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La Maestra dejó a Xefil practicar un poco por el cielo para que entendiese los controles, bastante intuitivos. En realidad incluso parecía que reaccionaba no solo a los movimientos que hiciera, también a sus pensamientos. Sus pies, se habían adaptado a la tabla como si hubiese sido contruída a medida, incluso parecían haberse pegado un poco de forma que mantener el equilibrio fuese muy fácil.
Tras el pequeño entrenamiento, la maestra señaló al cielo indicando que ya era hora de irse. El sol ya estaba a punto de desaparecer en el horizonte bañando el blanco castillo de un color amarillo crepuscular.
Los dos subieron hacia el exterior del mundo, donde por primera vez Xefil podría ver la inmensidad del universo. Su mundo tan solo era uno trocito de uno mayor, un infinito cielo que bañaba todo. Las estrellas podían verse con más claridad, algunas parecían cercanas y otras estaban tan lejos que parecía que jamás podrían llegar a ellas.
Cientos de mundos eran visibles desde allí, pero la maestra se dirigió directa a una dirección en concreto como si en su cabeza tuviera una especie de "ruta invisible" que le mostraba el camino a seguir hacia su objetivo.
Los dos se movieron a una alta velocidad, equiparable a la de la luz para finalmente quedar frente al nuevo hogar del aprendiz.
—Bienvenido a Tierra de Partida —dijo la maestra antes de ir aterrizando en aquel mundo junto a Xefil.
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