pasar toda el día en la cama, mirando al techo y vagando entre el mundo de los sueños y la realidad.
Había sido por casualidad, que un moguri se estrellara contra mi puerta por razones desconocidas y me hubiera despertado del todo. Y, con un suspiro resignado, deambulé unos cuantos minutos por el castillo, hasta que me topé con la biblioteca.
Pensando que me podría entretener con un par de libros, me topé en la entrada de una enciclopedia con aquel mundo. No pude resistir la tentación.
Y allí me dirigí, convencido de que la suerte podía alegrarme un poco el día.