[Port Royal] Arrr, marinero de agua dulce.

[Sombra]

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Prólogo de Hana Shimizu y Edge Lemmons

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Los piratas siempre habían sido un grave problema en Port Royal, no se sabía exactamente desde cuándo, pero habían empezado a convertir aquella pequeña ciudad portuaria en un punto de encuentro para ellos, y eso era sin duda un grave problema para las autoridades de la humilde población. Sin embargo, no eran los piratas el único problema en aquel momento...

Unas bestias, unos demonios que atacaban a cualquier persona que se les acercara habían aparecido y ya se habían llevado muchas almas inocentes a lo largo de los últimos meses, una semana antes incluso se hablaba del naufragio de un gran barco pirata que había sido abordado por aquellas oscuras criaturas. Los pocos supervivientes solían frecuentar la taberna "El ojo de cristal", donde se dejaban caer para contar aquella anécdota a la par que se embriagaban en ron.

Y al fondo del local estaba Edge Lemmons. El muchacho había sido mandado por sus superiores para investigar aquel caso ya que se estaba convirtiendo en un verdadero problema. Aquellas cosas habían atacado no solo a piratas, también a barcos mercantes y de pasajeros y eso estaba haciendo mucha mella en el comercio de la zona, no solo eso. Las armas normales parecían no hacerles mucho daño a aquellos “Demonios Negros” por lo que cualquier información sobre como vencerles o herirles era de un inestimable valor.

Edge podía ver a toda clase de gente allí, había un hombre con un loro y una pata de palo, otro con un garfio que vestía un elegante traje de corsario color rojo, un grueso hombre bien musculado de al menos dos metros de altura. Si algo tenían en común es que en sus rostros había al menos una cicatriz, todos eran peculiares en cierto modo aunque él, con aquellas cicatrices no desentonaba en aquel tugurio de mala muerte. No le extrañaría que aquel fuese el motivo por el que le hubieran mandado a él hacer aquella misión. Lo único que no pegaba en aquel ambiente era una chica, una joven de rostro petreo sentada en una mesa junto a un grupo de piratas. La chica en cierto modo recordaba a los fantasmas que narraban las viejas historias, aunque no solo llamaba la atención por eso. Su cabello, de un intenso color azul recogido con una pañoleta también era algo que parecía fuera de lugar.

Observando bien, se podría dar cuenta de que aquella era la única mujer en toda la taberna, sin contar a las hermosas camareras que servían sonrientes a pesar de recibir continuas humillaciones por parte de aquellos hombres.

[Nell]

Hana cerró los ojos un momento. Necesitaba tomarse un breve descanso. Uno pequeño, pequeñísimo, en el que pudiera respirar y aspirar todos los olores de aquel tugurio de mala muerte, desde el humo hasta el dulzor del alcohol; escuchar los rugidos y fanfarronadas de los presentes, tanto de borrachos tambaleantes como de piratas groseros; y, sobre todo, sentir. Sentir el tacto de los naipes en sus manos, de la fina línea entre la victoria y derrota, el reconocimiento y la vergüenza, los bolsillos llenos o vacíos. Porque, en aquel instante, nada más poblaba su mente que el anhelo de obtener lo que quería.

Y, a pesar de tener las ideas despejadas tras aquel lapsus, no volvió al mundo. Siguió observando la oscuridad de sus párpados, preguntándose, de pronto, si se atrevería a anhelar algo más. Algo que no estuviese al alcance de su mano pero, quizá, algún día sí pudiese obtener. Reflexionaba acerca de sus verdaderos deseos cuando, repentinamente, los desechó sin dudarlo. ¿Qué había sido eso? ¿Una emoción? Imposible. Nada perturbaba su corazón, porque no se podía perturbar lo que no existe.

Finalmente, se esforzó por abrir los ojos y retornar a la partida. La última vez que había permanecido en aquel estado, relajada en un pozo oscuro donde nadie más podía perturbarla, esos rufianes, camaradas se decían entre ellos, le habían echado un vistazo a sus cartas antes de que pudiera darse cuenta. Como Hana aprendía, por lo general, de los errores, aquel descuido no se había vuelto a cometer. Y, en efecto, en aquella ocasión no les había dejado tiempo suficiente.

-¡Pasa el turno de una puñetera vez, niñata! -saltó el pirata del loro.

Hana volteó levemente la cabeza, sin molestarse. Únicamente, subió la apuesta y esperó. Antes de que el juego terminase, tuvo que mantener la mirada a varios de sus contrincantes, buscando la pista que necesitaba para desvelar su mentira. Los piratas mentían por naturaleza, al fin y al cabo. En el póker no eran muy diferentes. Al paso de los años, Hana tenía que haber ido aprendiendo poco a poco a conocer su actitud durante las partidas, con el fin de no perder nunca ninguna. Las apuestas eran, después de todo, una manera fácil de recaudar dinero.

-¡Maldita cría! -vociferó el anterior pirata, al cabo de un rato, tirando sus cartas en la mesa. Hana, sin inmutarse, arrastró las monedas apostadas hacia su bolsillo-. No pienso volver a jugar contigo nunca más.
-No tengas mal perder, grandullón -murmuró Hana.
-¡No lo tengas, no lo tengas! -canturreó el loro.
-Déjalo, volvamos al barco. El capitán ya debe de estar esperándonos -replicó otro compañero.
-Iré dentro de un rato -contestó, no obstante, Hana.

Los piratas se encogieron de hombros y salieron del bar, sin hacer preguntas. Sería ella la que se llevaría la bronca por llegar tarde, y poco les importaba después de que la pequeña les hubiese despellejado. Lentamente, y sin prisa, Hana comenzó a recoger las cartas que habían tirado, para reunir la baraja entera, y a contar el dinero que había conseguido sacarles en tan sólo unas cuantas partidas. Por último, estiró la manga larga, que se había puesto aquel día a propósito, y sacó los naipes extra que siempre se guardaba, con el fin de encontrarles otro sitio oculto mejor, donde no pudieran encontrarlas hasta la próxima tanda. El lugar escogido fue la bota derecha.

Finalmente, y a pesar de que nada la retenía allí, salvo el hecho de que llevaba demasiado tiempo sin tocar tierra y no quería regresar tan pronto al mar, permaneció en la silla sin hacer nada, tanteando la posibilidad de pedir algo para beber. O, bien, hacer algo más productivo. ¿No hablaban últimamente de extrañas criaturas que atacaban los barcos? Gesshin las tenía especial pánico, a pesar de no haber visto ninguna. Hana, por su parte, no podía temer lo que nunca había visto. Quizá, en Port Royal, podría encontrar realmente a una para verificar las leyendas.

Sin embargo, por el momento, se dedicó a sopesar sus diferentes opciones.

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Edit. He cambiado el color de mi pj.

[Demyx]

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@Nell. Parece imposible pero sí. Siento el retraso desmesurado, intentaré que no vuelva a ocurrir ;_;

Hasta unos instantes antes había estado observando la partida de cartas de unos piratas, ahora Edge volvía a estar distraído mirando su jarra de ron, todavía llena hasta arriba pero ya caliente. Resultaba evidente que Edge era el hombre equivocado para realizar una investigación entre piratas. Cierto era que gracias a su malogrado rostro pasaba inadvertido, pero era incapaz de imitar la conducta de la otra gente, y menos la de un pirata. Resultaba demasiado cortés e intachable para su entorno, facultades que no se estilaban en un lugar como Port Royal. Por si fuera poco, su peculiar e invariable forma de hablar le delataba. Edge era más o menos consciente de ello, por lo que en casos como estos trataba de no destacar sobre los demás y permanecer con la boca cerrada.

El joven soldado empezaba a tener un imperioso pero imperceptible deseo de salir de allí, era alguien bastante introvertido por lo que no se sentía cómodo en esa taberna, incapaz siquiera de probar el ron, sentado junto a un borracho que no paraba de susurrar insultos hacia su propia madre mientras dormía.

Hasta el momento no había oído nada nuevo o relevante sobre esas misteriosas criaturas negras, aunque tampoco esperaba averiguar nada nuevo. Se suponía que esas bestias habían hundido a un gran barco pirata, por lo que Edge presentía que poca o ninguna relación tenían con esos pobres bucaneros y que estos sucesos iban más allá de unas simples disputas entre soldados y corsarios. La relación de víctimas no aportaba ningún dato significativo y daba a entender que esos monstruos no seguían ningún criterio aparentemente lógico para seleccionar a sus presas. Por si fuera poco durante las últimas semanas habían empezado a surgir falsas pistas e historias sobre los “Demonios Negros”, que no hacían más que entorpecer cualquier tipo de investigación relacionada.

Los piratas que antes jugaban a cartas abandonaron la taberna entre maldiciones y quejas dejando al descubierto a una chica de pelo azul que destacaba de entre los demás. Edge se fijó como escondía en su bota unos naipes que le habían garantizado una victoria sin paliativos. Su juicio, sin argumentos sólidos, le llevo a reconsiderar que quizá no había estado perdiendo el tiempo y que quizá por fin había encontrado a un sujeto digno de una investigación.

[Sombra]

La muchacha de cabello azul estuvo en aquella posición, hasta que pudo notar como un obeso hombretón lleno de cicatrices que rondaba los cuarenta años y vestía con una pañoleta roja que cubría su calvicie, una camiseta de rayas horizontales que le hacían parecer aún más gordo y unos pantalones negros que llegaban a los tobillos, justo donde acababan sus sandalias se sentaba a su lado. Su aliento era pestilente y se notaba a la legua que estaba muy borracho.

Por la manera en la que se sentó, agarrándola por sus hombros como si la conociese de toda la vida parecía que quería algo con ella.

—Hola... presiosa —saludó con un tono bastante cómico, uno digno de un borracho—. Veo que estás sola así que pensé. ¿Por qué no invito a esta presiosisisima mujer a tomar un trago conmigo para después...? Ya me entiendes —le guiñó un ojo y se relamió de una manera bastante lasciva.

La muchacha podría negarse en rotundo o acceder a lo que le proponía, la decisión era completamente suya, sin embargo aquel tipo no parecía muy de fiar. Si le molestaba siempre podría hacerse la "debilucha" para que otro valiente fuese a socorrerla, aunque lo único que buscase aquel "rescatador" fuera lucirse ante la joven.

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A ser posible, que postée primero Nell y después MR.Lemmons

[Nell]

Los minutos en calma que pasó sentada en la mesa fueron una pérdida de tiempo. Hana lo había sabido desde el momento en el que decidió tomárselos para “decidir” si regresar al barco o quedarse a husmear en el local para obtener información sobre los nuevos peligros. Y es que no había nadie en aquel maloliente tugurio que, por su aspecto, pudiera sopesarse la posibilidad de que dicha persona tuviese dos dedos. Como mucho, había un chaval en la barra que no parecía borracho, por el momento, pero Hana no se fiaba nunca de los jóvenes, porque eran propensos a la mentira, al egocentrismo y a la exageración de sus correrías, incluso sin ser piratas. No, definitivamente, no se podía dar veracidad a sus palabras.

Pero si algo soportaba menos Hana que los improvisados y poco veraces cuentos juveniles, eran las patrañas, torpes y sin sentido, de los borrachos en las tabernas, cuando iban tan ciegos que no les importaría morir de tres balazos en la cabeza. Lástima fue, entonces, que Hana no tuviese ninguna pistola a mano para comprobarlo en el tipo que se le acercó.

La joven recibió de lleno el apestoso aliento del gordo seboso, que vestía igual que los niños en las fiestas cuando fingían ser piratas. Y algunos adultos a diario, en el barco de su tío, también. Aguantó el hedor y no se inmutó ante las insinuaciones del hombre. No obstante, lo que sí no pudo consentir fue el trato tan cercano.

Se revolvió al instante, para intentar desasirle de sus hombros. Odiaba que la tocaran. Nadie a quien ella no se lo consintiera podía hacerlo. Y aún no existía persona con ese permiso.

—Suéltame —ordenó, impasible, Hana—. Invítame al trago, si quieres. Pero vete después. Sino, tú y tu olor me amargaréis la bebida —le soltó, sin miedo.

Había captado hasta cierto punto el mensaje del borracho. Hasta cierto punto. En cualquier caso, nunca rechazaba una copa gratis, pero de ningún modo iba a permitir la compañía de aquel borracho por un par de tragos más. La soledad no le importaba. No le había importado nunca, o eso pensaba. Habían pasado tantos años desde el accidente que había olvidado el reconfortante calor de la compañía cercana, el cual, además, creía que nunca más experimentaría.

Hana podía ser ignorante sobre muchos temas, pero tampoco era ninguna boba. Aquel hombre no se rendiría fácilmente. Sin embargo, en lo primero que pensaba la muchacha era en desasirse de su agarre. Volver a ser libre, al coste que fuera. Y, luego, según la reacción del borracho, ya podría decidirse entre una bebida gratis, una retirada rápida o una pelea que, quizá, no pudiese ganar.

[Demyx]

Edge siguió contemplando esa extraña pareja, la misteriosa chica del pelo azul y el peculiar y embriagado hombre. Sin duda alguna la muchacha se había hecho merecedora de su atención, había piratas muy pintorescos, pero esa joven se salía del estereotipo. Era una corazonada, pero presentía que si había alguna pista, él la encontraría allí. Ya tenía una principal sospechosa, a la cual seguiría e intentaría sacarle toda la información posible. Ése habría sido su procedimiento habitual en cualquier otro caso, pero recordó la conversación que habían tenido la chica y los piratas antes de que esos los últimos abandonaran la taberna. Si zarpaban sería imposible seguirles la pista, e infiltrarse entre la tripulación no era una opción viable.

Edge frunció el ceño mientras indagaba en la conducta de aquel hombre obeso, sin percatarse, lamentablemente, de sus perversas intenciones. En aquel preciso instante tuvo claro que tendría que hacer lo que siempre evitaba en este tipo de misiones, intervenir. Si conseguía introducirse con éxito y de forma natural en la conversación, quizá podría obtener algún tipo de información interesante. Algo francamente complicado.

Muchos soldados se encargaban de este tipo de tareas, y si bien había casos que terminaban con un trágico desenlace por parte del indagador, también los había en los que sus camaradas se desenvolvían sin ningún tipo de problema. De hecho, no podía ser tan difícil, o eso pensó el ingenuo muchacho.

Edge ocultó su jarra de ron cerca de las otras que el durmiente borracho había ido acumulando y se levantó. Se acercó decidido a la pareja, y tras esbozar una afable sonrisa, puso una mano en el hombro de aquel apestoso individuo. El hombre lo miró de reojo con desdén. Edge se recordó a sí mismo que tenía que actuar con naturalidad y dijo:

―Disculpe mi intromisión, caballero. Pero no he podido evitar oír cómo invitaba a la dama a una nueva consumición ―a pesar de que el chico trataba de actuar como un corsario más, seguía incapaz de cambiar su peculiar registro lingüístico―. Es mala fortuna la mía, al hallarme sin más efectivo para pagar una nueva ronda. Y me preguntaba si usted, amable caballero, podría invitarme a una copa como lo hace con la dama.

Su actuación no podría haber sido más descontextualizada. Un poco consciente de ello, el muchacho empezó a preguntarse si el hombre estaría lo bastante ebrio como para pasar por alto su intervención, o de lo contrario se vería arrastrado a una comprometida situación.

[Sombra]

El hombre de grandes proporciones pareció quedar muy sorprendido ante la réplica de la chica, a la que miró con cierto desprecio por haberle dado aquel trato. El hombre escupió una enorme y asquerosa flema al suelo.

―¡Venga ya, muñeca! No te hagas la dura. Pagaré por tus... servicios ―aseguró tratando de poner un tono sensual a su última palabra para remarcar lo que buscaba.

Fue entonces cuando el pirata obeso vio como aquel tipo que no conocía de nada le decía que le invitase a él a una copa. ¿Cómo podría ser tan estúpido?

―¿Invitarte a tí? ―preguntó incrédulo estallando en carcajadas―. No eres muy avispado si no entiendes que es lo que pretendo. Y ahora, largo. Tengo asuntos pendientes con esta putita ―sentenció molesto dando un manotazo al hombro del joven que consiguió desequilibrarlo. Los demás clientes de la taberna empezaron a reír en señal de burla. Aquella persona parecía dispuesta a iniciar una pelea en cualquier momento, y era más fuerte que Edge, aunque el muchacho tenía un punto a su favor. El que estuviese borracho implicaba que sus reflejos eran muy inferiores y su velocidad no parecía ser gran cosa por culpa de su enorme barriga.

Lo que fuera a ocurrir estaba en sus manos y en los de la chica.

[Nell]

Aún estaba encarándose con el borracho, aguantando sus tonterías, cuando hizo aparición una persona más. Se trataba de un joven que había estado bebiendo en la barra, en solitario, con el pelo azul como ella y una actitud en exceso formal para aquel tugurio. Hana apenas se había fijado en él, pero que interviniese en la disputa no le dio ningún motivo para hacerlo más.

Hasta que habló. Sus modales, al igual que sus formas, eran sin duda impropios del lugar. Por si fuera poco, su interés parecía radicar más en obtener una bebida gratis que en… Un momento, ¿acababa de llamarla “dama”? ¿A Hana? ¿A esa Hana? Nada más oír la palabra, puso mala cara. No le gustaba nada aquel trato, pues siempre parecía ponerla por debajo de los piratas, como una señorita que no debería estar en realidad con ellos. Y eso no lo podía permitir. Sin embargo, la réplica del borracho llegó antes que su queja.

Si había algo peor que la llamasen “dama”, es que aquel borracho pretendiese tratarla como una “putita”. Por si fuera poco, habían propiciado un buen espectáculo para el resto de comensales que, sin duda, se quedarían a observar el final de la disputa. Ninguno intervendría, por supuesto, a no ser que se formase una buena zurra. Una idea que no tardó en formarse en la mente de Hana.

—¿Pagarme? —murmuró Hana, con la intención de atraer nuevamente la atención del hombre de aquel espontáneo—. Nunca cobro por mis servicios. Prefiero llevarme lo que me corresponde… a la fuerza.

Antes de acabar, ya tenía la mano preparada. La intención de Hana era propinarle un puñetazo en la cara a aquel borracho, contando con que la cercanía y la confusión jugasen a su favor, de tal modo que pudiera al menos desestabilizarle, o hacerle el suficiente daño para pararle los pies unos segundos. Los suficientes para pasar a la segunda parte del plan.

—Si quieres una putita, búscate un burdel donde soporten la peste —le recomendó, tras el puñetazo, o intento de puñetazo.

Por supuesto, no iba a ser suficiente para amedrentar o parar al borracho. La idea de la joven era aprovechar el posible estupor del borracho, al verse golpeado, para que chocase contra algún otro de los comensales. El ambiente de la taberna podía desencadenar la reacción de los demás enseguida, contando, sobre todo, que muchos de los allí presentes hubiesen alcanzado su límite para beber. Precisamente, lo que Hana buscaba, era esa zurra dentro del local que se le había ocurrido al principio. Entre tanto caos, podría escabullirse en cuanto quisiera, si es que se llegaba a generar, claro. Muchas cosas podían fallar.

Por otro lado, tanto si el puñetazo como el empujón fallaba, Hana estaba dispuesta a enfrentarse al borracho en una lucha. No contaba con que el muchacho le ayudase, pero igualmente, el plan sería el mismo: propiciar el conflicto interno. Si sobrevivía, claro. Porque aún no se le había pasado por la cabeza echar a correr sin más. No, no, no. Hana tenía en mente una idea mucho más arriesgada: robar a aquel tipo, fuera como fuera.

[Demyx]

Tras el manotazo de ese hombre, Edge retrocedió. Su plan, como era de esperar, había fracasado estrepitosamente. El resto de la taberna empezaba a alborotarse, y, en un principio, lo último que quería era llamar la atención, al fin y al cabo estaba de incógnito. Empezó a plantearse si debía huir, aunque no estaba seguro si ese estúpido lo dejaría marchar sin buscar bronca nuevamente, además seguía sospechando que esa chica podía llevarle a algún sitio.

No deseaba una pelea. A pesar de ser soldado, su grotesco contrincante era considerablemente más grande que él, y seguramente fuera mucho más fuerte. Aun así, él era bastante rápido y su adversario estaba borracho. Mientras la chica protestaba empezó a darle vueltas a la idea de luchar, tal vez tuviera posibilidades. Frunció el ceño y se quitó la idea de la cabeza, insistiría en la idea de convencerle a que le invitara a una ronda. Quizá así pudiera evitar una trifulca en el local que sólo le traería problemas.

Antes de que pudiera intervenir vio claramente las intenciones de la chica. ¿Conseguiría desestabilizar al grandullón? No había vuelta atrás, intentaría captar nuevamente la atención de aquel borracho y quizá así el ataque de la chica tendría algún efecto. Si se daba al caso, intentaría propinarle una patada en la cara con el propósito de zanjar el asunto lo más rápido posible. Las cartas estaban echadas.

―Disculpe que insista de nuevo, caballero ―empezó, pretendiendo llamar la atención del borracho una vez más―. Pero le estaría eternamente agradecido si tuviera la cortesía de invitarme, pues he tenido la desdicha de quedarme sin dinero.

[Sombra]

Cuando Edge acabó de hablar, haciendo que el borracho se viese obligado a perder la atención en la chica esta le asestó un potente puñetazo que, como esperaba logró tirarle al suelo tras que se escuchara un instantaneo y fuerte ruido que se correspondía con la del tabique nasal del hombre, que acababa de partirse irremediablemente haciendo que unos fuertes goterones de sangre cayesen al suelo de madera.

El molesto borracho se levantó gritando, sus ojos estaban llorosos y enrojecidos por el dolor y toda su cara, además de parte de su ropa estaba manchada del carmesí líquido.

―¡Me las pagaréis! ―aseguró señalando primero a Hana y después al joven soldado. Tras eso se dirigió a la puerta y la abrió, sin llegar a girarse por lo que se chocó con alguien que parecía querer entrar. No se le podía ver bien, pero era alguien bajito y que vestía una especie de armadura de aspecto extraño―. ¡Ten más cui...! ―una garra atravesó el cuerpo del hombre salpicando con sangre todo. Todos los presentes en la taberna se pusieron en guardia levantando sus espadas y sacando sus trabucos.

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El borracho, que minutos antes había estado molestando a la pobre chica ahora estaba agonizando en el suelo mientras un charco de sangre rodeaba el cuerpo que empezaba a... ¿desaparecer?

Una especie de gema brillante con forma de corazón salió del cuerpo del hombre y entonces desapareció como si nunca hubiese estado allí aunque la sangre seguía allí. ¿Quién había hecho aquello? Todavía estaba parado en la puerta, fuese quien fuese...

Entonces fue cuando el corazón flotante se vio atrapado en una especie de nube negra, oscuridad pura y este desapareció dejando en su lugar una pequeña criatura de aspecto adorable que recordaba en cierto sentido a una hormiga, esta se metió en el suelo como si fuese una sombra.

[Demyx]

Edge se quedó atónito durante un par de segundos. El desorden empezaba a dominar en la taberna, sus usuarios habían desenfundado los trabucos y desenvainado las espadas en respuesta a la terrorífica escena de la que todos habían sido testigos. Ese borracho había sido asesinado por ¿una especie de “demonio negro”? ¡Bingo! Tenía que ser uno de ellos, eso era lo que el joven soldado buscaba y lo había encontrado, no en la mejor de las situaciones, pero supo que no se había equivocado al haberse quedado en la taberna más tiempo de lo habitual.

Algo mucho más incomprensible había sucedido. El cadáver se había desvanecido y en su lugar había aparecido otro de esos demonios que ahora se ocultaba como una sombra en el suelo. El chico se encontró con un nuevo problema, ¿cómo debía proceder? Descartó la idea de arrestar a semejantes bestia, a la vez que se decía que era imposible negociar con esas criaturas. No obstante debía reunir información, y ahora que los había encontrado, abandonar no era una opción. Quería evitar la pelea, pero empezó a echar en falta un arma con la que poder defenderse si se daba el caso. El reciente incidente con el borracho le había dado a entender que el resto del personal también estaba poco predispuesto a echarle una mano. Miró a la sospechosa chica del pelo azul.

―¿Usted no poseerá por un casual un arma que prestarme? Le estaría eternamente agradecido ―y tras pensarlo un breve instante, miró a esos extraños seres y le preguntó con una sonrisa―. ¿No serán, por un casual, familiares o amigos suyos?

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¡Dichosas vacaciones!

[Nell]

El puñetazo llegó a su destino, gracias a la oportuna intervención del tercero, consiguiendo que el borracho se desestabilizase y cayese redondo al suelo, con algo más sangrante que su orgullo, cosa que satisfacía infinitamente a Hana, que en vez de asquearse por la visión de la sangre como cualquier señorita de Port Royal, casi se relamió con el dulce sabor de la victoria. Y la joven ya comenzaba a preparar su próximo golpe, a fin de que el hombre prometiera vengarse y se levantaba como podía, cuando sucedió.

Fue todo muy rápido. El nuevo cliente atacó por sorpresa al borracho, pillándoles a todos desprevenidos, incluida Hana, que no veía ayuda posible de nadie para la situación en la que se encontraba. Bueno, en la que se encontraban. Lo que pasa es que la joven trataba de no tener en cuenta al chicho del habla raro.

A pesar de que el nuevo individuo era un tanto más bajito que ellos y que parecía poseer únicamente sus garras, todos en la taberna se pusieron en guardia. Hana lo contempló fijamente, pensando en lo que podría ser la extraña criatura. Definitivamente, no había visto nada igual en su vida. Y, como la experta que se consideraba, pero que no era, se convenció enseguida de que tenía que ser producto de alguna leyenda o maldición de mar. Si preguntaba a su tío, seguramente lo sabría. Pero, hasta entonces, tendría que actuar con cautela.

Eso tenía pensado, hasta que vio al hombre desaparecer. Ni siquiera se fijó en la esfera rosácea que se había esfumado, por muy valiosa que pareciese, sino que miró, más atónita aún que por la criatura, cómo se había esfumado su principal objetivo en aquella taberna.

—¡Eh, tú! —exclamó, sin poder contenerse—. ¿Dónde está el cuerpo? ¿¡Y su dinero!?

Pero no había quedado nada. Ni rastro de la cartera. Por si fuera poco, el chico que se había entrometido, y al que en realidad debería estar entrometida, se dirigió a ella con esa burda formalidad que tanto la exasperaba. ¡Y encima osaba…!

—¿Prestarte? ¿Por qué iba a prestarte nada? —en realidad, Hana no tenía ningún arma tampoco que dar o utilizar. Se valía únicamente de los puños—. Si fuesen amigos míos, ese hombre no hubiese sido su única víctima —aseguró, mientras le daba una y otra vez vueltas a la desaparición del borracho. No es que Hana quisiera matar a las personas de la taberna, no, no. Sólo a quienes se resistiesen a soltar los cuartos, claro.

Hana observó de nuevo la escena que se le presentaba. La esfera se había ennegrecido (o eso le pareció) y, ¿había creado una nueva criatura? Un ser que, fuera como fuese, se había pegado al suelo. La joven llegó a la conclusión de que debía que tener algo que ver con el borracho. No sabía qué, pero poco le importaba. La gema que había mostrado también le valía como recompensa por haber soportado a la anterior alimaña y, al parecer, aquella criatura de las sombras la tenía.

Sin saber lo que hacía, ni a lo que se enfrentaba, porque le daba igual y porque sólo tenía un objetivo en mente, saltó desde su sitio hasta el suelo donde se había resguardado la criatura negra, saltando una y otra vez, como si quisiera dañar al ser que había creado, aunque ella no lo sabía, el corazón del borracho.

—¿¡Dónde está mi dinero!? —preguntó, creyendo que, si dañaba lo suficiente a aquel ser extraño, podría soltar la anterior esfera o, aún mejor, la cartera del tipo.

[Sombra]

La gente de la taberna no hizo caso a los comentarios de Hana, aunque sí la observaron con algo de asco a la joven como si con sus ojos inquiriesen "¿Es que no tienes corazón?". Más de aquella especie de monstruos entraron dentro de la taberna, al menos diez, entre algunos de los que estaban allí cundió el pánico.

—¡Son ellos, los demonios negros! —gritaba uno de los que habían sobrevivido a uno de los barcos que ahora reposarían para siempre bajo las aguas del mar.

—¡Corred por vuestras vidas!

El caos se desató tras aquello, un montón de gente tratando de salir, peleando entre ellos y contra los monstruos a la vez por sobrevivir. Alguien tiró una lámpara de aceite haciendo que el suelo empezase a arder a una enorme velocidad por culpa del alcohol derramado durante toda la noche por el suelo.

Todos los corsarios se enfrentaban a las criaturas, pero todo indicaba que no ganarían. El fuego impidió el escape de los que quedaban.

Tal vez, la única forma de sobrevivir sería subiendo a la segunda planta, donde estaban los alojamientos justo sobre la taberna.

Si subían, se encontrarían con un largo pasillo sin salida con puertas a los lados, algunas de ellas estaban abiertas. Podrían esconderse allí.

[Demyx]

La chica se había ido saltando como una loca hacia aquella sombra. Parecía que tampoco sabía nada acerca de los demonios negros, pero el chico no podía descartar que hubiera alguna relación tan pronto. Al fin y al cabo, siguiendo su intuición, esas criaturas negras habían terminado apareciendo, tuvieran o no algún vínculo.

La negativa de la muchacha hizo que la atención de Edge se desviara hacia otros quehaceres. El desorden y la confusión imperaban en aquel momento dentro del local. La gente tenía prisa por abandonar ese sitio tan pronto como fuera posible para salvar su vida y rápidamente se convirtió en una avalancha hacia las salidas al exterior. Con tan mala suerte que provocó que la caída de una lámpara de aceite desatara un gran incendio. Huir parecía imposible. Si no hacían nada, más que morir calcinados o asesinados por esas criaturas, serían presas del humo y acabarían asfixiándose sin remedio. Edge miró hacia unas escaleras y gritó:

―¡Olvídense de los demonios negros, no pueden ganar! ¡Diríjanse hacia el piso de arriba para detener el humo y el avance del fuego!

Subió al segundo piso y se encontró con un largo pasillo con habitaciones a los lados. Hacía mucho calor y el humo empezaba subir, debía encontrar una puerta abierta tan pronto como fuera posible y encerrarse en ella. La madera es en realidad un mal conductor del calor, frenaría las llamas y el humo. Quizá en alguna de las habitaciones se hallara algo como una escalera o una cuerda que le permitiera escapar por una ventana antes de que el incendio lo engullera todo. Además estaba pendiente del resto de personas, quería evitar más muertes esa noche, ¿le harían caso? Tal vez aún no fuera tarde.

[Nell]

Obviamente, nada de lo que pudiera hacer Hana contra aquella criatura, que ya se había sumergido en las sombras, sirvió para nada. Sin embargo, estaba tan concentrada en obtener el cambio, lo suficiente como para ignorar las miradas del resto del bar, como para no percatarse del peligro hasta que comenzó el fuego.

Levantó la cabeza y ahí estaba. En pocos minutos, la situación había cambiado radicalmente. Los clientes huían despavoridos y los monstruos se habían multiplicado. Por si fuera poco, varios comensales luchaban contra ellos a fin de erradicarlos. Y, ¿cómo los habían llamado? ¿Demonios negros? ¿De dónde salían tantos? ¿Y por qué habían dejado los guardias que se colaran en la ciudad? ¡Inútiles! Más les valía dejar en paz a los piratas y centrarse en su trabajo.

El chico que la había ayudado anteriormente sugirió subir al primer piso para salvar la vida. Las salidas estaban bloqueadas, los monstruos no menguaban y las llamas se extendían poco a poco. Definitivamente, no, no tenían posibilidades de sobrevivir si no actuaban rápido. Pero, el dinero…

«¿Desde cuándo es más importante que tu vida?».

Y así fue como Hana desistió. La cartera de aquel tipo había desaparecido, al fin y al cabo. Quedarse allí buscando algo que, seguramente, no volvería, era tan inútil como desperdiciar la vida por un motivo así. Sin meditarlo mucho más, Hana siguió al chico hacia el piso de arriba. Al contrario que él, por otro lado, no se preocupó de los demás, tanto de si subían con ellos como si no.

Subir al segundo piso no era la solución definitiva a sus problemas. El fuego los alcanzaría, tarde o temprano, y quedarían atrapados. Por lo tanto, la única solución era…

—¿Qué se supone que estás haciendo? —le recriminó al muchacho, viendo que estaba centrado en la búsqueda de algo—. ¡No hay tiempo para tonterías!

Hana no se detendría a buscar algo que le permitiese bajar. Era un segundo piso. Nada más. Su plan, más burdo y peor, claramente, consistía en abrir la primera ventana que encontrase y saltar. El mayor peligro a aquella altura podía ser torcerse un tobillo en una mala caída. Y si eso sucedía… bueno, siempre podía arrastrarse hasta el barco.